COMITÉ CONTRA EL RACISMO Y EL ANTISEMITISMO DE LA ARGENTINA[1]
Declaración Fundacional
[Julio 1937]
Entre las muchas ilusiones con que se nutre la mente de los pueblos de América hay una que, por antihistórica, es la más nociva. Se ha pretendido que América tiene un destino propio, inmanente a su posición y aislamiento geográfico, y se ha afirmado que los males que germinaron y mantienen en angustiosa zozobra a la vieja Europa, desde la Gran Guerra hasta nuestros días, no encontrarían entre nosotros ambiente propicio para su desarrollo.
Ni América tiene un destino propio, ni la civilización americana tiene un contenido original. Todo lo que era original por autóctono ha sucumbido ante la penetración de civilizaciones milenarias o se ha fundido con ellas. Los elementos autóctonos de América no han sido el fundamento cultural de su historia.
Por el contrario, han sucumbido y han sido sofocados en sus manifestaciones originales por la corriente civilizadora y la conquista, que se han despreocupado de los valores espirituales de los pueblos en que se desarrollaban. Civilización creadora de incalculables riquezas materiales, sólo ha considerado el elemento humano como productor de bienes concretos.
Nuestra civilización americana se ha desenvuelto siguiendo el ritmo de la civilización europea. Sistemas y métodos, técnica e instrumental, hombres y cosas, ideas filosóficas y políticas, corrientes emocionales y míticas que los hombres llevan consigo, todo nos ha venido –en mayor o menor escala y con un ritmo más o menos tumultuoso– para entroncar con la realidad americana, precaria en hombres, pero inconmensurable en posibilidades por su riqueza natural.
América, y con ella nuestro país, ha ido estructurando su historia sin dejar de sentir, en ningún momento, el influjo exterior. Vana ilusión la de pretender que todo el trabajo implicado en la creación de la cultura del resto del mundo había de sernos extraño. Nos llega con los hombres, nos llega con los instrumentos que los hombres inventan, nos llega con el libro en que los hombres fijan el flujo incontenible de su pensamiento, nos llega con la obra de arte en que los hombres traducen su emoción íntima y profunda, su constante anhelar.
Después de la Gran Guerra, problemas que no habían tenido repercusión entre nosotros comienzan a agitar la conciencia de hombres y grupos. La crisis ha sido tan profunda que todo fue conmovido: la estructura material y moral del mundo social, las ideas y los regímenes, las costumbres y las instituciones. Algunos de esos problemas sólo habían tenido formulación teórica en ciertas mentes ultraconservadoras. Entre ellos, el problema racial y, concretamente, el “problema judío”. Hoy, en nuestro país como en muchos otros de América, ha dejado de ser un problema. Es un hecho, y un hecho grave, en sus proyecciones y en su significación para el futuro democrático de nuestras instituciones y nuestra historia civil.
Hay una campaña antisemita de descrédito y calumnia contra el judío, sea cual fuere su ubicación social; persecución llevada por elementos que se pretenden nacionalistas y sirven, así, a fines inconfesables, al servicio de gobiernos extranjeros que han hecho de la brutal y cínica persecución al judío el núcleo de toda su política nacional. En revistas científicas se han hecho publicaciones realmente monstruosas acerca de los judíos; que si evidencian la enorme ignorancia y obcecación del autor, testimonian también la existencia de una mentalidad y un estado de ánimo que urge a los hombres libres y honestos del país a impedir que se difunda, en defensa de nuestra cultura y nuestra dignidad nacional.
El odio racial tiene, también en nuestro país, sus cultores literarios. Y desde el cartel delictuoso e impúdicamente brutal hasta las amenazas de pogroms a los barrios judíos, todo se ha hecho. La colectividad israelita en la Argentina, integrada por elementos de todas las clases sociales y que comprende vastos núcleos de intelectuales, obreros, agricultores, comerciantes, etc., ha certificado su honesta y fecunda colaboración en el desarrollo progresivo del país con el aporte de energías y aptitudes que, en oportunidades repetidas, han sido reconocidas por los hombres más representativos de la opinión nacional.
