DISCURSO DEL PRESIDENTE EGIPCIO ANTE EL PARLAMENTO DE ISRAEL (Knesset) [1]
"Conseguir una paz permanente basada en la justicia"
Anwar el Sadat
[20 de Noviembre de 1977]
En el nombre de Dios, señor presidente de la Knesset, señoras y señores, permítanme en primer lugar expresarle mi honda gratitud al presidente de la Knesset por haberme concedido esta oportunidad de dirigirme a ustedes. Me presento hoy ante ustedes con firme convicción para dar forma a una nueva vida y para instaurar la paz. Todos amamos esta tierra, la tierra de Dios, todos: musulmanes, cristianos y judíos. Todos veneramos a Dios.
No culpo a todos los que recibieron mi decisión cuando la anuncié al mundo entero ante la Asamblea del Pueblo egipcia, no los culpo por haberla recibido con sorpresa e incluso con asombro. A algunos los tomó totalmente desprevenidos. Otros la interpretaron incluso como una decisión política para camuflar mis intenciones de emprender una nueva guerra. No obstante tomé esta decisión tras una larga reflexión, consciente de que constituye un riesgo inmenso, pues Dios Todopoderoso ha hecho que mi destino sea el de asumir la responsabilidad de agotar todos y cada uno de los medios en el intento por salvar a mi pueblo árabe egipcio y a la nación panárabe de nuevas guerras de dolor y destrucción.
Tras larga reflexión, me convencí de que ese compromiso de responsabilidad ante Dios y ante el pueblo hace que sea labor mía llegar hasta los rincones más remotos del mundo, incluso a Jerusalén, para dirigirme a los miembros de la Knesset, ponerlos al corriente de todos los hechos que me ocupan y dejar después que decidan por ustedes mismos. He asumido la carga de los requisitos previos de la responsabilidad histórica y, en consecuencia, el 4 de febrero de 1971 declaré estar dispuesto a firmar un acuerdo de paz con Israel.
¿Cómo podemos conseguir una paz permanente basada en la justicia? Bien, me presento ante ustedes con una respuesta clara y franca a esta gran pregunta, para que el pueblo de Israel, así como el mundo entero, pueda oírla. Antes de proclamarla, deseo asegurarles que mi respuesta clara y sincera está asentada en una serie de hechos innegables:
El primer hecho es que nadie puede construir su felicidad a costa de la desgracia de otros.
El segundo hecho: jamás he hablado, ni hablaré jamás, con dos discursos. Jamás he adoptado, ni adoptaré jamás, dos políticas. Nunca trato con nadie más que con un solo discurso, con una sola política y un solo rostro.
El tercer hecho: la confrontación directa es el método más inmediato y con mayor probabilidad de éxito para alcanzar un objetivo claro.
El cuarto hecho: el llamamiento a una paz justa y permanente, basada en el respeto por las resoluciones de las Naciones Unidas, se ha convertido en un llamamiento universal.
El quinto hecho, y puede que éste sea el más claro y destacado, es que la nación árabe, en su voluntad por alcanzar la paz permanente basada en la justicia, no parte de una posición de debilidad. Al contrario, posee el poder y la estabilidad necesarios para un sincero deseo de paz.
En nombre de la honestidad debo comunicarles lo siguiente: en primer lugar, no he venido aquí para obtener un acuerdo por separado entre Egipto e Israel. Eso no forma parte de la política egipcia, este problema no es entre Egipto e Israel. En segundo lugar, no me presento ante ustedes en busca de una paz parcial, esto es, para poner fin al estado de belicosidad en esta etapa y postergar el problema completo para una etapa subsiguiente. Esta no es la solución radical que nos conduciría a una paz permanente. De igual modo, no me presento ante ustedes por un tercer acuerdo de retirada del Sinaí, ni del Golán, ni de Cisjordania. Me presento ante ustedes para que logremos construir una paz duradera basada en la justicia, para evitar el derramamiento de una sola gota más de sangre.
¿Qué significa la paz para Israel? Significa que Israel conviva con sus vecinos árabes de la región con seguridad y garantías. ¿Es eso lógico? Yo digo que sí. Significa que Israel viva dentro de sus fronteras, seguro ante cualquier agresión. ¿Es eso lógico? Yo digo que sí. Significa que Israel obtenga todo tipo de garantías que le aseguren estos dos factores. A esta petición, yo digo sí. Más allá de esto, declaramos que aceptamos todas las garantías internacionales que ustedes conciban y acepten.
