“Es necesario comprender de un modo distinto y más perfecto el verdadero propósito de nuestra existencia en la Tierra y nuestros actos”
Václav Havel [2]
[4 de septiembre, 1997]
Permítanme darles una cordial bienvenida a la República Checa, a Praga y al Castillo de Praga. Gracias por aceptar esta invitación a la conferencia FORUM 2000, que se celebra aquí y ha sido posible especialmente gracias a las fundaciones que la patrocinan y organizan.
En primer lugar, quisiera expresar unas pocas palabras sobre nuestro país, esta ciudad y su Castillo. Probablemente por su ubicación en el corazón de Europa Central, desde tiempos inmemoriales, las Tierras Checas han sido el cruce de diversos intereses nacionales y corrientes de pensamiento. Ciertamente no es casual que tanto en la antigüedad como en la modernidad, grandes guerras se iniciaron en este sitio, y muchas otras culminaron, por ejemplo, la Guerra de los Treinta Años, más tarde durante el dictado de Munich, luego durante el golpe comunista de 1948 y el ataque de tropas del Pacto de Varsovia contra nuestro país en 1968.
Los acontecimientos en nuestro país sirvieron como prueba para todo Europa, una advertencia al continente y un desafío para redefinir sus valores fundamentales y demostrar coherentemente el coraje que estaba dispuesto a ejercer para defender esos valores. Quizás más importante que este destino político era lo que voy a llamar los antecedentes espirituales de nuestro país. El este y el oeste, el Catolicismo y el Protestantismo, la democracia y el totalitarismo, el republicanismo y el absolutismo monárquico, el misticismo y la ilustración, la dominación nacional y la prosperidad nacional, la tolerancia y el nacionalismo, el reconocimiento de un contexto global junto con el provincialismo y el aislamiento, el centro-europeísmo y un profundo interés tradicional en asuntos no-europeos, la egoísta falta de previsión y la increíble visión histórica, todos se han entrelazado y enfrentado durante décadas y siglos de un modo extraordinario.
El sorprendente modelo de lo que acabo de describir sobre nuestro país se denomina Praga. En la historia, esta ciudad con frecuencia ha sido el verdadero punto de convergencia de corrientes espirituales, como en el período de Rodolfo II; actualmente el tema de una gran exhibición que se celebra en Praga, una ciudad relacionada con la magia, el misterio, el encantamiento, el hechizo, especialmente por su multifacética historia que ha evolucionado a partir de la fusión de elementos judíos, checos, alemanes e italianos con otras influencias europeas que han dejado un sello imborrable y han invadido la atmósfera de la ciudad. El Castillo en donde hoy nos reunimos, es un punto central y dominante de Praga, una ciudad que a mi parecer pertenece más a Europa Central y a Europa que a la República Checa en sí. Con una consistencia casi enciclopédica, ha sido testigo relevante de la historia de la ciudad y del país, brindando una clara visión de los años pasados. También es y ha sido por muchos siglos el centro de nuestra vida, tanto espiritual como cultural.
Por todas estas razones, siento que la República Checa, Praga y el Castillo de Praga son el lugar más propicio para celebrar la reunión que comienza hoy. En dónde más podrían reunirse sabios de todo el mundo para juntos reflexionar, a lo largo de unos días, sobre el destino y el futuro de nuestra civilización común sino en un lugar de tantos acontecimientos históricos, un sitio que siempre ha sentido con profunda sensibilidad las amenazas latentes en contra de la humanidad y su cultura y también en contra de las esperanzas que el hombre debe estimular.
Nuestra conferencia realizará una serie de eventos similares organizados en el transcurso de los años por la fundación creada por Marion y Elie Wiesel, algunos de los cuales tuve el honor de presenciar. Es importante destacar sus rasgos únicos y particulares que, de algún modo, la distinguen de la serie que antes mencioné. Estoy haciendo referencia a las cuestiones incluidas en la agenda, no sólo en el marco externo de la conferencia y los eventos paralelos sino en su propósito por establecer una cierta tradición principalmente en el círculo de los invitados. Se han enviado invitaciones a la conferencia a cientos de personalidades prominentes de la vida pública, filósofos, expertos en ciencias políticas, científicos, autoridades religiosas e intelectuales de todas las regiones culturales y áreas de civilización del mundo contemporáneo. Lamentablemente no todos los invitados han podido asistir. Pero de todos modos, creo que ustedes, que sí pudieron venir a Praga, constituyen un brillante ejemplo de participación en las cuestiones más fundamentales del destino del mundo.
Antes de formar parte de la audiencia, quisiera expresar de un modo conciso mis expectativas personales para esta conferencia. Hoy en día, la humanidad reconoce el variado espectro de las amenazas que la acechan. Sabemos que la población de nuestro planeta está aumentando a pasos agigantados y que en un plazo relativamente corto quizás se incremente hasta superar los diez mil millones. Sabemos que será prácticamente imposible alimentar a tantas personas. Somos conscientes de que el existente y profundo abismo entre los ricos y los pobres de nuestro planeta podría acentuarse aún más debido al rápido crecimiento demográfico. Sabemos lo difícil que será para las personas de distintas nacionalidades y culturas convivir tan juntos y aglomerados; sabemos cuántos conflictos derivarán de esta situación. También somos conscientes de que la humanidad moderna ha estado destruyendo el medio ambiente del que depende su misma existencia; que está agotando los recursos energéticos no-renovables y otras riquezas del planeta, que sus actividades contribuyen al calentamiento global, a la acumulación de los gases que producen el efecto invernadero, al agrandamiento de los agujeros en la capa de ozono, que está afectando el equilibro de los ecosistemas. También sabemos acerca de los peligros que la misma humanidad crea mediante el desarrollo, la producción y proliferación de armas nucleares y armas de destrucción masiva. Por último, todos somos conscientes del actual y futuro incremento de los problemas sociales, el delito, el abuso de drogas y demás formas de exclusión y frustración humanas provocadas por la eventual concentración de personas en grandes aglomeraciones que destruyen a las comunidades y lazos naturales humanos. Podemos seguir escuchando este tipo de amenazas por horas, haciendo una descripción más detallada y rica en colores, explicando su profunda conexión. Se han escrito miles de libros sobre estas amenazas, algunos han llegado a debatirse en costosas cumbres globales.
