noviembre 22, 2009

Discurso de Edelmiro J. Farrell, proclamando la guerra a Alemania y Japón (1945)

PROCLAMA CON MOTIVO DE LA DECLARACIÓN DE GUERRA A JAPÓN Y ALEMANIAGral. Edelmiro J. Farrell
[27 de Marzo de 1945]

AL PUEBLO DE LA REPÚBLICA:
EL 4 de junio de 1943, las fuerzas armadas de la Nación, fieles y celosos guardianes del honor y tradiciones de la Patria, en un grave momento de la vida institucional del país, asumieron la responsabilidad de asegurar el bien­estar, los derechos y las libertades del pueblo argentino. Aceptaron la carga pública con desinterés, sólo inspirados en el bien y la prosperidad de la Patria, y así lo expresó el manifiesto de la Revolución.
La defensa de tales intereses impuso la abnegación de muchos y el sacrificio de otros. Desde los primeros momen­tos, el Gobierno de la Revolución, compenetrado de los problemas internacionales y de su repercusión en la vida de los argentinos, luchó por mantener una real e integral soberanía de la Nación; por cumplir fielmente el mandato imperativo de su tradición histórica; y por hacer efectiva una absoluta, verdadera y leal unión y colaboración ame­ricana, y el cumplimiento de los pactos y compromisos in­ternacionales. Este programa fundamental, quedó, también, grabado en el manifiesto de la Revolución.
La guerra mundial, además de una lucha militar, ad­quiría el carácter de una violenta revolución político-social, sin precedentes en la historia de los pueblos. La libre determinación de los Estados pasó a depender más de los propósitos del agresor que de las normas de derecho que hasta entonces habían regido las relaciones internacionales. La neutralidad y, con ella, la vida, la economía y la tran­quilidad de las Naciones, quedaron supeditadas a circuns­tancias ajenas a sus propios problemas.
Tan grande confusión mundial tuvo repercusión lógica en la vida de los argentinos; sobrevinieron en el orden nacional diversas cuestiones en lo político, en lo social y en lo económico, que el Gobierno de la Revolución buscó encauzar, serenamente, con el afianzamiento de la paz interior.
LA AGRESIÓN AL CONTINENTE AMERICANO Y LOS COMPROMISOS FIRMADOS POR LA ARGENTINA.
La guerra iniciada en Europa el 1º de septiembre de 1939, fue unánimemente reprobada por los veintiún Esta­dos americanos.
La hermandad de las Repúblicas del continente había alcanzado, por primera vez, su expresión concreta en la Conferencia de Consolidación de la Paz, celebrada en Bue­nos Aires en 1936; la declaración de que “todo acto sus­ceptible de perturbar la paz de América las afecta a todas y cada una de ellas”, fue haciéndose cada vez más subs­tancial en las sucesivas reuniones panamericanas. En la declaración de Panamá, en 1939, las veintiuna Repúblicas americanas proclamaron, ya al resplandor de la guerra encendida en Europa y como una medida de protección continental, “sus derechos indiscutibles a conservar libres de todo acto hostil, por parte de cualquier nación belige­rante no americana, las aguas adyacentes que consideran como de primordial interés y directa utilidad para sus relaciones”.
Operadas las nuevas agresiones, en abril y mayo de 1940, contra pacíficos Estados europeos, las Repúblicas america­nas reunidas en La Habana, en julio de ese año, acordaron que “toda tentativa por parte de un Estado extracontinen­tal contra la integridad, inviolabilidad territorial, sobera­nía e independencia política de un Estado americano será considerada como acto de agresión contra todos los Esta­dos americanos”.
