noviembre 01, 2009

Discurso en la cena ofrecida al Presidente peruano Alan García - Raúl Alfonsín

DISCURSO EN LA CENA OFRECIDA AL PRIMER MANDATARIO PERUANO, DR. ALAN GARCÍA, EN EL CONCEJO DELIBERANTE DE LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
"Se trata de ser latinoamericanos para ser fuertes. Este es nuestro desafío.He ahí la gran transición de América: de la debilidad a la fortaleza"

Raúl Alfonsín
[14 de Marzo de 1986]


Señor presidente:
Bienvenido a la Argentina. Nuestro pueblo lo recibe con toda la alegría de la democracia compartida y con todo el recuerdo de la emancipación común.
Lo recibimos como peruano, es decir, hermano en la historia y en el futuro.
Y es así porque no sólo nos une el recuerdo: otra vez, señor presidente, nuestra América ha comenzado una historia común. De esa historia la Argentina es nuevamente parte. Porque es nuestra decisión y, sobre todo, porque es nuestro destino.
Sí, otra vez la historia común.
Desde Ayacucho, desde que el último soldado de la Independencia dejara las armas, nuestra región no había vuelto a mirarse a sí misma con la intensidad de estos años. Hizo falta descubrir lo común de la crisis, lo común de las amenazas a la paz, para que volviéramos a saber de la necesidad de la región.
Y no hay nada aquí de liturgias románticas. No somos latinoamericanos para compartir tristezas. No se trata de sufrir juntos como si esto nos redimiera la pobreza.
Simplemente, señor presidente, se trata de ser latinoamericanos para ser fuertes.
Lo cual quiere decir, hombres libres, naciones independientes, pueblos desarrollados.
Este es nuestro desafío.
He ahí la gran transición de América: de la debilidad a la fortaleza.
Pero partimos de la debilidad.
Sólo tenemos los medios de la debilidad para construir la fortaleza.
Por eso la región.
Porque ningún Estado Nacional aislado podrá acometer la tarea de esa transición con éxito
Porque la región es necesaria para cada Estado, para cada interés nacional.
Ya no alcanza el espacio económico nacional para el desarrollo de nuestras economías. Es necesario el espacio económico regional.
Ya no alcanzan las acciones políticas nacionales para consolidar las autonomías nacionales. Es necesario el espacio político regional.
Estoy convencido de que si hay posibilidad de éxito en esta transición hacia la fortaleza de nuestras naciones, la región es una condición absolutamente necesaria.
Tenemos los ejemplos, contamos con las pruebas -demostraciones empíricas- de que esto es así: se llaman el Consenso de Cartagena y Contadora con su Grupo de Apoyo.
Ya no son balbuceos, ni inspiraciones espasmódicas. Es un pensamiento claro, serio, responsable y sistemático con el que atacarnos a los dos mayores problemas que nos afectan: la deuda externa y la crisis Centroamericana.
Y por cierto llama a la reflexión, que las dos iniciativas más vigorosas de nuestra región no hayan adoptado ninguna forma institucional rígida, que no cuenten con sedes ni con funcionarios permanentes. Lo cual, por cierto, contrasta con otras creaciones regionales ausentes de vigor pero repletas de funcionarios.
El Consenso de Cartagena es el comienzo de nuestra respuesta a la crisis más aguda y más injusta que soportarnos: la de la deuda externa.
Para el caso argentino la crisis es consecuencia de una triple responsabilidad.
La responsabilidad de un Estado autoritario cuyos proyectos correspondían al de una minoría lanzada a la más cruda especulación financiera.
La responsabilidad de sectores que contrajeron la deuda, no para producir sino para especular.
La responsabilidad de quienes frente a la abundancia de recursos financieros de mediados de la década del 70 se volcaron al mercado internacional otorgando créditos con total ligereza dentro de un movimiento general especulativo.
Finalmente, la estatización de la deuda socializó las pérdidas de la especulación pero ciertamente no sus beneficios. De forma que hoy todos nuestros Estados deben asumir los errores del pasado requiriendo a sus pueblos un esfuerzo excepcional.
Frente a esto creemos que hay cuatro caminos complementarios que deben recorrerse simultáneamente para resolver la situación.
El primero consiste en asumir responsablemente corno Estado y como sociedad, la cuestión. Es decir, realizar los ajustes imprescindibles en nuestras economías, sanear las finanzas públicas, combatir la inflación y generar el mayor esfuerzo exportador posible.
A este camino lo estamos transitando con todo cuidado. Nadie podría en el exterior decir que no actuamos con toda la responsabilidad y con toda la seriedad que exigen las circunstancias.
