abril 01, 2010

"La América en peligro" Francisco Bilbao

LA AMÉRICA EN PELIGRO
Francisco Bilbao

[1862]

ÍNDICE
EDGARDO QUINET Y JULIO MICHELET
PRÓLOGO
I.
LA INVASIÓN
EL PELIGRO DE LAS NACIONES QUE SE CREEN ESCOGIDAS Y DE LOS GOBIERNOS QUE SE CREEN JUSTIFICADOS POR EL VOTO
LA INVASIÓN ES ROBO Y DEGRADACIÓN
EL PRODIGIO EN AMÉRICA
NECESIDAD DEL ESFUERZO
EL PELIGRO POR PARTE DE EUROPA
EL PELIGRO POR PARTE DE AMÉRICA
II.
CAUSA FÍSICA, O DEBILIDAD DE LA AMÉRICA
CAUSA INTELECTUAL DE LA DEBILIDAD DE AMÉRICA, O EL ERROR
EL ERROR, O CONTRADICCIÓN EN QUE VIVE LA AMÉRICA
CONSECUENCIAS DE LA CONTRADICCIÓN ENTRE EL PRINCIPIO POLÍTICO Y EL DOGMA RELIGIOSO
SOFISMA A FAVOR DEL ERROR, O SEA TRANSACCIÓN JESUÍTICA PROPUESTA PARA RESOLVER LA CONTRADICCIÓN QUE DEBILITA A LA AMÉRICA
REFUTACIÓN DE ESE DUALISMO
OTRO ASPECTO, NEGACIÓN DEL DERECHO DE IMPONER DOGMAS
NECESIDAD CATÓLICA DE LA OBEDIENCIA CIEGA Y DE LA FE CIEGA
NEGACIÓN Y SOLUCIÓN
LA RELIGIÓN DE LA LEY
DE ALGUNOS SOFISMAS QUE SE OPONEN A LA RELIGIÓN DE LA LEY
INMORALIDAD DE LA SANCIÓN CATÓLICA:
EL TERROR
OTRAS CONSECUENCIAS DE LA SANCIÓN CATÓLICA, LA ABSOLUCIÓN
DE OTRO SOFISMA QUE SE OPONE A LA RELIGIÓN DE LA LEY EL CONSUELO, COMPLEMENTO DEL CAPÍTULO XIX
DAD DE AMÉRICA
TERCERA CAUSA DE LA DEBILIDAD
LA CAUSA MORAL, INFLUENCIA DEL CATOLICISMO EN LA POLÍTICA
ANÁLISIS
LA DICTADURA MAQUIAVÉLICA
SEGUNDA
LA DICTADURA JESUÍTICA
DESAPARICIÓN DEL SENTIMIENTO DE LO JUSTO
FATALIDAD DE LA DICTADURA
MECANISMO POLÍTICO DE LOS ELEMENTOS SOCIALES QUE PRODUCE LA DICTADURA
TERCERA PARTE
XXX EL REMEDIO
XXXI EL ESPÍRITU RELIGIOSO
XXXII EL PROBLEMA
DECÓMO RESOLVER ESE PROBLEMA
LA ACCIÓN INDIVIDUAL
CÓMO DEBE PROCEDER LA ACCIÓN INDIVIDUAL
DE CÓMO PROCEDE HOY LA ACCIÓN INDIVIDUAL
DE CÓMO DEBE PROCEDER EL INDIVIDUO
DE LA FUERZA COLECTIVA Y DE LA FUERZA DE LA AUTORIDAD AL SERVICIO DEL RACIONALISMO
DEL CONGRESO AMERICANO
LA OPINIÓN
LO URGENTE
PRIMERA MEDIDA
CIAL CON LA FRANCIA
SEGUNDA MEDIDA
TERCERA MEDIDA
APÉNDICE
HIMNO DE GUERRA DE LA AMÉRICA I
II.
III.
IV.
V.
EL GRANDE Y EL CHICO

EDGARDO QUINET Y JULIO MICHELET
Exprofesores del Colegio de Francia.
Reflejo de esa antorcha que sobre la Europa sacudíais, eco de ese trueno que hacía estremecer las catedrales y los tronos, palabra de vuestra palabra con la que en el banquete de la revolución alimentabais a la Francia y a sus huéspedes, es esta obra que os dedico, maestros amados.
Lejos de vosotros, con vosotros vivo. El espíritu creador que os anima domina el espacio, y en dondequiera que los vientos arrebaten el germen fecundo que mana de ese foco de vida universal que concentráis, allí, el átomo recibe la centella, y su turno incendiado da testimonio de amor y de justicia.
Vengo, pues, a dar testimonio de verdad, no como ``oídor olvidadizo, sino como hacedor de obra''.
Al pie de vuestras cátedras nos encontrábamos reunidos, y elevados a la potencia del sublime, los hijos de Hungría, de Polonia, de Rumania, de Italia, de América. Casi todas las razas tenían allí representantes, y vosotros el corazón de la Francia para todas las razas, y la palabra inspirada para revelar a cada uno su destino, su deber, en la armonía de la fraternidad y de la justicia. Era una imagen de la federación del género humano.
Allí, vivíamos en el pasado. Nuestra vida agitaba los dolores, ideas y esperanzas de la historia y, acumulando el tesoro del tiempo y del espacio en la personalidad del hombre, nos arrojabais al porvenir con la proyección del heroísmo condensado de las generaciones que vuestra ciencia y corazón había asimilado y sublimado.
De allí partimos para Oriente y Occidente. Poco tiempo después, extraordinario movimiento agitaba a naciones sepultadas, despertaba a otras que dormían, iluminaba a algunas sentadas a la sombra de la muerte. Y en esa línea de batalla que coronó las alturas y encendió los fuegos que se reflejaron en los valles del Danubio y de los Andes, de los Apeninos y del Rhin, se concentraban discípulos vuestros, que imponían la palabra de orden al tumulto y daban dirección al movimiento. ¡Y bendecíamos la Francia! Y hoy que vuestra patria nos hiere, hoy que la tremenda espada de la Francia atraviesa el corazón de mis hermanos de México, hoy vengo a pedir a mis maestros, justicia contra la Francia.
Tú lo has dicho, Quinet: ``Si la patria se muere, sé tú mismo el ideal de la nueva patria''.
Y se muere la patria que se empecina en la injusticia.
Tú lo has dicho Michelet: ``El derecho es mi padre, y la justicia es mi madre''.
Pues tu padre y tu madre maldicen a la Francia.
Bien sabéis si he amado a vuestra patria. Ha habido un tiempo en que la juventud, y aun partidos en América, rivalizaban en amor y admiración para con ella. Hoy temo que el perjurio aceptado y aun glorificado por la enorme mayoría de la Francia, no la haga detestar del Universo.
Bien sé que, si fuese necesario, víctimas escogidas por su virtud para purgar el crimen, vosotros, mil vidas ofreceríais en holocausto para salvar a la Francia de la responsabilidad de sus promesas fraternales, y de la perfidia de sus actos fratricidas.
Bien sé que la nación no quiere oír, porque se teme a sí misma, porque teme su remordimiento, porque teme verse fea en su conciencia, ante las promesas aceptadas por los pueblos que creyeron su palabra, y ante la imagen de la República, que dejó pisotear por el pigmeo, calzado con las botas del gigante.
No importa. Vosotros sois representantes del vínculo moral del universo. Tenéis la magistratura del genio y de la virtud. Hablad y juzgad, y si la Francia no escucha, las piedras escucharán y lapidarán a los perjuros y traidores.
Vuestro discípulo,
Francisco Bilbao
Buenos Aires, agosto 4 de 1862.
PRÓLOGO
Este trabajo consta de tres partes principales.
El catolicismo niega el principio fundamental de la república que es la soberanía del pueblo, que es la soberanía de la razón en todo hombre.
El republicanismo niega el dogma que le impone la obediencia ciega y no puede reconocer autoridad que la imponga.
Éste es el dualismo de la América del Sur y que nos llevará a la muerte si no hacemos triunfar una de las dos proposiciones.
O el catolicismo triunfa, y la monarquía y la teocracia se enseñorean de la América.
O el republicanismo triunfa, enseñoreando en la conciencia de todo hombre, la razón libre y la religión de la ley.
O el dogma católico construye su mundo político: la monarquía.
O el principio republicano se eleva y afirma su dogma; el racionalismo.
La religión católica busca su política.
La política republicana busca su religión.
La religión católica fatigada del dominio espiritual, quiere y aspira al temporal.
La política republicana aspira y quiere afirmar sus principios en el axioma eterno de la libertad. La República tiene su cielo.
Bien sé, cuanto se resiste la inteligencia de los americanos a la excitación del pensamiento libre. Todavía no se creen emancipados y, como las aves nocturnas, buscan las tinieblas para ejercer su actividad.
Existe, por otra parte, una conjuración tácita de los que se llaman pensadores, letrados, políticos, para no tocar estas materias. Resultado de la hipocresía que progresa y que ya es ciencia aceptada y hábito contraído, se tolera a lo sumo la palabra que pretende despertar a un mundo dormido y aletargado por sus ineptos directores.
--Tenemos una enfermedad crónica --No habléis de ella.
--Pero sufro.
--Aguanta.
--Pero si veo que la lealtad desaparece, que el espíritu público se apaga, que la palabra del hombre es moneda falsa acuñada en su egoísmo; que la indiferencia por el bien, el desprecio a la ley, el desamparo de los comicios, la doble intención, la doble cara, la doble palabra, la reticencia mental, el sofisma para toda falta, son hechos visibles, palpables que aumentan su extensión y su poder, educando a las nuevas generaciones en el código de los pulperos, no queréis que clame en el desierto.
--Callad, callad. No toquéis la herida.
El mal no tiene remedio. Piense cada uno como quiera. Es la confesión de la impotencia para encubrir la indolencia. Así concluye la mayoría de los que se llaman ilustrados en América.
Es el mundo de los que han abdicado todo ideal para satisfacer al animal. No se ocupan sino ``en preparar el festín de los gusanos'' como dijo Lamennais.
Pero todo aquel que cree que bajo las palabras Patria, Independencia, razón, fraternidad, hay algo de verdadero y, por consiguiente, de divino, ése no aceptará que todo eso se llame egoísmo e hipocresía.
Ha llegado para la América la hora de pensar en su destino.
Su destino es conservar su Independencia para realizar la federación del género humano, en la libertad de la razón y en la libertad política y civil.
Su destino es realizar en el nuevo mundo de Colón el nuevo mundo de la religión de la ley.
Su destino es mantener la balanza de la justicia, contra el despotismo y demagogia, contra las utopías socialistas y las religiones caducas.
Su destino es abastecer de pan y de justicia a las multitudes hambrientas de la Europa.
¿Qué móvil más grandioso, qué motivo más racional para determinar el movimiento de una era nueva? ¿Qué ideal más elevado para presentar a la petición intelectual de las generaciones que se avanzan? ¿Qué programa más oportuno y más en armonía con la ley de la historia que realizar en un continente el axioma de la justicia y el amor del género humano? Pero todo se perderá si no combatimos el error y la culpa que nos debilitan y enervan, atrayendo de este modo la invasión del extranjero.
Todo se perderá, si no queremos despertar, si nos entregamos a la fatalidad, si no hacemos de la causa mexicana, la causa americana.
I.

I I.
LA INVASIÓN
Escucho los pasos de legiones extranjeras hollando el suelo de la Patria. Ellas despliegan la insignia de la decapitación de las naciones, que es la conquista. Proclaman sin pudor la palabra de ignominia para las almas libres, que es la traición a la Patria, a la Independencia, a la República. Y veo la mano del nefando perjurio de la historia extender para recoger la herencia de la libertad y la esperanza de un mundo, con el objeto de llenar el abismo del crimen, que en Europa y en el seno de su Patria, abriera su alma fementida.
¿No bastaba a Napoleón III, el dominio de la Francia? ¿No era ``el imperio es la paz''? ¿Ese puñal que tiene clavado en Roma, no le responde de la conservación del orden Europeo? ¿No ha sangrado la Francia lo bastante, en el boulevard, en la Argelia, en Lambessa y en Cayenne? ¿No pesan nada los cien mil franceses muertos en la guerra de Oriente sin beneficio de Dios, ni del diablo? ¿No daban bastante garantía los siete millones de sufragios? ¿O por ventura la sombra de Napoleón I desaparece ante la luz de la historia, que derriba del altar al ídolo de barro? Mas todo pasa y la Francia olvida; es humo esa gloria, es necesario renovar esa gloria de humo, y el minotauro pide víctimas para abastecer la ración de cadáveres que la Francia sacrifica en la pira de su vanidad y orgullo. Es necesario alejar a la Francia de sí misma, no darle tiempo a que piense, no permitir que mida la estatura del emperador del 2 de diciembre, y es por esto que es necesario llevar la bandera al soplo de las aventuras, para comprometer el honor nacional y decir: ``la bandera de la Francia no retrocederá''.
(Palabras de los comisionados franceses en su proclama a los mexicanos).
``El imperio es la paz'', dijo Napoleón III.
El imperio es el perjurio, repetirá la historia.
Guerras en Europa, en Asia y África. Faltaba la América. ¿Por qué ha sido hoy México la víctima designada para hacer aparecer como torpe la inteligencia de la gran Nación, y como pérfido el corazón del pueblo que había predicado la fraternidad, y como verdugo del débil, al brazo tremendo de la Francia, en una guerra que ha de encontrar su Palafox? México tenía traidores que sembraban la tentación. México es lo más bello y lo más rico de la América. México, situado entre los dos océanos, entre las repúblicas del sur y las del Norte, es el centro estratégico del comercio y de la política del nuevo continente. México monarquizado amaga a los Estados Unidos y a las repúblicas del sur, y con el apoyo de la Francia imperial, amenaza el mundo con la exterminación de la República; y sus tesoros explotados por la civilización imperial, pueden costear otra grande armada, para realizar el sueño de Felipe II, y la intención escondida del heredero de Waterloo.
La guerra de España, la más injusta de las guerras, la traición de las traiciones de Napoleón I, fue la señal de su caída. La noble Iberia renovó el heroísmo de Sagunto y de Numancia, y las guerrillas en Bailen apresaron las águilas rapaces de las legiones imperiales.
¿Y quién sabe si la Nueva España no está llamada a dar la señal de la caída del imperio perjuro? Oh, México; oh, vosotros hijos de los aztecas y de los castellanos, en vuestras manos está hoy la facultad de señalar el itinerario de la muerte, a los profanadores de vuestro suelo, y de arrojar la primera piedra a ese imperio, que será la señal de la lapidación universal a que está destinado.

I II.
EL PELIGRO DE LAS NACIONES QUE SE CREEN ESCOGIDAS Y DE LOS GOBIERNOS QUE SE CREEN JUSTIFICADOS POR EL VOTO
En esta invasión hay dos peligros.
El primero, es la conquista o la desaparición de la Independencia; Y el segundo, es la exterminación de la República en el mundo.
La América había ya casi identificado con su modo de ser, y señalado como objeto de su vida, la realización de la República. De modo que puede decirse que gloriosamente había unido en su esencia y existencia, la Independencia con la idea República, y la República con la idea Independencia. Y es que en el fondo de las cosas ambas ideas sostienen una relación necesaria. La soberanía del hombre o de los pueblos supone la Independencia, y la independencia del hombre y de los pueblos supone el gobierno de sí mismos, que es la República. Una verdadera monarquía es la usurpación de la soberanía del pueblo.
Un pueblo sin soberanía, no es independiente. Si se cree soberano porque no es gobernado por extranjera mano solamente, y vive sometido al tirano que lo engaña o alucina, ese pueblo es ciego, es imbécil y, lo peor, es que tiene que apelar al sofisma para acallar la protesta interna de la conciencia; y entonces su inteligencia extraviada se embrutece, y su corazón se pervierte. Esto pasa en Francia y en casi todos los gobiernos monárquicos. No se puede jugar con la verdad. Cuando se educa a un pueblo en el sofisma, cuando toda idea de justicia se subordina a la pasión, al patriotismo estrecho, al orgullo de raza, al egoísmo de partido, de clases o de castas, la inteligencia de ese pueblo tiene que experimentar la decadencia de toda facultad falseada. Y si ese estado se perpetúa, el mal se arraiga, y la luz de la verdad brillará inútilmente a sus ojos. Pasan y pasarán los siglos, y las generaciones se transmiten con amor como una parte esencial de su vida o de su destino, el error acariciado, el sofisma aplaudido y el crimen justificado. Ved a los judíos. El error, el sofisma, el orgullo de creerse el pueblo escogido, lo ha reducido a ser el pueblo escarnecido. Ved la Italia: la idea del dominio universal incrustada en todo italiano, como lo ha demostrado espléndidamente el maestro Edgar Quinet, ha sido la causa de que no ha podido ser nación. Sacrificaba la soberanía del espíritu al Papa, porque creía de ese modo dominar con el Papa a todos los espíritus. Y perdió su espíritu, la soberanía de su pensamiento. Sacrificaba su nacionalidad e independencia al emperador germano, que se decoraba con el título de emperador Romano, creyendo de ese modo dominar a las naciones, y perdió su nacionalidad e independencia. Y hoy que renace, ¿contra quién se estrella? Contra el Papa, el enemigo de la razón independiente, y contra el emperador austriaco, el enemigo de su personalidad nacional. De donde resulta que debe haber íntima alianza entre el papado que decapita la personalidad del pensamiento, y el imperio que decapita la personalidad nacional.
Ambas tiranías se apoyan, son solidarias. Si el papado peligra, el imperio lo protege. Si el imperio es amenazado, o si la Italia se levanta para arrojarlo de las fronteras, el papado declara que los austriacos son sus hijos. Esto se ha visto, esto lo hemos presenciado en Romamisma, el año de las esperanzas, en 1848, cuando los Italianos creían en Pío IX, y esto vuelve a repetirse hoy día. ¿De quién es aliado el Papa, el papado, la iglesia o el catolicismo? ¿DeVíctor Emmanuel, o Garibaldi, los fundadores y batalladores de la independencia? No, del rey de Nápoles convertido en caudillo de bandidos, y del emperador austriaco, asesino y ladrón de Italia. Ved y juzgad.
La Francia, a modo de los judíos, también se ha creído pueblo escogido: ``Dieu protège à la France'' es su leyenda y, como los judíos, crucificó a su verbo que era la República. No lo comprendieron, o más bien, ese verbo, la idea de la República, provoca el despertamiento de la conciencia y de la dignidad, y los hombres corrompidos lo que más temen, lo que más odian es ese despertamiento que los revela a sí mismos como falsos hipócritas, egoístas y sin personalidad moral. Es por esto que en todo pueblo pervertido la aparición de un emperador, o de un monarca, o de un dictador, es saludada como un alivio, porque nos quita el peso de la conciencia, y en vez del juez interno que llevábamos, colocamos ese confesor, ese redentor, ese cómplice, ese representante de la suma de todas las miserias humanas. Así, pues, todo pueblo imperial izado es un pueblo conquistado. El argumento de que sea elegido, no puede probar sino que el pueblo que lo ha hecho, elige el símbolo de sus miserias y el representante de su abdicación. Y no es argumento la elección, porque nadie tiene derecho para votar sobre la desaparición del derecho. El pueblo que tal hace, usurpa. Su acto es ilegal, y sobre el plebiscito de la canalla, brilla la ley de la soberanía del hombre y del pueblo, ley inalienable, intransmisible, in¬abdicable. ¡Silencio a los Creemos que la gloria de la América, exceptuando de su participación al Brasil, imperio con esclavos, y al Paraguay, dictadura con siervos, y a pesar de las peripecias sangrientas de la anarquía y despotismo transeúntes, sea por instinto, intuición de la verdad, necesidad histórica, o lógica del derecho, consiste esa gloria, en haber identificado con su destino la República.
El Nuevo Continente, cuando las tiranías y errores del Viejo se hacían esa guerra encarnizada por defenderse contra los pueblos o contra la intentona de la monarquía del mundo, y gracias a esa guerra que devoraba sus tesoros y soldados, pudo aparecer sobre los funerales de la libertad, para espanto de las reacciones vencedoras y consuelo de los filósofos, coronado de jóvenes repúblicas, empecinadas a despecho de sabios políticos y de traidores en afirmar, conservar, desarrollar, el ideal apercibido en la intuición revolucionaria.
Sí, gloria a los pueblos, a las masas brutas, porque su instinto nos ha salvado. Mientras los sabios desesperaban o traicionaban, esas masas habían amasado con sus lágrimas y sangre el pan de la República, y aunque ignorantes, el amor a la idea desquició todas las tentativas de los que se imaginaron reproducir un plagio de monarquía. Y es digno de notarse este fenómeno, no apercibido por los escritores y pensadores de América: de cómo la idea sólo de República, ha ido engendrando una sociedad republicana. Es el caso de lo que autores de epopeya llaman, la intervención de lo maravilloso. Dicen que la epopeya moderna carece de ese elemento, pero he aquí que la epopeya americana, puede presentar, la deliberación de sus destinos en otro Olimpo que el de Homero, en otro cielo que el de Tasso, en el firmamento de Platón, en la mente del Ser Supremo que produce la Minerva de la libertad.
Una idea, sin escuela, sin enseñanza, sin un cuerpo de profesores, de sacerdotes o de apóstoles; y esa idea combatida, traicionada, que baja a las inteligencias educadas para rechazarla, que encuentra toda una organización hostil, hábitos contrarios, dogmas opuestos, clases interesadas enemigas; y que, a pesar de ser la antítesis de la sociabilidad establecida, se encarna, vive, crece, se levanta y se afirma como tesis de la humanidad, he ahí el milagro, americanos, que ninguno de vuestros sabios os señala: he ahí el elemento maravilloso de la epopeya del Nuevo Continente.
¿Y hemos de perder esa herencia? El Nuevo Mundo se presenta significando en la historia la renovación de las nupcias primitivas del Edén y de la humanidad libre, más la conciencia de la personalidad iluminada por el itinerario fúnebre de los errores experimentados.
La América, constituyéndose en Repúblicas, en medio del universo esclavizado, es el más grande fenómeno moral que conocemos en honor de la verdad y en homenaje al creador del espíritu libre.
La América ha creído, cuando el mundo dudaba, ha afirmado cuando las naciones desertaban de su propia causa, ha triunfado cuando la libertad moría.
La América ha dicho: soy pueblo, y la igualdad es mi medida; soy Nación, y la Independencia es mi honor; quiero ser soberano, y la libertad será mi fuerza; soy humanidad, y la fraternidad será mi pacto.
Y la verdad de su dogma, la filantropía de su alma, el honor de su personalidad, la gloria de su destino, la esperanza de la justicia para los hambrientos de pan y de justicia, todo lo ha unido, asociado, identificado en la concepción y realización de la República.
¿Y hemos de perder esa herencia, hemos de faltar a ese deber, abdicaremos ese derecho, renunciaremos a ese destino? ¡No, déspotas de Europa! Primero veréis a los Andes sumergirse como tumba colosal de un mundo, que vosotros dominar en sus cimas indignadas.

