diciembre 12, 2011

Mensaje del Gobernador de San Juan, José Luis Gioja, ante la Cámara de Diputados en el acto de toma de posesión (2011)

MENSAJE
DEL
GOBERNADOR DE LA PROVINCIA DE SAN JUAN
José Luis Gioja
ANTE LA CAMARA DE DIPUTADOS
EN EL ACTO DE TOMA DE POSESION EN SU REELECCION
EL 11 DE DICIEMBRE DE 2011
En la Ciudad de San Juan, provincia del mismo nombre, de la República Argentina

Honorables Miembros de la Asamblea Legislativa, Autoridades presentes, compañeras y compañeros del Frente para la Victoria, a quiénes nos visitan de la hermana República de Chile y de otras partes del país, queridas comprovincianas, queridos comprovincianos:
Hace 8 años, exactamente 8 años, me ponía por primera vez frente a frente con el pueblo sanjuanino y sus autoridades recién electas, estrenando mi calidad de gobernador provincial. Y les confieso que en aquel instante hice real conciencia de ese poderoso apotegma justicialista que dice: la única verdad es la realidad.
Así es: la realidad era la única verdad en aquel momento y por supuesto lo sigue siendo en éste. Y en pocas palabras, la realidad simple y llana de aquel 10 de diciembre de 2003, es que llegábamos con el alma llena pero las manos vacías. Y permítanme decirles ¿por qué tengo esa convicción?
En aquellos días duros, difíciles, inciertos, cuando todas las señales indicaban que lo cauto era desensillar hasta que aclare, nosotros nos subíamos al caballo dispuestos a clavarle las espuelas para echarnos a andar lo antes posible.
Estábamos obligados a cabalgar en pelo: no teníamos recursos materiales, no teníamos créditos, no teníamos inversionistas dispuestos a apostar su capital ni de empresarios dispuestos a arremangarse y generar trabajo y riquezas.
Pero peor aún, tampoco teníamos un tejido social saludable y homogéneo que pudiera soportar tanta injusticia, tanta carencia y tanto desánimo que, como las Siete Plagas, venían arrasando con la vida de los argentinos.
Lo cierto es que así como no teníamos esas fortalezas fundamentales, tampoco teníamos espacio político para seguir pidiendo paciencia infinita a quienes veían que se les estaba cayendo la vida y el futuro en pedazos.
Sí: más nos vale que, aunque duela, hoy debemos obligarnos a que la memoria haga su trabajo. Lo digo porque: para no condenarnos a repetir la historia, es imprescindible mirar atrás y convencernos de que lo vivido fue una experiencia penosa, un momento de resquebrajamiento republicano que aunque superado hace tiempo fue causa de dolor y desasosiego para millones de compatriotas.
Nadie puede vendernos gato por liebre tratándose de aquellos tiempos aciagos.
Nadie puede minimizarlos, ni banalizarlos. Y lo digo porque puedo dar testimonio personal de ese período de la vida nacional, y el mejor ejemplo fue ese momento cúlmine en que estando aquí de pie frente a esta magna asamblea, tuve la terrible conciencia de que llegábamos tal como les acabo de contar: con las manos vacías.
Sé que ninguno de los que hoy estamos aquí me desmentiría si yo dijese que vivíamos instancias de mucha preocupación, porque sobraban las amenazas y faltaban las certeza, y porque sabíamos qué hacer pero no sabíamos si íbamos a tener con qué hacerlo.
Preocupación a fallarles a los chicos, a los abuelos, a las mujeres, a los enfermos, a los jóvenes, por todos y por todo lo que habíamos elegido cargar sobre nuestras espaldas. Pero pese a ello –y no sé si no debiera decir, gracias a ello- también veníamos con el alma bien puesta.
Ese, ése y no otro era nuestro consuelo y nuestra arma secreta: lo que no teníamos en las manos lo teníamos en el espíritu que nos animaba. Y ahí éramos ricos. Ricos, sí, porque teníamos entusiasmo, teníamos ideas, teníamos una voluntad que ya intuíamos inquebrantable.
Teníamos la profunda sensación de que el proyecto de país que soñaba aquel flaco tozudo, valiente y animoso de la Casa Rosada, era el mismo proyecto nuestro.
Y aquí quiero rendirle mi más sincero homenaje a un amigo de los sanjuaninos, a uno de los mejores presidentes que ha tenido la Argentina, Néstor Kirchner. Y para él no les pido un minuto de silencio, sino un minuto de aplausos, como se debe homenajear a los más grandes.
Y es verdad: teníamos el compromiso que ese compañero entrañable realizara frente a todos los sanjuaninos, y sabíamos que ni él ni nosotros habíamos llegado para hacernos los desentendidos, o para bajar los brazos frente al primer escollo, sino para ponerle el pecho a tanta adversidad y tantas frustraciones.