Existen factores que deberían arrostrarse con valentía y claridad. Israel ha ocupado y sigue ocupando por la fuerza territorios árabes. Insistimos en la completa retirada de estos territorios, incluido el Jerusalén árabe. He venido a Jerusalén, la ciudad de la paz, que siempre será prueba viviente de la coexistencia entre creyentes de las tres religiones. Es inadmisible que nadie pueda concebir la condición especial de la ciudad de Jerusalén en el marco de la anexión o del expansionismo. Debería ser una ciudad libre y abierta para todos los creyentes. Déjenme que les diga que no me presento ante ustedes para hacerles la petición de que sus tropas evacuen los territorios ocupados. La retirada completa de los territorios árabes ocupados después de 1967 es un hecho lógico e incontestable. Nadie debería suplicar por ello. Cualquier conversación acerca de la paz permanente basada en la justicia y de cualquier medida para asegurar nuestra coexistencia en paz y seguridad en esta parte del mundo acabará careciendo de sentido mientras ustedes sigan ocupando territorios árabes por la fuerza de las armas.
Así pues, no hay paz que pueda construirse sobre la ocupación de la tierra de otros, de lo contrario no sería una paz seria. No obstante, ésta es una conclusión obvia e irrebatible si las intenciones son sinceras y los intentos de establecer una paz justa y duradera para sus generaciones venideras y las nuestras son genuinos.
En cuanto a la causa palestina, nadie podría negar que es la clave de todo el problema. No hay nadie en el mundo capaz de aceptar hoy los eslóganes que se propagan aquí en Israel, que hacen caso omiso a la existencia del pueblo palestino y ponen incluso en duda su paradero. Puesto que hoy ya nadie niega la realidad del pueblo palestino ni sus derechos legítimos. Incluso Estados Unidos de América, su primer aliado, que está absolutamente comprometido con la salvaguarda de la seguridad y la existencia de Israel, y que ofreció y sigue ofreciendo a Israel todo el apoyo militar, material y moral. Digo que incluso Estados Unidos ha optado por enfrentarse a la realidad y admitir que el pueblo palestino tiene derechos legítimos, que el problema palestino es la causa y la esencia del conflicto y que, mientras continúe sin resolverse, el conflicto seguirá agravándose hasta alcanzar nuevas dimensiones. Pasar por alto o dejar de lado esta causa es un grave error de consecuencias impredecibles.
No me permitiré ahondar en acontecimientos pasados como la declaración Balfour, de hace 60 años. De sobra conocen ustedes este relevante texto. Puesto que han encontrado la justificación legal y moral de constituir un hogar nacional en una tierra que no les pertenecía, les corresponde mostrar comprensión ante la insistencia del pueblo de Palestina para que se proclame de nuevo un Estado en su territorio. Cuando algunos extremistas piden a los palestinos que abandonen su objetivo supremo, les están pidiendo, de hecho, que renuncien a su identidad y a toda esperanza de futuro. Aclamo las voces israelíes que pidieron el reconocimiento del derecho del pueblo palestino a conseguir y salvaguardar la paz. Aquí les digo, señoras y señores, que de nada sirve negarse a reconocer al pueblo palestino y su derecho a constituir un Estado, así como su derecho al regreso. Deben afrontar esta realidad con valentía, como he hecho yo. La paz no puede durar si se continúan intentando imponer conceptos fantasiosos a los que el mundo ha dado la espalda. Concibamos juntos un acuerdo de paz basado en los siguientes puntos:
• El fin de la ocupación de los territorios árabes tomados en 1967.
• La obtención por parte del pueblo palestino de sus derechos fundamentales y su derecho a la autodeterminación, incluido el derecho a proclamar su Estado.
• El derecho de todos los Estados de la zona a vivir en paz dentro de sus fronteras, unas fronteras seguras, consolidadas y garantizadas mediante procedimientos que habrán de convenirse.
• El compromiso de todos los Estados de la zona a administrar las relaciones entre sí de acuerdo con los objetivos y los principios de la Carta de las Naciones Unidas. En especial los principios que se refieren a la no utilización de la fuerza y a la solución de diferencias por medios pacíficos.
• El fin del estado de guerra en la zona.
He decidido presentar ante ustedes, en su patria, las realidades, sin ningún plan y sin ningún capricho, sino para que juntos ganemos la batalla por la paz permanente basada en la justicia. No es sólo mi batalla. Tampoco es sólo la batalla de los dirigentes israelíes. Es la batalla de todos y cada uno de los ciudadanos de todos nuestros territorios, cuyo derecho es el de vivir en paz. Es el compromiso de conciencia y de responsabilidad que millones de personas albergan en sus corazones. He venido aquí a entregar un mensaje. El mensaje ha sido entregado y que Dios sea mi testigo.
ANWAR EL SADAT
[1] Este discurso histórico comenzó un cambio de la historia Medio Oriente en las siguientes décadas. Por un lado favoreció un dialogo coronado en los acuerdos de Camp Davis (1979), que puso fin a la guerra entre los dos países y permitió el regreso de Egipto a la Península de Sinaí. Y más luego con los Acuerdos de Oslo donde se acordó el establecimiento de un régimen palestino autónomo en Gaza y Cisjordania.