I V
NECESIDAD DEL ESFUERZO
A primera vista, y contemplando tan sólo la verdad y grandeza de nuestra causa, una seguridad se desprende que puede tranquilizar a los espíritus. Pero no somos fatalistas del progreso; no creemos que la verdad por sí sola hace su camino, sino por el contrario, creemos que toda verdad y que la gloria del humano progreso depende del esfuerzo, y que sin esfuerzo, la verdad, la justicia y el honor pueden desaparecer ante la conjuración de los malvados.
Tal es la noble misión del hombre. Si así no fuese, bastaría tan sólo proclamar o demostrar una verdad para hacerla triunfar; y bien sabemos que esto no basta, que es necesario armar la justicia, trabajar sin descanso con el pensamiento, la palabra y la voluntad para guardar y ensanchar las fronteras de esa Patria que buscamos, para ese perpetuo peregrino de felicidad y de justicia que se llama el género humano.

I VI.
EL PELIGRO POR PARTE. DE EUROPA.
Necesario es decirlo: el peligro existe y hoy amenaza.
¿Cuál es la parte de la Europa y cuál la de América en ese peligro? La Europa es la fuerza y sorprende a la América en el momento de la elaboración, cuando tantea, estudia, ensaya, las condiciones de su organización, y nos amenaza en el momento sagrado de la incubación.
La parte de la Europa en este peligro que nos amenaza, se refiere a los pueblos y gobiernos.
Los pueblos abdican. Unos mantienen su libertad como la Inglaterra, pero abdican la justicia cuando se trata del extraño. Otros abdican su libertad y reniegan la justicia para propios y extraños: es la Francia, es la Rusia, es el Austria, es la Prusia.
Los pueblos abatidos para armarse de justicia, y soberbios para arrebatarla al débil.
Los pueblos, humildes como siervos, y degradados como vencidos, convertidos en instrumentos de las ambiciones de familias o de castas.
Los pueblos escépticos, carcomidos por el industrialismo, paralíticos por la indiferencia, fatigados del triunfo del mal, vuelven sus espaldas al ideal, al amor, al deber, al heroísmo, a la justicia, para saludar al sol de oro, que parece ser el ídolo de la vieja Europa.
Los gobiernos han saludado a esa divinidad y la presentan a la adoración de sus pueblos.
Los gobiernos continúan recorriendo las tres fases de su triángulo infernal: la fuerza bruta, el maquiavelismo, el jesuitismo. La fuerza bruta contra el león de Hungría, el maquiavelismo contra la mística Polonia, el jesuitismo contra Italia, y la fuerza y el maquiavelismo y jesuitismo conjurados con triple sello satánico, contra la Francia republicana, o más bien, contra la República Francesa.
Los pueblos fatigados de esperar y llenos de decepciones producidas por las utopías de demagogos, o por revelaciones anunciadas de un nuevo dogma o religión, utopías contradictorias y despóticas, como el Furrierismo, San Simonismo, comunismo; revelaciones imposibles de nuevos dogmas o de nueva religión, porque no hay dogmanuevoni nueva religión, sino el dogma eterno de la justicia y la religión de caridad, los pueblos, decimos, han caído en el letargo. De aquí ha resultado una alianza tácita entre el tirano que se apoya en la vieja iglesia, y el pueblo que sólo pide paz y riqueza, que viene a ser el panem et circenses, de los pueblos romanos de la decadencia.
Ahora, pueblos decrépitos, odian la República, porque la República es esfuerzo y recriminación para traidores; gobiernos tiránicos de pueblos decrépitos, detestan la República, porque su nombre sólo es acusación, reprimenda y amenaza.
Y esos gobiernos que siembran bancarrota, necesitan una corriente inagotable de riquezas: Y esos pueblos que piden pan y juegos, necesitan que sus gobiernos mantengan el circo repleto de gladiadores, de fieras y de productos de todos los climas. De aquí la necesidad de expedicionar a Asia, África y América.
Si a esto se agrega la circunstancia feliz de ver a nuestra hermana mayor comprometida en una guerra para borrar la esclavitud, entonces el momento ha llegado de plantar la bandera de la Francia en México.
Bajo otro aspecto, los tiranos del Viejo Mundo no pueden aumentar sus fronteras, por lo cual es necesario civilizar al otro lado del océano.
¡Civilizar el nuevo mundo! Magnífica empresa, misión cristiana, caridad imperial.
Para civilizar es necesario colonizar, y para colonizar, conquistar. La presa es grande. Dividamos la herencia. Hay para España las Antillas; para Inglaterra la zona del Amazonas, el Perú, donde haya bastante algodón y alcohol, y Buenos Aires por sus lanas y cueros; para el Austria que agoniza, una promesa; para la Francia, México y el Uruguay. Después veremos lo que deba hacerse con nuestra vanguardia del Brasil y Paraguay.
¡Magnífico banquete de la Santa Alianza! Garibaldi, Kossuth, cuidado con turbar la fiesta.
Dejad a los americanos que hagan derechas las veredas y aplanen los caminos de las huestes invasoras. Y vosotros buitres de Bailén, de Leipzig, de Waterloo, no vengáis a disputar la presa de cadáveres al carancho de la defensa, y al cóndor de Maipú y de Ayacucho.

I VII.
EL PELIGRO POR PARTE DE AMÉRICA
Ya en un tiempo un saltimbanqui de Colombia, conocido con el nombre de Flores, dictador expulsado del Ecuador, fue a Europa a pedir soldados para restablecer el orden y civilizar un poco las regiones del Guayas y del Napo. Obtuvo soldados, armas, buques y dinero en España, protección de la Inglaterra, y simpatías de Luis Felipe. Chile desbarató esas maniobras.
Ya antes, Santa Cruz, habiendo alcanzado el Protectorado sangriento de la Confederación Perú¬Boliviana levantada sobre el patíbulo de Salaverry y compañeros, nombrado gran, (que sé yo) de la legión de honor de Francia, tramaba, en armonía con Luis Felipe, un plan de imperio quechua o aimara, vestido a la última moda de París, con guante blanco. Un brillante ejército que llegó al número de veinte mil soldados y la descarada protección de la Francia, garantían el éxito.
Chile intervino y, a pesar de Luis Felipe y de sus buques, a pesar de aquel ejército orgulloso con sus victorias, y a pesar de la civilización de Santa Cruz y de su corte, sepultó a ese embrión de imperio en la sempiterna tumba de Yungay.
Ya antes, y cuando aún no se había terminado la guerra de la Independencia, Belgrano, Sarratea y Rivadavia, abrían negociaciones para monarquizar las regiones del Plata. Antes de Ayacucho, y estando San Martín en el Perú, cuando la guerra de la Independencia establecía una solidaridad sagrada entre todos los pueblos y gobiernos de América, aquí en Buenos Aires y siendo ministro Rivadavia, se abrían negociaciones con la España, con el objeto de establecer la monarquía, y aun se propuso a la sala votar 20 millones para auxiliar al partido constitucional de España.
Ya en México, Iturbide había hecho el ensayo de su sangriento imperio, pero expulsado y fuera de la ley, volvió para pagar con su cabeza esa corona que buscaba.
Ya, durante la dictadura de Rosas, sus enemigos políticos atrajeron las naves de Francia y de Inglaterra para intervenir contra el tirano, y poco después, hicieron flamear en Monte Caseros las banderas del imperio del Brasil.
Ahora poco vemos a la España apoderarse de Santo Domingo, también encubierto el atentado bajo pretexto de llamamiento y votación por la España. Sólo el gobierno del Perú, que sepamos, protestó como buen americano.
Y, últimamente, traidores mexicanos de la escuela de las Tullerías, han estado preparando la invasión de su patria y cebando los oídos del perjuro, con la idea de la monarquía para civilizar a México.
He ahí los hechos exteriores, ostensibles que no olvidan las cortes europeas y que saben invocar a su tiempo. --Nos llaman--, dicen.
Los americanos no saben, no pueden gobernarse. Esterilizan las riquezas de su suelo. La anarquía y el despotismo los sumergen cada día más en la barbarie. Desiertos, valles, producciones de todos los climas, riquezas de todo metal, puertos y costas y ríos navegables que bañan todas las bellezas de un continente y que pueden conducir a nuestras cañoneras hasta el corazón de América. Territorios para todo imperio, para toda monarquía, para todo príncipe, lacayo o pretendiente; inviernos sin frío, extensión para repartir feudos a los ejércitos de los nuevos francogodos; desahogo de nuestras poblaciones repletas, ocupación a nuestros ejércitos; distracción a nuestros pueblos compensándolos de nuestro despotismo con las repúblicas distribuidas en nuevas encomiendas; indemnización de nuestros gastos y, sobre todo, satisfacción al inmenso fuego de nuestra caridad cristiana, con la civilización de esos bárbaros: ¡a América! El atentado va encubierto con el jesuitismo de la libertad, pues vamos a hacer que esos pueblos elijan libremente su forma de gobierno.
Los vamos a libertar de su independencia y de su soberanía, ¡para que sean independientes y soberanos! Y si no se nos cree, si ya no podemos engañar, somos la fuerza y a nadie tenemos que dar cuenta de nuestra misión civilizadora: ¡a América!
II.

II VIII.
Las causas del peligro, y el charlatanismo del progreso.
Una causa peligra por tres razones: o por la debilidad física, o por la incapacidad intelectual, o por la privación del elemento moral, como principio y como alma de los hombres que deben sostenerlo: es decir, justicia del principio, virtud del defensor.
La causa más justa puede perderse, si algún error de cálculo o un estúpido o miserable la dirige.
La causa más justa puede perderse si los que son llamados a sostenerla no sienten el impulso moral del deber, y ceden al deber, y ceden al egoísmo, indolencia o cobardía, traicionando sea el jefe, sean los subalternos, sean los pueblos. La causa más justa puede perderse si sus campeones representan tal inferioridad numérica, de fuerza, de disciplina, de organización y de armamento que hagan la victoria imposible pero el sacrificio obligatorio.
¡Qué causa más justa que la de Hungría en sucumbe bajo el peso exorbitante de la superioridad de fuerza bruta! ¡Qué causa más justa que la de la República Francesa en 1848! y sucumbe por la incapacidad de sus meneurs socialistas demagogos, por la incapacidad para no descubrir la perfidia, y últimamente por la tracción a la República Romana que prepara la traición del 2 de diciembre.
¡Sí! Es necesario no olvidar que la justicia puede ser vencida, y no ser como esos doctrinarios, eléctricos o charlatanes del progreso, que se imaginan o dicen para no hacer nada, que la justicia ha de triunfar por sí misma.
Y en boca de ellos, en efecto, siempre triunfa la justicia, porque para ellos la justicia es el éxito.
Triunfa Roma, es la civilización quien triunfa.
Triunfan los bárbaros contra Roma, cae el mundo en la barbarie, nace la feudalidad, se hace noche en la historia: es la civilización que se renueva. Triunfa el catolicismo, la inquisición se hace institución santa y consagrada por los papas y monarcas: es la civilización y caridad. Triunfa la monarquía devorando fueros, vida provincial, municipal, popular, decapitando clases, aboliendo instituciones vitales, centralizando, unitarizando, devorando libertades, riquezas, la sangre y sudor de los pueblos; y se proclama poder divino por boca de Pablo y de Bossuet. Es la civilización, es la unidad.
Viene la revolución a negar esos principios y a derribar esos hechos e instituciones consagradas, y algunos, aunque no todos, dicen, es la justicia.
A esa escuela pertenecen casi todos los historiadores de Francia, exceptuando gloriosamente nuestros ilustres maestros, Michelet y Quinet.
Pertenecen a ella todos los filósofos panteístas, los sectarios de Schelling, de Hegel en Alemania, los Cousin, Guizot y tutti quanti en Francia; últimamente los Pelletan, y en España como imitador de imitadores, los Castelar y turbamulta.
Y también en América el mal había penetrado.
Así como los poetas imitaron, plagiaron o dinamizaron a Espronceda y algún otro quehabían imitado o dinamizado a Byron, así también los débiles cerebros de la juventud, que podían haber recogido los ecos de la epopeya de la Independencia, ¡se conjuraron para llorar y para cantar la desesperación! Y los escritores americanos del progreso se ponen a legitimar también todos los hechos.
Volviendo a nuestro asunto, examinemos las causas que por parte de la América la ponen en peligro. Hemos dicho que pueden ser tres: Causa física.
Causa intelectual.
Causa moral.
La causa física es la debilidad, o desproporción incalculable de fuerza.
La causa intelectual es la torpeza que no sabe unir, asociar, dirigir, aumentar las fuerzas físicas, morales e intelectuales de los pueblos, para hacerles converger al punto, al objeto decisivo, y el error en la concepción o aplicación de los principios.
La causa moral consta de dos elementos: la justicia del principio, y la virtud del defensor.
La justicia del principio está probada.
Queda tan sólo la virtud del defensor.
La causa física es la inferioridad de la fuerza.
La causa intelectual es torpeza o error.
La causa moral es la corrupción del móvil y motor de las acciones, o el egoísmo, la pasión, el vicio y vilipendio autorizados por el ejemplo del que manda y la pasividad social del que obedece.

II IX.
CAUSA FÍSICA, O DEBILIDAD DE LA AMÉRICA
Estas tres causas se combinan, y a veces es difícil asignar una sola exclusivamente en la producción de un fenómeno. Tal es la solidaridaddel organismo en el individuo, en los pueblos, en la historia. Una causa intelectual, un error, puede producir debilidad física y lo mismo sucede con las causas morales. Así como en ciertas enfermedades el debilitamiento fisiológico del organismo hace aparecer a la inteligencia perturbada, así, un error en el conocimiento de la causa del mal, o en la aplicación del remedio, producen la debilidad física o la muerte. Así también el entusiasmo, el amor, el patriotismo, iluminan la inteligencia y multiplican las fuerzas, y el egoísmo, la indolencia o la cobardía, apagan la inteligencia, y enervan el físico para las empresas varoniles.
Hay, pues, una gran solidaridad en las tres causas enunciadas, pero las separaremos para facilitar el análisis: y que son los principales centros de población y de poder, están a la merced de un golpe de mano.
Tierra adentro, en América, si exceptuamos a México, Bogotá y alguna ciudad de Bolivia, es en general lo más atrasado, es el desierto, la barbarie, el espíritu local, la aldea, la pasión del villorrio entre los que se llaman civilizados, y los instintos de la tribu entre los bárbaros o poblaciones nómadas, de Patagonia, del Chacao, del centro de América entre el Perú, Bolivia y el Brasil, las orillas del Amazonas, del Napo y del Orinoco.
Resumiendo, podemos decir que la causa física de la debilidad de la América es la grandeza del espacio y lo diminuto de la población, sembrada, separada, aislada. El esparcimiento debilita, la separación aísla, el aislamiento empequeñece: disminución de poder, de riqueza, de adelanto.
Tales son las causas físicas más estables del mal. No podemos señalar otras sin entrar en la categoría de las causas intelectuales o morales.
Hay un consuelo, y es que no son radicales ni necesarias. Cincuenta años de paz cambiarían la faz geográfica y estratégica de América.

II X.
CAUSA INTELECTUAL DE LA DEBILIDAD DE AMÉRICA, O EL ERROR.
La causa intelectual del mal es el error.
¿Cómo se produce el error? Cuestión filosófica que aquí no podemos sino indicar. El error es la visión incompleta de la inteligencia. ¿Cómo se produce esa visión incompleta? Pueden darse muchas contestaciones, pero sólo indicaremos las principales y que a juicio nuestro son las esenciales.
La inteligencia es la facultad de ver con conciencia los hechos, las leyes de los hechos, la causa de los hechos.
Un hecho es afirmado: El sol alumbra. No hay error, ni posibilidad de error: es la afirmación del hecho. Puedo afirmar aun más y decir: los sentidos me dicen, que el sol gira alrededor de la tierra, y no miento, tal es la apariencia del fenómeno o del hecho, pero si digo: el sol debe girar alrededor de la tierra, ya en esa ley inducida que establezco va el error.
¿Por qué? Otro hecho ha sido afirmado, y es la medida de la distancia de la tierra al sol; se ha calculado su volumen, su peso; se han descubierto otros astros que giran alrededor de órbitas cuyo centro es el sol. Se ha visto que es imposible que esa masa describa la inmensa elipsis en el espacio de 24 horas; y ese imposible que la inteligencia induce, y que a priori la razón deduce, contradice y niega la simple afirmación del hecho sensible. ¿Qué hacer ante la negación de la razón y la afirmación de los sentidos? ¿Se dirá que la razón ceda al sentido, o que la visión del ojo acepte la visión del espíritu? La humanidad unánime en todo tiempo y lugar afirma la visión del sentido. La razón de uno solo afirma la visión del espíritu: Y la razón de uno solo fija al sol en su centro atractivo y hace girar la inteligencia de todos los hombres a despecho de lo que ven, alrededor de su concepción y demostración sublimes. La visión racional de uno solo vale pues más que la visión sensible de la multitud que no piensa.
Y haciendo girar la tierra sobre sus ejes el hecho queda explicado. No es el firmamento que ha girado para ser pasado en revista por un gusano de la tierra. Es la tierra que se mueve a despecho de Moisés y de la infalible iglesia. No es el horizonte que gira al rededor del hombre, es el hombre que da una media vuelta sobre sí y recorre el horizonte.
¿Qué consecuencia deducimos? Si nos atenemos a la filosofía de Platón, podemos decir: la causa del error es el olvido.
Al afirmar por la visión de los sentidos, o por la apariencia sensible, que el sol es el que gira, olvidamos que no puede recorrer esa distancia en errores fundamentales que a nuestro juicio paralizan, combaten o retardan, el advenimiento de la universal justicia.

