PALABRAS A LAS FUERZAS ARMADAS DE LA NACIÓN, PRONUNCIADAS EN UNA COMIDA DE CAMARADERÍA
Juan Domingo Perón
[5 de Julio de 1946]
Señores Ministros,
Camaradas de las Fuerzas Armadas Extranjeras,
Camaradas míos:
Hay horas, en la vida de los pueblos como en la de los hombres, en que la oscuridad lo envuelve todo. Parecería que al conjuro de la maldición bíblica se malograsen hasta los anhelos más nobles y las aspiraciones más santas.
Es, a veces, el encadenamiento de sucesos infaustos ajenos a la voluntad humana, o hechos de la naturaleza que contrarían las más cautelosas previsiones, o la incomprensión de los hermanos, o la perfidia de los mezquinos, o todo eso junto, en un solo instante, en un solo minuto.
Son las horas de prueba a que Dios nos somete y de las que sólo emergen los que fortalecieron su alma en la fe: esencia divina capaz de remover las montañas, realizar acciones inverosímiles y de llegar a convertir los sueños en realidad.
En 1816, el Congreso de Tucumán “recibía a la Patria casi cadáver”, ha dicho uno de nuestros grandes historiadores.
Y en verdad era así.
El desastre de Rancagua dejaba a Chile a merced de la reacción contrarrevolucionaria; las más oscuras conjuraciones conspiraban en Mendoza y Buenos Aires, contra la expedición libertadora que preparaba el General San Martín; el enemigo triunfante en el Norte se aprestaba para invadir el territorio argentino y asestar a la revolución el golpe de gracia; la montonera anárquica campeaba en el litoral; veteranas tropas portuguesas marchaban sobre la Banda Oriental para jaquear, desde Montevideo, el flanco de los patriotas; porteños y provincianos anteponían pasiones y rencillas lugareñas a la suerte común de la nacionalidad; en Buenos Aires las rivalidades caudillescas convulsionaban el ambiente; en otras regiones de nuestra América, en el Cuzco, en Nueva Granada, en Venezuela, sucumbían también al contraataque realista.
El cuadro de la situación, no podía ser más sombrío.
Pero, porque creyeron firmemente; porque tuvieron fe en sí mismos y en el destino glorioso de la Patria; porque veían la realidad futura, presintiéndola en la exaltación mística de sus ideales, pudo el Capitán de los Andes remover las montañas, convirtiendo el sueño de la libertad argentina en la bandera triunfante de la emancipación sudamericana; y pudieron los Congresales de Tucumán rasgar las tinieblas que se cernían sobre la “nación incipiente” proyectando sobre el mundo luz inextinguible, en su desamparada grandeza.
¡Qué solos y qué pobres, pero qué fuertes y espiritualmente qué ricos en virtudes propias de nuestra raza, debieron sentirse los fundadores de la Patria!
En esta noche de conmemoración y de camaradería, yo invito a los soldados argentinos a reflexionar sobre el significado de aquellos acontecimientos.
Demasiado me se que lo hacéis con frecuencia; que no pasa día sin que la preocupación dominante de vuestros deberes, sea en el aula, en la formación de la tarde, o en la tribuna, no os haga sentir la presencia inmortal e inmaterial de los héroes tutelares de nuestra soberanía; que su ejemplo es el que os inspira y que el mensaje que nos legaron lo practicáis con patriótica devoción; pero no es a eso a lo que me refiero, sino a una reflexión más honda en la que vinculemos el alumbramiento de 1816 con el presente y con el futuro de la Nación Argentina.
La verdadera fe, cuando Dios la concede para las grandes empresas, no es una gracia estática: es un soplo creador de inspiración dinámica que se abre en un haz de virtudes para perdurar a través del tiempo.
Es junto a la fe, la austeridad, que ahoga al egoísmo porque es ofrenda y sacrificio permanente; es junto a la fe, la solidaridad, que mata la flaqueza porque es aliento fraternal recíproco; es junto a la fe, la lealtad, que enaltece la propia estimación porque es decoro, respeto de sí mismo y el alimento espiritual más maravilloso con que se debe nutrir el noble corazón del soldado; y es la fe, junto a la camaradería, que une especialmente a todos los hombres de armas para realizar acciones de contenido heroico y de trascendencia legendaria.
Virtudes militares, como veis, han sido y siguen siendo virtudes del alma argentina.
Nacidos así a la vida independiente, echamos a andar por nuestra cuenta.
En ciento treinta años el país recorrió muchas etapas, y en cada una de ellas no todos los días fueron de sol; más de una vez hubo que doblar el cabo de las tempestades; y el cuadro, entonces, si no idéntico, fue siempre parecido: la conjuración de factores aciagos, internos y externos; la ceguera de muchos buenos; la sordidez de muchos malos; y en la puja irreductible contra la adversidad, los dones ancestrales de siempre la vencieron.
Así fuimos trazando nuestro destino en el libro de la Patria.
Cuando al final de cada etapa, hicimos un alto en el camino para volver la mirada hacia atrás y poder apreciar con perspectiva de lejanía los esfuerzos cumplidos, a fin de rectificar el rumbo cuando algún viento contrario nos desviaba de la ruta, o de abrir nuevos surcos en nuestra tierra generosa para satisfacer las legítimas aspiraciones del pueblo, siempre fue necesario poner a contribución el patrimonio espiritual heredado, porque siempre e invariablemente, las fuerzas de la regresión que se parapetaban detrás de los intereses creados, se sumaron a los elementos imponderables para obstaculizar o retardar nuestro progreso.
