enero 07, 2011

Discurso de Horst Köhler en el 50° Aniversario de la firma de los Tratados de Roma (2007)

DISCURSO DEL PRESIDENTE FEDERAL DE ALEMANIA, EN LA CENA OFRECIDA A LOS JEFES DE ESTADO Y DE GOBIERNO DE LOS ESTADOS MIEMBROS DE LA UNION EUROPEA CON MOTIVO DEL 50° ANIVERSARIO DE LA FIRMA DE LOS TRATADOS DE ROMA
Horst Köhler
[24 de Marzo de 2007]

Queridos invitados:
Les doy de nuevo mi más cordial bienvenida en el Palacio de Bellevue. Lamentablemente no puede estar entre nosotros alguien que, por derecho propio, debería formar parte de la concurrencia: Helmut Kohl, el ciudadano de honor de Europa. Me ha pedido que les transmita un saludo muy cordial.
Señoras y señores: Hay temas con los cuales el orador se mete casi indefectiblemente en un jardín. Se titulan, verbigracia, "Historia, situación y perspectivas de la integración europea" o también "Esencia e identidad de Europa". Quien sea proclive a la intrepidez intelectual incluso pretenderá abordarlo todo a la vez y, a ser posible, por añadidura dentro de los límites de tiempo de un discurso de banquete, que -si no ya con los invitados- al menos suele ser considerado con el cocinero.
Así las cosas, y tras darle no pocas vueltas, cambié de decisión. Me voy a limitar a hablarles brevemente de tres libros que en los últimos tiempos han tenido gran éxito entre los lectores alemanes. Al hilo de la exposición enlazaré algunas reflexiones personales sobre Europa. Y como bien advierte Voltaire, el secreto de aburrir a la gente consiste en decirlo todo.
El primer libro -en el cual me detendré algo más que en los otros dos- lo ha escrito el periodista Wolfgang Büscher. Se titula "Berlín - Moscú". El autor recorrió esa ruta de 1.800 kilómetros a pie, siguiendo el rastro a la Grande Armée y a la Wehrmacht, en cuyas filas marchó su abuelo. Nadie sabe dónde está su tumba.
Büscher transita por los caminos militares, cruza los campos de batalla y se detiene ante las tumbas de los soldados; en una pequeña localidad polaca le enseñan un cementerio donde reposan juntos toda suerte de combatientes caídos en guerras civiles europeas; se empapa de los paisajes y escucha las historias de la gente que se encuentra a su paso: historias de atropellos y exterminio, pero también historias de amor y compasión.
Büscher vive muchas experiencias gratificantes. Al comienzo de su viaje, por ejemplo, conoce a un matrimonio polaco. La mujer es profesora de alemán. Al despedirse, le entrega un pedazo de papel que contiene, escrita con letra apretada, una lista con los números de teléfono de unas profesoras de alemán. ¿Y qué ocurre? Cada vez que marca uno de esos números, ya le están esperando. "No me podía perder", escribe Büscher, "Polonia miraba por mí."
Berlín - Moscú muestra de un modo muy cercano al sentir de la gente cuán insustituible es la libertad, cuán dulce es la paz y cuán profundo es el pozo del pasado. Con qué urgencia necesita Europa la reconciliación, una reconciliación que, sin sustraer nada de lo acontecido, sí que afirme: "Eso es obra tuya. Pero no es tu ser." Y cuánto resplandece en Europa el oeste, por cuanto todos quieren pertenecer a él -en este punto Büscher también plantea un interrogante: el este siempre empieza justo al otro lado, y es así como se va desplazando una y otra vez hasta los aledaños de Moscú, y entonces Moscú, a su vez, se siente de nuevo parte del oeste.