II XII.
EL ERROR, O CONTRADICCIÓN EN QUE VIVE LA AMÉRICA.
`Libertad y catolicismo, son dos palabras que radicalmente se excluyen''.
(Lamennais.)
La religión imperante en la América del Sur es el catolicismo.
El principio político de América es la República.
¿Hay armonía entre el dogma y el principio? ¿Es verdadero el dogma, es verdadero el principio? Nosotros ponemos la verdad del principio, y en este momento no discutimos con el que lo niegue.
Siendo el principio verdadero tiene que ser deducción legítima de un dogma verdadero.
¿Puede deducirse lógicamente el principio republicano del dogma católico? Imposible.
Luego el dogma no es verdadero.
¿Puede uno, partiendo del principio republicano, inducir el dogma católico? Imposible.
La lógica deducción política del catolicismo es la teocracia: el papado.
La lógica inducción dogmática del principio republicano es el racionalismo.
Racionalismo y catolicismo se excluyen. El catolicismo anatematiza al racionalismo, y este aniquila al catolicismo.
Es la contradicción. Un mundo en la contradicción se destruye, se enerva, sino suprime uno de los contrarios. La salvación está a ese precio.
Yo respeto al católico sincero. No discuto sus dogmas por ahora, pero el católico sincero debe negar mi derecho al pensamiento libre.
Niega la soberanía de la razón, somete la razón a la autoridad de la iglesia, y yo no puedo ser soberano de mí mismo, ciudadano libre, hombre independiente, sufriendo el capitis¬diminutio, la decapitación de mi personalidad, cuya sustancia y esencia es la razón, la libre razón, la justa medida de luz consciente que he recibido directamente del Eterno.
La creencia católica se apoya en el milagro, el milagro es su punto de partida, el milagro es su prueba. Sin milagro no hay catolicismo.
Proposición que equivale a esta otra: Sin absurdo no hay catolicismo.
La religión católica impone el milagro.
La fe en el milagro es la condición de la salvación, lo que equivale a decir: la creencia en el absurdo, la fe en el absurdo, es la condición fundamental para salvarse.
¿Y qué significa la imposición autoritaria de la fe ciega, del milagro y del absurdo? Significa que no debemos dar fe a la razón independiente, que debemos creer lo contrario a la razón.
Y un mundo educado en ese absurdo, ¿qué puede producir? El fanatismo estúpido y perseguidor, o la duda absoluta, o la contradicción radical.
El catolicismo, destruyendo la autoridad de la razón, desquiciando la inteligencia para convertir al hombre ``en bastón en manos de un viejo'', como lo dice y pretendió ejecutar Ignacio de Loyola, despoja al hombre de la soberanía de sí mismo, mina su personalidad, y lo entrega ``como un cadáver'' al que quiera dominarlo.
Fundad repúblicas, dadme republicanos con semejante educación.
¿Con quién luchan? ¿Con quién han te nido que luchar las repúblicas? Con la religión católica y su fanatismo enseñado, con la iglesia infalible que es insaciable de poder y de rentas, con el despotismo político apoyado en todas partes en la religión como dogma, en la iglesia como autoridad, en el clero y frailerío como fuerza, y en la ignorancia de las masas, cuyo fanatismo se explota: ¡el retrato de Rosas en el templo católico! ¿Cuales han sido los progresos de las repúblicas? Arrancar poco a poco a la iglesia los fragmentos del territorio que poseía. Libertad de cultos, matrimonios mixtos, abolición de la censura, libertad de la prensa, institución del patronato, abolición de los votos perpetuos, instituciones filosóficas de enseñanza, libertad de enseñanza (que el católico suprime en donde impera, y que pide y proclama en donde es dominado). En Chile, en el Perú, en Roma, en Nápoles... en Austria, pide el católico el exclusivismo, o el dominio de la enseñanza católica, el derecho de censura sobre los libros, nombramiento de profesores, etc. Y en Rusia, en Polonia, enTurquía, en Inglaterra, en Estados Unidos, pide, invoca y grita con hipocresía satánica, el derecho a la libertad de la enseñanza.
¿Cuál ha sido la suerte de las repúblicas que se han aferrado al catolicismo? La muerte: Venecia, Florencia... etc. Paraguay, etc.
¿Cuál ha sido el principio de vida de las repúblicas católicas de Italia? El terror, nos lo prueba Edgar Quinet, y lo citamos, porque no se puede hablar de Italia sin citarlo.
¿Cómo han prosperado las naciones católicas? Negando el catolicismo.
Lo más libre, lo más fuerte, lo más espléndido, lo más adelantado que posee la tierra, son las naciones que se han separado del catolicismo: la Alemania, la Holanda, la Escandinavia, la Suiza, la Inglaterra, los Estados Unidos.
¿Cómo se regeneran los pueblos sentados a la sombra de la muerte, que es Roma? Negando a Roma, buscando la luz que no llega a las catacumbas de la libertad.
¿Cómo ha adelantado la ciencia? Ofreciendo su contingente de mártires a la Iglesia.
¿Cómo ha adelantado el derecho? Negando el derecho canónico y la penalidad bárbara de los códigos católicos.
¿Quién encendió las hogueras de la inquisición, legitimada por Donoso Cortés de España, por el canónigo Piñero en Buenos Aires? La Iglesia católica.
¿Quién apagó esas hogueras que insultaron la frente de los Andes en México y Lima, y las cumbres de los Apeninos, Pirineos y de Sierra Nevada? ¡La filosofía! ¿Quién ha asentado el poder divino de los reyes? Desde Pablo que legitimó la esclavitud, y Bossuet que provocaba a ese monstruoso pavo real coronado que se llamaba Luis XIV, a ejercer su poder divino, hasta Pío IX que llama al verdugo de Polonia, en su carta al Arzobispo de Varsovia en 1862, ``ilustre rey de Polonia'', ¿quién? ¡El catolicismo! ¿Quién ha abolido el tormento y la penalidad bárbara, y continúa aboliendo la pena de muerte? La filosofía. ¿Quién ha fusilado por causas políticas en los Estados Pontificios? El Papa IX.
¿Quién ha abolido la esclavitud? La filosofía.
¿A quién pertenecían los últimos siervos en Francia? A la Iglesia católica.
¿En donde hay más criminalidad y corrupción según la unánime estadística de los gobiernos y de los observadores? En Roma, en Nápoles, en Viena, en los países más esencialmente católicos.
El catolicismo ha legitimado el atentado permanente contra el derecho, y los grandes crímenes, las solemnes matanzas que aún hacen estremecer la historia: La San Bartolomé fue aprobada y preparada por la Iglesia. Las extermi naciones de los Valdenses, Albingenses, Husitas, fueron santificadas, y los exterminadores, hasta hoy, glorificados.
¿Quién cubrió de cadáveres suspendidos los bosques de los Países Bajos, y quemó 20.000 herejes en la sola inquisición de Sevilla? ¿Y qué diremos de la conquista de América? México y Perú, dos imperios entregados a las llamas, con sus templos, sus libros, y aun sus habitantes en gran parte.
Cesen, pues, de mentir a su pasado, a su historia, a su esencia lógica, que es la intolerancia, a su sustancia que es el absurdo, a su tendencia que es el despotismo, a sus fatales y necesarios resultados que es el atraso, el fanatismo, la corrupción, la miseria y el servilismo feroz de las masas embrutecidas, para que sirvan de terror a los enemigos de su dominación despótica.
El dogma, el principio, la historia, los hechos la lógica y la experiencia establecen que entre el catolicismo y la República hay incompatibilidad radical, esencial, contradictoria.
¿Por qué, Dios de verdad, no hemos de ver un día, la lucha sincera de los hombres de creencias opuestas? ¡Qué espectáculo más noble, que el del creyente desplegando su bandera, toda su bandera, sin reticencia, sin restricción mental, sin cobardía, y presentarla al soplo de todas las tempestades! Pero el espectáculo del sofista, del jesuita, del hombre sin sinceridad para pensar, que tergiversa sus principios, que encubre las consecuencias de su doctrina, que niega o disfraza los hechos que lo condenan, que se cree autorizado por Ignacio de Loyola para llamar blanco lo que es negro (`para mayor gloria de Dios''), he ahí algo que se asemeja a la putrefacción de la muerte.
Creo en la sinceridad de De Maistre, el más fuerte campeón del catolicismo en los tiempos modernos, que impone la teocracia como gobierno, y al verdugo, como primer ministro de un buen príncipe.
Creo en la sinceridad de Chateaubriand, que barnizó el edificio católico con la miel de su estilo y de su brillante fantasía, y que decía, oponiéndose a la existencia de las Repúblicas del Sur: hay demasiado con una República en el mundo.
Creo en la sinceridad de Donoso Cortés, entonando un himno a la inquisición y proponiendo el despotismo como salvación de las sociedades.
Creo en la sinceridad del canónigo Herrera en el Perú, negando y escarneciendo a nombre del catolicismo, el dogma de la Soberanía del Pueblo.
Creo en la sinceridad de la Iglesia Peruana, persiguiendo, en mi persona, la libertad de cultos que proclamaba, y admiro el valor de un canónigo diputado que para oponerse a ese derecho dijo, desde lo alto de la tribuna: `Dios es el primer intolerante''.
Creo en la sinceridad del Arzobispo de Santiago, ordenando la delación y el espionaje en el seno de las familias, para descubrir las herejías, y delatar a las personas que no profesaban la religión católica.
Creo, en fin, en la sinceridad de Pío IX, entrando en Roma, su pueblo amado, por la brecha abierta por el extranjero, y no pudiéndose sostener en medio de su grey sino con la escolta de los extranjeros, llamar al verdugo de Polonia, al dominador extranjero que la oprime, ``ilustre rey de Polonia''.
En fin, esto es claro, esto es sincero, esto es lógico; se ve al enemigo cara a cara y sin disfraz.
Pero, ¿qué decir del católico que niega la autoridad de la razón, y dice que el catolicismo es liberal? ¿Qué decir del católico que afirma la infalibilidad de la Iglesia, la infalibilidad del Papa, y sostiene que la razón es católica? ¿Qué pensar del católico que esconde su bandera, que reniega o calla momentáneamente sus dogmas, para no presentar sino una faz de su doctrina? ¿Por qué no aceptan la responsabilidad y proclaman sinceramente el cuerpo de sus dogmas, y principios? ¿Por qué no repiten las palabras de Pablo para fundar la democracia: ``Todo poder viene de Dios, esclavos, obedeced a vuestros amos?'' ¿Por qué no decís, lo que creen o piensan, respecto a la inmensa mayoría de la humanidad no católica, que nace y muere sin bautismo, y que por consiguiente, inclusive los niños recién nacidos, como lo sostuvo Bossuet, toda esa turba de millones humanos en los siglos y los siglos va a sufrir en los limbos, purgatorio, o infierno, la pena del pecado original que han inventado? ¡Ah! ¡Sinceridad! Cuando veamos poner tu noble planta, sobre la boca del sofista, entonces, creyentes de todas religiones, estaremos próximos a abrazarnos y unificarnos en la visión de la verdad. Porque si el error separa, el interés, las consideraciones egoístas de la posición social, la hipocresía, la cobardía, el sofisma, la indiferencia, el odio sectario, son los principales obstáculos a la iluminación del espíritu y a la fraternidad de las almas.
¿Cómo convencer a los aspirantes a los empleos, de profesor de juez, de ministro, enviado, gobernador o presidente, en medio de una sociedad católica? ¿Cómo convencer al que vive de las rentas de los conventos, o maneja los fondos de comunidades religiosas? ¿Cómo convencer, al que necesita la aprobación o del influjo, de la influencia del clero, o del círculo en que vive, para administrar tal empresa, o presidir tal institución de crédito? ¿Cómo convencer, al que vive de testamentos, de albaceazgos, de herencias o de legados piadosos para el bien de las ánimas? ¿Cómo convencer al que cree que pensar es abrir las puertas del infierno? ¿Cómo convencer al que educado en el terror del fuego eterno, tiembla al solo contacto de la herejía? ¿Cómo convencer, en fin, al que ve su posición social comprometida, su porvenir sacrificado, su nombre maldecido, su alma excomulgada, su creencia anatematizada, su persona perseguida y calumniada? ¿Cómo? Ved, pues, la dificultad de la victoria de la luz.
La opinión, la sociedad, y en particular las mujeres, la política, la administración, la iglesia, unidas y conjuradas contra la razón y libertad. Y la razón y libertad cada día adelantando y venciendo, ¡he ahí el milagro! Católicos; he ahí, la ley de la verdad, ¡racionalistas!

II XIII.
CONSECUENCIAS DE LA CONTRADICCIÓN ENTRE EL PRINCIPIO POLÍTICO Y EL DOGMA RELIGIOSO
Penetrando, pues, en la esencia sustancia de la religión católica se ve, cuando con sinceridad se juzga, cuando se apartan las concesiones momentáneas, las transacciones falaces, que hay contradicción radical entre la esencia, la forma, y la práctica del racionalismo republicano.
Un católico sincero, niega la autoridad y soberanía de la razón, que es el fundamento de la soberanía del pueblo.
Un republicano sincero, no puede creer en la iglesia, que le ordena la obediencia ciega y le impone la fe como condición de salvación.
Un demócrata no puede admitir la elección de arriba para abajo, es decir el nombramiento de autoridades, magistrados, por el Papa, o por el rey.
Un católico sincero, no puede admitir el nombramiento del Papa y de su corte por el pueblo, o la universalidad.
La República dicta leyes sobre educación, matrimonios, registros cívicos, penalidad, rentas, elecciones, etc.
La iglesia dicta leyes en contradicción y pretende una jurisdicción aparte.
Son dos autoridades, dos poderes, dos cabezas, dos personalidades, dos fuerzas y tendencias opuestas que se chocan, combaten, paralizan, enervan y producen el escepticismo social.
¡La Iglesia y el Estado! Poder espiritual y temporal se llaman. Dos soberanías en medio de la soberanía indivisible de la patria! Juicio de Salomón, no pudiendo armonizar las ideas.
No hay sino una verdad, una ley, una palabra, una autoridad.
O la iglesia, o el Estado.
Elegid, pero no juntéis. Preferid, pero no confundáis.
Católico sincero: la soberanía y supremacía de la Iglesia. Y tiene razón lógica.
Republicanos: la soberanía de la razón en todo hombre, y sólo la supremacía social en la política.
He ahí el dualismo personificado, vivo, encarnado, hostil, contradictorio.
¿En qué República de América, no vemos esa lucha, sorda, tenaz, profunda de las dos autoridades? Y el católico tiene que inclinarse a favor del Estado y no puede ser buen católico.
¿Puede haber mayor división, causa más profunda de anarquía en las creencias, de demagogia en las masas explotadas, de despotismo en los gobiernos? ¿Puede haber mayor causa de la duda en las creencias, de debilidad para afirmar, de la enervación de caracteres, de la indolencia social, del indiferentismo religioso y político? Y esa duda produce el sofista.
Y esa enervación produce la prostitución de las conciencias.
Y esa indolencia, e indiferencia, origina la muerte de la dignidad personal, la abdicación de la firmeza en el derecho, el desprecio de lo justo, ¡y el entronizamiento del cinismo! Del cinismo en el pensamiento, en la palabra y en los actos.
Los hombres destruyen hoy lo que ayer levantaron, niegan hoy lo que ayer afirmaron, adoran hoy lo que ayer maldijeron.
No hay ley, no hay religión, no hay autoridad: hay la adoración del éxito como principio, el servilismo como práctica, la adulación al poder como palabra, y el sofisma como instrumento.
Gobierno, individuos, sociedad, se precipitan tras lo que se imaginan ser la utilidad del egoísmo. Y en esa carrera precipitada para llegar al empleo, para obtener influencias, para medrar por medio de la política en los negocios, la corrupción aumenta en razón directa de la masa de oro que atrae, y en razón inversa de la distancia al poder.
Y entonces no hay patria, pero sí partidos, y no hay partidos, pero sí compañías rivales de comercio. La bolsa se transforma en templo y foro. La bolsa se convierte en el capitolio de los pueblos pervertidos.
Y entonces, ¡ay! de los vencidos. No hay elecciones que puedan darles el poder.
No hay magistrados que les administren justicia.
No hay legisladores que puedan reformar la ley, porque la ley del vencedor es su voluntad, su interés, su venganza, encubierto todo con la legalidad de la autoridad en ejercicio y el falso y aparente respeto de las formas legales deformadas y transformadas por la falsía y el sofisma.
Y, entonces, se ve que todo es un juego, en que el honrado es burlado y perdido. El ciudadano se aísla, se separa, abandona los comicios, y se entrega a la fatalidad ¡o se somete a pasar bajo las horcascaudinas, de la compañía de comercio vencedora! Y el espíritu público sucumbe. ¡Qué mayor puerta a la invasión! Véanse, pues, los efectos de la contradicción.
Tales son los efectos del error en que vive la América. ¿Qué mayor causa de debilidad? Se cree que la oposición de las ideas instituidas es cosa pasajera o despreciable, y es la causa de la destrucción de las sociedades.
No despreciéis la metafísica. Napoleón I hacía alarde de despreciar a los filósofos a quienes llamaba ideólogos pero después que tocó la inesperada y encarnizada resistencia de la Alemania levantada por la filosofía, por la escuela del heroico Fichte, discípulo de Kant, pidió un informe, un rapport, sobre eso, que electrizaba a la Alemania por medio de la juventud de sus universidades.

II XIV.
SOFISMA A FAVOR DEL ERROR, O SEA TRANSACCIÓN JESUÍTICA. PROPUESTA PARA RESOLVER. LA CONTRADICCIÓN QUE DEBILITA A LA AMÉRICA.
La Iglesia, el catolicismo y los católicos tienen en América no la audacia, ni la sinceridad de principio: no se atreven, (excepto en Lima) a negar la verdad de la soberanía del pueblo y la República, ni a proclamar según la lógica deducción de su dogma, la autocracia de la Iglesia, la unidad absoluta de su soberanía, y la supremacía de su autoridad.
¡No se atreven! ¿Qué hacer? Pues ahí está la filosofía, la revolución, la República, negando con su espíritu y los hechos la soberanía y aun la verdad de su creencia.
¿Qué hacer? Pues los gobiernos salen del pueblo, y son autoridad, e intervienen e instituyen garantías contra la marcha invasora de la Iglesia.
¿Qué hacer? Pues vemos cada día estrecharse la frontera, y a su vez el Estado invadiendo, con sus universidades sin clero, con sus leyes de matrimonios mixtos, con la tolerancia en unos pueblos, la libertad en otros ¡y la separación definitiva de la Iglesia y del Estado en Nueva Granada! Veamos lo que hicieron, y cual es el sofisma inventado, la transacción aceptada, para paliar la contradicción y ganar tiempo.
Ese sofisma se llama: la distinción de lo espiritual y temporal.
En otros términos: la Iglesia y el Estado.
Se fundan en palabras atribuidas a Jesucristo, que interrogado maliciosamente sobre si se debía pagar el impuesto, contestó: ``Dad al César, lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios''.
Palabras bellas, verdaderas y profundas, que significan: Dad al César lo que destruya al César, y a Dios el amor y la práctica de la justicia. César es la usurpación del derecho.
¿Qué debo dar al usurpador? Guerra.
Si se dice: César, es el símbolo de la autoridad temporal, y Jesucristo dijo, y quiso decir, que le diésemos lo que necesita para su existencia entonces esas palabras, según el dogma de la soberanía del pueblo, significan: todo hombre es César, el pueblo es el César, la República es el César; y no podéis negaros a vosotros mismos las condiciones de vuestra existencia. Dad al pueblo lo que es del pueblo. La soberanía es del pueblo, y es una e indivisible. No dividáis, pues, lo indivisible, no separéis lo indisoluble, no mutiléis lo completo.
Pero sea cual fuere la interpretación de esas palabras, ellas no son dogma, y si de su interpretación se dedujese que hay una autoridad humana infalible para sus creencias, y otra autoridad para la administración de sus negocios, nosotros negamos la primera, porque no hay, ni puede haber, autoridad investida para imponerme dogmas y dominar a la razón, la primera y última de las autoridades.
Y han creído conceder mucho a la soberanía de las sociedades, al decir: lo espiritual a la Iglesia, lo temporal a la sociedad o poder civil.
Dicen: el hombre es espíritu y materia.
Nosotros gobernamos el espíritu, vosotros la materia. Bella concesión, por cierto, como si no fuese dueño de lo temporal, del cuerpo, del Estado, el que dominase en lo eterno, en lo espiritual, en la autoridad de la Iglesia que se atribuye la infalibilidad y delegación divinas.
Así es que la sociedad, la justicia, la administración, el gobierno, son cosas corporales, temporales.
Y el dogma, y el poder de fabricar dogmas, como hemos visto en nuestros días, el de la Inmaculada Concepción, el derecho del pensamiento, la facultad de ver o descubrir la verdad, la autoridad de ejercer la razón, las cosas eternas, ése es el dominio de la Iglesia.
División leonina por cierto. Pobre cuerpo, pobre César, pobre temporal, imbécil sociedad, si tragas la gran concesión que te hace la infalible Iglesia.
¿Creíais haber resuelto la dificultad, descubierto la síntesis, pacificado la contienda? ¡No! Sólo habéis asentado con audacia y con apariencia de concesión, la autocracia de la Iglesia.
El problema planteado de ese modo, es la lucha sin fin, o la victoria definitiva de la Iglesia.
Es como si una aristocracia poderosa, concediese al pueblo el derecho de nombrar sus tribunos, sus diputados, y se reservase el derecho de imponer la contribución.
Es algo como lo que pasaba en Roma. El pueblo conquistaba sus derechos uno por uno, elegía sus magistrados, votaba la ley, juzgaba en el foro, velaba en el senado, pero jamás la aristocracia le concedió el derecho a la interpretación del trueno, del rayo, de las entrañas de las víctimas, de la voluntad divina, el derecho religioso sacerdotal, pontifical en una palabra.
Con ese derecho, el patriciado suspendía cuando quería los comicios, declaraba la paz o la guerra, hacia intervenir la omnipotente y aterrante voluntad de Júpiter tonante, para resolver una duda, contrariar, burlar, anular la voluntad del pueblo. Era lo espiritual sobre lo temporal, era la Iglesia sobre el Estado, el Pontífice sobre el pueblo, el egoísmo feroz de una aristocracia maquiavélica sobre el interés, el derecho y la voluntad de la soberanía del pueblo. Pero había más unidad, más verdad, más penetración de los elementos humanos, que el catolicismo separa.
Senatus populus que Romanus, era la fórmula verdadera, pues, decía que la ley emanaba de las dos autoridades para tener toda la fuerza moral. No así entre nosotros. La Iglesia habla sola. El Estado habla solo. Dualismo, lucha, y despotismo y anarquía como consecuencia.

II XV.
REFUTACIÓN DE ESE DUALISMO.
Para que la Iglesia tuviese razón, sería necesario que tuviese autoridad con derecho de decretar a la razón.
¿Derecho de decretar a la razón? La Iglesia, sea con concilio universal o particular, con Papa o sin Papa, se cree con el derecho de ver, descubrir, revelar recibir de Dios, los dogmas que ha establecido y que le pluguiere establecer.
Cuales sean esos dogmas, desde la creación ex nihilo, en seis días, hasta el de la Inmaculada Concepción, no lo discutimos, porque no es el momento; pero sólo nos vamos a referir al derecho exclusivo de dogmatizar que la Iglesia se atribuye.
Dogma es una afirmación fundamental sobre el ser, su forma, su acción, sus relaciones. Se dice el dogma de la existencia de Dios, el dogma de la Trinidad, el dogma de la creación, el dogma del pecado original y encarnación redentora.
La existencia de Dios se refiere al ser, la Trinidad a la forma de ese ser, la creación a su acción, el pecado original y encarnación, a sus relaciones con la humanidad. El dogma es una creencia madre, si es permitido expresarse así.
Por lo visto, se ve que puede haber dogmas verdaderos a falsos. El dogma no es axioma.
Un dogma es una concepción primordial de la inteligencia que domina a las concepciones secundarias, o que deduce principios de su esencia.
Por ejemplo: necesita explicar la existencia del mal, e inventó el pecado original. He ahí una afirmación fundamental o concepción primordial del origen del más terrible problema que agita la existencia y que puede remover la inteligencia.
El pecado original obliga a deducir la concepción secundaria del bautismo, y el castigo para la humanidad no bautizada.
Pero como hay en la razón humana principios, nociones y concepciones indestructibles, esenciales, que llevan el sello directo de la revelación divina universal, en virtud de la noción de justicia, que supone la personalidad, la intención de la culpa y la no transmisibilidad material y total de la responsabilidad individual y moral, la razón contrariada y la justicia negada se preguntan: ¿Podrá haber justicia, cuando borro con la encantación de ciertas palabras y de ciertos signos la culpa, el pecado, el crimen encarnado, injertado, transmitido, sin la conciencia del paciente? Es claro, pues, que ese dogma ataca, conmueve y derriba la revelación universal de la justicia.
Conmovida o derribada la noción de justicia, que es la revelación directa de Dios en la razón humana, la humanidad tiembla, porque se encuentra sin estabilidad, sin base, sin criterio para pensar, juzgar, y adorar al Ser Supremo, según la justicia.
Y ese temblor de la humanidad, es el terror impuesto para gobernarla por la fe ciega.
Y ese terror, hace que no confiemos en el Padre de la justicia, sino que temblemos ante el amo, sin ley.
Y de ahí nace que los libros católicos dicen que Dios tiene ira. Para aplacar a un amor el servilismo es necesario. Ese dogma degrada la humana dignidad ante Dios, y prepara una sociedad de esclavos o de siervos.
Y de ahí nace que es necesario inventar otro dogma para suavizar la ferocidad del primero: el dogma de la gracia.
Y el dogma de la gracia engendra a su vez la fatalidad de los llamados y de los escogidos.
Y la gracia es negación de justicia.
Y la fatalidad es negación de libertad.
Y como todo esto es absurdo se inventa otro dogma: la fe salva, y no las obras.
Si eres intachable y lleno de caridad, pero sin la fe católica, no te salvas.
Si eres inmundo y criminal, pero creyeres, te salvarás. La máxima sublime. No hay Dios, ni religión sin caridad. Nex Deus est, nec religio, ubi non est caritas, ha sido anatematizada por la Santa Sede, en 1712, en su bula unigenitus. ``De donde se deduce'' dice Edgard Quinet, ``que Dios y religión van uno y otro sin caridad''.
De todo lo cual se deduce que el dogma domina y engendra o determina la moral. Que el dogma es superior a la moral y a la justicia.
Que aunque establezca o reconozca los mismos principios de moral como lo hacen las religiones más opuestas, lo que produce la diferencia de resultados prácticos en la vida, es el dogma. Jesucristo y Mahoma afirman la caridad, pero ved la diferencia en la práctica, originada por la intolerancia dogmática de Mahoma.
Que el poder dueño del dogma, ha de ser superior o dominar al poder que sólo se apoya en la moral.
Y, por consiguiente, clara y lógicamente se deduce que la Iglesia ha de ser superior al Estado.
Que la soberanía del pueblo ha de ceder a la soberanía de la Iglesia.
Que lo espiritual ha de dominar lo temporal.
Que la fe ha de ser superior a la razón.
Que la gracia eclipsará la justicia.
Que la creencia ciega ha de ser preferida a las obras.
Que el cuerpo sacerdotal, ha de ser una tremenda aristocracia, dueña exclusiva de la interpretación de la voluntad divina, del vuelo de los pájaros, del estallido del trueno, del fulgor del rayo, de las entrañas de las víctimas y del terremoto de Mendoza.
Que ese cuerpo sacerdotal en virtud de la lógica de sus dogmas, ha de pasar, de la apariencia democrática de los primeros concilios, a la absoluta teocracia de la Iglesia Romana, porque en el camino del absolutismo, es necesario llegar a la autocracia de uno solo: el zarismo en Rusia, el papado en Roma.
Y, en fin, que la solución presentada para pacificar, distinguiendo las dos potestades, es en la esfera de la lógica, la victoria segura del poder que se titula espiritual o de la Iglesia.
Es, pues, necesario no aceptar la distinción como solución. La distinción o separación de potestades es la división perpetua, la causa de la pérdida de la fe en los creyentes, o de la justicia absoluta en los republicanos.
Es decir que ambos mundos, ambas sociedades, ambas potestades a la larga, pierden el nervio de su fuerza, y los pueblos se educan en el escepticismo, en la indiferencia, que es el camino de la muerte. Se abre la puerta de las invasiones; y se arroja al abismo un puente de sofismas para que pasen todas las traiciones. El partido clerical es la vanguardia de los franceses en México.
En fin. O la Iglesia o el Estado.
Separación absoluta como medio temporal y práctico.
Viva la Iglesia como pueda. El Estado no la auxilia.
Entronice el Estado la religión de la ley.
Tal es la solución.

