noviembre 07, 2010

"Industrias Nacionales" Manuel Ugarte (1915)

INDUSTRIAS NACIONALES [1]
Manuel Baldomero Ugarte
[29 de Noviembre de 1915]

Alguien ha venido hoy a verme y me ha dicho:
-Juzgue usted mismo, señor. Yo había fundado con mis ahorros y algunos pequeños capitales amigos una fábrica; paro fueron tales los impuestos y las trabas que me arruiné y tuve que renunciar a ser fabricante. Ahora vendo el mismo producto importado y gano el dinero que quiero. ¿Qué criterio económico es éste? Un argentino fracasa cuando elabora productos nacionales, cuando aumenta la riqueza común, cuando da ocupación a los. obreros del país; y ese mismo argentino prospera cuando se pone al servicio de una fuerza económica extraña, cuando contribuye a que su país sea tributario, cuando alimenta a los obreros de Londres o de Nueva York. Confieso, señor, que no comprendo una palabra. Los programas financieros, ¿se harán en el manicomio?
La protesta no puede ser más justificada. Lo que ocurre entre nosotros con las industrias nacionales es algo paradojal.
En momentos en que los pueblos llegan hasta desencadenar guerras enormes para dominar los mercados mundiales y colocar el excedente de los productos de su industria, nosotros estamos sofocando y combatiendo la vida propia que surge en el país espontáneamente. En Europa y Norteamérica se rodea a la industria de cuidados; aquí se la hostiga.
Un extraño idealismo librecambista ha llevado a ciertos hombres públicos a ahogar, por teoricismo, los brotes que surgen al conjuro de la fuerte salud de nuestra tierra, olvidando que los pueblos que no manufacturan los productos nunca son pueblos verdaderamente ricos sino pueblos por donde la riqueza pasa, puesto que, lejos de quedar ésta en el país, tiene que ir al extranjero a cambio de lo indispensable para subsistir.
"Nuestra fortuna -dicen algunos- está en la tierra y como esa ha sido la fuente de prosperidad argentina, no debemos pensar en otra cosa". Olvidan que hasta hace cincuenta años, los Estados Unidos fueron un país exclusivamente ganadero v agrícola, pero que su verdadera grandeza no empezó hasta que, después de fabricar lo que necesitaban para su existencia, derramaron los frutos de su labor y de su inventiva sobre el mundo.
En la Argentina tenemos casi todas las materias primas y ahora, con el petróleo, hasta el combustible barato. ¿Por qué hemos de renunciar al deseo de igualar a otros pueblos, al orgullo de bastamos, a la fabulosa prosperidad que nos espera? El grado de civilización, de capacidad económica, de eficacia activa de los países se mi de por su aptitud para transformar los productos de la tierra. Los que sólo exportan materias primas son, en realidad, pueblos coloniales. Los que exportan objetos manufacturados son países preeminentes. Sin dejar de fomentar la ganadería y la agricultura, base de nuestra vida, podemos, para bien de todos, ensanchar gradualmente el radio de las actividades, hasta ser al fin un país completo, digno de su pasado y de su porvenir.
No nos dejemos detener por las observaciones primarias de los economistas, que sólo ven el momento en que se encuentran y la ventaja inmediata.
Los que arguyen que aumentará el precio de los artículos olvidan que, precisamente desde el punto de vista obrero, la industria resulta más necesaria. Abaratar las cosas en detrimento de la producción nacional, es ir contra una buena parte de aquellos a los cuales se trata de favorecer, puesto que se les quita el medio de ganar el pan en la fábrica. Disminuir el precio de los artículos y aumentar el número de los desocupados resulta un contrasentido. Interroguemos a los millares y millares de hombres que hoy pululan en las calles buscando empleo a causa de las malas direcciones de la política económica; preguntémosle qué es lo que elegirían: vivir más barato o tener con qué vivir. ¿De qué sirve al obrero que baje el precio de los artículos, si no obtiene con qué comprarlos?
El temor a la vida cara es uno de los prejuicios económicos más atrasados y lamentables. La vida es siempre tanto más cara cuanto más próspero y triunfante es un país. Todo se abarata, en cambio en las naciones estancadas y decadentes. La vida es barata en China y cara en los Estados Unidos. Pero como los salarios van en proporción con la suma de bienestar de que esos grupos disfrutan, la única diferencia es que unos pueblos viven en mayúscula y otros mueren en minúscula.
Todo esto, sin contar con que las colectividades tienen intereses superiores a las conveniencias de sus miembros. Ningún estadista merece crédito, si no sabe ver a cincuenta años de distancia. Y nosotros debemos encarar estos asuntos con los ojos puestos en la Argentina de 1980, en el fabuloso foco de riqueza, de abundancia y de felicidad, que puede ser esta tierra si abandonando la política de la casualidad, entramos de lleno en la vía experimental, estudiando lo que se ha hecho en otros casos y trazando verdaderos planes de engrandecimiento.
Pese a los intereses que habrá que herir irremediablemente, la Argentina tendrá que ser cada vez más parca en sus importaciones y cada vez más abundante y magnífica en su producción industrial, en su irradiación sobre el mundo. Metales, maderas, cueros, lanas, productos de todo orden y todo género tendrán que ser trabajados y valorizados por la fuerza y el ingenio de nuestros compatriotas, hasta llegar, no sólo a suplantar a nuestros proveedores actuales, sino a competir con ellos fuera del país en uno de esos empujes poderosos y creadores de los grandes pueblos.
Aprovechando la situación especial que determina la guerra, debemos hacer, pues, lo posible para crear los resortes que nos faltan y no pasar de la importación europea a la importación norteamericana como un cuerpo muerto que no puede moverse por sí mismo y siempre tiene que estar empujado por alguien.
El país exige una política práctica. En vez de gastar millones de pesos para hacernos representar en la Exposición de San Francisco con simples fines de vanidad superficial, debimos hacer en nuestro país, con la modestia que impone la crisis mundial, una gran exposición general de productos industriales argentinos, para revelar a nuestro propio pueblo su capacidad, hacer que nuestras industrias puedan salir a la calle sin disfraz, destruir el prejuicio contra los productos nacionales y fomentar el desarrollo de las mejores fuerzas.
Basado en estas consideraciones, vengo a dar el grito de alarma. No se trata de teorías de proteccionismo o libre cambio. Se trata de una enormidad que no puede prolongarse: el proteccionismo existe entre nosotros para la industria extranjera y el prohibicionismo, para la industria nacional. Si queremos favorecer, no sólo los intereses de los habitantes de nuestro territorio, sino las exigencias superiores de la patria; si deseamos trabajar para el presente y para el porvenir, tendremos que prestar atención a lo que descuidamos ahora. Se abre en el umbral del siglo un dilema: la Argentina será industrial o no cumplirá sus destinos.
MANUEL UGARTE

[1] Editorial del diario La Patria, del 29 de noviembre de 1915, diario dirigido por el propio Ugarte, Reproducido en La Patria Grande. Editora Internacional (Berlín-Madrid), 1922.

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