Paradójicamente, aunque la humanidad contemporánea es consciente de estos peligros, no hace casi nada para confrontarlos o evitarlos. Es increíble como están hoy en día las personas preocupadas por todo tipo de diagnósticos. ¿No es usual que libros que demuestran contundentes pruebas de los desastres a los que nos dirigimos se conviertan en bestsellers? Y qué poco la gente los considera en sus actividades diarias. ¿Por cuántos años se han enseñado estas cuestiones en las escuelas? Sin embargo, ¡qué poco impacto causan en el comportamiento humano! ¿Acaso cada niño no sabe hoy en día que los recursos del planeta son limitados y que si se agotan más rápido de lo que se regeneran significa que desapareceremos? De todos modos seguimos sin parecer siquiera perturbados. Por el contrario, el aumento de la producción y su consumo constituyen la principal señal de una nación, no sólo de las naciones pobres en donde esos sentimientos podrían justificarse sino también de las naciones opulentas, cortando la rama en la que se sientan debido a su ideología de crecimiento desmedido y sin sentido.
No creo que sea el momento indicado, ahora, de señalar una y otra vez los peligros que nos esperan si toda la civilización mundial no cambia el rumbo. Hoy, lo más importante es estudiar las razones que llevan a la humanidad a permanecer inmóvil ante las amenazas que conoce profundamente y las razones por las que se deja llevar por una perpetua moción, sin que la afecte la autopercepción de esos peligros; incapaz de ser afectada.
Confío y espero que nuestra conferencia trate esta cuestión. En verdad, la condición necesaria de cualquier cambio para mejor es, en primer lugar, dar el nombre correcto a la situación que se debe modificar y luego analizar sus causas. Por supuesto, sería injusto negar la existencia de numerosos proyectos para la aversión a este peligro o para su limitación y también el hecho de que se han hechos arduos esfuerzos por implementar dichos proyectos. Sin embargo, los intentos en este rumbo tienen un rasgo en común: dejan de lado las tendencias básicas de desarrollo del que surgen las amenazas a las que me refiero y sólo regulan su impacto mediante instrumentos técnicos y administrativos.
Un ejemplo clásico de estos instrumentos son leyes, ordenanzas o tratados internacionales que estipulan la cantidad de contenido tóxico que un producto puede tener o la cantidad de desechos tóxicos puede generar una fábrica en el medio ambiente. No critico este tipo de salvaguardas contra los peligros, por el contrario, me alegra que al menos algo se esté haciendo. Sólo subrayo que éstos son trucos técnicos que reducen el impacto negativo de otras técnicas sin que dicha actividad reguladora tenga algún efecto en la esencia de la cuestión. Entonces, ¿cuál es la esencia de la cuestión? ¿Qué podría cambiar las tendencias de la civilización actual? ¿Qué podría detener la perpetua moción que hasta ahora no hemos podido controlar?
Estoy profundamente convencido de que la única alternativa es que el cambio se produzca en la esfera del espíritu, en la esfera de la conciencia humana, en la actitud del hombre hacia el mundo y su reconocimiento de él mismo y de su lugar en el orden de existencia. No basta con crear nuevas máquinas, nuevos reglamentos, nuevas instituciones. Es necesario comprender de un modo distinto y más perfecto el verdadero propósito de nuestra existencia en la Tierra y nuestros actos. Sólo mediante dicho reconocimiento podrán desarrollarse nuevos modelos de comportamiento, nuevas escalas de valores y objetivos de vida y finalmente imprimir un nuevo espíritu y significado en las regulaciones, tratados e instituciones específicas. En resumen, creo que será mejor comenzar por la cabeza y no por los pies. Por supuesto, quisiera saber si ustedes comparten esta convicción mía o quizás, basándose en su propia experiencia de vida, su conocimiento, sus creencias y su fe, quisieran agregar o especificar alguna cuestión en particular.
Una de las razones por las que creo que un verdadero cambio para mejor puede sólo derivar de cambios en la esfera del espíritu se desprende de una observación mía. Cuando observo alguno de los problemas de la civilización en cualquier parte del mundo, ya sea la tala de bosques tropicales, la intolerancia étnica o religiosa o la brutal destrucción del paisaje cultural que había llevado siglos conformar en algún punto al final de la larga cadena de causas que provocaron el problema en cuestión, siempre encuentro la misma razón: falta de responsabilidad ante y por el mundo.
Hay innumerables clases de responsabilidad consideradas más o menos acuciantes, muchas de las cuales varían según los individuos. Nos sentimos responsables ante y por nosotros mismos, por nuestra salud, por nuestro rendimiento, nuestro bienestar; nos sentimos responsables por nuestras familias, nuestras empresas, nuestras comunidades, nuestras profesiones, partidos políticos, iglesias, regiones, naciones o países, y en algún punto en estos sentimientos de responsabilidad hay, en todos nosotros, una pequeña sensación de responsabilidad por el mundo en su totalidad y su futuro.¿Acaso no sentimos que el mundo no termina en el momento en que morimos y que es incorrecto actuar como si no nos importara si todo se inunda después de nuestra partida? De todos modos, creo que esta última y profunda responsabilidad, que es la responsabilidad por el mundo, es muy baja por una serie de razones y es, en verdad, peligrosamente baja en el contexto de que el mundo hoy en día nunca ha estado más interconectado en su historia y que estamos viviendo un mismo destino global, por lo que cualquier cosa que suceda en alguna parte del planeta de algún modo u otro puede afectar la vida de todos.