Todo ello también evidencia el histórico éxito que representa la integración europea. Para muchos entre tanto es algo tan sobreentendido que casi se raya en la desmemoria. Porque, en efecto, la libertad y la paz son como el aire para respirar, cuando se pierden es cuando se cae en la cuenta del inestimable valor que tienen. Los padres de los Tratados de Roma lo sabían perfectamente: Alcide de Gasperi, Robert Schuman, Paul Henri Spaak, Jean Monnet, Joseph Luns, Walter Hallstein, Charles de Gaulle, Konrad Adenauer -fueron soldados, prisioneros de guerra, miembros de la resistencia contra los fascistas y los nazis, prisioneros de la Gestapo. Habían sufrido en carne propia lo que significa la guerra, la represión, el cautiverio y el exilio, y de esa experiencia surgió el liderazgo. La Unión Europea no es un milagro, fue construida, y el anhelo supremo que animaba a los constructores era instaurar la libertad, la paz, el imperio de la ley y un equitativo equilibrio de intereses, en suma: una buena comunidad. Yo añado: Entre esos artífices se cuenta también Winston Churchill con su estratégico discurso de Zúrich y se cuentan los Estados Unidos de América, sin cuya protección y ayuda Europa occidental no se habría avenido y recobrado. Sin embargo, en todo ese proyecto el bienestar económico no ocupaba sino un segundo plano: La cooperación económica, con ser magníficos sus resultados, no constituía un fin en sí mismo sino un medio para alcanzar la integración política. El primer presidente de la Comisión Europea, Walter Hallstein, lo sintetizó en estos términos: "We are not in economics, we are in politics."
Y la coincidencia de criterio con la generación de los fundadores se extiende y traslada hoy a la convicción de que la Unión Europea es mucho más que una mera agrupación económica de perfil utilitarista. De no ser así, ¿se hubiera continuado ampliando sucesivamente con tanta determinación? Lo cierto es que el mercado interior y la unión económica y monetaria no existen por sí mismos sino precisamente como fundamento de la comunidad política y la solidaridad en las cuestiones políticas capitales y como fundamento de la actuación conjunta como amigos en la libertad.
Pero volvamos a Wolfgang Büscher. Su libro también hace cobrar conciencia de que hasta las revoluciones del año 1989 la integración europea en realidad no fue sino una victoria a medias. Es a partir de entonces y desde la adhesión de nuestros primos hermanos de Europa Central y Oriental cuando la Unión adquiere una dimensión auténticamente europea y nuestro continente se recompone en el reencuentro. Es algo sin parangón, por cuanto nunca antes tantas naciones y sus Estados se habían aglutinado por su propia voluntad; y se trata de un proceso extraordinariamente apasionante y apasionado. A nivel político desde luego, porque los nuevos miembros legítimamente aportan nuevas perspectivas, porque los veteranos, con el mismo derecho, quieren preservar lo acrisolado en la experiencia y porque las reglas de nuestra convivencia deben por fin adaptarse con paciencia y buena voluntad. ¿O acaso debe la Unión Europea, que tan saludablemente ha crecido, seguir vistiendo un traje jurídico que le queda estrecho porque fue confeccionado a la medida de un adolescente y andando el tiempo solo se le ensancharon las costuras en un par de ocasiones? Pero la conjunción de Europa también es a la vez un proceso apasionante y apasionado en la propia vida de los ciudadanos y de las regiones europeas; y a veces me pregunto si la Europa de las conferencias lo tiene debidamente en cuenta.
Hace tiempo que millones de personas vienen trabajando en esa convergencia desde abajo, no por delegación de la Unión y en la mayoría de los casos tampoco por amor a la aventura ni inquietud exploratoria, sino lisa y llanamente para ganarse el sustento. Infatigablemente recorren las viejas rutas comerciales, infatigablemente se lanzan a conocer paisajes y paisanajes en la lejanía, estudian los horarios y trayectos de los transportes, las guías de idiomas y las secciones de anuncios por palabras de los periódicos regionales. Wolfgang Büscher se encontró con algunas de esas personas: trabajadores itinerantes, carreteros y comerciantes.
