diciembre 03, 2010

Mensaje del Gobernador y Capitán Gral. de Bs. As, Gral. Juan G. de las Heras, en la instalación del Congreso Nacional de las Provincias Unidas del Río de la Plata (1824)

MENSAJE EN LA INSTALACION DEL CONGRESO NACIONAL DE LAS PROVINCIAS UNIDAS DEL RIO DE LA PLATA
Juan Gregorio de las Heras
[16 de Diciembre de 1824]

Nota mensaje del Gobernador y Capitán General de la Provincia de Buenos Aires, D. Juan Gregorio de las Heras, al H. Congreso con ese motivo.
Señores:
A la provincia de Buenos Aires ha cabido la fortuna de hospedaros, y esta circunstancia presenta a su Gobierno el honor de saludar a la representación nacional de las provincias del Río de la Plata, el día mismo de su instalación. Los pueblos esperan que este día vendrá a ser una fiesta para ellos y para su posteridad; pero esta esperanza de los pueblos pesa desde hoy sobre vosotros. Si el recuerdo de las desgracias pasadas y la idea exagerada de las dificultades presentes, os arredran de entrar en el arduo compromiso de reorganizar la Nación, bien pronto advertiréis que la prudencia puede poner a provecho los tesoros de la experiencia adquirida, y formar una alianza estrecha con el poder invencible del tiempo. Este viejo amigo de la santa verdad parece haber renovado sus alas y sus armas en la gran lucha a que asistimos del género humano contra sus opresores. Que la verdad aparezca y los que despotizan a nombre del cielo o a nombre del pueblo serán conocidos. Desde que lo sean la libertad triunfa, y el pacto de unión nacional está formado. El subsistirá inalterable o mudará, si así lo dictare la razón pública, sin que esta mudanza altere la amistad entre los pueblos, ni venga acompañada de desolación y estragos; porque la razón basta a todo cuando los hombres gozan plenamente en la sociedad del derecho de examen y de la libertad de pensar.
La provincia de Buenos Aires ha hecho una feliz experiencia de esta verdad, en el largo periodo de dispersión que ha precedido. Sin su apoyo no seria hoy realizado el difícil objeto que se propuso de acelerar la reunión de un cuerpo nacional, ni habría podido su Gobierno mantener entre tanto las relaciones con las naciones extranjeras a nombre de las demás provincias, como era indispensable para apartar de ellas los golpes que no cesarían de dirigirles sus enemigos, y para no desalentar a sus amigos con la idea de una disolución completa. El termina hoy tan honorables funciones poniendo en vuestras manos, como lo hace, la colección de los documentos relativos a los negocios de objeto general, en que ha intervenido desde el año 1820. Ellos os instruirán completamente de los principios que ha adoptado para preparar la reorganización nacional, su conducta con respecto a los estados independientes del continente americano Y. el estado actual de las relaciones con las potencias europeas.
Por lo que hace a lo primero, él ha partido del convencimiento de que no es posible formar un gobierno sólido; que no sea puramente nacional; por cuanto sólo los intereses generales pueden servir de vínculo a la unión de las provincias. Autoridades fundadas en prestigios pudieron nacer en época de barbarie, y pueden subsistir y ser todavía convenientes en pueblos civilizados; porque los intereses personales aglomerados sucesivamente y consolidados en generales masas por el tiempo, llegan a hacerse casi nacionales; pero crear hoy de nuevo una autoridad sobre semejante base en estas provincias, es por fortuna tan imposible, como es hacer que pase en un solo día la historia de muchos siglos.
La opinión pública es tan decidida sobre este punto, que el error no puede temerse sino eN la calificación de los intereses generales. Ningún ejemplo podrá inducirnos a preferir como mejor medio de gobierno las superioridades falsas, que nacen de los privilegios, a las superioridades reales, que vienen del mérito personal. Pero podrá suceder que se consideren los privilegios y prohibiciones legales como un medio productivo de riqueza y de prosperidad nacional. Este error funesto alejaría de nuestro territorio la libre concurrencia de la industria de los hombres de todo el mundo.
Sin embargo conoceréis lo que importa disipar con mano vigorosa las ilusiones sobre este objeto capital. Vosotros sin tener, como las naciones viejas, cosa que os impida aprovecharos plenamente de los adelantamientos de la ciencia social, os sentís urgidos a aplicar a la tierra nueva el instrumento más poderoso que se conoce para poblarla y enriquecerla, estáis también en la feliz aptitud de establecer una ley que se registrará un día en el código de las naciones. Al lado de la seguridad individual, de la libertad del pensamiento, de la inviolabilidad de las propiedades, de la igualdad de la ley, poned, señores, la libre concurrencia de la industria de todos los hombres en el territorio de las Provincias Unidas. Esta ley será- una consecuencia de los derechos del hombre en sociedad; ella fortificará el principio vital de la unión de las provincias, matará pronto- la semilla de celos y prevenciones de localidad que puedan agitarlas; y en fin ella evitará la necesidad de tratados de- comercio, que hijos de la ignorancia, han dado ocasión a guerras sangrientas o inútiles a los mismos vencedores.
