abril 26, 2010

Carta: "Representación al Rey Carlos III" Francisco de Miranda (1785)

REPRESENTACIÓN AL REY CARLOS III [1]
"Carta en la que solicita la baja del ejército real tras presentar al monarca su trayectoria militar y su versión de los hechos referidos a la persecusión de la que es objeto"
Francisco de Miranda [2]
[10 de Abril de 1785]

EXCMO. SEÑOR CONDE DE FLORIDA-BLANCA.
A SU MAJESTAD RENDIDAMENTE SUPLICA EL TENIENTE CORONEL D. FRANCISCO DE MIRANDA
Señor:
Permítame Vuestra Majestad que con el más profundo rendimiento ponga a sus Reales manos esta Petición, a que da motivo el injurioso y tropélico procedimiento que en mi persona ha querido también ejercer el ministro del Departamento de Indias D. José de Gálvez.
No quisiera molestar la benigna atención de Vuestra Majestad en una relación tediosa de hechos y circunstancias ocurridas en el tiempo que hace tengo el honor de estar empleado en el Real Servicio; pero siendo indispensable para el fundamento de mi súplica dar una breve idea del curso de mi vida y objetos a que ha sido dedicada; diré sucintamente lo más sustancial de ella. Remitiendo su probanza a los documentos inclusos, y que se citan adjuntamente, cuyos originales, o copias auténticas paran en mi poder, y en la Secretaría del Despacho Universal de Indias; pudiendo asegurar a Vuestra Majestad en mi honor, que nada diré que pueda tocar en engaño o exageración.
Nacido de padres legítimos y familia distinguida en la Ciudad de Caracas, Provincia de Venezuela en América, tuve la felicidad de recibir clásica temprana educación en el Colegio y Real Universidad de Santa Rosa de dicha Ciudad; hasta que concluidos mis estudios de Filosofía, Derecho, Historia, etc... pasé a Europa con designio y vocación de servir a Vuestra Majestad en el Ejército. Para este efecto fijé mi residencia en Madrid, y con sumo ardor me apliqué al estudio previo de las Matemáticas, principalmente en los ramos conducentes al Arte Militar, de las Lenguas vivientes de la Europa, etc., buscando y haciendo venir de Países extranjeros maestros, y libros, los mejores y más adecuados para el asunto; en lo cual se expendió considerable parte de mi patrimonio; bien que con adelantos suficientes a remunerar cualesquiera gastos que se me hubiesen ocasionado; y que confieso han sido después la base de un sólido entretenimiento, y constante ocupación.
El año de 1772, a los 18 años de mi edad, conseguí por bondad de Vuestra Majestad el empleo de Capitán de Infantería en el Regimiento de la Princesa, que a la sazón se hallaba guarneciendo los Presidios menores de África; con lo cual tuve la ventaja de comenzar haciendo el servicio práctico al frente del enemigo, y de hallarme después en toda la crítica defensa de la Plaza de Melilla, que atacó en persona el Emperador de Marruecos el año de 1774-75, aunque con el disgusto de ver frustrados (sin embargo que aplaudidos) mis mejores deseos; y de hallar al fin distribuidos los premios que la piedad de Vuestra Majestad destinó al mérito, y al valor de aquella guarnición, entre varios sujetos que por ningún camino debían merecerlos... privando así los acreedores legítimos, no solamente de aquella recompensa, sino dándoles un desaire. De aquí pasé a reunirme con las Banderas de mi Regimiento en Málaga: y buscando siempre el cómo adelantar en la profesión viendo nuevas Tropas, Tácticas, Fortificaciones, etc., estuve por favor particular en la Plaza de Gibraltar, donde, por dos meses logré examinar comparativamente aquella excelente Escuela Práctico-Militar, sacando bastante instrucción. En seguida me dirigí (con permiso tácito de Jefes) al Puerto de Santa María a solicitar personalmente del Inspector General Conde de O'Reilly la consecución de una Real Licencia para pasar a Prusia, Alemania y otros países extranjeros, con el objeto de examinar el Sistema militar de toda la Europa, y formar cabal idea de una profesión que con tanto ardor y esmero yo cultivaba. Pero en lugar de encontrar apoyo, o protección en el Inspector General le hallé prevenido contra mis adelantos y además lleno de quejas y resentimiento, por haber yo desaprobado, en conversación privada, su conducta sobre el manejo de la Expedición contra Argel que mandó Su Excelencia el año de 75. Teniendo la flaqueza de manifestármelo en conferencia secreta que tuvimos; y la pequeñez de negarme una Licencia que solicitaba yo con fines tan honestos y justos... de que me hallé tan disgustado, que resolví luego pasar a la marina, por sustraerme de la dominación de Jefe tan parcial e injusto. Pero no pude conseguirlo, como tampoco el transferirme a las Milicias (que también solicité después); sin embargo, de que tuve una respuesta honorífica y lisonjera de su Inspector General D. Martín Álvarez de Sotomayor.