Los acontecimientos previstos por los acuerdos continen­tales mencionados sobrevinieron, desgraciadamente, el 7 de diciembre de 1941, en el ataque llevado a cabo por fuerzas del Japón contra la escuadra de los Estados Unidos de Norteamérica, en Pearl Harbor,
Fiel a los compromisos contraídos, la República Argen­tina declaró, casi simultáneamente con la agresión infligida a América, el concepto básico de su política solidaria. Rigió su posición con respecto a los Estados Unidos de Norteamérica, por los compromisos panamericanos contraí­dos sobre solidaridad, asistencia recíproca y cooperación defensiva, reconociendo a esa nación, por decreto de 9 de diciembre de 1941, los beneficios de país no beligerante. Esta determinación tuvo su expresión fiel en el despacho telegráfico dirigido por el primer magistrado de la Nación al Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, con­denando la injustificada agresión y presentándole los votos amistosos del gobierno y pueblo argentino.
Nada podría ya modificar esa línea de conducta consagrada por la República. Era sobreentendido que se había impuesto el deber de concurrir a la defensa común del continente, en la medida y en la oportunidad que la circunstancias lo hiciesen necesario.
La agresión había llegado a América. Cada una de las naciones hermanas reaccionó con el mismo espíritu, dentro del marco soberano de sus instituciones propias. La nueva situación requería, sin embargo, una consulta especial de los ministros de Relaciones Exteriores americanos. Ésta tuvo efecto en Río de Janeiro, en el mes de enero de 1942. La República Argentina concurrió a ella animada de su inquebrantable espíritu de confraternidad americana. Fueron adoptadas medidas trascendentales para la protección del hemisferio occidental, tendientes a preservar la sobe­ranía y la integridad territorial de las Repúblicas ameri­canas, y un plan de solidaridad económica. El Gobierno ha cumplido íntegramente con las Recomendaciones y Re­soluciones que fueron acordadas en esa reunión, con la adopción de medidas que son del dominio público.
LA RUPTURA DE RELACIONES DIPLOMÁTICAS CON EL EJE.
En la resolución primera de la mencionada reunión de Río de Janeiro, se estipulaba que: “Las repúblicas ameri­canas, siguiendo los procedimientos establecidos por sus propias leyes y dentro de la posición y circunstancias de cada país en el actual conflicto continental, recomiendan la ruptura de sus relaciones diplomáticas con el Japón, Alemania e Italia, por haber el primero de esos Estados agredido y los otros declarado la guerra a un país americano”.
El 26 de enero de 1944, el Gobierno decidió la ruptura de sus relaciones diplomáticas y consulares con los gobier­nos de Alemania y del Japón, a raíz de comprobaciones sucesivas de actividades de espionaje y propaganda tota­litaria, que comprometían el orden interno y significaban una amenaza para la seguridad militar y el bienestar de las demás Repúblicas del Continente, no siendo ajenas a esas actividades las propias misiones diplomáticas de esos dos Estados.
UNA NUEVA COMUNIDAD INTERNACIONAL.
Diferentes apreciaciones de factores de orden local, que gravitaron sobre la acción del Gobierno, tal vez por una visión a la distancia, indujeron a las Naciones Unidas a mantenerse en una actitud de expectativa con respecto a nuestro país. El Gobierno, reconfortado por la opinión solidaria de su pueblo, esperó, sereno, el término de esa situación. Sin embargo, no permanecían indiferentes a los acontecimientos que se precipitaban, en momentos trascendentales y definitivos para la humanidad. Las Naciones Unidas, asumiendo la responsabilidad más grande de todos los tiempos, se han impuesto la tarea de estructurar nuevas normas para la convivencia entre los pueblos. Se busca la forma de extirpar las guerras. Las veinte naciones herma­nas del continente, en estado de guerra con el Eje, se reunieron en México para coordinar su aporte. Tuvieron en vista, en primer término, la felicidad de los pueblos de América, en base de la seguridad colectiva.
Los acuerdos de México tienen profundas raíces en la tradición histórica y jurídica de América. Sus principios, declaraciones y recomendaciones se identifican con las ideas de nuestros libertadores, precursores de la unidad espiri­tual del Continente.
En la Declaración comunicada al Gobierno argentino han resuelto:
“1º - Deplorar que la Nación Argentina no haya en­contrado posible hasta ahora tomar las medidas que hu­bieran permitido su participación en la Conferencia Inter­americana sobre Problemas de la Guerra y de la Paz, en cuyas conclusiones se consolida y extiende el principio de la solidaridad del hemisferio contra toda agresión.