Todo eso teníamos. Y si me preguntan hoy, no sé si era suficiente, pero sí sé que era más que lo que los argentinos habíamos tenido en mucho tiempo.
Así fue aquella primera jornada de un gobierno que debió luchar a brazo partido no sólo contra la parálisis económica y las crueles condiciones sociales existentes, sino contra una honda sensación de desaliento, de pesimismo, de condena al fracaso que veíamos cómo se agigantaba incesantemente a lo largo de los últimos años.
En todos los meses previos, meses de campaña, duros meses de recorrer cada centímetro de la provincia y ver cara a cara la verdad de nuestra gente, registrábamos el desánimo y la desesperación plasmados en blanco y negro en todas las encuestas. Pero no era necesario ningún estudio para corroborar la tristeza de los rostros y el abatimiento de los corazones que reinaba en los sanjuaninos.
Cualquiera hubiera jurado que aquel desánimo mayúsculo era para siempre, hasta que un día la historia empezó a cambiar.
Así fue: de pronto, poco a poco, allá por abril o mayo del 2003, una palabra comenzó a alumbrar nuestro camino. Una simple palabra que fue creciendo y haciéndose carne en la gente. Una palabra que llegó a borrar el odioso divorcio entre la sociedad civil y el estado. Una palabra que logró aplacar los sectarismos, que logró apaciguar las reyertas, e incluso logró espantar a los agoreros que, parados desde la vereda del frente con las manos en los bolsillos, nos auguraban calamidades de todo tipo.
Fue la palabra Esperanza.
Una palabra mágica, que tuvo el excepcional mérito de reunir voluntades y corazones, de conectar deseos profundos y exigencias justas, de enlazar necesidades con proyecto. Una palabra que le puso aun más responsabilidad y exigencia a nuestro programa de la Segunda Reconstrucción de San Juan.
Y hablando de ello, hay algo que en verdad necesito que quede meridianamente claro: me refiero a que si la palabra esperanza fue componente esencial de nuestra gestión, hay otra palabra que jamás existió para nosotros: casualidad.
Es verdad: en estos años ninguna acción de gobierno quedó librada al azar ni las cosas salieron como salieron por pura suerte. Y es que a fines del 2003 nosotros no llegábamos a improvisar, no llegábamos a ver qué pasaba, no llegábamos a estirar la mano a ver si nos daban alguna migaja desde la Casa Rosada.
No, mis amigos, nosotros llegábamos sabiendo con toda claridad lo que teníamos que hacer, con un plan estudiado y en perfecta alineación con el proyecto nacional de Néstor y Cristina. Y si al principio era difícil garantizar que contaríamos con los recursos para cumplir nuestro programa, sí sabíamos que íbamos a dejar el pellejo entero para intentar hacerlo.
En un período, en dos, o finalmente en tres, porque vimos que era posible. Contra viento y marea, doblegando malos presagios, enfrentando muchas ráfagas de viento en contra, pero era posible. Y lo supimos porque empezamos a ver que el sanjuanino nos creía y acompañaba, que se abrían más y más puertas, que llegaba la inversión, la fe, la innovación, las ganas.
Vimos que sólo los pusilánimes seguían poniéndose límites y levantando barreras, mientras que en cambio nosotros no sólo podíamos reconstruir, sino más aun: podíamos fundar. ¿Saben por qué? No por soberbia, ni por mesianismo, sino porque, por lo contrario, llegábamos con la fe de la gente como el más poderoso de los motivos y la mayor humildad como estandarte. Una humildad que se reflejaba en palabras del discurso del 10 de diciembre de 2003 que, releyéndolas años más tarde, entendí aun más su relevancia clave.
Decían textualmente: ha llegado el momento de comprender que el concepto de “Primer Mandatario” no significa “el que más manda sino “el primero en tener que cumplir el mandato”. Y por eso vamos a ser dignos de la esperanza del pueblo del que somos parte, demostrándole que para cada uno de nosotros el ejercicio del poder no otorga derechos sino obligaciones. No implica prebendas sino responsabilidades. No proporciona salvoconductos a la ambición sino al esfuerzo.
Creo que cumplimos los compromisos éticos que se desprenden de esas palabras, pero no vayan a pensar que hay un mérito especial en ello: ser decente, ser sensato, ser estricto, ser trabajador no son sino justas imposiciones del que entrega su vida al quehacer público.
Con esa actitud, con entusiasmo y –lo repito una vez- con la mayor humildad, nos dedicamos a desmentir a todos aquellos que nos decían que no se podía cambiar ni el estado calamitoso de la hacienda pública ni el estado calamitoso del alma de un pueblo en 4 años. Y se equivocaron: porque ya hacia el final de aquel primer mandato, San Juan tenía otra cara y veíamos luz al final del túnel.