"Conseguir una paz permanente basada en la justicia"
Anwar el Sadat
[20 de Noviembre de 1977]
En el nombre de Dios, señor presidente de la Knesset, señoras y señores, permítanme en primer lugar expresarle mi honda gratitud al presidente de la Knesset por haberme concedido esta oportunidad de dirigirme a ustedes. Me presento hoy ante ustedes con firme convicción para dar forma a una nueva vida y para instaurar la paz. Todos amamos esta tierra, la tierra de Dios, todos: musulmanes, cristianos y judíos. Todos veneramos a Dios.
No culpo a todos los que recibieron mi decisión cuando la anuncié al mundo entero ante la Asamblea del Pueblo egipcia, no los culpo por haberla recibido con sorpresa e incluso con asombro. A algunos los tomó totalmente desprevenidos. Otros la interpretaron incluso como una decisión política para camuflar mis intenciones de emprender una nueva guerra. No obstante tomé esta decisión tras una larga reflexión, consciente de que constituye un riesgo inmenso, pues Dios Todopoderoso ha hecho que mi destino sea el de asumir la responsabilidad de agotar todos y cada uno de los medios en el intento por salvar a mi pueblo árabe egipcio y a la nación panárabe de nuevas guerras de dolor y destrucción.
Tras larga reflexión, me convencí de que ese compromiso de responsabilidad ante Dios y ante el pueblo hace que sea labor mía llegar hasta los rincones más remotos del mundo, incluso a Jerusalén, para dirigirme a los miembros de la Knesset, ponerlos al corriente de todos los hechos que me ocupan y dejar después que decidan por ustedes mismos. He asumido la carga de los requisitos previos de la responsabilidad histórica y, en consecuencia, el 4 de febrero de 1971 declaré estar dispuesto a firmar un acuerdo de paz con Israel.
¿Cómo podemos conseguir una paz permanente basada en la justicia? Bien, me presento ante ustedes con una respuesta clara y franca a esta gran pregunta, para que el pueblo de Israel, así como el mundo entero, pueda oírla. Antes de proclamarla, deseo asegurarles que mi respuesta clara y sincera está asentada en una serie de hechos innegables:
El primer hecho es que nadie puede construir su felicidad a costa de la desgracia de otros.
El segundo hecho: jamás he hablado, ni hablaré jamás, con dos discursos. Jamás he adoptado, ni adoptaré jamás, dos políticas. Nunca trato con nadie más que con un solo discurso, con una sola política y un solo rostro.
El tercer hecho: la confrontación directa es el método más inmediato y con mayor probabilidad de éxito para alcanzar un objetivo claro.
El cuarto hecho: el llamamiento a una paz justa y permanente, basada en el respeto por las resoluciones de las Naciones Unidas, se ha convertido en un llamamiento universal.
El quinto hecho, y puede que éste sea el más claro y destacado, es que la nación árabe, en su voluntad por alcanzar la paz permanente basada en la justicia, no parte de una posición de debilidad. Al contrario, posee el poder y la estabilidad necesarios para un sincero deseo de paz.
En nombre de la honestidad debo comunicarles lo siguiente: en primer lugar, no he venido aquí para obtener un acuerdo por separado entre Egipto e Israel. Eso no forma parte de la política egipcia, este problema no es entre Egipto e Israel. En segundo lugar, no me presento ante ustedes en busca de una paz parcial, esto es, para poner fin al estado de belicosidad en esta etapa y postergar el problema completo para una etapa subsiguiente. Esta no es la solución radical que nos conduciría a una paz permanente. De igual modo, no me presento ante ustedes por un tercer acuerdo de retirada del Sinaí, ni del Golán, ni de Cisjordania. Me presento ante ustedes para que logremos construir una paz duradera basada en la justicia, para evitar el derramamiento de una sola gota más de sangre.
¿Qué significa la paz para Israel? Significa que Israel conviva con sus vecinos árabes de la región con seguridad y garantías. ¿Es eso lógico? Yo digo que sí. Significa que Israel viva dentro de sus fronteras, seguro ante cualquier agresión. ¿Es eso lógico? Yo digo que sí. Significa que Israel obtenga todo tipo de garantías que le aseguren estos dos factores. A esta petición, yo digo sí. Más allá de esto, declaramos que aceptamos todas las garantías internacionales que ustedes conciban y acepten.
