EL PROYECTO STARFISH PRIME: UNA AMENAZA REAL PARA OCCIDENTE
[9 de Julio de 1962]
[9 de Julio de 1962]
A propósito del reciente terremoto de Haití los teóricos de la teoría de conspiración permanente, incluso un personaje como Chavez, han llegado a afirmar enfermamente que el mismo no es natural y que fue provocado por el Gobierno de Estados Unidos con un arma secreta para producir terremotos y modificar el clima.
Dejando de lado que esa afirmación quedaba descartada con la evidencia objetiva de que casi al mismo tiempo, muy pocos días después, se producían reiterados temblores con grado suficiente para equipararse a un terremoto, en varias provincias Argentinas, incluida San Juan, desde donde escribo, e incluso al Sur de Tierra de fuego, no puedo dejar de señalar que entre otras delirantes hipótesis se ha atribuido a la misma causa el terremoto de México, el tsunami de Indonesia y hasta el terremoto en Sichuan, China, el 12 de mayo de 2008. Lo que constituye todo un despropósito que urge rectificar.
Queda claro, con lo dicho, que no acepto la teoría de la conspiración, aunque no niego que existan y hayan existido en el mundo conspiraciones. Y que dentro de las muchas teorías conspirativas que deambulan en el mundo, se señalan a los proyectos HAARP, Programa de Investigación de Aurora Activa de Alta Frecuencia, (estadounidense) y SURA (ruso), supuestamente desarrollados para manipular fenómenos climáticos como huracanes y utilizarlos a favor o en contra de países enemigos. Estos proyectos no hay duda que existen pero se desconoce su grado de desarrollo y sus alcances, no obstante que basta señalar que así fuera, está claro que una u otra potencia de momento no tendrían un control remoto como para producir fenómenos climáticos o sísmicos aquí o allá, o en el punto del globo que les parezca como si fueran misiles teledirigidos, y este es uno de los argumentos objetivos utilizados para desechar la hipótesis de conspiración. A lo que cabría agregar que probada la eventual conspiración, restaría indagar sobre el autor al que se la atribuiríamos pues hay más de una potencia con el mismo proyecto (yanquis o rusos), y no como se hace hasta el presente que sólo se le atribuye sistemáticamente a los primeros, lo que da cuenta el trasfondo ideológico de la imputación.
De todos modos no obstante que estoy abierto a escuchar –y ver- evidencias que me desmientan, creo que de momento la única amenaza semejante de la que el mundo –y sobre todo occidente- debería estar precavido es sobre el efecto que una bomba atómica explotada en la estratosfera pudiera causar en cualquiera de nuestros países y que fuera descubierto hace casi 50 años atrás: “El proyecto Starsfish prime”. Lo que con el actual desarrollo e incidencia en nuestra vida de la electrónica y de las computadores, luego de la caída del muro de Berlín alcanza actualidad alarmante, pues existen al alcance de varios gobiernos y grupos subversivos fundamentalistas, un arma con la que con muy poca inversión podrían acceder y mandar a un país a la edad de piedra sin necesidad de pérdidas significativas de vidas, por lo menos inicialmente.Dejando de lado que esa afirmación quedaba descartada con la evidencia objetiva de que casi al mismo tiempo, muy pocos días después, se producían reiterados temblores con grado suficiente para equipararse a un terremoto, en varias provincias Argentinas, incluida San Juan, desde donde escribo, e incluso al Sur de Tierra de fuego, no puedo dejar de señalar que entre otras delirantes hipótesis se ha atribuido a la misma causa el terremoto de México, el tsunami de Indonesia y hasta el terremoto en Sichuan, China, el 12 de mayo de 2008. Lo que constituye todo un despropósito que urge rectificar.
Queda claro, con lo dicho, que no acepto la teoría de la conspiración, aunque no niego que existan y hayan existido en el mundo conspiraciones. Y que dentro de las muchas teorías conspirativas que deambulan en el mundo, se señalan a los proyectos HAARP, Programa de Investigación de Aurora Activa de Alta Frecuencia, (estadounidense) y SURA (ruso), supuestamente desarrollados para manipular fenómenos climáticos como huracanes y utilizarlos a favor o en contra de países enemigos. Estos proyectos no hay duda que existen pero se desconoce su grado de desarrollo y sus alcances, no obstante que basta señalar que así fuera, está claro que una u otra potencia de momento no tendrían un control remoto como para producir fenómenos climáticos o sísmicos aquí o allá, o en el punto del globo que les parezca como si fueran misiles teledirigidos, y este es uno de los argumentos objetivos utilizados para desechar la hipótesis de conspiración. A lo que cabría agregar que probada la eventual conspiración, restaría indagar sobre el autor al que se la atribuiríamos pues hay más de una potencia con el mismo proyecto (yanquis o rusos), y no como se hace hasta el presente que sólo se le atribuye sistemáticamente a los primeros, lo que da cuenta el trasfondo ideológico de la imputación.
