noviembre 18, 2010

"El hombre en la arena" Theodore Roosevelt (1910)

DISCURSO PRONUNCIADO EN LA SORBONA DE PARIS, FRANCIA
El hombre en la arena [1]
Theodore Roosevelt
[23 de Abril de 1910]

Sumario
No es el crítico quien cuenta, ni el que señala con el dedo al hombre fuerte cuando tropieza o el que indica en qué cuestiones quien hace las cosas podría haberlas hecho mejor. El mérito recae exclusivamente en el hombre que se halla en la arena, aquel cuyo rostro está manchado de polvo, sudor y sangre, el que lucha con valentía, el que se equivoca y falla el golpe una y otra vez, porque no hay esfuerzo sin error y sin limitaciones.
El que cuenta es el que de hecho lucha por llevar a cabo las acciones, el que conoce los grandes entusiasmos, las grandes devociones, el que agota sus fuerzas en defensa de una causa noble, el que, si tiene suerte, saborea el triunfo de los grandes logros y si no la tiene y falla, fracasa al menos atreviéndose al mayor riesgo, de modo que nunca ocupará el lugar reservado a esas almas frías y tímidas que ignoran tanto la victoria como la derrota”. [2]

Extrañas e impresionantes asociaciones se levantan en la mente de un hombre del Nuevo Mundo que habla en frente de este cuerpo augusto en esta antigua institución de aprendizaje. Ante sus ojos pasan las hombres de poderosos reyes y nobles guerreros, de grandes maestros de la ley y la teología; a través del polvo brillante de los siglos el ve figuras llenas que hablan del poder y el aprendizaje y el esplendor de tiempos pasados; y el ve también la innumerable multitud de humildes estudiantes para los cuales la escritura significó emancipación, para los cuales era poco menos que la única salida de la oscura esclavitud de la Edad Media.
Esta fue la más famosa universidad de la Europa medieval, en un tiempo cuando nadie soñaba que hubiera un Nuevo Mundo por descubrir. Su servicio a la causa del conocimiento humano se remonta mucho tiempo atrás en el pasado remoto, a un tiempo cuando mis antepasados, tres siglos atrás, estaban entre las bandas dispersas de comerciantes, labradores, leñadores y pescadores, quienes, en dura lucha con la férrea hostilidad de la tierra indígena encantada, fueron sentando las bases de lo que ahora ha llegado a ser la república gigante del Oeste. Conquistar un continente, domar la aspereza hirsuta de la naturaleza salvaje, significa una guerra sombría; y las generaciones que han estado en ella no pueden conservar, y mucho menos agregar a los depósitos de sabiduría acumulada donde una vez estuvieron los suyos, y que todavía están en las manos de sus hermanos que viven en el Viejo Mundo. Conquistar un mundo salvaje significa arrebatar la victoria de las mismas fuerzas hostiles contra las cuales luchó la humanidad en la infancia inmemorial de nuestra raza. Las condiciones primordiales deben ser enfrentadas por las cualidades primordiales que son incompatibles con la retención de mucho de lo que ha sido pacientemente adquirido por la humanidad a través de las eras y que ha llevado al surgimiento de la civilización. En condiciones tan primitivas, no podía haber más que una cultura primitiva. Al principio, solo la escuela más rudimentaria podía ser establecida, ya que ninguna otra podía llenar las necesidades del pueblo duro y vigoroso que impulsó hacia adelante la frontera ante los dientes de hombres salvajes y de la naturaleza salvaje; y muchos años pasaron antes de que cualquiera de esas escuelas pudiesen desarrollarse en centros de enseñanza superior y cultura más amplia.
Los días de los pioneros pasaron; los claros donde se cortaron los bosques se extendieron en vastas extensiones de tierra agrícola fértil; los grupos empalizados de cabañas de madera se transformaron en ciudades; los cazadores de animales salvajes, los taladores de árboles, los rudos comerciantes de la frontera y labradores de la tierra, los hombres que deambulan todas sus vidas a través del ambiente salvaje como los heraldos y precursores de una civilización que se acerca, todos se desvanecieron ante la civilización para la cual han preparado el camino. Los hijos de sus sucesores y suplantadores, y luego sus hijos y los hijos de sus hijos, cambiaron y se desarrollaron con extraordinaria rapidez. Las condiciones acentuaron vicios y virtudes, energía y crueldad, todas las buenas cualidades y defectos de un individualismo intenso, auto confiado, centrado en sí mismo, mucho más consciente de sus derechos y de sus deberes, y ciego a sus propias deficiencias. Del duro materialismo de los días de la frontera viene el duro materialismo de un industrialismo aún más intenso y absorbente que aquel de las naciones más antiguas; si bien estas mismas también han entrado en la era de una civilización compleja y predominantemente industrial.
Conforme el país crece, su gente, que ha tenido éxito en tantas áreas, vuelve hacia atrás para tratar de recuperar las posesiones de la mente y el espíritu, que sus padres forzosamente hicieron a un lado con el fin librar de mejor manera las primeras batallas duras por el continente que sus hijos heredarían. Los líderes de pensamiento y de acción buscaron a tientas su camino hacia adelante hacia una nueva vida, entendiendo, a veces poco, a veces con una clara visión, que la vida de ganancias materiales, ya sea para una nación o para un individuo, tiene valor solo como una base o fundamento, solo si es añadida a la elevación espiritual que viene de la devoción a ideales más elevados. Esta nueva vida lo que buscaba en parte era un nuevo desarrollo con respecto a lo que le ofrecía el Nuevo Mundo; pero esta no puede ser desarrollada totalmente únicamente aprovechando con libertad las casas del tesoro del Viejo Mundo, los tesoros guardados en las antiguas moradas del saber y la sabiduría como esta en la que estoy hablando este día. Es un error para cualquier nación simplemente copiar a otra; pero es incluso un error más grande, es una prueba de debilidad en cualquier nación, no estar ansiosa de aprender de otra y estar dispuesta y ser capaz de adaptar ese aprendizaje a las nuevas condiciones nacionales para hacerlo fructífero y productivo. Es para nosotros los del Nuevo Mundo como sentarse a los pies de Gamaliel el Viejo; entonces, si tenemos el bien en nosotros, podemos demostrar que Pablo, a su vez puede convertirse en un maestro, así como en un erudito.