Pero también vivimos en un mundo que pareciera legitimar todos los intereses particulares posibles e imposibles y que sin embargo también pareciera no poder legitimar apropiadamente los intereses universales, aquellos que van más allá del contexto de la familia, empresa, partido, estado o generación actual. Estos son principalmente aquellos intereses que podrían dominar el mundo interconectado de hoy en día, amenazado por múltiples civilizaciones. Aquellos que persiguen esos intereses, no superficial o verbalmente sino verdaderamente, se ven empujados hacia los márgenes de la sociedad como idealistas que se separan de las verdaderas cuestiones relevantes.
El mundo actual se encuentra dominado por grandes religiones cuyas diferencias parecen cada vez más evidentes con mayor perspicacidad, formando un telón de fondo de conflictos armados o políticos reales o potenciales. En mi opinión, este hecho, que atrae la atención de muchos observadores, oculta una circunstancia considerablemente más substanciosa: la civilización global contemporánea, dentro de la cual se percibe tensión en las áreas de religión individual, es en esencia profundamente atea. En rigor de verdad, es la primera civilización atea en la historia de la humanidad. Al mismo tiempo, es la primera civilización que abarca todo el planeta.
La razón por la que hago especial hincapié en este hecho espero que sea obvia: la naturaleza atea de esta civilización coincide profundamente con la búsqueda de intereses individuales y responsabilidades junto con las crisis de las responsabilidades globales.
¿Podría la humanidad que piensa sólo dentro de los límites de su campo visual y es incapaz de recordar también lo que yace más allá, ya sea en sentido temporal o espacial, no ser el resultado de la pérdida de certeza metafísica, puntos y horizontes en desaparición? ¿Podría la naturaleza de la actual civilización, con su falta de previsión, fuerte énfasis en el individuo como cabeza y amo de la creación, con su ilimitada confianza en la capacidad de la humanidad de abrazar el Universo por conocimiento racional, ser la manifestación natural de un fenómeno que, en términos simples, da por resultado la pérdida de Dios?
Más concretamente, la pérdida de respeto por el orden de la existencia de la que no somos los creadores sino meros componentes, por el significado o espíritu misterioso inherente que posee este orden, por su memoria capaz no sólo de registrar esa parte de nuestros actos ocultos a otros sino también registrarlos por toda la eternidad, es decir, evaluar nuestros actos desde la perspectiva de la eternidad. Quizás la cuestión de fondo es la crisis del respeto por el orden moral que se nos otorga de un ser superior, o simplemente la crisis del respeto por cualquier autoridad superior a nuestro ser mortal con sus intereses mundanos materiales y efímeros. Sucintamente, ¿no podríamos pensar que la crisis de responsabilidad por el mundo en su totalidad y su futuro es la consecuencia lógica de la concepción moderna del mundo como un complejo de fenómenos controlados por leyes científicamente identificables, formuladas por sólo Dios sabe qué propósito? Una concepción que no cuestiona el significado de la existencia y renuncia a cualquier tipo de metafísica o raíces metafísicas.
Por muchos años, he estado reflexionando sobre las cuestiones básicas y paradójicas de la civilización contemporánea y, en los últimos tiempos, tuve la oportunidad de identificar distintos aspectos de estos temas en varios países de todos los continentes. Sin que mi visión se vea bombardeada a priori por cualquier tipo de paradigma, me convenzo cada vez más de la validez de lo que acabo de subrayar. Es por eso que tengo especial interés en las opiniones de esta ilustre asamblea, en ver si refutan o complementan mi convicción.
Entre otras cosas, espero que esta conferencia me brinde a mí y a tantos otros una respuesta sobre si estoy equivocado o no cuando pienso que la crisis de la tan necesaria responsabilidad global es, en principio, causada por la falta de certeza de que el Universo, la naturaleza, la existencia y nuestras vidas son obra de la creación, guiadas por una intención definida, que posee un significado definido y persigue un propósito definido, y junto con esta certeza, la humildad de todos y cada uno hacia aquello que nos supera y nos rodea. Esta pérdida está acompañada por la pérdida del sentimiento de que lo que sea que hagamos debe estar sujeto al reconocimiento de un orden superior del que somos parte y al respeto por esta autoridad, en cuyo campo visual estamos permanentemente presentes.
Mencioné que la imagen del mundo actual refleja el predominio de grandes religiones que cumplen una función cada vez más importante, o mejor dicho, cuya ‘característica distintiva’ parece adquirir creciente importancia. Muchas personas perciben el desarrollo de conflictos entre estos distintos mundos religiosos como una de las amenazas que la humanidad enfrentará en el futuro.
Tras la caída del sistema colonial y el fin de la división bipolar del mundo, y debido a la explosión demográfica y la creciente confianza e influencia de varios países y continentes fuera de los límites de la dominante civilización euro-americana, la humanidad se une a un mundo cuyos rasgos característicos son la multipolaridad y el multiculturalismo.
Pareciera que cuanto más entrelazadas se encuentran las distintas civilizaciones, los grupos culturales y religiosos en una única civilización global –inevitablemente ejerciendo una influencia unificadora- más intentan confrontar dicho enlace enfatizando su soberanía, identidad inalienable, especificidad o simplemente características que los diferencian de los otros grupos. Es como si viviéramos en una época de acentuada distinción espiritual, religiosa y cultural. Esta creciente acentuación constituye otra gran amenaza al mundo.
Pero cómo hacer para restaurar en la mente humana una actitud compartida hacia lo superior si las personas en todas partes tienen una imagen distinta del ser supremo y sienten la necesidad de acentuar esa ‘característica distintiva’. ¿Tiene sentido intentar impulsar la mente humana hacia los cielos cuando dicho impulso sólo agravaría el conflicto entre las distintas deidades?