Pero recordemos también esta noche, con orgullo, que si la República Argentina tuvo que afrontar y que vencer tremendas dificultades, en distintos momentos de su vida independiente, tuvo en cambio hijos dignos de su estirpe que supieron superarlas y ensanchar el horizonte de su grandeza.
Por eso yo, que soy, como vosotros, un soldado que vive sostenido por ese místico soplo de vocación que le hace vestir con orgullosa sobriedad el uniforme de la Patria, llevándolo con la prestancia y altivez, propia de los hombres libres; que fui llamado por el pueblo en una hora grave de la historia del mundo, para que levantara y mantuviera en alto la bandera de la justicia social, de la recuperación nacional y de la soberanía junto a la enseña bendita de la Patria, quiero asociar esta noche, haciendo justicia histórica, al nombre de nuestros primeros próceres, el de los gobernantes y estadistas argentinos, civiles y militares, que en circunstancias de apremio para el país, y a despecho de menguados intereses o de pasiones enardecidas, pusieron por delante el corazón de patriotas y ofrecieron a nuestra tierra lo mejor de sí mismos, cualesquiera hayan sido sus convicciones políticas o los errores humanos en que incurriesen.
Y así, etapa tras etapa, llegamos hasta nuestros días. Vosotros, mis camaradas, los habéis vivido.
Hace tres años la Nación volvió a hacer un alto en el camino.
La historia de los días infaustos se repetía,
En lo interno, de nuevo las fuerzas de la regresión parapetadas en los intereses de círculo, dirigían al Estado con prescindencia del interés público y de las necesidades vitales de los trabajadores argentinos, hipotecando la riqueza del país a la avidez extranjera y llegando hasta admitir que poderes inherentes a la soberanía nacional se ejercitasen dentro de nuestro territorio, por núcleos foráneos enquistados en el engranaje de nuestra economía.
El mismo fenómeno regresivo se observaba en el escenario político. Los llamados partidos tradicionales, en cuyas filas actuaron con brillo, con eficacia, y con patriotismo, muchos hombres públicos argentinos que han merecido la gratitud de la Nación, alternaron y se desgastaron en el Gobierno, acusando índices de corrupción que concluyeron por desintegrarlos y por disminuirlos ante la opinión pública en su jerarquía moral.
En lo externo, una lamentable inhabilidad para hacernos comprender, en todo lo que tiene de generoso, de honesto, de cordial, pero también de altivo el espíritu argentino, y una lamentable y correlativa incomprensión de quienes, por no haber releído nuestra historia, olvidaron que si es fácil rendirnos por el corazón, es imposible doblegarnos por la prepotencia.
Había, pues, que recurrir, una vez más, a las virtudes patricias que dormían en el alma argentina.
Y el alma argentina despertó.
Despertó en la maravillosa intuición del pueblo; en la confianza que éste puso en la capacidad de recuperación de sus hijos, en el alegre y bullanguero desdén con que se movió entre la incomprensión y las turbias confabulaciones de resentidos que, en un momento dado, llegaron hasta renegar de su propio linaje para servir propósitos extranjeros, y dieron, por esa razón, el triunfo que merecía el auténtico pueblo argentino.
A este punto hemos llegado. De ahora en adelante se inicia una nueva etapa para la vida del país.
Recuperada y fortalecida, la Nación Argentina se ha puesto de nuevo en marcha.
Quiera Dios nuestro Señor, iluminar a los que tenemos el honor y la responsabilidad, que yo no eludo ni delego, de conducirla, y concedernos, como a los próceres de la emancipación, la entereza y la energía para resistir los embates del tempestuoso huracán que se desata cada vez que es necesario cercenar privilegios, para asegurar el bienestar de la ciudadanía.
Quiera el Todopoderoso mantener a la Patria, como hasta ahora, altruista y pacifica pero decorosa y altiva; desinteresada y fraternal, pero libre, independiente y soberana; respetuosa del derecho y de la libertad ajenas, pero también respetada en su derecho y en su libertad, en los siglos de los siglos, por todas las naciones del mundo.
¡Camaradas que, a través de la distancia, escucháis mis palabras, identificados con el espíritu de esta fecha!
Bien sabéis que vosotros, muy especialmente, vivís en mi corazón; bien sabéis que no olvido, que vuestro alejamiento de las guarniciones más cómodas, certifica que estáis cumpliendo vuestra misión con el desinterés, la abnegación, la fe y el patriotismo heredado de nuestros mayores; y que al hacerlo, no estáis colocados en posición que se acepta como un deber, sino que se busca como un honor, bien compenetrados de que ella es una prueba más del espíritu de sacrificio, que el soldado está siempre dispuesto a brindar a su Patria.
Lleguen también por ello, a todos vosotros estas palabras.
¡Camaradas de las fuerzas armadas extranjeras!
¡Id y decid a vuestros hermanos, que aquí, en este rincón de América donde sentimos la grata satisfacción de teneros entre nosotros, brindamos por la paz del mundo, y al hacerlo, entendernos que ello significa brindar por que cada una de vuestras patrias continúe la brillante trayectoria de sus destinos, por senda de venturosa felicidad!
¡Camaradas todos de pie!
¡Por nuestra patria!
JUAN DOMINGO PERÓN
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