DISCURSO EN EL CIERRE DE LA
CUMBRE EXTRAORDINARIA DE LAS AMÉRICAS
Néstor Kirchner
[14 de Enero de 2004]
Pensamos que es bueno aprovechar estos
encuentros multilaterales para hacer conocer nuestra visión acerca de la marcha
de la región. Compartimos que la mayor prueba que tiene que afrontar esta
Cumbre y la que esperamos se pueda luego concretar en nuestro país es la
creación de oportunidades reales para que la gente de nuestro hemisferio pueda
mejorar su calidad de vida. Para ello es fundamental no aceptar el doble
estándar que supone la dualidad crónica entre el discurso y la acción, entre lo
que se programa y lo que se realiza.
Mejorar la vida de nuestros conciudadanos requiere la puesta en práctica de medios adecuados a los fines que postulamos.
Mejorar la vida de nuestros conciudadanos requiere la puesta en práctica de medios adecuados a los fines que postulamos.
Para tener mejor democracia, más educación,
mejor salud, más eficacia en la lucha contra la corrupción, más equidad,
necesitamos dotarnos de herramientas apropiadas y controles que permitan ir
midiendo los avances reales en casos y países concretos.
El acceso a una educación de alta calidad,
como el contar con un sistema de salud pública adecuado, resultan para nuestros
pueblos condiciones necesarias parra lograr la inclusión en la economía de este
nuevo milenio y con ello la concreción del ideal de la igualdad de
oportunidades.
Sin una lucha frontal contra la corrupción
no podrá incrementarse la calidad de nuestras democracias. El combate contra el
flagelo de la corrupción y el de la evasión fiscal son caras de una misma
moneda que pone a resguardo los fondos públicos para contar con los medios
suficientes que permitan encarar la solución de los problemas que plantea la
gobernabilidad.
Un claro posicionamiento contra el
terrorismo internacional y la adopción de políticas de inclusión y desarrollo
de las que hablamos son centrales para incrementar la seguridad hemisférica.
Por otro lado, no se trata ya de
conformarnos con el afianzamiento de la democratización que ha recorrido todo
el hemisferio y aleja el fantasma de los gobiernos dictatoriales con sus
secuelas de prácticas criminales de terrorismo de Estado, el derecho a vivir en
democracia se ha ido integrando al patrimonio cívico de los americanos de modo
creciente e irreversible. Se trata sí, en un marco de políticas que
internalicen la necesidad de un manejo responsable, eficiente y sin corrupción
de las finanzas públicas, de lograr un crecimiento sustentable en base a
incremento de la producción, el crecimiento del empleo y de la ocupación en un
marco de equidad distributiva.
El pasado reciente y la actualidad prueban
día a día, a un altísimo costo, la fragilidad de los modelos que encandilados
con los números de la macroeconomía, basados en el ajuste permanente y en la
concentración del ingreso en unos pocos, generan la exclusión social de
millones de hombres y mujeres de nuestro continente. Si la desigualdad gana la
batalla no existe desarrollo sustentable. Sin desarrollo sustentable las crisis
institucionales y las caídas de gobiernos democráticos seguirán siendo moneda
corriente en nuestro continente. Gobernabilidad democrática está
definitivamente vinculado con viabilidad económica e inclusión social.
Hemos aprendido con sufrimiento que un
programa económico no es sostenible si no incluye a la población. En ningún
país ningún programa puede convivir mucho tiempo con altas tasas de pobreza,
desempleo e informalidad. El mundo necesita un nuevo paradigma de desarrollo
inclusivo, equitativo. En síntesis, más justo. Los 2.800 millones de pobres,
más de la mitad de la población mundial, son la demanda más urgente que emerge
ante los que tienen responsabilidad de gobierno.
Debemos entender que los principios que
fueron sostenidos a rajatabla en la década del 90, que van desde la apertura
financiera indiscriminada y la desaparición del Estado a las privatizaciones a
cualquier precio, fueron los que consolidaron un modelo de injusticia, de
concentración económica, de quiebra de nuestras economías, profundizando hasta
puntos extremos la injusta distribución del ingreso, la exclusión y la
corrupción en nuestras naciones.