No soy experto en religiones pero, según lo que sé acerca de los principales cultos, según lo que he aprendido con el tiempo y en contacto directo con ellos, tengo la fuerte impresión de que tienen mucho más en común de lo que admiten o quieren admitir. Comenzando por el punto de partida, este mundo y nuestra existencia en él no es producto de una insignificante causalidad sino parte de un misterioso e integral acto cuyas fuentes, dirección y propósito no entendemos por completo. Todo esto parece unir los distintos sistemas religiosos al tiempo que los aspectos específicos de sus tradiciones, acentos, liturgias e interpretaciones constituyen un factor inmensamente importante aunque no dominante. Por otra parte, lo que considero dominante es la similitud de lo que las distintas religiones nos demandan como seres humanos y de qué modo nos perciben.
La última pregunta pero quizás la más importante que quisiera hacer es si la solución para esta confusa situación podría encontrarse en la verdadera búsqueda de lo que une a las distintas culturas y religiones, la búsqueda de fuentes comunes, principios, certezas, aspiraciones e imperativos, una búsqueda guiada por un propósito, y luego aplicar los medios adecuados a las necesidades de nuestro tiempo, para cultivar todos los aspectos de la convivencia humana y el cuidado del planeta del que depende nuestro destino de vida e infundir el espíritu de lo que quisiera llamar, si me permiten, el mínimo común espiritual y moral.
¿Creen que ésta podría ser una manera de detener esa moción perpetua y ciega que nos arrastra al infierno o la consideran poco realista e ingenua? ¿Estiman que dicha recuperación general y universal del espíritu humano y de la responsabilidad humana por el mundo, dicha ‘revolución existencial’ como alguna vez lo bauticé, podría estar causada por un impacto o desastre sin precedentes? O bien, ¿está dentro del alcance de los hombres inteligentes recuperarlos por su propia voluntad y unir sus fuerzas sin la necesidad de un impulso exterior? ¿Creen que las persuasivas palabras de los hombres sabios alcanzan para lograr lo que se ha descripto o necesitaríamos, como en el pasado, carismáticos profetas y modernos mecías o algún milagro histórico?
Me sorprendería escuchar de al menos dos de ustedes una respuesta idéntica a las muchas cuestiones generales que acabo de exponer. Sin embargo, no es nuestro objetivo lograr un acuerdo sobre algún contenido neutro o un compromiso y luego emitirlo como un manifiesto conjunto que nadie leería pues resulta demasiado impreciso. Dejaremos esa tarea para las conferencias y cumbres oficiales.
La agenda de esta asamblea es distinta pues presenta una oportunidad a sus participantes –un grupo verdaderamente variado- para que expresen, de un modo original e interesante, sus propias opiniones sobre los temas que sin dudas nos conciernen a todos y poder convertir ese intercambio mutuo de opiniones en un verdadero foro.
VÁCLAV HAVEL
[1] Fuente y derechos reservados: Celaforum.org
[2] Václav Havel (1936), Intelectual, escritor, dramaturgo y político checo, fue el último presidente de Checoslovaquia tras la caída del régimen comunista y el primer presidente de la República Checa, creada conjuntamente con la República de Eslovaquia, de la división de la primera dispuesta por decisión parlamentaria en 1993, cargo en el que permaneció durante 3 mandatos. Entre sus libros notables se encuentra el titulado: “El poder de los que no tienen poder”. Firmó asimismo con otros intelectuales la famosa “Carta 77” que pedía la adhesión de su país a la Declaración Universal de Derechos Humanos. Fue encarcelado durante el régimen comunista en su lucha por las libertades y en 1989 encabezó la llamada «Revolución de Terciopelo», que desmanteló la dictadura e instauró un régimen democrático, del que el propio Havel fue elegido presidente. Rosendo Fraga, Director del Centro de Estudios de Nueva Mayoría, ha dicho además sobre la personalidad del autor de este discurso, que: “Se trata de una personalidad singular, que… logr[ó] demostrar que el humanismo como valor central de un líder político, no está reñido con la globalización ni con la política, en momentos que parecen haberse deshumanizado. […] Alentó con entusiasmo y decisión, la incorporación de su país y su región a la OTAN y la Unión Europea y antes de dejar el cargo ha visto coronados con el éxito sus esfuerzos. […] Desde la segunda mitad de los años noventa, el campo de acción de Havel se universalizó. En 1997, convocó en el histórico Castillo de Praga, a la primera edición del “Foro 2000”, en el cual reunió a personalidades mundiales de diferentes países, continentes, culturas, religiones e ideologías, buscando promover el diálogo, el entendimiento, la comprensión y el consenso. […] El 20 de septiembre de 2002, en el discurso que pronunció en New York, ante graduados universitarios, que tituló Václav Havel: el Dramaturgo como Presidente, realiza un balance de su Presidencia a poco tiempo de finalizar el mandato en el que dice: “se acerca la época en que aquellos que me rodean, el mundo y mi propia conciencia ya no me preguntarán cuáles son mis ideales, ni me preguntarán qué deseo cumplir y cómo quiero cambiar el mundo, sino que comenzarán a preguntarme qué he logrado, qué ideales he cumplido y cuáles fueron los resultados, cómo quiero que sea mi legado y qué clase de mundo quiero dejar detrás de mí”. Dos meses después, tuvo a su cargo el discurso inaugural de la Cumbre de la OTAN que se reunió en Praga, en un momento que la lucha contra el terrorismo internacional y el eventual ataque a Irak ya dominaban la agenda internacional. Dijo entonces: “Entender a otras personas, otras culturas, otras costumbres y el esfuerzo de no despreciarles, sino construir junto a ellos una red de relaciones basadas en la igualdad obviamente no significa que deberíamos renunciar a nuestros propios criterios o normas y ocultar nuestra convicción para crear un clima agradable. Todo lo contrario: las verdaderas relaciones de amistad no se pueden apoyar en mentiras, solamente podrán crecer de una tierra fértil de sinceridad mutua”. […] (“EL LEGADO DE VÁCLAV HAVEL. El Presidente de la República Checa, Václav Havel deja su cargo tras trece años de ejercerlo”).
