junio 15, 2014

Discurso de apertura pronunciado por Osvaldo Dorticós Torrado, Presidente de Cuba, en la Primera Conferencia de OLAS (1966)

DISCURSO DE APERTURA PRONUNCIADO EN LA PRIMERA CONFERENCIA DE OLAS, POR EL PRESIDENTE DE LA REPUBLICA Y MIEMBRO DEL BURO POUTICO DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Osvaldo Dorticós Torrado
[3 de Enero de 1966]

Compañeros de la Presidencia;
Compañeros delegados a la Primera Conferencia Latinoamericana de Solidaridad;
Señores invitados;
Compañeros:
Cuando en enero de 1966, bajo los auspicios de la Conferencia Tricontinental, se acordó constituir la Organización Latinoamericana de Solidaridad, en un momento de enardecimiento de los entusiasmos revolucionarios de los delegados latinoamericanos a aquella Conferencia no se trataba de promover los primeros esfuerzos revolucionarios, ni el inicio de la gesta; ya esta lucha había comenzado; páginas heroicas inolvidables habían sido escritas; las vanguardias de los movimientos revolucionarios en varios países habían empuñado el fusil redentor; la sangre de los revolucionarios no sólo se vertía en las calles de la clandestinidad o en las mazmorras de las torturas, sino también en las sierras y en los llanos guerrilleros. La batalla contra las oligarquías y el imperialismo había comenzado a librarse en un terreno que las fuerzas reaccionarias no habían escogido. Y aunque vicisitudes y reveses habían acontecido y han de acontecer durante toda la larga lucha gestada, es lo cierto que ésta no se libraba ya en el escenario impotente de las ciudades ni sólo mediante acciones de masas o huelgas que cuando trascienden el marco de las aspiraciones meramente economistas y se proyectan hacia objetivos políticos revolucionarios son abatidas por las fuerzas represivas de los regímenes proimperialistas.
La lucha tampoco se limitaba a la acción terrorista revolucionaria, mil veces ahogada en sangre por la represión terrorista contrarrevolucionaria. El dramático y doloroso aprendizaje de los pueblos y el ejemplo aleccionador de la Cuba revolucionaria había esclarecido para muchos el camino a seguir. El imperialismo estaba consciente como nadie de cuáles eran los riesgos que para su supervivencia en este continente comportaba la nueva estrategia y, ni corto ni perezoso, además de las maniobras demagógicas y las tesis “milagrosas”, enderezadas aparentemente a resolver el drama de América Latina, se apresuraba a poner en juego todo su mecanismo de represión y toda su maquinaria de espionaje y violencia. Cuando en La Habana se celebraba la Conferencia Tricontinental, para los delegados de América Latina, presentes en la misma, era evidente que el desarrollo de los acontecimientos, el inicio de la lucha y la profunda agudización de la misma que habría de producirse como consecuencia de la madurez revolucionaria, de una parte, y de otra de la agresividad creciente del imperialismo, planteaba, como una necesidad inaplazable, articular en todo el continente un amplio movimiento de solidaridad que contara con una expresión orgánica e institucional capaz de apoyar el desarrollo de la estrategia revolucionaria en forma sistemática y permanente, partiendo de una concepción básica que es la razón misma de existencia de la organización cuya Primera Conferencia inauguramos hoy: la lucha en este continente no es solamente el conjunto de las luchas individuales de cada uno de los pueblos que lo habitan, ni de las naciones que lo integran, sino la lucha única, unánime y sin fronteras de todos los pueblos de América Latina contra su enemigo natural común: el imperialismo norteamericano y contra sus servidores, los gobiernos instalados en cada país para reprimir a los pueblos, servir al imperialismo y representar los intereses criminales de las oligarquías nacionales. 
Los cubanos nos sentimos orgullosos de que fuera en nuestra tierra donde surgiera la idea de la constitución de esta organización y se suscribiera en ella el acta constitutiva de la misma. Nuestra satisfacción es aún muchas veces mayor en el día de hoy, cuando hemos podido ofrecer nuevamente nuestra tierra liberada para sede de este congreso histórico.
