Discurso en el cerro Chacarillas con ocasión del
Día de la Juventud
Augusto Pinochet
[9 de Julio de 1977]
Al celebrarse hoy el Día de la Juventud que
instituyéramos hace dos años en este mismo lugar, retorno a él con renovada fe
en el futuro de Chile.
Concurro así a la invitación que me ha formulado el
Frente Juvenil de Unidad Nacional, que también celebra en esta noche el segundo
aniversario de su creación, como un movimiento propio y responsable de la
juventud chilena, que quiso identificar su compromiso con la defensa y
proyección histórica del 11 de septiembre, uniéndolo a aquel imperecedero
ejemplo de patriotismo que representa la inmolación de los 77 héroes juveniles
de La Concepción.
Mi corazón de viejo soldado revive con profunda emoción el coraje insuperable de Luis Cruz Martínez y de los otros 76 jóvenes chilenos, que junto a él, en plena soledad de la sierra peruana, supieron demostrar con la entrega de sus vidas, que nuestra Patria y los valores permanentes del espíritu están por encima de cualquier sacrificio personal que su defensa pueda demandar.
Mi corazón de viejo soldado revive con profunda emoción el coraje insuperable de Luis Cruz Martínez y de los otros 76 jóvenes chilenos, que junto a él, en plena soledad de la sierra peruana, supieron demostrar con la entrega de sus vidas, que nuestra Patria y los valores permanentes del espíritu están por encima de cualquier sacrificio personal que su defensa pueda demandar.
Mi espíritu de Presidente de la República se llena de
justificada esperanza, al contemplar que la juventud de hoy ha sabido descubrir
el sello de eternidad y de exigencia que encierra para las generaciones
siguientes la sangre que nuestros mártires derramaron pensando en la grandeza
futura de Chile.
Como muy bien lo señaláis en el lema que habéis
escogido, ellos murieron porque soñaban en una Patria libre, unida, grande y
soberana. Convertir ese ideal en la más plena realidad posible, efectivamente
es y será vuestra obra. Abriros diariamente el surco para que podáis emprender
y proseguir esa tarea, es en cambio la difícil e irrenunciable misión que Dios
y la historia han colocado sobre nuestros hombros.
Hace muy poco, de nuevo el pueblo chileno supo
reeditar durante tres años de heroica lucha en contra de la inminente amenaza
de totalitarismo comunista, aquel supremo grito de guerra de la Batalla de la Concepción : “Los
chilenos no se rinden jamás” . Y cuando acudiendo al llamado angustioso de
nuestra ciudadanía, las Fuerzas Armadas y de Orden, decidieron actuar el 11 de
septiembre de 1973, nuevamente nuestra tierra fue regada por la sangre de
muchos de nuestros hombres, que cayeron luchando por la liberación de Chile.
Quedaba de este modo en evidencia que el temple de
nuestra raza y la fibra de nuestra nacionalidad para defender la dignidad o la
soberanía de nuestra patria no habían muerto ni podrían morir jamás, porque son
valores morales que se anidan en el alma misma de la chilenidad. Hoy, volvemos
a enfrentar una lucha desigual, contra una acción foránea de diversos orígenes
y tonalidades, que a veces adopta la forma de la agresión enemiga, y que en
otras ocasiones se presenta bajo el rostro de una presión amiga.
En ese complejo cuadro, Chile continuará actuando
con la prudencia y mesura que tradicionalmente han caracterizado nuestra
política internacional, aun en horas muy difíciles. Nuestra colaboración hacia
los organismos internacionales y nuestro diálogo franco y leal con los países y
Gobiernos amigos seguirán comprometiendo los mejores esfuerzos y la más amplia
buena voluntad de parte nuestra. Pero por ningún motivo permitiremos que dicha
actitud se confunda con debilidad o vacilación ante quienes pretendan dictarnos
desde el exterior, el camino que debemos seguir, ya que su determinación es de
exclusivo resorte de nuestra soberanía interna.