Václav Havel [2]
[4 de septiembre, 1997]
Permítanme darles una cordial bienvenida a la República Checa, a Praga y al Castillo de Praga. Gracias por aceptar esta invitación a la conferencia FORUM 2000, que se celebra aquí y ha sido posible especialmente gracias a las fundaciones que la patrocinan y organizan.
En primer lugar, quisiera expresar unas pocas palabras sobre nuestro país, esta ciudad y su Castillo. Probablemente por su ubicación en el corazón de Europa Central, desde tiempos inmemoriales, las Tierras Checas han sido el cruce de diversos intereses nacionales y corrientes de pensamiento. Ciertamente no es casual que tanto en la antigüedad como en la modernidad, grandes guerras se iniciaron en este sitio, y muchas otras culminaron, por ejemplo, la Guerra de los Treinta Años, más tarde durante el dictado de Munich, luego durante el golpe comunista de 1948 y el ataque de tropas del Pacto de Varsovia contra nuestro país en 1968.
Los acontecimientos en nuestro país sirvieron como prueba para todo Europa, una advertencia al continente y un desafío para redefinir sus valores fundamentales y demostrar coherentemente el coraje que estaba dispuesto a ejercer para defender esos valores. Quizás más importante que este destino político era lo que voy a llamar los antecedentes espirituales de nuestro país. El este y el oeste, el Catolicismo y el Protestantismo, la democracia y el totalitarismo, el republicanismo y el absolutismo monárquico, el misticismo y la ilustración, la dominación nacional y la prosperidad nacional, la tolerancia y el nacionalismo, el reconocimiento de un contexto global junto con el provincialismo y el aislamiento, el centro-europeísmo y un profundo interés tradicional en asuntos no-europeos, la egoísta falta de previsión y la increíble visión histórica, todos se han entrelazado y enfrentado durante décadas y siglos de un modo extraordinario.
El sorprendente modelo de lo que acabo de describir sobre nuestro país se denomina Praga. En la historia, esta ciudad con frecuencia ha sido el verdadero punto de convergencia de corrientes espirituales, como en el período de Rodolfo II; actualmente el tema de una gran exhibición que se celebra en Praga, una ciudad relacionada con la magia, el misterio, el encantamiento, el hechizo, especialmente por su multifacética historia que ha evolucionado a partir de la fusión de elementos judíos, checos, alemanes e italianos con otras influencias europeas que han dejado un sello imborrable y han invadido la atmósfera de la ciudad. El Castillo en donde hoy nos reunimos, es un punto central y dominante de Praga, una ciudad que a mi parecer pertenece más a Europa Central y a Europa que a la República Checa en sí. Con una consistencia casi enciclopédica, ha sido testigo relevante de la historia de la ciudad y del país, brindando una clara visión de los años pasados. También es y ha sido por muchos siglos el centro de nuestra vida, tanto espiritual como cultural.
Por todas estas razones, siento que la República Checa, Praga y el Castillo de Praga son el lugar más propicio para celebrar la reunión que comienza hoy. En dónde más podrían reunirse sabios de todo el mundo para juntos reflexionar, a lo largo de unos días, sobre el destino y el futuro de nuestra civilización común sino en un lugar de tantos acontecimientos históricos, un sitio que siempre ha sentido con profunda sensibilidad las amenazas latentes en contra de la humanidad y su cultura y también en contra de las esperanzas que el hombre debe estimular.
Nuestra conferencia realizará una serie de eventos similares organizados en el transcurso de los años por la fundación creada por Marion y Elie Wiesel, algunos de los cuales tuve el honor de presenciar. Es importante destacar sus rasgos únicos y particulares que, de algún modo, la distinguen de la serie que antes mencioné. Estoy haciendo referencia a las cuestiones incluidas en la agenda, no sólo en el marco externo de la conferencia y los eventos paralelos sino en su propósito por establecer una cierta tradición principalmente en el círculo de los invitados. Se han enviado invitaciones a la conferencia a cientos de personalidades prominentes de la vida pública, filósofos, expertos en ciencias políticas, científicos, autoridades religiosas e intelectuales de todas las regiones culturales y áreas de civilización del mundo contemporáneo. Lamentablemente no todos los invitados han podido asistir. Pero de todos modos, creo que ustedes, que sí pudieron venir a Praga, constituyen un brillante ejemplo de participación en las cuestiones más fundamentales del destino del mundo.
Antes de formar parte de la audiencia, quisiera expresar de un modo conciso mis expectativas personales para esta conferencia. Hoy en día, la humanidad reconoce el variado espectro de las amenazas que la acechan. Sabemos que la población de nuestro planeta está aumentando a pasos agigantados y que en un plazo relativamente corto quizás se incremente hasta superar los diez mil millones. Sabemos que será prácticamente imposible alimentar a tantas personas. Somos conscientes de que el existente y profundo abismo entre los ricos y los pobres de nuestro planeta podría acentuarse aún más debido al rápido crecimiento demográfico. Sabemos lo difícil que será para las personas de distintas nacionalidades y culturas convivir tan juntos y aglomerados; sabemos cuántos conflictos derivarán de esta situación. También somos conscientes de que la humanidad moderna ha estado destruyendo el medio ambiente del que depende su misma existencia; que está agotando los recursos energéticos no-renovables y otras riquezas del planeta, que sus actividades contribuyen al calentamiento global, a la acumulación de los gases que producen el efecto invernadero, al agrandamiento de los agujeros en la capa de ozono, que está afectando el equilibro de los ecosistemas. También sabemos acerca de los peligros que la misma humanidad crea mediante el desarrollo, la producción y proliferación de armas nucleares y armas de destrucción masiva. Por último, todos somos conscientes del actual y futuro incremento de los problemas sociales, el delito, el abuso de drogas y demás formas de exclusión y frustración humanas provocadas por la eventual concentración de personas en grandes aglomeraciones que destruyen a las comunidades y lazos naturales humanos. Podemos seguir escuchando este tipo de amenazas por horas, haciendo una descripción más detallada y rica en colores, explicando su profunda conexión. Se han escrito miles de libros sobre estas amenazas, algunos han llegado a debatirse en costosas cumbres globales.
