abril 12, 2010

Discurso de Perón de cierre de la campaña electoral de 1973

DISCURSO POR RADIO Y TELEVISION, PRONUNCIADO AL CIERRE DE LA CAMPAÑA ELECTORAL AL CIERRE DE LA CAMPAÑA ELECTORAL, COMO CANDIDATO DEL FREJULI, PARA LOS COMICIOS DEL 23/9/1973
Juan Domingo Perón
[21 de Septiembre de 1973]

Desde que las circunstancias que yo no busqué me han colocado en la situación de tener que afrontar una nueva y grave responsabilidad, deseo hacer llegar a todos los argentinos, y muy especialmente a los compañeros, algunos pensamientos dirigidos a fijar la orientación general que ha de seguir nuestro movimiento, en el caso de que los comicios nos sean favorables.
No es un secreto para nadie que en el ambiente nacional se mueven factores de perturbación que, en nombre de las tendencias más dispares, provocan hechos a veces inconcebibles si se piensa en beneficio de la comunidad. Tales factores obedecen simplemente a dos tendencias perfectamente determinadas: una, el aumento exagerado de la delincuencia común; otra, el designio de una perturbación política y aun económica muchas veces inconfesable; todas, sin embargo, aparecen algunas veces coordinadas mediante una acción solapada y otras abierta, donde se percibe la influencia foránea del imperialismo, que no ha dejado de trabajar en contra de los gobiernos libremente elegidos por los pueblos, para apoyar por todos los medios a las dictaduras.
Todo ello es el producto de una descomposición preconcebida, que comienza con la destrucción del hombre en todos los estamentos nacionales y continúa con la destrucción del Estado. Nada de cuanto está ocurriendo diariamente obedece a otra causa que una destrucción que se ha venido operando a lo largo de los años y de los hechos que el país ha vivido fuera de los cauces de una comunidad organizada, que busque practicar una democracia adaptada a los tiempos que nos toca vivir.
Creada esta situación por demás desafortunada, han proliferado los designios naturales de un mundo que en su evolución compulsa las tendencias más dispares, que a veces no responden ni a la realidad de la evolución ni a las posibilidades y conveniencias que el país reclama; pero por sobre ellas el sentido común nos está marcando una realidad insoslayable, a la que no pueden escapar ni siquiera los que se esfuerzan por alterar el orden natural de las cosas.
El movimiento nacional que ha nucleado el Frente Justicialista de Liberación pretende neutralizar los desvaríos de las distintas fuerzas que en lo interno y en lo externo se esfuerzan por desviar, política o ideológicamente, la marcha de un país que no sólo anhela cumplir su destino sino que pretende hacerlo dentro de la evolución natural que la humanidad está marcando para un futuro lleno de amenazas y peligros.
Por eso, pensamos que es nuestro deber en el presente reconstruir lo destruido y preparar un mejor futuro inmediato para que en una nación realizada cada argentino pueda intentar su propia realización. De ello se infiere la perentoria necesidad de unirnos y organizarnos para recién entonces lanzarnos decididamente a la Reconstrucción y Liberación de una Patria evidentemente desquiciada; nada podríamos lograr operando con un instrumento inorgánico y anárquico, como no fuera una revolución destinada al fracaso.
Desde que la revolución que anhelamos cumplir ha de ser para los argentinos, nada será más lógico que sea lograda por todos los argentinos, solidariamente unidos en tal empeño. Nada ha de ser despreciable cuando tal unidad sea lograda, porque sólo la unidad nacional organizada puede consolidar y dar permanencia a las nuevas estructuras que tratamos de adoptar para ponernos a tono con una evolución violenta y acelerada que los tiempos imponen, en un mundo en el que permanecer inactivo es casi resignarse a la desgracia.
El movimiento nacional que propugnamos tiene su ideología y su doctrina, tan lejana del demoliberalismo perimido como de la ultraizquierda, tan en pugna con la evolución y necesidades del tiempo presente en una nación joven como la nuestra. Por eso pretendemos actuar tan lejos de uno como de otro de los imperialismos dominantes, y anhelamos construir una Patria Justa, Libre y Soberana, en la que cada argentino puede vivir y realizarse en libertad plena, trabajando por el destino común. Nuestro pueblo tiene en el pasado evidencias fehacientes de nuestras intenciones y designios que ni han cedido ante la acción destructora del tiempo ni se han rendido ante el ataque despiadado de nuestros enemigos de adentro y de afuera. También nosotros hemos aprendido con una experiencia que tan cara nos ha costado, y hoy tenemos firme en la mente no un revanchismo destructivo, que hemos presenciado entristecidos, sino la necesidad de superar pasiones insanas en aras del bien común de la Patria, que ha de ser el objetivo supremo de todos los argentinos.