El segundo, hace a la justicia social, a la equidad de la solución. Por lo tanto, el esfuerzo principal no puede recaer en los que nada tuvieron que ver con la generación de esta situación. Es decir, que a pesar del ajuste de la economía, los programas sociales en alimentación, salud, educación y vivienda revisten una prioridad absoluta y están más allá de una fría racionalidad financiera. Esta es nuestra respuesta, ante todo, ética,· frente a la estatización de la deuda que, insisto, socializó las pérdidas de la especulación.
El tercer camino es el de lograr, en tanto se vaya modificando globalmente el tratamiento internacional de la deuda, los mejores acuerdos posibles de renegociación. Estos son indispensables, porque hacen a las respuestas inmediatas que debemos dar en el campo internacional, pero no son una solución permanente.
Finalmente, el cuarto camino, el que no depende de nosotros, el único que no se ha transitado, es el de la responsabilidad de los poderes públicos de los países desarrollados para encontrar nuevas soluciones a un problema que no podrá ser resuelto par la mera acción de las fuerzas del mercado.
Creo, señor presidente, que estamos cumpliendo con nuestras responsabilidades básicas: hacia el exterior re negociando en las mejores condiciones posibles, hacia el interior ajustando las economías y asegurando en todo lo posible la equidad del esfuerzo social.
No obstante todo esto, reitero, no hemos encontrado la misma seriedad ni responsabilidad en el tratamiento de la deuda por parte de los poderes públicos de los países acreedores.
Y si hablo de poderes públicos, y no de la Banca Acreedora es porque estoy convencido de que la cuestión de la deuda debe ser resuelta políticamente. Porque su naturaleza es política, porque sus efectos son políticos y porque sólo la voluntad política de acreedores y deudores podrá resolver la situación.
El Consenso de Cartagena es el instrumento para exigir que esto se logre.
Nunca estuvo en nuestro ánimo el enfrentamiento. Nuestro reclamo permanente fue el diálogo. De forma que tenemos todo el derecho a decir que si no querernos enfrentar tampoco queremos que nos enfrenten. Y en este sentido la respuesta indiferente del Norte sabe a enfrentamiento.
Sólo queremos de parte de los acreedores la misma responsabilidad, la misma seriedad y el mismo sentido de justicia que estamos aplicando nosotros, los latinoamericanos.
No reclamamos dádivas. Sólo conciencia de que la estabilidad global de este, hemisferio se juega en una adecuada resolución del problema de la deuda externa.
El medio para resolver la cuestión resulta claro: es el diálogo político entre deudores y acreedores. Su contenido es preciso: es el de la propuesta de emergencia para las negociaciones sobre deuda y crecimiento, que los once países del Consenso de Cartagena firmamos en Montevideo, el 17 de diciembre de 1985.
Allí leemos: "El más severo ajuste que se intente en cualquiera de nuestros países no alcanza para compensar el muy elevado peso del servicio de la deuda externa, derivado en gran parte, de los altos niveles de las tasas de interés que superan en varias veces el promedio histórico".
"La falta de crecimiento de nuestra región al generar graves problema abre las puertas a la inestabilidad y a las tensiones sociales y compromete la consolidación de los procesos democráticos" .
"América Latina debe volver a crecer. Ese es el compromiso ineludible de los Gobiernos con sus pueblos".
Fue también en Montevideo que dimos contenido al diálogo político.
Porque en ese mismo documento proponemos dialogar con el Norte sobre un temario preciso:
1) El retomo de las tasas reales de interés a sus niveles históricos y la reducción de los márgenes bancarios.
2) Aumento de los flujos de fondo y separación de la deuda actual y futura.
3) Mantenimiento de los saldos reales de crédito de la Banca Comercial.
4) Limitación de las transferencias netas de recursos.
5) Incremento sustancial de los recursos de los organismos multilaterales de fomento.
6) Ampliación de la facilidad de financiamiento compensatorio en el Fondo Monetario Internacional.
7) Adecuación de la condicionalidad a las condiciones y objetivos económico­-políticos de cada país.
8) La reconsideración de la actual situación del Comercio Internacional.
Sería trágico que dentro de algunos años una Comisión de políticos del mundo desarrollado viniera a estas tierras para comprobar que si las justas demandas que presentábamos en el decenio del 80 hubiesen recibido respuesta, la situación de violencia, terror e inseguridad estratégica de estos países se habría evitado. Que Sudamérica no llegue nunca al dolor de la América Central. Sería imperdonable. Es inaceptable.
No hay ingenuidad en nuestros reclamos. Sólo necesidad. Pero una necesidad compartida ¿Cuánto tiempo más habrá que esperar para que la conciencia de esa necesidad sea vista como propia por el Norte?
