julio 15, 2010

Conferencia de Betancourt en el Instituto Pedagógico de Caracas (1945)

CONFERENCIA EN EL INSTITUTO PEDAGÓGICO NACIONAL DE CARACAS
“Las posibilidades históricas de Venezuela”
Rómulo A. Betancourt
[29 de Diciembre de 1945]

Estimable auditorio:
Jóvenes del Curso de Alfabetización de Adultos:
Deliberadamente he querido venir aquí sin una conferencia escrita y sin ni siquiera notas que me guíen para hacer una exposición. He querido que el pensamiento me fluya sin trabas de ninguna clase, espontáneamente, en este contacto directo con los jóvenes que han venido de los cuatro rincones de nuestra querida Venezuela, y quienes regresarán dentro de pocas semanas a cumplir la mejor labor de patria: a desbrozar conciencias, a orientar vocaciones, a suscitar inquietudes en un pueblo que se merece todo eso, en un pueblo que ha sido el mejor protagonista de nuestra historia, jalonada de tanto menguado gesto de sus prohombres representativos por su calidad intelectual, quienes en mayoría, vergonzosa para la inteligencia, olvidaron a Venezuela y aten dieron sus propias, egoístas apetencias personales.
Algo que nos interesa dilucidar, que nos interesa precisar, que nos interesa aclarar, son las posibilidades históricas de Venezuela. Hacia ese esclarecimiento se orientará mi diálogo con ustedes.
En nuestro país, como en el resto de los países de la América Ibera, un sector importante de las minorías intelectuales ha venido sustentando tradicionalmente la tesis de que somos un pueblo inapto para las grandes funciones civilizadoras. Esta tesis está enraizada en las teorías de los sociólogos europeos del Siglo XIX, cuyo apóstol más característico es Gobineau, con su concepción discriminatoria de las razas, la misma que en nuestro tiempo fue difundida y afirmada por los apóstoles del arianismo nazi. Según la teoría de Gobineau, los pueblos mestizos son constitucionalmente incapaces para crear una cultura sólida, una cultura estable. Esa teoría fue transplantada mecánica y servilmente a América, y ni siquiera un pensador como José Ingenieros, quien en muchos aspectos es precursor de los modernos movimientos de liberación nacional y social de nuestros pueblos, pudo substraerse al influjo de esta tesis. Ingenieros sostuvo en alguna de sus obras, en texto que no cito porque me estoy confiando a la memoria, que en los países sub-tropicales, por lo duro y áspero del clima, no podrían adaptarse las razas blancas nórdicas, las únicas aptas, en su concepto, para estructurar sistemas institucionales estables; y que, por lo tanto, el destino de estos pueblos mestizos era el de oscilar, en su vida política, entre dos extremos: la dictadura imperiosa de un hombre o de un grupo de hombres, o la anarquía disolvente.
Esta tesis fue aceptada sin beneficio de inventario por la mayor parte de los sociólogos venezolanos y americanos del 900. La llamada generación de "El Cojo Ilustrado", la generación de fines del siglo XIX, una de las más preclaras e ilustres desde el punto de vista intelectual que ha producido nuestro país, resulta así una generación de sociólogos escépticos, de literatos escépticos, de historiadores escépticos, de artistas escépticos, con respecto a las posibilidades venezolanas. En literatura tenemos un admirable estilista, como Díaz Rodríguez, quien en una de sus novelas -"Idolos Rotos"- no dudó en estampar el tremendo "finis patriae" que Guerra junqueiro había elaborado para su Portugal, y sólo porque unas montoneras insurgentes, después de penetrar en uno de esos brica-brac de cachivaches que en estos países ostentaban el nombre de Academias de Bellas Artes, destruyeron a culatazos unas malas copias en yeso de algunas esculturas del Renacimiento italiano.