Hombres libres, de ideas filosóficas y políticas muy diversas, nos reunimos para afirmar el respeto que esa colectividad nos merece, como integrante de nuestra nacionalidad. Trataremos por todos los medios que ese respeto y ese sentimiento solidario de convivencia sean efectivos. No consentiremos que se haga de los judíos una minoría oprimida, vejada y perseguida. Reivindicamos para nuestro suelo, al amparo de instituciones democráticas que están sufriendo el embate abierto e insidioso de la reacción, la más amplia libertad de pensamiento y de creencia, y ninguna limitación para su expresión. Sólo así nuestra vida colectiva seguirá desarrollándose en la órbita liberal de fecunda y amplia tolerancia que nuestra Constitución Nacional ha establecido.
Esta es la única y verdadera tradición que la Argentina se enorgullece en compartir con los pueblos más civilizados del mundo: respeto a la persona en su integridad moral y física.
Detrás de la sistemática campaña racial está el odio a todo lo que es y quiere seguir siendo libre y digno.
A todos incumbe defender esa libertad y esa dignidad.
Julio de 1937
Ricardo Balbin, Arturo Frondizi, Lisandro de la Torre, Américo Ghioldi, Arturo U. Illia, Eduardo Laurencena, Mario Bravo, Emilio Troise, Julio A. Noble, Centro de Estudiantes de Derecho, Leónidas Anastasi, Edmundo Guibourg, Diego Luis Molinari, Luis M. Reissig, Sixto Pondal Ríos, Conrado Eggers-Lecour, Eduardo Araujo, Avelino Sellares, Ernesto Sanmartino, Enrique Dickmann, Joaquín Coca, Luis Ramiconi, Alejandro Castiñeiras, José Peco, Juan José Díaz Arana, Juan Unamuno, Francisco Chelia, Alvaro Yunque, Julio Arraga, Román Gómez Masía, Arturo Orzábal Quintana, Rodríguez Guerrero, Rafael de la Vega, Salvadora Medina Onrubia, Deodoro Roca, Saúl A. Taborda, Jorge Orgaz, Antonio Zamora, Carlos Sánchez Viamonte, Benito Marianetti, Félix Molina Téllez, Avelino Alvarez, Aníbal Montero Mendoza, Ricardo Balbín, Emil Mercader, Ernesto Laclau, J. R. Laguingue, Adelmo R. Montenegro, Pablo Suero, Juan Sorazábal, Alvaro Guillot Muñoz, Gervasio Guillot Muñoz, Enrique Puccio, Isidro J. Odena, J. Castagnino, María Carmen de Aráoz Alfaro, Bartolomé Gowland, J. Ochoa Castro, Juan Zorrilla, Luis B. Franco, Santiago C. Fassi, César Tiempo, Carlos Mastronardi, Sergio Bagú, Saúl Bagú, O. Planas, E. Brocquen, José Barreiro, Pedro Juliá, Rodolfo Aráoz Alfaro, Clemente Gutiérrez, Bartolomé A. Fiorini, María Rosa Oliver, Lorenzo Carnelli, E. Bonfanti, Faustino Jorge, Carlota Barreira, González Carvallo, Juan Carlos Centenaro, Julio A. Notta, Carlos Riente, Pascual Cassaso, Carlos Olivari, Leo Rudni, Manuel Agromayor, Elio M. A. Colle, Elio C. Leyes, Adolfo Abello, Mario Martínez Arroyo, Conrado Monfort, L. Almonacid, José de España, Lidio G. Mosca, Samuel Eichelbaum, Miguel Gómez, Ramón R. Maza, Dino Cinelli, Félix A. Amuchástegui, Luis Reinaudi, Andrés Guevara, Bruno Premiani, Roberto Gómez, Abraham Vigo, Roberto Martínez Cuitiño, A. López Pasarón, V. Catalano, R. A. Vázquez Cey, R. Marré, R. M. Setaro, Angel Walk, Juan Avellaneda, Félix Asnaurow, Margarita del Campo, León Dourgue, Francisco Rimoli, J. Boero, Horacio Estol, Concepción Fernández, Vázquez Escalante, José Pérez Garaña, Pedro Godoy, René Hart, Ramón García, Carlos Yorio, López Ascona, Raúl Larra, Ernesto Morales, José Morales, S. Mallo López, D. Mallo López, E. Navas, Pedro Martínez, Fernando Pelletier, Alfredo Varela, José M. Chiapetti, José Fueyo, Horacio Rava, Tomás Zía.