II XVI.
OTRO ASPECTO, NEGACIÓN DEL DERECHO DE IMPONER DOGMAS
Vamos aun a profundizar más la verdad, para probar la justicia de la solución que presentamos.
Negamos a la Iglesia y a todo poder, a toda autoridad, a toda congregación, concilio, congreso, o asamblea popular, el derecho de imponer dogmas.
Imponer dogmas es imponer una verdad o una mentira.
¿Y quién tiene el derecho de imponer una verdad, de decretar una razón a la razón, de legislar y ordenar a la evidencia? Nadie. ¡Qué diremos de decretar una mentira! Y si no hay derecho para imponer un axioma, ¿habrá derecho para imponer un dogma que puede ser falso o verdadero? Si no hay derecho para decretar la creencia a la evidencia, para ordenar que creamos, que el todo es mayor que la parte, que no hay efecto sin causa, ¿cómo puede haber derecho para imponer las concepciones y sistemas de una Iglesia que mucho ha errado, que mucho se ha contradicho, y que jamás puede ser infalible? Si nadie puede imponernos lo innegable, lo indiscutible, lo que no está, ni puede estar sometido a discusión y votación, como el axioma, ¿podrá una Iglesia que ha errado tanto, que tanto ha variado, tener el derecho de imponer como verdad y con autoridad infalible como Dios, el resultado obtenido por mayoría de votos, muchas veces influenciados por el emperador o el Pontífice? Imposible.
La Iglesia se dice infalible, ¡ocho votos más o menos, a un lado o a otro, ¡deciden de la eternidad, de la verdad, de la moral, y de la autoridad! ¡Infalible! y ocho votos más o menos pueden decretar, imponer, analizar a Dios, decretar su esencia, su carácter, su forma, su vida, decir si tuvo hijo, si es eterno, o coeterno, si lo encarnó, y lo crucificó; y dar a ese hijo eterno, que ``crecía en sabiduría'' (Dios creciendo en sabiduría dice Lucas), las palabras que establezcan la infalibilidad de la Iglesia, ¡y el retruécano o calembour de Piedra y Pedro para la soberanía del Papa! Dios, o el hijo eterno, como ellos dicen, ¡fundando sobre un calembour la supremacía de la Iglesia Romana! ¡Ah, Voltaire! No has muerto. Tu azote es necesario. Cuando se introduce la farsa en las cosas eternas, tú estás allí, para azotar a los vendedores del templo.
`Ça mes amis dit Dieu, devinez mon secret: Dites moi qui je suis, et comment je suis fait; Et, dans un supplément dites moi qui vous êtes, Quelle force en tout sens, fait courir les comètes; Et pourquoi dans ce globe, un destin trop fatal.
Pour une once de bien mit cent quintaux de mal.
Je sais que, grâce aux soins des plus nobles génies, Des prix sont proposés par les académies: J'en donnerai. Quiconque approchera du but.
Aura beaucoup d'argent, il fera son salut.
Il dit: He visto y he juzgado. Ha habido concilios infalibles que han negado lo que infalibles concilios habían decretado ¿y he de creer en la infalibilidad? La infalibilidad nodiscute, nopuede discutir. La infalibilidad es una, unánime, invariable. ¿Quién reúne esos caracteres? Sólo Dios.
Si la autoridad infalible existiere, no podría imponer la creencia a la evidencia del axioma.
¿Con cuánta menos razón una autoridad falible, que a votación decide, podrá imponer la creencia sobre dogmas que pueden ser verdaderos o falsos? La verdad es. Los Aucas llaman a la verdad, mupigen, palabra que significa, decir el ser, o decir lo que es. La verdad como el axioma, como la evidencia, como la luz, no se decreta, ni se puede decretar. Lleva su autoridad en sí, por sí, consigo. La verdad se ve. ¿Quién puede decretar el pensamiento? Así, no hay derecho en nadie para imponer un credo, y no hay autoridad alguna que pueda ejercer la infalibilidad para imponerlo.

II XVII.
NECESIDAD CATÓLICA DE LA OBEDIENCIA CIEGA Y DE LA FE CIEGA.
No hay, ni puede haber autoridad dogmática. La razón habla a la razón, por medio de la razón.
Imponer una doctrina de otro modo, implica falsedad en la base, e induce mentira en el fondo. La verdad es la autoridad. La razón no puede negarla. La razón es impersonal. La razón no es yo, es la revelación en mí, es Dios en mí, es la única posible encarnación del verbo. El que revela o enseña, o demuestra la verdad, no hace sino evocarla de la razón misma del enseñado.
Pero imponerla, y decir que debe aceptarse lo que pienso o quiero pensar, sin examen, sin la participación de mi conciencia, es ejercer la más estúpida de las tiranías, para embrutecer la humanidad.
Y si ese hombre o reunión de hombres dicen, que Dios les revela a ellos la verdad, esa verdad no puede ser sino una visión del ser por la razón del hombre, y tiene que comunicarla a la razón de los hombres.
Si dicen los partidarios de la revelación: cree en Dios porque así lo dijo, y no porque tu razón lo vea; eso quiere decir: Si lo dijo, habló.
¿Cómo habla Dios a los hombres? ¿En hebreo o griego, con labios y garganta? No, diréis vosotros. Habló al espíritu. Pues ese espíritu es la razón. Luego es vuestra razón la que habla.
Es la razón inspirada. Pero inspirada no quiere decir razón negada, sino elevada, sublimada. Ved pues que no podemos salir de la razón.
Inspirada quiere decir, directamente iluminada por Dios mismo.
Pero esa iluminación es siempre la razón iluminada, es cuestión de más o menos alcance, pero no de negación de la razón. Platón y Newton son reveladores verdaderos y no farsantes como los Moisés y Mahomas. Y los grandes reveladores son los grandes razonadores que racionalizan la humanidad.
No pudiendo con razón abolir la razón, lo consiguen por medio de un cambio, convenio, transacción, comercio, entre Dios, convertido por ellas en vendedor de goces y penas eternas, y comprador de obediencia ciega.
Nos presentan a Dios temiendo a la razón del hombre.
Fatalmente el catolicismo termina su evolución en la muerte de la razón, y en la necesidad de reemplazar su obra destructiva, con la obediencia ciega al Superior, sobre la humanidad esclavizada.
¡Y todo para dominar a su nombre! Michelet, en su historia de Francia en el siglo XVI, nos demuestra la novedad, la originalidad de Loyola, cuando se trata de reforzar la obediencia.
``¿Hasta adónde irá la obediencia?..
Los fundadores de órdenes antiguos habían dicho: hasta la muerte. Loyola va más lejos; ha dicho: ``Hasta el pecado''. ¿Venial? No. Va más lejos aún. Comprende el pecado mortal, en la obediencia.
``Visum est nobis in Domino nullas constitutiones posee obligationem ad peccatum mortale vel veniale inducere, nisi superior (in nomini J.
C. Vel in virtute obedientiæ) juberet''.
``Ninguna regla puede imponer el pecado mortal, a no ser que el superior lo mande''. Luego, si lo manda, es necesario pecar, pecar mortalmente.
Esto es nuevo, atrevido, fecundo.
Resulta, desde luego, que la obediencia, pudiendo justificar todo pecado, dispensar de toda virtud, será la única virtud.
Además, esta virtud única envolviendo la existencia, tanto la intelectual como la activa, la obediencia que impone toda acción, impone también toda creencia.
La única creencia que seguir, es la que la obediencia os da. Indiferencia perfecta sobre el fondo de la creencia. Obedece, y poco te importa si tu móvil creencia se contradice, sosteniendo por la mañana el por y por la tarde el contra.
Quedamos muy aliviados. Se acaba toda disputa.
Cuando se cree por orden y se enseña por orden, podemos sostener igualmente toda idea.
Digamos la palabra: no más idea.
(Michelet, La Réforme).
¡Y decir que los ilustrados en América aceptan, elogian y llaman, y hacen venir los jesuitas! ¡Y nos quejamos después, y nos asombramos de la esterilidad intelectual del continente! ¡Y reprochamos a las masas su inercia, su servilismo o indiferencia! Educan a un mundo en la obediencia hasta el pecado, si el superior lo ordena, ¡y hablan después de la dificultad de la República! Arrancan la razón, prostituyen la moral, vilipendian la dignidad humana, bajo el pretexto de salvarla, y quieren que no hablemos, que no discutamos, ¡que no señalemos el error y el crimen! Teocracia del Superior, infalibilidad del poder, en la cima, y obediencia hasta el crimen en la base, ¡he ahí la arquitectura del templo en que se pretende adorar la libertad! Los tiranos dictadores o caudillos y todo bandido pueden ser y llegar a creerse virtuosos, en razón directa de la obediencia ciega que prestaren.
Fundad Repúblicas así.
En nombre de Dios, no pretendáis arrancar de la conciencia del hombre, el remordimiento.
No materialicéis a Dios, a la razón, a la justicia.
No substituyáis las ceremonias, las prácticas serviles, y la obediencia ciega a un superior, al culto espiritual de la conciencia, a la comunicación directa del hombre con Dios, a la obediencia de la razón del Ser Supremo.
A quién debo elegir, preferir para obedecer, hombre de buena fe, de cualquier creencia que seas, ¿al hombre que dice poder absolverme, al hombre que puede ordenarme el crimen, o a Dios, que me impone la inflexibilidad de la justicia? No es otra, en resumen la cuestión.
Si lo primero, eres católico¬ jesuita. Si lo segundo, republicano.
No abdiques. Si a Dios sigues, eres libre.
Si al Superior, un esclavo.
Si a Dios obedeces, defiende tu razón.
Para quitarte al Dios de la justicia, tienen que despojarte de tu razón primero, de tu conciencia enseguida. Ésa es la muerte, ése es el hombre convertido en bastón en manos del superior. ¡Mira al Paraguay! ¡E imaginarse ver a la República, con el superior por caudillo! ¡Qué mejor explicación de la dictadura, americanos! ¡Qué mejor explicación del servilismo de los pueblos!

II XVIII.
NEGACIÓN Y SOLUCIÓN.
No habiendo autoridad ninguna que tenga derecho de imponer dogmas, ¿a qué se reduce entonces la autoridad de la Iglesia? ¿Cuál es lo espiritual que tiene que regir? ¿Cuál es la necesidad de su existencia? Ninguna. Crea el que quiera creer en ella, pero para el Estado no es fuerza, no es autoridad, no es poder.
¿Y el culto?, se me dirá. ¿El culto? ``Habrá libertad hasta ir a la misa''. Pero el Estado no oye misa.
¿Y la confesión? Se confesará el que quiera creer que la palabra de un fraile pueda absolverlo del asesinato, del robo, de la calumnia que hubiese cometido. Moral muy fácil.
¿Y el matrimonio? Se casará ante la Iglesia el que quiera, pero el matrimonio civil, es la ley en todo Estado libre, y esto basta.
¿Y el bautismo? Bautizará el que crea que su hijo nace en pecado y expuesto al fuego de los limbos.
Pero el Estado bautiza con la educación, con la ley de ciudadanía, con el sello soberano que estampa en la frente de todo hombre; el Estado bautiza iniciando con conciencia en la conciencia del niño o del hombre a quien lleva a la escuela racionalista, peristilo del templo de justicia.
¿Y las parroquias? Los distritos municipales llevarán el registro de matrimonios, nacimientos, muertes.
¿Y las Iglesias con sus campanarios? Cuestión grave, y pesada porque tienen muchos ladrillos, cuestión sonora porque las campanas tocan ánimas. Cuestión de albañil y de arquitectos.
¿Y el clero, el obispo, los frailes? Hic est opus.
Cuestión de mesa, de albergue, de rentas, de posición social: es la tremenda, es la que aterra.
¿Qué hacer? Que los alimente el rebaño, que como buenos y desinteresados pastores conducen a las delicias de la salvación y de la gloria, a través de esta tierra maldita, valle de lágrimas, que los hace sufrir tanta desnudez y tanta hambre.
Porque es insólito, buenos y desinteresados pastores, que vosotros, que sólo os ocupáis de lo espiritual, pretendáis exigir de lo temporal, a quien hacéis la guerra, algo de ese oro despreciable que el Estado recibe de todo creyente, y para el bien del Estado solamente.
¡Porque es incomprensible, que vosotros que os llamáis vicarios y representantes de Cristo, el hombre humilde y pobre, tengáis pretensiones al lujo, al orgullo, a la vanidad temporal de las potestades de la Tierra.
Pero ¿con qué viviremos? ¿No os llamáis mayoría o casi totalidad? Pues que la mayoría os rente. El Estado no puede rentar a su enemigo.
Ved ahí a lo que se reduce, cuando la sinceridad y buen sentido presiden al juicio, la famosa cuestión de la Iglesia y del Estado. ¿Pero eso es abolir la religión? La católica, puede ser, la religión eterna, ¡no! ¿Cuál es esa religión?

II XIX.
LA RELIGIÓN DE LA LEY.
¿Pretenderemos acaso predicar una nueva religión y aumentar el número de los reveladores y utopistas? No.
¿Anunciaremos por ventura, el nacimiento de un Mesías, de un sucesor de Zeus, de Júpiter, o de Jehová? ¡Y qué! Esa religión de verdad que predicáis y sostenéis, ¿no puede vivir sin rentas, sin palacios y oropeles, sin jerarquías poderosas que deslumbren al vulgo imbécil? ¡Oro, oro, clamáis en el desierto! ``¡Para hacer derechas las veredas!''.
Oro para el brillo del templo, ¡para el esplendor de monseñor! Oro para que os enseñemos, oro para que recemos, y cantemos por vuestros pecados, ¡ingratos!, oro para mis misiones, instituciones, profesiones, comisiones, administración, dirección, gobierno y por el sacrificio de regir a esta humanidad rebelde. Os presentamos, gratis, las condiciones de la salvación y de la eterna gloria, ¿y mezquináis en cambio un poco de oro? ¡Ay de los avaros! En verdad, en verdad os decimos, filósofos, racionalistas republicanos, herejes, que no os lleváis ese oro, y que cuenta estrecha daréis de su uso. Dadlo pues en vida.
Estado, abre la mano, creyentes, legad vuestros bienes a la Iglesia.
Y el pobre poder espiritual, que sólo debía ocuparse, del cielo, del espíritu, se digna arrojar una mirada compasiva a ese temporal, a ese poder de la tierra, a esas cosas despreciables que se llaman rentas y riquezas.
No.
¿Proclamáis nuevos dogmas, otra moral, instituís otra Iglesia? Dios nos libre.
¿Qué pretendéis, qué anunciáis, qué proclamáis, entonces? Proclamamos un axioma.
Anunciamos la encarnación de ese axioma, en las creencias, en las instituciones y costumbres.
Pretendemos que ese axioma sea el poder espiritual en todo hombre, y el poder temporal en todo pueblo.
¿Cuál es ese axioma? ¡La justicia! Si hay alguien que niegue el axioma de la justicia, que se presente.
Si hay algún dogma que lo destruya, ese dogma es falso, porque la justicia es el criterio de la verdad.
Si hay alguna moral que no lo afirme, esa moral es inmoral, porque la justicia es el criterio de la moralidad.
Si hay alguna ciencia, o sistema que lo niegue, esa ciencia es error y ese sistema miente, porque la justicia es criterio de la inteligencia.
No refuto al que niega la evidencia. No discuto con el que niega la razón. La justicia es la visión y afirmación de la evidencia moral.
Hay, pues, un principio inconcluso, indisputable, indestructible, fundamental, generador.
Y ese principio, tipo eterno, modelo divino, ley invariable, luz permanente, verbo del ser, es el axioma de justicia.
¿Por qué temblar el hombre, cuando posee la revelación de la justicia? ¿Estar con la justicia, no es estar con Dios, con la eternidad de la ley? ¿A quién puede temer? El hombre se lamenta porque vive en hostilidad de creencias, de intereses, de pasiones.
¿Cómo unificar la humanidad, cómo conciliar los intereses, cómo regular sus pasiones? Creyendo y practicando la justicia.
¿Decían que abolimos la religión? ¡Cuando instalamos, instituimos, proclamamos, la religión eterna de justicia! ¿Quién puede oponerse a su reino, quién puede declararse su enemigo, sino aquel cuyas creencias dogmáticas lo nieguen, o cuyas pasiones lo cieguen, o cuyos intereses fundados en el error que explota a la ignorancia lo aferren furioso y amenazador al altar que lo enriquece? El hombre es religioso, necesita religión, es decir, creencia y ley.
Creencia en la verdad de la ley: tal es la esencia del principio religioso.
La ley es la justicia.
¿Cuál es la creencia que sostiene, cuál es la sustancia o verdad en que se apoya la ley o la justicia? La libertad del sujeto, que es el objeto de la justicia: la libre personalidad del hombre.
Y la eternidad invariable, inmutable del ser, que es la justicia.
Soy libre para ser justo.
El sujeto.
Soy justo para ser libre.
La justicia, es el imperativo eterno, la verdad viva de la eterna vida. Luego mi libertad creada para la justicia, es el axioma, la evidencia, el dogma fundamental.
Un dogma: el eterno justo.
Un principio: la libertad para ser justo.
He ahí el alfa y el omega, la causa y el efecto, el principio y el fin, los dos polos del universo moral, la fuerza y la forma, o la voluntad y la ley, los dos términos que sostienen la relación de la verdad.
Vengo de la justicia, para vivir en la justicia, para ir a la justicia.
He ahí la ley del destino, la ley de la historia, la religión de la ley.