En nombre del pueblo y del Gobierno Revolucionario que hoy reciben el alto honor de la presencia y de la congregación de ustedes, expreso el saludo fraterno y revolucionario más caluroso a todos los delegados a esta Primera Conferencia de Solidaridad de los Pueblos de América Latina, una conferencia que se inaugura, no en el apartado arrinconamiento de un balneario aristocrático, distanciado del pueblo, como acostumbran a hacerlo en sus reuniones abominables el imperialismo y sus títeres, sino en esta misma Habana, en la que pueden ustedes convivir en estos días de trabajo junto al pueblo de este país, dialogar con nuestra gente, sentir el espaldarazo fraterno, solidario de nuestros hombres, de nuestras mujeres y nuestros jóvenes, y presenciar el espectáculo de un pueblo entregado por entero, como nunca, al trabajo creador, a la construcción de su porvenir y en constante profundización de su conciencia revolucionaria.
Desde luego que un acontecimiento como éste, de tan señalado rango, una conferencia a la que acuden los representantes más genuinos de los pueblos de un continente, los representantes de los partidos y de los movimientos revolucionarios, es decir, de las vanguardias de esos pueblos, es un acontecimiento de relevancia mundial que no puede pasar desapercibido. Pero lo curioso es que quien se ha encargado, con mayor énfasis, de subrayar la importancia de esta Conferencia y de dotar a la misma de una expectación extraordinaria ha sido, precisamente, el imperialismo. Y como no basta toda la propaganda desplegada contra esta Conferencia, las amenazas abiertas o veladas que la misma ha generado, los entorpecimientos públicos o solapados que los gobiernos han ensayado contraponer al evento, surgen, inclusive, voces histéricas en el Congreso norteamericano que hasta acusan a quien es expresión genuina de la más descarnada política imperialista, al presidente Johnson, de mantener tibieza frente a la celebración de esta Conferencia.
Nada puede enaltecernos más, ni nada confirma más la corrección de la convocatoria de este evento, que el hecho de conocer que el enemigo imperialista señala esta Conferencia como un grave peligro para su política. Si el enemigo acusa a los delegados de esta Conferencia; si el enemigo señala que esta Conferencia constituye un serio peligro; si alborota su propaganda contra su celebración y contra sus acuerdos; si la convierte, como advertía el compañero Fidel
Castro, en “un fantasma que recorre todo el continente”, todo esto es la prueba más fidedigna, más convincente, de que los revolucionarios de América Latina que se reúnen hoy y que están dispuestos a mantener en el seno de esta Conferencia tesis verdaderamente revolucionarias y aunar voluntades y convicciones en pro de una estrategia general, son los revolucionarios que cumplen con su deber de tales, son los revolucionarios que han escogido el camino acertado, son los revolucionarios que no traicionan a su causa, que no vacilan ante una perspectiva de lucha, que levantan la bandera de la liberación frente a todos los peligros, que tienen fe en sus pueblos, que tienen fe en el porvenir de la revolución de América Latina. Si esta Conferencia duele tanto al enemigo imperialista; si lo que esta Conferencia propugna y lo que su agenda promete para los pueblos de este continente alarma tanto al imperialismo, eso es prueba irrefutable, que el propio enemigo nos concede, de que éste es el camino certero, de que ésta es la única estrategia justa.
La maduración de las condiciones objetivas, alcanzada desde hace bastante tiempo, no constituye en esta ocasión un motivo de debate académico: la realidad revolucionaria a nuestra vista y el cierre de todos los demás caminos, nos impone la verdad que no podemos ignorar, una verdad que palpamos material, físicamente, una verdad que entienden los pueblos y que, antes que los pueblos, han de entender sus vanguardias. Nada más honroso para esta Conferencia que inaugure sus trabajos bajo tales auspicios: los de alarma, los del pánico del imperialismo, los de las amenazas del imperialismo; y nada más honorable para la Cuba revolucionaria que haber ofrecido su país como sede de este evento, haber contribuido a su organización y haber respondido así con su firmeza, una vez más, a las amenazas del imperialismo que comprueba, nuevamente, que a este pueblo no se le atemoriza, que este pueblo ha proscrito todos los miedos y que está dispuesto a llevar adelante su Revolución y no sólo a llevar adelante su Revolución, sino a cumplir también, con estricta fidelidad, y sin vacilaciones, su deber de solidaridad revolucionaria, fueren cuales fueren las amenazas, fueren cuales fueren los riesgos que nos acechen. (APLAUSOS.) Si pretendían intimidarnos por la celebración de esta Conferencia, aquí está nuestra respuesta: el pueblo de Cuba, el Gobierno Revolucionario y el Partido Comunista de Cuba se sienten hoy altamente orgullosos y satisfechos de que en este país, en su tierra heroica, se inaugure y celebre esta Primera Conferencia de Solidaridad de los Pueblos de América Latina. No es éste un reto altanero. 