En sociología, la tesis de Vallenilla, la tesis de Arcaya, la tesis de la mayor parte de los escritores de esa época, es negadora de nuestras posibilidades de superación. Somos un pueblo muy semejante, según esa teoría, a los núcleos nómades asiáticos, pueblos que, por su misma tradición pastoril, están condenados a ser dominados siempre por caudillos bárbaros, porque de las patas de los caballos (según expresión de uno de esos sociólogos) no puede surgir sino el régulo imperioso. Constituimos, según esa filosofía del pesimismo, un pueblo condenado, por carecer de homogeneidad étnica, a una permanente incapacidad para el ejercicio y disfrute de las formas democráticas de gobierno.
Antes de polemizar con esta tesis, diré que ella tenía una explicación en el fenómeno indiscutible de la armoniosa evolución de las instituciones democráticas en la vieja Europa del Siglo XIX, esa plácida y feliz Europa que ha recordado Stefan Zweig en su hermoso libro autobiográfico. Era la Europa del siglo pasado, en deglutinación sosegada del producto del trabajo esclavo, o pagado con salario de hambre, de las masas de los países coloniales y semicoloniales; la Europa donde el conflicto entre las clases parecía haber encontrado en la conciliación y el arbitraje su desideratum solucionador; la Europa del parlamentarismo, forma avanzadísima del derecho público; la Europa que, en materia de religión, se orientaba hacia el protestantismo, una concepción de la religión tan cómoda y tan pragmática que dentro de ella se concibe a Dios como un señor con quien se puede hablar por el teléfono. Pero pasaron los tiempos. Dentro de esas formas de organización social, sólo en apariencia estables y justicieras, se engendró una profunda crisis política-económica; y entonces vimos cómo los pueblos blancos de Europa, de raza supuestamente pura, cayeron también dentro del vórtice de la desorganización, del caos, de la desarticulación política, que culminó con esa exacerbación de todo lo que había sido dictadura en América: las dictaduras fascistas que en medios cultísimos de Europa copiaron y superaron cuanto habían hecho los Melgarejo, los Gómez, los Machado y todos los otros tiranos del trópico turbulento.
Esto significa que la tesis de la superioridad e inferioridad de las razas ha sido desmentida por la Historia. Es absolutamente falso que razones de índole racial determinen la capacidad de unos pueblos para alcanzar una vida institucional organizada, y la incapacidad de otros. Son otros los factores sociológicos que entran en juego para determinar en los pueblos los rumbos de su historia; y yo me propongo, aunque sea en forma esquemática, hacer un recorrido a través de todo nuestro proceso evolutivo, para tratar de explicar las causas por las cuales Venezuela ha sido un país de obstinadas tiranías y de gobiernos autocráticos.
Descubierto nuestro país, encontró aquí el español, no un pueblo de avanzada cultura autóctona como el quechua, el aimara y azteca, sino un pueblo de economía primitiva, pastoril. Pero aquí como en el resto de la América nuestra, la empresa del descubridor ibero fue conquistadora y no colonizadora. Es muy interesante a este respecto la observación de Hegel, en sus "Lecciones sobre Historia Universal", acerca de la diferencia fundamental que existe entre el proceso de colonización de Norte América y el de la América Ibera. A la parte más septentrional de nuestro Continente llegaron sajones, gentes que en su metrópolis materna estaban ya viviendo una etapa superior de desarrollo económico y social, que tenían las industrias de un país moderno. La América Ibera fue conquistada (que no colonizada) por dos de las Naciones más atrasadas de Europa, que vivían en una etapa feudal, que no podían trasladar a América métodos modernos de organización, porque esos métodos no existían en la propia metrópolis.
Comenzó la evolución histórica de nuestro país con un primer acto de despojo de las masas indígenas. La tierra pasó de manos de sus propietarios naturales a las manos de los conquistadores. José Vas cancelas ha recordado la forma como se creó la propiedad territorial en nuestros países: se le daba a los Encomenderos "tierra hasta donde alcanzaba la vista". En esta forma, la propiedad territorial nació en nuestros países sobre bases latifundistas, de acaparamiento de grandes porciones de tierra en muy pocas manos; y nació también nuestra economía sobre la base del trabajo esclavo. Cuando ya no fueron suficientes los indios para los trabajos más duros, cuando en las minas fueron necesarias gentes físicamente más resistentes, se trajeron negros de la jungla africana; y en las sentinas de los barcos negreros vinieron nuevos lotes de hombres y mujeres para formar la base humana de un régimen de organización social injusto.