Hoy, les voy a hablar sobre el tema de la ciudadanía individual, un tema de vital importancia para ustedes, mis oyentes, y para mí y mis compatriotas, porque ustedes y yo somos grandes ciudadanos de grandes repúblicas democráticas. Una república democrática como la nuestra – un esfuerzo para realizar un gobierno de sentido pleno por, de y para el pueblo– representa el más gigantesco de todos los experimentos sociales posibles, aquel lleno con grandes responsabilidades tanto para el bien como para el mal. El éxito de repúblicas como la suya y la nuestra significa la gloria, junto con nuestra incapacidad para desesperarnos, de la humanidad; y para ustedes y para nosotros la cuestión de la calidad del ciudadano individual es fundamental. Bajo otras formas de gobierno, bajo el gobierno de un hombre o de unos pocos hombres, la calidad de los líderes tiene toda la importancia. Si, bajo tales gobiernos, la calidad de los gobernantes es suficientemente alta, entonces las naciones llevarán una brillante carrera por generaciones, y contribuirá sustancialmente a la suma de logros del mundo, sin importar cuán baja sea la calidad del ciudadano promedio; ya que este es. Pero con ustedes y nosotros el caso es diferente. Con ustedes aquí, y con nosotros en nuestra propia casa, a largo plazo, el éxito o el fracaso estará condicionado en la forma en que el hombre promedio y la mujer promedio, cumplan con su deber, primero en los asuntos ordinarios de todos los días, y después en aquellas grandes circunstancias ocasionales que exigen virtudes heroicas. El ciudadano promedio debe ser un buen ciudadano si nuestras repúblicas van a tener éxito. La corriente no se elevará permanentemente más arriba que la fuente principal; y la fuente principal de poder y grandeza nacional se encuentra en el ciudadano promedio de la nación. Por lo tanto nos corresponde hacer lo mejor para ver que el estándar del ciudadano promedio es mantenido en alto; y el promedio no puede ser mantenido en alto a menos que el estándar de los líderes sea mucho más alto.
Es bueno si una gran proporción de los líderes de cualquier republica, en cualquier democracia, son, de forma rutinaria, procedentes de las clases representadas en esta audiencia hoy; pero solo a condiciones de que esas clases posean los dones de la simpatía con la gente simple y la devoción a los grandes ideales. Ustedes y aquellos como ustedes han recibido ventajas especiales; todos ustedes han tenido la oportunidad del entrenamiento mental; muchos de ustedes han podido disfrutar del ocio; la mayoría de ustedes han tenido la oportunidad de disfrutar de una vida mucho más grande de la que tendrán la mayoría de sus semejantes. A ustedes y a su clase mucho se les ha dado, y de ustedes muchos se debería esperar. Sin embargo, hay algunas deficiencias contra las que es especialmente importante que ambos, hombres de intelecto entrenado y cultivado, y hombres de riqueza heredada y posición deben cuidarse especialmente, porque a estas fallas son especialmente susceptibles; y si ceden ante ellas, sus posibilidades de brindar un servicio útil llegan a su fin. Dejen al hombre de entendimiento, el hombre de ocio letrado, tengan cuidado ante esa tentación rara y barata de posar ante sí mismo y ante los demás como un cínico, como el hombre que ha superado las emociones y las creencias, el hombre para quien el bien y el mal son uno. La manera más pobre de enfrentar la vida es con burla. Existen muchos hombres que sienten un tipo de orgullo torcido en el cinismo; existen mucho que se limitan a criticar la manera en que otros hacen lo que ellos mismos no se atreven a intentar. No existe ser más malsano, ningún hombre menos digno de respeto, que aquel que realmente sostiene, o finge sostener, una actitud de burlona incredulidad hacia todo lo que es grande y noble, ya sea en la consecución o en el noble esfuerzo el cual, incluso si falla, viene a ser un segundo logro.
Un hábito cínico de pensamiento y expresión, una disposición a criticar el trabajo que el propio crítico no intenta realizar, un distanciamiento intelectual que no aceptará el contacto con las realidades de la vida – todas estas son marcas, no como al poseedor le gustaría pensar, no de superioridad, sino de debilidad. Estas, marcan a los hombres no aptos para llevar a cabo su dolorosa parte en la dura lucha de la vida, quienes buscan, en el afecto al desprecio de los logros de los demás, esconder de los demás y de sí mismos su propia debilidad. El rol es sencillo; no existe uno más fácil, como no sea el papel del hombre que se burla por igual tanto de la crítica como el rendimiento.
No es el crítico quien cuenta, ni el que señala con el dedo al hombre fuerte cuando tropieza o el que indica en qué cuestiones quien hace las cosas podría haberlas hecho mejor.
El mérito recae exclusivamente en el hombre que se halla en la arena, aquel cuyo rostro está manchado de polvo, sudor y sangre, el que lucha con valentía, el que se equivoca y falla el golpe una y otra vez, porque no hay esfuerzo sin error y sin limitaciones.
El que cuenta es el que de hecho lucha por llevar a cabo las acciones, el que conoce los grandes entusiasmos, las grandes devociones, el que agota sus fuerzas en defensa de una causa noble, el que, si tiene suerte, saborea el triunfo de los grandes logros y si no la tiene y falla, fracasa al menos atreviéndose al mayor riesgo, de modo que nunca ocupará el lugar reservado a esas almas frías y tímidas que ignoran tanto la victoria como la derrota.
Debe sentir vergüenza el hombre de gusto cultivado que permite que el refinamiento se transforme en delicadeza excesiva que lo hace poco capaz de hacer el trabajo duro del mundo cotidiano. Entre los pueblos libres que se gobiernan a sí mismos, existe poco espacio de utilidad abierta para los hombres de vida cerrada que huyen del contacto de sus semejantes. Existe aún menos espacio para aquellos que se burlan a la ligera de lo que es hecho por aquellos que realmente llevan la carga más pesada del quehacer diario; ni para aquellos otros que siempre profesan que les gustaría entrar en acción, si solo las condiciones de la vida no fueran lo que actualmente son. El hombre que no hace nada hace siempre la misma figura sórdida en las páginas de la historia, ya sea un cínico, un petimetre o un voluptuoso. Existe poca utilidad para un ser cuya alma tibia no conocer nada de la emoción grande y generosa, del gran orgullo, la dura creencia, el entusiasmo sublime, de los hombres que calman la tormenta y montan el trueno. Bien por estos hombres si tienen éxito; bien también si no tienen tanto éxito, aún si fallan, considerando únicamente que se han aventurado noblemente, y han puesto todo su corazón y su fuerza. Es un hombre fiero dejado por la contienda , agotado en la dura lucha, él de los muchos errores y el final valiente, sobre cuya memoria nos encanta permanecer, no sobre la memoria del joven señor quien “sino es por los armas viles habría sido un soldado valiente”.