Nos retó el imperialismo y hemos respondido hoy, celebrando esta Conferencia, como respondimos ayer en hazañas heroicas y responderemos mañana, dispuestos a cualquier sacrificio, por doloroso que fuere, para defender nuestra tierra, nuestra Revolución nuestra Patria, los intereses genuinos de los pueblos de América Latina, nuestros principios, nuestras convicciones revolucionarias y el cumplimiento de nuestros deberes de solidaridad con todos los pueblos del mundo y, especialmente, con los pueblos de América Latina (APLAUSOS.)
Se celebra este evento, sin dudas, en un ambiente de convulsión continental. Esto no sólo alcanza a los países de América Latina, a sus amplios movimientos de masa, a la progresiva incorporación a la lucha de todas las clases laboriosas, intelectuales y estudiantes de todos los países de América, y a la beligerancia guerrillera en algunos de estos países, sino que también afecta, de manera sustancial, al propio país norteamericano.
En los Estados U nidos se desata la violencia racial e impera la poli tic a de genocidio contra los negros que reclaman sus derechos civiles. Son varias las ciudades norteamericanas envueltas en esta convulsión y esta situación interna de los Estados Unidos, consecuencia directa del sistema social que allí impera, de la opresión secular a los negros, de la criminal discriminación de los mismos, es una prueba más de las contradicciones internas que limitan la capacidad del imperialismo, para combatir, con las manos libres de conflictos internos, los movimientos revolucionarios, y que limitan también su capacidad de atender, con recursos económicos y financieros, aunque fueren mínimos, los requerimientos de las oligarquías nacionales para lograr sus supervivencias.
La drástica reducción decidida el día 27 del presente mes por la Comisión de Asuntos Exteriores del Senado norteamericano al programa de ayuda al exterior, aprobado con 740 millones menos que la suma de 3 200 millones solicitada por el presidente Johnson, es considerada por los observadores, según refleja una agencia cablegráfica, como un claro indicio de una tendencia de regreso al aislacionismo en la política de Washington y una revisión de la actitud de la mano tendida hacia los países subdesarrollados.
Con independencia del acierto de este pronóstico, no hay lugar a dudas que el enemigo imperialista, poderoso, poseedor de innúmeros recursos para combatir a los pueblos, no es, sin embargo, un enemigo desprovisto de conflictos, de limitaciones, de contradicciones, todas las cuales deben aprovechar los pueblos para golpear con audacia y energía.
La magnitud que el llamado conflicto racial está alcanzando en los Estados Unidos y la forma tan vehemente en que está ganando la preocupación de los círculos dirigentes, se pone en evidencia en la explicación de la medida de reducción del programa de ayudas al exterior que informa la citada agencia cablegráfica. En efecto, dice el cable a que me refiero: “La explicación de la medida que causó impacto en esferas políticas del país, fue suministrada, en
pocas palabras, por el presidente de la Comisión, senador William Fullbright, quien afirmó: los miembros de la Comisión consideran, evidentemente, que en vista de las condiciones de nuestra situación interna, resultan excesivas nuestras preocupaciones para este tipo de asuntos extranjeros.” Sólo queda esperar, desde luego, como ya se ha insinuado, que atribuyan también la crudeza de la lucha de las masas negras norteamericanas por sus derechos a la llamada política de intervención y de subversión del Gobierno de Cuba.
¿Cuáles son las circunstancias que preceden a la inauguración de esta Conferencia? Es evidente que retomando el hilo de los acontecimientos a partir de la celebración de la Conferencia Tricontinental, ocasión en que se acordara la constitución de la OLAS, hasta la fecha, advertimos cómo se ha desarrollado el proceso de agudización de la agresividad del imperialismo en todas partes del mundo. La continuidad de la política de golpes de estado militares en el continente africano, dirigida a contener el desarrollo del movimiento de liberación y de reafirmación nacional de los pueblos de ese continente; la realización de actividades provocativas contra la República Democrática de Corea; la reciente agresión contra los pueblos árabes en el Cercano Oriente; la impúdica y criminal escalada progresiva de la agresión imperialista en el Sudeste asiático, en el vano empeño de sojuzgar al pueblo indomable y heroico de Vietnam; la intervención, cada día más descarada, de las .fuerzas antiguerrilleras y de los servicios de inteligencia en los países de América Latina y las amenazas y maniobras contra Cuba, que hoy prosiguen, son hechos y manifestaciones que claramente expresan una estrategia global imperialista contra los pueblos y los movimientos de liberación que cobra, cada día, mayor ferocidad.
