mayo 12, 2011

Doctrina Social de la Iglesia: Encíclica "Populorum Progressio" Paulo VI (1967)

[6]
CARTA ENCÍCLICA
POPULORUM PROGRESSIO [1]
(Sobre el desarrollo de los pueblos)
DEL SUMO PONTÍFICE PAULO VI
26 de marzo de 1967

"El verbo se hizo carne y habitó entre nosotros"
1. El desarrollo de los pueblos, y muy especialmente el de aquellos que se esfuerzan por escapar del hambre, de la miseria, de las enfermedades endémicas, de la ignorancia; que buscan una participación más intensa en los frutos de la civilización, una más activa apreciación de sus humanas peculiaridades; y que, finalmente, se orientan con constante decisión hacia la meta de su pleno desarrollo, es observado por la Iglesia con atención. Apenas terminado el Concilio Ecuménico Vaticano II, una renovada toma de conciencia de las exigencias del mensaje evangélico obliga a la Iglesia a ponerse al servicio de los los hombres para ayudarles a captar todas las dimensiones de este grave problema y convencerles de la urgencia de una acción solidaria en este cambio decisivo de la historia de la humanidad..

2. Nuestros predecesores —León XIII, al escribir su encíclica Rerum novarum[2], Pío XI al promulgar la encíclica Quadragesimo anno[3], y, sin hablar de los radiomensajes de Pío XII para todo el mundo[4], Juan XXIII, al publicar sus encíclicas Mater et Magistra[5] y Pacem in terris[6]— nunca faltaron al deber, propio de su alto oficio, de proyectar —con tan notables documentos— la luz del Evangelio sobre las cuestiones sociales de su tiempo.

3. Hoy el hecho más importante es que todos tengan clara conciencia de que actualmente la cuestión social entra por completo en la universal solidaridad de los hombres. Claramente lo ha afirmado nuestro predecesor, de fel. rec., Juan XXIII[7], y el Concilio se ha hecho eco de ello en su Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual[8]. Puesto que tanta y tan grave es la importancia de tal enseñanza, ante todo es necesario obedecerla sin pérdida de tiempo. Con lastimera voz los pueblos hambrientos gritan a los que abundan en riquezas. Y la Iglesia, conmovida ante gritos tales de angustia, llama a todos y a cada uno de los hombres para que, movidos por amor, respondan finalmente al clamor de los hermanos.

4. Ya antes de ser elevados al Sumo Pontificado, nuestros dos viajes a la América Latina(1960) y al África (1962), nos pusieron en personal contacto con aquellos continentes, atenazados por los problemas de su propio desarrollo, no obstante sus singulares bienes materiales y espirituales. Revestidos de la paternidad universal, hemos podido, en nuestros viajes a Tierra Santa y a la India, ver con nuestros ojos y casi tocar con las manos las gravísimas dificultades que pesan sobre estos pueblos de antigua civilización en su lucha con los problemas del desarrollo. Y mientras en Roma se celebraba el Concilio Vaticano II, circunstancias providenciales nos permitieron dirigirnos a la Asamblea General de las Naciones Unidas y allí, como ante tan honrado Areópago, defender públicamente la causa de los pueblos pobres.

5. Finalmente, para responder al voto del Concilio y para concretar la aportación de la Santa Sede a esta gran causa de los pueblos en vías de desarrollo, recientemente creímos que era deber nuestro añadir a los demás organismos centrales de la Iglesia una Comisión Pontificia, que tuviese como misión singular suya "suscitar, en el pueblo de Dios, una plena conciencia de sumisión en el momento presente, para, de una parte, promover el progreso de los países pobres y fomentar la justicia social entre las naciones, y por otra, ayudar a las naciones subdesarrolladas a que también ellas trabajen por su propio desarrollo"[9]: Justicia y Paz es su nombre y su programa. Pensamos que para este programa, junto con nuestros hijos católicos y hermanos cristianos, han de unirse en iniciativas y trabajos todos los hombres de buena voluntad. Conforme a ello, Nos dirigimos hoy este solemne llamamiento a todos los hombres para una acción concreta en por del desarrollo integral del hombre y del desarrollo solidario de la humanidad.

PRIMERA PARTE
6. Verse libres de la miseria, hallar con mayor seguridad la propia subsistencia, la salud, una estable ocupación; participar con más plenitud en las responsabilidades, mas fuera de toda opresión y lejos de situaciones ofensivas para la dignidad del hombre; tener una cultura más perfecta —en una palabra, hacer, conocer y tener más para ser también más—, tal es la aspiración de los hombres de hoy, cuando un gran número de ellos se ven condenados a vivir en tales condiciones que convierten casi en ilusorio deseo tan legítimo. Por otra parte, pueblos recientemente transformados en naciones independientes sienten la necesidad de añadir a la libertad política un crecimiento autónomo y digno, social no menos que económico, con el cual puedan asegurar a sus propios ciudadanos un pleno desarrollo humano y ocupar el puesto que en concierto de las naciones les corresponde.

7. Ante la amplitud y urgencia de la labor que precisa llevar a cabo, disponemos de medios heredados del pasado, aunque sean insuficientes. Ciertamente se ha de reconocer que las potencias coloniales con frecuencia no se han fijado sino en su propio interés, su poderío o su gloria; y, al retirarse, a veces han dejado una situación económica vulnerable, ligada, por ejemplo, al monocultivo, cuyos valores hállanse sometidos a tan bruscas como desproporcionadas variaciones. Pero aun reconociendo objetivamente los errores de un cierto tipo de colonialismo y sus consecuencias, necesario es, al mismo tiempo, rendir homenaje a las cualidades y a las realizaciones de los colonizadores, que en tantas regiones abandonadas han aportado su ciencia y su técnica, dejando en ellas preciosas señales de su presencia. Aun siendo incompletas, ciertas estructuras establecidas permanecen y han cumplido su papel, por ejemplo, logrando hacer retroceder la ignorancia y la enfermedad o habiendo establecido comunicaciones beneficiosas y mejorado las condiciones de vida.

8. Mas, aun reconociendo todo esto, es muy cierto que tal organización es notoriamente insuficiente para enfrentarse con la dura realidad de la economía moderna. Dejado a sí mismo, su mecanismo conduce al mundo hacia una agravación, y no hacia una atenuación, en la disparidad de los niveles de vida: los pueblos ricos gozan de un rápido crecimiento, mientras los pobres no logran sino un lento desarrollo. Crece el desequilibrio: unos producen excesivamente géneros alimenticios de los que otros carecen con grave daño, y estos últimos experimentan cuán inciertas resultan sus exportaciones.

9. Y al mismo tiempo los conflictos sociales se han ampliado hasta alcanzar dimensiones exactamente mundiales. La viva inquietud que se ha adueñado de las clases pobres en los países que se van industrializando alcanza ahora a aquellas cuya economía es casi exclusivamente agraria: los campesinos han llegado —ellos también— a adquirir la conciencia de su inmerecida miseria[10]. A eso se añade el escándalo de las irritantes disparidades no sólo en el goce de los bienes, sino, aún más, en el ejercicio del poder. Mientras en algunas regiones una oligarquía goza con una refinada civilización, el resto de la población, pobre y dispersa, se halla "casi privada de toda iniciativa y de toda responsabilidad propias, por vivir frecuentemente en condiciones de vida y de trabajo indignas de la persona humana"[11].

10. Por otra parte, el choque entre las civilizaciones tradicionales y las novedades traídas por la civilización industrial tiene un efecto destructor en las estructuras que no se adaptan a las nuevas condiciones. Dentro del ámbito, a veces rígido, de tales estructuras se encuadraba la vida personal y familiar, que encontraba en ellas indispensable apoyo, y a ellas continúan aferrados los ancianos, mientras los jóvenes tienden a liberarse de ellas como de un obstáculo inútil, volviéndose ávidamente hacia las nuevas formas de la vida social. Así sucede que el conflicto delas generaciones se agrava con un trágico dilema: o conservar instituciones y creencias ancestrales, renunciando al progreso, o entregarse a las técnicas y formas de vida venidas defuera, pero rechazando, junto con las tradiciones del pasado, la riqueza de valores humanos que contenían. De hecho sucede con frecuencia que van faltando los apoyos morales, espirituales y religiosos del pasado, sin que la inserción en el mundo nuevo quede asegurada por otros.

CONCLUSIÓN
11. Ante tan variable situación, cada vez se hace más violenta la tentación que obliga a dejarse arrastrar hacia mesianismos tan prometedores como forjadores de ilusiones. ¿Quién no ve los peligros que de ello pueden derivarse, como reacciones populares violentas, agitaciones insurreccionales y propensión gradual hacia ideologías totalitarias? Estos son los datos del problema, cuya gravedad no puede escapar a nadie.

2. LA IGLESIA Y EL DESARROLLO
12. Fiel a la enseñanza y al ejemplo de su divino Fundador, que como señal de su misión dio al mundo el anuncio de la Buena Nueva a los pobres[12], la Iglesia nunca ha dejado de promoverla elevación humana de los pueblos, a los cuales llevaba la fe en Jesucristo. Al mismo tiempo que iglesias, sus misioneros han construido centros asistenciales y hospitales, escuelas y universidades. Enseñando a los indígenas la manera de lograr el mayor provecho de los recursos naturales, frecuentemente los han protegido contra la explotación de extranjeros. Sin duda alguna su labor, por lo mismo que era humana, no fue perfecta; y a veces pudo suceder que algunos mezclaran no pocos modos de pensar y de vivir de su país originario con el anuncio del auténtico mensaje evangélico. Mas también supieron cultivar y aun promover las instituciones locales. En no pocas regiones fueron ellos los "pioneros", así del progreso material como del desarrollo material como del desarrollo cultural. Basta recordar el ejemplo del padre. Carlos de Foucauld, a quien se juzgó digno de llamarle, por su caridad, el "Hermano universal", y al que también debemos la compilación de un precioso diccionario de la lengua tuareg. Nos queremos aquí rendir a esos precursores, frecuentemente muy ignorados, el homenaje que se merecen: tanto a ellos como a los que, emulándoles, fueron sus sucesores y que, todavía hoy, siguen dedicándose al servicio tan generoso como desinteresado de aquellos a quienes evangelizan.

