agosto 06, 2011

"Palabras Americanas en la despedida de un buen Americano" Pedro Henriquez Ureña (1941)

PALABRAS AMERICANAS EN LA DESPEDIDA DE UN BUEN AMERICANO *
Pedro Henriquez Ureña
[1941]

Al dedicarme esta despedida, la Universidad Popular Alejandro Korn demuestra el fuerte sentimiento de solidaridad que une a los colaboradores entre sí y la convicción de que su obra vivirá, sobre todo, como obra de solidaridad. No en vano lleva esta institución el nombre de aquel gran maestro que supo unir a quienes se le acercaban como discípulos y amigos. Haber pertenecido al círculo del doctor Korn es hoy titulo socrático, como antes lo ha sido en América pertenecer al círculo de Andrés Bello, al de losé de la Luz y Caballero o al de Gabino Barreda o al de Eugenio María de Hostos.
Korn nunca temió que el trabajo silencioso fuese infecundo, a pesar de que se movía entre tantas gentes que sólo creen en lo que brilla y hace ruido. Su vida es gran ejemplo para la Argentina actual, y está dentro de la mejor tradición del país. Afortunadamente, esta Universidad Popular revela que él tuvo a su alrededor devotos que lo comprendían.
Días atrás, en la despedida que organizó la revista Sur, tuve ocasión de referirme a la tradición argentina —pido perdón a los que allí me oyeron, si me repito—, y sostuve que el país, en su gran período de organización, reveló una disciplina singular, de que no se habla a menudo, porque las lecturas de fines del pasado siglo difundieron la absurda noción de la inferioridad de la América española, y en consecuencia se le atribuyeron al inmigrante virtudes milagrosas. Yo entiendo la historia argentina al revés de como se presenta en esas interpretaciones, más comunes en la conversación que en la literatura, por cierto. Yo creo que a este país lo han forjado los criollos y que al molde forjado por ellos se ha ajustado el inmigrante. A la Argentina moderna, ha observado agudamente José Ortega y Gasset, parecería que la han creado con la cabeza. Yo digo más: no es que parece que así fue: es que fue así. De 1852 a 1880, unos hombres piensan cómo debe hacerse la Argentina —en realidad lo venían pensando desde antes, y su pensamiento se enlaza con el de hombres anteriores, como Rivadavia—, y se ponen a hacerla, y la hacen. No pretendo afirmar que todos los criollos estaban de acuerdo en hacerla; al contrario: muchos arriba y abajo se oponían. Sarmiento lo sabía bien. Y en parte, al criollo de abajo se le sacrificó en honor del inmigrante. El doctor Korn decía, precisamente, que había ocurrido un naufragio étnico. El tiempo urgía, y no se tomaron medidas de salvamento. Pero este naufragio estuvo lejos de ser total, y el criollo de arriba dictó las normas del país y las impuso. No sólo el intelectual, como Alberdi; no sólo el intelectual que es al mismo tiempo hombre de acción, como Mitre o Sarmiento, sino hasta los terratenientes que dieron su moderna estructura a esa cosa admirable, la estancia argentina.
A esos hombres se les acusa, con rutinaria ligereza, de haber importado al país normas políticas y jurídicas de origen europeo. Esas normas comenzaron como ideales; pero ello es que poco a poco se convierten en realidad. En toda la América española se da el caso paradójico, para escándalo de sociólogos naturalistas, de que la ley se anticipe a la realidad y la vaya modelando. Entre la norma y la realidad había una afinidad secreta, a pesar de todas las suposiciones contrarias.
El hecho capital es que la obra de esos hombres, de quienes se ha dicho que desnaturalizaban el país, le ha conservado el carácter criollo. Desde luego, porque ellos eran criollos. Sarmiento, el europeizador, era tan criollo como Facundo. Y si en la Argentina europeizó, en Chile había peleado contra Bello porque europeizaba. ¿Por qué? Porque lo hacía de otro modo, distinto del suyo. Cómo creía posible adquirir los dones europeos sin perder el fondo criollo, gaucho, lo ha declarado en Recuerdos de Provincia, en su retrato de don Domingo de Oro.
Por eso, lo que de inmediato atrae la atención en la Argentina, es su carácter criollo. Fue mi impresión primera, en 1922. No hace muchos meses, en un libro de escritor norteamericano sobre la América del Sur —con vergüenza confieso no recordar ni el titulo ni el autor, porque sólo leí el resumen que traía una revista— se afirmaba que, mientras en los Estados Unidos el paso del tiempo con la modificación de las instituciones, y con las innovaciones mecánicas, físicas y químicas, había transformado la vida y el pensamiento, en la América del Sur esas mismas modificaciones e innovaciones no alteraban de modo fundamental la estructura de la sociedad ni el estilo de vida. Eso es verdad, al menos en parte: los Estados Unidos proceden de dos tradiciones principales: la de los puritanos del Norte y la de los caballeros del Sur; otras, como la española de California, sobreviven sólo como substratos que dan tinte local. Las dos grandes tradiciones chocaron en 1861: la del Sur quedó aniquilada: de su ruina nos hablan O’Neill y Faulkner. La del Norte venció entonces, pero después se desintegra lentamente. Vive todavía y se ha extendido al Oeste, y ha impreso su sello en el hijo del inmigrante; pero está hondamente alterada. En la América española, la tradición criolla se mantiene: el automóvil, el aeroplano, la radiotelefonía, el divorcio, la jornada de ocho horas, el voto femenino, nada altera el tejido esencial de nuestra existencia. Piénsese en sólo este ejemplo: la familia. Mientras en los Estados Unidos la unidad social es el individuo, entre nosotros lo es todavía la familia. Y hasta las ciudades más modernas, como Buenos Aires, conservan los caracteres de la tradición hispano-criolla en cuyo seno se desarrolló el esfuerzo de los constructores de la organización nacional.
El doctor Korn, a pesar de sus orígenes germanos, fue un gran pensador nuestro. Todos recordamos su hondo sentimiento criollo. Representaba una tradición de pensamiento y de esfuerzo que no se ha extinguido, aunque la veamos oscurecerse en ciertos descendientes frívolos de grandes hombres del pasado. Esta Universidad Popular tiene ante sí una gran tarea como mantenedora de los ideales argentinos de su patriarca epónimo.

* Publicación de la Universidad Popular Alejandro Korn, La Plata, 1941.

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