En efecto. Con pocos cientos de miles de dólares es posible comprar en el mercado negro un misil Scud y con el deterioro de Rusia, no sería extraño o imposible que cualquiera de esos regimenes o grupos pudiera acceder a una bomba de esa característica para utilizar como cabeza del misil.
Pero resolvamos nuestra intriga. ¿Qué es y que paso con el proyecto que sirve de referencia a esta nota?
La noche del 9 de julio de 1962, los habitantes de la isla de Johnston contemplaron, por primera y única vez en la historia, las luces de una aurora boreal sobre el archipiélago de Hawai. Para su desgracia, no se trataba de un extraño fenómeno natural, sino del estallido de una bomba termonuclear de 1,5 megatones a unos 400 kilómetros sobre el Océano Pacífico. El fenómeno fue observado desde diversos puntos del planeta. Durante las siguientes horas, tres satélites de órbita ecuatorial quedaron fuera de servicio y hasta siete se vieron afectados. Al mismo tiempo, centenares de hogares hawaianos se quedaron sin luz y miles de aparatos de radio y televisión dejaron de funcionar. El proyecto Starfish Prime, encuadrado dentro de la Operación Dominic del Ejército norteamericano, consistía en la detonación de bombas nucleares en los límites del espacio exterior. Durante los primeros años de la Guerra Fría, americanos y soviéticos detonaron un total de 20 bombas termonucleares en los límites de la atmósfera, con el objeto de estudiar sus efectos en caso de guerra nuclear.
Sin embargo, el estallido de la Starfish tuvo unas consecuencias que nadie habría sabido predecir. Durante mucho tiempo, se creyó que la explosión había afectado a los cinturones de Van Allen, los dos campos naturales de radiación de nuestro planeta. Norteamericanos y soviéticos se acusaron mutuamente de haber modificado el cinturón exterior hasta que, meses después, alarmados por las consecuencias, decidieron firmar los Tratados de Prohibición de Pruebas Nucleares en el Espacio.
El efecto que la bomba Starfish había provocado sobre los aparatos electrónicos despertó un profundo interés en los teóricos. En pocos años, ambas potencias nucleares trabajaron en la fabricación de armas capaces de producir aquel efecto; inutilizar las principales comunicaciones y servicios del enemigo.
Hoy en día, tanto estadounidenses como rusos poseen en sus arsenales armas capaces de producir el denominado “ataque de pulso electromagnético de gran altitud”, o “ataque HEMP”, consistente en la detonación de un arma nuclear lejos de la atmósfera terrestre. El estallido de uno de estos artefactos podría abarcar la superficie de un continente entero, causando un completo caos civil y militar en el área alcanzada por privación de los servicios esenciales (electricidad, agua potable, distribución alimentaria, comunicaciones, etc) durante un período de tiempo indefinido.
La explicación de su efecto está en la cantidad de rayos gamma y X que se liberan durante una explosión nuclear. La radiación gamma, sobre todo, es altamente penetrante e interactúa con la materia irradiando e ionizándolo todo, incluido el propio aire circundante. La radiación gamma se consume enseguida y crea un campo electromagnético zonal de kilómetros de diámetro.
Los seres vivos y los objetos no eléctricos son inmunes al ataque HEMP de manera directa, pero indirectamente les resulta fatal. Una sola de estas bombas desarticularía completamente las infraestructuras vitales de cualquier nación moderna, provocando el despoblamiento de las grandes ciudades y un número enorme de víctimas por hambre, epidemias, aniquilación económica y desestructuración social. Es dudoso que ningún país lograra sobrevivir a semejante situación como entidad social organizada.
La altitud a la que fueron detonadas, y su capacidad para generar pequeñas auroras, llevó a bautizar a estas armas con el poético nombre de “bombas del arco iris”.
Un pulso electromagnético o PEM es un campo electromagnético de alta intensidad y corta duración que puede ser generado por una emisión de energía electromagnética o por una fluctuación intensa de un campo magnético a causa del efecto Compton en electrones y fotoelectrones.
Es frecuente la generación de pulsos electromagnéticos en explosiones nucleares o impactos de meteoritos de gran tamaño, en cuyo caso la mayor parte de la energía del pulso electromagnético se distribuye en la banda de frecuencias de entre 3 Hz y 30 kHz. El pulso resultante pueden interferir en sistemas eléctricos y electrónicos provocando picos de tensión que pueden dañarlos.
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