Francia le ha enseñado muchas lecciones a otras naciones: seguramente una de las más importantes lecciones es la lección que toda su historia enseña, que un alto desarrollo en arte y literatura es compatible con el liderazgo notable en armas y en el arte de gobernar. La brillante galantería del soldado francés ha sido por muchos siglos, proverbial; y durante esos mismos siglos en toda corte de Europa, los “masones de moda”: han hablado la lengua Francesa como su lenguaje común; mientras todo artista y hombre de letras, y todo hombre de ciencia capaz de apreciar ese maravilloso instrumento de precisión, la prosa Francesa, se han vuelto hacia Francia por ayuda e inspiración. Cuánto tiempo el liderazgo en armas y letras ha durado es curiosamente ilustrado por el hecho de que la primera obra maestra en una lengua moderna es la esplendida épica francesa que relata la perdición de Rolando y la venganza de Carlomagno cuando las huestes de los señores de los Francos fueron atacadas en Roncesvalles. Dejen que los que tienen, lo conserven, dejen que los que no lo tienen, se esfuercen por alcanzar un alto nivel de cultura y escolaridad. Sin embargo recordemos que estos están en segundo lugar con respecto a otras cosas. Existe la necesidad de un cuerpo sano, y más aún de una mente sana. Pero sobre la mente y sobre el cuerpo está el carácter – la suma de esas cualidades que queremos dar a entender cuando hablamos de la fuerza y el coraje de un hombre, de su buena fe y sentido del honor. Creo en el ejercicio para el cuerpo, siempre que se tenga en cuenta que el desarrollo físico es un medio y no un fin. Creo, por supuesto, en dar a todas las personas una buena educación. Pero la educación debe contener mucho más aparte de aprendizaje de libros para que sea realmente buena. Debemos recordar siempre que no hay agudeza y sutileza del intelecto, ningún pulimento, ningún ingenio que puedan de alguna manera compensar la carencia de grandes cualidades sólidas. Autocontrol, dominio de sí mismo, sentido común, el poder de aceptar la responsabilidad individual y sin embargo, de actuar en conjunción con otros, coraje y resolución – estas son las cualidades que marcan a un pueblo magistral. Sin ellas, ningún pueblo puede controlarse a sí mismo, o protegerse de ser controlado desde afuera. Hablo ante una brillante reunión; hablo en una gran universidad que representa la flor del mayor desarrollo intelectual; rindo homenaje al intelecto y al entrenamiento elaborado y especializado del intelecto; y sin embargo se que tendré el asentimiento de todos los presentes cuando añada que más importante aun son las cualidades y virtudes comunes y ordinarias.
Tales cualidades comunes y ordinarias incluyen la voluntad y el poder de trabajar, de pelear ante la necesidad y tener muchos niños sanos. La necesidad de que el hombre promedio tenga que trabajar es tan obvia que apenas amerita la insistencia. Existen algunas personas en cada país que han nacido bajo condiciones tales que pueden vivir vidas de ocio. Estos desempeñan una función útil si lo que hacen evidente es que el ocio no significa inactividad, ya que algunos de los más valiosos trabajos que necesita una civilización son esencialmente no remunerativos en su carácter, y por supuesto las personas que realizan este trabajo deben en gran parte extraerse de aquellos a los que la remuneración es un objeto de la indiferencia. Pero el hombre promedio debe aprender su propio modo de vida. El debería ser entrenado para hacer esto, y debería ser entrenado para sentir que ocupa una posición despreciable si no lo hace; que no es un objeto de envidia si está inactivo, en cualquier extremo de la escala social en que se encuentre, sino un objeto de desprecio, un objeto de escarnio. En segundo lugar, el hombre bueno debería ser tanto un hombre fuerte y bravo; es decir, él debe ser capaz de luchar, él debe ser capaz de servir a su país como soldado, en caso de necesidad. Hay filósofos bien intencionados que declaman contra la injusticia de la guerra. Tienen razón si ponen todo su énfasis sobre la injusticia. La guerra es una cosa terrible, y la guerra injusta es un crimen contra la humanidad. Pero es un crimen porque es injusta, no porque sea una guerra. La elección debe ser siempre a favor de la justicia, y esto es ya sea que la alternativa sea la paz o que la alternativa sea la guerra. La cuestión no debe ser meramente, ¿Si es qué haya paz o que haya guerra? La cuestión debe ser, ¿Es el bien lo que prevalecerá? ¿Si las grandes leyes de la justicia se van a cumplir una vez más? Y la respuesta de un pueblo fuerte y viril debe ser “Si,” sin importar el costo. Cualquier esfuerzo honorable debe ser hecho para evitar la guerra, al igual que cualquier esfuerzo honorable debe ser hecho por el individuo en su vida privada para mantenerse fuera de una pelea, fuera de cualquier problema; pero ningún individuo que se precie, ninguna nación que se auto respete, puede o debe someterse a mal.
Finalmente, aun más importante que la habilidad de trabajar, aún más importante que la habilidad de pelear ante la necesidad, es el recordar que la mayor de las bendiciones para cualquier nación es que dejará su semilla para heredar la tierra. La mayor de todas las maldiciones es la maldición de la esterilidad, y la más severa de todas las condenaciones debería ser aquella en la que se recurre a la esterilidad voluntaria. El primer paso esencial en cualquier civilización es que el hombre y la mujer deben ser padre y madre de niños sanos, de tal manera que la raza se incremente y no disminuya. Si eso no ocurre así, si por causas ajenas a la sociedad no se consigue ese incremento, es una gran desgracia. Si la falla se debe a una falta deliberada y voluntaria, entonces no es meramente una desgracia, es uno de esos crímenes de facilidad y auto complacencia, de huir del dolor y del esfuerzo y del riesgo, lo que a largo plazo, la Naturaleza castiga más fuertemente que a cualquier otra cosa. Si nosotros, los de las grandes repúblicas, si nosotros, las personas libres que claman el haberse emancipado así mismos de la esclavitud del mal y el error, bajamos nuestras cabezas, la maldición vendrá sobre el voluntariamente estéril, entonces será un desperdicio ocioso de aliento el relato de nuestros logros, para hacer alarde de todo lo que hemos hecho. Ningún refinamiento, ninguna delicadeza de gusto, ningún progreso material, ninguna acumulación sórdida de riquezas, ningún desarrollo sensorial del arte y la literatura, pueden de ninguna manera compensar por la pérdida de las grandes virtudes fundamentales; y de esas grandes virtudes, la más grande es el poder de perpetuar la raza.