13. Pero ya no bastan las iniciativas locales e individuales. La actual situación del mundo exige una solución de conjunto que arranque de una clara visión de todos los aspectos económicos, sociales, culturales y espirituales. Merced a la experiencia que de la humanidad tiene, la Iglesia, sin pretender en modo alguno mezclarse en lo político de los Estados, está "atenta exclusivamente a continuar, guiada por el Espíritu Paráclito, la obra misma de Cristo, que vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido"[13]. Fundada para establecer, ya desde acá abajo, el Reino de los cielos y no para conquistar terrenal poder, afirma ella claramente que los dos campos son distintos, como soberanos son los dos poderes, el eclesiástico y el civil, cada uno en su campo de acción[14].Pero, al vivir en la historia, ella debe "escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos ala luz del Evangelio"[15]. En comunión con las mejores aspiraciones de los hombres y sufriendo al no verles satisfechos, desea ayudarles a que consigan su pleno desarrollo, y precisamente para esto ellas les ofrece lo que posee como propio: una visión global del hombre y de la humanidad.

14. El desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico. Para ser auténtico, el desarrollo ha de ser integral, es decir, debe promover a todos los hombres y a todo el hombre. Con gran exactitud lo ha subrayado un eminente experto: "Nosotros no aceptamos la separación entre lo económico y lo humano, ni entre el desarrollo y la civilización en que se halla inserto. Para nosotros es el hombre lo que cuenta, cada hombre, todo grupo de hombres, hasta comprender la humanidad entera"[16].

15. En los designios de Dios cada hombre está llamado a un determinado desarrollo, porque toda vida es una vocación. Desde su nacimiento, a todos se ha dado, como en germen, un conjunto de aptitudes y cualidades para que las hagan fructificar: su floración, durante la educación recibida en el propio ambiente y por el personal esfuerzo propio, permitirá a cada uno orientarse hacia su destino, que le ha sido señalado por el Creador. Por la inteligencia y la libertad, el hombre es responsable, así de su propio crecimiento como de su salvación. Ayudado, y a veces estorbado, por los que le educan y le rodean, cada uno continúa siempre, cualesquiera sean los influjos en él ejercidos, siendo el principal artífice de su éxito o de su fracaso: sólo por el esfuerzo de su inteligencia y de su voluntad el hombre puede crecer en humanidad, valer más, ser más.

16. Por otra parte, ese crecimiento no es facultativo. Así como la creación entera se halla ordenada a su Creador, la criatura espiritual está obligada a orientar espontáneamente su vida hacia Dios, verdad primera y bien soberano. Por ello, el crecimiento humano constituye como una precisa síntesis de nuestros deberes. Más aún, esta armonía de la naturaleza, enriquecida por el esfuerzo personal y responsable, está llamada a superarse a sí misma. Mediante su inserción en Cristo vivificante, el hombre entra en una nueva dimensión, en un humanismo trascendente, que le confiere su mayor plenitud: ésta es la finalidad suprema del desarrollo personal.

17. Pero cada uno de los hombres es miembro de la sociedad, pertenece a la humanidad entera. No se trata sólo de este o aquel hombre, sino que todos los hombres están llamados a un pleno desarrollo. Nacen, crecen y mueren las civilizaciones. Pero, como las olas del mar durante el flujo de la marea van avanzando, cada una un poco más, sobre la arena de la playa, de igual manera la humanidad avanza por el camino de la historia. Herederos de pasadas generaciones, pero beneficiándonos del trabajo de nuestros contemporáneos, nos hallamos obligados para con todos, y no podemos desentendernos de los que todavía vendrán a aumentar más el círculo de la familia humana. La solidaridad universal, que es un hecho a la vez que un beneficio para todos, es también un deber.

18. Este crecimiento personal y comunitario correría peligro, si la verdadera escala de valores se alterase. Es legítimo el deseo de lo necesario, y trabajar para conseguirlo es un deber: el que no quiera trabajar, no coma[17]. Pero la adquisición de bienes temporales puede convertirse en codicia, en deseo de tener cada vez más y llegar a la tentación de acrecentar el propio poder. La avaricia de las personas, de las familias y de las naciones puede alcanzar tanto a los más pobres como a los más ricos, suscitando, en unos y en otros, un materialismo que los ahoga.

19. Luego el tener más, así para los pueblos como para las personas, no es el fin último. Todo crecimiento es ambivalente. Necesario para que el hombre sea más hombre, le encierra como en una prisión desde el momento que se convierte en bien supremo, que impide mirar ya más allá. Entonces los corazones se endurecen, los espíritus se cierran con relación a los demás; los hombres ya no se unen por la amistad, sino por el interés, que pronto coloca a unos frente a otros y los desune. La búsqueda, pues, exclusiva del poseer se convierte en un obstáculo para el crecimiento del ser, mientras se opone a su verdadera grandeza: para las naciones, como para las personas, la avaricia es la señal de un subdesarrollo moral.

20. Si proseguir el desarrollo exige un número cada vez mayor de técnicos, aún exige más hombres de pensamiento, capaces de profunda reflexión, que se consagren a buscar el nuevo humanismo que permita al hombre hallarse a sí mismo, asumiendo los valores espirituales superiores del amor, de la amistad, de la oración y de la contemplación[18]. Así es como podrá cumplirse en toda su plenitud el verdadero desarrollo, que es el paso, para todos y cada uno, de unas condiciones de vida menos humanas a condiciones más humanas.

21. Menos humanas: la penuria material de quienes están privados de un mínimo vital y la penuria moral de quienes por el egoísmo están mutilados. Menos humanas: las estructuras opresoras, ya provengan del abuso del tener, ya del abuso del poder, de la explotación de los trabajadores o de la injusticia de las transacciones. Más humanas: lograr ascender de la miseria ala posesión de lo necesario, la victoria sobre las plagas sociales, la adquisición de la cultura. Más humanas todavía: el aumento en considerar la dignidad de los demás, la orientación hacia el espíritu de pobreza[19], la cooperación al bien común, la voluntad de la paz. Más humanas aún: el reconocimiento, por el hombre, de los valores supremos y de Dios, fuente y fin de todos ellos. Más humanas, finalmente, y, sobre todo, la fe, don de Dios, acogido por la buena voluntad de los hombres, y la unidad en la caridad de Cristo, que a todos nos llama a participar, como hijos, en la vida del Dios viviente, Padre de todos los hombres.

3. LA ACCIÓN QUE SE DEBE EMPRENDER
22. Llenad la tierra, y sometedla[20]: desde sus primeras páginas la Biblia nos enseña que la creación entera es para el hombre, al que se le exige que aplique todo su esfuerzo inteligente para valorizarla y, mediante su trabajo, perfeccionarla, por decirlo así, poniéndola a su servicio. Mas si la tierra está así hecha para que a cada uno le proporcione medios de subsistencia e instrumentos para su progreso, todo hombre tiene derecho a encontrar en ella cuanto necesita. Lo ha recordado el reciente Concilio: "Dios ha destinado la tierra y todo cuanto ella contiene, para uso de todos los hombres y de todos los pueblos, de modo que los bienes creados, en forma equitativa, deben alcanzar a todos bajo la dirección de la justicia acompañada por la caridad"[21]. Y todos los demás derechos, cualesquiera sean, aun comprendidos en ellos los de propiedad y libre comercio, a ello están subordinados: no deben estorbar, antes al contrario, deben facilitar su realización y es un deber social grave y urgente hacerlos volver a su finalidad primaria.

23. "Si alguno tiene bienes de este mundo y viendo a su hermano en necesidad le cierra las entrañas, ¿cómo es posible que en él resida el amor de Dios?"[22]. Bien conocida es la firmeza con que los Padres de la Iglesia precisaban cuál debe ser la actitud de los que poseen con relación a los que en necesidad se encontraren: "No te pertenece —dice San Ambrosio— la parte de bienes que das al pobre; le pertenece lo que tú le das. Porque lo que para uso de los demás ha sido dado, tú te lo apropias. La tierra ha sido dada para todo el mundo, no tan sólo para los ricos"[23]. Lo cual es tanto como decir que la propiedad privada para nadie constituye un derecho incondicional y absoluto. Nadie puede reservarse para uso exclusivo suyo lo que de la propia necesidad le sobra, en tanto que a los demás falta lo necesario. En una palabra: el derecho de propiedad no debe ejercerse con detrimento de la utilidad pública, según la doctrina tradicional de los Padres de la Iglesia y de los grandes teólogos. Si se llegase al conflicto entre derechos privados adquiridos y exigencias comunitarias primordiales, corresponde a los poderes públicos aplicarse a resolverlos con la activa participación de las personas y de los grupos sociales[24].

24. El bien común, pues, exige algunas veces la expropiación, cuando algunos fundos —o por razón de su extensión, o por su explotación deficiente o nula, o porque son causa de miseria para los habitantes, o por el daño considerable producido a los intereses de la región— son un obstáculo para la prosperidad colectiva.

