julio 14, 2012

Discurso de Fidel Castro en el acto de graduación de 300 instructoras revolucionarias para las escuelas domésticas (1962)

DISCURSO EN EL ACTO DE GRADUACION DE 300 INSTRUCTORAS REVOLUCIONARIAS PARA LAS ESCUELAS DE DOMESTICAS, EFECTUADO EN EL TEATRO “CHAPLIN”
Fidel Castro
[16 de Marzo de 1962]

― Departamento de versiones taquigráficas del Gobierno revolucionario ―

Compañeras instructoras;
Compañeros y compañeras estudiantes:
Debí haber empezado por los profesores; y debí —todavía más— haber empezado por la compañera Elena. Pero, en fin, el orden de los factores no altera el producto.
Bueno, hemos llegado a un escalón más, a un escaloncito más. Muchas veces, durante estos tres años, hemos tenido ocasión de ir poco a poco subiendo por la escalera de la Revolución; y muchas veces este mismo teatro ha sido escenario de muchos actos de graduaciones como esta y que marcan los pasos de avance de nuestro país y de nuestra Revolución.
Hoy, son 300 instructoras revolucionarias. En realidad, temo que algunas personas todavía no comprendan bien de qué se trata, porque en realidad son tantas y tantas escuelas de tantos tipos que hay, que a mí me parece que el pueblo ha perdido la cuenta. Para precisar un poco mejor los conceptos: se trata de una escuela que se organizó con el objeto de formar a las instructoras, es decir, a las personas que iban a orientar a las alumnas de las escuelas nocturnas para muchachas que trabajan en el servicio doméstico.
Este mismo hecho de que se haga una escuela de instrucción revolucionaria para preparar estas orientadoras para las escuelas nocturnas del servicio doméstico, nos está diciendo que todavía nos faltan muchas cosas por hacer en nuestro país.
En la Revolución — y en todo, naturalmente— las ideas van evolucionando y las ideas se van desarrollando. Podemos tomar como ejemplo esta idea de cómo las ideas se desarrollan y de cómo la Revolución se desarrolla.
Lo primero que surgió fue la necesidad de preparar maestros para enseñar en las montañas. No había maestros —¿para qué vamos a hacernos ilusiones?—, no había maestros para ir a las montañas. Yo no sé si los maestros se pondrán bravos, pero en realidad había muchos maestros para dar clases en las ciudades, y no había suficientes maestros para dar clases en las montañas. Y claro, lo fácil es siempre lo preferible, y era mucho más fácil encontrar maestros y maestras para la ciudad que para el campo, sobre todo para los lugares más apartados del campo.
Y entonces, al surgir esa necesidad, porque en el campo no había maestros, es decir, no había maestros en número suficiente, sobre todo, no había maestros para los lugares apartados, fue necesario preparar, improvisar — si se quiere—, fue necesario improvisar maestros. ¿A quiénes? Tenían que ser maestros voluntarios. Es decir, tenían que ser personas, estudiantes, jóvenes, que estuviesen dispuestos a pasar un cursillo en condiciones duras para después ir a enseñar al campo los años que fuesen necesarios.
Así surgieron aquellos cursillos de formación de maestros en la Sierra Maestra, para satisfacer una necesidad, la más urgente de todas, que era la de llevar maestros a cientos de miles, o por lo menos unas cuantas decenas de miles de niños que no tenían maestros. Y, efectivamente, al llamamiento de la Revolución se presentó un gran número de jóvenes que quisieron pasar por aquellas pruebas. Así fue el primer contingente. Pero fue tan exitoso aquel primer esfuerzo, que surgió la idea de llamar un segundo contingente, y después la idea de llamar un tercer contingente. Ya teníamos tres contingentes.
Pero por el camino fueron surgiendo nuevas necesidades. Observamos que, por ejemplo, entre las muchachas que trabajaban en el servicio doméstico había muchas que querían estudiar, algunas estaban asistiendo a las escuelas nocturnas. Y nosotros tuvimos oportunidad de comprobar cómo había muchas inteligencias brillantes entre esas muchachitas humildes que, realmente, si no tenía una oportunidad de estudiar, de prepararse, pues, no tendrían ocasión de utilizar su inteligencia en servicio de nuestro país y en bien de cada una de ellas.
Así fue como surgió la idea de organizar, no de organizar, porque había escuelas nocturnas, sino de darles un amplio desarrollo a las escuelas nocturnas para muchachas del servicio doméstico. Entonces, había que preparar las orientadoras revolucionarias, las instructoras revolucionarias de esas muchachas. Y lo que se hizo fue seleccionar entre los mejores expedientes, seleccionar del segundo contingente 300 muchachas para que pasaran un curso preparatorio; y posteriormente, del tercer contingente, otras 300 muchachas para ese estudio.