2º - Reconocer que la unidad de los pueblos de Amé­rica es indivisible y que la Nación Argentina es y ha sido siempre parte integrante de la unión de las repúblicas americanas.
3º - Formular sus votos por que la Nación Argentina pueda hallarse en condiciones de expresar su conformidad y adhesión a los principios y declaraciones que son fruto de la Conferencia de México, los cuales enriquecen el patri­monio jurídico y político del Continente y engrandecen el derecho público americano al cual, en tantas ocasiones, ha dado la Argentina contribución notable.
4º - Renovar la declaración de que, como se estableció en La Habana, se amplió y vigorizó en el “Acta de Cha­pultepec”, y se ha demostrado en la asociación de las Re­públicas Americanas, como miembros de las Naciones Unidas, la Conferencia considera que una completa solidaridad y una política común entre los Estados america­nos, ante las amenazas o actos de agresión de cualquier Estado a un Estado americano, son esenciales para la segu­ridad y la paz del Continente.
5º - Declarar que la Conferencia espera que la Nación Argentina cooperará con las demás naciones americanas, identificándose con la política común que éstas persiguen y orientando la suya propia, hasta lograr su incorporación a las Naciones Unidas como signataria de la Declaración Conjunta formulada por ellas.
6º - Declarar que el Acta Final de la Conferencia queda abierta a la adhesión de la Nación Argentina, siempre de acuerdo con el criterio de esta resolución, y autorizar al Excmo. Sr. Lic. Ezequiel Padilla, Presidente de la Conferencia, para que comunique al Gobierno Argentino, por conducto de la Unión Panamericana, las resoluciones de esta Asamblea.”
La adhesión de la República a los referidos acuerdos internacionales significa solidarizarse con la acción de las demás Repúblicas hermanas del Continente, unidas contra Alemania y Japón.
La guerra del Pacífico es una lucha que afecta a los países americanos. La prolongación de esa guerra signi­fica para el continente la continuación del esfuerzo bélico, con todos los perjuicios que para la economía, el bienestar y la tranquilidad de sus pueblos representa. Ante el juicio de la Historia, no es posible que algún día se reproche de egoísmo a la Argentina, porque tal sentimiento no tuvo jamás cabida en la tradición de su pueblo.
El Gobierno ha meditado cuidadosamente esa circuns­tancia y entiende que la República debe responder al lla­mado de sus hermanas de América, solidarizándose con ellas y con las Naciones Unidas, en su lucha contra el Eje.
Ciudadanos: Nuestro gran estadista Avellaneda, sintetizó cuál ha sido y debe ser siempre la conducta argentina, expresando: “Cualesquiera sean nuestras disensiones inter­nas, la República no tiene sino un honor y un crédito, como sólo tiene un nombre y una bandera ante los demás pueblos.”
Esta sentencia adquiere hoy todo el valor de su signifi­cado histórico. El Gobierno, al suscribir los documentos que lo unen a la acción de sus hermanas del Continente, y de las Naciones Unidas, entiende cumplir los deberes que la hora le impone, en resguardo de los intereses nacionales y en apoyo a la causa de la civilización a que pertenece.
Medite el pueblo argentino y acompañe esta actitud de solidaridad americana, refirmando su fe en los altos des­tinos de la Patria, al invocar a Dios, fuente de toda razón y justicia.
Hoy, como todas las horas graves de la República, al espíritu heroico ha de sumarse una ponderación de juicio, de tal magnitud, que nada desoriente la inteligencia, ni disminuya la calidad del sentimiento.
Todo el esfuerzo se encamina hacia la paz, la libertad y la justicia y al aceptarse la invitación a suscribir el acta final de la Conferencia de México, se confirma que: “Cada Estado es libre y soberano y ninguno podrá intervenir en los asuntos internos o externos de otros”.
GRAL. EDELMIRO J. FARRELL

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