A este tiempo pasó mi Regimiento de Guarnición a Cádiz, y el segundo Batallón fue destinado para la Expedición del Brasil, bajo el mando del Excmo. Señor D. Pedro Ceballos; con cuyo nuevo motivo pretendí también embarcarme de voluntario, o agregado en dicha Expedición. Recibió con gusto mi petición dicho jefe, y me mandó hablase yo mismo al Inspector Conde de O'Reilly sobre el particular; pero no resultó más que lo que yo esperaba; esto es, que me negase enteramente mi pretensión, empeñado siempre en cortar todos mis adelantos, porque no se disponían por su mano; y deseoso al parecer de que abandonando los estudios, me entregase a la disipación que a un joven militar ofrece la guarnición de Cádiz, procurando para ello también incomodarme por medios bien extraños e indecorosos ingiriéndose aun en inquirir si yo oía misa; en si tocaba la flauta; si leía libros filosóficos, etc..., ¿mas se engañó Su Excelencia y mi carácter nunca pudo acomodarse a sus arbitrarios vanos principios. Finalmente en el año de 1778 fue mi primer batallón removido, y marchamos de guarnición a Madrid, donde permanecí hasta principios del de 80. En este intermedio logré las más altas satisfacciones del nuevo Coronel, Brigadier D. Juan Manuel de Cagigal; como así mismo la más vil persecución del sucesor inmediato D. Juan Roca; cuya invida (sic) disposición e ignorancia me eran ya muy conocidas, por haberle visto servir al frente del enemigo, y tratado familiarmente cuando era Sargento mayor del propio regimiento. Resultó de esta fuerte contestación el que por punto final mandase Vuestra Majestad que yo permutara mi empleo con otro capitán del Segundo Batallón del mismo Regimiento; dirigiéndome inmediatamente a Cádiz donde se hallaba dicho Cuerpo... que no fue poco triunfo para mi justicia, si atendemos a que jamás pude conseguir el permiso de que se me oyese en justicia ante cualquier Tribunal; donde sólo podría yo dar con pruebas, un contraste bien opuesto en el verdadero carácter del Coronel acusante, y su digno Ayudante D. Manuel Herck. En fin sacudido de tan malvada cábala, y habiendo entregado las Cajas del regimiento (de cuyos Caudales fui varias veces depositario) salí de Madrid para dar cumplimiento a las órdenes de Vuestra Majestad.