De modo que se organizó la escuela de instrucción revolucionaria, y paralelamente se organizaron y se ampliaron las escuelas nocturnas para muchachas del servicio doméstico. Y así, al mismo tiempo que estaban pasando por un curso de superación, ya las compañeras comenzaron a trabajar en esas escuelas nocturnas como orientadoras y, además, como maestras de las muchachas domésticas.
La idea iba progresando, la escuela iba teniendo éxitos, los resultados de aquel curso preparatorio eran visibles. Las compañeras por la mañana recibían determinadas clases, por la tarde recibían otro tipo de preparación, otras clases, y por la noche trabajaban. Es decir, eran estudiantes por el día y maestras por la noche. Y así ha sido durante un año entero.
Hoy se gradúan las primeras 300; como se dijo aquí, dentro de seis meses se graduarán las otras 300.
Pero las ideas seguían desarrollándose. De las escuelas nocturnas para compañeras del servicio doméstico fue seleccionado un grupo de muchachas para recibir determinados estudios especiales, tales como taquigrafía y mecanografía, para trabajar en los bancos y en las oficinas públicas.
Las ideas continuaron desarrollándose, y más adelante surgió otra escuela para preparar muchachas del servicio doméstico en la conducción de automóviles, para un servicio de transporte.
Naturalmente que estas ideas, como todas las ideas nuevas, siempre encuentran un poco de duda, de expectación. ¿Trabajarán bien en este servicio las muchachas? ¿Serán eficientes? ¿Chocarán los automóviles?
Y a propósito de eso, les puedo contar una anécdota, que es realmente curiosa, y es que el primer día, la primera que chocó, chocó precisamente conmigo (RISAS). Salimos por la tarde, nos dirigíamos a la oficina, y por la calle 23 y L dobla rápidamente un carro, sigue doblando y choca con el carro donde íbamos nosotros. Yo pensaba: “Entre tantos miles de carros y de tantas miles de posibilidades, me ha tocado.” Y nosotros habíamos tenido que ver con la idea de organizar esa escuela, y era una casualidad, verdaderamente, que a un supersticioso lo hubiera dejado pensativo (RISAS). Hubiera sido como una lección, era como para poner a prueba la fe de uno. Bueno, sin embargo, salimos bien de esa prueba, porque seguimos teniendo fe en que las muchachas iban a prestar el servicio. Y, efectivamente, siguieron prestando el servicio con éxito. Ya hay un gran número de muchachas que están en ese servicio de transporte.
Es decir que íbamos avanzando, ¿no? Surgió la escuela, surgieron los cursos de las Minas del Frío, las escuelas en las montañas; posteriormente, la idea de las escuelas nocturnas para muchachas domésticas, la escuela de instrucción revolucionaria; después, la idea de las escuelas especiales de mecanografía y taquigrafía, la de los servicios, y seguía desarrollándose la idea.
Cuando vimos el resultado tan formidable que habíamos tenido, cuando vimos cómo se iba formando un verdadero contingente de muchachas preparadas, serias, responsables, que cuando se necesitaban algunas de ellas para determinados trabajos los realizaban bien, pensábamos que la escuela se iba a acabar al finalizar el curso, y que, realmente, una iniciativa que había dado grandes resultados iba a finalizar con el grupo de muchachas del segundo contingente. Entonces surgió otra idea: solicitar voluntarias entre las muchachas que habían estado de brigadistas, para organizar una escuela todavía más especializada en cuestiones de educación. Surgió la idea entonces de organizar la escuela “Makarenko”. ¿Por qué le pusimos “Makarenko”? ¿Por sectarismo? No. Le pusimos “Makarenko “ realmente porque Makarenko fue un gran pedagogo, y le dejó a la humanidad una serie de experiencias muy interesantes. En esa escuela hay actualmente 1 100 muchachas brigadistas. Esas van a salir todavía más preparadas que ustedes, que las que se gradúan hoy. Nosotros lo sentimos mucho, pero ¿qué vamos a hacer? A todos nos pasa lo mismo: los que vienen van a ser mejores que nosotros. Pero, bueno, nosotros hemos ayudado un poquito a hacer eso, ¿verdad? 
Entonces, ¿estas muchachas qué van a hacer, las 1 100 muchachas? Pues estas muchachas, por la mañana van a estudiar para maestras primarias; por la tarde van a estudiar marxismo, van a estudiar economía política y van a estudiar un idioma; y por la noche van a enseñar a las 20 000 muchachas de las escuelas domésticas. Porque ahora estas compañeras tienen que distribuirse, no solo en la capital, sino también en el interior, porque se van a comenzar a organizar las escuelas para domésticas en el interior.