Paradójicamente, aunque la humanidad contemporánea es consciente de estos peligros, no hace casi nada para confrontarlos o evitarlos. Es increíble como están hoy en día las personas preocupadas por todo tipo de diagnósticos. ¿No es usual que libros que demuestran contundentes pruebas de los desastres a los que nos dirigimos se conviertan en bestsellers? Y qué poco la gente los considera en sus actividades diarias. ¿Por cuántos años se han enseñado estas cuestiones en las escuelas? Sin embargo, ¡qué poco impacto causan en el comportamiento humano! ¿Acaso cada niño no sabe hoy en día que los recursos del planeta son limitados y que si se agotan más rápido de lo que se regeneran significa que desapareceremos? De todos modos seguimos sin parecer siquiera perturbados. Por el contrario, el aumento de la producción y su consumo constituyen la principal señal de una nación, no sólo de las naciones pobres en donde esos sentimientos podrían justificarse sino también de las naciones opulentas, cortando la rama en la que se sientan debido a su ideología de crecimiento desmedido y sin sentido.
No creo que sea el momento indicado, ahora, de señalar una y otra vez los peligros que nos esperan si toda la civilización mundial no cambia el rumbo. Hoy, lo más importante es estudiar las razones que llevan a la humanidad a permanecer inmóvil ante las amenazas que conoce profundamente y las razones por las que se deja llevar por una perpetua moción, sin que la afecte la autopercepción de esos peligros; incapaz de ser afectada.
Confío y espero que nuestra conferencia trate esta cuestión. En verdad, la condición necesaria de cualquier cambio para mejor es, en primer lugar, dar el nombre correcto a la situación que se debe modificar y luego analizar sus causas. Por supuesto, sería injusto negar la existencia de numerosos proyectos para la aversión a este peligro o para su limitación y también el hecho de que se han hechos arduos esfuerzos por implementar dichos proyectos. Sin embargo, los intentos en este rumbo tienen un rasgo en común: dejan de lado las tendencias básicas de desarrollo del que surgen las amenazas a las que me refiero y sólo regulan su impacto mediante instrumentos técnicos y administrativos.
Un ejemplo clásico de estos instrumentos son leyes, ordenanzas o tratados internacionales que estipulan la cantidad de contenido tóxico que un producto puede tener o la cantidad de desechos tóxicos puede generar una fábrica en el medio ambiente. No critico este tipo de salvaguardas contra los peligros, por el contrario, me alegra que al menos algo se esté haciendo. Sólo subrayo que éstos son trucos técnicos que reducen el impacto negativo de otras técnicas sin que dicha actividad reguladora tenga algún efecto en la esencia de la cuestión. Entonces, ¿cuál es la esencia de la cuestión? ¿Qué podría cambiar las tendencias de la civilización actual? ¿Qué podría detener la perpetua moción que hasta ahora no hemos podido controlar?
Estoy profundamente convencido de que la única alternativa es que el cambio se produzca en la esfera del espíritu, en la esfera de la conciencia humana, en la actitud del hombre hacia el mundo y su reconocimiento de él mismo y de su lugar en el orden de existencia. No basta con crear nuevas máquinas, nuevos reglamentos, nuevas instituciones. Es necesario comprender de un modo distinto y más perfecto el verdadero propósito de nuestra existencia en la Tierra y nuestros actos. Sólo mediante dicho reconocimiento podrán desarrollarse nuevos modelos de comportamiento, nuevas escalas de valores y objetivos de vida y finalmente imprimir un nuevo espíritu y significado en las regulaciones, tratados e instituciones específicas. En resumen, creo que será mejor comenzar por la cabeza y no por los pies. Por supuesto, quisiera saber si ustedes comparten esta convicción mía o quizás, basándose en su propia experiencia de vida, su conocimiento, sus creencias y su fe, quisieran agregar o especificar alguna cuestión en particular.
Una de las razones por las que creo que un verdadero cambio para mejor puede sólo derivar de cambios en la esfera del espíritu se desprende de una observación mía. Cuando observo alguno de los problemas de la civilización en cualquier parte del mundo, ya sea la tala de bosques tropicales, la intolerancia étnica o religiosa o la brutal destrucción del paisaje cultural que había llevado siglos conformar en algún punto al final de la larga cadena de causas que provocaron el problema en cuestión, siempre encuentro la misma razón: falta de responsabilidad ante y por el mundo.
Hay innumerables clases de responsabilidad consideradas más o menos acuciantes, muchas de las cuales varían según los individuos. Nos sentimos responsables ante y por nosotros mismos, por nuestra salud, por nuestro rendimiento, nuestro bienestar; nos sentimos responsables por nuestras familias, nuestras empresas, nuestras comunidades, nuestras profesiones, partidos políticos, iglesias, regiones, naciones o países, y en algún punto en estos sentimientos de responsabilidad hay, en todos nosotros, una pequeña sensación de responsabilidad por el mundo en su totalidad y su futuro.¿Acaso no sentimos que el mundo no termina en el momento en que morimos y que es incorrecto actuar como si no nos importara si todo se inunda después de nuestra partida? De todos modos, creo que esta última y profunda responsabilidad, que es la responsabilidad por el mundo, es muy baja por una serie de razones y es, en verdad, peligrosamente baja en el contexto de que el mundo hoy en día nunca ha estado más interconectado en su historia y que estamos viviendo un mismo destino global, por lo que cualquier cosa que suceda en alguna parte del planeta de algún modo u otro puede afectar la vida de todos.