La evolución colonial perfiló una estructura de la sociedad venezolana muy definida. La observó, con gran perspicacia, un viajero francés, Francisco Depons, quien en 1808 visitó a la "Costa Oriental de Tierra Firme", como se llamaba nuestro país en la poética geografía de aquellos tiempos; y señaló cómo la sociedad venezolana presentaba un aspecto -no diferenciado sustancialmente del actual- de pirámide invertida: en el vértice, una minoría privilegiada, y una extensa base humana formada por todos los matices de las clases populares, trabajadoras, que iban desde el negro y el indio hasta los cuarterones y mestizos; y dentro de esta masa dolorosa, muchos esclavos que no recibían de sus amos, por su trabajo, sino una "cóngrua ración diaria de oraciones", como dice Depons con su despreocupado lenguaje volteriano. En la evolución colonial vemos como se va perfilando una clase dominante criolla, constituida por los descendientes de los primitivos conquistadores, la cual pugna con las autoridades peninsulares por razones de orden económico y político; por las razones económicas señaladas por Bolívar en su estupendo mensaje de Jamaica, el cual es sin disputa el documento político más sólido que salió de la pluma del Libertador: el monopolio del comercio exterior por España; las limitaciones reglamentarias establecidas para el desarrollo de determinados cultivos agrícolas; el rigor exigente de los impuestos que necesitaba España para mantener en Europa una corte parasitaria.
Además, la nobleza criolla llegó a ser una clase culta, una clase que había adquirido en las aulas del Seminario Tridentino o en la propia España conocimientos de diversas materias. Era una gente a la cual le llegaba de contrabando, en los buques de la Compañía Guipuzcoana, la literatura de los Enciclopedistas, de los hombres que en Europa estaban minando dialécticamente, teóricamente, las bases sobre las cuales se asentaba la estructura feudal de la sociedad, fundamentalmente su mito político: el principio absolutista y monárquico de Gobierno.
Llegó un momento, el momento histórico de 1810, en que esa clase que se había ido formando recabó el gobierno y fue a la revolución. La Revolución de la Independencia resultó así un movimiento pre-determinado por razones indiscutibles de índole económica y social. Pero sería caer en concepciones fatalistas, mecanicistas, de la historia decir que sólo porque esos factores estaban presentes se realizó la Revolución de la Independencia. La Revolución de la Independencia estuvo condicionada por hechos y fenómenos históricos anteriores a ella; pero fue posible por la acción subjetiva, humana, dinámica, de estupenda hornada de hombres que para aquella época no había tramontado la treintena de años, y la cual tuvo su más calificado representante en Simón Bolívar. Como observa Mariátegui, el peruano, la Revolución del año lo fue posible porque una promoción de hombres y mujeres con "humor romántico", con decisión de forjar obra, con juvenil y brioso apetito de hacer historia, con capacidad de sacrificio, se entregó íntegra a la tarea de realizar la Independencia Americana.