Muchas de ellas han estado actuando no solo como instructoras, porque, realmente, el carné de instructora lo han recibido ahora, pero ellas fueron preparadas para ser instructoras revolucionarias. Y, además, muchachas que estarán estudiando para maestras y, al mismo tiempo, enseñando como maestras que, sin duda de ninguna clase, es un método que tienen que arrojar grandes resultados, porque su aprendizaje va acompañado de toda una rica experiencia que les va a dar la vida diaria y el trabajo diario de cada una de ellas.
¿Cuánto tiempo van a estudiar en esa escuela? Tres años. Y cuando terminen en esa escuela los tres años, ¿qué van a hacer? Pues van a estudiar en la universidad.
Entonces, vamos a tener a estas compañeras estudiando muchos años, estudiando y trabajando. Gana algo ya, ya ganan 20 pesos que, para un estudiante, es algo. Y nosotros sabemos que algunas de ellas están haciendo cuentecitas de ahorro, y algunas han guardado; no tienen muchos gastos allí. Cada 15 días vienen al cine; tienen este mismo cine con las mejores películas, no les cuesta nada. Así que, en realidad, tengo entendido que no les falta nada, y por eso pueden, incluso, ahorrar algo.
Así se fueron desarrollando las ideas de esta escuela, de tal manera que ya todo este plan es un gran plan de educación que comprende decenas de miles de personas; es uno de los tantos trabajos de la Revolución, una de las tantas direcciones en que se ha desarrollado la Revolución, y en la cual se puede percibir claramente cómo va avanzando la Revolución y cómo se empiezan a ver los frutos de la Revolución.
De manera que nosotros dentro de siete años, por ejemplo, ya tendremos graduadas en la universidad a estas 1 100 jóvenes. Pero, además, ya serán muchachas que, por ejemplo, habrán rendido un gran fruto; habrán enseñado a decenas de miles de jóvenes, las habrán preparado en cuestiones de enseñanza general, las habrán ayudado a formar contingentes de muchachas humildes que irán a trabajar en el Estado, en los bancos, en las fábricas; en fin, que ya cuando ellas hayan culminado su preparación, y siendo aún muy jóvenes, ya les habrán prestado a su país, a su pueblo, un gran servicio.
Es con esas cosas con que soñamos todos nosotros, es así como nosotros concebimos la Revolución. Concebimos la Revolución como algo verdaderamente creador, como algo que no cese de crear un solo minuto, con un desarrollo incesante de las ideas, con una superación incesante de las ideas, en que cada día, cada mes, cada año, se haga más y se haga mejor. Así concebimos la Revolución, como una lucha incesante contra todos los obstáculos, como una lucha incesante contra todos los vicios, contra todos los males, contra todos lo defectos, contra nuestros propios defectos; como una lucha incesante por hacer una sociedad mejor, por hacer una patria mejor, un ciudadano más completo, un ciudadano más feliz. Esa es la Revolución, y así debemos entender una revolución. Cuando todos entendamos así la Revolución, ¡cuánto más avanzará la Revolución!
Lo más difícil de la Revolución es que la entiendan, que empiecen por entenderla. Al principio la entienden muy pocos, cada día son más los que la entienden, pero son muchos también los que la entienden mal. Y esa es la lucha, porque cada vez sean más los que entiendan la Revolución, porque cada vez sean más los que la entiendan mejor y porque cada día sean menos los que la entiendan mal.
¡Qué necesario es que meditemos sobre todas estas cosas, y cuánto bien le haremos a la Revolución mientras más meditemos sobre estas cosas, y cuánto mejor marchará la Revolución cuanto más comprendamos cómo es y cómo debe avanzar, cómo debe progresar! Y no progresará sino a base, siempre, de un gran esfuerzo.
Y solo el esfuerzo es lo que da frutos verdaderos. ¡Vean en ustedes mismas, compañeras, el fruto de esa lucha, el fruto de ese esfuerzo! Cuánto bien, cuánta ayuda, cuánto beneficio, a cuántas personas vamos a hacer mejores, a cuántas personas vamos a hacer más útiles, a cuántas personas vamos a hacer más felices. Comparad la idea de cualquiera de esas muchachas del servicio doméstico, cualquiera de esas muchachas olvidadas de la sociedad, cualquiera de esas muchachas maltratadas y hasta despreciadas, tratadas a veces con menos cariño que con el que alguna gente trataba a sus perros; comparad ese ser humano, comparad ese compatriota, comparad esa criatura, esa hermana, con la muchacha — la misma muchacha— a la cual se le abren horizontes nuevos, becada en una escuela, obteniendo nuevos conocimientos que le permitan redimirse de aquel trabajo que no produce nada, y prepararse para realizar trabajos útiles a su pueblo y útiles para ellas mismas. Compárense esas situaciones, compárese el ánimo de esa muchacha antes y ahora, y comprenderán cuánto bien se hace, y comprenderán que eso es revolución: enseñar, ayudar, perfeccionarse, superarse incesantemente.