Así fue: la esperanza que la gente había puesto en una gestión que apenas despuntaba nos determinó a que nuestra Segunda Reconstrucción fuera posible, fuera cierta y fuera la palanca que nos devolviera aquello que jamás debiéramos haber perdido: el orgullo de ser sanjuaninos.
Sabíamos que estábamos recorriendo el camino adecuado, que íbamos más rápido aun de lo pensado, que teníamos las convicciones intactas y el entusiasmo al tope. Pero aun faltaba mucho, aun no alcanzábamos siquiera la mitad de las realizaciones que nos habíamos propuesto, por lo que nos aventuramos a pedir un nuevo voto de confianza. Y lo obtuvimos en un porcentaje largamente mayor que en el 2003, por una simple razón: en vez de hablar, hicimos.
En efecto, al culminar nuestro primer mandato, San Juan registraba cuatro años de crecimiento consecutivo, gracias a los cuales ya era posible visualizar una provincia bien estructurada socialmente, jurídicamente ordenada, más industrializada, con productos y servicios de mayor valor agregado, con empresas locales que comenzaban a emplear más y más talento y mano de obra local de primera calidad, con profesionales que estudiaban en San Juan y se quedaban en San Juan. Pero sobre todo, con gente que empezaba a recuperar la fe y la alegría porque se le estaban devolviendo poco a poco todas sus dignidades esenciales.
A comienzos del 2007, los sanjuaninos comenzábamos a sentirnos protagonistas de una verdadera refundación socioeconómica, cuyo horizonte -por primera vez en muchas décadas- era la posibilidad cierta de comenzar a vivir una sociedad más justa, más inclusiva, más competitiva y con más oportunidades para todos.
Era un panorama jamás soñado como resultado de un período tan breve, pero que el propio Néstor Kirchner había imaginado cuando determinó que el proyecto que compartíamos necesitaba de un fuerte despegue económico pero, según sus propias palabras “no buscando la rentabilidad financiera sino la rentabilidad social, la rentabilidad de la integración, la rentabilidad de la inclusión”.
A lo largo de este segundo período de gestión que acaba de culminar echamos a correr a todo vapor la locomotora del desarrollo productivo alimentada por dos combustibles inigualables: la potencia del capital privado junto con la presencia solidaria del estado. Y hablamos de un estado presente, comprometido pero no invasivo. Un estado respetuoso, activo, competente y solidario. Un estado ni bobo, ni que se quiera pasar de vivo.
Gracias a ello, hoy San Juan es la provincia de más crecimiento, la que registra mayor aumento en sus exportaciones y la que crea más nuevos empleos.
Pero también, la que registra mejores índices en materias sociales e institucionales tan relevantes como nutrición, escolaridad, salud, atención del parto, mortalidad infantil, incorporación de jóvenes y mujeres al trabajo, administración transparente y cumplimiento fiscal.
Los resultados hablan por sí mismos: inauguramos decenas de escuelas, erradicamos villas de emergencia, levantamos miles de casas, pavimentamos cientos de kilómetros de calles y caminos, llevamos el agua y la luz hasta los poblados más remotos, construimos y refaccionamos decenas de establecimientos de salud, entregamos más de 40.000 jubilaciones y pensiones dignas, le dimos batalla con los mejores resultados a la desnutrición infantil, a la drogadicción y el alcoholismo.
Somos ejemplo tanto por lo que somos como por lo que hacemos. Y es así porque actuamos en consecuencia, con humildad, con pasos firmes, con deseos claros, con acciones transparentes. Y porque, además, estamos comprometidos hasta la médula con la determinación de que San Juan tenga en sus propias manos el destino de su gente.
En eso estamos y está claro que la expresión mayoritaria del 23 de octubre nos está marcando un camino que no vamos a desandar. Que sepan los inversores de todo el mundo que tenemos la puerta abierta para asociarnos a sus proyectos y juntos seguir generando trabajo, progreso, tecnología. Que sepan que aquí las reglas son claras y no se cambian por capricho. Que sepan que aquí van a encontrar respeto y colaboración. Que sepan que nuestra gente está calificada, que es estudiosa, esforzada y decente.
Que sepan que nuestras leyes son sensatas y sólo exigimos lo que es justo para nuestra gente, nuestro estilo de vida y nuestro medio ambiente.
Y si quieren ejemplos concretos, que vean el despegue de la industria, del complejo agroindustrial, del turismo. Que vean el auge de la construcción, el aumento de las tierras cultivadas, los nuevos hoteles y hosterías, el ímpetu exportador, el impulso a las energías alternativas.