Pero la Independencia, que nos desligó políticamente de España, fue frustrada como movimiento de emancipación social. La historia superficial ha enjuiciado la expulsión de Bolívar del territorio nacional como simple obra del resentimiento de unos individuos envidiosos de la gloria del Libertador. En realidad, fue expulsado porque una oligarquía que se venía formando en la retaguardia de la Revolución, cobraba al Bolívar del año 30 su trayectoria jacobina; le cobraban el haber querido no solamente que se hiciera un movimiento independentista frente a España, sino que este movimiento significara una modificación en la estructura económica, social y política del país. Prueba de ello (como lo dije recientemente en San Cristóbal) es que Bolívar fue el primero que en Venezuela planteó la cuestión de la reforma agraria. En 1816, respaldó la promesa hecha por Boves a los soldados llaneros, de repartirles la tierra. En 1825, su secretario Briceño Méndez se dirigió al Gobierno de Bogotá insistiendo en el cumplimiento de esa ley que no vino a ser dictada sino en 1830. Pero, en vez de parcelación de tierras hubo distribución de papeles, de bonos militares, los cuales no fueron a las manos de los oficiales, suboficiales y soldados, sino que los acapararon -como ha sucedido también con los bonos de las reclamaciones de Gómez- unos cuantos aprovechadores llamados "canastilleros" en el lenguaje de 1830, comerciantes que en la retaguardia de los Ejércitos patriotas se enriquecieron mediante la provisión, a precios exagerados, de los artículos indispensables para la manutención de la tropa; y a las de unos cuantos caudillos, quienes, inferiores a sus esclarecidas glorias, las usufructuaron con fines de enriquecimiento personal.
Coincidió esta transferencia de la gran propiedad territorial de unas pocas manos a otras pocas manos con un definido paso atrás en el proceso de liberación social del pueblo venezolano. Bolívar, en 1816, cuando la expedición de Haití, había prometido solemnemente a todos los esclavos que se alistaran bajo la bandera insurgente, que serían redimidos. Personalmente dio pruebas de consecuencia con ese criterio de gobierno, manumitiendo a todos sus esclavos en las tierras de Aragua y Barlovento. Pero así no pensaron los terratenientes dueños de esclavos, y por eso influenciaron para que el Congreso de 1830 retrocediera con respecto a lo establecido en el Congreso de Cúcuta: no solamente no fue abolida la esclavitud, sino que se estableció que no eran los 18 años, sino los 21, el límite de edad para ser manumitido un esclavo, y siempre mediante el pago de indemnización. Y entonces nos encontramos con que en una república teóricamente liberal y democrática, no es sino en 1856 (sic) cuando se liberan los esclavos, y Venezuela mostró por un largo período el fenómeno de parecerse más a una república esclavista a la manera de la Grecia aristocrática que a una república moderna, saturada del élan de las Revoluciones americana y francesa.
Ahí tienen ustedes una de las primeras grandes contradicciones históricas de nuestro país, que explica mucho por qué Venezuela haya tenido una historia caracterizada por "el tormento y el drama". La Revolución de Independencia en su aspecto político, se frustró parcialmente, por cuanto se mantuvo la esclavitud medioeval y se estableció constitucionalmente una fórmula de escogencia del Gobierno representativo vulneradora del principio básico de que la soberanía reside en el pueblo. Las elecciones eran realizadas con criterio censatario, aristocratizante: solamente podían votar y ser elegidos aquellos que disponían de bienes raíces o de títulos universitarios; y sólo los blancos, los que constituían la clase privilegiada por su color y por sus disponibilidades económicas, podrían adquirir títulos universitarios. Esta situación en el aspecto político, tuvo en el aspecto económico su repercusión coincidente: no se realizó una reforma agraria, y entonces la mayor parte de los soldados gloriosos que habían peleado en Carabobo, en Ayacucho y en las Queseras del Medio, fueron licenciados, y advino ese período de la primera República, durante el cual Venezuela fue un hervidero de guerrillas. Muchas de esas guerrillas de cuatreros y de salteadores de caminos la formaban soldados y clases y oficiales de baja graduación del Ejército que hizo posible nuestra Gesta Magna, quienes, por no haber recibido un pedazo de tierra, por no haber recibido la posibilidad de reconstruir sus vidas rotas, devinieron entes anti-sociales. En 1835, la respuesta que dio la oligarquía a este problema fue la de dictar una drástica Ley de Hurtos, mediante la cual se castigaba con infamante castigo de azotes, y hasta con la pena capital, a quienes destazaran en el llano un "maute" ajeno. El abigeato en el Llano significaba, ayer y significa hoy, un atentado contra la propiedad, que ningún gobierno puede consentir; pero la solución no consistía simplemente en tomar medidas represivas, sino en ir al fondo mismo de las causas que determinaban el abigeato y en buscarle remedio: cegar la fuente de la miseria colectiva, para que esa miseria no engendrara desesperación irritada y la aplicación de la energía individual o grupal a actividades anti-sociales.