II XX.
DE ALGUNOS SOFISMAS QUE SE OPONEN A LA RELIGIÓN DE LA LEY.
La mayor parte de los opositores, no da casi nunca la razón íntima que la hace oponerse a la verdad. Difícil es, por cierto, combatir con el hombre, que como el chino, presenta a su enemigo, en vez de su pecho al peligro, grandes figurones, con los cuales piensa aterrar al que lo ataca. Difícil es convencer cuando se oculta la verdadera razón o motivo de resistencia a la verdad, y se presenta otra aparente. He aquí algunas: ¿Qué nos dais en cambio de lo que destruís? He ahí un argumento.
Ya Voltaire había contestado: ``Os quito la enfermedad, y me preguntáis qué os doy en cambio: La salud, imbéciles''.
Curioso argumento por cierto, pero que revela las profundidades tenebrosas que el error introduce en el espíritu.
Educados, amamantados, instituidos en el error, creemos que el error es parte de nuestro ser, de nuestra vida, de nuestro amor propio, de nuestro orgullo, de nuestra vanidad, de nuestro egoísmo. Imaginaos, pues, la empresa de atacar al amor propio o egoísmo interesado en el error.
Quitáis el freno a las masas: he ahí otro argumento.
¡Hola! ¿Quién enfrenó las masas? ¿Con qué están enfrenadas? Y ésa es la mayoría de la humanidad.
En primer lugar, no hay masas más desenfrenadas que las masas católicas. La historia de los pueblos católicos lo afirma. ¿Y quién desencadenaba las masas, como Eolo a los vientos, cuando era necesario degollar los protestantes y exterminar a los herejes? ¿Quién? ¿Quién? ¡Responded! ¿Quién desenfrenaba las masas contra las reformas, contra la República, contra la filosofía? Responded.
Confesad, pues, que las mantenéis enfrenadas para desenfrenarlas. Pues queremos quitar ese freno de la boca de las masas, y las riendas de vuestras manos.
``¡Quitáis el freno!''. ¡Oh confesión de parte, oh ignominia! ¡Y pretendéis que no nos ocupemos de asuntos religiosos! ¿Y queréis que no señalemos el abismo tenebroso, siempre abierto, y que no señalemos las causas y las manos que pueden precipitar las conquistas de la libertad en esa tumba de servilismo, anarquía y despotismo en que se revuelven los pueblos católicos, implorando la insurrección de la vida libre, de la vida de paz y de justicia? No. Hemos de hablar, y nos hemos de entender, si no desenfrenáis contra nosotros alguna fuerza bruta, como argumento sin réplica e infalible, de vuestra infalible autoridad.
¡Quitáis el freno! ¡Confesión magnífica! ¿Y pretendéis cimentar una República sobre masas enfrenadas? ¿Qué otra cosa demostramos, diciendo que República y catolicismo se excluyen, se combaten, se destruyen? Ved la inferioridad de los pueblos católicos respecto a los pueblos protestantes. La Holanda, la Suiza, la Inglaterra, los Estados Unidos, todos los pueblos más libres y grandes de la tierra, han arrancado ese freno, y han puesto en la mano de todo hombre, un libro que cada uno puede leer y juzgar con la razón emancipada. 1 Y es por eso que la libertad de los derechos se apoya en la soberanía de cada uno. El derecho tiene la sanción religiosa. La religión en lugar de oponerse u hostilizar al derecho, lo fortalece, y la libertad es religión.
Pero veamos en qué consiste ese freno, argumento de los sabios hipócritas de América.
Ese freno se llama: el terror del infierno.
Quitad el catolicismo, y nos desbordan, nos sumergen las masas brutas. Luego el orden se apoya, la sociedad existe, ¡gracias al terror de las llamas eternas para las penas eternas! Notad que los que esto dicen, no creen en el diablo ni en el infierno, ni en las penas eternas, pero es la máscara de interés social con que encubren su debilidad, su mentira, su egoísmo, y la necesidad utilitaria de su hipocresía, para ganar plata, tener influencia, empleo o consideración en una sociedad católica.
¿Pero cómo obra el terror del infierno en las masas? Esto es necesario conocer, para comprender el manejo de las riendas del freno.
Lo que salva es la fe y la absolución del sacerdote, que en el tribunal de la penitencia representa a Dios, y tiene en sus labios el poder de atar y desatar, de absolver o condenar para in aeternum.
Esta creencia, la fe salva, y esta institución, la confesión, contienen todo el secreto del terror, y al mismo tiempo del poderoso atractivo que para los ignorantes, y para las mujeres, ejerce el catolicismo.
Porvenir de vuestros hijos y de las generaciones futuras, para pasarlo tranquilos mientras vivís! Ha habido enseñanza para las masas, han podido ser educadas, pues las habéis enseñado y educado en ese dogma. Luego, puede haber enseñanza y educación racionalista, que es el verdadero freno de los hombres libres. ¡Luego, no es tan difícil generalizar un dogma! ¡Luego no es imposible universalizar la educación de la razón! ¡Enseñanza, instrucción, educación, gritan todos en coro! ¿Pero cuál es el libro de la moral republicana, el libro humano por esencia, el dogma, el axioma, el principio que debo inculcar, enseñar, para bautizar las generaciones con las aguas de la regeneración, e incendiarlas con el amor a la justicia? ¡Silencio, silencio, silencio! Y los pedagogos se callan o proponen el catecismo del padre Astete.
Fundad Repúblicas así.
¡Y entonces el clero, el católico se posesiona del campo virgen del espíritu de las generaciones, campo que abandona el Estado, y que abandonan los ilustrados! Y los ilustrados, los sabios, fundan escuelas, crean instrumentos para que se sirvan de ellos, los enemigos de la República.
Es bueno que todos sepan leer; pero si lo que leen es la mentira, el diablo será el primer pedagogo.
Es bueno saber sumar y restar, pero si esa aritmética se emplea en sumar los días de indulgencia, para restar los días de menos que debo pasar en medio de las llamas, si el progreso de la ilustración sin principio, es tan grande, ``los bandidos llevarán sus libros de robo y en partida doble'', como lo dijo Simón Rodríguez, el maestro de Bolívar.
Es bueno enseñar la moral, pero si doy por fundamento a la moral la sanción del terror, destruyo el principio mismo de la moral, instituyo la obediencia servil, la abdicación de la razón, y así no hay República posible.
Volvamos ahora al gran argumento del freno de las masas.
Hemos dicho que la educación de las masas católicas, y el medio con que son gobernadas se funda:¡Cuán agradable no sería vivir sin trabajar! ¡Si pudiera hacer que otros trabajasen por mí, mientras yo me ocupo en contemplar, o en una serie no interrumpida de goces! ¡He ahí una tentación! Si la escucho, ya mi inteligencia se pone en trabajo para buscar los medios de conseguirla.
Si descubro los medios, ya la noción de justicia se eclipsa, ya miento, pero olvidando cada día la justicia, la mentira se convierte en error, el error en doctrina, estoy justificado, y emprendo la campaña.
Tal es la explicación del mito de la caída.
Conspiro con algunos, a quienes seduce la bella perspectiva del ocio, del dominio y de los goces. Sorprendemos a otros y los esclavizamos, y con los esclavizados aumentamos la conquista.
Enseguida educamos a los esclavizados, diciéndoles: Brahma el eterno nos sacó a nosotros de su propia ``cabeza'' para dirigiros, y a vosotros de sus ``pies'' para servirnos. Somos la palabra del Ser, el universo tiembla. El rayo, el trueno, la tormenta, el temblor, son manifestaciones de su ira: obedeced si queréis salvaros. El freno queda colocado y las riendas en manos de la casta. He ahí como se doma multitudes, he ahí como se enfrena a los pueblos.
¿Y qué otra cosa ha hecho soportar a los pueblos catolizados, la servidumbre de la gleba, la esclavitud, la feudalidad, la monarquía, la abdicación de la inteligencia, sino el dogma de que unos son los ``llamados'' y otros los ``escogidos'' de que unos son la razón y otros la obediencia, de que unos cargan con la ira del Eterno y otros con el beneplácito supremo? La humanidad está enferma del terror sacerdotal. Cuando suspendo un diluvio universal en el pasado para aterrar y exterminar las razas, excepto la privilegiada del altar, cuando los cataclismos son pérfidamente interpretados en nuestros días, como consecuencias de desobediencia católica, cuando envuelvo a la humanidad en una atmósfera de fuego eterno para mantener el eterno dolor, y sólo hablo a la esperanza de la aterrada humanidad. La fe ciega, la absolución del sacerdote, la indulgencia gratis o comprada, ¿decidme si no es una obra de salud, de justicia, de caridad, el arrancar los pueblos de las catacumbas tenebrosas, de sacarlos a la luz y enseñarlos a pisotear la mentira, el error y el crimen que los encadenan y pervierten? ¿Y qué moralidad puede existir, si todos mis actos van encaminados y sólo tienen por objeto evitar el fuego eterno? Es mentira mi moralidad, es mentira mi caridad, si lo que hago es por cálculo, si el móvil y motivo de mis acciones es el egoísmo puro de comprar con limosnas, servicios u otros actos, la felicidad y gloria eternas.
Hago el bien. Está bien. Pero, no te llames virtuoso. Haces el bien, crees cumplir la ley, pues estás en el mostrador del comercio espiritual, pesando en las balanzas, lo que esa acción te va a producir en el banco del cielo.
Haces limosnas, y dices, Dios me pagará.
La virtud no puede ser católica, porque la virtud es el deber por el deber, y lo que se llama moralidad, virtud o santidad católica, es un cálculo, un cambio, un comercio de bienes temporales por los espirituales y eternos.
¡Cuánta razón no tenía Montesquieu en dar la virtud como fundamento de la República! Sin virtud no hay República. El catolicismo es la abolición de la virtud, luego no puede fundar Repúblicas.
Pero confesamos que el catolicismo tiene un poderoso atractivo para las masas y para las mujeres. Habla claro y dice: gloria eterna si crees, dolor eterno si niegas.
Habla a los sentidos que es el lenguaje más apropiado a la ignorancia: ceremonias paganas, para todos los actos de la vida, y para todas las horas y los días del año, indulgencias y ceremonias para todos los pecados, oraciones para todas las circunstancias, devociones para todas las simpatías, instituciones para todos los objetos que les interesen, absoluciones para todos los crímenes.
¿Cómo no amar y defender, a capa y espada, tan preciosa religión? Yo, que soy un pecador y que cuento con ser absuelto cuando quiera, y a la hora de mi muerte, he de odiar al importuno, al hereje, al malvado que quiere arrancarme ese consuelo.
No quiero oírlo, es el escándalo: ``vade retro Satanás''. Y como ese odio es religioso, es por causa de la fe, la persecución, la exterminación de los herejes es obra agradable a Dios, y lo que agrada a Dios siendo la caridad, es caridad exterminar a los herejes. ¡Y queda terminada la evolución de la mentira haciendo a Dios cómplice de las matanzas humanas! Ved las guerras de religión, la bendición de puñales, los Tedéum entonados por Bossuet sobre las Dragonadas, como dice el convencional de Víctor Hugo.

II XXI.
OTRAS CONSECUENCIAS DE LA SANCIÓN CATÓLICA, LA ABSOLUCIÓN
Además de interesar al egoísmo, o de presentar al egoísmo, como móvil fundamental de la moralidad de los actos, el catolicismo envuelve otros atractivos y contiene otras consecuencias que explican su dominio tan fácil, sobre los ignorantes fanatizados y las débiles mujeres.
Pocas cosas hay más difíciles de sobrellevar con dignidad, que el gobierno de sí mismo, la responsabilidad de nuestros pensamientos, sentimientos y acciones, el deber de pensar por sí mismo, de obrar bajo su propia responsabilidad, de legislar, juzgar y ejecutar de motu propio sobre su propia vida, que es lo que constituye la libertad, el deber y el derecho.
La conciencia de la libertad, y el deber de gobernarse, es un deber heroico y un peso terrible.
Si hay un dogma, iglesia o religión, o sistema político que me alivien de ese peso, a él me entrego, corro al encuentro de la servidumbre, y me siento feliz por el alivio de ese peso, por el descargo de mi responsabilidad. Bendigo la tutela y el tutor. Entrego mi alma, mi pensamiento, mi soberanía, en cambio de que piensen por mí, de que me presenten lo que debo hacer bajo ajena responsabilidad. ¿Conquistar el far niente, dando en cambio la soberanía? ¡Oh hallazgo! ¡De qué me sirve llamarme, o creerme soberano, si tengo que trabajar, pensar, luchar, para obtener una perpetua responsabilidad, ante Dios y los hombres! ¡Sancta simplicitas! El tutelaje intelectual y moral es un descubrimiento de los que se erigen en responsables de las almas.
¡Responsables de las almas! ¿Lo oís? Y volvemos a citar las palabras de Lamennais: ``Libertad y catolicismo son dos palabras que radicalmente se excluyen. La iglesia, por el principio de su institución, exige y debe exigir del hombre una obediencia ciega, absoluta en todos los órdenes: obediencia en el orden espiritual, puesto que de él depende la salvación; la obediencia en el orden temporal, en cuanto está ligado al orden espiritual, pues que, si permitiese se acatase en cualquier grado y en alguna manera, ya la fe necesaria para salvarse, ya la autoridad que la enseña, se haría cómplice del mayor crimen que pueda concebirse, la muerte de las almas. De esto a las medidas represivas, a la inquisición, a su código sangriento, la consecuencia es rigorosa''. (Lamennais.) El dogma de la fe, la obediencia absoluta exigida para salvarse, el principio de que fuera de la Iglesia no hay salvación, perfectamente expresado por el Ortodoxo Dante, en las siguientes líneas: `` Ch'ei non peccaro: e s'elli hanno mercedi, Non basta, perch'ei non ebber battesmo, Che e porta della Fede que tu crei: Per tai difetti, e non per altro rio Semo perdutti, e sol di tanto o la política, no se conviertan en asunto de comercio? La purificación no debe depender de la palabra de un hombre, sino de la penitencia, del remordimiento, de la resolución invariable de no volver a fallar, del resarcimiento del mal, de la satisfacción dada, de mi resignación a la pena, etc.
Tal es la rehabilitación del hombre libre.
Comparad y juzgad.
El católico procura borrar la memoria del pecado y su responsabilidad, haciendo tabla rasa, confesándose. El racionalista, el justo, aviva el fuego rememorante de su culpa, cultiva su remordimiento para purificarse, y se cree siempre responsable.
Comparad y juzgad la moralidad de resultados.

II XXII.
DE OTRO SOFISMA QUE SE OPONE A LA RELIGIÓN DE LA LEY. EL CONSUELO, COMPLEMENTO DEL CAPÍTULO XIX.
Pero nos quitáis el consuelo. He ahí otro de los poderosos argumentos que el católico nos lanza.
¿Pero qué consuelo? Explicaos, analicemos.
¿Es el consuelo de la absolución? Os quitamos el consuelo de la absolución de un clérigo o de un fraile, para daros el consuelo de la absolución de vuestra propia conciencia, si sois bueno, puesta en comunicación directa con el Padre de la justicia. Pero si sois un malvado, es verdad que os quitamos el consuelo de las absoluciones, de las indulgencias compradas con legados piadosos, de caridad etc., y la absolución de un hombre que quizás haya sido vuestro cómplice. Id a ser juzgado, pagad, purgad vuestros crímenes, el dinero robado al huérfano y la viuda, el honor de vuestro prójimo calumniado, la opresión del débil, la justicia negada, la mentira de vuestra palabra o pensamiento, vuestra conciencia torcida al servicio de la pasión o del interés, la sangre derramada, el derecho del hombre escarnecido, la indolencia para el bien, la indiferencia por la causa de la dignidad del hombre y de los pueblos. No podemos absolveros. No tenemos el poder de atar y desatar. No somos dispensadores de la gracia.
No admitimos las indulgencias. ¡Estás delante de Dios y su justicia y pides intermediarios humanos! ¿O piensas, miserable, torcer el juicio divino con tu servilismo o con el oro? Comparad y juzgad: El catolicismo presenta pues un consuelo, que los racionalistas y los justos no podemos presentar.
El catolicismo ejerce una atracción poderosa en los malvados y en los tímidos.
Que se confiese el doctor Francia o Rosas.
Washington y Franklin no se confesaron. Se confesaron Luis XI, Luis XIV y Napoleón. Lamennais no quiso confesarse. Rosas y Bonaparte necesitan consuelo. No lo necesita el justo.
¿Qué otro consuelo os niega la religión de la ley? ¿Es la creencia en la inmortalidad del alma, la persistencia de la identidad del yo? Nosotros creemos en la inmortalidad del ser que realiza la justicia. Nosotros creemos en la permanencia de la causa misteriosa que forma nuestra personalidad unida a los organismos que pueda revestir en su peregrinación a través de los sistemas siderales. Nosotros creemos en la eternidad de la justicia sobre todo, porque no es justo que el malvado, negador de la verdad y de la justicia, el enemigo del ser ideal, tenga razón en su última hora, y su blasfemia sea una verdad.
Y no sois vosotros, los hijos de la raza de Abraham, los que podéis vanagloriaros de haber legado a la humanidad el dogma de la inmortalidad del alma. Fue uno de los nuestros, no el que primero la afirmó, sino el que hizo la más bella demostración de esa doctrina.
Fue Platón, como trescientos y más años antes de Jesucristo, quien iluminó al mundo con la revelación más bella de la más bella de las razas.
Somos pues los racionalistas los primeros que hemos procurado demostrar para convencer: el dogma de la inmortalidad del alma.
Esa gloria es nuestra y no vuestra. El gran consuelo ha sido demostrado por Platón.
Y para resumir: vuestro consuelo se llama gracia, misericordia, indulgencias, ceremonias exteriores, prácticas externas, absolución del hombre. Nuestro consuelo se llama ¡justicia! ¡Comparad y juzgad!

II XXIII.
RESUMEN DE LA SEGUNDA CAUSA DE LA DEBILIDAD DE AMÉRICA
La contradicción es lucha. Vivir en la contradicción de principios, es habituarse a la negación o a la duda.
La negación perpetua, la duda constante, producen la indiferencia por la verdad y la justicia.
La verdad y la mentira, la justicia y la injusticia, apoderándose alternativamente del pensamiento y de la conciencia, para reinar a la vez o sucesivamente, se paralizan, o inutilizan, o destruyen.
El bien y el mal reinan como consulado alternativo, o coexistentes de dos sociedades, religiones o principios opuestos.
Un hombre se hace escéptico, un pueblo anarquista, un continente se enerva.
¿De qué depende la energía, la vitalidad creadora, la actividad fecundante del hombre o de los pueblos? De la verdad consciente y afirmada, del entusiasmo alimentado por lo que cree ser la verdad de su dogma o de su causa.
Destruid la fe, negad el dogma, o habituad ese pueblo a considerar como verdadero, lo que es falso, (o lo que es peor) que el dogma falso o verdadero, pueda coexistir con el principio verdadero o falso de su política a pesar de que sean contradictorios, y se apagará su vida. La anarquía en las creencias originará la anarquía en el foro.
No puede haber equilibrio, sino oscilación. Es necesario el predominio de un dogma o de un principio. La fuerza resulta de la unidad de causa y de tendencia. La debilidad resulta del dualismo contradictorio.
La América vive en el dualismo.
Ese dualismo es el dogma religioso, y el principio político: el catolicismo y la República.
Para fortificar la América sería necesario o el predominio absoluto del catolicismo con todas sus consecuencias como en Roma, o el predominio de la libertad como en Estados Unidos.
No hay otro medio. Quered lo uno o lo otro, pero con fe, y tendremos fuerza como la Rusia, o como los Estados Unidos.
Es necesario que la religión se armonice con la política. Era la época de fuerza de la España.
La inquisición y el trono se daban la mano. Es la época de fuerza de la Rusia: el emperador es Papa.
Es necesario que la política libre se armonice con el dogma libre.
La libertad de los Estados Unidos y de la Suiza se apoya en el dogma del libre examen, que hace de todo hombre un soberano. O Roma, o la Suiza. O la Rusia o los Estados Unidos.
La cuestión es clara, sencilla, evidente. La teoría la afirma y la demuestra, la experiencia la confirma.
Negación del catolicismo, afirmación de la República, o negación de la República y afirmación del catolicismo. Pero no ambas negaciones, o ambas afirmaciones a la vez, pues ya hemos demostrado que eso es el camino de la muerte.
La historia de todos los pueblos católicos es la mejor prueba palpitante. Todos mueren, o si resucitan es negando su dogma.
Ambas oposiciones a la vez, es la indiferencia como resultante. Es la muerte de las creencias. La muerte de las creencias, es la corrupción de los caracteres, y aquí entramos en la tercera causa de la debilidad de América.

II XXIV.
TERCERA CAUSA DE LA DEBILIDAD DE AMÉRICA:
LA CAUSA MORAL, INFLUENCIA DEL CATOLICISMO EN LA POLÍTICA.
El error engendra el mal moral. Es a veces por esto difícil separar por medio del análisis, la parte intelectual de la parte moral, o la idea del sentimiento; el móvil o el motivo, de los actos.
Si el dogma que puede variar, y cuyas concepciones varían, altera la moral que es invariable, la moral a su vez altera la política, que es una consecuencia de la noción y conciencia de la justicia.
Sismondi, en el último capítulo de su obra (Historia de las Repúblicas Italianas) exponiendo ``las causas que han cambiado el carácter de los italianos, desde el esclavizamiento de sus repúblicas'', dice que ``doctrina de la penitencia causa una nueva subversión en la moral''.
Y si se agrega que no sólo esa doctrina, sino casi todas las doctrinas enseñadas, si el principio mismo de la moral se destruye, erigiendo el terror como móvil de las acciones; si el dogma fundamental arranca del alma la soberanía de la razón, entonces podemos deducir (y la experiencia lo confirma) que el catolicismo es enemigo de la verdadera moral, y que si puede crear santos, no está en su poder hacer hombres virtuosos. Me dirijo a los que saben como se define la virtud.
Y como nosotros creemos y sostenemos, con Montesquieu, que la virtud es el principio de las Repúblicas, que nosotros definimos el principio del deber por el deber, y no el principio del terror, o del egoísmo fanatizado por salvarse del infierno, deducimos que el catolicismo no puede ser el principio fundamental de la República.

II XXV.
ANÁLISIS DE LAS CAUSAS MORALES
PRIMERA CONSECUENCIA: LA DICTADURA MAQUIAVÉLICA
El católico profesa el dogma de la obediencia ciega y obedece a una autoridad que debe creer, es infalible.
De esta afirmación que es un hecho indispensable, vais a ver salir las monstruosas consecuencias que destrozan al mundo americano.
El católico en el poder o revestido de la autoridad cuyo fundamento es Dios según la teología de Pablo y compañía, se inclina naturalmente a creerse infalible. Y como la Iglesia lo apoya (siempre que tenga la fuerza, se entiende) esa creencia se fortifica y llega a revertirse de la majestad pontifical. La infalibilidad de la creencia origina la impecabilidad del mandatario.
¡Imaginad lo que será, imaginad los furores de esa autoridad, al verse discutida, contrariada, refutada! La oposición política se asemeja a la herejía, y es necesario exterminarla a toda costa (AD MAJOREMDEIGLORIAM). Francia y López en el Paraguay son pontífices infalibles. Rosas en la República Argentina ejercía la infalibilidad inapelable de la muerte.
Montt en Chile, el paroxismo del orgullo hipócrita y sangriento.
Los Monagas en Venezuela, Flores en el Ecuador, los Santa¬ Ana en México, justificaban sus miserables torpezas, y sus farsas sangrientas con el cinismo de una conciencia que hacía la apoteosis de la autoridad. Y los pueblos o mayorías encorvadas, apoyaban esa encarnación del poder divino de Pablo y de Bossuet. Es la apoteosis del monstruoso emperador romano.
Desaparece el derecho. Las garantías, las constituciones, las instituciones libres: ¿qué son apoyadas en masas educadas en la obediencia ciega, y ante la persona viva, visible, activa que con la cuchilla de la ley y la unción del sacerdote se presenta, como la autoridad suprema? Nada. Y así es, que no hay principio, palabra, juramento, institución que resista al contacto o al amago de la autoridad. Y la política, la República que debía emancipar, sólo sirve para que sus formas legales, confirmen con la farsa del sufragio, de la delegación, representación, etc., el despotismo inoculado.
El triunfo del error o de la mentira se consuma, haciendo que las apariencias de verdad y de legitimidad consagren la prostitución de la República.
Ya la táctica es conocida, felizmente; pero entre tanto, la indiferencia cunde, y la vida política se apaga, asfixiada por el desengaño.
Luego la primera consecuencia del dualismo, u oposición de la política y del dogma, es la tendencia lógica de la autoridad a revestirse de la infalibilidad. La República católica produce la dictadura necesaria. El maquiavelismo impera.