Pero también vivimos en un mundo que pareciera legitimar todos los intereses particulares posibles e imposibles y que sin embargo también pareciera no poder legitimar apropiadamente los intereses universales, aquellos que van más allá del contexto de la familia, empresa, partido, estado o generación actual. Estos son principalmente aquellos intereses que podrían dominar el mundo interconectado de hoy en día, amenazado por múltiples civilizaciones. Aquellos que persiguen esos intereses, no superficial o verbalmente sino verdaderamente, se ven empujados hacia los márgenes de la sociedad como idealistas que se separan de las verdaderas cuestiones relevantes.
El mundo actual se encuentra dominado por grandes religiones cuyas diferencias parecen cada vez más evidentes con mayor perspicacidad, formando un telón de fondo de conflictos armados o políticos reales o potenciales. En mi opinión, este hecho, que atrae la atención de muchos observadores, oculta una circunstancia considerablemente más substanciosa: la civilización global contemporánea, dentro de la cual se percibe tensión en las áreas de religión individual, es en esencia profundamente atea. En rigor de verdad, es la primera civilización atea en la historia de la humanidad. Al mismo tiempo, es la primera civilización que abarca todo el planeta.
La razón por la que hago especial hincapié en este hecho espero que sea obvia: la naturaleza atea de esta civilización coincide profundamente con la búsqueda de intereses individuales y responsabilidades junto con las crisis de las responsabilidades globales.
¿Podría la humanidad que piensa sólo dentro de los límites de su campo visual y es incapaz de recordar también lo que yace más allá, ya sea en sentido temporal o espacial, no ser el resultado de la pérdida de certeza metafísica, puntos y horizontes en desaparición? ¿Podría la naturaleza de la actual civilización, con su falta de previsión, fuerte énfasis en el individuo como cabeza y amo de la creación, con su ilimitada confianza en la capacidad de la humanidad de abrazar el Universo por conocimiento racional, ser la manifestación natural de un fenómeno que, en términos simples, da por resultado la pérdida de Dios?
Más concretamente, la pérdida de respeto por el orden de la existencia de la que no somos los creadores sino meros componentes, por el significado o espíritu misterioso inherente que posee este orden, por su memoria capaz no sólo de registrar esa parte de nuestros actos ocultos a otros sino también registrarlos por toda la eternidad, es decir, evaluar nuestros actos desde la perspectiva de la eternidad. Quizás la cuestión de fondo es la crisis del respeto por el orden moral que se nos otorga de un ser superior, o simplemente la crisis del respeto por cualquier autoridad superior a nuestro ser mortal con sus intereses mundanos materiales y efímeros. Sucintamente, ¿no podríamos pensar que la crisis de responsabilidad por el mundo en su totalidad y su futuro es la consecuencia lógica de la concepción moderna del mundo como un complejo de fenómenos controlados por leyes científicamente identificables, formuladas por sólo Dios sabe qué propósito? Una concepción que no cuestiona el significado de la existencia y renuncia a cualquier tipo de metafísica o raíces metafísicas.
Por muchos años, he estado reflexionando sobre las cuestiones básicas y paradójicas de la civilización contemporánea y, en los últimos tiempos, tuve la oportunidad de identificar distintos aspectos de estos temas en varios países de todos los continentes. Sin que mi visión se vea bombardeada a priori por cualquier tipo de paradigma, me convenzo cada vez más de la validez de lo que acabo de subrayar. Es por eso que tengo especial interés en las opiniones de esta ilustre asamblea, en ver si refutan o complementan mi convicción.
Entre otras cosas, espero que esta conferencia me brinde a mí y a tantos otros una respuesta sobre si estoy equivocado o no cuando pienso que la crisis de la tan necesaria responsabilidad global es, en principio, causada por la falta de certeza de que el Universo, la naturaleza, la existencia y nuestras vidas son obra de la creación, guiadas por una intención definida, que posee un significado definido y persigue un propósito definido, y junto con esta certeza, la humildad de todos y cada uno hacia aquello que nos supera y nos rodea. Esta pérdida está acompañada por la pérdida del sentimiento de que lo que sea que hagamos debe estar sujeto al reconocimiento de un orden superior del que somos parte y al respeto por esta autoridad, en cuyo campo visual estamos permanentemente presentes.
Mencioné que la imagen del mundo actual refleja el predominio de grandes religiones que cumplen una función cada vez más importante, o mejor dicho, cuya ‘característica distintiva’ parece adquirir creciente importancia. Muchas personas perciben el desarrollo de conflictos entre estos distintos mundos religiosos como una de las amenazas que la humanidad enfrentará en el futuro.
Tras la caída del sistema colonial y el fin de la división bipolar del mundo, y debido a la explosión demográfica y la creciente confianza e influencia de varios países y continentes fuera de los límites de la dominante civilización euro-americana, la humanidad se une a un mundo cuyos rasgos característicos son la multipolaridad y el multiculturalismo.
Pareciera que cuanto más entrelazadas se encuentran las distintas civilizaciones, los grupos culturales y religiosos en una única civilización global –inevitablemente ejerciendo una influencia unificadora- más intentan confrontar dicho enlace enfatizando su soberanía, identidad inalienable, especificidad o simplemente características que los diferencian de los otros grupos. Es como si viviéramos en una época de acentuada distinción espiritual, religiosa y cultural. Esta creciente acentuación constituye otra gran amenaza al mundo.
Pero cómo hacer para restaurar en la mente humana una actitud compartida hacia lo superior si las personas en todas partes tienen una imagen distinta del ser supremo y sienten la necesidad de acentuar esa ‘característica distintiva’. ¿Tiene sentido intentar impulsar la mente humana hacia los cielos cuando dicho impulso sólo agravaría el conflicto entre las distintas deidades?