Por esta razón, dispuse recientemente que
renunciáramos a la solicitud de un crédito externo, cuyo otorgamiento pretendió
condicionarse públicamente a un examen de un Gobierno extranjero acerca de la
evolución de nuestra situación en materia de derechos humanos. Estoy cierto de
que en esta actitud me acompaña el país entero, porque si hay algo que todo
chileno de verdad tiene muy en claro es que la dignidad de nuestra patria no se
transa ni se hipoteca ante nada ni frente a nadie.
Desbordes del imperialismo
ya superados
Quienes pretenden doblegarnos con presiones o
amenazas foráneas, se equivocan rotundamente, y sólo verán crecer una cohesión
interna que siempre se agiganta ante la adversidad. Quienes, por su parte
pretenden desde el interior aliarse con estos desbordes internacionales que
parecieran revivir formas de imperialismo que creíamos ya superadas en el Occidente,
sólo logran retratarse mejor en sus ambiciones sin freno, y hacerse acreedores
al justo desprecio del pueblo chileno.
Menos aceptable son todavía los intentos de
intervención foránea cuando la causa que se invoca para ella es una supuesta
defensa de los derechos humanos.
Nuestra historia y nuestra idiosincrasia se han
forjado en el respeto a la dignidad del hombre. Sólo una amarga experiencia
reciente, que estuvo a punto de conducirnos a la guerra civil, nos ha hecho
comprender que los derechos humanos no pueden sobrevivir en un régimen político
y jurídico que abre campo a la agresión ideológica del marxismo-leninismo, hoy
al servicio del imperialismo soviético, o a la subversión terrorista, que
convierte a la convivencia social en una completa anarquía.
Resulta incomprensible que toda restricción a
determinados derechos de las personas se enjuicie como una presunta
transgresión de los derechos humanos, mientras que la actitud débil o
demagógica de muchos gobiernos frente al terrorismo no merezca reparo alguno en
la materia, aun cuando es evidente que ella se traduce en una complicidad por
omisión, con una de las formas más brutales de violación de los derechos
humanos.
Es posible que nuestro enfoque más amplio y
profundo en esta materia sea difícil de comprender para quienes no han vivido
un drama como el nuestro. He ahí, en cambio, la razón por la cual las
limitaciones excepcionales que transitoriamente hemos debido imponer a ciertos
derechos, han contado con el respaldo del pueblo y de la juventud de nuestra
Patria, que han visto en ella el complemento duro pero necesario para asegurar
nuestra Liberación Nacional, y proyectar así amplios horizontes de paz y
progreso para el presente y el futuro de Chile. La juventud se ha destacado por
su comprensión visionaria hacia la exigencia histórica que afrontamos en el
sentido de dar vida a un Nuevo Régimen político institucional.
Es por ello que, al cumplir el Frente Juvenil dos
años de vida, siento el deber de expresar que, respetando el carácter
plenamente autónomo e independiente de este movimiento, el Gobierno que preside
aprecia debidamente los importantes avances que aquel ha ido logrando en su
misión de unir a la juventud chilena en cursos humanos, geográficos y
económicos; con el 11 de septiembre y con la nueva institucionalidad que a
partir de esa fecha está surgiendo. De ahí que haya escogido esta noche, que ya
se identifica con la juventud de nuestra Patria, para señalar públicamente los
pasos fundamentales que hemos delineado para avanzar en el proceso
institucional del país. Nada me parece más apropiado que hacerlo en un acto
juvenil, ya que seréis vosotros, jóvenes chilenos, los responsables de dar
continuidad a la tarea en que estamos empeñados y los más directos beneficiados
con el esfuerzo que en ella ha puesto desde su inicio, el país entero.
Frente al éxito ya perceptible del plan económico,
el progreso en las medidas de orden social, y el orden y la tranquilidad que
hoy brindan una vida pacífica a nuestros compatriotas, la atención pública se ha
centrado ahora en mayor medida en nuestro futuro jurídico-institucional. Las
sanas inquietudes de la juventud y de otros sectores nacionalistas por una
participación cada vez mayor se inserta en esa realidad.