Estamos rodeados de acechanzas, y cuando vemos sucumbir a nuestros vecinos que como nosotros ansían liberarse, tenemos que poner las barbas en remojo. El ejemplo de Chile ha de ser valioso para todos nosotros, porque el mundo del presente se conjuga más en todas las fronteras que en el interior vernáculo, que en un tiempo pudo ser refugio para la nacionalidad que hoy, amenazada por la acción de los imperialismos, ha dejado de ser invulnerable a la conquista y la dependencia. Por éstas y muchas otras circunstancias que omito en beneficio de la brevedad, deseo llegar a todos los argentinos, cualquiera sea su matiz político, con la más sincera exhortación a que se reflexione con miras a esa comprensión indispensable que nos permitía a todos encarar mancomunadamente las soluciones previas, sin las cuales nada se podrá lograr en verdadero provecho de la comunidad.
Es indiscutible que dentro de la situación en que se vive y en la que se han alterado gravemente los principios fundamentales del orden y la convivencia, reemplazados por un activismo no siempre justificado ni constructivo, el Estado se ve precisado a recurrir a un rigor que nosotros preferiríamos sustituir por la persuasión, que siempre resulta más efectiva cuando media la comprensión y la buena voluntad.
Por eso entendemos que el nuevo gobierno ha de encarar soluciones en una situación de verdadera emergencia nacional, que obliga lógicamente al ejercicio de un gobierno también de emergencia, en el que será preciso comenzar por la normalización del Estado, gravemente descompuesto en sus instituciones fundamentales. En el futuro la lucha deberá ser reemplazada por una efectiva y racional colaboración de todos los argentinos, si es que realmente queremos alcanzar las soluciones que están en todas las bocas, aunque no sé si en todos los corazones. Así como cada argentino tiene el derecho de vivir en seguridad y pacíficamente, y el gobierno tiene el irrenunciable deber de asegurarlo, no es menos cierto que la ciudadanía ha de cooperar en lo que de ella dependa para que tales circunstancias puedan cumplirse en orden y tranquilidad.
Por eso ni es concebible ni puede aceptarse como natural la existencia de fuerzas organizadas para imponer designios de sectores extraños por medios violentos, mientras el resto de la ciudadanía desarmada debe asistir indefensa al atropello y al delito. En tales casos no puede esperarse de la acción gubernamental sino la imposición de la ley por el medio que sea. De ello se infiere que tales organizaciones han de colocarse cuanto antes dentro de la ley o han de ser sometidas aunque sea por la fuerza, como deber ineludible del gobierno.
No es menos importante considerar que, así como esos grupos de perturbación del campo político desarrollan sus actividades fuera de la ley y contra el resto de la ciudadanía, otros grupos económicos no menos perturbadores se empeñan en lograrlo a costa de las necesidades primarias de la población, resultando así el enemigo común. Si todo negocio o comercio lícito ha de ser amparado y protegido por el Estado, no es menos cierto que todo acto ilícito en este terreno ha de ser castigado por las leyes de la Nación, que el gobierno está en la obligación de aplicar.
La clase trabajadora argentina ha dado pruebas irrefutables de su madurez, de su paciencia y de su tolerancia durante largos años de necesidades insatisfechas y abusos incalificables. Está en consecuencia libre de toda acusación de avaricia cuando reclama para sí una mayor participación en el producto del trabajo común. Como es indiscutible el derecho que ella tiene a la defensa de sus intereses profesionales y a las aspiraciones de una vida mejor. Es preciso entender que hoy gobernar es crear trabajo, porque no es concebible que en un país como el nuestro, donde todo está por hacerse, exista un millón de hombres que no tienen ocupación.
Dentro de estas breves consideraciones no puedo eludir tratar lo concerniente a la juventud, que representa el futuro de la Patria por el cual estamos luchando hace ya tantos años. Se ha dicho y con razón que los pueblos que olvidan a su juventud renuncian a su porvenir. Nosotros tenemos la fortuna de disponer de una juventud templada en la lucha y formada en el sacrificio que esa lucha impone, y es indudable que ésta es la mejor escuela para la formación de hombres. Es a influjo de esa experiencia activa que nuestra juventud madura y se capacita para un futuro que no se ha de desarrollar en un lecho de rosas.
El mundo en que deberán actuar no será nada fácil, y ellos tienen la responsabilidad de enfrentar el destino nacional en las circunstancias tal vez más azarosas que hayamos podido entrever. Todo indica, entonces, la necesidad de capacitarse moral e intelectualmente, para enfrentar un destino que sólo puede ser superado por una juventud calificada por todas las virtudes y capacitada para luchar hasta las últimas consecuencias.
Hemos tratado, en cuanto de nosotros ha dependido, de inculcar una doctrina nacional que, a la vez de contemplar la evolución general, ha incidido particularmente en las posibilidades y necesidades que intrínsecamente corresponden a los objetivos de la argentinidad. Pero para que esa juventud pueda ofrecer a la Patria el tributo de sus calidades y cualidades es preciso que se someta a una organización que a la vez que sea garantía de éxito en su empeño, lo sea también para la Nación que en un futuro ya inmediato necesitará de su esfuerzo y aun de sus sacrificios. Como la masa juvenil organizada no ha de valer sólo por su número, será preciso realizar la capacitación de sus cuadros y encuadramiento, verdadero factor determinante del valor real de toda agrupación. Esa es la tarea que queda por realizar, y en ella nosotros, los viejos, tenemos la obligación de pasar a esa juventud el margen de experiencia que poseamos para que, aparejada a la decisión, la energía y el entusiasmo de la juventud, pueda rendir a la Patria todo lo que ésta tiene derecho a exigirle.