A mi llegada a Cádiz, estuve luego a presentarme según la Real orden al Inspector General Conde de O'Reilly, quien en substancia me dijo privadamente, con su acostumbrado tono magistral y decisivo, que yo intentaba subvertir las Leyes del Reino con mis solicitudes, que si quería pasar a América en el Ejército de operaciones, que a las órdenes del Teniente General D. Victorio de Navia se hallaba en aquel Puerto para salir, me lo proporcionaría. Consideré la materia; y viendo que si insistía en que se me oyera en el Consejo Supremo de la Guerra, como yo quería, para que al Coronel Roca se le castigase según merecía, no lo conseguiría tal vez jamás, por la oposición que siempre experimenté del Inspector General e influencia que dicho Coronel se había procurado, por sostén, en el ministerio de la guerra durante vuestra crítica contestación en Madrid, resolví, haciendo de la necesidad virtud, aceptar el que como favor me ofrecía el oponente, y seguir agregado en el Regimiento de Aragón. Al arribo de dicho armamento sobre las Islas de Dominica y Guadalupe fui nombrado por el Comandante General del Ejército D. Victorio de Navia, Edecán del General Comisionado entonces D. Juan Manuel de Cagigal, para el desembarco de nuestras tropas, apresto de Hospitales en dichas Islas, etc... y en este carácter continué a sus órdenes todo el tiempo que estuvimos haciendo aprestos de guerra en La Habana; embarques para Florida; y hasta la rendición de Panzacola; en cuya virtud merecí a Vuestra Majestad el Rango de Teniente Coronel de sus Reales Ejércitos.
Al regreso a La Habana, hallamos que Vuestra Majestad había nombrado por Gobernador de la Plaza, y Capitán General de la Isla de Cuba al Mariscal de Campo D. Juan Manuel de Cagigal; en cuyos ascensos no me cupo poca satisfacción, siendo yo la única persona que estuvo siempre a su lado y confianza en todas sus transacciones Militares desde que salimos de Europa, que tanta aprobación merecieron de Vuestra Majestad; del ministro de Indias; y del público en general. Pasé poco después por orden suya, a la Isla de Jamaica para concluir, y arreglar un Cartel de Canje de Prisioneros de guerra, que tanto se deseaba por ambas partes, sin haber aún podido convenirse las dos Naciones en este importante objeto con otras graves secretas comisiones que igualmente se pusieron a mi cuidado; concluí en breve tiempo todo; y traje a la Isla de Cuba cuantos prisioneros españoles había en la de Jamaica: con documentos, y noticias que me proporcionaron la más lisonjera recepción por parte del Excmo. Señor Gobernador y del Comandante General del ejército de operaciones D. Bernardo de Gálvez; quien de contado me nombró su Edecán, remitiendo informe de oficio a Vuestra Majestad, de todos mis servicios; con solicitudes para que se me diese el grado y sueldo de Coronel de Infantería, bien que nunca he visto resultas de cuantas promesas me hizo su Excelencia para mis adelantos, tanto en esta ocasión, como en la toma de Panzacola; con este motivo, y llegada de varios parlamentarios que conducían los prisioneros de la Jamaica, se tramó un enredo en La Habana sorprendiendo mi equipaje por disposición del Intendente de Hacienda D. Juan de Urriza, con pretexto de que en él venían efectos de contrabando; pero examinado éste por el Administrador, y vistas de la Aduana, Auditor de guerra, etc., se halló de que su Señoría procedía muy engañado y que sí no se daba el nombre de tal a Libros, Cartas, Planos, papeles y ropa usada, no había absolutamente sobre qué recayese el mencionado título de contrabando que se pretendía dar al contenido equipaje.
Pero lo que fue más sensible para mí que todo es una Real Orden que llegó poco después, comunicada por D. José de Gálvez, para que el Gobernador de La Habana me remitiese in continentia España, por hallarse Vuestra Majestad informado de que a influjo mío, y en mi compañía se le habían enseñado las fortificaciones de esta Plaza, al General Campbell, Gobernador que fue de Panzacola, a su pase por dicha capital. La falsedad del motivo, y precipitoso proceder del ministro, sorprendió tanto al Gobernador (sabedor de todo lo contrario) que resolvió informando la verdad a Vuestra Majestad, no dar curso a semejante disposición hasta la contestación: pidiendo además a Vuestra Majestad una reparación formal del agravio que con ello se había hecho a su persona, y la calumnia atroz con que se intentaba dignar (sic) mi honor. Siguiendo entretanto, por no atrasar el servicio, las operaciones de la guerra, que de antemano estaban combinadas con el Comandante General del Ejército de operaciones, y así procedimos a la toma de las Islas de Bahama: cuya conquista se verificó con el mayor suceso, en mayo de 82.
