SACCO & VANZETTI
Carta de Ferdinando Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti a los compañeros, amigos y al proletariado revolucionario
“Libertad o Muerte”
[Enero de 1923]
A los compañeros, a los amigos y al proletariado revolucionario:
Muchas veces, durante nuestra prisión, os hemos dirigido la palabra a través de los barrotes que nos privan de libertad y de los más elementales e inalienables derechos.
No para invocar vuestra solidaridad -ella vino espontánea, generosa y pronta, y se afirmó cada vez más a medida que la magistratura y los esbirros revelaban el propósito de perdemos por cualquier medio y a toda costa- sino por fe, por pasión, por gratitud y por orgullo, os hemos dirigido la palabra.
Por fe: y os dijimos que sólo vosotros podéis arrancamos al verdugo y devolvernos a la vida que es libertad, acción, amor y odio; que de vosotros y no de la ley, esperábamos justicia.
Por pasión: y os gritamos con el ánimo indignado, del sadismo de la persecución, las mentiras y la duplicidad demostradas y usadas contra nosotros por el juez Webster Thayer y por el procurador Katzmann. Y gritamos la trama urdida por la policía -a la orden de aquellos- para crear, con la corrupción, la amenaza y la venganza, todos los falsos testimonios de la acusación, sin los cuales hubiera sido imposible, no ya condenarnos, sino hasta acusarnos; y os dijimos que los jurados -en menos de 4 horas, después de un proceso que había durado 8 semanas- encontraron el modo de condenarnos a la pena capital.
Después, cuando el veredicto de muerte os fue informado, vosotros, compañeros y trabajadores, habéis sabido rugir la ira y el dolor que os abrasaban el pecho, aprestándoos a todas las audacias y desafiando las puntas de las bayonetas de los inconscientes hermanos soldados, y la brutalidad de los mercenarios esbirros, os habéis arrojado a las calles y a las plazas de cada ciudad del mundo, gritando a la faz de los representantes y servidores de nuestros jueces, de nuestros verdugos y perseguidores, que vosotros no estáis dispuestos a dejar cumplir impunemente nuestro asesinato.
Y el estallido de la dinamita liberadora se unió a vuestro grito inmenso, titánica voz de dolor, de voluntad, de perdición y de redención. Y nosotros os hemos dicho que a ese grito y a ese estallido debemos nuestra vida. Las fieras sintiéronse quemar encima el pelo y aflojaron el nudo. De otra manera se hubieran apresurado a entregamos al verdugo que, en el silencio de una mala noche, nos habría atado y abrasado sobre la hoguera sin llamas del siglo XX.
Pero vosotros que, durante la más ciega reacción de la historia, habéis sabido cumplir un gesto tan bello y tan poderoso de la solidaridad, como pocos nos recuerda la historia del proletariado, vosotros no desarmasteis -confiados y decididos: el arma al pie.
Y no por creída necesidad, sino por impulso del corazón, hemos exteriorizado nosotros la gratitud y el orgullo de pertenecer a vuestras falanges, sacras al devenir humano. ¡Por impulso del corazón! ... y hemos, aunque sabiéndolo, repetido mal lo que alguno de vosotros dijo como maestro, lo que vosotros todos sabéis.
Ahora, empero, queremos deciros nuestro pensamiento sobre nuestra presente situación, -situación incierta, oscura, penosa, preñada de incógnitas. Y haciendo esto, creemos cumplir un deber hacia nosotros mismos, hacia vosotros y hacia la gran causa común. Nuestra forzada impotencia, desviándonos de las responsabilidades propias de cada militante, nos impone el rigor del silencio sobre cosas que nos conciernen de cerca, sea como hombres, sea como revolucionarios -pero no el ser viles-. Examinemos, pues, juntos, nuestra presente situación y la de todos los prisioneros de nuestra guerra.
Al hacer esto, nos hallamos obligados a comenzar... desde el principio y a repetirnos. Es una necesidad, pero no es un mal, porque mientras el daño y la vergüenza duren e invadan todo, conviene repetir...
Vosotros lo sabéis: Desde cuando, debido a la desidia de los dos primeros abogados encargados de nuestra defensa, Katzmann y Thayer tuvieron la primera, fácil cuanto importante victoria en el proceso de Plymouth, a cargo de uno de nosotros, las cosas han cambiado asaz, y más cambiaron después del proceso de Dedham. Indudablemente cambiaron para mejor. La misma prensa burguesa que al tiempo de nuestro arresto cumplía contra nosotros un verdadero linchamiento moral, ahora y desde mucho tiempo, ha cambiado de tono. Ella, casi unánime, ha declarado injustificable el veredicto de Dedham.
La defensa ha obtenido la retractación de dos importantes testigos de acusación, y ha descubierto que un tercero, Goodridge, no es Goodridge, y que éste, antes de ser un perjuro, fue un ladrón, un embrollón y un bígamo. Además de esto la defensa ha hallado un nuevo testigo en la persona de Roy E. Gould, el cual se encontraba presente en el asalto, ha visto a los autores y niega nuestra presencia en el lugar. Se han obtenido muchas otras evidencias, en nuestro favor, evidencias que, por brevedad, dejamos de exponer, pero de tal valor como para asegurar, en un caso común, la revisión del proceso.
¿Pero debemos esperar, por esto, obtener justicia?