Y que aquí tenemos que trabajar en todos los niveles; que, con ese espíritu generoso y poseídos de esa idea del bien y de la superación, debemos trabajar en todas las direcciones, y que tenemos que ganarles la batalla a aquellos que entienden mal la Revolución, que no estén inspirados siempre en esa idea de superarse, en esa idea de ayudar, en esa idea de mejorar; tenemos que ganarles la batalla a los que no entiendan la Revolución.
Y, ¿qué es la Revolución? ¿Es acaso una cosa fácil? ¿Es acaso una cosa sencilla? ¡No! La Revolución es uno de los fenómenos sociales más complejos y más difíciles. El cambio de una sociedad por otra es uno de los hechos más difíciles en la historia humana. Y en esa empresa difícil, contra muy poderosos enemigos, ha estado enfrascado y estará enfrascado, durante muchos años, nuestro pueblo. Y la fortaleza de la Revolución dependerá de nosotros mismos, el avance de la Revolución dependerá de nosotros mismos, las dificultades mayores o menores que tenga la Revolución dependerán de nadie más que de nosotros mismos; porque son muy lógicas las dificultades que pone el enemigo, pero son muy absurdas las dificultades que muchas veces con nuestra incomprensión y con nuestras insensateces ponemos nosotros mismos, y contra esas hay que luchar en todos los rincones del país.
Nosotros tenemos muchas organizaciones de masa, muchas fuerzas, que son fuerzas de la Revolución, vitales de la Revolución y que, además, le prestan grandes servicios a la Revolución. Pero, sin embargo, en todas partes hay que luchar contra errores, en todas partes hay que luchar contra defectos, y a veces parece como si nos olvidáramos de luchar contra los errores y de luchar contra los defectos.
Hay que luchar contra los errores en todas partes: en cada Comité de Defensa de la Revolución, por ejemplo. ¿Quién niega que los Comités de Defensa de la Revolución son necesarios? ¿Quién niega que le prestan un gran servicio a la Revolución? ¿Quién niega que hay en ellos muchos buenos ciudadanos? Y, sin embargo, no hace muchos días, conversando con un grupo de compañeras en un círculo infantil, muchachas que eran también domésticas y pasaron un curso para trabajar ahora en ese círculo infantil, muchas de ellas tenían quejas de los Comités de Defensa de la Revolución. Y eran muchachas del pueblo, muchachas humildísimas del pueblo; no eran contrarrevolucionarias, ¡no!; muchachas humildísimas del pueblo, simpatizantes de la Revolución, cada una de las cuales tenían una queja de un Comité de Defensa.
¿Y por qué? Porque se equivocan, porque cometen errores, porque no hay vigilancia revolucionaria, porque hacen chapucerías, porque a veces hacen privilegios y fomentan privilegios: le guardan a alguien alguna cosa en la bodega. Y entonces el pueblo, naturalmente, que ve eso, se duele, y nuestro pueblo tiene una sensibilidad muy grande para cualquier injusticia, nuestro pueblo tiene una sensibilidad muy grande para cualquier cosa mal hecha; y conforme una revolución necesita de todo el pueblo actuando, todo el pueblo trabajando, todo el pueblo defendiéndola, es una desgracia cuando son muchos también los que se equivocan, y entonces son miles y miles de personas las que sufren las consecuencias de las equivocaciones de miles y miles de gentes. Por eso tiene tanta necesidad una revolución de luchar contra esas equivocaciones para no debilitar a la Revolución, para no hacer daño, para no herir a nadie, para no disgustar a nadie sin razón y sin justificación.
¿Qué quiere decir esto? Pues que tiene que elevarse la vigilancia colectiva del pueblo contra los errores, contra las injusticias, contra los privilegios, contra las cosas mal hechas, que el pueblo tiene un sentido muy desarrollado de la justicia, y sabe apreciar perfectamente lo que esta bien y lo que esta mal. Y nadie tiene derecho a perjudicar a nadie por gusto; nadie tiene derecho a ser arbitrario con nadie, porque la Revolución no se hizo para cobijar las arbitrariedades de nadie. Nadie tiene derecho a ser injusto con nadie, y nadie tiene derecho a cometer injusticias, abusos, atropellos, con nadie; y el que lo haga, es un equivocado; ¡el que lo hace es un enemigo de la Revolución, y jamás encontrará el apoyo ni encontrará la tolerancia de nieguen hombre honesto de la Revolución!