A lo menos, señores, el Gobierno de Buenos Aires tiene derecho a esperar que no reprobareis la política análoga que él ha seguido para nacionalizar las provincias de la antigua unión. Las leyes que se han dictado con este mismo espíritu-la consolidación. de la deuda general la creación del crédito público los proyectos que han nacido a su sombra para proveer con comodidad a las empresas industriales en las provincias, todo ha producido ya saludables efectos, entretiene grandes esperanzas y presenta una base de unión que la opinión pública buscaba con inquietud hasta ahora.
El examen de la correspondencia oficial que tenéis a la vista, os advertirá del cuidado con que el Gobierno de Buenos Aires ha procurado conservar la buena inteligencia y estrechar- la amistad con aquellas naciones del continente, que combaten por la causa común. Una justa correspondencia y motivos de alto interés nacional exigían el envío de un Ministro Plenipotenciario a la República de Colombia. La situación del Perú, después de sus últimas desgracias, hizo necesario el nombramiento de otro ministro cerca de su gobierno; entre tanto esos ministros necesitan ser autorizados de nuevo por el poder general de las Provincias Unidas.
Hemos cumplido un gran deber nacional con la república de los Estados Unidos de la América del Norte. Esta república que preside desde su nacimiento a la civilización del nuevo mundo, ha reconocido solemnemente nuestra independencia. Ella ha hecho al mismo tiempo una apelación a nuestro honor nacional, suponiéndonos capaces de luchar cuerpo a cuerpo con el poder español, pero se ha constituido guardián del campo del combate, para no permitir se introduzca otro a dar ayuda a nuestro rival.
El imperio vecino del Brasil hace un contraste con esta noble república, y es una excepción deplorable a la política general de las naciones americanas. La provincia de Montevideo, separada de las demás por artificios innobles y retenida bajo el peso de las armas, es un escándalo que se hace más odioso por las apariencias de legalidad, en que se pretende esconder la usurpación. El Gobierno de la provincia de Buenos Aires ha tentado los medios de la razón con la Corte del Janeiro; y aunque sus esfuerzos han sido ineficaces, no desespera todavía. Quizá el consejo de amigos poderosos no tardará en hacerse escuchar, y alejará de las costas de América la funesta necesidad de la guerra.
La vacilación de algunas de las grandes potencias del continente europeo, y la malevolencia que otras ostentan contra las nuevas repúblicas de esta parte del mundo, proviene de la posición violenta a que las ha reducido una política inconsistente con la verdad de las cosas. Los reyes no pueden tener fuerza ni poder sino por los medios que la perfección del orden social ofrece. Ellos conocen bien la extensión y ventaja de estos medios, pero asustados del movimiento que sien ten alrededor de su trono, se empeñan en volver a la inmovilidad pasada, conservando la actividad fecunda de la razón humana. Quisieran que la verdad y el error se aliasen para fortificar su autoridad. De aquí ha nacido ese dogma inexplicable de la legitimidad, que hoy atormenta los pueblos de la antigua Europa y para cuya propagación se formó la Santa Alianza. Es, pues, difícil que ella reconozca como legítimos unos gobiernos cuyo nacimiento no es obscuro, y cuya autoridad no se apoya en prodigios, sino en los derechos simples y naturales de los pueblos. Mas no por eso será justo temer, que los soldados de la Santa Alianza vengan a restablecer de este lado de los mares la odiosa legitimidad del Rey católico.
La Gran Bretaña, desligada de los compromisos de los aliados, ha adoptado, respecto de los Estados de América una conducta noble y verdaderamente digna del pueblo más civilizado, más libre y, por lo tanto, del más poderoso de Europa. El reconocimiento solemne de la independencia de las nuevas repúblicas, será una consecuencia de los principios que ha proclamado, y podéis creer, señores, que este importante evento, por lo que hace a las provincias del Río de la Plata, depende principalmente de que ellas se muestren en cuerpo de nación y con capacidad para mantener las buenas instituciones que ya poseen.
El Rey católico ha anulado la convención preliminar que celebraron sus comisarios con el Gobierno de esta provincia, y por intervención suya con las demás de la unión, el día 4 de Julio del año pasado. El ha declarado que el lenguaje que usó siendo Rey de un pueblo libre, no es, ni puede ser, el suyo. Pero su autoridad absoluta es una maldición para España; y el nombre de Fernando sólo pasa a esta parte del mar para servir a los intereses de algunos jefes militares, que hacen la guerra por su cuenta, en las provincias internas del Perú, como los primeros aventureros que lo conquistaron.
Sin las desgraciadas disensiones que han despedazado las provincias del Río de la Plata, esta guerra estaría acabada. Ella ha comprometido demasiado tiempo el honor de las repúblicas aliadas del continente; pero todo anuncia que la hora se acerca en que tendrá su término. Ya el ilustre libertador de Colombia se adelanta victorioso hasta el centro mismo del poder de los opresores del Perú. La República de Chile ha movido sus fuerzas navales para cerrarles el Pacífico. Y el Gobierno de esta provincia, uniendo sus esfuerzos a los de Salta, prepara elementos que servirán de base al poder nacional para un plan más extendido de operaciones.
Tal es la situación de los negocios generales en este momento, señores; los auspicios son favorables. Si ellos se cumplen, el año que se acerca será el fin de la guerra, y el principio de la existencia nacional de las provincias del Río de la Plata.
JUAN GREGORIO DE LAS HERAS
Manuel José García.