Para un adecuado enfoque de este problema, es
conveniente reiterar una vez más, que el 11 de septiembre no significó sólo el
derrocamiento de un Gobierno ilegítimo y fracasado, sino que representó el
término de un régimen político-institucional definitivamente agotado, y el
consiguiente imperativo de construir uno nuevo.
No se trata pues de una tarea de mera restauración
sino de una obra eminentemente creadora, sin perjuicio de que dicha creación
para ser fecunda debe enraizarse en los signos profundos de nuestra auténtica y
mejor tradición nacional.
Nuestra democracia
Ello nos señala el deber de caminar por el sendero
del Derecho, armonizando siempre la flexibilidad en la evolución social con la
certeza de una norma jurídica objetiva e impersonal, que obligue por igual a
gobernantes y gobernados. En esa perspectiva, advertimos nítidamente que
nuestro deber es dar forma a una nueva democracia que sea autoritaria,
protegida, integradora tecnificada y de auténtica participación social,
características que se comprenden mejor cuando el individuo se despoja de su
egolatría, ambición y egoísmo.
Una democracia es autoritaria, en cuanto debe
disponer un orden jurídico que asegure los derechos de las personas, con una
adecuada protección de los Tribunales de Justicia independientes y dotados de
imperio para hacer cumplir sus resoluciones.
Protegida, en cuanto debe afianzar como doctrina
fundamental del Estado de Chile el contenido básico de nuestra Declaración de
Principios, reemplazando el Estado liberal clásico, ingenuo e inerme, por uno
nuevo que esté comprometido con la libertad y la dignidad del hombre y con los
valores esenciales de la nacionalidad. Consiguientemente, todo atentado en
contra de estos principios, cuyo contenido se ha ido precisando en las Actas
Constitucionales vigentes, se considera por éstas como un acto ilícito y
contrario al ordenamiento institucional de la República. La
libertad y la democracia no pueden sobrevivir si ellas no se defienden de
quienes pretenden destruirlas.
Integradora, en cuanto debe robustecer el Objetivo
Nacional y los Objetivos permanentes de la Nación , para que por encima de legítimas
divergencias en otros aspectos más circunstanciales, los sucesivos Gobiernos
tengan en el futuro la continuidad esencial que les ha faltado en el pasado. De
ahí debe brotar un poderoso elemento de unidad de la gran familia chilena, a la
cual se ha pretendido sistemáticamente disgregar por tanto tiempo, impulsando
una lucha de clases que no existe y no debe existir.
Tecnificada, en cuanto al vertiginoso progreso
científico y tecnológico del mundo contemporáneo, no puede ser ignorado por las
estructuras jurídicas, resultando en cambio indispensable que se incorpore la
voz de los que saben al estudio de las decisiones. Sólo ello permitirá colocar
la discusión en el grado y nivel adecuados, reducir el margen de debate
ideológico a sus justas proporciones, aprovechar el aporte de los más capaces,
y dar estabilidad al sistema.
De auténtica participación social, en cuanto a que
sólo es verdaderamente libre una sociedad que, fundada en el principio de
subsidiariedad, consagra y respeta una real autonomía de las agrupaciones
intermedias entre el hombre y el Estado, para perseguir sus fines propios y
específicos. Este principio es la base de un cuerpo social dotado de vitalidad
creadora, como asimismo de una libertad económica que, dentro de las reglas que
fija la autoridad estatal para velar por el bien común, impida la asfixia de
las personas por la férula de un Estado omnipotente. Estamos frente a una tarea
que, por su naturaleza y envergadura, debe ser gradual. De este modo, nos
alejamos por igual de dos extremos: el del estancamiento, que más tarde o más
temprano siempre conduce los procesos sociales a rupturas violentas, y el de la
precipitación, que traería consigo la rápida destrucción de todo nuestro
esfuerzo, el retorno del régimen anterior con sus mismos hombres y vicios y,
muy pronto, un caos similar o peor al que vivimos durante el Gobierno marxista.