Hay gente que se creen que hacer revolución es no dejar vivir a los demás; hay gente que se olvidan de que la revolución se hace para hacer más felices a los demás y no más desgraciados, de que la revolución se hace para ayudar a los demás, para fomentar la generosidad y no el egoísmo, la confraternización con los demás y no el hostigamiento o la hostilidad.
Hay quienes se confunden y no saben distinguir al amigo del enemigo, y al enemigo sí hay que combatirlo, como lo combatimos cuando desembarcó aquí en Playa Girón y lo liquidamos en 72 horas (APLAUSOS PROLONGADOS). Al enemigo hay que combatirlo sin vacilaciones, al enemigo hay que combatirlo sin tregua, al enemigo hay que combatirlo con firmeza; ¡pero hay que saber distinguir entre los mercenarios, que vienen con aviones de bombardeo y con tanques, y el infeliz al que a veces apachurramos en una oficina del Estado o en un centro de trabajo! Y hay personas que se complacen en apachurrar, en hostigar, en acosar y en hacer cosas que no tienen nada que ver con la conducta de un revolucionario, de un revolucionario consciente, firme, claro, que discute, que tampoco quiere imponer ideas; porque, ¿en qué se puede diferenciar un señor que le quiere imponer sus ideas a la fuerza a nadie de un Batista que nos quería imponer aquí su régimen odioso? ¿En qué se puede diferenciar ese señor que quiere a la fuerza hacer que la gente piense de una manera, de un esbirro? ¿En qué se pueden diferenciar?
Entonces, hay gente que no sabe distinguir entre el enemigo y el amigo, y ni siquiera sabe distinguir entre el enemigo y la persona que no es ni amigo ni enemigo, pero que el deber de la Revolución no es convertirlo en un enemigo, sino en un amigo y en un revolucionario. Como estas cosas pasan en todos los niveles y pasan en todos los rincones —porque hay de todo en esta “viña del señor” (RISAS)—, en las cooperativas, en la granjas, en las fábricas, en cualquier parte, siempre aparece el oportunista, siempre aparece el vago, siempre aparece el autoritario, siempre aparece aquel que quiere ser autoridad no porque sepa dar el ejemplo a los demás, sino porque le da la gana a él de creerse un superhombre, le da la gana de creerse superior a los demás, más revolucionario que nadie y, por lo tanto, maltratar, avasallar. El deber de un revolucionario es conquistar; el deber de un revolucionario es ganar, el deber de un revolucionario es persuadir, fortalecer incesantemente la Revolución y no debilitarla incesantemente, y hay gente que tiene maneras tan odiosas de actuar, que lo que hacen es ganarle enemigos a la Revolución y amigos a los enemigos de la Revolución.
Y nuestro pueblo, ¿es acaso insensible a todo proceder incorrecto? No, nuestro pueblo es un pueblo muy sensible, de una extraordinaria sensibilidad, de un extraordinario espíritu de justicia; nuestro pueblo entiende la Revolución como debe entenderla: como un camino de perfeccionamiento, como un camino incesante de avance hacia la justicia, como un camino incesante de avance hacia la libertad, como un camino incesante de avance hacia la hermandad, como un camino incesante hacia la solidaridad humana, hacia el amor entre los semejantes, como un camino incesante hacia la felicidad.
Revolución es ayudarse unos a otros, revolución es ayudarse todos a todos, revolución es comprenderse, revolución es comprender cada vez mejor cuáles son nuestras obligaciones para con los demás, para con la patria; revolución es comprender cada vez mejor los grandes ideales, los grandes propósitos, las grandes metas que se ha propuesto nuestro pueblo. La gran misión que nuestro pueblo se ha propuesto, este gran pueblo, este formidable pueblo, este magnífico pueblo, este pueblo tan capaz de haber emprendido una tarea de la magnitud de la tarea que ha emprendido el pueblo cubano.
Recientemente hemos tenido que reconocer nuestras equivocaciones, recientemente hemos tenido que censurar nuestros propios errores, recientemente hemos tenido que advertir contra determinadas equivocaciones y contra determinados actos, y debemos tener ese espíritu crítico, ¡debemos tener espíritu critico! A nosotros no nos interesa engañar a nadie. Cuando nos equivoquemos, debemos saber que nos estamos equivocando; porque, si queremos engañar a alguien, ¡a los primeros que vamos a engañar es a nosotros mismos!