Para que todo ello pueda ser realizado racionalmente y con provecho cierto, es preciso también que la juventud se persuada de que la lucha activa ha terminado y que comienza otra lucha no menos importante por la Reconstrucción y la Liberación de la Patria, en la que hay que llegar a la unidad nacional cohesionada con una solidaridad de todos los argentinos que sea garantía de una paz indispensable para la Reconstrucción.
Yo tengo una profunda fe en los valores de nuestra juventud. Falta ahora que todos nos pongamos en la tarea de facilitar a esa juventud el acceso natural a las funciones que biológicamente le corresponden en el trasvasamiento generacional, sin el cual todo puede envejecer y aún morir. Durante este gobierno de emergencia se deberá en gran parte realizar el cambio generacional que nos permita a los viejos morir con la sensación de haber cumplido también con este deber.
Así como el dirigente nace y no se hace, no es menos cierto que el genio es también trabajo. Las comunidades no valen tanto por sus riquezas ni por el número de sus habitantes, como por la capacidad de los dirigentes que las encuadran y conducen.
De ello ha de inferirse la importancia que hemos de asignar a la formación y conservación de nuestros dirigentes. Desde 1956 especialmente he notado en el continente latinoamericano, junto con el proliferar de las dictaduras, una campaña foránea malignamente organizada contra los dirigentes políticos en general. Esa campaña ha llegado en casos determinados hasta la proscripción de los dirigentes o la privación de sus derechos políticos. Es indudable que en muchas circunstancias hemos sido nosotros, los políticos mismos, los que más hemos colaborado en el éxito de tan malvada intención, usando la baja calumnia y los medios más inverosímiles para infamar a los hombres de gobierno.
Por eso creo que por sobre toda otra consideración los argentinos, y en especial la juventud que aspira a reemplazarlos, tienen necesidad de meditar sobre la mejor manera de servir antes que dedicarse a criticar desaprensivamente a los demás dirigentes, que si proceden de buena fe tienen el derecho a ser respetados en su investidura y aun perdonados en los yerros que puedan cometer. Porque ningún aspirante a dirigente podrá engrandecerse con la desgracia de los demás, pero sí desprestigiarse por una elemental falta de ética política y humana.
Si queremos realizar unidos y solidarios la revolución en paz que la situación impone, será preciso que comencemos por respetar los preceptos de una convivencia indispensable. Frente a algunos cuadros que me ha sido dado presenciar desde que estoy en el país y actúa en el gobierno nuestra tendencia, no puedo menos que observar procedimientos populares que no coinciden con la libertad que estos gobiernos han dado al pueblo. No es suficiente que exista la libertad, sino que es indispensable que el pueblo sepa hacer uso apropiado de ella. Es preciso comprender que lo que se ha destruido durante muchos años no se puede reconstruir en unos pocos días, y si el pueblo no coopera con paciencia y comprensión en la tarea en que el gobierno se empeña, todo puede verse entorpecido.
Luchamos por establecer un nuevo orden en el que la injusticia debe desaparecer; y si es justo que cada sector busque reivindicar sus derechos y conveniencias, no es menos importante el proceder mediante el cual se lo trate de lograr. Las manifestaciones tumultuosas, como los reclamos violentos, no suelen ser el mejor camino.
Los agentes de la administración pública tienen la obligación de permanecer fieles a los principios de orden establecidos porque, en último análisis, ellos son el Estado mismo. El pueblo, en todos sus estamentos, tiene en este sentido una obligación similar. Por eso, en defensa de los propios principios que sustentamos, quiero hacer llegar a todo el pueblo argentino mi pedido y exhortación más sincera para que en el futuro las reclamaciones se hagan por los conductos naturales, en la seguridad de que el gobierno es el más interesado en resolverlas en el menor tiempo posible.
No es lo prudente murmurar o gritar tumultuosamente en la calle, sino recurrir ante quien lo pueda remediar. Es preciso que todos comprendamos que son muchos los problemas creados, y aunque sea grande la voluntad de resolverlos, lo humanos tiene su límite, que se agranda cuando hay cooperación y se acorta cuando la intransigencia o la violencia reemplaza al buen juicio y la prudencia.
Finalmente, deseo que llegue a todo el pueblo argentino mi más sincero deseo de que, cualquiera sea el gobierno que salga de las urnas, nos pongamos todos en la tesitura de apoyarlo y ayudarlo, en la convicción más absoluta de que con ello nos estaremos ayudando todos. Si el triunfo fuera del Frente Justicialista de Liberación, como espero, hemos de pedir a todos los dirigentes políticos argentinos una cooperación activa y fehaciente que nos permita sentirnos compañeros de ruta y de fatiga en defensa del bien común de nuestra Patria.
JUAN DOMINGO PERÓN

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