El carácter debe mostrarse a sí mismo, en el desempeño del hombre tanto con respecto al deber que se debe a él mismo como con respecto a la obligación que le debe al estado. El principal deber del hombre es para consigo mismo y su familia; y puede cumplir con este deber solo con ganar dinero, proporcionando lo que es esencial para el bienestar material; es solo después que ha hecho esto que puede esperar construir una mayor superestructura sobre una base de material sólido; es solo después de que esto haya sido hecho que él puede ayudar en sus esfuerzos por el bienestar común. El tiene que velar por si mismo primero, y solo después de esto puede su fuerza adicional ser usada para el bien público en general. No es bueno excitar la risa amarga que expresa desprecio; y desprecio es lo que sentimos por el ser cuyo entusiasmo por beneficiar a la humanidad es tal que es una carga para aquellos cercanos a él; es el que desea hacer grandes cosas por la humanidad en lo abstracto, pero no puede tener a su esposa en la comodidad o educar a sus hijos.
Sin embargo, mientras destacamos este punto, mientras no solamente reconocemos sino que insistimos en el hecho que debe haber una base de bien material para el individuo y para la nación, vamos a insistir con el mismo énfasis que este bien material no representa nada más que la base, y esa base, si bien es indispensable, es inútil a menos que sobre ella se levante la superestructura de una vida más elevada. Es por esto que declino el reconocer al mero multimillonario, el hombre de pura riqueza, como un bien de valor de cualquier país; y especialmente no como un bien para mi propio país. Si él ha aprendido a usar su riqueza de una manera tal que le produce un beneficio real, de uso real – y tal es el caso a menudo – porque, entonces, no se convierte en un activo de valor real. Pero es la forma en que se ha obtenido y usado, y no el mero hecho de la riqueza, lo que le da el derecho al crédito. Existe necesidad en los negocios, al igual que en otras actividades humanas, de la guía de las grandes inteligencias. Sus lugares no pueden ser suplantados por ninguna cantidad de inteligencias menores. Es algo bueno que tengan amplio reconocimiento y recompensa. Pero no debemos transferir nuestra admiración a la recompensa en lugar de a la obra premiada; y si lo que debería ser la recompensa existe sin que el servicio haya sido prestado, entonces la admiración solo vendrá de aquellos que son malos en el alma. La verdad es esa, después de que un cierto grado de éxito material tangible o de recompensa ha sido conseguido, la cuestión de incrementarlo se hace menos importante en comparación con otras cosas que pueden ser hechas en la vida. Es algo malo para una nación el elevar y admirar falsos niveles de éxito; y no pueden haber estándares más falsos que aquellos establecidos por la deificación del bienestar material en sí y para sí. Pero el hombre, que ha sobrepasado por mucho los límites del proveer a sus necesidades; tanto del cuerpo como de la mente, para sí mismo y para aquellos que dependen de él, acumulando una gran fortuna, mediante la adquisición o retención de lo cual no brinda el beneficio correspondiente a la nación como un todo, debería el mismo sentir que, lejos de ser esto deseable, el es un indigno ciudadano de la comunidad: que el no es para ser admirado o envidiado; que sus compatriotas de buen pensamiento lo pusieron abajo en la escala de ciudadanía, y lo dejaron para ser consolado por la admiración de aquellos cuyo nivel de propósito es aún menor que el suyo.
Mi posición con respecto a los intereses relacionado al dinero pueden ponerse en pocas palabras. En toda sociedad civilizada, los derechos de propiedad deben ser cuidadosamente guardados; ordinariamente, y en la gran mayoría de los casos, los derechos humanos y los derechos de propiedad son fundamentales y a largo plazo son idénticos; pero cuando aparece claramente que existe un conflicto real entre ellos, los derechos humanos deben tener la posición principal, ya que la propiedad pertenece al hombre y no el hombre a la propiedad. De hecho, es esencial para la buena ciudadanía entender claramente que hay ciertas cualidades que nosotros en una democracia somos propensos a admirar en y por sí mismas, que deben, por derecho propio ser juzgadas admirables o por el contrario solamente desde el punto de vista del uso que se haga de ellas. Primeramente, entre estas voy a incluir dos dones muy distintos – el don de hacer dinero y el don de la oratoria. Hacer dinero, el toque del dinero del que he hablado arriba. Es una cualidad que en un grado moderado es esencial. Puede ser útil cuando es desarrollada a un grado mucho mayor, pero solo si es acompañada y controlada por otras cualidades; y sin tal control el poseedor tiende a convertirse en uno de los tipos menos atractivos producidos por una moderna democracia industrial. Lo mismo sucede con el orador. Es altamente deseable que un líder de opinión en una democracia pueda ser capaz de defender sus puntos claramente y convincentemente. Pero todo lo que puede hacer la oratoria por la comunidad es permitir al hombre explicarse a sí mismo; si le permite al orador poner falsos valores en las cosas, meramente le da el poder para engañar. Algunos servidores públicos excelentes no cuentan con ese don del todo, y solo pueden confiar en sus obras para que hablen por ellos; y a menos que la oratoria represente convicción genuina basada en buen sentido común y sea capaz de traducirse en un rendimiento eficiente, entonces entre mejor sea la oratoria, mayor es el daño al publico que engaña. De hecho, es un signo de debilidad política marcada en cualquier mancomunidad si la gente tiende a dejarse llevar por la simple oratoria, si ellos tienden a valorar las palabras en y por sí mismas, como si estuvieran divorciadas de los hechos a los que se supone soportan. El fabricante de frases, el traficante de frases, el orador listo, a pesar de su gran poder, no tiene un discurso que tenga el coraje, la sobriedad y el simple entendimiento, es simplemente un elemento nocivo en el cuerpo político, cuyo discurso daña al público si tiene influencia sobre él. Admirar el don de la oratoria sin tener en cuenta la calidad moral detrás del don, es hacer daño a la república.