Al afirmarla con toda claridad[25], el Concilio recuerda también, con no menor claridad, que la renta disponible no queda a merced del libre capricho de los hombres y que las especulaciones egoístas han de prohibirse. Por consiguiente, no es lícito en modo alguno que ciudadanos, provistos de rentas abundantes, provenientes de recursos y trabajos nacionales, las transfieran en su mayor parte al extranjero, atendiendo únicamente al provecho propio individual, sin consideración alguna para su patria, a la cual con tal modo de obrar producen un daño evidente[26].

25. La industrialización, tan necesaria para el crecimiento económico como para el progreso humano, es a un mismo tiempo señal y factor del desarrollo. El hombre, al aplicar tenazmente su inteligencia y su trabajo, paulatinamente arranca sus secretos a la naturaleza y utiliza mejor sus riquezas. Simultáneamente, mientras imprime nueva disciplina a sus costumbres, se siente atraído cada vez más por las nuevas investigaciones e inventos, acepta las variantes del riesgo calculado, se siente audaz para nuevas empresas, para iniciativas generosas y para intensificar su propia responsabilidad.

26. Con las nuevas condiciones creadas a la sociedad, en mala hora se ha estructurado un sistema en el que el provecho se consideraba como el motor esencial del progreso económico, la concurrencia como ley suprema en la economía, la propiedad privada de los medios de producción como un derecho absoluto, sin límites y obligaciones sociales que le correspondieran. Este liberalismo sin freno conducía a la dictadura, denunciada justamente por Pío XI como generadora del imperialismo internacional del dinero[27]. Nunca se condenarán bastante semejantes abusos, recordando una vez más solemnemente que la economía se halla al servicio del hombre[28]. Mas si es verdad que cierto capitalismo ha sido la fuente de tantos sufrimientos, de tantas injusticias y luchas fratricidas, cuyos efectos aún perduran, injusto sería el atribuir a la industrialización misma males que son más bien debidos al nefasto sistema que la acompañaba. Más bien ha de reconocerse, por razón de justicia, que tanto la organización del trabajo como la misma industrialización han contribuido en forma insustituible a la obra toda del desarrollo.

27. De igual modo, si algunas veces puede imponerse cierta mística del trabajo, en sí exagerada, no por ello será menos cierto que el trabajo es querido y bendecido por Dios. Creado a imagen suya, el hombre debe cooperar con el Creador a completar la creación y marcar a su vez la tierra con la impronta espiritual que él mismo ha recibido[29]. Dios, que ha dotado al hombre de inteligencia, también le ha dado el modo de llevar a cumplimiento su obra: artista o artesano, empresario, obrero o campesino, todo trabajador es un creador. Inclinado sobre una materia que le ofrece resistencia, el trabajador le imprime su sello, mientras él desarrolla su tenacidad, su ingenio, su espíritu de inventiva. Más aún, vivido en común, con dividiendo esperanzas, sufrimientos, ambiciones y alegrías, el trabajo une las voluntades, aproxima los espíritus, funde los corazones; al realizarlo así, los hombres se reconocen como hermanos[30].

28. El trabajo, sin duda ambivalente, porque promete el dinero, la alegría, el poder, invita a unos al egoísmo y a otros a la revuelta; desarrolla también la conciencia profesional, el sentido del deber y la caridad hacia el prójimo. Más científico y mejor organizado, tiene el peligro de deshumanizar al que lo realiza, convirtiéndolo en esclavo suyo, porque el trabajo no es humano sino cuando permanece inteligente y libre. Juan XXIII ha recordado la urgencia de restituir al trabajador su dignidad, haciéndole participar realmente en la labor común: se debe tender a que la empresa llegue a ser una verdadera asociación humana, que con su espíritu influya profundamente en las relaciones, funciones y deberes[31]. Pero el trabajo de los hombres tiene, además, para el cristiano, la misión de colaborar en la creación del mundo sobrenatural[32], no terminado hasta que todos lleguemos juntos a constituir aquel hombre perfecto del que habla San Pablo, a la medida de la plenitud de Cristo[33].

29. Urge darse prisa. Muchos hombres sufren, y aumenta la distancia que separa el progreso de los unos del estancamiento, cuando no del retroceso, de los otros. Necesario es, además, que la labor que se ha de realizar progrese armoniosamente, para no romper los equilibrios indispensables. Una reforma agraria improvisada puede resultar contraria a su finalidad. Una industrialización acelerada puede dislocar las estructuras, todavía necesarias, y engendrar miserias sociales que serían un retroceso en los valores humanos y en la cultura.

30. Cierto es que hay situaciones cuya injusticia clama al cielo. Cuando poblaciones enteras, faltas de lo necesario, viven en tal dependencia que les impide toda iniciativa y responsabilidad, y también toda posibilidad de promoción cultural y de participación en la vida social y política, es grande la tentación de rechazar con la violencia tan graves injurias contra la dignidad humana.

31. Sin embargo, como es sabido, las insurrecciones y las revoluciones —salvo en el caso de tiranía evidente y prolongada que atentase gravemente a los derechos fundamentales de la persona y dañase peligrosamente el bien común del país— engendran nuevas injusticias, introducen nuevos desequilibrios y excitan a los hombres a nuevas ruinas. En modo alguno se puede combatir un mal real si ha de ser a costa de males aún mayores.

32. Entiéndasenos bien: el presente estado de cosas ha de afrontarse con fortaleza, y han de combatirse y vencerse las injusticias que consigo lleva. El desarrollo exige cambios que se han de acometer con audacia para renovar completamente el estado actual. Con gran esfuerzo se ha de corregir y mejorar todo lo que pide urgente reforma. Participen todos en ello con magnanimidad y decisión, singularmente los que por cultura, situación y poder tienen mayor influencia. Dando ejemplo, entreguen para ello una parte de sus haberes, como lo han hecho algunos de Nuestros Hermanos en el Episcopado[34]. De esta suerte responderán a la expectación de la sociedad y obedecerán fielmente al Espíritu Santo, porque es "el fermento evangélico el que suscitó y suscita en el corazón del hombre la irrefrenable exigencia de su dignidad"[35].

33. Mas las iniciativas personales y los afanes de imitar, tan sólo de por sí, no conducirán al desarrollo a donde debe éste felizmente llegar. No se ha de proceder de forma tal que las riquezas y el poderío de los ricos se aumenten mientras se agravan las miserias de los pobres y la esclavitud de los oprimidos. Necesarios, pues, son los programas para animar, estimular, coordinar, suplir e integrar[36] las actuaciones individuales y las de los cuerpos intermedios. Alos poderes públicos les corresponde determinar e imponer los objetivos que se han de conseguir, las metas que se han de fijar, los medios para llegar a todo ello; también les corresponde el estimular la actuación de todos los obligados a esta mancomunada acción. Mas tengan buen cuidado de asociar a la obra común las iniciativas de los particulares y de los cuerpos intermedios. Únicamente así se evitarán la colectivización integral y la planificación arbitraria, que, como opuestas a la libertad, suprimirían el ejercicio de los derechos primarios de la persona humana.

34. Porque todo programa concebido para lograr el aumento de la producción no tiene otra razón de ser que el servir a la persona humana; es decir, que le corresponde reducir las desigualdades, suprimir las discriminaciones, liberar a los hombres de los lazos de la esclavitud: todo ello de tal suerte que, por sí mismos y en todo lo terrenal, puedan mejorar su situación, proseguir su progreso moral y desarrollar plenamente su destino espiritual. Cuando hablamos, pues, del desarrollo significamos que ha de entenderse tanto el progreso social como el aumento de la economía. Porque no basta aumentar la riqueza común para luego distribuirla según equidad, como no basta promover la técnica para que la tierra, como si se tornara más humana, resulteefectivamente más conforme para ser habitada. Los que se hallan en camino del desarrollo hande aprender, de quienes ya recorrieron tal camino, a evitar los errores en que aquellos cayeron, en tales materias. El dominio de los tecnócratas —tecnocracia le llaman— en un mañana ya próximo puede producir aún mayores daños que los que antes trajo consigo el liberalismo. La economía y la técnica carecen de todo valor si no se aplican plenamente al bien del hombre a quien deben servir. Y el hombre mismo deja de ser verdaderamente hombre si no es dueño de sus propias acciones y juez del valor de éstas; entonces él mismo es artífice de su propio progreso: todo ello en conformidad con la naturaleza misma que le dio el sumo Creador y asumiendo libremente las posibilidades y las exigencias de aquél.

35. También puede afirmarse que el crecimiento económico se corresponde totalmente con el progreso social suscitado por aquél, y que la educación "básica" es el primer objetivo en un plan de desarrollo. Porque el hambre de cultura no es menos deprimente que el hambre de alimentos: un analfabeto es un espíritu subalimentado. Saber leer y escribir, adquirir una formación profesional, es tanto como volver a encontrar la confianza en sí mismo, y la convicción de que se puede progresar personalmente junto con los otros. Como decíamos en nuestra carta al Congreso de la UNESCO, en Teherán, "la alfabetización es para el hombre un factor primordial de integración social y de enriquecimiento personal, mientras para la sociedad es un instrumento privilegiado de progreso económico y de desarrollo"[37]. Y en verdad que nos alegra grandemente el hecho de que se haya logrado tanto trabajo y tan felices resultados en esta materia, así por la iniciativa particular como por la de los poderes públicos y organizaciones internacionales: son los primeros artífices del desarrollo, por el hecho de que capacitan al hombre mismo para ser personalmente el primer actuante en el desarrollo mismo.