Que vean, por supuesto, nuestro extraordinario desarrollo minero. Un desarrollo cuyos resultados se transforman en cientos de obras y realizaciones a lo largo y ancho de San Juan. Y en mucho trabajo digno con salario digno para miles de sanjuaninos.
Vengan a San Juan. Vengan y vean cómo ha florecido una provincia que se sentía pobre porque no sabía que era rica. Vengan y vean cómo se puede conciliar desarrollo con cuidado del medio ambiente, progreso económico con respeto por la cultura local, modernidad con tradición.
Es verdad: durante nuestros primeros 8 años nos dedicamos con absoluto fervor a responder al mandato de la urgencia, a reparar las peores injusticias, a alimentar a los más desvalidos y acompañar a los más solos.
Esa tarea no ha terminado, pero tiene enormes grados de evolución. Tanto, que hoy podemos pensar en avanzar también hacia esos vastos y esforzados sectores medios, especialmente en lo referido a sus necesidades de vivienda, salud, seguridad, y educación para sus hijos.
Asimismo, para estos cuatro años finales de servicio a la provincia, me comprometo también a poner todo mi empeño en dos grandes espacios de gestión.
En primer lugar, acometer las grandes obras que signarán nuestro futuro, como la terminación del Dique Punta Negra, el inicio de Tambolar y la concreción de ese preciado sueño que es el Túnel de Agua Negra.
En este tema –que es nuestra gran ilusión- no puedo dejar de mencionar el notable avance de las obras en la ruta 150, pieza clave del Corredor Bioceánico.
El segundo gran espacio de gestión se refiere a profundizar nuestras políticas de desarrollo de la minería no contaminante, la producción de energías alternativas, el apoyo irrestricto a los emprendedores, y el esfuerzo redoblado por penetrar mercados a lo largo y ancho del mundo.
Todos éstos –y muchos más que están surgiendo todos los días y en todos los sectores- son los grandes temas a los que nos dedicaremos con más pasión que nunca y sobre los que ya se asientan las bases del éxito sanjuanino.
Se los digo con absoluta convicción, porque si el pueblo sanjuanino me ha honrado con un nuevo y último mandato es porque está de acuerdo en que el camino del desarrollo de San Juan es sólo de ida. Y así como no hay atajos porque todo debe hacerse con mesura y equilibrio, créanme: tampoco hay regreso al pasado.
Por cierto, si en el 2003 habíamos llegado al gobierno con el impulso de la esperanza, de ahí en adelante –y hoy más que nunca- nos hemos dedicado a la gestión bajo la advocación de unas palabras del más grande de los sanjuaninos: cuando a Sarmiento, aun candidato a gobernador provincial, le preguntaron cuál sería su política si era electo, simplemente respondió: “trabajar, trabajar y trabajar”.
Así nos pusimos en marcha y así continuamos sin detenernos. Simplemente trabajando, trabajando y trabajando, como hoy nos juramentamos en seguir haciéndolo.
Cuando miramos hacia atrás y hacemos un resumen objetivo de la tarea realizada, no nos cabe duda que la suma de todo lo que humanamente hemos sido capaces de llevar a cabo ha tenido un maravilloso resultado final: los sanjuaninos hemos recuperado nuestra autoestima.
Pero entendámonos: autoestima no es soberbia, ni presunción, ni arrogancia. Y tampoco falta de solidaridad con quien necesite de nuestra ayuda. Por el contrario, autoestima es saber quiénes somos y cuánto valemos, para desde ahí aprender con mucha humildad a ser mejores, más sabios y más humanos.
No puedo terminar estas palabras sin agradecer a todos quienes han colaborado con tanta determinación y capacidad en estos años, especialmente a quienes han sido mis compañeros de fórmula en los períodos anteriores. Entonces, un reconocimiento grande y cariñoso a Marcelo y a Rubén, así como a todos quienes hicieron posible que llegáramos al día de hoy con la tranquilidad que otorga haber trabajado a conciencia.
Desde hoy en adelante yo les ruego a todos que me sigan acompañando, y con ello los invito a construir a partir de nuestros logros. Con apertura, con grandeza, con inclusión, sabiendo que hay espacio para cada uno de nuestros comprovincianos, porque –como siempre he dicho- en San Juan nadie sobra, nadie está de más y nadie debe sentirse ajeno.
Queridas sanjuaninas, queridos sanjuaninos: muchas gracias por permitirme terminar lo que empezamos hace ocho años, muchas gracias por creer y por confiar. Muchas gracias por seguir con la bandera de la esperanza izada y flameando con más fuerza que nunca.
Ya sabemos que juntos todo es posible. Ahora, juntos, vamos a sembrar futuro.
Gracias y que Dios nos bendiga y nos siga ayudando a todos.
JOSE LUIS GIOJA

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