La ampliación de la brecha entre países
ricos y países pobres no contribuirá a la sustentabilidad de ningún modelo
mundial. El mundo no podrá seguir soportando la aparente paradoja de una
economía en crecimiento que en paralelo nos haga sufrir el aumento del
desempleo y la desigualdad, con su saldo de inédita profundización de la
pobreza y la condena de millones de seres humanos a la desprotección social y a
la exclusión. Es necesario internalizar un nuevo paradigma, que reconociendo
que no existe desarrollo sostenido sin equidad valore de otro modo el cumplimiento
de las metas fiscales y económicas.
La única manera de hacer sustentable el
proceso de desarrollo es el incremento de la creación permanente de riqueza.
Hace falta que en los programas macroeconómicos la variable distributiva se
tenga presente y lo esté activamente. Se trata de que se aumente la producción,
la inversión y por ende la creación de riqueza, y de ayudar a distribuir mejor
la riqueza que se crea.
La teoría del derrame o del goteo no ha
funcionado, los organismos multilaterales deben tomar cuenta de ello. Resulta
inaceptable, desde la más objetiva racionalidad, insistir con recetas que han
fracasado. Sería una formidable demostración de salud institucional y
comprensión económica reformular programas e instrumentos que reemplacen a los
que fracasaron. Han quedado demostradas las limitaciones de la sola apertura e
integración financiera, corregir entonces los problemas de inserción de países
en desarrollo en la economía internacional es presupuesto básico para generar
consenso y estabilidad.
Son esos elementos indispensables para
reducir el nivel de conflictividad mundial. El camino del fortalecimiento del
consumo interno de los países en desarrollo y el favorecimiento de una apertura
simétrica de los mercados internacionales contribuirá a ese objetivo. La nueva
estrategia de inserción internacional debe basarse en el proceso de integración
productiva con fuerte interacción de aquellas naciones que poseen
complementación comercial mutua.
Por eso pensamos que no servirá cualquier
Acuerdo de Libre Comercio de las Américas. Firmar un convenio no será un camino
fácil ni directo a la prosperidad. El acuerdo posible será aquel que reconozca
las diversidades y permita los beneficios mutuos. Un acuerdo no puede ser un
camino de una sola vía, de prosperidad en una sola dirección; un acuerdo que no
se haga cargo ni resuelva las fuertes asimetrías existentes no hará más que
profundizar la injusticia y el quiebre de nuestras economías. Un acuerdo no
puede resultar de una imposición en base a las relativas posiciones de fuerza.
Por el contrario, como en otras latitudes -está allí el testimonio de la Unión Europea- los
acuerdos de integración comercial deben completar salvaguardas y compensaciones
para los que sufren atrasos relativos de modo que el acuerdo no potencie sus
debilidades.
Cabe recordar que la liberación financiera
tornó más vulnerables a las economías en desarrollo a los grupos de capitales,
sus mercados se tornaron volátiles y proclives al contagio. Los fondos de
inversión directa no alcanzaron a compensar los movimientos especulativos de
los capitales financieros. Para colmo, la subsistencia de las barreras
arancelarias y para-arancelarias, la política de subsidios y el proteccionismo
de los países centrales oponen trabas al comercio internacional.
Como efecto de lo apuntado muchos países en
desarrollo compartimos un diagnóstico común: debemos mucho y exportamos poco.
Debe admitirse que nadie podrá honrar sus deudas si no puede crecer y vender
sus productos.
Facilitar la reestructuración no traumática
y sostenible de deudas soberanas, contar con mecanismos de alerta temprana
sobre situaciones de riesgo que eviten el sobrendeudamiento de los países,
disminuir barreras y eliminar subsidios que permitan exportar, resultan
asignaturas pendientes del mundo actual.
Nuestro país tiene en el desarrollo
sustentable con producción, trabajo y equidad un objetivo central. Hemos
iniciado un camino que poniendo en preponderante lugar el respeto de los
derechos humanos y la dignidad del hombre e incrementando la calidad de nuestra
democracia se dirige hacia el logro de un crecimiento sustentable con eje en lo
productivo, el empleo y la equidad en la distribución del ingreso.