36. Pero el hombre no se pertenece verdaderamente sino en su propio ambiente social, en el cual la familia juega papel tan importante. Papel que, según tiempos y lugares, ha podido también ser excesivo, esto es, siempre que se ejercitó en daño de las libertades fundamentales de la persona humana. Mas, aunque frecuentemente sean demasiado rígidas y mal organizadas, las viejas estructuras sociales de los países en vías de desarrollo, son, sin embargo, necesarias todavía por algún tiempo, siempre que paulatinamente vayan siendo apartadas de su excesiva dominación. Pero la familia natural, esto es, la monógama y estable, tal como ha sido concebida en el plan divino[38] y ha sido santificada por el cristianismo, debe continuar siendo "el punto en que se congregan distintas generaciones y se ayudan mutuamente para adquirir una mayor sabiduría y para concordar los derechos de las personas con todas las demás exigencias de la vida social"[39].

37. Mas no cabe negar que un acelerado crecimiento demográfico con frecuencia añade nuevas dificultades a los problemas del desarrollo, puesto que el volumen de la población aumenta con mayor rapidez que los recursos de que se dispone, y ello de tal suerte que aparentemente se está dentro de un callejón sin salida. Fácilmente surge entonces la tentación de frenar el incremento demográfico mediante el empleo de medidas radicales. Cierto es que los poderes públicos, en aquello que es de su competencia, pueden intervenir en esta materia, mediante la difusión de una apropiada información y la adopción de oportunas medidas, siempre que sean conformes a la ley moral y a sus exigencias, y también dentro del respeto debido a la libertad justa de los cónyuges. Porque el derecho a la procreación es inalienable; cuando se le daña, se aniquila la verdadera dignidad humana. En última instancia, a los padres corresponde decidir, con pleno conocimiento de causa, sobre el número de sus hijos; derecho y misión que ellos aceptan ante Dios, ante sí mismos, ante los hijos ya nacidos y ante la comunidad a la que pertenecen, siguiendo los dictados de su propia conciencia iluminada por la ley divina, auténticamente interpretada, y fortificada por la confianza en El[40].

38. En la obra del desarrollo, el hombre, que en su familia tiene su ambiente de vida primordial y originario, muchas veces es ayudado por las organizaciones profesionales. Si éstas tienden a promover los intereses de sus asociados, su responsabilidad y deberes son grandes con relación a la función educativa que ellas pueden y deben simultáneamente desarrollar. Porque tales instituciones, al instruir y formar a los hombres en sus materias, pueden mucho en el imbuir a todos el sentimiento del verdadero bien común y de las obligaciones que éste exige a cada uno.

39. Toda acción social está encuadrada en una doctrina determinada. El cristiano debe rechazarla que se funde en una filosofía materialista o atea, puesto que no respeta ni la orientación religiosa de la vida hacia su último fin ni la libertad y dignidad humana. Siempre, pues, que estos valores queden salvaguardados, puede admitirse un pluralismo en cuanto a las organizaciones profesionales y sindicales; pluralismo que, desde ciertos puntos de vista, es útil siempre que sirva para proteger la libertad y conduzca a la emulación. De muy buen grado Nos rendimos sincero homenaje a todos cuantos, renunciando a sus comodidades, trabajan desinteresadamente en beneficio de sus hermanos.

40. Además de estas organizaciones profesionales, se muestran muy activas las instituciones culturales, contribuyendo grandemente al mayor éxito del desarrollo. Con graves palabras afirma el Concilio: "Gran peligro corre el futuro destino del mundo si no surgen hombres dotados de sabiduría". Y aún añade: "Muchas naciones, aun siendo económicamente inferiores, al ser más ricas en sabiduría, pueden ofrecer a las demás una extraordinaria aportación en esta materia"[41]. Rica o pobre, toda nación posee una civilización suya, propia, heredada de las generaciones pasadas: instituciones requeridas para el desarrollo de la vida terrenal y manifestaciones superiores —artísticas, intelectuales y religiosas— de la vida del espíritu. Cuando estas instituciones contienen verdaderos valores humanos, sería grave error sustituirlas por otras. Un pueblo que consintiese en ello perdería lo mejor de sí mismo: para vivir sacrificaría sus propias razones de vida. También ha de aplicarse a los pueblos el aviso de Cristo: ¿De qué le serviría al hombre ganar el mundo, si luego pierde su alma?[42].

41. Nunca jamás estarán bastante prevenidos los pueblos pobres contra la tentación que departe de los pueblos ricos les viene. Con harta frecuencia éstos ofrecen, junto con el ejemplo de sus éxitos en el campo de la cultura y de la civilización técnica, un modelo de actividad dirigida preferentemente a la conquista de la prosperidad material. Y no es que ésta última por sí misma constituya un obstáculo a la actividad del espíritu, cuando, por lo contrario, el espíritu, al hacerse así "menos esclavo de las cosas, puede elevarse más fácilmente al culto y contemplación del Creador"[43]. Sin embargo, "la civilización actual, no ya de por sí, sino por estar demasiado enredada con las realidades terrenales, puede dificultar cada vez más el acercarse a Dios"[44].En cuanto les viene propuesto, los pueblos en vías de desarrollo deben, pues, saber hacer una elección: criticar y eliminar los falsos bienes que llevarían consigo una peyoración del ideal humano, aceptar los valores sanos y benéficos para desarrollarlos, junto con los suyos, según su propio genio particular.

HACIA UN HUMANISMO VERDADERO Y PLENARIO
CONCLUSIÓN
42. Tal es el verdadero y plenario humanismo que se ha de promover[45]. ¿Y qué otra cosa significa sino el desarrollo de todo el hombre y de todos los hombres? Un humanismo cerrado, insensible a los valores del espíritu y a Dios mismo, que es su fuente, podría aparentemente triunfar. Es indudable que el hombre puede organizar la tierra sin Dios: pero sin Dios, al fin y al cabo, no puede organizarla sino contra el hombre. Un humanismo exclusivo es un humanismo inhumano[46]. Luego no hay verdadero humanismo si no tiende hacia el Absoluto por el reconocimiento de la vocación, que ofrece la idea verdadera de la vida humana. Lejos de ser la norma última de los valores, el hombre no se realiza a sí mismo sino cuando asciende sobre sí mismo, según la justa frase de Pascal: "El hombre supera infinitamente al hombre"[47].

PARTE SEGUNDA
HACIA EL DESARROLLO SOLIDARIO DE LA HUMANIDAD
43. El desarrollo integral del hombre no puede realizarse sin el desarrollo solidario de la humanidad, mediante un mutuo y común esfuerzo. Nos lo decíamos en Bombay: "El hombre debe encontrar al hombre, las naciones se deben encontrar como hermanos y hermanas, como hijos de Dios. Dentro de esta comprensión y de esta amistad mutua, en esta sacra comunión, debemos también comenzar a trabajar juntos para edificar el futuro común de la humanidad".
Sugeríamos también la búsqueda de medios concretos y prácticos de carácter organizativo y cooperativo a fin de reunir en común todos los recursos disponibles y realizar así una verdadera comunión entre las naciones todas.

44. Este deber concierne, en primer lugar, a los más favorecidos. Sus obligaciones se fundan radicalmente en la fraternidad humana y sobrenatural y se presentan bajo un triple aspecto: deber de solidaridad, esto es, la ayuda que las naciones ricas deben aportar a las naciones que se hallan en vías de desarrollo; deber de justicia social, esto es, enderezar las relaciones comerciales defectuosas entre pueblos fuerte y pueblos débil; deber de caridad universal, estoes, la promoción de un mundo más humano para todos, donde todos tengan algo que dar y que recibir, sin que el progreso de los unos constituya un obstáculo para el desarrollo de los demás. Grave es el problema: de su solución depende el porvenir de la civilización mundial.[48]

I. ASISTENCIA A LOS DÉBILES
45. "Si el hermano o la hermana están desnudos —dice Santiago— y les falta el cotidiano alimento, y alguno de vosotros les dijere: 'Id en paz, calentaos y hartaos', pero no les diereis con que satisfacer lo necesario para su cuerpo, ¿qué provecho les vendría?"[49]. Hoy, ya nadie puede ignorarlo, en continentes enteros son innumerables los hombres y las mujeres torturados por el hambre, innumerables los niños subalimentados, hasta tal punto que un buen número de ellos muere en la flor de su vida, el crecimiento físico y el desarrollo mental de otros muchos queda impedido por la misma causa, por todo lo cual regiones enteras desfallecen con la tristeza y el sufrimiento.

46. Angustiosos llamamientos ya han resonado, solicitando auxilios. El de Juan XXIII fue calurosamente acogido[50]. Nos lo hemos reiterado en nuestro radiomensaje navideño de 1963[51], y luego de nuevo, en favor de la India, en 1966[52]. La campaña contra el hambre, emprendida por la Organización Internacional para la Alimentación y la Agricultura (FAO), y alentada por la Santa Sede, ha sido secundada con generosidad. Nuestra Caritas Internationalis actúa en todas partes y numerosos católicos, bajo el impulso de nuestros hermanos en el episcopado, dan y se entregan sin reserva, aun personalmente, para ayudar a los necesitados, ensanchando progresivamente el círculo de cuantos reconocen como prójimos suyos.