¿Qué nos importa lo que pueda pensar el enemigo? El enemigo no va a ganar nada con el reconocimiento de nuestros propios errores por nosotros mismos; en cambio, el enemigo va a ganar mucho con la no rectificación de nuestros errores. Y un pueblo vigilante, un pueblo siempre atento y siempre preocupado por rectificar los errores que se cometan y por hacer las cosas bien, será siempre un pueblo invencible, será siempre un pueblo llamado a obtener cada vez más éxitos y llamado a obtener cada vez más triunfos. ¡Ah!, y qué desaliento para el enemigo cuando sabe que la Revolución se fortalece precisamente por esa vigilancia y precisamente por esa atención, por la rectificación de las cosas mal hechas, por ese permanente espíritu de justicia; porque hay algo, compañeras, hay algo con lo que no podemos conciliarnos nunca y es con las injusticias y con las cosas mal hechas; porque, cuando nos acostumbramos a aceptarlas, empezamos por ese camino, y por ese camino llegamos a aceptar no solo las injusticias chiquitas, sino también las injusticias grandes.
Esta Revolución, compañeras — y es bueno que estas cosas se recalquen aquí, en un acto de graduación de 300 instructoras revolucionarias que van a enseñar a las demás—, esta Revolución no es de nadie; ¡esta Revolución es del pueblo! ( APLAUSOS PROLONGADOS.) Y es al pueblo a quien le corresponde defenderla; es al pueblo a quien le corresponde preservarla de vicios, de injusticias y de errores; es al pueblo a quien le corresponde imponer ese espíritu de justicia y de rectitud, y es solo el pueblo quien puede imponerlo; en esta lucha contra las reminiscencias del pasado, contra los malos hábitos del pasado, contra los males que pueden reverdecer en la menor oportunidad que se les de, es al pueblo y es solo al pueblo a quien corresponde defender la Revolución de todo lo malo y hacer marchar la Revolución cada vez mejor hacia delante.
¿Qué queremos decir con esto? Que se tienen que acabar aquí las tolerancias con las cosas mal hechas, que se tienen que acabar las tolerancias con las equivocaciones , y que tenemos que emprender con espíritu rectificador el análisis, la tarea revolucionaria; y que, quien no sirva, quien no tenga calidad verdaderamente revolucionaria, no ande ostentando posiciones ni ande ostentando autoridades.
Y, sobre todo, compañeras, ahora que estamos organizando el aparato político de la Revolución, ahora que estamos integrando los núcleos revolucionarios, y por cuanto el aparato político de la Revolución es la espina dorsal de la Revolución, tenemos que vigilar que esa espina sea muy recta y que no adolezca de distorsiones de ninguna clase; ahora que estamos organizando ese aparato y organizando los núcleos, es ahí donde debemos tener más vigilancia, es ahí donde debemos tener más cuidado, es ahí donde tenemos que procurar más calidad y mejor selección, es ahí donde no se nos puede colar el pillo, porque el pillo puede tratar de buscar allí lo que pueda parecer un privilegio, lo que pueda parecer poder. Es ahí donde tenemos que evitar que se filtre el envanecido, el engreído; es ahí donde tenemos que tener la vigilancia mayor, para que cada núcleo revolucionario sea expresión de lo mejor, de lo más consciente, de lo más puro, de lo más honesto, de lo más abnegado, de lo más ejemplar, en cualquier sitio de la Revolución.
Es ahí, en esa tarea, tarea fundamental, tarea importantísima de la Revolución, donde debemos centrar nuestra atención y donde debemos centrar nuestro esfuerzo y, sobre todo, nuestra comprensión. Porque por ahí hay una cantidad de confundidos, que da verdaderamente pena; por ahí hay una cantidad de gente que se cree que el núcleo revolucionario es para quitar o poner administradores, que es para dar órdenes en la granja, o en la cooperativa, o en la fábrica. ¡No señor! ¡No señor! ¡Hay gente que ha oído campanas, y no sabe dónde! Hay gente que ha oído decir que las OIR, o el Partido —como se llamará en el futuro—, el Partido Unido, es el organismo dirigente de la Revolución, y ya entienden que ser de las ORI es el derecho a estar dando órdenes, quitar y poner, crear el caos dentro del Estado; y hay gente que ha creado el caos, ¡el caos lo ha creado!, ha destruido autoridad, ha creado problemas de todos tipos, porque no saben distinguir entre las funciones del aparato administrativo y las funciones del aparato político. Hay gente con una vocación de quitar y poner y con unas ínfulas de señor, que son capaces de hacerle un daño a la Revolución como no se pueden imaginar. Entonces, hay gente que hacen un núcleo, y ya dicen:”Somos los mandones de aquí.” Pues, ¿qué les parece? Cuando hacen un núcleo, lo que tienen que decir es: somos los sacrificados de aquí, ¡no los privilegiados de aquí, no , sino tenemos que ser el ejemplo de aquí; el ejemplo, no los privilegiados!