No soy experto en religiones pero, según lo que sé acerca de los principales cultos, según lo que he aprendido con el tiempo y en contacto directo con ellos, tengo la fuerte impresión de que tienen mucho más en común de lo que admiten o quieren admitir. Comenzando por el punto de partida, este mundo y nuestra existencia en él no es producto de una insignificante causalidad sino parte de un misterioso e integral acto cuyas fuentes, dirección y propósito no entendemos por completo. Todo esto parece unir los distintos sistemas religiosos al tiempo que los aspectos específicos de sus tradiciones, acentos, liturgias e interpretaciones constituyen un factor inmensamente importante aunque no dominante. Por otra parte, lo que considero dominante es la similitud de lo que las distintas religiones nos demandan como seres humanos y de qué modo nos perciben.
La última pregunta pero quizás la más importante que quisiera hacer es si la solución para esta confusa situación podría encontrarse en la verdadera búsqueda de lo que une a las distintas culturas y religiones, la búsqueda de fuentes comunes, principios, certezas, aspiraciones e imperativos, una búsqueda guiada por un propósito, y luego aplicar los medios adecuados a las necesidades de nuestro tiempo, para cultivar todos los aspectos de la convivencia humana y el cuidado del planeta del que depende nuestro destino de vida e infundir el espíritu de lo que quisiera llamar, si me permiten, el mínimo común espiritual y moral.
¿Creen que ésta podría ser una manera de detener esa moción perpetua y ciega que nos arrastra al infierno o la consideran poco realista e ingenua? ¿Estiman que dicha recuperación general y universal del espíritu humano y de la responsabilidad humana por el mundo, dicha ‘revolución existencial’ como alguna vez lo bauticé, podría estar causada por un impacto o desastre sin precedentes? O bien, ¿está dentro del alcance de los hombres inteligentes recuperarlos por su propia voluntad y unir sus fuerzas sin la necesidad de un impulso exterior? ¿Creen que las persuasivas palabras de los hombres sabios alcanzan para lograr lo que se ha descripto o necesitaríamos, como en el pasado, carismáticos profetas y modernos mecías o algún milagro histórico?
Me sorprendería escuchar de al menos dos de ustedes una respuesta idéntica a las muchas cuestiones generales que acabo de exponer. Sin embargo, no es nuestro objetivo lograr un acuerdo sobre algún contenido neutro o un compromiso y luego emitirlo como un manifiesto conjunto que nadie leería pues resulta demasiado impreciso. Dejaremos esa tarea para las conferencias y cumbres oficiales.
La agenda de esta asamblea es distinta pues presenta una oportunidad a sus participantes –un grupo verdaderamente variado- para que expresen, de un modo original e interesante, sus propias opiniones sobre los temas que sin dudas nos conciernen a todos y poder convertir ese intercambio mutuo de opiniones en un verdadero foro.
VÁCLAV HAVEL
[1] Fuente y derechos reservados: Celaforum.org
[2] Václav Havel (1936), Intelectual, escritor, dramaturgo y político checo, fue el último presidente de Checoslovaquia tras la caída del régimen comunista y el primer presidente de la República Checa, creada conjuntamente con la República de Eslovaquia, de la división de la primera dispuesta por decisión parlamentaria en 1993, cargo en el que permaneció durante 3 mandatos. Entre sus libros notables se encuentra el titulado: “El poder de los que no tienen poder”. Firmó asimismo con otros intelectuales la famosa “Carta 77” que pedía la adhesión de su país a la Declaración Universal de Derechos Humanos. Fue encarcelado durante el régimen comunista en su lucha por las libertades y en 1989 encabezó la llamada «Revolución de Terciopelo», que desmanteló la dictadura e instauró un régimen democrático, del que el propio Havel fue elegido presidente. Rosendo Fraga, Director del Centro de Estudios de Nueva Mayoría, ha dicho además sobre la personalidad del autor de este discurso, que: “Se trata de una personalidad singular, que… logr[ó] demostrar que el humanismo como valor central de un líder político, no está reñido con la globalización ni con la política, en momentos que parecen haberse deshumanizado. […] Alentó con entusiasmo y decisión, la incorporación de su país y su región a la OTAN y la Unión Europea y antes de dejar el cargo ha visto coronados con el éxito sus esfuerzos. […] Desde la segunda mitad de los años noventa, el campo de acción de Havel se universalizó. En 1997, convocó en el histórico Castillo de Praga, a la primera edición del “Foro 2000”, en el cual reunió a personalidades mundiales de diferentes países, continentes, culturas, religiones e ideologías, buscando promover el diálogo, el entendimiento, la comprensión y el consenso. […] El 20 de septiembre de 2002, en el discurso que pronunció en New York, ante graduados universitarios, que tituló Václav Havel: el Dramaturgo como Presidente, realiza un balance de su Presidencia a poco tiempo de finalizar el mandato en el que dice: “se acerca la época en que aquellos que me rodean, el mundo y mi propia conciencia ya no me preguntarán cuáles son mis ideales, ni me preguntarán qué deseo cumplir y cómo quiero cambiar el mundo, sino que comenzarán a preguntarme qué he logrado, qué ideales he cumplido y cuáles fueron los resultados, cómo quiero que sea mi legado y qué clase de mundo quiero dejar detrás de mí”. Dos meses después, tuvo a su cargo el discurso inaugural de la Cumbre de la OTAN que se reunió en Praga, en un momento que la lucha contra el terrorismo internacional y el eventual ataque a Irak ya dominaban la agenda internacional. Dijo entonces: “Entender a otras personas, otras culturas, otras costumbres y el esfuerzo de no despreciarles, sino construir junto a ellos una red de relaciones basadas en la igualdad obviamente no significa que deberíamos renunciar a nuestros propios criterios o normas y ocultar nuestra convicción para crear un clima agradable. Todo lo contrario: las verdaderas relaciones de amistad no se pueden apoyar en mentiras, solamente podrán crecer de una tierra fértil de sinceridad mutua”. […] (“EL LEGADO DE VÁCLAV HAVEL. El Presidente de la República Checa, Václav Havel deja su cargo tras trece años de ejercerlo”).
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