Las etapas
El proceso concebido en forma gradual contempla
tres etapas: la de recuperación, la de transición y la de normalidad o
consolidación. Dichas etapas se diferencian por el diverso papel que en ellas
corresponde a las Fuerzas Armadas y de Orden, por un lado, y a la civilidad,
por el otro. Asimismo, se distinguen por los instrumentos jurídico-institucionales
que en cada una de ellas deben crearse o emplearse.
En la etapa de recuperación el Poder Político ha
debido ser integralmente asumido por las Fuerzas Armadas y de Orden, con
colaboración de la civilidad, pero en cambio, más adelante, sus aspectos más
contingentes serán compartidos con la civilidad, la cual habrá de pasar así de
la colaboración a la participación.
Finalmente, entraremos en la etapa de normalidad o
consolidación, el Poder será ejercido directa y básicamente por la civilidad,
reservándose constitucionalmente a las Fuerzas Armadas y de Orden el papel de
contribuir a cautelar las bases esenciales de la institucionalidad, y la
seguridad nacional en sus amplias y decisivas proyecciones modernas.
Hoy nos encontramos en plena etapa de recuperación,
pero estimo que los progresos que en todo orden estamos alcanzando, nos llevan
hacia la de transición.
Durante el período que falta de la etapa de
recuperación, será necesario completar la dictación de Actas Constitucionales,
en todas aquellas materias de rango constitucional aún no consideradas por
ellas, como también de algunas leyes trascendentales, como de seguridad,
trabajo, previsión, educación y otras que se estudiarán en forma paralela. De
esta manera, quedará definitivamente derogada la Constitución de 1925,
que en sustancia ya murió, pero que jurídicamente permanece vigente en algunas
pequeñas partes, lo que no resulta aconsejable.
Simultáneamente, deberán revisarse las Actas
Constitucionales ya promulgadas, en aquellas materias donde su aplicación
práctica hubiere demostrado la conveniencia de introducir ampliaciones,
modificaciones o precisiones.
La culminación de todo este proceso de preparación
y promulgación de las actas constitucionales, que continuará desarrollándose
progresivamente desde ahora, estimo que deberá en todo caso estar terminado
antes del 31 de diciembre de 1980, ya que la etapa de transición no deberá
comenzar después de dicho año, coincidiendo su inicio con la plena vigencia de
todas las instituciones jurídicas que las actas contemplen.
Entre las referidas actas constitucionales, ocupa
un lugar prioritario la que habrá de regular el ejercicio y la evolución de los
Poderes Constituyente, Legislativo y Ejecutivo. Para orientar en esta materia a
la Comisión
de Estudios de la
Nueva Constitución , el Presidente que os habla entregará
próximamente ciertas directrices fundamentales que permitan a dicha comisión
preparar el anteproyecto pertinente, para su posterior consulta al Consejo de
Estado, antes del pronunciamiento final que corresponderá a la Junta de Gobierno.
Dichas orientaciones para el esquema que deberá
regir en la etapa de transición son principalmente las siguientes:
- El Poder Constituyente deberá permanecer siendo
ejercido por la Junta
de Gobierno. Sin embargo, él se ejercerá normalmente con previa consulta al
Consejo de Estado.
- El Poder Ejecutivo deberá permanecer siendo
ejercido por el Presidente de la
Junta de Gobierno, en calidad de Presidente de la República , y con las
facultades de que hoy está investido.
- El Poder Legislativo, de acuerdo a la tradición
nacional, deberá tener dos colegisladores: el Presidente de la República y una Cámara
Legislativa o de Representantes, como se podría denominar, sin perjuicio de las
facultades legislativas que, en esta etapa de transición, deberá mantener la Junta de Gobierno, en
carácter extraordinario.