Eso no fue capaz de hacerlo la oligarquía, y entonces nos encontramos nosotros, al comienzo de nuestra historia, con esta situación: una república de filósofos, de teorizantes en los Congresos; pero una república de filósofos y teorizantes con una escasa sensibilidad social, que conceptuaban perfectamente conciliable la existencia de una república jurídicamente centro federal, representativa y responsable, con el mantenimiento de la esclavitud. Esta contradicción es la que crea el fermento dentro del cual se incuba la Guerra Larga, la Guerra Federal, aquel extraordinario sacudimiento de las masas populares que duró cinco años. Fácil les fue a los corifeos del Liberalismo agitar las masa esclavizadas. Don Lisandro Alvarado, en su "Historia de la Guerra Federal", recuerda cómo uno de esos caudillos locales logró levantar en Barlovento una enorme facción detrás de su bandera amarilla, simplemente haciendo esta propaganda, que las masas crédulas, ignorantes y amargadas por el abandono gravitante sobre ellas, creyeron a pie juntillas: que los propósitos del gobierno godo eran los de entregar a los negros, por montones, al gobierno inglés, para cancelar con moneda humana un viejo empréstito adeudado por el gobierno de la Gran Colombia, y que una vez llegados a Inglaterra, serían molidos, meticulosamente, para hacer de sus huesos cachas para cuchillos, y de su sangre y carne, jabón.
Triunfó la Guerra Federal, pero no las aspiraciones populares. Hubo en Coche, cerca de aquí, un entendimiento entre los jefes de ambas facciones, -la liberal y la conservadora- y todo se resolvió en familia. Una oligarquía fue sustituida por otra oligarquía, como sagazmente lo apuntara Gil Fortoul.
Esta síntesis de la evolución histórica del país, explica mucho de lo nuestro. Explica por qué Venezuela haya sido un país de constantes guerras civiles. Por el gran papel que jugamos en la Guerra de la Independencia; por el hecho de que en Venezuela naciera el Libertador, el hombre que tuvo una visión más americana y continental de la obra de Independencia, y en una empresa de libertad, en cruzada que es nuestra más hermosa aventura nacional, se llevó a su pueblo detrás de él por todo el Continente, guerreando; por todo eso, persistió un sedimento de belicosidad en el subconsciente nacional. Y junto con ello, un descontento permanente en un pueblo preterido, marginado al disfrute de las más elementales ventajas de la vida material y espiritual. La masa popular venezolana se mantuvo siempre, por todas estas circunstancias, en actitud propicia a seguir al primer caudillo que lanzara una proclama demagógica y le echara la pierna a un caballo, con gesto desafiante y alardoso. Eso explica nuestras constantes guerras civiles, y también por qué Venezuela haya sido un país de caudillos afortunados.
Pero al propio tiempo se ha ido operando una evolución dentro de nuestra realidad económica y social. El descubrimiento del petróleo, a pesar de la ínfima participación que el país tuvo en él durante la dictadura de Gómez, le permitió al Estado obtener dinero con el cual se realizó una imperfecta política de carreteras; y esa política de carreteras, con sus imperfecciones, y sin que ésta fuera la intención del Dictador, contribuyó a acercar a los venezolanos, a establecer vínculos entre ellos, y a minar por su base uno de los factores negativos que han sido determinantes en nuestra historia: las rivalidades y pugnas inter-regionales, las luchas entre los Estados, que han tenido como razón fun¬damental la falta de contacto y de conocimiento entre las distintas regiones de un país como el nuestro, con una población que no llega a los cuatro millones de habitantes, dispersos en una inmensa área geográfica que se acerca al millón de kilómetros cuadrados.