Por supuesto todo lo que he dicho del orador aplica aún con mayor fuerza al más moderno e influyente hermano del orador, el periodista. El poder del periodista es grande, sin embargo no tiene derecho al respeto y a la admiración debida a ese poder al menos que lo use correctamente. El puede hacer, y a menudo lo hace, un gran bien. El puede hacer, y a menudo lo hace, un daño infinito. Todos los periodistas, todos los escritores, por la sencilla razón de que aprecian las enormes posibilidades de su profesión, deberían prestar testimonio contra aquellos que los desacreditan profundamente. Ofensas contra el gusto y la moral, que son suficientemente malas en un ciudadano privado, son infinitamente peores si son convertidas en instrumentos en instrumentos para pervertir la comunidad a través de un periódico. Mentira, calumnia, sensacionalismo, estupidez, tontería insípida, todos son factores potentes para la corrupción de la mente del público y la conciencia. La excusa adelantada para la escritura viciosa, de que el público la demanda y esa demanda debe ser suplida, no puede seguir siendo admitida de la misma manera que no es admitido que proveedores de comida vendan adulteraciones venenosas. En resumen, el buen ciudadano en una república debe darse cuenta de que debe poseer dos conjuntos de cualidades que no pueden estar uno sin el otro. El, debe tener esas cualidades que contribuyen a la eficiencia; y el también debe tener esas cualidades que dirigen la eficiencia hacia los canales diseñados para el bien público. El es inútil si es ineficiente. No hay nada que se pueda hacer con ese tipo de ciudadano de quien todo lo que se puede decir es que es inofensivo. Virtud, que al ser dependiente de una circulación inactiva no es impresionante. Existe poco lugar en la vida pública para el buen hombre tímido. El hombre que se salva por la debilidad de la maldad robusta es también inmune a las virtudes más robustas. El buen ciudadano en una república, debe, primero que todo ser capaz de sostenerse por si mismo. No es un buen ciudadano a menos que tenga la habilidad que lo hará trabajar duro y la cual ante la necesidad, lo hará pelear con fuerza. El buen ciudadano no es un buen ciudadano a menos que sea un ciudadano eficiente.
Pero si la eficiencia de un hombre no es guiada y regulada por un sentido moral, entonces entre más eficiente es peor será, y más peligroso será para el cuerpo político. Coraje, intelecto, todas las cualidades magistrales, sirven no más que para hacer a un hombre más malvado si son usadas únicamente para el propio avance de ese hombre, con brutal indiferencia a los derechos de los demás. Su discurso puede dañar a la comunidad si la comunidad alaba estas cualidades y trata a sus poseedores como héroes sin importar si las cualidades son usadas correctamente o incorrectamente. No hay ninguna diferencia en cuanto a la forma precisa en la cual esta siniestra eficiencia es mostrada. No hay ninguna diferencia si tal fuerza y habilidad de un hombre de estos los traiciona a sí mismos en su carrera de fabricante de dinero, político, soldado, orador, periodista o líder popular. Si el hombre trabaja para el mal, entonces entre más exitoso sea, más debe ser despreciado y condenado por todos los hombres de bien y con visión de futuro. El juzgar a un hombre simplemente por su éxito es un error abominable; y si las personas a la larga de forma habitual juzgan a los hombres de esa manera, si ellos crecen para condonar la maldad, porque los hombres malvados triunfan, están mostrando su inhabilidad para entender de que en el análisis final, las instituciones libres descansan sobre el carácter de la ciudadanía por lo tanto por tal admiración de la maldad ellos prueban que no son aptos para la libertad. Las sencillas virtudes del hogar, las virtudes ordinarias del quehacer diario que hacen de la mujer una buena esposa y ama de casa, que hacen del hombre un trabajador esforzado, un buen esposo y padre, un buen soldado si es necesario, descansan en el fondo del carácter. Pero, por supuesto, muchas otras hay que añadir además si un Estado quiere llegar a ser no solo libre, sino grande. La buena ciudadanía no es buena ciudadanía si solo es exhibida en casa. Siguen estando los deberes del individuo con el estado, y estos deberes no son sencillos bajo las condiciones que existen donde el esfuerzo es hecho para llevar a cabo un gobierno libre en una civilización industrial compleja. Tal vez lo más importante que el ciudadano común, y, sobre todo, el líder de ciudadanos ordinarios, tiene que recordar en la vida política es que no debe ser únicamente un doctrinario. El más cercano filósofo, el individuo culto y refinado quien desde su biblioteca dice como deben ser gobernados los hombres bajo condiciones ideales, no es de utilidad en el trabajo gubernamental real; y por el otro lado el fanático, y más aun el líder de masas, y el hombre insincero el cual por conseguir poder promete lo que no hay posibilidades de poder realizar, no son meramente inútiles sino perjudiciales.
El ciudadano debe tener altos ideales, y sin embargo, debe ser capaz de lograrlos de manera práctica. Ningún bien permanente viene de aspiraciones tan altas que se han hecho fantásticas y se han convertido en imposibles e incluso indeseables de realizar. El visionario poco práctico es mucho menos a menudo la guía y el precursor, más que todo es el enemigo amargado del reformador real, del hombre quien, con tropiezos y deficiencia, sin embargo, logra de alguna manera, de modo práctico, dar efecto a las esperanzas y deseos de aquellos que luchan por mejorar las cosas. Cuidado con el fabricante de frases vacías, con el idealista vacío, quien, en vez de tener listo el terreno para el hombre de acción, se vuelve en su contra cuando aparece y le dificulta las cosas cuando empieza a trabajar. Más aún, el predicador de ideas debe recordar cuan lamentable y despreciable es la figura que el cortará, cuan grande el daño que ocasionará, si no hace, en su propia vida, un esfuerzo mensurable para llevar a cabo los ideales que predica a otros. Déjenlo recordar también, que el valor de un ideal debe ser determinado principalmente por el éxito con el cual puede ser realizado prácticamente. Debemos aborrecer los llamados hombres "prácticos", cuyo comportamiento práctico asume la forma de esa bajeza que encuentra su expresión en la incredulidad en la moralidad y la decencia, haciendo caso omiso de las normas de la vida y conducta. Tal criatura es el peor enemigo del cuerpo político. Pero solamente es menos deseable como ciudadano, su oponente nominal y aliado real, el hombre de visión fantástica que hace al “mejor imposible” para siempre el enemigo del bien posible.
No nos podemos dar el lujo de seguir a los doctrinarios de un individualismo extremo y a los doctrinarios de un socialismo extremo. La iniciativa individual, lejos de ser desanimada, debe ser estimulada; y sin embargo debemos recordar que, conforme la sociedad se desarrolla y crece más compleja, encontramos continuamente que las cosas que una vez era deseable dejar en manos de la iniciativa individual pueden, bajo condiciones cambiadas, ser realizadas con mejores resultados por el esfuerzo común. Es imposible, e indeseable por igual, dibujar en teoría, una línea rápida y dura que pueda dividir siempre los dos conjuntos de casos. Todo aquel que no está maldito con el orgullo de los filósofos más cerrados podrá ver, si se toma la molestia de pensar acerca de algunos de nuestros fenómenos privados. Por ejemplo, cuando las personas viven en granjas aisladas o en pequeñas aldeas, cada casa puede ser dejada para que atienda su propio drenaje y suministro de agua; pero la simple multiplicación de familias en una área dada produce nuevos problemas los cuales, debido a que difieren en tamaño, se encuentra que difieren no sólo en grado, sino en el tipo desde el antiguo; y las cuestiones de drenaje y suplemento de agua deben ser consideradas a partir del punto de vista general.