47. Pero todo ello no puede bastar, como no bastan las inversiones privadas y públicas ya realizadas, las ayudas y los préstamos otorgados. No se trata tan sólo de vencer el hambre, y ni siquiera de hacer que retroceda la pobreza. La lucha contra la miseria, aunque es urgente y necesaria, es insuficiente. Se trata de construir un mundo en el que cada hombre, sin exclusión alguna por raza, religión o nacionalidad, pueda vivir una vida plenamente humana, liberada de las servidumbres debidas a los hombres o a una naturaleza insuficientemente dominada; un mundo, en el que la libertad no sea palabra vana y en donde el pobre Lázaro pueda sentarse a la mesa misma del rico[53]. Ello exige a este último mucha generosidad, numerosos sufrimientos espontáneamente tolerados y un esfuerzo siempre continuado. Cada uno examine su conciencia, que tiene una voz nueva para nuestra época. ¿Está cada uno dispuesto a ayudar, con su propio dinero, a sostener las obras y empresas debidamente constituidas en favor de los más pobres?¿A soportar mayores impuestos, para que los poderes públicos puedan intensificar su esfuerzo en por del desarrollo? ¿A pagar más caros los productos importados, para así otorgar una remuneración más justa al productor? ¿A emigrar de su patria, si así conviniere y se hallare en edad juvenil, para ayudar a este crecimiento de las naciones jóvenes?

48. El deber de solidaridad, que está vigente entre las personas, vale también para los pueblos:"Deber gravísimo de los pueblos ya desarrollados es el ayudar a los pueblos que aún se desarrollan"[54]. Hay, pues, que llevar a la práctica esta enseñanza del Concilio. Si es normal que una población sea la primera en beneficiarse con los dones que le ha hecho la Providencia como frutos de su trabajo, ningún pueblo puede, sin embargo, pretender la reserva, para exclusivo uso suyo, de sus riquezas. Cada pueblo debe producir más y mejor a fin de, por un lado, poder ofrecer a sus conciudadanos un nivel de vida verdaderamente humano, y, por otro, contribuir también, al mismo tiempo, al desarrollo solidario de la humanidad. Frente a la creciente indigencia de los países en vías de desarrollo, debe considerarse como normal que un país ya desarrollado consagre una parte de su producción a satisfacer las necesidades de aquéllos; igualmente es normal que se preocupe de formar educadores, ingenieros, técnicos, sabios que pongan su ciencia y su competencia al servicio de aquéllos.

49. Una cosa se ha de repetir con firmeza: lo superfluo de los países ricos debe servir a los países pobres. La regla, valedera en un tiempo, en favor de los más próximos, ahora debe aplicarse a la totalidad de los necesitados del mundo. Por lo demás, los ricos serán los primeros en beneficiarse de ello. Mas si, por lo contrario, se obstinaren en su avaricia, no podrán menos de suscitar el juicio de Dios y la cólera de los pobres, con consecuencias difíciles de prever. Replegadas dentro de su coraza, las civilizaciones actualmente florecientes terminarían atentando a sus valores más altos, sacrificando la voluntad de ser más al deseo de tener más. Y se les habría de aplicar aquella parábola del hombre rico, cuyas tierras habían producido tanto que no sabía dónde almacenar su cosecha: Dios le dijo: "Insensato, esta misma noche te pedirán el alma"[55].

50. Para obtener su plena eficacia, estos esfuerzos no deberían permanecer dispersos o aislados, menos aún opuestos los unos a los otros por motivos de prestigio o de poderío: la situación exige programas concertados. En realidad, un programa es algo más y mejor que una ayuda ocasional dejada a la buena voluntad de cada uno. Supone, Nos lo hemos dicho ya antes, estudios profundos, precisión de objetivos, determinación de medios, unión de esfuerzos conque responder a las necesidades presentes y a las previsibles exigencias futuras. Pero es aún mucho más, porque sobrepasa las perspectivas del simple crecimiento económico y del progreso social y confiere sentido y valor a la obra que ha de realizarse. Al trabajar por el mejor ordenamiento del mundo, valoriza al hombre mismo.

51. Pero ha de irse más lejos. En Bombay, Nos pedíamos la constitución de un gran Fondo mundial, alimentado con una parte de los gastos militares, a fin de venir en ayuda de los desheredados[56]. Lo que vale para la lucha inmediata contra la miseria vale también para el nivel en escala de desarrollo. Sólo una colaboración mundial, de la cual un fondo común sería ala par señal e instrumento, permitiría superar rivalidades estériles y suscitar un diálogo fecundo y pacífico entre todos los pueblos.

52. No hay duda de que acuerdos bilaterales o multilaterales pueden útilmente mantenerse, puesto que permiten sustituir aquellas relaciones de dependencia y los rencores, herencia de la época colonial, por provechosas relaciones de amistad, desarrolladas sobre el plano de igualdad jurídica y política. Pero, al estar incorporados en un programa de colaboración mundial, se mantendrían libres de toda sospecha. Las desconfianzas de los beneficiarios también se atenuarían, porque habrían de temer mucho menos el que, encubiertas por la ayuda financiera ola asistencia técnica, se ocultasen ciertas manifestaciones de lo que se ha dado en llamar neocolonialismo; fenómeno que se caracteriza por la disminución de la libertad política o por la imposición de carga económicas: todo ello para defender o conquistar una hegemonía dominadora.

53. ¿Y quién, por otra parte, no ve que tal fondo facilitaría la reducción de ciertos despilfarros, fruto del temor o del orgullo? Cuando tantos pueblos tienen hambre, cuando tantas familias son víctimas de la más absoluta miseria, cuando viven tantos hombres sumergidos en la ignorancia, cuando quedan por construir tantas escuelas, tantos hospitales, tantas viviendas dignas de tal nombre, todos los despilfarros privados o públicos, todos los gastos hechos, privada o nacionalmente, en plan de ostentación, y finalmente toda aniquiladora carrera de armamentos, todo esto, decimos, resulta un escándalo intolerable. Nuestro gravísimo deber nos obliga a denunciarlo. ¡Ojala Nos escuchen los que en sus manos tienen el poder antes de que sea demasiado tarde!

54. Todo ello significa que es indispensable establecer, entre todos, un diálogo, por el que formábamos los más intensos deseos ya en nuestra primera encíclica, Ecclesiam Suam[57].Semejante diálogo, entre los que aporten los medios y los que hayan de beneficiarse con ellos, fácilmente logrará que las aportaciones se midan justamente no sólo según la generosidad y disponibilidad de los unos, sino también según el criterio de las necesidades reales y de las posibilidades de empleo de los otros. Entonces los países en vías de desarrollo ya no correránen adelante el peligro de verse ahogados por las deudas, cuya satisfacción absorbe la mayor parte de sus beneficios. Una y otra parte podrán estipular tanto los intereses como el tiempo de duración de los préstamos, todo ello en condiciones soportables para los unos y los otros, logrando el equilibrio por las ayudas gratuitas, los préstamos sin interés alguno o bien con un interés mínimo, así como por la duración de las amortizaciones. A quienes proporcionen medios financieros se les habrán de dar garantías sobre el empleo del dinero, de suerte que todo se cumpla según el plan convenido y con razonable preocupación de eficacia, puesto que no se trata de favorecer ni a perezosos ni a parásitos. Los beneficiarios, a su vez, podrán exigir que no haya injerencia alguna en su política y que no se perturben sus estructuras sociales. Por ser Estados soberanos, sólo a ellos les corresponde dirigir con autonomía sus asuntos, precisar su política, orientarse libremente hacia el tipo de sociedad que prefirieren. Es, por lo tanto, una colaboración lo que se desea instaurar, una eficaz coparticipación de los unos con los otros, en un clima de igual dignidad, para construir un mundo más humano.

55. Semejante plan podría aparecer como irrealizable en las regiones donde las familias se ven limitadas a la única preocupación de prepararse la diaria subsistencia y que, por lo tanto, difícilmente pueden concebir un trabajo que les prepare para un porvenir de vida, que pudiera parecer menos miserable. Mas precisamente a estos hombres y mujeres es a los que se ha de ayudar, convenciéndoles primero de la necesidad de que ellos mismos pongan mano al trabajo y adquieran gradualmente los medios necesarios para ello. Ciertamente esta obra común sería imposible sin un esfuerzo concertado, constante y animoso. Pero, sobre todo, quede bien claro para todos y cada uno que se trata del peligro en que se hallan la vida misma de los pueblos pobres, la paz civil en los países en desarrollo y aun la misma paz mundial.

II. LA JUSTICIA SOCIAL EN LAS RELACIONES COMERCIALES
56. Mas todos los esfuerzos, aun los ciertamente no pequeños, que se están haciendo financiera o técnicamente para ayudar a los países en vías de desarrollo serán falaces e ilusorios, si su resultado es parcialmente anulado en gran parte por la variabilidad en las relaciones comerciales mantenidas entre los pueblos ricos y los pobres. Porque éstos perderán toda esperada confianza desde el momento en que teman que los otros les quitan con una mano lo que con la otra se les ha ofrecido.

57. Las naciones altamente industrializadas —en número y en productividad— exportan principalmente sus manufacturas, mientras las economías poco desarrolladas no pueden vender sino productos agrícolas o materias primas. Gracias al progreso técnico, los primeros rápidamente aumentan su valor y encuentran fácilmente su colocación en los mercados, mientras, por lo contrario, los productos primarios procedentes de países en desarrollo sufren amplias y bruscas variaciones en los precios, que se mantienen siempre a gran distancia de la progresiva plusvalía de los primeros. De aquí las grandes dificultades con que han de enfrentarse las naciones poco industrializadas cuando deben contar con las exportaciones para equilibrar su economía y realizar sus planes de desarrollo. Así, los pueblos pobres continúan siempre aun más pobres, mientras los pueblos ricos cada vez se hacen aun más ricos.