II XXVI.
SEGUNDA CONSECUENCIA: LA DICTADURA JESUÍTICA
La tendencia a la infalibilidad, que es a la legitimidad de nuestras ideas, pasiones y actos, como hombres de partido y egoísmo, produce el apetito desordenado del poder.
Obtener el poder es el todo. De aquí nace la práctica inmoral de que ``todo medio es bueno para conseguir un fin''.
Disputarse el poder en América, es disputarse unos la riqueza, otros la sanción moral, la venganza, el despotismo sobre el adversario, la humillación del vencido, y otros, quizás la minoría, el poder de reformar. Aun más diré, es buscar la absolución y justificación de mis injusticias.
Pero como hay principios consignados que garantizan a todos sus derechos, y no puedo violarlos, entonces aplico el sistema de salvar la forma.
Si dice el código: el pensamiento es libre, agrego, con los límites que la ley estableciere, y como la ley a que se refieren no es la constitucional, sino la expedida después, inscribo en ella las excepciones de Fígaro: El pensamiento es libre, pero no se podrá discutir dogmas, ni exponer sistemas que ataquen la moral. ¿Y quién juzga? Una comisión o jurado nombrado en último análisis por la autoridad. Y tenemos la censura reestablecida bajo el nombre de la institución más libre, que es el jurado. Victoria sublime del doblez. Pero la forma se ha salvado.
El poder electoral es el único poder que ejerce el pueblo soberano, y lo ejerce, no para hacer la ley, sino para nombrar al que la haga.
Pasemos.
La mayoría de sufragios es, pues, la expresión (según el sistema de la delegación) de la voluntad del pueblo.
Ésta es la base del poder republicano, y es por eso que la libertad y legitimidad de la elección consagran la legitimidad del poder.
La elección es libre, se dice. ¿Pero si dispongo del escrutinio? ¿Pero si soy yo, poder establecido, el que nombro al escrutador, si la ley permite que uno pueda votar veinte veces en un día, sobre el mismo nombramiento? ¿Si puedo dominar en los comicios y aterrar con libertad al opositor? ¿Qué resulta? Que el poder se perpetúa en su partido a despecho de la voluntad popular escamoteada. Pero la forma se ha salvado, y ¡viva la libertad del sufragio! El domicilio es inviolable, pero lo violo, agregando, salvo los casos que la ley determine.
Y los casos los determina en último análisis el poder.
Queda abolida la pena de muerte por casos políticos, pero yo fusilo prisioneros, porque juzgo que no son casos políticos. Y como soy autoridad infalible, declaro que esos prisioneros políticos, son bandidos; y la forma se ha salvado.
El ejecutivo puede ser acusado ante la cámara de diputados y obligado a un año de residencia después de dejar el mando.
Pero esa cámara ha sido nombrada por mí, y funciona un año después de mi salida. Son mis empleados, mis protegidos, mis criaturas, mis cómplices, los que me han de juzgar. ¿Me condenarán? No. Ni se atreverán a acusarme.
Quedo legitimado, y la forma me ha salvado.
Montt se sonríe sobre sus ocho mil cadáveres.
La prensa es libre. Pero nombro al jurado, y puedo, con la autoridad de la más libre institución, acusar, acosar, perseguir y acallar con la forma de la libertad, la libertad de la palabra.
Impera entonces absoluta y soberana la palabra de un partido. Extiendo la mortaja de la infamia sobre el cadáver del vencido, y grito: ¡la prensa es libre! Es aceptado, puede decirse, por todos los publicistas liberales, la doctrina de la separación de poderes, como indispensable para la libertad de la República.
Pero si el ejecutivo tiene la facultad de nombrar a los jueces, si el ejecutivo participa de la formación de las leyes, si el ejecutivo con la ley de elecciones nombra al congreso, ¿a qué se reduce, en último análisis, la tan decantada separación de los poderes? No pueden suspenderse las garantías que esta Constitución establece. Pero si tengo la facultad de declarar en estado de sitio, una provincia, o la República, autorizado, como en Chile, por el consejo de estado, nombrado por el mismo Presidente, ¿qué seguridad puede tener el ciudadano? Miserable maquiavelismo, con el cual, salvando las formas, se ha hecho retrogradar y ensangrentar a Chile por el espacio de treinta años.
Se discute, la prensa es libre; se asocian los ciudadanos, pues la asociación es un derecho; se ilustra y conquista la opinión que casi unánime clama por reformas; se preparan las elecciones que han de llevar al poder a los representantes de la reforma; ¡y entonces el poder ejecutivo declara la provincia o la República en estado de sitio, y las garantías suspendidas se ciernen sobre el abismo de la dictadura legal y del despotismo constitucional! ¿Y entonces? O la abdicación, o la desesperación, o la guerra civil etc. La revolución, levanta entonces su pendón terrible, y la sangre se derrama en combates y cadalsos. El respeto a la ley y a la autoridad se pierden, y sólo la fuerza impera, proclamándose como libertad y justicia vencedoras. Es la dictadura jesuítica.

II XXVII.
TERCERA CONSECUENCIA: DESAPARICIÓN DEL SENTIMIENTO DE LO JUSTO
Se ve que las constituciones republicanas llevan en sí mismas el germen del despotismo legal, monstruosa asociación de palabras, que sirve para caracterizar la prostitución de la ley.
Y como el despotismo siendo legal, queda justificado, resulta que el sentimiento de lo justo se borra de las conciencias. Para llenar este vacío, el sofisma, el doblez, la intriga, se precipitan en la conciencia para obtener a toda costa el poder, que viene a legitimarlo todo.
Tal es la segunda faz de la educación política que se practica en las repúblicas apoyadas en una religión contraria.
La experiencia prueba que en el combate legal de los partidos, el partido del poder obtiene siempre la victoria. La experiencia muestra que el partido que se revista de lealtad va perdido y es burlado. ¿Qué puede resultar de semejante Estado? Que lo justo se olvida, y que el éxito es la justicia.
Triunfar es, pues, el desiderátum supremo.
Entonces la conciencia falseada altera hasta la fisonomía de los hombres, y su palabra sirve según la expresión de Taillerand, para ``disfrazar su pensamiento''.
Entonces se ve el caos. El diccionario cambia, la lengua es tortuosa como el reptil, el estilo enfático y vacío para llenar la fatuidad triunfante; el lenguaje de la prensa se asemeja a los oropeles que se arrojan para adornar un festín de gusanos, y la prostitución de la palabra corona la evolución de la mentira.
El conservador se llama progresista.
El liberal hace protestas de católico.
El católico jura por la libertad.
El demócrata invoca la dictadura, como los rebeldes de Estados Unidos, y defiende la esclavitud.
El retrógrado demuestra que quiere la reforma.
El ilustrado populariza la doctrina que todo ``es bueno en el mejor de los mundos posibles''.
El civilizado pide la exterminación de los indios o de los gauchos.
El principista, que los principios callen ante el principio de la salud pública. Se proclama no la soberanía de la justicia, presidiendo a la soberanía del pueblo, sino la soberanía del fin, que legitima todo medio.
El absolutista, que es el salvador de la sociedad.
Y si se gobierna con golpes de Estado, facultades de sitio, con dictaduras permanentes o transitorias, con las garantías escamoteadas, burladas o suprimidas, la palabra del partido en el poder os dirá: la civilización ha triunfado de la barbarie, la autoridad de la anarquía, la virtud del crimen, la verdad de la mentira.
Desaparecen, pues, la noción y sentimiento de lo justo. Y la justicia olvidada o pervertida abre la puerta a todas las invasiones. Ya no hay pueblo, hay habitantes. No hay ley, hay éxito. No hay autoridad, hay fuerza. No hay unidad en la persona, hay doblez en el hogar, en el foro y en el templo.
La dictadura maquiavélica perfeccionada por la dictadura jesuítica, se apoya, corona y justifica, en la perversión del sentimiento de lo justo.

II XXVIII.
FATALIDAD DE LA DICTADURA
No hemos agotado la materia, pero podemos resumir las consecuencias de la causa moral producidas por el error del dualismo en que vivimos, en esa resultante que todas las repúblicas de América producen, como lógica consecuencia del dogma y principio que combaten. Llevamos medio siglo de vida independiente de la España.
¿Cuántos años ha habido de verdadera libertad en alguna de las nuevas naciones? Difícil es decirlo, pero más fácil es manifestar los años que ha tenido de anarquía y despotismo.
¿Será el Paraguay y con cuarenta años de dictadura modelo? ¿Será la República Argentina, desde sus dictaduras provinciales y nacionales, hasta los veinte años de la tiranía de Rosas? ¿Y lo que viene? ¿Será Chile desde la dictadura de O'Higgins, hasta la dictadura intermitente de treinta años consecutivos? ¿Será Bolivia que nos espanta con la sucesión de sus dictaduras sanguinarias? ¿Será el Perú, que ha pasado por más dictadores que presidentes legales ha tenido? ¿Será el Ecuador con los veinte años de la dictadura de Flores? ¿Será Nueva Granada? Y casi fue la excepción, pero allí Obando, poder legal liberal, se hizo derribar para ser dictador.
¿Será Venezuela, con sus veinte años de Monagas? ¿Serán las pequeñas repúblicas del centro, y aun el mismo México? Pero aquí me detengo.
Y esas dictaduras han proclamado todos los principios. Los pelucones, los conservadores, los rojos, los liberales, los demócratas, los unitarios, los federales, todos han acariciado la dictadura.
Con la mejor intención, se dicen íntimamente los partidos: La dictadura para hacer el bien.
Es decir: El despotismo para afianzar la libertad.
¡Terrible y lógica contradicción! El catolicismo da la corriente despótica.
La República, la corriente liberal.
Y ambas corrientes se encuentran en la monstruosa consecuencia que se llama: la dictadura para fundar la libertad.
¿Por qué la República invoca la dictadura? Porque el republicano es hombre de dos creencias, y trasporta a la política, el genio, el carácter, el temperamento, la lógica de la infalibilidad católica. Toda fuerza se cree poder, todo poder autoridad, toda autoridad infalible.
Y toda infabilidad se declara lógicamente impecable. Y toda infalibilidad se adora, se legitima.
Ya no hay extravío posible. La oposición es atentado. El despotismo es sagrado y la obediencia, un deber.
Pero este hecho capital de la dictadura, merece nos detengamos a examinarlo.

II XXIX.
MECANISMO POLÍTICO DE LOS ELEMENTOS SOCIALES QUE PRODUCE LA DICTADURA

¿Por qué todos los partidos que ha habido y aún militan en América, proponen, o se reservan, o han practicado la dictadura? Los civilizados dicen, ved esos bárbaros (los hombres del campo, huasos, gauchos, llaneros, los jornaleros, peones, en una palabra, las masas, el pueblo) ¿Y queréis instituciones? ¡No! Es necesario la fuerza, el poder fuerte, la dictadura.
Entre los civilizados hay partidos. Unos dicen, ved esos malvados (son sus enemigos políticos, enemigos de Dios y de los hombres.) ¿Cómo queréis dar libertad a esos bandidos? Si ellos llegasen a gobernar todo se perdería, la libertad sería imposible. Y se les priva o escamotea la libertad en beneficio de la libertad.
Las masas desheredadas y atropelladas como animales, buscan caudillos. Es la dictadura de la venganza, y la garantía de su modo de ser.
Los partidos civilizados piden la dictadura, para combatir, dominar, y civilizar las masas. Es la dictadura de las clases privilegiadas.
Los partidos civilizados (se creen infalibles) piden la dictadura provisoria para asegurar su victoria contra otro partido. Es la dictadura de la concurrencia y de la rivalidad.
Los católicos, para combatir la herejía e instituir su mecanismo servil en la sociedad y la política, practican la dictadura. Es la dictadura completa y absoluta, que domina al espíritu y al cuerpo, brutal como la venganza de las masas, maquiavélica como la de las clases privilegiadas, corruptora y mortífera como la dictadura jesuítica.
Tal es la dictadura de las dictaduras, la teocracia, sea griega o latina, eslava o italiana, católica o lamista.
La teocracia del gran Lama es la más lógica.
No es el vicario de Dios en la tierra, es el mismo Dios encarnado. Es esta consecuencia tan lógica y audaz, que debe dar envidia a los católicos. El Papa es infalible, luego impecable. ¿Y ése es un hombre? No, ¡ya es un Dios! ¡Audacia, audacia! Ánimo, Santo Padre, courage Saint Pére, coraggio Pio IX.
Pero volvamos a nuestras dictaduras.
Imaginad cualquier poder o autoridad en la América educada por la España.
¿Es el patriarca de pastores, el cacique de tribus, el caudillo de las turbas? ¿Es la dictadura del prestigio personal y tradicional, o el poder de la riqueza, o el representante enérgico de los instintos y derechos pisoteados de la gente inculta, y a veces todas esas razones unidas que producen los Monagas, los Belzú, los Rosas? ¿Es el general que conspira, revoluciona, derriba, fusila, y se impone como necesidad política? Es la mayoría de los casos en casi todas las Repúblicas. Es el militarismo entronizado, es la dictadura del sable.
¿Es el ciudadano (el paisano) letrado, abogado, gran teólogo y legista, ateo en el fondo, pero religioso en apariencia, que ha podido subir al poder garantizando al militarismo su sable, a la Iglesia su renta, a los civilizados la charla, a los progresistas ferrocarriles, a la juventud esperanzas, y promesas a las masas? Es el hecho de Montt en Chile, de López en el Paraguay. Es la dictadura de Torquemada y de Loyola.
Sube al poder el partido conservador.
¿Cómo conservar sin dictadura? Sube el partido liberal. ¿Cómo reformar sin dictadura? Si quiere reformar, la mayoría agitada por el partido retrógrado pide a nombre de la soberanía del pueblo y de la libertad la muerte de las reformas que harían de todo hombre un soberano. Y, entonces, o el partido liberal abdica, o es vencido, o se hace dictador.
Domina el partido unitario. Es liberal o conservador.
Si liberal, el partido federal explota las masas para derribarlo y entonces apela a la dictadura para sostenerse. Si es conservador, es dictatorial.
Domina el partido federal. Es liberal o conservador, Si es liberal se explota la unidad de sentimiento de las masas, o se exagera el localismo para disolver, o se pretende la soberanía privilegiada de un estado o provincia, sea para mantener la esclavitud como en los Estados del Sur de la unión, sea para mantener la supremacía económica como en Buenos Aires.
O se predica la unidad de dogma, de religión y de política, la centralización católica, la unidad de fuerza y de creencia.
Si es conservador el partido federal, entonces el unitario lo ataca a nombre de las reformas. Y uno y otro, apelan a la dictadura para defenderse y sostenerse.
No así en Estados Unidos, porque allí la reforma es el movimiento continuo de la vida apoyado en la soberanía de la razón de todo hombre.
La diferencia está, pues, que en los pueblos no católicos y libres el hombre es soberano y respeta la soberanía de su semejante. No hay infalibles que suban al poder, y todos tienen fe en la ley que garantiza el derecho, y en el voto de todos, que no puede ir contra el derecho. Si hay error, no hay imposición, y se espera el progreso infalible del convencimiento. Tal es la política de un pueblo cuyo voto no puede ser forzado, ni burlado. La ley es religiosa, y la religión del libre examen produce la religión de la ley. La lealtad en la política, se hace tan necesaria y es tan útil como la honradez en el comercio.
Pero en los pueblos católicos (pongan todos la mano en su conciencia) se teme con terror fantástico y real el triunfo del adversario político porque sabemos y creemos, o presentimos con razón que es la derrota sin esperanza, el entronizamiento de algo de infalible y de impecable, que se impone con la inflexibilidad de la venganza. El poder es la dictadura justificada e inapelable. He ahí por qué hay tantas revoluciones y tanto servilismo. Y decir que no conozco un partido que haya encarado de frente la dificultad en Sudamérica.
De todas la formas, de todos los partidos, de todos los caudillos, se desprende como consecuencia forzosa, corroborada por la experiencia en Sudamérica la fatalidad de la dictadura.
Hemos nacido bajo dictaduras, nos educamos viéndolas, y nos entierran las dictaduras.
Las masas han producido dictaduras de caudillos.
Las mayorías han sido dictaduras de partidos.
Las minorías son dictaduras de clases.
Las mayorías aplastan, las minorías mienten.
Despotiza el mayor número, tiraniza el círculo.
La mayoría despotiza y dice: el número es ley, luego soy la justicia. E impone la ley y religión que quiere.
La minoría tiraniza y tiene que mentir para decir: el sufragio obtenido, sea como sea, me da la ley del número: luego soy la justicia. E impone la religión de la mayoría.
Sofisma en la mayoría, porque la justicia no es resultado de adiciones, y no hay derecho para dar religiones de Estado y proteger ninguna.
Mentira en la minoría, porque acepta el sofisma del número y presenta una suma falsa, para producir el mismo resultado dogmático de la mayoría.
Cual sea la esfera del sufragio, y la competencia del número, es materia que hemos tratado en otra obra, titulada El gobierno de la libertad; pero el hecho innegable es que todos los principios e instituciones liberales, en manos del espíritu jesuítico de la época han servido para abolir, desacreditar, prostituir esas instituciones y principios.
El catolicismo niega esas instituciones y principios, lo cual hemos probado con razones y probaríamos hasta la saciedad con la palabra infalible de concilios y de papas. Pero el progreso de la época ha consistido en servirse de las mismas armas, en apoderarse de las posiciones, en aceptar el lenguaje y terminología de la libertad, y en hacer servir el sufragio, la prensa, el juri, la educación, la escuela, en descrédito del sufragio, en falsificación del juri, y en educar siervos de la Iglesia y no ciudadanos del Estado.
No hay, pues, escuela de la religión de la ley. La escuela, y el espíritu y el texto y lo que allí se enseña es todo del dominio del enemigo de la libertad, ¡autorizado todo esto por los que se llaman civilizados! No hay partido que proclame la religión de la ley, la separación absoluta de la Iglesia y del Estado, y de a la República por base, la religión del libre examen.
No hay caudillo que comprenda, o se atreva, o pueda encabezar el movimiento regenerador.
No hay mayoría racionalista.
No hay minoría verídica y leal.
No hay secta que se presente, ¡prometiendo siquiera! No hay clases que hayan identificado sus intereses con el racionalismo.
No hay ejemplo de una era, o de una época de verdad completa proclamada.
Y el enemigo invade. Vencidos en Europa, emigran a América.
Y los gobiernos republicanos los llaman.
Llegan cargamentos de frailes, de jesuitas togados y no togados, ¡y se les entrega la infancia! Invasión química que desorganiza preparando la invasión de las bayonetas. Oh ceguedad, oh falsía, oh cobardía, oh traición, pero el mundo americano se pierde, si no eleva su espíritu, si no tiene el heroísmo del pensamiento, si no tiene la sinceridad de la verdad.
A primera vista, cualquiera que se levante para interrogar al horizonte y columbrar una esperanza, sólo ve el desierto, la ignorancia, la barbarie, o la inocencia de multitudes explotadas. Y en la pampa, el valle y la montaña ondea el pendón de las tinieblas. Si en las campañas error o ignorancia, en las ciudades falsía. El poder engaña, los partidos mienten, la conciencia se doblega, la transacción impera, y la horrible reticencia mental domina en los espíritus.
Y el genio de la América está tentado de escribir en la frente de los Andes: ``Lasciate ogni speranza, voi che entrate''.
¿Qué hacer? ¿Qué hacer? Guerra a la dictadura. ¿Cómo? Atacando su dogma, quebrando su principio, desenmascarando su falsía. Arrancando del alma, de las constituciones y de las costumbres, el virus de la obediencia ciega inyectado por el catolicismo, y encarnando la soberanía de la razón emancipada.
Ésta es la obra. Es difícil, larga y penosa.
¿Cómo hacerlo? Aquí entramos en la tercera parte de este trabajo, la que tiene por objeto presentar el remedio a los tres males que hemos indicado, físico, moral, intelectual, que producen la debilidad de América y facilitan la invasión.
La fuerza vital de la persona continental está atacada por un virus. Es la enfermedad crónica, es el mal intelectual, dogmático.
La enfermedad ataca hoy un órgano, varía en su manifestación, cambia gobiernos y programas, es anarquía ayer, despotismo hoy, putrefacción mañana. Es la enfermedad aguda, es el mal político y moral.
En este estado se presenta un cólera morbus, que puede hacer desaparecer o absorber los males anteriores, o acabar con el enfermo para robarle la herencia. Es la invasión, la monarquía, la conquista.
TERCERA PARTE
XXX. EL REMEDIO
Difícil nos será mantener en esta parte de la obra la distinción analítica de las causas. Como el mal político moral es consecuencia del error dogmático y de la mentira, lo que digamos para remediar el mal secundario o derivado, inducirá a la reforma en las creencias; y lo que digamos para afirmar la verdad fundamental llevará en sí las deducciones que producirán el bien político y moral. Al fin de esta última parte nos ocuparemos de los medios, que a juicio nuestro, deben emplearse, para fortificar la América y rechazar la invasión.
XXXI. EL ESPÍRITU RELIGIOSO
La religión es inmortal. Obsérvese que decimos, la religión, y no las religiones. En todas las religiones hay una cosa verdadera, y es el espíritu. El espíritu religioso consiste en la creencia de aquello que se afirma como fundamental y eterno, en el amor a esa creencia, y en la práctica de los actos que la creencia dogmática y moral, a la voluntad impone.
Dogma, amor, acción. Creencia, precepto, ejecución. Todo corresponde a la forma eterna del ser, que es fuerza, inteligencia, amor; a la constitución del hombre que es voluntad, inteligencia, sentimiento; a la organización política que es legislativo, judicial y ejecutivo.
El dogma afirma la noción fundamental; por ejemplo: Dios es creador. La moral deduce la ley; por ejemplo: la criatura es subordinada al Creador. La práctica o virtud, el acto resultado de la voluntad impulsada, atraída, motivada por el amor a la verdad, es la vida buena o mala: Buena si soy la acción de la verdad, mala si soy la acción de la mentira, funesta pero sin crimen, si soy la acción del error.
Mas todo esto se aplica con mayor exactitud a lo que se llama religión. El espíritu religioso consiste, particularmente, en sentir el impulso y la atracción de algo de eterno que damos por fundamento a nuestros pensamientos, sentimientos y acciones.
Un ejemplo aclarará mejor lo que entendemos por espíritu religioso.
Voy a los comicios a votar con la conciencia del derecho que me asiste, pero movido únicamente por el interés de partido, o por la pasión que me agita: no va el voto impregnado del soplo religioso.
Voy a votar, porque creo que el deber del ciudadano, practicando su soberanía, para conservarla y desarrollarla, es la obediencia a la ley de libertad impuesta por Dios mismo: mi voto es religioso. El espíritu divino, el espíritu del derecho que es eterno, y de la solidaridad del derecho, me han hecho ejecutar un acto de la religión de la ley. Mi acción es resultado del motivo racional del precepto divino y por lo tanto es religiosa. En el hecho anterior, mi acción es resultado del móvil apasionado y egoísta, y es fatal, interesada, no es religiosa.
Creemos que este ejemplo hará comprender lo que entendemos por espíritu religioso.
Nosotros somos adversarios, o no reconocemos en las religiones que se llaman positivas, reveladas, nacionales, etc. ni la verdad completa, ni el derecho absoluto.
Sobre todas las religiones existe la religión primitiva, revelada a toda razón, universal criterio de las existentes, juez de todas y principio de la moral.
Si se me pregunta: ¿cuál es, cuales sus dogmas, su moral, su iglesia, su culto?, con la razón universal de todos los tiempos, y de todas las razas, contesto con la seguridad de la evidencia: Ese dogma es Dios. Ser infinito y personal: la justicia eterna personificada.
Esa moral es la justicia y el amor.
Esa iglesia es la ciencia.
Ese culto es la virtud.
Y su gobierno, su política, el self governement, el gobierno de sí mismo.
XXXII. EL PROBLEMA
Nuestro objeto es dar a la moral y a la política de la libertad que es el derecho a la política de la igualdad que es la ley de ese derecho, y a la política de la fraternidad, que es el vínculo moral de las individualidades libres e iguales, el eterno fundamento del axioma de la justicia.
El Ser infinito es el axioma de los axiomas: el axioma metafísico.
El Infinito¬ Persona es el axioma moral.
El Infinito¬ Justo es el axioma de la religión sin fin y sin principio.
El problema consisten transportar el espíritu religioso (unido y consagrado a dogmas falsos, o religiones falsas o incompletas) de las religiones, a la religión.
El problema consiste en vivificar la justicia, la libertad, la ley, con el convencimiento y fuerza de un imperativo del Eterno.
El problema consiste en acercar, unir, poner en comunicación directa a la criatura con su Dios, por medio de la razón emancipada y del amor a la ley.
El problema consiste en transfigurarse con el entusiasmo de la verdad, revelada a toda razón independiente.
El problema consiste en creer primero que la razón es inviolable, que la soberanía del hombre es religiosa y política; que la persona es sagrada, la ciudad (civitas), un templo, la ciudadanía, un sacerdocio; el derecho, una encarnación divina, el deber, la forma de la comunión universal que realiza la armonía de los seres, el orden social y la perfección posible.
He ahí lo que creemos, amamos y queremos, lo que juzgamos necesario para restablecer el orden, pacificar los espíritus, regenerar los pueblos y para anticipar en este mundo, el imperio de la verdad, que es el de la única felicidad posible.
Si fuera posible unificar dogma y amor, espíritu y precepto, filosofía y religión, instinto y razón, espontaneidad y reflexión, sentimiento y pensamiento, entusiasmo y raciocinio; si fuera posible concretar en una afirmación suprema, el axioma y la regla, la evidencia y la ley, diríamos: Sé verdad.
Es decir, sé verdad en lo que pienses, verdad en lo que sientas, verdad en lo que hables, verdad en lo que hagas.
Y como la verdad es la justicia, eso quiere decir: piensa la justicia, ama la justicia, proclama la justicia, practica la justicia.
Y como la justicia es soberanía, razón y libertad de todos, derecho de todos o igualdad, amor de todos o fraternidad, eso quiere decir: desarrolla, conserva y fecunda tu derecho, en tu pensamiento libre ``para dar a cada uno lo que es suyo''. Proclama, defiende y desarrolla ese mismo derecho en todo hombre, y ama sobre todas las cosas al Creador del derecho que no puede contradecirse, sino fecundar nuestra libertad, nuestra razón soberana, siempre que acudamos y pidamos a esa fuente de justicia, la verdad y la justicia.
Y el hombre, que como la Minerva antigua se desprende armado de la frente del Júpiter Olímpico, funda su dogma, su religión, su moral, su sociedad, su gobierno, su familia, en la tierra y en las almas, armado por Dios mismo, con el axioma de justicia.
Ésa es la religión. El espíritu quede ella emana es el que queremos aplicar a la ley, a la política, a la sociabilidad.
El grave mal de la vieja educación, ha sido preocupar al hombre con el terror y la gloria, y hacer que sólo mirase como divino, como necesario, como el asunto capital de la vida, lo que los católicos llaman la necesidad de salvarse, la fe ciega, la obediencia ciega, la prepotencia de la Iglesia.
Naturalmente la vida política, la moralidad política era un asunto secundario. Así es que se ha hecho vulgar el principio de las dos conciencias: una para las cosas religiosas y otra para las sociales y políticas. Bajo este aspecto, el mundo antiguo es muy superior al mundo moderno. No había sino una conciencia.
De esa dualidad ha nacido la abdicación de la justicia, para las cosas de la vida, y no creyéndose pecado intrigar, falsificar, engañar en la política, vemos hombres que se llaman religiosos e ilustrados, faltar a la verdad, a la sinceridad, y ser cosa permitida y autorizada semejante doblez en la conducta.
Por el contrario, nosotros queremos que la conciencia sea una, que no haya dos hombres en la unidad de la persona.
Queremos que la conciencia crea en la religiosidad indivisible de sus pensamientos y acciones; que el asunto de salvarse, empieza aquí en la tierra, y tiene relación con todas cosas de la tierra; que el pecado no es sólo relativo a la vida íntima y privada, sino a la vida pública y social.
Creemos que la falta a la verdad engendra en el hombre la posibilidad de todas las corrupciones, de todos los errores, y aun de todos los crímenes.
Creemos que la palabra separación y distinción entre el pensamiento y la palabra, entre la palabra y la conducta, entre la acción exterior y lo que creemos y sentimos, es la cobardía del alma: es la dignidad, que es la rectitud, sacrificada a un interés, a una ambición, a una miseria. Es el egoísmo material de una hora, de un año, o de una vida indigna, preferido al esfuerzo heroico del deber, para conservar la línea recta que nos lleva a la posesión de la verdad.
Resumiendo: el problema consiste en transportar el espíritu religioso del dogma falso, al axioma de justicia; o en otros términos: en arrancar el espíritu de vida del organismo caduco, y encarnarlo en la organización del hombre regenerado.
El problema consiste en identificar todo lo verdadero, todo deber, y creer que hay una misma religión en todo acto de la vida íntima, privada, pública y social.
En radicar la unidad de conciencia, de pensamiento y obra: --En la solidaridad de nuestros actos pasados, presentes y futuros, en solidaridad con el derecho de todos.
--En la unión indisoluble en el hombre, de su triple y sagrado carácter de soberano, de rey, o ciudadano, y de trabajador y sacerdote: o, en otros términos, la integración de la soberanía del hombre.
Y concretando todo esto, haciendo que el hombre personifique el eterno imperativo: Sé verdad.