No es una cuestión de dogmatización abstracta el decidir cuándo se alcanza este punto; es una cuestión que debe ser probada por medio de experimentación práctica. Mucha de la discusión sobre socialismo e individualismo es completamente inútil, debido a la falta de acuerdo sobre la terminología. No es bueno ser esclavo de los nombres. Soy un fuerte individualista por hábito personal, herencia y convicción; pero es una mera cuestión de sentido común el reconocer que el Estado, la comunidad, los ciudadanos actuando en conjunto, pueden hacer un número de cosas mejor que si fueran dejadas a la acción individual. El individualismo el cual encuentra su expresión en el abuso de la fuerza física se observó muy temprano en el crecimiento de la civilización, y nosotros hoy en día deberíamos en nuestro turno esforzarnos por controlar o destruir ese individualismo el cual triunfa por la avaricia y la astucia, que explotan a los débiles mediante el arte de engañar, en lugar de gobernarlos por medio de la brutalidad. Tenemos que ir con cada hombre en el esfuerzo para lograr la justicia y la igualdad de oportunidades, para convertir al “usuario de herramientas” cada vez más y más en el “dueño de la herramienta”, para cambiar las cargas de la sociedad, de manera que puedan ser llevadas más equitativamente. El efecto de apaciguamiento sobre cualquier raza, de la adopción de un sistema socialista lógico y extremo no puede ser exagerado; solo puede producir destrucción total; solo puede producir el mal más grosero e indignación y la perpetuidad más asquerosa, que cualquier sistema existente. Pero esto no significa que no podamos con grandes ventajas adoptar algunos de los principios profesados por algunos grupos de hombres que casualmente se hacen llamar Socialistas; tener miedo de hacerlo sería una señal de debilidad por nuestra parte.
Pero no debemos tomar parte en actuar una mentira más que en decir una mentira. No deberíamos decir que los hombres son iguales donde estos no son iguales, tampoco debemos proceder bajo el supuesto de que existe igualdad donde no existe; pero debemos esforzarnos para conseguir una igualdad mensurable, al menos en la medida de la prevención de la desigualdad que se debe a la fuerza o el fraude. Abraham Lincoln, un hombre de las gentes sencillas, sangre de su sangre, y hueso de sus huesos, quien durante toda su vida trabajó, padeció y sufrió por ellos, al final murió por ellos, quien siempre lucho por representarlos, quien nunca les dijo una mentira hacia o para ellos, habló sobre la doctrina de la igualdad con su usual mezcla de idealismo y sentido común. El dijo (Omito lo que tuvo una importancia meramente local):
“Pienso que los autores de la Declaración de la Independencia intentaron incluir a todos los hombres, pero no quisieron dar a entender que todos los hombres son iguales en todos los aspectos. No quisieron dar a entender que todos los hombres eran iguales en color, tamaño, intelecto, desarrollo moral o capacidad social. Ellos definieron con distinción tolerable en lo que ellos consideraban que todos los hombres eran creados iguales, iguales en ciertos derechos inalienables, entre los cuales están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Esto lo dijeron ellos, y esto fue lo que quisieron dar a entender. Ellos no tenían la intención de afirmar la falsedad evidente que todos estaban realmente disfrutando de la igualdad, o aún que estaban a punto de conferirla inmediatamente hacia ellos. Ellos pretendieron establecer un estándar máximo para la sociedad libre el cual sería familiar para todos - constantemente buscado, constantemente trabajado para mejorarlo, y, a pesar de todo nunca acabado perfectamente, constantemente aproximado, y por lo tanto en constante expansión y profundización de su influencia, y aumentando la felicidad y el valor de la vida de todas las personas, en todos lados.”
Estamos obligados por honor, a negarnos a escuchar a aquellos hombres que quieren hacernos desistir del esfuerzo por acabar con la inequidad que significa injusticia; la inequidad de derecho, de oportunidad y de privilegio. Estamos obligados por el honor a luchar para que esté cada vez más cerca el día cuando, en la medida de lo humanamente posible, seamos capaces de realizar el ideal de que cada hombre debe tener la misma oportunidad de mostrar el valor que lleva adentro por la forma en la cual el presta servicio. Ahí debe, en la medida de lo posible, ser igual la oportunidad de prestar servicio; pero así como existe desigualdad en el servicio, podría y debería haber desigualdad en la recompensa. Podemos sentirnos mal por el general, el pintor, los artistas, el trabajador en cualquier profesión o de cualquier tipo, cuya mala fortuna más que su propia falta es la causa de que haga mal su trabajo. Pero la recompensa debe ir con el hombre que hace su trabajo bien, ya que otro curso puede crear un nuevo tipo de privilegio, el privilegio de la locura y la debilidad; y un privilegio especial es injusticia, sin importar la forma que tome.
Decir que el derrochador, el perezoso, el vicioso, el incapaz, debe tener la misma recompensa dada para aquellos de mira amplia, capaces e íntegros, es decir lo que no es cierto y no puede ser cierto. Debemos tratar de nivelar hacia arriba, pero debemos tener cuidado del mal de nivelar hacia abajo. Si un hombre tropieza es algo bueno ayudarlo a ponerse de pie. Cada uno de nosotros necesita una mano de vez en cuando. Pero si un hombre permanece abajo, es una pérdida de tiempo tratar y llevarlo; y es algo muy malo para todos si hacemos sentir a los hombres que la misma recompensa vendrá para aquellos que eludan su trabajo y para quienes lo hacen realmente. Vamos, entonces, a tomar en cuenta los hechos reales de la vida, y no nos dejemos engañar siguiendo cualquier propuesta para conseguir el milenio, para recrear la época de oro, hasta que la hayamos sometido a un examen concienzudo. Por otra parte, es absurdo rechazar una propuesta meramente porque es dada a conocer por visionarios. Si un esquema dado es propuesto, analícenlo por sus meritos, y, mientras es considerado, hagan caso omiso de las fórmulas. No importa al final quien lo propuso, ni porque. Si les parece bien, inténtenlo. Si prueba ser bueno, acéptenlo, en caso contrario rechácenlo. Hay muchos hombres buenos que se hacen llamar socialistas con quienes, hasta cierto punto, es bastante posible trabajar. Si el siguiente paso es uno que ambos, ellos y nosotros deseamos tomar, pues entonces tomémoslo, sin tener en cuenta que el hecho de que nuestros puntos en cuanto a un paso siguiente pueden diferir. Pero, por el otro lado, mantengan claramente en su mente que a pesar de que ha valido la pena dar un paso, esto no significa al final que no pueda ser altamente desventajoso el tomar el siguiente paso. Es tan absurdo negar todo progreso únicamente porque la gente que lo demanda desea en algún punto ir a los extremos absurdos, al igual que sería ir a esos extremos absurdos simplemente porque algunas de las medidas propugnadas por los extremistas eran sabias.