De aquí pasé con Despachos para D. Bernardo de Gálvez al Guárico; y acompañarle desde allí en calidad de su Edecán a la expedición que teníamos preparada para la conquista de Jamaica. Pero cual fue mi sorpresa cuando hallé que el dicho general, y a su ejemplo e informes la mayor parte del Ejército, y guarnición censuraban nuestra conquista, por emulación e ignorancia, encargándose Su Excelencia misma confidencialmente (como para vindicarse) que pues me hallaba más bien instruido en el particular, procurase desvanecer aquellas especies que tan infundadamente corrían, hablando yo lo cierto en las concurrencias públicas, etc. No me fue muy difícil persuadir en breve lo contrario, comenzando por el Gobernador de la Plaza Mr. de Bellecombe; y que con su aprobación saliese un detalle verdadero en la Gaceta del Cabo; único medio de informar a todos a derechas del suceso. Pero como no era esto lo que realmente quería el señor Gálvez; antes sí estaba lleno de celos, y puerilidades: se va luego que vio la Gaceta, en casa del Redactor y casi llorando le dio mil quejas porque celebraba los hechos del señor Cagigal, y no cantaba los de D. Matías en la toma de Rattan; y los suyos propios, como él lo había solicitado. A mí me hace buscar sobre la marcha, y sin más prevención me pide, con tono, y aire de Comandante, las llaves de mis baúles; y me envía con un Ayudante arrestado a bordo de una fragata Correo, que el día siguiente debía salir para La Habana. Tomando por pretexto la Real Orden de Vuestra Majestad que he citado anteriormente, y que nunca se había dado cumplimiento ni por él, ni por el Gobernador de La Habana; atenta la representación que se tenía hecha a Vuestra Majestad; cuya respuesta se aguardaba favorable por instantes, siendo patente a entrambos la falsedad del fundamento; pero no importa, disgustó la Gaceta su ciega vana ambición, y fue menester gratificar a su venganza. Al siguiente día del arresto, me envió por su Edecán Ugarte mi ropa, criados y dinero que había en mis maletas, con un recado político de su parte, y carta del Secretario Paz; mas mis libros (que eran bastantes y escogidos) y Reales despachos, planos, etc., aún no han parecido; ni yo concibo con qué derecho o facultad había podido guardárselos hasta ahora su Exca.
A mi presentación en La Habana, tuvo notable disgusto el Gobernador; y fue general la admiración de todos, en reprobación de la conducta del Señor D. Bernardo; y al saber la acusación levantada contra mí, que a todos constaba ser falsa. El Ilmo. Obispo Echeverría me ofreció entonces, por el Marqués Justiz, un documento de su puño para vindicación mía; y seguridad de que él no tenía parte en el testimonio como se decía. Yo tengo sin embargo probabilidad, de que todo fue tramado por este prelado intrigante y bullicioso: originado en que nunca me presté a su contemplación, y le rechazaba ridículos perniciosos absurdos que en varias ocasiones pretendió insinuarme: y no quise aceptarlo.
Poco después llegó, como de sorpresa, el mariscal de Campo D. Luis de Unzaga, con órdenes, para relevar de su gobierno de La Habana al señor Cagigal: con cuya oportunidad logré hacer ante el mismo nuevo Gobernador, información plena, por sujetos de primer carácter en La Habana, de ser falso absolutamente el indigno informe que a Vuestra Majestad dieron contra mí mis émulos, y ocultos enemigos. Embarcándome luego, en compañía del Excmo. Señor D. Juan Manuel de Cagigal que seguía para el Guárico, o España , según las órdenes de Vuestra Majestad. Pero la contrariedad de los tiempos, y una varada que tuvimos nos obligó a arribar por dos veces a La Habana; donde fue preciso detenernos para reparar la embarcación.
