noviembre 07, 2010

"La Bandera y el Himno" Manuel Ugarte (1916)

LA BANDERA Y EL HIMNO [1]
Manuel Baldomero Ugarte
[22 de Enero de 1916]

Cierta asociación acaba de formular una petición en el sentido de que se prohíba ejecutar el himno nacional y llevar la bandera argentina en las manifestaciones públicas. A pesar de las razones que se aducen y del pretendido "respeto hacia los símbolos nacionales", la simple enunciación de esta idea levantaría en cualquier país de Europa un inmediato clamor hostil.
Aquí vemos con indiferencia que en vez de la bandera nacional, ondee al viento una tela desteñida, unas veces gris, otras verde y otras completamente blanca; asistimos, sin inmutarnos, a la apología del antipatriotismo, permitiendo que se levanten tribunas desde las cuales se ridiculizan nuestras glorias y se abomina la idea de patria; leemos, sin indignación, que hay regiones de nuestro territorio donde niños nacidos en este suelo, y por lo tanto ciudadanos argentinos, no saben articular una palabra en el idioma nacional; y estamos tan adormecidos y dispersos, que esta nueva fantasía no nos conmueve.
Sin embargo, somos hijos de un país cosmopolita, donde la nacionalidad se viene acumulando con ayuda de aportes disímiles, y a veces contradictorios, que exigen un especial esfuerzo de conglomeración; y la lógica más elemental debiera decirnos que lo que aquí se impone antes que nada es difundir y afianzar el sentimiento nacionalista por medio del razonamiento, el color, el sonido, los recuerdos y cuanto concurre a mantener en el alma esa maravillosa emoción colectiva que se llama el patriotismo.
Así vemos, por ejemplo, que Norteamérica, país de inmigración como el nuestro y colocado por los hechos ante el mismo problema, lejos de hacer de la bandera y del himno un artículo de lujo, reservado a circunstancias y clases determinadas, entrega los símbolos y las concreciones de la nacionalidad a la masa popular, que al adoptarlas y al hacerlas suyas en todas las circunstancias de la vida, les da su verdadero alcance y su significación final.
La bandera norteamericana la vemos en el escenario de los teatros, en los artículos de comercio, hasta en los cigarrillos y en los pañuelos de manos.
Quien desembarca en Nueva York no halla otra cosa en las vidrieras, en los balcones de las casas, en los tranvías y en los carteles.
Lo mismo ocurría, antes de la guerra, en Alemania y en Francia. En Buenos Aires mismo, ciertos productos extranjeros usan en su propaganda, para atraer las simpatías de los connacionales, el símbolo del país de origen.
La bandera y el himno son, en realidad, la mirada y la voz de un conjunto nacional. Aquí se pretende que nuestra nacionalidad sea sorda y ciega, o, por lo menos, que sólo recupere el uso de esos sentidos en circunstancias especiales.
Si la fantástica petición que comentamos fuera aceptada, llegaríamos a sancionar inverosímiles paradojas. Las colectividades extranjeras residentes entre nosotros podrían desfilar libremente a la sombra de sus banderas, y los únicos que no podrían desplegar la suya serían los argentinos. El himno francés, es decir, La Marsellesa, resanaría en las calles cada vez que así lo quisieran los transeúntes, pero nos estaría vedado lanzar al aire las notas del himno argentino. La bandera roja, símbolo de los ensueños internacionalistas y de la negación de la patria, podría ser levantada en todas las plazas públicas y la bandera argentina, representación de nuestro núcleo independiente, no podría salir a la calle.
Parece inútil insistir sobre las consecuencias que crearía semejante estado de cosas. Si hay núcleos políticos que abusan de los signos nacionales, el buen sentido público se encargará de hacer justicia. Pero no pongamos en el comienzo de una nacionalidad que necesita como pocas ensancharse y afirmarse por la virtud de los símbolos, la traba incomprensible y peligrosa que nos proponen.
Lo que nuestra república cosmopolita y poco coherente exige, no es que se concrete la nacionalidad en un grupo dirigente, que en ciertos momentos ha estado lejos de ser la mejor expresión de nuestro conjunto, sino que se expanda y se difunda hasta invadir todos los cerebros y todos los corazones para amalgamarlos, no ya en un simple conglomerado material, sino en un conglomerado más completo y más alto, que dé a todos un punto de partida en el pasado y un punto de mira en el porvenir, sancionando la verdadera continuidad solidaria que ha sido el secreto de las más grandes fuerzas históricas.
MANUEL UGARTE

[1] Publicado en La Patria del 22/1/1916. Reproducido en el libro La Patria Grande, 1922.

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