58. Claro, pues, aparece que la llamada ley del libre cambio no puede, ella sola, seguir rigiendo las relaciones públicas internacionales. Puede, sin embargo, aprovechar bien cuando se trata departes no muy desiguales en potencia económica: es un estímulo del progreso y una recompensa a los esfuerzos. Por eso, las naciones muy industrializadas juzgan que en dicha ley existe clara la justicia. Pero de otro modo se ha de pensar cuando se trata de condiciones muy desiguales entre los países: los precios formados "libremente" por los negociadores pueden conducir a resultados totalmente injustos. Ha de reconocerse, por lo tanto, que el principio fundamental del liberalismo, como norma de los intercambios comerciales, se halla aquí en no recta posición.

59. Luego la doctrina de León XIII en su Rerum novarum mantiene toda su validez, aun en nuestro tiempo: el consentimiento de las partes, cuando se hallan en situaciones muy desiguales, no basta para garantizar la justicia del pacto; y entonces la regla del libre consentimiento queda subordinada a las exigencias del derecho natural[58]. Mas lo que allí se enseña como justo sobre el salario de los individuos, debe acomodarse a los pactos internacionales, porque una economía de intercambio no puede fundarse tan sólo en la ley de la libre concurrencia, que, a su vez, con demasiada frecuencia conduce a una dictadura económica. Por lo tanto, el libre intercambio tan sólo ha de ser tenido por justo cuando se subordine a las exigencias de la justicia social.

60. Por lo demás, esto lo han comprendido muy bien los países mismos más desarrollados económicamente, puesto que se esfuerzan con medidas adecuadas en restablecer, aun dentro de la propia economía de cada uno, el equilibrio que los intereses encontrados de los concurrentes perturban en la mayoría de los casos. Esta es la razón de que estas naciones frecuentemente favorezcan a la agricultura a costa de sacrificios impuestos a los sectores económicos que mayores incrementos han logrado. E igualmente, para mantener bien las mutuas relaciones comerciales, principalmente dentro de los confines de un mercado común y asociado, su política financiera, fiscal y social se esfuerza por procurar, a industrias concurrentes de prosperidad desigual, oportunidades semejantes para restablecer la competencia.

61. No está bien usar aquí dos pesos y dos medidas. Lo que vale en un mismo campo, dentro de una economía nacional, lo que se admite entre países desarrollados, vale también en las relaciones comerciales entre países ricos y países pobres. No se trata de abolir el mercado de concurrencia; quiere decirse tan sólo que ha de mantenerse dentro de los límites que lo hagan justo y moral y, por lo tanto, humano. En el comercio entre las economías desarrolladas y las infra desarrolladas, las situaciones iniciales fundamentalmente son muy distintas, como están también muy desigualmente distribuidas las libertades reales. La justicia social impone que el comercio internacional, si ha de ser humano y moral, restablezca entre las partes por lo menos una relativa igualdad de posibilidades. Claro que esto no puede realizarse sino a largo plazo. Mas, para lograrlo ya desde ahora, se ha de crear una real igualdad, así en las deliberaciones como en las negociaciones. Materia en la cual también serían convenientes convenciones internacionales de una geografía suficientemente vasta: podrían establecer normas generales para regularizar ciertos precios, garantizar ciertas producciones y sostener ciertas industrias en su primer tiempo. Todos ven la eficacia del auxilio que resultaría de semejante esfuerzo hacia una mayor justicia en las relaciones internacionales para los pueblos en vías de desarrollo, un positivo auxilio que tendría resultados no tan sólo inmediatos, sino también duraderos.

62. Pero hay todavía otros obstáculos que se oponen a la estructuración de un mundo más justo, fundado firme y plenamente en la mutua solidaridad universal de los hombres: nos referimos al nacionalismo y al racismo. Todos saben que los pueblos que tan sólo recientemente han llegado a la independencia política son celosos de una unidad nacional aún frágil y se empeñan en defenderla a toda costa. Natural es también que naciones de vieja cultura estén muy orgullosas del patrimonio que su historia les ha legado. Pero sentimientos tan legítimos han de ser elevados a su máxima perfección mediante la caridad universal, en la que caben los miembros todos de la familia humana. El nacionalismo aísla a los pueblos, con daño de su verdadero bien; y resultaría singularmente nocivo allí donde la debilidad de las economías nacionales exige, por lo contrario, mancomunidad en los esfuerzos, en los conocimientos y en la financiación, para poder realizarlos programas del desarrollo e intensificar los cambios comerciales y culturales.

63. El racismo no es propio tan sólo de las naciones jóvenes, en las que a veces se disfraza bajo el velo de las rivalidades entre los clanes y los partidos políticos, con gran perjuicio para la justicia y con peligro para la misma paz civil. Durante la era colonial multiplicó a veces las diferencias entre colonizadores e indígenas, suscitando obstáculos para una fecunda inteligencia recíproca y provocando odios como consecuencia de reales injusticias. También constituye un obstáculo a la colaboración entre naciones menos favorecidas y un fermento generador de división y de odio en el seno mismo de los Estados, cuando, con menosprecio de los imprescriptibles derechos de la persona humana, individuos y familias se convencen de estar sometidos a un régimen de excepción, por causa de su raza o de su color.

64. Semejante situación, tan saturada de peligros para lo futuro, Nos aflige profundamente. Pero aún conservamos la esperanza de que una necesidad más sentida de colaboración, un sentimiento más agudo de solidaridad terminarán venciendo las incomprensiones y los egoísmos. Esperamos que los países de menos elevado nivel de desarrollo sabrán aprovecharse de las buenas relaciones de vecindad con los otros limítrofes, para organizar entre sí, sobre áreas territoriales más vastas, zonas de desarrollo bien concertado; estableciendo programas comunes, coordinando inversiones, distribuyendo las zonas de producción, organizando los cambios. Esperamos también que las organizaciones multilaterales e internacionales encuentren, mediante una reorganización que se impone, los caminos que permitan a los pueblos, todavía infra desarrollados, salir de los puntos muertos en que parecen cerrados y descubrir por sí mismos, con la fidelidad debida a su índole nativa, los medios para su progreso humano y social.

65. Porque ésta es la meta a la que ha de llegarse. La solidaridad mundial, cada día más eficiente, debe lograr que todos los pueblos por sí mismos, sean los artífices de su propio destino. Los tiempos pasados se han caracterizado, con frecuencia mayor que la debida, por la fuerza violenta en las relaciones mutuas entre naciones: alboree, por fin, la serena edad en que las relaciones internacionales lleven la impronta del mutuo respeto y de la amistad, de la interdependencia en la colaboración y de la promoción común bajo la responsabilidad de cada uno. Los pueblos más jóvenes y los más débiles reclaman la parte activa que les corresponde en la construcción de un mundo mejor, más respetuoso de los derechos y de la vocación de cada uno. Su llamada es justa: luego todos y cada uno deben escucharla y responder a ella.

III. LA CARIDAD UNIVERSAL
66. Gravemente enfermo está el mundo. Su mal está menos en la dilapidación de los recursos o en su acaparamiento por parte de algunos que en la falta de caridad entre los hombres y entre los pueblos.

67. Por ello, nunca dejaremos de aconsejar bastante sobre el deber de la hospitalidad —deber de solidaridad humana y de caridad cristiana—, que corresponde tanto a las familias como a las organizaciones culturales de los países que acogen a extranjeros. Sobre todo, para acoger a los jóvenes, deben multiplicarse hogares y residencias. Ante todo, para protegerles contra la soledad, el sentimiento de abandono y la angustia que destruyen todo resorte moral; pero también para defenderlos contra la situación malsana en que se encuentran, por la que se ven forzados a comparar la pobreza de su patria con el lujo y derroche que a menudo les rodea. Más todavía: para ponerlos a buen recaudo de doctrinas subversivas y de las tentaciones agresivas, a las que les expone el recuerdo de tanta miseria inmerecida[59]. Sobre todo, en fin, para ofrecerles, con el calor de una acogida fraternal, el ejemplo de una vida sana, el goce de una caridad cristiana, auténtica y eficaz, el estímulo para apreciar los valores espirituales.

68. Gran dolor nos causa el pensamiento de que numerosos jóvenes, venidos a países más avanzados para aprender la ciencia, la preparación y la cultura que les hagan aptos para servir a su patria, en no pocos casos terminan perdiendo el sentido de los valores espirituales que con frecuencia estaban presentes, cual precioso patrimonio, en las civilizaciones que les habían visto nacer.

69. La misma acogida debe dispensarse a los trabajadores emigrados, que viven en condiciones frecuentemente inhumanas, obligados a ahorrar su propio salario, para poder remitirlo a fin de aliviar un poco a las familias que quedaron entre miserias en su tierra natal.

70. También dirigimos nuestra exhortación a todos aquellos que, en virtud de su actividad económica, acuden a países entrados recientemente en industrialización: industriales, comerciantes, jefes y representantes de las grandes empresas. Y tratándose de hombres que en su propio país no están desprovistos de sentido social, ¿por qué retroceden a los principios inhumanos del individualismo cuando trabajan en países menos desarrollados? Precisamente su propia condición de superioridad en la fortuna, debe, por lo contrario, moverles a hacerse iniciadores del progreso social y de la promoción humana, también allí donde sus negocios les conducen. Su mismo sentido de la organización deberá sugerirles la mejor manera para valorizar el trabajo indígena, para formar operarios cualificados, para preparar ingenieros y dirigentes, dejar espacio a su iniciativa, introducirlos gradualmente en los puestos más elevados, preparándolos así a con dividir, en un tiempo no lejano, las responsabilidades en la dirección. Que por lo menos la justicia regule siempre las relaciones entre jefes y subordinados, que han de sujetarse a contratos regulares con obligaciones recíprocas. Finalmente, que nadie, cualquiera que sea su condición, quede injustamente sometido a merced de la arbitrariedad.