En el caso de este continente, unido al fracaso escandaloso de la Alianza para el Progreso, a la convicción de que las circunstancias económicas que dramáticamente pronostican el inicio de una etapa de profundización de la miseria y del hambre en los países de América Latina, y a la estabilización y desarrollo de la lucha guerrillera en algunos de ellos, el imperialismo norteamericano, entrado en pánico, se apresta a desenvolver, desde ahora en adelante y más que nunca, una política de agresividad cuyos límites aún no podemos prever, pero dentro de los cuales se vislumbra, claramente, algunas posibilidades ciertas.
La factibilidad indiscutible de la reiteración de las intervenciones armadas en los países de este continente, aún en forma más desembozada y directa que como ocurriera en Santo Domingo; la participación de las fuerzas especiales de los servicios de inteligencia y de represión del Gobierno norteamericano en la lucha antiguerrillera; la preparación de las condiciones previas que estima pertinentes para una futura agresión a nuestro país, cuando se aprecien circunstancias internacionales propiciatorias, son situaciones que califican la descarnada agresividad del imperialismo yanqui. Si a ello unimos las limitaciones evidentes que emergen del estado actual de la economía norteamericana, comprometida en conflictos bélicos de dimensiones mayores en distintas partes del mundo y las contradicciones políticas internas, para concurrir con los recursos financieros y económicos mínimos a la tarea de mantener la agónica supervivencia de las oligarquías, es claro para todos que el porvenir que a los pueblos de América espera es un porvenir de lucha, de enfrentamiento frontal con la violencia imperialista. Por eso es que decíamos, inicialmente, que los problemas de la estrategia de la lucha de los pueblos que esta asamblea ha de considerar, no son problemas propios de un debate académico o de una teorización previsora. Lo que se plantea a los pueblos de América y a sus vanguardias revolucionarias respecto al camino a seguir, en sus líneas generales, es la imposición práctica y actual, por parte del imperialismo agresor, de una sola opción.
La cuestión, compañeros delegados, es ésta: el objetivo es la liberación de los pueblos de este continente; la superación del subdesarrollo económico, social y cultural; la transformación radical de sus estructuras económicas y sociales; el cese de la penetración y de la dominación del imperialismo. Contra ese objetivo se mantiene beligerante, por leyes históricas ineluctables, el imperialismo. 
Para evitar que se pueda lograr ese objetivo, el imperialismo está dispuesto, y lo ha demostrado y lo demuestra todos los días, a usar la violencia.
Si alguien quisiera discutir si en la mayoría de los países de este continente el camino único, hoy o en un mañana próximo, para la liberación de los pueblos, es o no el de la lucha armada, bastaría con advertirle que si alguien no duda de que el camino de la lucha armada es el único, ese es el imperialismo norteamericano (APLAUSOS), que propugna este camino para detener el movimiento de liberación de los pueblos.
Y si el imperialismo escoge el camino de la violencia, el camino de la lucha armada, ¿quién está autorizado para negar a los pueblos y discutirle a sus vanguardias revolucionarias aguerridas, inteligentes, capaces y dignas de calificarse de tales, el derecho de escoger, como respuesta condigna y dramáticamente inevitable, el de la violencia revolucionaria, el de la lucha armada revolucionaria? (APLAUSOS.)
Si el imperialismo cierra todos los demás caminos, se plantea una disyuntiva: responder con las armas al reto de la violencia imperialista, o renunciar a las esperanzas de liberación. Es esta alternativa la que ha de encarar esta Conferencia y el problema de la solidaridad revolucionaria en América Latina tiene que sustanciarse mediante la comprensión de esta alternativa: mediante la aceptación de que ésta es la disyuntiva re, al, actual, históricamente contemporánea.
COMPAÑEROS DELEGADOS:
Ante tales circunstancias, en esta ocasión inaugural de la Conferencia, es oportuno que dejemos establecidas algunas verdades respecto a la posición y a la actuación de la Cuba revolucionaria en relación con el movimiento de solidaridad latinoamericana. Contra nosotros hoy se renuevan, con más acritud que nunca, las viejas amenazas imperialistas.