Alocución del Presidente del Congreso, con motivo de su instalación y apertura. Inmediatamente el Sr. Presidente tomó la palabra y la dirigió al Cuerpo Nacional en los términos siguientes:
Sea permitido al último de los miembros de la alta Representación Nacional protestarle antes de todo su más profundo reconocimiento por el exceso de bondad con que lo ha honrado, destinándolo a la presidencia de los primeros actos de sus augustas funciones. ¡Ojala su acierto en desempeñarla pudiera medirse por el respeto que tiene al recibirla! Séale permitido engolfarse por un momento en los deseos de su corazón para augurar a la patria, a nuestra adorada patria, los felices sucesos que tiene derecho a esperar desde este día del esfuerzo y celo de sus representantes. Séale permitido recordar la afligente situación en que se ha visto después del largo y peligroso período que en nuestra evolución se ha interpuesto entre la destrucción del antiguo régimen y la organización del nuevo.
Divididas más de una vez nuestras provincias, los pueblos aislados, rotos los vínculos nacionales, puesta en problema la existencia política del país y aun su seguridad amenazada; este cúmulo de males nos presentaba la idea de un desorden extremo cuyo remedio, si nos atrevíamos a esperar, no osábamos tentar. En esta posición ciertamente infortunada, un principio consolador ha conservado el aliento y la vida de la patria: éste ha sido el sentimiento de benevolencia recíproca, ese sentimiento que en la tierra que nos sustenta, en el cielo que nos cubre, en las relaciones que nos ligan, en los intereses que nos unen, en la causa que nos identifica, en el destino común que nos espera, en nuestras más naturales afecciones, en todo lo que nos rodea, hallará siempre motivos de fortificarse y de aumentarse. Este sentimiento ingénito de confraternidad que jamás ha abandonado a los individuos, a los pueblos ni a los gobiernos, es el origen y será el título eterno con que la naturaleza misma ha de sellar los pactos de nuestra asociación nacional. El ha reunido espontáneamente los miembros dispersos del cuerpo político y ha reparado el ultraje y degradación en que yacía la soberanía de la Nación, restituyéndola al solio de majestad desde donde únicamente puede pronunciarse y de donde únicamente debe ser escuchada.
Los miembros que la representan conocen que van a sondear un campo erizado de espinas: sienten el enorme peso de los deberes que les impone su destino y entran temblando en este recinto augusto, no por el miedo que pueda inspirarles una cobarde debilidad, sino por el temor saludable y prudente que les infunde la misma grandeza y arduidad de su misión. Saben que van a exhibir delante de sus conciudadanos la medida de sus luces, de su patriotismo y de sus virtudes; pero traen un auspicio favorable, y es la lealtad, la pureza de intenciones con que vienen a consagrarse a la salud de la patria. La hemos jurado delante de Dios, por nuestra conciencia y por nuestro honor. La irrecusable justicia de la opinión pública nos bendecirá si somos fieles, o nos execrará, si fuésemos perjuros.
He dicho, y paso a hacer la proclamación de que estoy encargado por el Cuerpo Nacional.
Señores: El Congreso General Representante de las Provincias Unidas en Sudamérica se halla ya solemnemente instalado y está abierta su primera sesión.

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