Declaración Fundacional
[Julio 1937]
Entre las muchas ilusiones con que se nutre la mente de los pueblos de América hay una que, por antihistórica, es la más nociva. Se ha pretendido que América tiene un destino propio, inmanente a su posición y aislamiento geográfico, y se ha afirmado que los males que germinaron y mantienen en angustiosa zozobra a la vieja Europa, desde la Gran Guerra hasta nuestros días, no encontrarían entre nosotros ambiente propicio para su desarrollo.
Ni América tiene un destino propio, ni la civilización americana tiene un contenido original. Todo lo que era original por autóctono ha sucumbido ante la penetración de civilizaciones milenarias o se ha fundido con ellas. Los elementos autóctonos de América no han sido el fundamento cultural de su historia.
Por el contrario, han sucumbido y han sido sofocados en sus manifestaciones originales por la corriente civilizadora y la conquista, que se han despreocupado de los valores espirituales de los pueblos en que se desarrollaban. Civilización creadora de incalculables riquezas materiales, sólo ha considerado el elemento humano como productor de bienes concretos.
Nuestra civilización americana se ha desenvuelto siguiendo el ritmo de la civilización europea. Sistemas y métodos, técnica e instrumental, hombres y cosas, ideas filosóficas y políticas, corrientes emocionales y míticas que los hombres llevan consigo, todo nos ha venido –en mayor o menor escala y con un ritmo más o menos tumultuoso– para entroncar con la realidad americana, precaria en hombres, pero inconmensurable en posibilidades por su riqueza natural.
América, y con ella nuestro país, ha ido estructurando su historia sin dejar de sentir, en ningún momento, el influjo exterior. Vana ilusión la de pretender que todo el trabajo implicado en la creación de la cultura del resto del mundo había de sernos extraño. Nos llega con los hombres, nos llega con los instrumentos que los hombres inventan, nos llega con el libro en que los hombres fijan el flujo incontenible de su pensamiento, nos llega con la obra de arte en que los hombres traducen su emoción íntima y profunda, su constante anhelar.
Después de la Gran Guerra, problemas que no habían tenido repercusión entre nosotros comienzan a agitar la conciencia de hombres y grupos. La crisis ha sido tan profunda que todo fue conmovido: la estructura material y moral del mundo social, las ideas y los regímenes, las costumbres y las instituciones. Algunos de esos problemas sólo habían tenido formulación teórica en ciertas mentes ultraconservadoras. Entre ellos, el problema racial y, concretamente, el “problema judío”. Hoy, en nuestro país como en muchos otros de América, ha dejado de ser un problema. Es un hecho, y un hecho grave, en sus proyecciones y en su significación para el futuro democrático de nuestras instituciones y nuestra historia civil.
Hay una campaña antisemita de descrédito y calumnia contra el judío, sea cual fuere su ubicación social; persecución llevada por elementos que se pretenden nacionalistas y sirven, así, a fines inconfesables, al servicio de gobiernos extranjeros que han hecho de la brutal y cínica persecución al judío el núcleo de toda su política nacional. En revistas científicas se han hecho publicaciones realmente monstruosas acerca de los judíos; que si evidencian la enorme ignorancia y obcecación del autor, testimonian también la existencia de una mentalidad y un estado de ánimo que urge a los hombres libres y honestos del país a impedir que se difunda, en defensa de nuestra cultura y nuestra dignidad nacional.
El odio racial tiene, también en nuestro país, sus cultores literarios. Y desde el cartel delictuoso e impúdicamente brutal hasta las amenazas de pogroms a los barrios judíos, todo se ha hecho. La colectividad israelita en la Argentina, integrada por elementos de todas las clases sociales y que comprende vastos núcleos de intelectuales, obreros, agricultores, comerciantes, etc., ha certificado su honesta y fecunda colaboración en el desarrollo progresivo del país con el aporte de energías y aptitudes que, en oportunidades repetidas, han sido reconocidas por los hombres más representativos de la opinión nacional.