Con utilización del podrido instrumento de la Organización de Estados Americanos, se ensayan maniobras y se tientan tácticas y propósitos dirigidos contra nuestra Patria y nuestra Revolución, pretendiendo capitalizar algunos hechos y deformando inclusive la naturaleza y realidad de los mismos, especialmente el del desembarco de cubanos en Venezuela, hecho que tuvo su explicación en la declaración del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, a la cual nos remitimos.
El imperialismo norteamericano y sus más consecuentes títeres, pretenden fundamentar una acción agresiva contra Cuba en una nueva escalada imperialista, en las acusaciones de que el
Gobierno cubano interviene en los asuntos internos de los demás gobiernos y países de América Latina. Es claro que no puede aspirarse a un cinismo mayor que el de debatir sobre problemas de intervencionismo nada menos que en el seno de la OEA, que ha sido una organización creada y utilizada por el imperialismo para ejercer, con una fachada institucional totalmente desacreditada, su política intervencionista en el continente. Personalmente cuento con una experiencia inolvidable. Recuerdo siempre la sensación de asco profundo que experimenté, de asco y de desprecio más que de odio, cuando, representando a Cuba en la Conferencia de Punta del Este, no vi ni siquiera el más leve sonrojo de vergüenza en los rostros de los ilustres Cancilleres, presididos por su capataz mayor, el Canciller Rusk, cuando les preguntaba ¿con qué derecho acusaban a Cuba y pretendían condenar a Cuba por intervencionista, ellos que se habían cruzado de brazos cuando el Gobierno norteamericano preparó y consumó la invasión de Playa Girón? Guardo esta experiencia personal en la que constaté, de manera viva y física, el grado de desvergüenza y de cinismo, la ausencia, incluso, de pudores públicos, a que ha llegado la desmoralización del imperialismo y los Gobiernos oligárquicos de América Latina bajo su tutela, en la práctica de su política soez e insolente. La misma insolencia que hoy emplean cuando un vocero del Departamento de Estado yanqui aclara que jamás el Gobierno de los Estados Unidos contrajo el compromiso de renunciar al derecho de invadir a Cuba, como si alguna potencia pudiera esgrimir y proclamar ,u n derecho de invadir a un pequeño país.
Es oportuno que en esta ocasión respondamos, una vez más, a esa acusación de intervencionismo. Baste para ello recordar el texto de la carta dirigida al Secretario General de las Naciones Unidas, U Thant, el 11 de febrero de 1966 por nuestro Primer Ministro: “Reclamar el derecho de esos pueblos, oprimidos y explotados por el imperialismo, con la complicidad de las oligarquías feudales y las clases más reaccionarias de cada uno de esos países, que son los intereses privilegiados y absolutamente minoritarios que representan los gobiernos, no constituye un acto de intervencionismo sino, precisamente, la lucha contra el intervencionismo. No es lícito -agregaba el compañero Primer Ministro- confundir al independentismo con el intervencionismo”.
Actos de intervención han sido los que han marcado todos los pasos de la historia del imperialismo norteamericano en este continente. Ningún país como Cuba, que vio frustrada, inclusive, la integridad de su independencia formal por intervenciones militares norteamericanas, puede hablar con más alta moral y más genuino derecho histórico de esta política intervencionista del imperialismo.
Pero si reservamos el análisis para la historia de la OEA, bastaría con reseñar esa historia, que es nada más que la historia institucionalizada del intervencionismo imperialista en los distintos países de América Latina:
En 1954, legitimando ''a priori” el derrocamiento del Gobierno de Guatemala;
En 1959, en la Conferencia de Chile, esgrimiendo las llamadas “tensiones” en el Caribe, para preparar el camino de la agresión a Cuba;
En 1960, en Costa Rica, para madurar las condiciones para la invasión de Playa Girón;
En Punta del Este, en 1962, para expulsar a Cuba del llamado “sistema interamericano”;
Durante la Crisis de Octubre, para convalidar los actos de guerra que tuvieron su expresión en el bloqueo yanqui; En la N o vena Conferencia de Consulta, en Washington, para imponer a Cuba medidas de carácter diplomático y económico;
En el caso de la República Dominicana, para convalidar los actos intervencionistas, explícitamente militares, del gobierno imperialista de los Estados Unidos.