II XXXIII.
DE CÓMO RESOLVER ESE PROBLEMA.
La solución del problema presentado puede verificarse, como se han verificado las grandes revoluciones que han cambiado la marcha de la humanidad.
Por la acción individual, o por la acción colectiva, o por la acción política y social.
No contamos bien entendido entre los medios, la fuerza, la conquista, el terror.
El catolicismo se impuso en América por la fuerza terrífica de la conquista.
La revolución francesa y la Independencia Americana, empezaron por el trabajo individual, que después se hizo colectivo, para después hacerse político y social.
Pero toda acción política, colectiva o individual, encaminada a la reforma, supone la creencia en la reforma y el entusiasmo, móvil o motivo que impulsa a establecerla.
Nosotros hemos presentado la religión de la ley, el axioma de justicia, y el amor a la verdad, como dogma, como moral, como política. El problema, pues, consiste en los medios de realizar y de instituir esa verdad.
Obra de afirmación, de demostración, de sentido común y de entusiasmo del deber.
Y obra de negación de todo dogma, religión, sistema moral o político que sea el antagonista de la razón, de la justicia y libertad.
El individuo es la palabra. Una colección de individuos ya es, a más de la razón del individuo que convence, la atracción de una fuerza y la garantía de su duración. El poder, el Estado, el gobierno, la autoridad, ya es la fuerza de la razón del individuo, más la atracción de una fuerza colectiva, más la fuerza social, la fuerza de la autoridad y la fuerza de la ley, aplicada al triunfo del axioma de justicia.
¿Cómo ser poder? Por el acrecentamiento de la fuerza colectiva de los racionalistas.
¿Cómo acrecentar el número? Por la acción individual.
Empecemos, pues, por el átomo, por la monada social, por la individualidad soberana, para llegar a la reforma.

II XXXIV.
LA ACCIÓN INDIVIDUAL
El pensamiento del hombre en la verdad, es como la palanca de Arquímedes: dadle un punto de apoyo y hará saltar al mundo de su órbita. Más espanto causaba a los romanos un gesto de Arquímedes, que las fuerzas todas de la gran ciudad de Siracusa. ¿Por qué? Porque poseía la verdad científica. Entre sectarios de Brahma, un anacoreta concentrado en su pensamiento, o inmovilizado en éxtasis, aterra a las poblaciones que vienen a sus pies a suplicarle salga de ese estado, porque temen un derrumbe del universo. Tal es la fe en la fuerza atribuida al pensamiento en comunicación con la verdad.
Una sociedad fundada sobre dogma falso persigue con furor que se comprende a un hombre, a un individuo, a un átomo inteligente, que posea o proclame la verdad. Religión, sociedad, gobierno que temen, condenan y persiguen la luz, la discusión, la razón independiente y a la ciencia, proclaman a ciencia cierta, su error o su falsía, su impotencia o su maldad. Son vulgares los ejemplos, tantas veces presentados, de Sócrates, Jesucristo y Galileo. Sócrates muere por enseñar la unidad de Dios y el idealismo. Jesucristo muere por enseñar la pureza, la caridad, la humanidad una, contra la Iglesia judía, y la división privilegiada de castas, clases, razas y naciones, que se miraban como privilegiadas y se despotizaban. Y no se crea que pretendo lisonjear, Jesucristo es sublime como hombre, y como Dios, absurdo. Galileo es atormentado por la Iglesia católica porque su descubrimiento convencía a la Biblia de mentira.
Y esos individuos han triunfado. Sócrates venció al paganismo; Jesucristo, a la Sinagoga; Galileo, a la Iglesia católica.
Después se entronizó el paganismo católico.
(Hasta hoy se cree en Nápoles en el milagro de la sangre de San Genaro).
Después se entronizó otra sinagoga pero en Roma. La sinagoga sabía morir por la Patria. La Iglesia católica sabe asesinarla.
Después se ha pretendido con el sofisma y la mentira, o la ignorancia arrogante, legitimar lo que se llamaba ciencia de la Biblia.
Pero para esos males aparecieron también individuos que se llaman, o Lutero, o Voltaire, o Lamennais, y hechos sociales que se llaman la Reforma, la Revolución y el Racionalismo.
La acción individual, o la verdad en un átomo humano, puede, pues, ser la fuerza vital que sacuda al universo. El átomo humano iniciado en el Verbo, alimentado con la forma eterna, viviendo en el Padre, puede llegar a ejecutar cosas más grandes que las que hizo Jesucristo.
Aquellos para quienes la palabra de Jesucristo es revelación de Dios o la palabra de Dios mismo, creerán lo que afirmo, pues dijo: ``El que en mí cree, él también hará las obras que yo hago, y mayores que éstas hará''. (J Conciencia humana, ¡oh libertad! Como a Encélado, una montaña te oprime, y como el gigante sepultado, el volcán que incendia y el terremoto que arrasa, son las señales de tu existencia mártir en la historia.
¿Y quiénes oprimen a la humanidad? No nos referimos en este momento a los poderes despotizantes de la Tierra: nos referimos al individuo, a la colectividad, a la sociedad que también oprimen a su modo, y ejercen el despotismo de la preocupación, de la indiferencia, del egoísmo materializado.
El ``hombre libre'' no lo es completamente, sino en una ``sociedad libre''.
Si acepto y me someto a la costumbre opresora, a la preocupación reinante, sea religiosa, política o social, no soy libre: he cedido, he abdicado, y contribuyo a la opresión general.
Si el conocimiento de las causas que esclavizan y el estudio de los medios que libertan, me son indiferentes; si desprecio la palabra de la verdad, porque a veces es duro su sentido; si no me duele el error, el mal, la culpa, que a fuerza de tiempo han podido instituirse y arraigarse, y miro con indiferencia estudiada ese espectáculo, soy cómplice del mal: la vida libre, la vida activa, la fuerza vital que rige, ha sido apagada, anulada, por mí mismo, y soy el cadáver de la personalidad vencida que ha abdicado.
Si he llegado a constituir en suprema ley de mi existencia, el egoísmo, y en el descenso fatal del egoísmo, he dado la dirección de mi vida al goce materializado, entonces la ley, la moral, no son sino asunto de placer. El soberano de la tierra se convierte en el animal supremo.
Y en una sociedad animalizada, la fuerza es la autoridad, y la religión será el sibaritismo: soy de ese modo el más poderoso instrumento de opresión.
Si los utopistas, si los hombres de ciencia, dominados por la vanidad de imponer un sistema, de asociar su nombre a una fórmula, de querer presentar a una raza (la teutomanía o paneslavismo) o a una nación como la Prusia, la Italia o la Francia (doctrinarios) con el privilegio imperial sobre la tierra, han violado la justicia en la historia, absolviendo todo y fatalizando todo en beneficio de sus fórmulas históricas, para glorificar la monarquía, que llaman unidad, o su utopía social o comunista, o terrorista, que llaman democracia, ¿cómo no explicar y comprender el extravío de las inteligencias, y la justificación de todos los absurdos? Es así, como los panteístas, los doctrinarios, los socialistas han presentado un enorme contingente de fatalistas que oprimen si gobiernan, y se humillan si son gobernados.
Levantemos pues la mónada libre, el átomo inteligente. Resplandezca el axioma de justicia en todo hombre, si comprendemos, amamos y queremos la justicia.
¿Pero, qué hacemos para arrancar de la materia la centella eléctrica? ¿Qué hacemos para aplicar al Viejo Mundo, la palanca de Arquímedes? ¿Qué hacemos, cada uno en su esfera, y en la medida de sus fuerzas, para afirmar el punto de apoyo de justicia? Muy poco, hermanos míos.
Si conocemos que el error o la mentira nos oprimen, ¿cuántos hay que mantienen permanente el fuego sagrado de la inmortal protesta? Si despotizados o vencidos, ¿cuántos hemos sido los que hemos dado testimonio de verdad? Si convencidos de la causa religiosa del mal despotizante, ¿cuántos hemos sido los que han afirmado su creencia? No, hombres de todos los partidos: ha habido hipocresía en el fondo de vuestros actos.
Si estáis abajo, no desplegáis la bandera del racionalismo, porque queréis aprovecharos de la fuerza de la Iglesia, o de las masas, o de una mayoría, para derribar al adversario.
Y si estáis arriba (suponiendo que hayáis sido liberales) no queréis comprometer el goce del poder, y transigís y aceptáis el error, y comulgáis con las ruedas de la Iglesia que de ese modo os fortifica.
Así se perpetúa el mal. Así jamás saldremos del círculo de la tiranía para caer en anarquía, y volver a tiranía.
Es, pues, necesario cambiar de rumbo y de sistema. La hipocresía misma ha sido experimentada. Volvamos a la verdad por todas las vías.

II XXXVII.
DE CÓMO DEBE PROCEDER EL INDIVIDUO
Todos los códigos de moral, los mandamientos de todas las religiones (si se exceptúa el jesuitismo) en todo tiempo, en todo pueblo, imponen el deber de no mentir.
¿Y qué exigimos, para regenerar el mundo, para dar a la República la virtud de su existencia fecundante, sino el deber de no mentir? En esta parte de la obra me refiero a los que han salido de la vieja Iglesia, a los que no reconocen la verdad en sus dogmas, ni la justicia en sus principios, ni la moralidad en su doctrina, ni la libertad en los resultados de su práctica.
Me dirijo al filósofo, al racionalista, al verdadero republicano.
Tenemos, pues, el deber de afirmar nuestra creencia, al frente del sacerdocio, de la Iglesia del Estado, de la sociedad, de la familia y en las relaciones privadas.
Tenemos el deber de defender nuestra creencia y rebatir la enemiga, y negarla probando.
Tenemos el deber de no dar aquiescencia tácita por ninguno de nuestros actos y palabras, al dogma y religión que han caducado, y que por el peso de su inercia, como piedra del sepulcro nos agobia.
Tenemos el deber como ciudadanos, como jueces, como legisladores, como magistrados, como gobernador o presidente, de no adulterar el Estado con la Iglesia. Si podemos asistir como curiosos al espectáculo público en las calles de las ceremonias católicas (verdadero abuso), no podemos sin mentir acompañar a ese culto. Si el gobierno es racionalista y lo hace, miente.
No necesita la libertad, el Tedéum de una Iglesia que ayer decía: Deus salvum fac regem; y al otro día: Deus salvum fac rempublicam; y al día siguiente: Deus salvum fac imperatorem.
El que no cree en el pecado original, no debe hacer bautizar a sus hijos. Si lo hace, miente. Y no puede servir de padrino.
El que no cree en el catolicismo, debe negarle el presupuesto.
El que no cree en la gracia, ni en la autoridad del fraile, no debe confesarse.
El que niega sus dogmas, no debe confiar sus hijos al maestro católico, ni mucho menos al libro o catecismo católico.
El ciudadano racionalista debe procurar con todos sus esfuerzos, separar la Iglesia del Estado; quitar a la Iglesia los registros cívicos (nacimientos, matrimonios, bautismos, muertos), dar la enseñanza de la religión de la ley en sus escuelas, formar el cuerpo de profesores racionalistas, dar la ley del matrimonio civil.
El racionalista puede acompañar a la Iglesia al cadáver del católico, pero debemos prohibir que la Iglesia nos entierre y nos exorcice. Tal debe ser la última palabra de nuestro testamento racionalista.
Es así como saldremos de la tierra de Egipto, para hablar como ellos. Levantémonos, salgamos, que si el desierto nos espera, allí también tendremos mejor que el maná, el pan de verdad y justicia.
El deber, pues, del racionalista, es decir, verdad y dar testimonio de verdad.
No caiga el racionalista en el sofisma hipócrita de la gente que se llama del mundo. Como es gente por lo general vacía, y egoísta, pretende encubrir su ignorancia y su egoísmo con lo que llama el buen tono de no hablar de religión.
No temamos hablar de religión. Es el asunto más importante de la vida. Por la religión soy libre o esclavo, justo o injusto, republicano o católico, soberano o siervo. Y preguntad ¿por qué se teme hablar de religión? Porque no se puede sostener el catolicismo razonando. Y la prueba es que al momento insulta, o calumnia, o se encoleriza o apela a la violencia.
¿Pero razonar? Tiembla.
Y el racionalista, aplicando su razón como fuerza, en el axioma de justicia que es su punto de apoyo, conmueve al viejo mundo católico con el peso de toda la inercia de sus siglos, para arrojarlo a la inmensa fosa, donde se verifica la putrefacción de todos los errores y mentiras.
Y el racionalista es uno contra legión y no tiembla porque afirma la verdad y la justicia.
¿Qué le importa el número? No cuenta a sus enemigos.
Es unidad contra cantidad.
¿Qué le importa la tradición? La verdad no tiene edad.
Es libertad contra la crónica del humano martirologio, como Camilo Desmoulins llamó a la historia.
¿Y el sexo débil enemigo? El racionalista pertenece al sexo fuerte. Las mujeres serán lo que los hombres quieran. La República Romana nos daba Cornelias, y el Imperio Romano Mesalinas. Alejandro XI Papa, nos dejó a Lucrecia Borgia, y la República Francesa a madame Roland.
En fin, el racionalista es estoico. El motivo de sus acciones es el deber. El móvil de sus acciones el amor a la justicia.
Tenga la conciencia de que él es heredero del eterno testamento.
Tenga el entusiasmo que inspira la regeneración del mundo.
¡Adelante, punto luminoso de la línea recta que va de la libertad al infinito! Sé una verdad, y condensarás los elementos dispersos del mundo de justicia que buscamos.