El buen ciudadano demandará libertad para sí mismo, y como una cuestión de orgullo el velará porque otros reciban la libertad que el clama para sí mismo. Probablemente la mayor prueba de amor verdadero de libertad en cualquier país es la forma en que las minorías son tratadas en ese país. No solamente debería haber completa libertad en materia de religión y opinión, sino completa libertad para cada hombre para dirigir su vida como desea, con tal de que, no le haga daño a su vecino. La persecución es mala porque es persecución, sin importar cual lado es el perseguidor y cual lado es el perseguido. El odio de clases es malo de la misma manera, y sin tener en cuenta al individuo que, en un momento dado, sustituye la lealtad a una clase por lealtad a una nación,
Recuerden siempre que la misma medida de condenación debe ser extendida a la arrogancia que mirará hacia abajo o aplastará a cualquier hombre porque es pobre, y a la envidia y el odio que destruirá a un hombre porque es rico. La brutalidad arrogante del hombre de riqueza o poder, y la envidia y el odio malicioso dirigidas en contra de la riqueza y el poder, están realmente en la raíz de manifestaciones meramente diferentes de la misma calidad, simplemente dos caras de la misma coraza. El hombre que, si nace en la riqueza y el poder, explota y arruina a sus hermanos menos afortunados, es en su corazón igual al demagogo codicioso y violento que excita a los que no tienen bienes para que saqueen a los que si tienen. El mal más grave para su país es causado por este hombre, cualquiera que sea su condición, el cual trata de hacer que sus compatriotas se dividan principalmente en la línea que separa una clase de otra clase, una ocupación de otra ocupación, hombres de más riqueza de hombres de menos riquezas, en lugar de recordar que el único estándar seguro es aquel que juzga a cada hombre con respecto a su valor como hombre, sin importar que sea rico o que sea pobre y sin que importe su profesión o su posición en la vida. Tal es la única prueba verdaderamente democrática, la única prueba que puede con propiedad ser aplicada en una república. Ha habido muchas repúblicas en el pasado, tanto en lo que llamamos la antigüedad y en lo que llamamos la Edad Media. Todas cayeron, y el factor principal en su caída fue el hecho de que los partidos tendían a dividir con respecto a la riqueza que separaba la riqueza misma de la pobreza. No importaba que lado resultara exitoso; no había ninguna diferencia en el hecho de que la república cayera bajo el dominio de una oligarquía o el dominio de la plebe. En cualquier caso, una vez que la lealtad a una clase había sido sustituida por la lealtad a la república, el fin de la republica estaba a la mano. No existe mayor necesidad hoy en día que la necesidad de mantener siempre en mente el hecho de que la división entre el bien y el mal y entre la buena ciudadanía y la mala ciudadanía, corre en ángulo recto, y no en paralelo con, las líneas de división entre clase y clase y entre la ocupación y ocupación. La ruina nos mira al rostro si juzgamos a un hombre por su posición en lugar de juzgarlo por su conducta en tal posición.
En una república, para ser exitosos debemos aprender a combinar intensidad de convicción con una amplia tolerancia a la diferencia de convicciones. Grandes diferencias de opinión con respecto a religión, política y creencias sociales deben existir si la conciencia y el intelecto por igual no han sido mal desarrollados, si se desea que haya espacio para el crecimiento saludable. Amargos odios fratricidas, basados en tales diferencias, son señales, no de seriedad y sinceridad en las creencias, sino de fanatismo el cual, ya sea religioso o antirreligioso, democrático o antidemocrático, es en sí mismo una manifestación de sombría intolerancia que ha sido el factor clave en la caída de muchas, muchas naciones.
De un hombre en especial, más que de ningún otro, los ciudadanos de una república deberían cuidarse, y ese es el hombre que apela a ellos para que lo apoyen . No hay ninguna diferencia si apela al odio de clases o a los intereses de clase, a los prejuicios religiosos o a los prejuicios antirreligiosos. El hombre que hace tal llamado siempre debe presumirse que lo hace en aras de promover su propio interés. Lo último que un miembro inteligente y con auto respeto de una comunidad democrática debería hacer es recompensar a cualquier hombre público solo porque ese hombre público afirma que le dará al ciudadano particular algo a lo cual este ciudadano no tiene derecho, o porque va a satisfacer alguna emoción o animosidad que este ciudadano no debería poseer. Déjenme ilustrar esto con una anécdota de mi propia experiencia. Hace algunos años me dedicaba a la ganadería en las grandes planicies del oeste de los Estados Unidos. No había cercas. El ganado vagaba libremente, la propiedad de cada animal estaba determinada por la marca; los terneros eran marcados con las marcas de las vacas que seguían. Si en un rodeo al agrupar las reses, un animal era dejado olvidado, al año siguiente aparecería como un animal sin marca, y era entonces llamado rebelde. Por las costumbres del campo, estas rebeldes, eran marcadas con la marca del hombre en cuyo rancho eran encontradas. Un día, estaba cabalgando por el rancho con un vaquero recién contratado, y nos encontramos con una de estas reses sin marcar. Entonces la lazamos y la atamos; seguidamente hicimos un fuego, sacamos una cincha de anillos, la calentamos al fuego; y entonces el vaquero comenzó a poner la marca. Yo le dije, “esa es tal y la marca de tal” nombrando al hombre en cuyo rancho estábamos. El contesto: “Esta bien, jefe; conozco mi negocio.” En otro momento le dije: “¡Espere, que está poniendo mi marca encima!” A lo cual el respondió: “Es cierto; siempre pongo la marca del jefe.” Yo conteste: “Oh, muy bien. Ahora vaya de regreso al rancho y tome todo lo que le pertenece; ya no lo necesito más. El se levantó y dijo: “¿Porque, cual es el problema? Yo estaba colocando su marca.” Y yo respondí: “Si, mi amigo, pero si usted va a robar por mi entonces posteriormente usted me va a robar a mí.”