Cuando la OEA no ha intervenido frente a acontecimientos continentales importantes, es cuando lo ha hecho el Gobierno imperialista de los Estados Unidos unilateralmente, y esta organización se ha limitado a santificar, tácita o expresamente, la acción unilateral de aquel Gobierno.
La OEA no intervino para evitar las matanzas perpetradas por los marines yanquis contra el pueblo panameño en 1964. La OEA no intervino para impedir la invasión de Playa Girón y para sancionar aquel intento frustrado de intervención militar en nuestro país. La OEA no intervino para paralizar el desembarco de fuerzas norteamericanas en Santo Domingo. La OEA no interviene para detener las provocaciones continuas e interminables de las fuerzas armadas yanquis desde la Base Naval de Guantánamo, en nuestro país. La OEA, que posee una flamante Comisión de Derechos Humanos, que de manera tan burda y ridícula ha acusado al Gobierno cubano de extraer la sangre de los presos contrarrevolucionarios para enviarla a Vietnam, y que tanto aparenta angustiarse por estas “monstruosas” acciones que atribuye a nuestro país, sin hacerse creer por nadie, no se alarma ni interviene, en cambio, cuando se produce el genocidio en las ciudades norteamericanas contra las masas negras de dicho país, miembro de la referida organización.
La OEA sólo interviene para legitimar “a posteriori” el crimen imperialista o para crear “a priori” los pretextos pseudo- legales para la realización del crimen imperialista. Y si esto es así, y si el caso de Cuba evidencia en los años recientes y en la hora de hoy ser el del país más agredido y amenazado por el imperialismo norteamericano, ¿quién puede pedir a Cuba, a su pueblo y a su Gobierno, a su Partido dirigente, que renuncie al cumplimiento del elemental deber revolucionario de solidaridad para con los demás pueblos de este continente que luchan con heroísmo, con abnegación y con la sangre de sus mejores hijos, contra el intervencionismo imperialista? 
No somos insensatos ni románticos inmaduros; sabemos cuál sería nuestro camino más cómodo, más desembarazado de dificultades. El pueblo de Cuba, está empeñado, hoy como nunca, -y ustedes, en los pocos días de convivencia en nuestro país, han sido testigos excepcionales de su esfuerzo creador- en construir un porvenir presidido por el desarrollo económico, cultural y social, con insospechables perspectivas.
Sabemos perfectamente que discurriríamos por este sendero de desarrollo, de crecimiento, con menores obstáculos si viráramos la espalda a nuestros hermanos de América Latina.
Sabemos que las amenazas y las agresiones, las presiones diplomáticas, políticas y económicas y el peligro futuro es el precio que tenemos que pagar por ser leales al deber revolucionario, a los principios, para nosotros insoslayables, de la solidaridad revolucionaria. Pero mientras el imperialismo norteamericano -si es que tal hipótesis podemos admitirla como posible y no contradictoria con su naturaleza misma- no abandone su política intervencionista y agresiva que impide el proceso de liberación de los pueblos de este continente y su desarrollo económico, social y cultural, la Cuba revolucionaria, sin ninguna aspiración de hegemonía, ni pretendiendo sentar títulos y derechos para intervenir en el destino de cada uno de los pueblos de este continente, cumplirá de manera cabal, sin violar ninguna de las normas que entendemos legítimas para la convivencia internacional de los pueblos, los deberes revolucionarios de solidaridad y practicará siempre esa solidaridad para con todos los pueblos de este continente, para con sus movimientos de liberación nacional, para con sus aguerridas vanguardias revolucionarias que promuevan la lucha, permanezcan en la lucha hasta el final de la victoria. (APLAUSOS.)
Otra verdad que queremos dejar aquí totalmente esclarecida es la siguiente: 
Cuba no pretende ejercer en el seno del movimiento revolucionario de América Latina un papel hegemónico y de dirigente. 
Cuba no pretende exportar o imponer soluciones estratégicas o tácticas a otros pueblos de este continente, a otros partidos y vanguardias revolucionarios a otros partidos y vanguardias revolucionarios.
Cuba, con su conducta, no hace otra cosa que aceptar como un hecho inevitable la alternativa revolucionaria a que nos referíamos hace un momento; que constatar que el camino de la lucha armada, hoy posible en la mayoría de los países de este continente, parece ser el único camino que a los pueblos depara la violencia imperialista.
El imperialismo, para impedir la liberación de los pueblos, sí cree en la violencia, usa la violencia y se prepara para la violencia contra los pueblos.