Hoy crecemos en torno al 8 por ciento anual,
con estabilidad de precios, crecimiento del nivel de consumo, de las
exportaciones y de las importaciones, con creación de empleos y con un
superávit fiscal primario sin precedentes en nuestro país.
Intentamos clausurar un ciclo histórico que
culminó en la más colosal crisis moral, cultural, política, social y económica,
que nos arrastró hasta el fondo de un profundo abismo. La solvencia fiscal, la
prudencia monetaria, la flexibilización cambiaria, el fortalecimiento del
consumo interno y la inclusión social, más una agresiva política exportadora,
son pilares de nuestro programa económico.
Sin embargo sufrimos presiones,
incomprensión, indefiniciones y demoras de parte de los organismos
internacionales que parecen no entender nuestra necesidad de crecer para
resolver el problema de nuestra deuda de una manera eficaz. En nuestro último y
reciente acuerdo con el Fondo Monetario Internacional hemos acordado
condiciones que estamos cumpliendo con esfuerzos límite, sin embargo surgen en
forma permanente nuevas demandas y nuevas exigencias que parecen no querer ver
la situación límite de nuestro país. Asumiendo que nuestra deuda es un problema
central mantenemos una posición que nos interesa aquí reafirmar: no podemos
pagar de un modo que lesione las perspectivas de crecimiento económico y la
gobernabilidad generando más pobreza, hambre, exclusión y conflictividad
social. Esto ya se hizo y el resultado fue poner al país al borde de la ruptura
institucional y la desintegración social.
Por eso ratificamos la propuesta hecha por
nuestro país en Dubai. Las máximas posibilidades de pago son las contenidas en
el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional y esa propuesta de
reestructuración resultaría un burdo engaño, nocivo para la Argentina y para el
sistema financiero internacional que firmáramos o prometiéramos otra cosa de
antemano destinada a fracasar por imposibilidad de cumplir.
Nadie obtendrá beneficios si se ahoga el
crecimiento de nuestra economía. La falta de crecimiento imposibilitaría pagar
siquiera lo comprometido con los organismos multilaterales; la falta de
crecimiento mataría nuestras esperanzas y ya se sabe que nadie puede cobrar de
los muertos.
La especialidad del caso de la deuda
argentina indica la necesidad de realizar los análisis desde nuevas
perspectivas sin caer en el error de pretender analizarla y resolverla con la
metodología tradicional de los 90. Dos datos relevantes deben resaltarse para
comprender cabalmente la situación; primero: el crecimiento desmesurado de esa
deuda se aceleró y fue posible como consecuencia de un programa macroeconómico
inviable, pero porque fue sostenido y financiado durante muchos años por los
organismos multilaterales; segundo: nuestro caso no ha sido objeto de ningún
salvataje de los organismos, como era usual en la década anterior, sino que
enfrenta la exigencia del repago a aquellas entidades. La ausencia de salvataje
hace que los acreedores privados deban asumir que así como en su momento
obtuvieron altísimos intereses, que les cubrieron de pérdidas un 30 por ciento
anual, ganando en un año lo que otros ganan en 30, habían asumido un fuerte
riesgo que hoy deben afrontar. Era en definitiva la envergadura del riesgo que
asumían. Es una regla del capitalismo serio que los altos intereses respecto de
la media internacional indiquen que el inversor ha optado por el riesgo en
detrimento del valor seguridad.
En la mayor crisis de mi país me tocaba
gobernar la provincia de Santa Cruz y retiré los fondos de mi país llevándolos
a la Reserva Federal
de los Estados Unidos a una tasa de un 1 por ciento anual, mientras había gente
que invertía en mi país al 30 por ciento anual, ganando en un año lo que
nosotros nos proponíamos ganar en 30. Cuando uno tiene altas tasas de interés
asume como meta el riesgo y no la seguridad de la inversión.
En esas condiciones no resulta inmoral ni
racional la protección que por allí se postula a favor de quien manejó sus
fondos como si concurriera a un casino de juego. El camino más razonable es el
de revalorizar el crecimiento para resolver de un modo estratégico este tema
tan urticante.
Para finalizar, debemos despojarnos de toda
hipocresía y en el intento de construir vínculos maduros, racionales y de mutua
conveniencia buscar precisiones en otro tema de interés hemisférico.
