Jenofonte
[Siglo IV a.C]
Reflexionando yo cierto día sobre el hecho de que, siendo Esparta una de las ciudades meno pobladas, se haya, sin embargo, mostrado la más poderosa y renombrada en Grecia, no pude menos de preguntarme, admirado, cómo tal cosa pudo suceder. Más al considerar las costumbres de los espartanos, dejé de asombrarme. Aunque a Licurgo que les dio las leyes, a cuya obediencia debieron ellos su prosperidad, a éste sí que le admiro y le reputo por hombre e extremada sabiduría; pues sin imitar a las demás ciudades, con un criterio opuesto incluso al de la mayoría de ellas, llevó a la patria a una pujante prosperidad.
Por ejemplo, con respecto a la procreación de los hijos (empezaré por el principio): los demás, a las doncellas que con el tiempo han de ser madres, y que reciben la educación que se juzga honesta, las alimentan con los manjares más moderados y con el más sobrio condimento que darse puede; además, les hacen abstenerse en absoluto de vino, o beberlo, a lo sumo, mezclado con agua.
Y, como la mayoría de los que tienen un oficio son sedentarios, así los demás griegos consideran conveniente que también las doncellas lleven una vida apacible, trabajando la lana. Pues bien, de las que son así criadas, ¿cómo esperar que puedan dar vida a nada grande? Licurgo, por el contrario, pensó que para proveerse de ropas basta con las esclavas, y que para las mujeres libres la más importante misión, a su parecer, es la procreación de los hijos; ordenó, pues, en primer lugar, que el sexo femenino ejercitase no menos que el masculino su cuerpo; y además, instituyó certámenes de ligereza y fuerza entre las mujeres, al igual que entre los hombres, en la idea de que de padre y madre fuertes nacen igualmente hijos más vigorosos. Y en cuanto a las mujeres, después de casadas, observando que los demás acostumbraban a mantener con ellas, en los primero tiempos; en efecto, declaró cosa vergonzosa que un hombre fuese visto en el momento de entrar al tálamo o al abandonarlo. Con lo cual, era forzoso que se mantuvieran unidos los esposos por un mayor deseo, y que el hijo, que en estas condiciones engendraran, fuese más fuerte, que si estuvieran ya uno de otro saciados. Además, para impedir que cada cual tomara mujer cuando bien le pareciera, ordenó que los casamientos se hicieran en la plenitud del vigor físico, mirando también en esto a las conveniencias de la prole. Y si acaso sucedía que un viejo estuviera casado con una mujer joven, viendo Licurgo que los hombres en tal edad suelen ser celosísimos guardadores de sus esposas, opúsose igualmente a ello; pues obligó al marido a engendrar hijos en su mujer, llevando a su casa a un hombre cuyas ofrendas físicas y espirituales fuesen de su agrado. Y declaró legal que, si alguno no quería cohabitar con su mujer, pero deseaba tener hijos de la que le pareciera fecunda y saludable. Y en otras muchas cosas a éstas semejantes consentía; pues las mujeres quieren ser dueña en dos hogares, y por su parte los hombres gustan de dar hermanos a sus hijos, que participen en su estirpe y poder, mas no rivalicen con ellos en la herencia. Si, con criterio tan opuesto al común en materia de procreación, logró para Esparta hombres superiores en fuerza y robustez, examínelo el que quiera.