A este tiempo llegaron las noticias de la Paz; y con ellas una conjura favorable, para que el mencionado gobernador, y juez de Residencia (enviado también a propósito por el ministro de Indias) comenzasen abiertamente la práctica de sus secretas instrucciones. El mes de Abril de 1783 salió su primera providencia reservada para el arresto de mi persona; en un modo furtivo, e ilegal (no obstante haber ya tenido respuesta el señor Cagigal de la representación citada, en que le avisa el ministro de Indias, quedar Vuestra Majestad enterado de su disposición, sin advertir cosa en contrario; que todos creímos ser en forma una Real aprobación): pero no lo pudieron conseguir; porque la inocencia mía y su malevolencia interesaron a muchos en mi protección; sin embargo de hallarse ellos con todo el poder y autoridad en las manos, tuve puntuales avisos de sus tramas más secretas; y me embarqué con seguridad, para Charleston, en la Carolina meridional, a fin de sus traerme por este medio de una cábala tan poderosa, y aprovechar el tiempo al mismo paso, dando principios a mis viajes por los países más civilizados del mundo que yo tanto había deseado; di parte de todo el acontecimiento, y de mis intentos por carta al Excmo. Señor D. Juan Manuel de Cagigal, a cuya orden me hallaba; suplicándole se dignase comunicarme las suyas, y avisos de la Corte a Filadelfia, donde los aguardaría; a que se sirvió responderme su Exca. en términos los más honoríficos y sensibles a mi gratitud; después de aguardar largo tiempo, y haber escrito a su Exca. varias ocasiones desde aquellos parajes, sea que mis cartas se hayan interceptado, o extraviado, nunca tuve aviso suyo: y así continué mi viaje por todos los Estados Unidos de la América, visitando principalmente cuantos puertos y campos sirvieron de teatro a las más brillantes acciones militares de la última guerra y conversando despacio con los Héroes y sabios que ejecutaron aquella obra inmortal.
El mes de febrero último llegué a esta Ciudad, y pasé luego a visitar al Plenipotenciario de Vuestra Majestad D. Bernardo del Campo, creyendo encontrar en su poder algún aviso; pero nada me ha comunicado, de que infiero ser tal vez ciertas las voces que corrieron por América, de haber sido su Exca. el General Cagigal puesto en arresto a su arribo a España , donde debía permanecer ínterin yo me presentase; y que el citado juez de Residencia en La Habana, me había hecho cargos, y sentenciado por sí mismo a una crecida multa, privación de empleo, etc., especies que no quise creer porque serían actos de la mayor iniquidad, en lo primero, ni el señor Cagigal tuvo parte en mi retirada de La Habana; ni pudo en justicia y equidad hacer otra cosa al recibo de las infundadas órdenes de que representó a Vuestra Majestad, según previenen las Leyes; en el segundo, está demostrada la impostura por lo que respecta al caso del General Campbell; y muy comprobada mi integridad en la suposición falsa del Intendente Urriza. Si algún nuevo cargo se hubiese producido contra mí (de que no hallo el menor escrúpulo de conciencia) será precisamente levantado sobre los mismos falsos principios; y así lo desprecio... a menos que se hiciese por sujetos de más honor y probidad que los que formaron los antecedentes, en cuyo caso lo satisfaría gustosísimo.