71. Cada vez son más numerosos, y nos alegramos de ello, los técnicos enviados en misión de desarrollo por instituciones internacionales o bilaterales o por organismos privados: "Han deportarse no como dominadores, sino como auxiliares y cooperadores"[60]. Toda población percibe en seguida si los que vienen en su ayuda lo hacen con o sin benevolencia, si se hallan allí tan sólo para aplicar métodos técnicos o también para dar al hombre todo su valor. Su mensaje peligra con no ser acogido, si no va acompañado por un espíritu de amor fraternal.

72. A la competencia técnica indispensable han de juntar, pues, señales auténticas de un amor desinteresado. Libres tanto de todo orgullo nacionalista como de cualquier apariencia de racismo, los técnicos han de aprender a trabajar en colaboración con todos. Sepan bien que su competencia no les confiere superioridad en todos los campos. La civilización en que se han formado contiene indudablemente elementos de humanismo universal, pero no es única ni exclusiva y no puede ser importada sin conveniente adaptación. Los responsables de estas misiones deben preocuparse por descubrir, junto con su historia, las características y riquezas culturales del país que los acoge. Surgirá así una aproximación que resultará fecunda para ambas civilizaciones.

73. Entre las civilizaciones, como entre las personas, un diálogo sincero de hecho es creador de fraternidad. La empresa del desarrollo acercará a los pueblos en las realizaciones proseguidas mancomunadamente si todos, comenzando por los gobiernos y sus representantes, hasta el más humilde técnico, se hallaren animados por un espíritu de amor fraterno y movidos por el sincero deseo de construir una civilización fundada en la solidaridad mundial. Un diálogo, centrado sobre el hombre y no sobre los productos y las técnicas, podrá abrirse entonces, siendo fecundo cuando traiga a los pueblos que de él se benefician los medios de elevarse y de alcanzar un más alto grado de vida espiritual; si los técnicos supieren también hacerse educadores y si la enseñanza transmitida llevare la señal de una cualidad espiritual y moral tan elevada que garantice un desarrollo, no tan sólo económico, sino también humano. Pasada ya la fase de asistencia, las relaciones así establecidas perdurarán, y nadie deja de ver la importancia que tales relaciones tendrán para la paz del mundo.

74. Nos consta que muchos jóvenes han respondido ya con ardorosa solicitud al llamamiento de Pío XII para un laicado misionero[61]. También son numerosos los jóvenes que espontáneamente se han incorporado a organismos, oficiales o privados, de colaboración con los pueblos en vías de desarrollo. También nos alegra grandemente saber que en algunas naciones el "servicio militar" puede cambiarse en parte con un "servicio civil", un "servicio puro y simple"; bendecimos tales iniciativas y las buenas voluntades que a ellas responden. ¡Ojala que todos cuantos se dicen "de Cristo" obedezcan a su ruego! Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era extranjero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; preso, y vinisteis a verme[62]. Porque a nadie le es lícito permanecer indiferente ante la suerte de sus hermanos que todavía yacen en la miseria, son presa de la ignorancia o víctimas de la inseguridad. Que el corazón de todo cristiano, imitando al Corazón de Cristo, ante miserias tantas se mueva a compasión y exclame con el Señor: Siento compasión por esta muchedumbre[63].

75. Que la oración suplicante de todos ascienda a Dios Padre omnipotente para que la humanidad, consciente de tan grandes males, con inteligencia y con corazón se dedique a abolirlos. Mas con la oración constante de todos ha de corresponder la firme resolución de cada uno, en la medida de sus fuerzas, en la lucha contra el subdesarrollo. ¡Ojala que los hombres, los grupos sociales, las naciones todas se den fraternalmente las manos, ayudando los fuertes a los débiles, poniendo en esto toda su competencia, su entusiasmo y su amor desinteresado! El animado por la verdadera caridad es más ingenioso que todo otro en descubrir las causas de la miseria, en encontrar los medios para combatirla, en vencerla resueltamente. Siendo colaborador de la paz, él recorrerá su camino, encendiendo la antorcha de la alegría e infundiendo luz y gracia en los corazones de todos los hombres por toda la superficie de la tierra, ayudándoles a descubrir, una vez pasadas todas las fronteras, y sin cesar, rostros de hermanos y rostros de amigos[64].

EL DESARROLLO ES EL NUEVO NOMBRE DE LA PAZ
CONCLUSIÓN
76. Las tan grandes desigualdades económicas, sociales y culturales entre los diversos pueblos provocan tensiones y discordias y ponen en peligro la paz misma. Como decíamos a los Padres Conciliares, a la vuelta de nuestro viaje a la ONU: "La condición de las poblaciones en vías de desarrollo debe formar el objeto de nuestra consideración, digamos mejor, nuestra caridad hacia los pobres que se encuentran en el mundo —y son legión infinita— debe tornarse más atenta, más activa, más generosa"[65]. Combatir la miseria y luchar contra la injusticia es promover, junto con la mejora de las condiciones de vida, el progreso humano y espiritual de todos y, por lo tanto, el bien común de toda la humanidad. La paz no se reduce a una ausencia de guerra, fruto del equilibrio siempre precario de las fuerzas. La paz se construye día a día, prosiguiendo aquel orden querido por Dios, que lleva consigo una justicia más perfecta entre los hombres[66].

77. Siendo los pueblos, cada uno, los artífices de su propio desarrollo, los pueblos son sus primeros responsables. Mas no podrán realizarlo, aislados unos de otros. Los acuerdos regionales entre los pueblos débiles a fin de apoyarse mutuamente, los acuerdos más amplios para venir en su ayuda, las convenciones más ambiciosas entre unos y otros para establecer programas concertados, son los jalones de este camino del desarrollo que conduce a la paz.

78. Esta colaboración internacional, en plano de vocación mundial, pide instituciones que la preparen, la coordinen y la rijan, hasta que se llegue a constituir un orden jurídico universal. Con todo corazón Nos animamos a las organizaciones que han emprendido esta colaboración en el desarrollo, y deseamos que su autoridad se acreciente. "Vuestra vocación —decíamos a los representantes de las Naciones Unidas, en Nueva York— es hacer que fraternidad no sólo unos pocos pueblos, sino todos los pueblos... ¿Quién no ve la necesidad de llegar así progresivamente a la instauración de una autoridad mundial que esté en condiciones de actuar eficazmente en el plano jurídico y político?"[67].

79. Quizá algunos crean utópicas tales esperanzas. Bien pudiera suceder que su realismo pecase por defecto y que ellos no hayan percibido el dinamismo de un mundo que quiere vivir más fraternalmente y que, a pesar de sus ignorancias, de sus errores y aun de sus pecados, de sus recaídas en la barbarie y de sus alejados extravíos fuera del camino de la salvación, se va acercando lentamente, aun sin darse cuenta de ello, a su Creador. Este camino hacia una mayor humanidad en la vida requiere esfuerzos y sacrificios; pero aun el mismo sufrimiento, aceptado por amor de los hermanos, es portador de progreso para toda la familia humana. Los cristianos saben que la unión con el sacrificio del Salvador contribuye a la edificación del Cuerpo de Cristo en su plenitud: el Pueblo de Dios reunido[68].

80. En este camino todos somos solidarios. Por ello, a todos hemos querido recordar la amplitud del drama y la urgencia de la obra que se ha de realizar. Ha sonado ya la hora de la acción: la supervivencia de tantos niños inocentes, el acceso a una condición humana de tantas familias desgraciadas, la paz del mundo, el porvenir de la civilización, están en juego. A todos los hombres y a los pueblos todos corresponde asumir sus responsabilidades.

LLAMAMIENTO FINAL
81. Nos conjuramos, ante todo, a nuestros hijos. En los países en vías de desarrollo, no menos que en los otros, los seglares deben tomar como su tarea propia la renovación del orden temporal. Si es oficio de la Jerarquía enseñar e interpretar en modo auténtico los principios morales que en este terreno hayan de seguirse, a los seglares les corresponde, por su libre iniciativa y sin esperar pasivamente consignas o directrices, penetrar con espíritu cristiano la mentalidad y las costumbres, las leyes y las estructuras de sus comunidades de vida[69].Necesarios son los cambios, indispensables las reformas profundas: deben emplearse en infundirles resueltamente el soplo del espíritu evangélico. A nuestros hijos católicos pertenecientes a los países más favorecidos, Nos les pedimos que aporten su activa participación en las organizaciones oficiales o privadas, civiles o religiosas, que se dedican a vencer las dificultades de las naciones en vía de desarrollo. Estamos muy seguros de que tendrán empeño en hallarse en la primera fila entre los que trabajan para traducir en hechos una moral internacional de justicia y de equidad.

82. Todos los cristianos, nuestros hermanos, Nos estamos seguros de ello, querrán ampliar su esfuerzo común y concertado a fin de ayudar al mundo a triunfar sobre el egoísmo, el orgullo y las rivalidades, a superar las ambiciones y las injusticias, a abrir a todos los caminos para una vida más humana, en la que cada uno sea amado y ayudado como su prójimo y su hermano. Y, todavía conmovidos por el recuerdo del inolvidable encuentro de Bombay con nuestros hermanos no cristianos, Nos les invitamos de nuevo a laborar con todo su corazón y toda su inteligencia, a fin de que todos los hijos de los hombres puedan llevar una vida digna de los hijos de Dios.