Europa se conjunta nuevamente y a la par se conjuga novedosamente: trabajadores británicos trabajan en la construcción en la República Checa, jóvenes rumanas van a hacer de au-pair a París, fontaneros polacos trabajan en Londres, fabricantes italianos se instalan en Hungría, médicos alemanes se establecen en Estocolmo, entre Tallinn y Helsinki o entre Gdansk y Malmö hay un trasiego diario de profesionales que viven de un lado y trabajan del otro. En todas partes hay guías telefónicas con páginas amarillas, servicio automático para las llamadas internacionales, una densa red de líneas de autobuses transeuropeas, trayectos de transbordadores y vuelos baratos. A los turistas este cúmulo de facilidades también les permite explorar Europa en toda su diversidad y en toda su afinidad, y es de esperar que entre los estudiantes europeos la inclusión de una etapa de estudios en algún país vecino pronto se dé definitivamente por descontada. De este modo los ciudadanos de la Unión adquieren paulatinamente un horizonte vital y de experiencia común.
Esa comunidad de aprendizaje merece el máximo apoyo. Siendo como es el propósito que la Unión Europea se instale irreversiblemente en las mentes y los corazones. ¿Entonces por qué no multiplicamos nuestros esfuerzos para saciar la curiosidad de los europeos y, en particular, de la gente joven por Europa y despertar su entusiasmo por compartir lo que nos es común? En muchas conversaciones con gente joven -las más recientes en compañía del Presidente Napolitano en la Universidad de Tubinga- lo he podido comprobar: La juventud quiere Europa, y como esa voluntad europeísta se sustenta en una combinación de idealismo con riqueza de conocimientos, yo me siento confiado. Los jóvenes por ejemplo preguntan: ¿Para cuándo un canal europeo de televisión que merezca su nombre, es decir, que informe con asiduidad, con detenimiento y con conocimiento de causa sobre todos y cada uno de los Estados miembros? Un canal así también contribuiría de forma destacada a la articulación de algo tan urgente para nuestra comunidad como es una opinión pública política a nivel europeo.
Incidiendo en lo mismo: Ya que le hemos cedido a Suiza ser la sede fundacional de Eurovisión, del Concurso de Eurovisión, de la UEFA y del Foro Económico Mundial, ¿por qué no fundamos por lo menos una Casa de la Historia Europea y convocamos en ella cada año un "Foro Europeo de la Diversidad y del Diálogo" con proyección mundial?
Pero si yo lo que quería era hablar de tres libros. El segundo encabeza actualmente la lista de los libros más vendidos y es obra de Hape Kerkeling, humorista inteligente y una de las estrellas televisivas más populares del momento. Por cierto que tiene una relación muy curiosa con el Palacio de Bellevue. Resulta que hace muchos años se le ocurrió disfrazarse de jefe de Estado extranjero y se hizo llevar hasta el palacio en limusina en el instante mismo en que se esperaba la llegada del jefe de Estado de verdad. En aquella ocasión, cuando menos, consiguió colarse hasta el vestíbulo, y las imágenes grabadas de tan memorable actuación todavía hoy hacen sonreír a mis compatriotas.
También Hape Kerkeling escribe sobre un viaje. Ha recorrido el Camino de Santiago, la milenaria ruta de peregrinación a Santiago de Compostela. El libro se titula "Ich bin dann mal weg" (Bueno, yo me marcho) y cuenta cómo, tras años de agotamiento por exceso de trabajo, con sordera súbita y trastornos de la vesícula incluidos, entra en cuentas consigo mismo, se centra y, andando el camino, cavila sobre todo lo divino y lo humano. Es un relato impregnado de una espiritualidad adogmática y un talante tolerante, un relato en el que se entretejen referencias a vidas de santos con conjeturas como que quizás Dios incluso hable al peregrino a través del mensaje de un cartel publicitario. Y como Kerkeling hacen el camino gentes de todas las latitudes, y ni mucho menos solo católicos. La gran acogida que ha tenido el libro entre los lectores de cualesquiera confesiones y creencias ha sorprendido a más de uno. A mí me parece que es una señal de la naturalidad con que incontables ciudadanos europeos buscan respuesta a la pregunta acerca de qué es lo que nos sirve de sostén en nuestro fuero interno. Y el libro también es un hermoso ejemplo de cuán gozosa y despreocupadamente se puede reflexionar, hablar y escribir aquí en Europa sobre el sentido de la vida y sobre Dios.