Absolutamente, no. -Nos lo dijo con magistral sapiencia, el mismo juez Thayer hace un año casi. Recordaréis que él fijó la audiencia requerida por la defensa para pedir nuevo proceso, para la víspera de Navidad. El había decidido ya rehusarnos el proceso, y escogió con cristiano espíritu la víspera de Navidad, para alegar a los nuestros y a nosotros, con su comprensibilísimo no. Recordaréis también su denegación. Discurso famoso, digno de él. Dos piezas de impostura, de bilis, de vanidad, y de mala fe. En aquel discurso Thayer citó una jurídica meada fuera del tarro de un colega suyo; hela aquí, si no textualmente, al menos en substancia: Los jurados pueden negarse a creer a los testigos de defensa, aunque sean más numerosos que los de la acusación; y pueden basar su veredicto de culpabilidad aun creyendo a uno solo entre todos los testigos de la acusación.
Thayer preparará otro discurso para cuando nos rehúse nuevamente el proceso, porque él siente la necesidad de cubrir el espíritu con la letra, pero si quisiera apresurarse podría justificar su nueva denegación repitiendo, simplemente, las palabras ya proferidas y que nosotros transcribimos.
Entonces, diréis vosotros, ¿por qué habéis pedido la defensa legal? Nosotros la hemos requerido, y vosotros la habéis financiado, por buenas razones.
Presos por la violencia, acusados y constreñidos por la violencia a un proceso, hemos debido recurrir a la defensa legal, la cual es la sola defensa reconocida por la ley, para ser tutelados en nuestros derechos, y para demostrar, a rigor de ley, nuestra inocencia. Pero no hemos creído jamás que la defensa legal fuese capaz de obtener justicia. No, nosotros hemos logrado demostrar nuestra inocencia. En la más indulgente hipótesis, el jurado no podía condenarnos más que usando la duda contra nosotros. Y el mencionado discurso del juez es todo un esfuerzo para justificar la acción del jurado.
Pero es ocioso hablar de esto. Vosotros, compañeros, amigos y trabajadores, sabéis muy bien por qué nos declararon culpables.
Y el silencio de los jurados, después del proceso dijeron que se habían jurado el uno al otro no hablar de lo que pasó en la cámara de deliberaciones- habla por sí mismo.
Para ser libertados debemos obtener otro proceso, y debemos salir absueltos. En consecuencia, el hecho de obtener otro proceso ¿no es decisivo para nuestra libertad?
¿Y debemos deciros que la defensa legal, por si sola, es impotente? Deberemos hablaras de Mooney y de Billings, de los mártires de Chicago, de Joe Hill, de los prisioneros políticos, de los recientes procesos a los mineros y de los últimos arrestos? ¿Debemos deciros que de los Thayer y los Katzmann, que administran la justicia de clase, no se debe esperar más que mal? ¿Que los hombres de la estampa de los doce buenos hombres del condado de Dedham, que nos condenaron, y de la estampa de los doce buenos hombres de los otros Condados, que condenaron a los demás, no han desaparecido, absolutamente, de la faz de la tierra? ¿Y que es absurdo, ridículo, esperar la justicia de la ley de clase de nuestros mortales enemigos?
No, compañeros; si el enemigo que tiene todo que ganar perdiéndonos, advierte que lo puede hacer impunemente, estad bien ciertos: no nos tendréis más entre vosotros. Nos matarán, o nos harán morir, átomo a átomo, entre los muros de sus bastillas, como ya han hecho con los otros.
Y harán así con los demás rehenes. Y los rehenes aumentarán. Las prisiones rebosarán de los más fuertes campeones del trabajo y de la libertad. Y su martirio será el martirio de la misma libertad. Corrupto, traicionado, confuso y aterrorizado, el vulgo andrajoso se inclinará a la violencia y a la astucia del vulgo dorado y en la general ruina nosotros seremos arrastrados y nuestros hijos serán esclavos, esclavos miserables de otros y de sí mismos.
¡Compañeros! ¡Trabajadores! ¿Lo permitiréis? Nosotros somos impotentes ahora. Nuestro destino y el vuestro, como el destino de nuestro, hijos, está en vuestras manos, y no en las manos del enemigo.
A nosotros no nos queda más que mirar el patíbulo o la aun más horrenda encarcelación perpetua, sin debilidades y sin bellaquerías.
Adolescentes apenas, conocimos la separación de los nuestros, la odiosidad de los patrones y la villanía del mundo de bien. A los veinte años preferíamos el estudio y la lucha, a los fáciles amores y a la taberna. Y en la larga vigilia que sabe de toda miseria, toda pena, todo insulto y toda humillación, maduró en nosotros esa fe que desafía y vence a todo enemigo y a cualquier adversidad; la fe que la lucha y el valor templan y no abaten. Y sabemos de mucho tiempo, lo que la causa pide y el enemigo sirve...
Por la defensa de la existencia y el triunfo del ideal, estábamos decididos al sacrificio supremo. Pero esperábamos caer en la pugna, a pecho descubierto y con el hierro al puño, cara a cara con el enemigo execrado.
Atroz ironía: se soñaba caer como leones y la realidad nos prepara la muerte del topo. Y, sin embargo, nos conforta la certeza de que, aun así como es, nuestro sacrificio no es vano, sino que madura y apresura la invocada hora del gran desquite.
Sabremos encontrar la fuerza para resistir a la pena cotidiana, y en la no peor de las hipótesis, sabremos mirar a la cara al verdugo que nos ate y lanzar al mundo de los grandes ladrones y de los grandes asesinos nuestra extrema maldición.
La prisión perpetua significa un martirio más largo y más atroz que el de la ejecución inmediata. Pensad también que esa es la pena más redituable a la burguesía, porque ahorra el gasto del verdugo y le da el producto de nuestro trabajo.
En cuanto a nosotros, ¡dadnos Libertad o Muerte!
A vosotros, compañeros y trabajadores nuestro saludo!
Ahora y siempre por la Revolución Social.
FERDINANDO NICOLA SACCO
BARTOLOMEO VANZETTI
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