83. Finalmente, Nos dirigimos a todos los hombres de buena voluntad, conscientes de que el camino de la paz pasa por el desarrollo. Delegados en las instituciones internacionales, hombres de Estado, publicistas, educadores, todos, cada uno en vuestro sitio, vosotros sois los constructores de un mundo nuevo. Nos suplicamos al Dios Todopoderoso que ilumine vuestras inteligencias y os dé nuevas fuerzas y aliento para poner en estado de alerta a la opinión pública y comunicar entusiasmo a los pueblos. Educadores, a vosotros os pertenece despertar ya desde la infancia el amor a los pueblos que se encuentran en la miseria. Publicistas, os corresponde poner ante nuestros ojos el esfuerzo realizado para promover la mutua ayuda entre los pueblos, así como también el espectáculo de las miserias que los hombres tienen tendencia a olvidar para tranquilizar sus conciencias: que los ricos sepan, por lo menos, que los pobres están junto a su puerta y que esperan las migajas de sus banquetes.

84. Hombres de Estado: os incumbe movilizar vuestras comunidades en una solidaridad mundial más eficaz, y, ante todo, hacerles aceptar las necesarias disminuciones de sus lujos y de sus dispendios para promover el desarrollo y salvar la paz. Delegados de las organizaciones internacionales, de vosotros depende que el peligroso y estéril enfrentamiento de fuerzas deje paso a la colaboración amistosa, pacífica y desinteresada para lograr un progreso solidario de la humanidad: una humanidad, en la que todos los hombres puedan desarrollarse.

85. Y si es verdad que el mundo se encuentra en un lamentable vacío de ideas, Nos hacemos un llamamiento a los pensadores y a los sabios, católicos, cristianos, adoradores de Dios, ávidos de lo absoluto, de la justicia y de la verdad, y a todos los hombres de buena voluntad. A ejemplo de Cristo, Nos atrevemos a rogaros con insistencia: Buscad y encontraréis[70], emprendedlos caminos que conducen a través de la mutua ayuda, de la profundización del saber, de la grandeza del corazón, a una vida más fraterna en una comunidad humana verdaderamente universal.

86. Vosotros todos, los que habéis oído la llamada de los pueblos que sufren; vosotros, los que trabajáis para darles una respuesta; vosotros sois los apóstoles del desarrollo auténtico y verdadero que no consiste en la riqueza egoísta y deseada por sí misma, sino en la economía al servicio del hombre, el pan de cada día distribuido a todos, como fuente de fraternidad y signo de la Providencia.

87. De todo corazón Nos os bendecimos y hacemos un llamamiento a todos los hombres para que se unan fraternalmente a vosotros. Porque si el desarrollo es el nuevo nombre de la paz, ¿quién no querrá trabajar con todas sus fuerzas para lograrlo? Sí, Nos os invitamos a todos para que respondáis a Nuestro grito de angustia, en el nombre del Señor.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 26 de marzo, fiesta de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, año cuarto de nuestro pontificado.

NOTAS
[1] Dirigida: A los Obispos, a los Sacerdotes, a los Religiosos, y a los cristianos de todo el orbe católico y a los hombres de buena voluntad.- Pascua (26 de marzo) 1967
[2] Cf. AL 11 (1892) 97-148.
[3] Cf. A.A.S. 23 (1931) 177-228.
[4] Cf. en particular, Radiomensaje del 1 de junio de 1941 (en el 50 aniversario de la Rerum novarum): A.A.S. 33 (1941) 195-205; Radiomensaje de Navidad de 1942 A.A.S.: 35 (1943) 9-24; Aloc. a trabajadores en el aniversario de la Rerum novarum 14 de mayo de1953: A.A.S. 45 (1953) 402-408.
[5] Cf. A.A.S. 53 (1961) 401-464.
[6] Cf. A.A.S. 55 (1963) 257-304.
[7] Cf. Enc. Mater et magistra, 15 de mayo de 1961 A.A.S. 53 (1961) 440.
[8] Gaudium et spes n. 63-72 A.A.S. 58 (1966) 1084-1094.
[9] Motu proprio Catholicam Christi Ecclesiam: A.A.S. 59 (1967) 27.
[10] Enc. Rerum novarum l. c., 98.
[11] Gaudium et spes n. 63 A.A.S. 58 (1966) 1026.
[12] Cf. Luc. 7, 22.
[13] Gaudium et spes n. 3, l. c. 1026.
[14] Cf. Enc. Immortale Dei, 1 de nov. de 1885 AL 5 (1885) 127.
[15] Gaudium et spes n. 4, l. c., 1027.
[16] L. J. Lebret. O. P., Dynamique concrete du développement (Paris, Economie et Humanisme, Les Editions Ouvrieres, 1961) pág. 28.
[17] 2 Thes. 3, 10.
[18] Cf., p. e., J. Maritain, Les conditions spirituelles du progres et de la paix, en Rencontre de cultures a l'UNESCO sous le signe du Conc. Oecumén. Vat. II, París, Mame, 1966, 66.
[19] Cf. Mat. 5, 3.
[20] Gen. 1, 28.
[21] Gaudium et spes n. 69, l. c. 1090.
[22] 1 Io. 3, 17.
[23] De Nabuthe 12, 53 PL 14, 747. Cf. J. R. Palanque, Saint Ambroise et l'empire romain. Paris, De Boccard, 1933, 336 ss.
[24] Carta a la Semana social de Brest, en L'homme et la révolution urbaine. Lyon, Chron. Soc. 1965, 8-9.
[25] Gaudium et spes n. 71, l. c. 1093.
[26] Cf. ibid. n. 65, l. c. 1086.
[27] Enc. Quadragesimo anno l. c. 212.
[28] Cf., p. e., Colin Clark, The conditions of economic progress 3a. ed., London, Macmillan &; Co., New York, St. Martin's Press, 1960, 3-6.
[29] Carta a la Semana Social de Lyon, en Le travail et les travailleurs dans la societé contemporaine Lyon, Chron. Soc. 1965. 6.
[30] Cf., p. e., M. D. Chenu, O. P., Pour une théologie du travail. Paris, Edit. du Seuil, 1955.
[31] Mater et magistra l. c. 423.
[32] Cf., p. e., O. von Nell-Breuning, S. J., Wirtschaft und Gesellschaft, t. 1, Grundfragen. Freiburg, Herder, 1956, 183-184.
[33] Eph. 4, 13.
[34] Cf., p. e., Mons. M. Larrain Errázuriz, Ob. de Talca (Chile), Pres. del CELAM. Carta past. sobre el desarrollo y la paz. Paris, Pax Christi, 1965.
[35] Gaudium et spes n. 26, l. c. 1046.
[36] Mater et magistra M l. c. 414.
[37] Osserv. Rom. 11 sett. 1965. Doc. cathol., t. 62 Paris, 1965, col. 1674-1675.
[38] Cf. Mat. 19, 6.
[39] Gaudium et spes n. 52, l. c. 1073.
[40] Cf. ibid. n. 50-51 (con nota 14), l. c. 1070-1073; y n. 87, l. c. 1110.
[41] Ibid. n. 15 l. c. 1036.
[42] Mat. 16, 26.
[43] Gaudium et spes n. 57, l. c. 1078.
[44] Ibid. n. 19, l. c. 1039.
[45] Cf., p. e., J. Maritain, L'humanisme intégral. Paris, Aubier, 1936.
[46] H. de Lubac, S. I., Le drame de l'humanisme athée, 3a. ed., Paris, Spes, 1945, 10.
[47] Pensées, ed. Brunschvieg, n. 434. Cf. M. Zundel, L'homme passe l'homme. Le Caire, Ed. du lien. 1944.
[48] Alloc. ai Rappresentanti delle religioni non cristiane, 3 dic. 1964. A.A S. 57 (1965), 132.
[49] Iac. 2, 15-16.
[50] Cf. Mater et magistra l. c. 440 ss.
[51] Cf. Radiomensaje de Navidad de 1963 A. A. S. 56 (1964), 57-58.
[52] Cf. Osserv. Rom. 10 febr. 1966. Enc. e Disc. di Paolo VI, vol. 9. Roma, Ed. Paoline, 1966, 132-136; «Ecclesia», 19 de febrero de 1966 (n. 1279) p. 9 (269).
[53] Cf. Luc. 16, 19-31.
[54] Gaudium et spes n. 86, l. c. 1109.
[55] Luc. 12, 20.
[56] Mensaje al mundo entregado a los periodistas el 4 de diciembre de 1964. Cf. A.A.S. 57 (1965), 135.
[57] Cf. A.A.S. 56 (1964) 639 ss.
[58] Cf. AL 11 (1892) 131.
[59] Cf. ibid. 98.
[60] Gaudium et spes n. 85, l. c. 1108.
[61] Cf. Enc. Fidei Donum l. c. 246.
[62] Mat. 25, 35-36.
[63] Marc. 8, 2.
[64] Cf. Alocución de Juan XXIII en la entrega del premio Balzan, el 10 de mayo de 1963. A.A.S.
55 (1963), 455.
[65] A A.S. 57 (1965) 896.
[66] Cf. Enc. Pacem in terris l. c. 301.
[67] A.A.S. 57 (1965) 880.
[68] Cf. Eph. 4, 12; Lumen gentium n. 13 A.A.S. 57 (1965) 17.
[69] Cf. Apostolica actuositatem n. 7. 13. 24. A.A.S. 58 (1966) 843. 849. 856.
[70] Luc. 11, 9.

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