Por mi parte, una vez que ya he acabado de hablar acerca de lo de la prole, quiero poner también en claro el modo de educación que unos y otros usan. Pues de los demás griegos, los que se ufanan de educar inmejorablemente a sus hijos, tan pronto como los niños son capaces de comprender lo que se les dice, sin pérdida de tiempo ponen a unos criados en calidad de pedagogos para que aprendan letras, música y gimnasia; ablandan además con el calzado los pies de los niños, y llevan la molicie a sus cuerpos entre los pliegues de los mantos; y toman al apetito de los niños por medida de lo que deben comer. Licurgo, en cambio, en lugar de permitir que cada cual, particularmente, hiciera de unos esclavos los pedagogos de sus hijos, ordenó que ejerciera el poder sobre los niños, uno de los que desempeñan los más altos cargos, que es precisamente el que recibe el nombre de paidónomo ; y diole autoridad para reunir a los niños y para observarlos y castigar con dureza al negligente. Asignóle también a unos jóvenes en calidad de mastigóforos, para que castigasen a los niños cuando fuera preciso; de modo que un gran respeto y una absoluta obediencia juntamente allí concurren. Además, en ligar de ablandar los pies con el calzado, ordenó que los endurecieran andando descalzos, pues pensaba que, si de este modo se ejercitaban, mucho más fácilmente escalarían las alturas, y con mayor seguridad bajarían las pendientes, y saltarían y brincarían lo mismo en longitud que en altura con mayor ligereza. Y opinaba también que, en lugar de envolverse muellemente en mantos, debían acostumbrarse a no llevar sino un solo vestido en cualquier época del año, considerando que así estarían mejor dispuestos a afrontar tanto el frío como el calor. Y en cuanto a la alimentación, ordenó que en las excursiones dispusiera cada irén de una cantidad tal, que no les expusiera a sentir la pesadez de la hartura, ni les hiciera, por otra parte, desconocer lo que es pasar necesidades; porque creía que los así educados podrían mejor, si necesidad tuvieren, soportar la falta de víveres, y resistirían durante más tiempo con la misma ración, si así se les ordenase; y no necesitarían de un selecto condimento, sino que estarían mejor dispuestos a cualquier clase de comida, y vivirían, en fin, más saludablemente. Pensó, además, que un género de alimentación que dé esbeltez al cuerpo, haciéndole crecer en estatura, conviene más que una dieta que le ensanche desmesuradamente. Y para que no pasaran tampoco hambre excesiva, si bien no les permitía coger sin esfuerzo lo que necesitaran, les autorizó, en cambio, Licurgo a que robaran algo para poner remedio a su necesidad. Y que no fue por no tener qué darles, por lo que les indujo a que con tales trazas se procuraran provisiones, no creo que nadie lo ignore; sino porque es evidente que el que proyecta un robo, si es de noche, por fuerza ha de velar, y si de día, tienen que engañar y estar en acecho; y el que se dispone a apoderarse de algo, ha de percibir espías.
Por ejemplo, con respecto a la procreación de los hijos (empezaré por el principio): los demás, a las doncellas que con el tiempo han de ser madres, y que reciben la educación que se juzga honesta, las alimentan con los manjares más moderados y con el más sobrio condimento que darse puede; además, les hacen abstenerse en absoluto de vino, o beberlo, a lo sumo, mezclado con agua.
Y, como la mayoría de los que tienen un oficio son sedentarios, así los demás griegos consideran conveniente que también las doncellas lleven una vida apacible, trabajando la lana. Pues bien, de las que son así criadas, ¿cómo esperar que puedan dar vida a nada grande? Licurgo, por el contrario, pensó que para proveerse de ropas basta con las esclavas, y que para las mujeres libres la más importante misión, a su parecer, es la procreación de los hijos; ordenó, pues, en primer lugar, que el sexo femenino ejercitase no menos que el masculino su cuerpo; y además, instituyó certámenes de ligereza y fuerza entre las mujeres, al igual que entre los hombres, en la idea de que de padre y madre fuertes nacen igualmente hijos más vigorosos. Y en cuanto a las mujeres, después de casadas, observando que los demás acostumbraban a mantener con ellas, en los primero tiempos; en efecto, declaró cosa vergonzosa que un hombre fuese visto en el momento de entrar al tálamo o al abandonarlo. Con lo cual, era forzoso que se mantuvieran unidos los esposos por un mayor deseo, y que el hijo, que en estas condiciones engendraran, fuese más fuerte, que si estuvieran ya uno de otro saciados. Además, para impedir que cada cual tomara mujer cuando bien le pareciera, ordenó que los casamientos se hicieran en la plenitud del vigor físico, mirando también en esto a las conveniencias de la prole. Y si acaso sucedía que un viejo estuviera casado con una mujer joven, viendo Licurgo que los hombres en tal edad suelen ser celosísimos guardadores de sus esposas, opúsose igualmente a ello; pues obligó al marido a engendrar hijos en su mujer, llevando a su casa a un hombre cuyas ofrendas físicas y espirituales fuesen de su agrado. Y declaró legal que, si alguno no quería cohabitar con su mujer, pero deseaba tener hijos de la que le pareciera fecunda y saludable. Y en otras muchas cosas a éstas semejantes consentía; pues las mujeres quieren ser dueña en dos hogares, y por su parte los hombres gustan de dar hermanos a sus hijos, que participen en su estirpe y poder, mas no rivalicen con ellos en la herencia. Si, con criterio tan opuesto al común en materia de procreación, logró para Esparta hombres superiores en fuerza y robustez, examínelo el que quiera.