II XXXVIII.
DE LA FUERZA COLECTIVA Y DE LA FUERZA DE LA AUTORIDAD AL SERVICIO DEL RACIONALISMO.
La asociación es indispensable.
Uno de los grandes defectos de nuestra educación católica consiste en esperarlo casi todo de la autoridad, del gobierno, de la fuerza legal: consecuencias como tantas de la abdicación del juicio individual. Y una de las grandes cualidades de los hombres del Norte, que protestaron (y que por eso se llaman protestantes) contra la obediencia ciega, ha sido y es, la iniciativa intelectual, moral y física para todas las empresas, la conciencia de la razón como fundamento de la dignidad personal, y el empleo de la asociación libre y del raciocinio para aumentar su poderío e instituir su imperio.
De ahí viene esa profunda diferencia de vida entre los pueblos que rechazaron a Roma y los que viven aun sometidos a su pontifical dominio.
El desarrollo de la instrucción, de la enseñanza, el uso de la palabra en lecturas, cátedras, tribunas, la prensa bajo tanta forma desde el periódico de aldea que visita la cabaña del labrador, hasta el Times que golpea a todas las puertas del mundo civilizado; el folleto especial sobre todas las necesidades de la vida y el libro catapulta que derriba religiones. Toda idea busca la prensa, el club, el meeting, la asociación, un órgano, una tribuna y una organización. Es así como los pueblos llegan a ser ellos su gobierno, y es así como la razón llega a ser el gobierno de los gobiernos.
Esos pueblos tienen fe en la palabra, y ya organizaron la autoridad, la fuerza y la autocracia de la palabra. La revolución, la revuelta, la anarquía y el despotismo caen de suyo, y su aparición se hace imposible.
Tengamos esa fe si somos republicanos y organicemos la asociación del racionalismo.
Inútil sería demostrar las ventajas y necesidad de semejante medida. ¿Qué no se ha conseguido en Alemania, hoy en Italia, en Inglaterra y Estados Unidos con la libre asociación? Citaremos el ejemplo de Gobden, el jefe de los libre¬cambistas, o del comercio libre (free trade).
¿Cuántos esfuerzos, qué perseverancia, qué fe, y cuántos resultados magníficos para el bienestar de las masas? ¿Y para una causa más grande, no podremos organizar una sociedad de la República racionalista? Tenemos el programa, ¿y no procuraremos realizar la gran revolución de la razón y libertad? ¿Llevamos la palabra de verdad, y no podremos alimentar a las multitudes hambrientas de pan y de justicia? Demos, pues, un cuerpo a la doctrina, organicemos el centro de la propaganda: hagamos una fuerza colectiva.
El catolicismo cambia de formas: es ultramontanismo en Roma y en España, Jesuitismo en el mundo, y sociedades de San Vicente de Paul en otras partes. Acecha el modo, y muda de forma. Se sirve de los ferrocarriles, de la prensa, de la asociación. Pretende vivificarse apoderándose de algunas formas de la libertad moderna, para mejor estrangularla. ¿Y nosotros no nos asociaremos para combatirlo y afirmar la salud, la salvación y la belleza del mundo? Ved a los enemigos en la obra, (fervet opus).
Son activos, se multiplican, se infiltran, gritan, peroran, tienen el confesionario para hablar despacio y la cátedra sin réplica para hablar con brío. Tienen capital, centro, unidad, gobierno, asociación, clero sostenido por el Estado, organizaciones misteriosas y públicas, dirigen la instrucción, reciben erogaciones por los bienes del cielo y de la Tierra que dispensa y, a pesar de todo eso, ¿qué hacen? ¡Y qué no haríamos nosotros con la milésima parte de esos medios! Es que ellos están muertos, me decía Lamennais, y nosotros tenemos la vitalidad de la verdad.
Pero si no trabajamos, si no nos unimos y organizamos nuestros esfuerzos, podemos ser aplastados por la fuerza tremenda de la inercia con que pesa la tradición católica sobre la cuna del Nuevo mundo y sobre el espíritu redentor que ha sepultado.
En la historia de América, es conocida la influencia que tuvo la logia lautarina, para propagar y hacer triunfar la causa de la Independencia.
Cuando los hombres de pensamiento y de virtud en América unifiquen su afirmación racionalista y la negación católica, entonces veremos la segunda grande era del Nuevo Continente, más gloriosa y fecunda que la de la Independencia.
Vean pues las nuevas generaciones el magnífico campo que las espera. Asociémonos para preparar ese destino. Seamos creadores. El racionalismo es por esencia creador.
Si el racionalismo llegara al poder, a ser autoridad, gobierno, educación, entonces llegará el momento de decir lo que deba hacer, para la garantía religiosa de la libertad, y extirpar la superstición.

II XXXIX.
DEFENSA DE LA AMÉRICA. DEL CONGRESO AMERICANO
Ya la invasión ha ensangrentado el suelo Americano, y con noble orgullo lo decimos, también ha sido escarmentada. Los mexicanos sostienen en este momento el honor de nuestra América, la dignidad de los pueblos libres, y con la sencillez del varón fuerte, nos proclaman desde las cumbres inmortales de Guadalupe, mostrándonos a los vencedores de rusos y de austriacos, en precipitado derrumbe por su esfuerzo. Son los zuavos y cazadores que el 2 de Diciembre de 1851 pisotearon la República Francesa en una orgía de sangre, los que han ido a buscar su tumba en otra tierra, y a morder el polvo de los republicanos vencedores: ¡Gracias, justicia providencial! El débil vence al fuerte, la República destroza al soberbio imperio, la independencia a la conquista y la justicia al perjurio.
La luz se hizo. Bonaparte engañó a sus aliados, y fue engañado por los traidores. Ya empieza a ser vencido por sus armas. Ya arrojó la máscara de las reclamaciones, que nunca le fueron negadas, y la invasión desenmascarada, unida a los Almontes y Márquez, la hez de la tierra, pretendió llegar a la capital de Moctezuma, para proclamar la monarquía. ¡Qué espectáculo, el de tanta intriga, en medio de tanto despotismo, rodeado de tanta fuerza! ¡Qué espectáculo, el de ese imperio asociado y cobijando a los más infames traidores de la historia moderna! El historiador, como aquel espartano, señala al ebrio, para que su vista repugnante aleje para siempre de ese vicio al joven inexperto.
Pero la protesta de la Francia no es rápida, no llega, y no sabemos si vendrá. La revolución europea puede tardar un año, y dar tiempo a Bonaparte para ensangrentar y arruinar la tierra mexicana; y el deber de las naciones de América consiste hoy día, en volar a su socorro, o en tomar las medidas que vamos a indicar.
Antes de hacerlo, reproduciremos las siguientes líneas, demostrando la necesidad y objeto del congreso americano.
El sabio naturalista don Claudio Gay, historiador de Chile, nos dice lo siguiente: ``A l recorrer l a correspondencia de aquella época, se ve con que esmero estas dos repúblicas procuraban prestarse mutuamente auxilio para asegurar la conquista de sus derechos y preparar todo cuanto podía ser principalmente útil a los intereses comunes de su patria. Pero lo que se nota de más particular es que ya en aquella época se dejaba presentir la grande necesidad de un congreso general de todas las repúblicas de la América meridional para formar en él una alianza firme y duradera.
Esta junta (dice un oficio de 26 de noviembre) conoce que la base de nuestra seguridad exterior, y aun interior, consiste esencialmente en la unión de la América, y por lo mismo desea que, en consecuencia de los principios de VE, proponga a los demás gobiernos (siquiera de la América del Sur) un plan de congreso para establecer, la defensa general de todos sus puntos, y aun refrenar las arbitrariedades y ambiciosas disensiones que promuevan los mandatarios; y cuando algunas circunstancias, acaso, no hagan asequible este pensamiento en el día, por lo menos la tendrá VE presente para la primera oportunidad, que se divisa muy de cerca.
Este pensamiento, debido al gran patriota don Juan de Rosas y sostenido hábilmente por don Juan Egaña, fue claramente explicado en un diario que escribía el primero a la sazón, y que, por no haber imprenta, salía a luz manuscrito, con el título Despertador americano; en el cual aparecía como idea primitiva del congreso de Panamá''.
(Claudio Gay, Historia de la Independencia Chilena, tomo I) Obsérvese que ese oficio era de noviembre de 1810, y se verá que el instinto de la defensa, y los grandes motivos que impulsaban a nuestros padres les hacía ver con claridad lo urgente y permanente de las instituciones salvadoras. ¡Y cuantos bienes no hubiera ya producido esa unión, ese congreso, esa autoridad moral tan sólo, sea para nuestra respetabilidad exterior, sea para nuestra pacificación y desarrollo interno! Vuelve la ocasión, y apremia más, ¿por qué no realizar ese programa? Los más notables pensadores de América, entre los cuales contamos al gran teólogo reformador don Francisco de Paula Vigil, al noble soldado coronel Espinosa, y al ilustre publicista de la República Argentina el señor Alberdi, han clamado también por esa idea.
Nosotros también, hemos dado nuestro contingente, y como subsiste el objeto, y los medios que para conseguirlo hemos expuesto, son los mismos, no será permitido reproducir un fragmento del folleto que a este respecto publicamos en París en 1856, cuando México y Centro América eran amenazados por el filibusterismo de los esclavócratas de Estados Unidos.
``Entonces, veríamos cuál sería nuestro destino en vez del de la gran unión del continente. La unión es deber, la unidad de miras es prosperidad moral y material, la asociación es una necesidad, aun más diría, nuestra unión, nuestra asociación debe ser hoy el verdadero patriotismo de los Americanos del Sur.
No se crea tal idea un imposible. No hace medio siglo, que los hijos del Plata y del Orinoco, del Guayas y del Magdalena, que los descendientes de Atahualpa y de Caupolicán se abrazaban en los días de muerte y de victoria, por espacio de 12 años y en las cimas de los Andes. Entonces la Patria se llamaba Independencia. ¿Por qué hoy, cuando se trata de conservar las condiciones físicas y morales del derecho y del porvenir de esa Independencia, no hemos de volver a sentir esa alma americana que iluminó nuestro nacimiento con los resplandores de todas las campañas, desastres y victorias de los años terribles? Sí.
Hoy la Patria se llamará confederación, para la segunda campaña, para abrir la era de una nueva manifestación de gloria.
Otra consideración más elevada y más profunda tengo también que presentaros.
¿Qué es lo que se pierde en Europa? La personalidad.
¿Por qué causa? Por la división. Se puede decir, sin temor de asentar una paradoja, que el hombre de Europa, se convierte en instrumento, en función, en máquina, o en elemento fragmentario de una máquina. Se ven cerebros y no almas, se ven inteligencias y no ciudadanos, se ven brazos y no humanidad, reyes, emperadores y no pueblos, se ven masas y no soberanía, se ven súbditos y lacayos por un lado, y no soberanos. El principio de la división del trabajo, exagerado, y transportado de la economía política a la sociabilidad, ha dividido la indivisible personalidad del hombre, ha aumentado el poder y las riquezas materiales, y disminuido el poder y las riquezas de la moralidad; y es así como vemos los destrozos del hombre, flotando en la anarquía y fácilmente avasallados por la unión del despotismo y de los déspotas.
Huyamos de semejante peligro. Salvar la personalidad en la armonía de todas sus facultades, funciones y derechos, es otra empresa sublime digna de los que han salvado la República a despecho de la Vieja Europa. Todo pues nos habla de unidad, de asociación y de armonía: la filosofía, la libertad, el interés individual, nacional y continental. Basta de aislamiento. Huyamos de la soledad egoísta que facilita el camino a la misantropía, a los pensamientos pequeños, al despotismo que vigila y a la invasión que amenaza.
Uno es nuestro origen y vivimos separados. Uno mismo nuestro bello idioma y no nos hablamos. Tenemos un mismo principio y buscamos aislados el mismo fin. Sentimos el mismo mal y no unimos nuestras fuerzas para conjurarlo. Columbramos idéntica esperanza y nos volvemos las espaldas para alcanzarla.
Tenemos el mismo deber y no nos asociamos para cumplirlo. La humanidad invoca en sus dolores por la era nueva, profetizada y preparada por sus sabios y sus héroes; por la juventud del mundo regenerado, por la unidad de dogma y de política por la paz de las naciones y la pacificación del alma, y nosotros, que parecíamos consagrados para iniciar la profecía, nosotros ¿olvidamos esos sollozos, ese suspiro colosal del planeta, que invoca por ver a la América revestida de justicia y derramando la abundancia del alma y de sus regiones, sobre todos los hambrientos de justicia? No, americanos, no hermanos, que vivimos esparcidos en esa cuna grandiosa mecida por los dos océanos.
La asociación es la ley, es la forma necesaria de la personalidad en sus relaciones.
En paz o en guerra, para domar la materia o los tiranos, para gozar de la justicia, para acrecentar nuestro ser, para perfeccionarnos, la asociación es necesaria. Aislarse es disminuirse. Crecer es asociarse. Nada tenemos que temer de la unión y sí mucho que esperar.
¿Cuáles son las dificultades? Creo que tan sólo el trabajo de propagar la idea. ¿Qué nación o qué gobierno americano se opondrían? ¿Qué razón podrían alegar? ¿La independencia de las nacionalidades? Al contrario, la confederación la consolida y desarrolla, porque desde el momento que existiese la representación legal de la América, cuando viésemos esa capital moral, centro, concentración y foco de la luz de todos nuestros pueblos, la idea del bien general, del bien común, apareciendo con autoridad sobre ellos, las reformas se facilitarían, la emulación del bien impulsaría, y la conciencia de la fuerza total, de la gran confederación, fortificaría la personalidad en todos los ámbitos de América. No veo sino pequeñez en el aislamiento; no veo sino bien en la asociación. La idea es grande, el momento oportuno, ¿por qué no elevaríamos nuestras almas a esa altura? ¿Y nosotros que tenemos que dar cuenta a la Providencia de las razas indígenas, nosotros que tenemos que presentar el espectáculo de la República identificada con la fuerza y la justicia, nosotros que creemos poseer el alma primitiva y universal de la humanidad, una conciencia para todos los resplandores del ideal, nosotros, en fin, llamados a ser la iniciativa del mundo por un lado y por otro la barrera a la demagogia y al absolutismo y la personificación del porvenir más bello, abdicaremos, cruzaremos los brazos, no nos uniremos para conseguirlo? ¿Quién de nosotros, conciudadanos, no columbra los elementos de la más grande de las epopeyas en ese estremecimiento profético que conmueve al Nuevo Mundo? Debemos pues presentar el espectáculo de nuestra unión Republicana. Todo clama por la unidad. La América pide una autoridad moral que la unifique. La verdad exige que demos la educación de la libertad a nuestros pueblos; un gobierno, un dogma, una palabra, un interés, un vínculo solidario que nos una, una pasión universal que domine a los elementos egoístas, al nacionalismo estrecho y que fortifique los puntos de contracto. Los bárbaros y los pobres esperan ese Mesías; los desiertos, nuestras montañas, nuestros ríos claman por el futuro explotador; y la ciencia, y aun el mundo, prestan oído para ver si viene una gran palabra de la América: Y esa palabra será, la asociación de las Repúblicas''.

II XL.
LA OPINIÓN
A pesar de la dificultad de las comunicaciones, vamos a consignar al fin de este trabajo, un resumen de los actos que han llegado a nuestro conocimiento, sea de la opinión de el o los gobiernos de América, ante el atentado de la invasión francesa.
El gobierno del Perú, que ha sido el único que sepamos hubiese protestado contra la España por la anexión de Haití, ha sido también el más diligente en acreditar enviados para ver modo de verificar la Unión Americana. La opinión pública en Lima se ha manifestado de un modo solemne y las manifestaciones cunden en otros puntos de la República.
El señor Andraca en Lima, promovió la reunión del día 29 de marzo de 1862 que hizo la declaración siguiente: Después de varios artículos: ``13° Que los peruanos se congregan en patrióticos comicios para hacer oír su palabra desde la tribuna de la prensa defendiendo los derechos de su hermana la República de México, los de toda la América y los suyos propios, para manifestar a las testas coronadas de Europa, que en América no existen simpatías ni partidarios para adoptar ni consentir el establecimiento de gobiernos monárquicos, y mucho menos el de ningún sumo imperante extranjero.
Sentimiento de sus mismos pueblos, cuya causa de libertad se opone a la opresión del principio de independencia y nacionalidad, no oyendo el grito universal de reprobación del mundo civilizado, parecen confirmar con los hechos la intención que se les supone de implantar el gobierno monárquico en todas las secciones americanas.
La despersonaliza en América. Los Bizantinos disputaban encarnizadamente sobre los panes ázimos, cuando ya Mahoma II, golpeaba las puertas de Constantinopla.

II XLI.
LO URGENTE
Si las circunstancias apremiaran, si el peligro de México aumentara, y las naciones de América, no sintiesen ese entusiasmo que allana las dificultades y domina al tiempo y al espacio, si se creyera que la instalación de ese congreso exigiría mucho tiempo, durante el cual, se consumase el atentado, entonces cada nación, cada pueblo, todo individuo, proceda por sí, y contribuya según sus fuerzas a la defensa de la República y del territorio amenazados.
Tres son las grandes medidas que pueden tomarse para socorrer a México y dar respetabilidad al continente.
PRIMERA MEDIDA
INTERDICCIÓN COMERCIAL CON LA FRANCIA
Grande, magnífico sería que el Congreso Americano decretase esa medida, pero en su deficiencia cada Nación puede hacerlo, y dar ese ejemplo sublime de fraternidad y solidaridad americanas.
¡Imaginaos el efecto que produciría en Francia la noticia de no poder introducir en América ninguna de sus producciones y artefactos! ¡Qué estímulo para las naciones industriales, para la concurrencia de la Inglaterra, Bélgica, Alemania! ¡Qué germen de protesta y de revuelta, no produciría en Francia mismo, la intervención comercial, causando bancarrotas, y arrojando multitud de obreros a la calle sin trabajo y sin pan! Cuando la justicia impera en la conciencia de los pueblos, la interdicción moral es lo bastante; pero para pueblos materializados, el lenguaje de la materia es necesario.
SEGUNDA MEDIDA
Enviar un ministro plenipotenciario a Europa, otro a México y otro a Estados Unidos. El lector comprenderá que no podemos ocuparnos de sus instrucciones respectivas.
TERCERA MEDIDA
Levantar un empréstito en todas las repúblicas para ponerlo a disposición del gobierno Mexicano.
Y aun propondríamos una cuarta, que sería el enganche de voluntarios, para la guerra santa de la República contra la monarquía, de la Independencia contra la conquista, de México contra la Francia.
¡La ocasión se presenta, el palenque está abierto, restos venerables de nuestras guerras nacionales! El horizonte es bello, ¡la causa es justa, jóvenes generaciones de la América! Llega el momento de iniciar una era nueva de solidaridad y de grandeza.
El clarín de la guerra, señala el germen de una grandiosa epopeya.
¡Políticos y gobiernos de nuestras jóvenes repúblicas! Oh vosotros todos, que sentís en el alma la petición de gloria.
Espíritus sedientos de verdad y de justicia, ved ese itinerario de sacrificios que principia; dirigid el impulso para la realización de la justicia.
Defendemos en la tierra la ciudad, para recibir la encarnación de la ciudad profetizada: paz a los hombres de buena voluntad, pero guerra al usurpador.
APÉNDICE
Como un grito del alma americana, insertamos a continuación el ``Himno de guerra de la América'', producción del joven Guillermo Matta. A juicio nuestro, es el reflejo de la espada en los ojos de una heroica juventud.
Insertamos también la traducción con que el señor Fajardo ha querido favorecernos, y que completa la maldición de América con la maldición de Europa, lanzada por la tremenda voz de Víctor Hugo. La bala roja del poeta francés no se ha enfriado, y rebotada por el señor Fajardo, siembra el incendio y el desprecio en su carrera.
HIMNO DE GUERRA DE LA AMÉRICA I.
América, ¡a las armas! De nuevo a tus confines trae Europa Oprobio y servidumbre América, ¡a las armas! Tu espada al sol relumbre, ¡Levanta tu pendón republicano! Y un solo grito, libertad y guerra! Atraviese el océano, Y estremezca la tierra ¡Desde el Estrecho al golfo Mexicano!
II.
A la América libre, Señora de los Andes, Reina del Amazonas, Los déspotas intentan Darla farsantes y ceñir coronas: ¿Acaso, todavía No conservan el rastro, esas montañas.
De los héroes y hazañas Que tumbaron la hispana monarquía? ¿No fue en esas laderas, No fue en aquel abismo, No fue en esa llanura, do triunfaron Las rebeldes banderas; Y el noble patriotismo Y la noble virtud, su premio hallaron?
III.
América ¡a las armas! Lanzas corta en tus bosques, Templa en tus ríos el sagrado acero, Sube a tus cumbres y la trompa emboca; Y allí, con el guerrero ¡Himno de libertad, la alarma toca! Y que el son se derrame Y despierte el valor y encienda la ira, Y levante al infame; Y el alma grande del poeta inflame, ¡Y en arma de pelear cambie la lira!
IV.
¿Qué quieren de nosotros De la Europa los siervos y tiranos? Al desierto aventar nuestros hogares, ¡Usurparnos la Patria Y hacer de nuestros pueblos, Hoy morada de libres ciudadanos, Teatro de lacayos y juglares! Y aquí donde, altanera Mil ríos como mares desprende esa gigante cordillera, Madre del Aconcagua y Orizaba, Esplendor de una raza venidera, ¡Formar la cuna de una raza esclava!
V.
América, ¡a las armas! No con vagos clamores, No con tristes gemidos, Se combaten extraños invasores Y redímense pueblos oprimidos! Si nuevo oprobio y nueva servidumbre.
La ciega Europa trae, Tu espada al sol relumbre, Levanta tu pendón republicano; Y un solo grito: ¡libertad y guerra! Atraviese el océano, Y estremezca la tierra Desde el Estrecho al golfo Mexicano.
Guillermo Matta Abril de 1862.
EL GRANDE Y EL CHICO.
(Traducción de Víctor Hugo) Su grandeza es el lustre de la historia.
Por quince años fue el Dios que conducía El espléndido tren de la victoria Doquier su planta de titán movía, Sin detenerle ni la ruda escarcha.
Tú, que sólo eres su insolente mico, Marcha detrás, marcha, marcha, ¡Chico, chico! Imperturbable y bravo en la batalla, Napoleón al peligro sonreía, Y al través del fragor de la metralla El águila de bronce dirigía.
En el puente de Arcola entró el primero, Llegó a su extremo de laureles rico.
Ven, roba; ahí tienes dinero, ¡Chico, chico! Berlín y Viena sus queridas fueron; Él venció sus desdenes y asperezas, La resistencia que ambos le opusieron, Tomando por el talle fortalezas.
Cedían a su cetro las más fieras Como a golpe de mágico abanico.
A ti te bastan rameras, ¡Chico, chico! Atravesaba montes y llanuras, Con la palma del triunfo en una mano, En la otra el rayo, y en las dos seguras Las fuertes riendas del linaje humano.
La sed de gloria le abrasaba ardiente.
Ven, corre, alarga tu sediento hocico, Sáciate en sangre inocente, ¡Chico, chico! Y cuando en brazo de mortal letargo Cayó por fin abandonando el mundo, A su inmensa caída el golfo amargo Su inmenso seno abrió, vasto y profundo.
Digno sepulcro de su excelso rango Brindole en él un majestuoso pico.
Tú te ahogarás entre el fango, ¡Chico, chico! Heraclio C. Fajardo.

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