Hombres libres, de ideas filosóficas y políticas muy diversas, nos reunimos para afirmar el respeto que esa colectividad nos merece, como integrante de nuestra nacionalidad. Trataremos por todos los medios que ese respeto y ese sentimiento solidario de convivencia sean efectivos. No consentiremos que se haga de los judíos una minoría oprimida, vejada y perseguida. Reivindicamos para nuestro suelo, al amparo de instituciones democráticas que están sufriendo el embate abierto e insidioso de la reacción, la más amplia libertad de pensamiento y de creencia, y ninguna limitación para su expresión. Sólo así nuestra vida colectiva seguirá desarrollándose en la órbita liberal de fecunda y amplia tolerancia que nuestra Constitución Nacional ha establecido.
Esta es la única y verdadera tradición que la Argentina se enorgullece en compartir con los pueblos más civilizados del mundo: respeto a la persona en su integridad moral y física.
Detrás de la sistemática campaña racial está el odio a todo lo que es y quiere seguir siendo libre y digno.
A todos incumbe defender esa libertad y esa dignidad.
Julio de 1937
Ricardo Balbin, Arturo Frondizi, Lisandro de la Torre, Américo Ghioldi, Arturo U. Illia, Eduardo Laurencena, Mario Bravo, Emilio Troise, Julio A. Noble, Centro de Estudiantes de Derecho, Leónidas Anastasi, Edmundo Guibourg, Diego Luis Molinari, Luis M. Reissig, Sixto Pondal Ríos, Conrado Eggers-Lecour, Eduardo Araujo, Avelino Sellares, Ernesto Sanmartino, Enrique Dickmann, Joaquín Coca, Luis Ramiconi, Alejandro Castiñeiras, José Peco, Juan José Díaz Arana, Juan Unamuno, Francisco Chelia, Alvaro Yunque, Julio Arraga, Román Gómez Masía, Arturo Orzábal Quintana, Rodríguez Guerrero, Rafael de la Vega, Salvadora Medina Onrubia, Deodoro Roca, Saúl A. Taborda, Jorge Orgaz, Antonio Zamora, Carlos Sánchez Viamonte, Benito Marianetti, Félix Molina Téllez, Avelino Alvarez, Aníbal Montero Mendoza, Ricardo Balbín, Emil Mercader, Ernesto Laclau, J. R. Laguingue, Adelmo R. Montenegro, Pablo Suero, Juan Sorazábal, Alvaro Guillot Muñoz, Gervasio Guillot Muñoz, Enrique Puccio, Isidro J. Odena, J. Castagnino, María Carmen de Aráoz Alfaro, Bartolomé Gowland, J. Ochoa Castro, Juan Zorrilla, Luis B. Franco, Santiago C. Fassi, César Tiempo, Carlos Mastronardi, Sergio Bagú, Saúl Bagú, O. Planas, E. Brocquen, José Barreiro, Pedro Juliá, Rodolfo Aráoz Alfaro, Clemente Gutiérrez, Bartolomé A. Fiorini, María Rosa Oliver, Lorenzo Carnelli, E. Bonfanti, Faustino Jorge, Carlota Barreira, González Carvallo, Juan Carlos Centenaro, Julio A. Notta, Carlos Riente, Pascual Cassaso, Carlos Olivari, Leo Rudni, Manuel Agromayor, Elio M. A. Colle, Elio C. Leyes, Adolfo Abello, Mario Martínez Arroyo, Conrado Monfort, L. Almonacid, José de España, Lidio G. Mosca, Samuel Eichelbaum, Miguel Gómez, Ramón R. Maza, Dino Cinelli, Félix A. Amuchástegui, Luis Reinaudi, Andrés Guevara, Bruno Premiani, Roberto Gómez, Abraham Vigo, Roberto Martínez Cuitiño, A. López Pasarón, V. Catalano, R. A. Vázquez Cey, R. Marré, R. M. Setaro, Angel Walk, Juan Avellaneda, Félix Asnaurow, Margarita del Campo, León Dourgue, Francisco Rimoli, J. Boero, Horacio Estol, Concepción Fernández, Vázquez Escalante, José Pérez Garaña, Pedro Godoy, René Hart, Ramón García, Carlos Yorio, López Ascona, Raúl Larra, Ernesto Morales, José Morales, S. Mallo López, D. Mallo López, E. Navas, Pedro Martínez, Fernando Pelletier, Alfredo Varela, José M. Chiapetti, José Fueyo, Horacio Rava, Tomás Zía.
[1] Agrupación antifascista de amplia representatividad ideológica, cultural y partidaria.
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