El tercer libro es de Daniel Kehlmann y se titula "Die Vermessung der Welt" (La medida del mundo). Desgrana con estilo imaginativo a la par que ameno las peripecias vitales del matemático y astrónomo Carl Friedrich Gauß y del naturalista y viajero Alexander von Humboldt. Se palpa su genio, su enérgica aprehensión de la realidad, su determinación de llegar al fondo de las cosas -el uno mediante la reflexión pura, hasta de madrugada, tendido en el lecho; el otro, viajando sin descanso. Ambos son ciertamente típicos en su afán de exigir y proporcionar razonamientos y fundamentos siempre asibles: son típicos exponentes de una cultura del pensamiento y de la acción que impregna desde siempre a Europa. Esta actitud goza de innegable predicamento, como he podido comprobar una vez más hace escasas fechas en un viaje por América Latina. Pero el título original del libro de Kehlmann en alemán también esconde un juego de palabras por el doble significado de la palabra "Vermessung", medida y desmesura: ¿Puede la medida científica del mundo desembocar por desmesura en un mundo desmedido? ¿No hace tiempo que la hermosa nueva realidad que hemos creado gracias a la ciencia y la tecnología se ha topado con sus límites naturales? ¿Una globalización del modo de vida que disfrutamos en estos momentos los europeos y algunas otras naciones de Occidente y en aras del cual nosotros y otros estamos consumiendo el mundo sin apenas parar mientes puede ser una globalización sostenible?
Ocurre que también cuando se plantean preguntas de esta índole muchas miradas se dirigen hacia nosotros, desde todas las partes del mundo. Ocurre que también en este orden de cosas Europa tiene buena fama: Lo que la Unión Europea ha hecho hasta ahora por ejemplo en materia de protección del medio ambiente a nivel de los Estados miembros y a escala mundial desde luego que resiste cualquier comparación y debería alentarnos y animarnos a seguir asumiendo responsabilidades y liderazgo en este terreno. Por lo demás, muchos observadores extranjeros ven nuestra combinación de libertad y solidaridad como posible modelo de sostenibilidad en el seno de una sociedad. Y la gente joven con la que hablamos en Dresde y Tubinga desea que el principio de sostenibilidad sea guía y norte de toda la legislación europea. Nuestra conjunción -a la postre inconfundiblemente europea por muchas diferencias de detalle que existan- de libertad individual, pujanza científica y económica y sentido de la responsabilidad social y ecológica es atractiva. Deberíamos cultivar y fortalecer juntos los fundamentos espirituales y materiales de esa combinación genuinamente europea: aquí entre nosotros, en la propia Europa, y dondequiera que la globalización pueda modelarse positivamente. Y deberíamos buscar el diálogo sobre estos temas con otros círculos culturales y con las naciones emergentes, por cuanto todos todavía podemos aprender mucho los unos de los otros.
Solo he traído a colación tres libros de los cientos de miles que se publican año tras año en nuestros países. Pero por sí solas estas tres obras ya transmiten mucho sobre la realidad de Europa: sobre su envergadura entre África y Asia, su diversidad interna, su profundidad y sus abismos; sobre sus méritos y asimismo sobre los interrogantes ante los cuales se encuentra en estos momentos. La Unión Europea ha demostrado cómo se puede superar enemistades y cómo los pueblos y los Estados pueden construir una convivencia fecunda y recuperar el valor del bien común. La Unión aporta a los Estados miembros el orden para equilibrar sus intereses nacionales de forma equitativa y para impulsar sus aspiraciones comunes, aquí en Europa y -siempre y cuando hablemos con una sola voz- también a nivel mundial. Hemos alcanzado en el plano estatal e interestatal una imbricación que valora y valoriza la diversidad y que a la par está profundamente asociada a la profesión de unos valores compartidos. Todo esto no nos eleva por encima de otros. Pero implica que los ciudadanos de la Unión Europea, con modestia pero también con desenvoltura, podemos contribuir a que el mundo sea un lugar mejor.
HORST KÖHLER

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