Cuba, a partir de esta constatación y no imponiendo una tesis de manera artificial, tiene, más que el derecho, el deber revolucionario de expresar su solidaridad para con aquellas vanguardias que hayan alcanzado la comprensión de esta alternativa y escogido el único camino de lucha que a los pueblos impone el imperialismo norteamericano con su violencia, con su política agresiva, con su política impeditiva de la liberación de los pueblos de América. No pretendemos, con altanería, ejercer la hegemonía en el movimiento revolucionario de América Latina. Aspiramos, con humildad, a cumplir con un deber elemental de solidaridad revolucionaria para con las vanguardias y los pueblos que se lanzan a la lucha, que combaten por la libertad, que hacen la revolución y que aspiran y luchan de veras por el poder revolucionario, que no esperan el triunfo revolucionario como consecuencia de un mero y ciego determinismo histórico en el que está ausente la voluntad de hacer la revolución, que nada tiene que ver con las verdades esenciales de la teoría revolucionaria.
COMPAÑEROS DELEGADOS:
Espera a la Conferencia que hoy inauguramos arduas jornadas de trabajo. Ha de abordar una agenda que debe originar un intercambio de opiniones y un diálogo rico en sabiduría revolucionaria. Una gran expectación se suscita en torno a esta Conferencia. El enemigo imperialista y las oligarquías latinoamericanas observan su organización y han de estar atentos a su desenvolvimiento y a las resoluciones que aquí se adoptaren. La energía y unidad revolucionarias que esta Conferencia demuestre, han de constituir la respuesta más anonadante posible, en el momento actual, al imperialismo norteamericano.
Expectantes están también los pueblos de América Latina, sus partidos y vanguardias revolucionarios. Las estremecidas esperanzas de esos pueblos tienen puestos sus ojos y oídos en esta Conferencia. Es trascendental la misión que todos los compañeros delegados a la misma han de cumplir.
Con la firme convicción de que esta Conferencia habrá de agotar a plenitud su cometido, en nombre del pueblo y del Gobierno Revolucionario de Cuba, formulo votos por los éxitos de  la misma, por la claridad ideológica que la presida, por la sinceridad y la audacia revolucionarias que inspiren la conducta y los planteamientos de todos los delegados, por la alta unidad que se alcance con respecto a la independencia de cada Partido, organización o movimiento representado. Sépase, en fin, de nuestra esperanza de que esta Conferencia alcance el más alto rango en la historia de este continente.
COMPAÑEROS DELEGADOS:
Al declarar oficialmente inaugurada la Primera Conferencia Latinoamericana de Solidaridad, dejamos constancia de nuestro recuerdo emocionado para todos los combatientes que han caído en esta lucha, para los obreros y campesinos asesinados por las fuerzas represivas de las oligarquías latinoamericanas; para los valerosos estudiantes que no escatiman su limpia rebeldía; para los combatientes de la clandestinidad de las ciudades, que han empapado con su sangre generosa sus calles de combate desigual o han perecido en las mazmorras de las torturas y del crimen; para los guerrilleros heroicos que han caído combatiendo en las montañas, cuyos nombres quedarán definitivamente inscritos en la historia americana. Nuestro mensaje de solidaridad a los negros norteamericanos que hoy combaten y se rebelan contra la más ignominiosa discriminación e inhumana política. Nuestro mensaje de esperanza y de estímulo al pueblo portorriqueño y a sus combatientes, en la seguridad de que perseverarán en la lucha para obtener la independencia de su país, hoy colonia yanqui, y la liberación total del pueblo portorriqueño. Nuestro saludo de hermanos y nuestro abrazo de estímulo a los combatientes que hoy empuñan las armas libertadoras en distintos países de este continente; a los combatientes de Guatemala, de Colombia y de Venezuela (APLAUSOS); a los guerrilleros de Bolivia (APLAUSOS), audaces y de implacable combatividad. A todos los gloriosos combatientes que hoy continúan, en las nuevas condiciones históricas, la tradición de los Bolívar, los Sucre, los San Martín, los Martí y los Maceo. Y nuestro especial saludo de entrañable admiración y cariño, desde esta tribuna de la Organización Latinoamericana de Solidaridad, en cualquiera que sea el lugar de combate donde se encuentre, a nuestro hermano de luchas, Comandante Ernesto Che Guevara.
¡Patria o Muerte, Venceremos!
(OVACION.)
OSVALDO DORTICOS TORRADO

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