Estas autoridades deberán comprender, por una
parte, el derecho de cada uno de sus integrantes a presentar proyectos de ley a
través de la Presidencia
de la República ,
y por la otra, la facultad de solicitar, antes de la promulgación de cualquier
ley, que su texto sea revisado por la
Junta de Gobierno. En este último caso, si en la Junta prevaleciera la
opinión de que un precepto atenta contra la Seguridad Nacional ,
éste no podrá ser promulgado. Se trata de un veto absoluto, destinado a operar
en los casos en que la Junta
de Gobierno lo interponga, a petición de cualquiera de sus miembros,
diferenciándose así del veto ordinario del Presidente de la República frente a la Cámara Legislativa.
Por su parte, y tal como lo expusiera el 18 de
marzo pasado, la
Cámara Legislativa o de Representantes deberá tener una
composición mixta: un tercio de sus miembros habrá de corresponder a
personalidades de alto relieve nacional, que la integrarán por derecho propio o
por designación presidencial, y los otros dos tercios restantes, serán
representantes de Regiones o agrupaciones de Regiones, en una cantidad
proporcional al número de sus habitantes.
En cuanto a la legislación ordinaria, se deberán
contemplar sistemas de iniciativa de las leyes, de veto presidencial y otros,
que eviten los excesos demagógicos que caracterizaron a los últimos períodos de
nuestro anterior Parlamento.
Especial importancia cabe atribuir a que la Cámara Legislativa
cuente con Comisiones Técnicas, en que participen establemente, con derecho a
voz, las personas más calificadas en el plano científico, técnico y profesional
en las diversas materias.
La instalación de esta Cámara Legislativa deberá
realizarse durante el año 1980 y para su primer período, cuya duración será de
4 ó 5 años, dado que no es factible la realización de elecciones, los
representantes de las Regiones habrán de ser designados por la Junta de Gobierno.
Posteriormente, en cambio, dichos representantes
regionales se elegirán ya por sufragio popular directo, de acuerdo a sistemas
electorales que favorezcan la selección de los más capaces, y que eviten que
los partidos políticos vuelvan a convertirse en máquinas monopólicas de la
participación ciudadana.
Constituida la Cámara Legislativa
en este período, es decir, con dos tercios de sus miembros elegidos
popularmente, deberá corresponder a la propia Cámara el designar al ciudadano
que a partir de esa fecha desempeñará el cargo de Presidente de la República por un período
de seis años.
Simultáneamente con lo anterior, que implicará el
paso de la etapa de transición a la de consolidación, corresponderá aprobar y
promulgar la nueva Constitución Política del Estado, única y completa,
recogiendo como base la experiencia que arroje la aplicación de las Actas
Constitucionales. La etapa de transición servirá así para culminar los estudios
del proyecto definitivo de la nueva Carta Fundamental.
Al bosquejar este plan general ante el país, el
Gobierno cree cumplir con su misión de esclarecer las líneas básicas sobre las
cuales anhela desarrollar nuestra evolución institucional próxima, durante la
cual también será necesario intensificar la elaboración y consagración jurídica
de las nuevas formas de participación social, tanto de carácter gremial o
laboral, como estudiantil, profesional, vecinal y de las demás expresiones
ciudadanas en general.
Jóvenes chilenos:
La posibilidad de materializar integralmente este
plan está sujeta a la condición de que el país siga presentando los signos
positivos que nos han permitido avanzar hasta la fecha. Para ello se requiere
indispensablemente el concurso patriótico de toda la ciudadanía, y muy
especialmente, el idealismo generoso de la juventud, que debe encender de
mística nuestro camino hacia el futuro.
No ignoro que se levantarán muchos escollos,
ambiciones y personalismos, que de mil maneras pretenderán impedir nuestra
marcha, y hacernos volver hacia atrás, donde sólo nos esperarían las penumbras
de la esclavitud. Pero estoy seguro de que la luz que emerge al final de
nuestra ruta será siempre más fuerte y más luminosa, y por encima de todo,
confío plenamente en Dios, en el pueblo de Chile, y en nuestras Fuerzas Armadas
y de Orden que, con patriotismo, hoy guían sus destinos.
Mis queridos jóvenes:
El futuro de Chile está siempre en vosotros, cuya
grandeza estamos labrando.
Augusto Pinochet
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