En este estado, pues, Señor, y con la desventaja mayor de todas para el ascenso, que es ser americano, según la opinión general de esos reinos, y particular del señor ministro actual de Indias, y del Arzobispo que fue de México D. Francisco de Lorenzana, etc..., cansado ya de lidiar con poderosos enemigos, cuyos triunfos aunque en hipótesis logra completos, nunca pagarían los perjuicios que ocasionan siempre en la honra, hacienda, y lo que es más, en el precioso tiempo que para ello se gasta fútilmente; pudiendo sacar inestimables ventajas si se dedicase a estudios sólidos, y útiles ocupaciones, que son más análogas con mi genio. A Vuestra Majestad humildemente suplico se digne exonerarme del empleo y rango que por su Real bondad gozo en el ejército; de todo lo cual puesto a sus Reales pies, hago dejación formal por la presente. Deseo solamente conozca Vuestra Majestad, he procedido siempre con pureza, y con altos deseos del mejor servicio y gloria de Vuestra Majestad en cuantos asuntos se han puesto a mi cargo; sin que la emulación, persecuciones ni amenazas de jefes y ministros hayan podido torcer jamás mis sanas intenciones, o doblegar mi ánimo a indecorosos sometimientos. Así también apreciaría, que (siendo del mayor agrado de Vuestra Majestad) se me permitiese el beneficiar, o reembolsar la cantidad de ocho mil pesos fuertes que me costó el empleo de Capitán, con que comencé a servir en el Ejército, a fin de reparar algo los graves quebrantos que se me han ocasionado últimamente y desearía pudiesen servir al menos; igualmente que toda la serie de mis sueldos anteriores; para que conociendo mejor mis paisanos mi situación actual, caminen con más experiencia en lo sucesivo, y sepan moderar los altos pensamientos, a que comúnmente es guiada la noble Juventud Americana.
Podría acaso mi narración por difusa, o demasiado expresiva, haber infringido los términos de aquella reverente moderación con que he procurado exponer todo a Vuestra Majestad: constituido en el disgustoso dilema de faltar, refiriendo el simple hecho de la verdad; o de dejar debilitada y fría mi razón por falta de adecuada humilde expresión con qué manifestarla, a cuyo extremo sin embargo he querido más bien inclinarme; y así suplico rendidamente el perdón, como hierro procedido únicamente de este principio inevitable.
Londres 10 de Abril de 1785.
A. L. R. P. DE VUESTRA MAJESTAD.
FRANCISCO DE MIRANDA
[1] Excmo. Sr.: Muy Señor mío: [2] Sebastián Francisco de Miranda y Rodríguez: creador de la bandera de Venezuela. Es considerado el “Precursor” de la Independencia Hispanoamericana, “el criollo más culto de su tiempo”, “el primer criollo universal” gracias a su empresa emancipadora por lograr la independencia Hispanoamericana del yugo español. El Libertador Simón Bolívar, lo llamó “… el más ilustre colombiano…”. Su nombre está grabado en el Arco del Triunfo en París, su retrato forma parte de la galería de los Personajes en el Palacio de Versalles y su estatua se encuentra frente a la del general Kellerman en el campo de Valmy. Participó en los 3 acontecimientos magnos de su hora: la Independencia de los Estados Unidos, la Revolución Francesa y la lucha por la libertad de Hispanoamérica.
El empleo, integridad y real confianza que con general aplauso posee V. E, me hacen dirigir a sus manos la petición adjunta para que, puesta a los pies del Soberano, haya yo cumplido fielmente con mi obligación.
Dios guarde la importante vida de V. E. muchos años. Londres, 10 de abril de 1785.
Excmo. Señor:
B. L. ms. de V. E. su más humilde y obediente servidor.
FRANCISCO DE MIRANDA
Fue el primero en propagar la Carta a los españoles americanos del jesuita peruano Juan Pablo Viscardo y Guzmán al darse cuenta de su valor y del efecto que produciría en el ánimo de sus compatriotas. Todos los historiadores coinciden en afirmar que Miranda es el traductor de la Carta.
Dominó 6 idiomas francés, inglés, alemán, ruso, conocía suficientemente el árabe y el italiano, además traducía del latín y griego.
Su obra escrita comprende un vasto archivo de documentos conocidos como la “Colombeia”; cartas, manifiestos, proclamas, ideas de gobierno, planes militares, expresan en cada una de sus palabras el inquebrantable proyecto de la libertad suramericana que encontró, en éste prócer, uno de sus representantes más comprometidos y perseverantes.

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