Descontamos que la presencia en nuestra reunión de la primera potencia mundial,
parte de nuestro hemisferio, tiene el sentido de canalizar de algún modo la
ayuda estadounidense a sus vecinos americanos. En definitiva, el Consenso de
Monterrey se postula como la búsqueda del financiamiento para el desarrollo.
Recordamos los grandes esfuerzos que el
pueblo y el gobierno de los Estados Unidos hicieron para la reconstrucción de
Europa en la implementación de lo que se conociera como Plan Marshall. Son aun
recientes las manifestaciones en el ámbito internacional en pos de concretar el
perdón para la deuda iraquí en función de que habían sido créditos obtenidos
por un dictador. Queremos entonces aquí recordar que el continente americano,
hoy con gobernantes elegidos por sus pueblos, ha visto muchas dictaduras de toda
especie y ha sufrido por ello en carne propia. En nuestro caso, sólo para
recordar un ejemplo, durante el período 1976-1983 se concretó el más acelerado
y significativo crecimiento relativo de nuestra deuda, que se incrementó
entonces en un 364 por ciento. Sólo se le acerca al ritmo de crecimiento de la
deuda el período de 1989 a
1999, que lo ubicó en un 123 por ciento.
Es obvio que esta reunión agrupa a países y
realidades muy diferentes, donde unos pueden aportar más que otros. El
continente americano necesita la ayuda de Estados Unidos para su desarrollo,
para su crecimiento, para la sustentabilidad de sus sociedades. Sería muy bueno
que los gobernantes de Estados Unidos se dispongan juntamente a nosotros, con
el espíritu que le animó para ayudar a Europa, con el criterio de compensación
que se postula el perdón de la deuda en otras latitudes, a ayudar a América a
crecer con fondos que lleven a ese destino y a obtener sustanciales rebajas de
sus deudas. Necesitamos que América mire a América.
Creemos que los principios contenidos en el
Documento Final de la Conferencia Internacional sobre la Financiación del
Desarrollo, conocido como el Consenso de Monterrey, suscrito aquí los días 21 y
22 de marzo de 2002, son una buena base para comenzar a diseñar desde aquí un
verdadero Plan Marshall con ayuda para todo el continente americano.
Por último, no quiero dejar de pasar esta
ocasión, que sirva además para invitarles a continuar estas discusiones en mi
Patria, la
República Argentina , para condenar con firmeza el terrorismo
internacional, comprometiendo todo el esfuerzo de mi país para la prevención,
el esclarecimiento y castigo de cualquier acción de terrorismo que nos agreda.
Nos han agredido con atentados a la embajada de Israel y a la sede de la AMIA y la DAIA en la Argentina , como los
trágicos sucesos del 11 de septiembre, que asolaron Nueva York y la conciencia
de la humanidad.
Ya para finalizar queremos dejar planteada
la necesidad de adoptar firmes políticas de defensa de los derechos humanos, de
la dignidad del hombre, a la par de un ferviente combate contra la impunidad y
la corrupción, como el sendero más seguro que propicie la continuidad y mejora
de nuestras democracias. Integración equitativa y multilateralidad son las
claves de un porvenir donde el mundo sea un lugar equilibrado y más seguro.
Si trabajamos con coraje y decisión, si
concretamos nuestras acciones y si nuestros discursos los transformamos en
realidades, si somos capaces de construir la convivencia y la solidaridad en
América y si entendemos que tenemos objetivos y caminos comunes, yo sé que
todos los presidentes de esta querida América vamos a alcanzar la síntesis que
nos permita definitivamente construir una alternativa donde la justicia, la
equidad, la convivencia, el combate al terrorismo internacional y la inclusión
social se conviertan en banderas corrientes en nuestra tierra. Por eso hago
desde aquí, desde todo el sentir del espíritu de los argentinos, una fuerte
convocatoria a tener el coraje decisorio para construir las nuevas políticas
que necesitan los hombres y las mujeres de América para ver que la justicia
social no es un discurso, para ver que la inclusión social no es un discurso y
para ver que un nuevo tiempo y un nuevo mundo es posible si vencemos la
corrupción y la desesperanza.
Muchísimas gracias.
NESTOR KIRCHNER
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