Nuestra autoridad no es porque nos llamemos de las ORI, sino porque somos los mejores, porque somos el ejemplo, porque exhortamos al trabajo, a la disciplina; porque ganamos, porque conquistamos para la Revolución, porque somos incesantes defensores de la Revolución con los métodos adecuados, porque las consignas mejores de la Revolución las enarbolamos, y las enarbolamos no de palabras, que hay quien cree que con estar parándose en una caja, hablando boberías, está defendiendo a la Revolución; hay quien cree que con estar endilgándole 700 discursos a la gente por la cabeza está defendiendo la Revolución, y puede ser que esté aburriendo a la gente con la Revolución.
No, así no se hacen revolucionarios. Los revolucionarios se hacen con el ejemplo, con la palabra oportuna en el momento oportuno; con el argumento bien pensado, bien dirigido; con las palabras en el momento en que las palabras se necesitan, que son necesarias para orientar; cuando no interrumpan el trabajo, porque el trabajo es lo primero de la Revolución y el trabajo no debe interrumpirse.
Hay que ganarse la autoridad por el prestigio, por el ejemplo, por la moral. Esta es la autoridad que tienen que tener los núcleos: ayudar a la disciplina y no romperla, apoyar la administración, trazar las consignas, exhortar al trabajo, ser abanderados de las mejores ideas, ser abanderados de las ideas de la Revolución, y no creerse que ser del núcleo es para quitar al administrador o para ponerlo, para quitar y poner gente. Eso, que lo ha habido en gran escala, se tiene que acabar ¡y se va a acabar!
Los ministros tienen que tener autoridad, porque la Revolución le tiene que exigir al ministro. Los núcleos son responsables ante la dirección de las ORI, y los funcionarios administrativos son responsables ante el ministro correspondiente, con plena autoridad para desarrollar su trabajo, trátese de una cooperativa, de una granja, de una fábrica, o de un departamento cualquiera de la administración pública; y unas cosas son las funciones del Estado y otras son las funciones del Partido, es decir, de las ORI, del futuro Partido Unido de la Revolución Socialista. Eso debemos entenderlo desde ahora, para no crear el caos. Porque esos que creen que la función del núcleo es quitar y poner, esos son unos golosos de poder, esos son unos golosos de autoridad y de privilegio.
Dentro del país tiene que haber disciplina, tiene que haber responsabilidad; dentro de la administración tiene que haber seriedad y responsabilidad, autoridad; y, paralelamente, ¡paralelamente!, la organización dirigente, la organización de los revolucionarios más preparados, la selección de los mejores ciudadanos, ejerciendo su fuerza orientadora, su fuerza inspiradora, su fuerza directora, con los métodos adecuados, el aparato político de la Revolución.
Era necesario aclarar algunos de estos conceptos, compañeras, para ustedes y para todo el pueblo. Y que se sepa, compañeras y compañeros, que la Revolución necesita revisar, y necesita revisar todos los núcleos revolucionarios, y necesita revisar todo el aparato político de la Revolución , para hacer las cosas bien, para rectificar las cosas que se hagan mal, para aclarar conceptos, para acabar con la confusión, para acabar con los errores. Y la Revolución ha ido sentando las bases precisamente para realizar en lo adelante un trabajo mejor, un trabajo más eficaz, un trabajo más completo, para resolver todos los problemas como hay que resolverlos, concentrando el esfuerzo donde hay que concentrarlo: ahora, en el problema de los abastecimientos, de la distribución, de la producción, y así sucesivamente; como en cada momento hemos concentrado el esfuerzo en una tarea, como lo concentramos el año pasado en la alfabetización, con grandes éxitos, ahora tenemos que concentrarlo en la producción, y sobre todo en la producción agrícola. Y nosotros tenemos que perfeccionar los organismos dedicados a esas tareas, apoyar esos organismos, apoyar el Ministerio de Industrias, apoyar el INRA, apoyar todos los organismos que están dedicados a las tareas productivas, con todo nuestro esfuerzo y con todo nuestro entusiasmo.
Al mismo tiempo, prestarle toda la atención a la rectificación de errores, de confusiones, de injusticias, de equivocaciones, y dedicarle también nuestro esfuerzo a la formación de ese aparato político donde deben estar los mejores. Y esos serán los requisitos que se exijan: los mejores, la calidad, sin sectarismos de ninguna clase, sin privilegios de ninguna clase. Es hora de que la integración, más que interacción, sea fusión de revolucionarios, sea fusión del pueblo.