La propia evolución en la técnica militar, obligó a la dictadura a crear una Escuela Militar. El manejo de las armas modernas no puede ser hecho por analfabetos incapaces, y la cultura es el enemigo más acérrimo de los gobiernos autocráticos. En esa Escuela Militar creada por la dictadura, se gestó el espíritu de esa oficialidad joven y técnica de nuestro país, que, unida al pueblo, hizo posible la Revolución del 18 de Octubre.
Al propio tiempo, con la creación de la industria petrolera fue asentándose en determinadas regiones del país una masa humana densa, trabajadora e inquieta; surgió un proletariado del petróleo, con una conciencia de clase, larvada, pero alerta y vigilante, que pudo ser, a partir de 1936, uno de los baluartes más resistentes y más sólidos del movimiento democrático del país. Y cuando advino el 36, pudo verse cómo Venezuela ya era capaz de adoptar actitudes que causaron asombro en observadores extranjeros inteligentes y preocupados. Voy a citar un solo caso: aquellas hermosas elecciones municipales del Distrito Federal, aquellas primeras elecciones municipales de 1937. Reprimido el movimiento popular, sin posibilidades de organización en partidos políticos, expulsados la mayor parte de los líderes del movimiento democrático y obstaculizados los otros dentro del país, amordazada la prensa, disponiendo el oficialismo de todos los resortes y recursos del poder para hacer triunfar su plancha, triunfó la plancha de la oposición, con un margen del 96% sobre la plancha oficial. Nuestro país, pues, ha venido demostrando su capacidad para la vida democrática, y cada vez que ha habido un llamamiento al electorado, a pesar del escepticismo que el inveterado fraude comicial sembró en su ánimo, el electorado ha acudido a depositar su voto en las urnas.
Todo esto para concluir diciendo lo siguiente: se equivocaron en absoluto los sociólogos pesimistas. Venezuela, como Colombia, Brasil, Chile, Cuba y todos los demás pueblos de Hispano América, tiene perfecta capacidad para organizarse en el orden económico, político y social. Somos un pueblo que puede ser gobernado impersonalmente, no por régulos imperiosos, no por gente despótica, sino por hombres que en la gestión de la cosa pública actúen apegados a textos legales. Somos un pueblo cuyo Ejército no sirve ya a hombres, sino que está dispuesto a respaldar las Instituciones. Somos un pueblo que está irrevocablemente resuelto a encontrar su propio camino, que está dispuesto a hacer su propia historia, que ya no quiere seguir más en esa actitud contemplativa ante el pasado, quemando incienso ante los retratos de los libertadores y comportándonos como nietos indignos de ellos; un pueblo que está enrumbándose hacia la realización de una obra que será orgullo de la nueva América.
Y en esa obra, ustedes, jóvenes maestros alfabetizado res, tienen una tarea que cumplir. Esta es una obra de hombres jóvenes, como fue la obra de 1810. Los señores senectos y calculadores, desconfían de cuanto se está haciendo en Venezuela, de cuanto seguiremos haciendo con ánimo resuelto y voluntad indeclinable. Hay muchos hombres de edad madura, pero con juventud de espíritu, que están al lado de ustedes, que están al lado nuestro, pero hay otros de actitud descreída, a los cuales habría que decirles, con aquella frase áspera, lapidaria, de González Prada: "Los jóvenes a la obra; los viejos a la tumba". Una obra de hombres jóvenes tienen que realizar ustedes; una obra optimista, de fe, de confianza en las grandes posibilidades de nuestro país.
Váyanse al campo, váyanse a despertar al campesino de su sueño secular de espera inútil. Vayan a despertar la conciencia dormida del campesino y del olvidado hombre del pueblo urbano, a educarlos en las primeras letras, pero también a alentar en ellos deseos de superación y la ambición de vivir una vida de hombres y no esa vida infrahumana, colindante con la animalidad, que sobrelleva la mayor parte de nuestra población citadina y rural.
Y vayan también a ser heraldos de un pensamiento, heraldos de una fe, de esta fe y de esta convicción que tenemos los hombres que aquí estamos transitoriamente al frente del Gobierno Provisional en las grandes posibilidades históricas de nuestro país.
ROMULO A. BETANCOURT

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