Ahora, el mismo principio que aplica a la vida privada aplica también en la vida pública. Si un servidor público trata de obtener su voto diciendo que va a hacer algo malo en su interés, ustedes pueden estar absolutamente seguros que si alguna vez el considera que vale la pena, el hará algo malo en contra de sus intereses. Tanto para la ciudadanía como para el individuo en sus relaciones con su familia, como para sus vecinos y para el Estado. Quedan deberes de la ciudadanía con el Estado, la agregación de todos los individuos, debidos en conexión con otros Estados, con otras naciones. Permítanme decir una vez que no soy un defensor de un cosmopolitismo tonto. Creo que un hombre debe ser un buen patriota antes de que pueda ser, siendo esta la única forma posible en que puede suceder, un buen ciudadano del mundo. La experiencia nos enseña que el hombre promedio que protesta diciendo que su sentimiento internacional opaca su sentimiento nacional, que no le interesa su país debido a que se preocupa mucho por la humanidad, en la práctica prueba ser el enemigo de la humanidad; que el hombre que dice que no le importa ser un ciudadano de ningún país, ya que es un ciudadano del mundo, es de hecho, usualmente un ciudadano sumamente indeseable de cualquier rincón del mundo en el cual está en ese momento. En el oscuro futuro todas las necesidades morales y las normas morales pueden cambiar; pero en la actualidad, si un hombre puede ver a su propio país y a todos los otros países con el mismo nivel de indiferencia tibia, es sabio desconfiar de él, tanto como es sabio desconfiar del hombre que puede tener el mismo punto de vista desapasionado con respecto a su esposa y su madre. Sin importar cuán amplias y profundas sean las simpatías de un hombre, sin importar cuán intensas sean sus actividades, el necesita sentir que no debe temer que estas sean ahogadas por el amor a su tierra natal.
Ahora, esto no significa al final que un hombre no debería desear el bien afuera de su tierra natal. Por el contrario, así como creo que el hombre que ama a su familia es más apto para ser un buen vecino que un hombre que no lo hace, así también creo que el miembro más útil de una comunidad de naciones es normalmente una nación fuertemente patriótica. Lejos de ser el patriotismo inconsistente con un adecuado reconocimiento de los derechos de otras naciones, yo sostengo que el verdadero patriotismo, el cual es celoso del honor nacional tal como un caballero lo es del suyo propio, sería cuidadoso de observar que las naciones no inflijan ni sufran el mal, de la misma manera que un caballero desprecia igualmente hacer daño a los demás o sufrir el daño que otros le provoquen. Ni por un momento voy a admitir que un hombre debería actuar engañosamente como servidor público en sus tratos con otras naciones, más de lo que debería actuar de forma fraudulenta en sus tratos como ciudadano privado con otros ciudadanos. No voy a admitir por un momento que una nación debería tratar otras naciones con un espíritu distinto de aquel en que un hombre honorable trataría a otros hombres.
En la aplicación práctica de este principio a los dos tipos de casos hay, por supuesto, una gran diferencia práctica que debe ser tomada en cuenta. Hablamos del derecho internacional; sin embargo el derecho internacional es algo totalmente distinto al derecho privado o municipal, y la diferencia capital es que para uno existe sanción y para el otro no; además de que hay una fuerza externa que obliga a los individuos a obedecer la primera, mientras que no existe tal fuerza externa que obligue a obedecer la segunda. El derecho internacional, a mi juicio, conforme pasen las generaciones, crecerá cada vez más y más fuerte hasta que de una manera u otra desarrolle el poder para que sea respetada. Pero por el momento, solo está en el primer periodo formativo. Hasta ahora, como regla, cada nación está en la necesidad de juzgar por sí misma en temas de vital importancia entre ella y sus vecinos, y las acciones deben ser por necesidad, cuando este es el caso, ser diferentes de lo que son entre los ciudadanos particulares, existe una fuerza externa, cuya acción es todo poderosa y debe ser invocada en cualquier crisis de importancia. Es el deber del estadista sabio, dotado con el poder de mirar en el futuro, tratar de estimular y construir cada movimiento que va a sustituir o a tratar de sustituir alguna otra acción de fuerza en la solución de las disputas internacionales. Es el deber de cada hombre de estado honesto el tratar de guiar la nación de tal manera que no haga mal a otra nación. Pero aún los grandes pueblos civilizados, si van a ser honestos consigo mismos y con la causa de la humanidad y la civilización, deben tener en mente que en última instancia, deben poseer tanto la voluntad y el poder de devolver el mal recibido de otros. Los hombres que creen sanamente en una moral elevada predican la rectitud, sin embargo ellos no predican debilidad, ya sea entre los ciudadanos o entre las naciones. Nosotros creemos que nuestros ideales deberían ser altos, pero no tan altos que los hagan imposibles, hasta cierto grado, de realizar. Nosotros creemos sinceramente y formalmente en la paz; pero si la paz y la justicia entran en conflicto, nosotros desdeñamos al hombre que no defendería a la justicia aunque todo el mundo se alzara en armas en su contra.
Y ahora, mis anfitriones, una palabra de despedida. Ustedes y yo pertenecemos a las dos únicas repúblicas entre los grandes poderes del mundo. La antigua amistad entre Francia y Estados Unidos ha sido, en general, una amistad sincera y desinteresada. Una calamidad para ustedes, sería una pena para nosotros. Pero sería más que eso. En la agitada confusión de la historia de la humanidad, ciertas naciones se destacan como poseedoras de un poder peculiar o encanto, algún don especial de la belleza o fuerza de sabiduría, que las pone entre los inmortales, y que las hace elevarse por siempre con los líderes de la humanidad. Francia es una de esas naciones. Que ella se hunda, sería una pérdida para todo el mundo. Existen ciertas lecciones de brillantez y galantería generosa que puede enseñar mejor que cualquier de sus naciones hermanas. Cuando el campesinado francés cantó Malbrook, fue para contar como el alma de este guerrero enemigo tomó vuelo ascendente a través de los laureles que había ganado. Casi siete siglos atrás, Froisart, escribiendo de la época de desastres terribles, dijo que el reino de Francia nunca ha estado tan condenado como para que no hayan quedado hombres que lucharan valientemente por este. Ustedes han tenido un gran pasado. Creo que tendrán un gran futuro. Pueden andar ustedes con orgullo, como ciudadanos de una nación que tiene un papel importante en la enseñanza y la edificación de la humanidad.
THEODORE ROOSEVELT

Traducción libre: © http://www.constitucionweb.com/
[1] Nelson Mandela dio una copia de este discurso a Francois Pienaar, capitán del equipo de rugby de Sudáfrica, antes del inicio de la Copa de Mundo de Rugby de 1995, aunque en la película Invictus que narra ese hecho, Mandela entrega una copia del poema Invictus de William Ernest Henley.
[2] Este pasaje fue citado en el discurso de renuncia de Richard Nixon el 8 de Agosto de 1974.

1 comentario:

  1. Muchas gracias por la publicación, estaba buscando este discurso hace tiempo!

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