Por mi parte, una vez que ya he acabado de hablar acerca de lo de la prole, quiero poner también en claro el modo de educación que unos y otros usan. Pues de los demás griegos, los que se ufanan de educar inmejorablemente a sus hijos, tan pronto como los niños son capaces de comprender lo que se les dice, sin pérdida de tiempo ponen a unos criados en calidad de pedagogos para que aprendan letras, música y gimnasia; ablandan además con el calzado los pies de los niños, y llevan la molicie a sus cuerpos entre los pliegues de los mantos; y toman al apetito de los niños por medida de lo que deben comer. Licurgo, en cambio, en lugar de permitir que cada cual, particularmente, hiciera de unos esclavos los pedagogos de sus hijos, ordenó que ejerciera el poder sobre los niños, uno de los que desempeñan los más altos cargos, que es precisamente el que recibe el nombre de paidónomo ; y diole autoridad para reunir a los niños y para observarlos y castigar con dureza al negligente. Asignóle también a unos jóvenes en calidad de mastigóforos, para que castigasen a los niños cuando fuera preciso; de modo que un gran respeto y una absoluta obediencia juntamente allí concurren. Además, en ligar de ablandar los pies con el calzado, ordenó que los endurecieran andando descalzos, pues pensaba que, si de este modo se ejercitaban, mucho más fácilmente escalarían las alturas, y con mayor seguridad bajarían las pendientes, y saltarían y brincarían lo mismo en longitud que en altura con mayor ligereza. Y opinaba también que, en lugar de envolverse muellemente en mantos, debían acostumbrarse a no llevar sino un solo vestido en cualquier época del año, considerando que así estarían mejor dispuestos a afrontar tanto el frío como el calor. Y en cuanto a la alimentación, ordenó que en las excursiones dispusiera cada irén de una cantidad tal, que no les expusiera a sentir la pesadez de la hartura, ni les hiciera, por otra parte, desconocer lo que es pasar necesidades; porque creía que los así educados podrían mejor, si necesidad tuvieren, soportar la falta de víveres, y resistirían durante más tiempo con la misma ración, si así se les ordenase; y no necesitarían de un selecto condimento, sino que estarían mejor dispuestos a cualquier clase de comida, y vivirían, en fin, más saludablemente. Pensó, además, que un género de alimentación que dé esbeltez al cuerpo, haciéndole crecer en estatura, conviene más que una dieta que le ensanche desmesuradamente. Y para que no pasaran tampoco hambre excesiva, si bien no les permitía coger sin esfuerzo lo que necesitaran, les autorizó, en cambio, Licurgo a que robaran algo para poner remedio a su necesidad. Y que no fue por no tener qué darles, por lo que les indujo a que con tales trazas se procuraran provisiones, no creo que nadie lo ignore; sino porque es evidente que el que proyecta un robo, si es de noche, por fuerza ha de velar, y si de día, tienen que engañar y estar en acecho; y el que se dispone a apoderarse de algo, ha de percibir espías.
En todo esto, pues se pone de manifiesto que, si los educó del modo que he dicho, era porque deseaba, sin duda, hacer a los niños más diestros y batalladores en las necesidades de la vida.
Mas tal vez alguno diga: ¿por qué entonces, si realmente consideraba bueno el robo, puso fuerte pena de azotes al que fuera cogido in fraganti?
Pues, respondo yo, porque también en las demás cosas que enseñan los hombres, se castiga al que no lo hace bien; y por eso también ellos a los que son sorprendidos los castigan por robar mal.
Muéstrase aquí que donde es menester prontitud, el indolente saca muy poco provecho, y pónese, en cambio, en muy grandes dificultades. Y para que, ni cuando se ausente al paidónomo, queden los niños faltos de jefe, dispuso de cualquier ciudadano que se hallara presente tuviera autoridad para ordenar a los niños lo que juzgara conveniente, y para castigarlos si cometían alguna falta; y con estas disposiciones consiguió que los niños fuesen aún más respetuosos, pues nada respetan tanto los niños ni los hombres como a los jefes.
La República de los lacedemonios (s. IV ac)
La República de los lacedemonios (s. IV ac)
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