Existen factores que deberían arrostrarse con valentía y claridad. Israel ha ocupado y sigue ocupando por la fuerza territorios árabes. Insistimos en la completa retirada de estos territorios, incluido el Jerusalén árabe. He venido a Jerusalén, la ciudad de la paz, que siempre será prueba viviente de la coexistencia entre creyentes de las tres religiones. Es inadmisible que nadie pueda concebir la condición especial de la ciudad de Jerusalén en el marco de la anexión o del expansionismo. Debería ser una ciudad libre y abierta para todos los creyentes. Déjenme que les diga que no me presento ante ustedes para hacerles la petición de que sus tropas evacuen los territorios ocupados. La retirada completa de los territorios árabes ocupados después de 1967 es un hecho lógico e incontestable. Nadie debería suplicar por ello. Cualquier conversación acerca de la paz permanente basada en la justicia y de cualquier medida para asegurar nuestra coexistencia en paz y seguridad en esta parte del mundo acabará careciendo de sentido mientras ustedes sigan ocupando territorios árabes por la fuerza de las armas.
Así pues, no hay paz que pueda construirse sobre la ocupación de la tierra de otros, de lo contrario no sería una paz seria. No obstante, ésta es una conclusión obvia e irrebatible si las intenciones son sinceras y los intentos de establecer una paz justa y duradera para sus generaciones venideras y las nuestras son genuinos.
En cuanto a la causa palestina, nadie podría negar que es la clave de todo el problema. No hay nadie en el mundo capaz de aceptar hoy los eslóganes que se propagan aquí en Israel, que hacen caso omiso a la existencia del pueblo palestino y ponen incluso en duda su paradero. Puesto que hoy ya nadie niega la realidad del pueblo palestino ni sus derechos legítimos. Incluso Estados Unidos de América, su primer aliado, que está absolutamente comprometido con la salvaguarda de la seguridad y la existencia de Israel, y que ofreció y sigue ofreciendo a Israel todo el apoyo militar, material y moral. Digo que incluso Estados Unidos ha optado por enfrentarse a la realidad y admitir que el pueblo palestino tiene derechos legítimos, que el problema palestino es la causa y la esencia del conflicto y que, mientras continúe sin resolverse, el conflicto seguirá agravándose hasta alcanzar nuevas dimensiones. Pasar por alto o dejar de lado esta causa es un grave error de consecuencias impredecibles.
No me permitiré ahondar en acontecimientos pasados como la declaración Balfour, de hace 60 años. De sobra conocen ustedes este relevante texto. Puesto que han encontrado la justificación legal y moral de constituir un hogar nacional en una tierra que no les pertenecía, les corresponde mostrar comprensión ante la insistencia del pueblo de Palestina para que se proclame de nuevo un Estado en su territorio. Cuando algunos extremistas piden a los palestinos que abandonen su objetivo supremo, les están pidiendo, de hecho, que renuncien a su identidad y a toda esperanza de futuro. Aclamo las voces israelíes que pidieron el reconocimiento del derecho del pueblo palestino a conseguir y salvaguardar la paz. Aquí les digo, señoras y señores, que de nada sirve negarse a reconocer al pueblo palestino y su derecho a constituir un Estado, así como su derecho al regreso. Deben afrontar esta realidad con valentía, como he hecho yo. La paz no puede durar si se continúan intentando imponer conceptos fantasiosos a los que el mundo ha dado la espalda. Concibamos juntos un acuerdo de paz basado en los siguientes puntos:
• El fin de la ocupación de los territorios árabes tomados en 1967.
• La obtención por parte del pueblo palestino de sus derechos fundamentales y su derecho a la autodeterminación, incluido el derecho a proclamar su Estado.
• El derecho de todos los Estados de la zona a vivir en paz dentro de sus fronteras, unas fronteras seguras, consolidadas y garantizadas mediante procedimientos que habrán de convenirse.
• El compromiso de todos los Estados de la zona a administrar las relaciones entre sí de acuerdo con los objetivos y los principios de la Carta de las Naciones Unidas. En especial los principios que se refieren a la no utilización de la fuerza y a la solución de diferencias por medios pacíficos.
• El fin del estado de guerra en la zona.
He decidido presentar ante ustedes, en su patria, las realidades, sin ningún plan y sin ningún capricho, sino para que juntos ganemos la batalla por la paz permanente basada en la justicia. No es sólo mi batalla. Tampoco es sólo la batalla de los dirigentes israelíes. Es la batalla de todos y cada uno de los ciudadanos de todos nuestros territorios, cuyo derecho es el de vivir en paz. Es el compromiso de conciencia y de responsabilidad que millones de personas albergan en sus corazones. He venido aquí a entregar un mensaje. El mensaje ha sido entregado y que Dios sea mi testigo.
ANWAR EL SADAT
[1] Este discurso histórico comenzó un cambio de la historia Medio Oriente en las siguientes décadas. Por un lado favoreció un dialogo coronado en los acuerdos de Camp Davis (1979), que puso fin a la guerra entre los dos países y permitió el regreso de Egipto a la Península de Sinaí. Y más luego con los Acuerdos de Oslo donde se acordó el establecimiento de un régimen palestino autónomo en Gaza y Cisjordania.
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