Estas cosas que nosotros hemos referido, dan idea del trabajo que debemos hacer y del gran trabajo que a todas ustedes les espera. Ustedes tienen que trabajar precisamente en el aspecto político, en la formación de la conciencia política y revolucionaria de las muchachas, en la capital y en el interior; y tendrán que enfrentarse a muchos errores, grandes y pequeños, tendrán que luchar contra todas esas cosas.
Ustedes han recibido la preparación de un año entero y, según todas las noticias que nosotros tenemos, han salido preparadas de manera eficiente para el trabajo que van a desempeñar. Es necesario que hagamos una tarea de educación de todo el pueblo. La Revolución tiene sus escuelas de instrucción revolucionaria; pero no bastan las escuelas de instrucción revolucionaria; tenemos que educar a todo el pueblo, tenemos que educar a esa juventud, a esas decenas y decenas de miles de becarios, que serán, pues, sencillamente, la generación futura de nuestra patria, la generación más preparada, la generación llamada a realizar grandes tareas en nuestro país.
Sobre toda esa juventud tenemos que trabajar para hacer de ellos revolucionarios conscientes, revolucionarios justos, revolucionarios completos, revolucionarios cabales.
Ahí están esas decenas y decenas de miles de jóvenes en la disposición de aprender, en la disposición de estudiar, en la disposición de comprender, que todavía nos queda mucho por hacer, ¡cuánto nos queda por hacer! Y por mucho que hagamos, siempre descubriremos que nos quedan todavía muchas cosas más por hacer, si no, vean el ejemplo de hoy: graduación de compañeras para instructoras revolucionarias de decenas de miles de domésticas, de compañeras que trabajan en el servicio doméstico. ¿Qué quiere decir eso? ¡Cuánta desigualdad queda todavía en nuestra sociedad, cuánta pobreza queda todavía en nuestra sociedad, cuántos trabajos duros, cuántas vidas sufridas y maltratadas, cuántas vidas que necesitamos redimir del trabajo improductivo, del trabajo humillante, para el trabajo útil, para el trabajo digno, para el trabajo productivo! ¡Cuánto nos queda por hacer en nuestra sociedad, cuántos problemas a resolver con relación a las mujeres, al trabajo de las mujeres! ¡Cuántos centros de educación todavía por crear, cuántos servicios por prestar para liberar a las mujeres del trabajo esclavo de la casa, para incorporarlas a la vida productiva, para incorporarlas, es decir, para liberarlas de la vida de tantas trabas que la esclavizan!; porque nosotros tenemos que trabajar mucho todavía para llegar al día en que no haya ya domésticas, ni las familias necesiten de muchachas en el servicio doméstico; que las mujeres estén trabajando igual que los hombres, que tengan las mismas oportunidades, que cuenten dentro de la sociedad con todos los servicios para atender a sus necesidades, cuando los niños puedan almorzar en las mismas escuelas o cerca de las escuelas sin tener que regresar al mediodía a la casa, cuando una gran parte de los trabajadores pueda comer cerca de sus propios centros, o en sus propios centros. ¡Cuánto tenemos que trabajar todavía para crear condiciones de vida mucho mejores, condiciones de vida mucho más libres!
¡Mucho nos queda por hacer, y todavía estamos empezando! De ahí la importancia que tienen las escuelas, de ahí el interés que la Revolución ha puesto en las escuelas, en la educación; porque ese es el interés de preparar al pueblo, el interés de preparar a la juventud para que siga adelante esta Revolución, para que la lleven hacia etapas superiores, para que sigan avanzando con ella, para que sigan cuesta arriba por el camino del progreso, peldaño a peldaño, hacia un futuro mejor, hacia una sociedad mejor, hacia una vida más feliz.
Nosotros hemos luchado y seguiremos luchando cada uno de nosotros, mientras tengamos un átomo de energía, pero la obra no es obra solo nuestra, la obra no podrá ser obra solo de esta generación; la Revolución tendrá que ser, sobre todo, obra de la generación que surge, de la juventud que crece, del pueblo que se prepara para el futuro.
He querido traerles una idea de la importancia de estudiar, de la importancia de prepararse, de la importancia de superarse para la gran tarea, para el gran trabajo que ustedes, jóvenes, tienen por delante ; tienen por delante para que sea realidad el futuro de nuestra patria, para que sea realidad la esperanza de todo nuestro pueblo, que por eso y para eso hemos enarbolado las banderas revolucionarias que, por eso y para eso hemos dicho tantas veces que estamos dispuestos a dar nuestras vidas, que por eso y para eso tantos han dado sus vidas en esta lucha, que por eso y para eso hemos dicho, y decimos, y seguiremos diciendo:
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!
FIDEL CASTRO RUZ

Fuente: http://www.cuba.cu/gobierno/discursos

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