Tampoco en Contadora y su Grupo de Apoyo hay ingenuidad, sino necesidad.
La crisis de América Central nos afecta a todos. En una cuestión de esta envergadura la ingenuidad consiste en pensar que si allí se precipitara una guerra, nuestros países estarían protegidos de sus efectos.
No puede haber duda que desde México a la Argentina todas nuestras naciones se conmoverían y se verían seriamente afectadas.
No debemos caer en la misma peligrosa indiferencia del Norte respecto de la deuda, pensando que esta es una cuestión ajena, que no nos afectará, en la cual no se juega nuestra propia seguridad.
Sería dramático que la comprobación de cuanto nos afecta una guerra en esa región se hiciera cuando ya no hubiera más nada que hacer.
Entonces, por solidaridad y por interés nacional, el Perú y la Argentina hemos comprometido nuestra acción diplomática con los esfuerzos del Grupo de Contadora.
Y estos esfuerzos han dado un resultado a nuestro juicio fundamental: El Mensaje de Caraballeda para la paz, la seguridad y la democracia en América Central.
Allí están las bases y las acciones inmediatas para encontrarla solución pacífica a la crisis, las que deben considerarse e intentarse todas de modo simultáneo pues cada una es válida y necesaria en sí misma.
Otra vez aquí nuestra propuesta es equilibrada, razonable, racional, posible.
Requiere sólo de la voluntad de los Estados de la región y de aquellos con intereses en ella.
El decálogo de Caraballeda es la enumeración de los mandamientos latinoamericanos para la paz. Allí establecemos que la solución a la crisis debe basarse en:
"1) Una alternativa estrictamente latinoamericana.
"2) La autodeterminación.
"3) La no injerencia en los asuntos internos de otros Estados.
"4) La integridad territorial.
"5) La democracia pluralista
"6) La no presencia de armamentos o bases militares que hagan peligrar la paz y la seguridad de la región.
"7) La no realización de acciones militares de los países del área o con intereses en ella que impliquen una agresión o constituyan una amenaza para la paz.
"8) La no presencia de tropas o asesores extranjeros.
"9) El no apoyo ni político, ni logístico, ni militar a grupos que intenten desestabilizar el orden constitucional de los Estados de América Latina por medio de la fuerza o actos de terrorismo de cualquier índole.
"10) El respeto de los derechos humanos que significa la vigencia irrestricta de las libertades civiles, políticas y religiosas".
Sobre estas bases permanentes reitero una vez más el compromiso de nuestro gobierno de continuar actuando junto con los otros 7 países de Contadora y su Grupo de Apoyo para asegurar la paz en esa región.
Lo consideramos, insisto, nuestro deber, ya que esta cuestión, junto con la de la deuda externa, son los peligros mayores que se ciernen sobre la estabilidad hemisférica.
Y nadie debe dudar que si peligra la estabilidad peligrará la seguridad, la democracia y el desarrollo de toda América.
¡Qué alegría es entonces hablarle como presidente de los argentinos, de los problemas de la América Latina con las ideas y con las propuestas que han nacido del esfuerzo común!
No hay una posición argentina para el tratamiento global de la deuda que no sea la posición del Consenso de Cartagena, como no hay una posición argentina sobre América Central que no sea la del Grupo de Contadora.
Todos sabemos ya, que actuando con la región, a través de la región, somos más fuertes. Lo estamos comprobando.
No hay duda. La región es el instrumento del tránsito de la debilidad a la fortaleza.
Entonces, la fortaleza que hemos logrado en la acción común frente a los principales conflictos que enfrenta la región debe ser usada también para consolidar y profundizar nuestra cooperación. Y esto debe ser hecho con la misma energía y la misma imaginación.
En este sentido, la próxima rueda regional de negociaciones comerciales nos dará la oportunidad de iniciar nuevos caminos que permitan acentuar la autonomía de la región, buscando fórmulas novedosas de equilibrio Y de distribución de beneficios en el proceso de integración.
Nada estará excluido de esta rueda, ni el intercambio comercial, ni la cooperación regional, y por esto, señor presidente, su idea de ofrecer al Fondo Andino de reserva como base de este nuevo esquema regional es recogida por nosotros con el mayor de los intereses. Estamos dispuestos a explorarla juntos, convencidos de que puede proporcionar un instrumento eficaz para nuestros propósitos.
En definitiva, hay que imaginar todo lo posible, todo \o que la región nos puede dar. Debemos pasar a actuar juntos en torno a la imaginación del futuro latinoamericano.
Es la etapa inmediata, la que sin duda alguna compartiremos con el Perú y con usted.
Ese Perú magnífico que usted preside tan dignamente, tan audazmente, como corresponde al desafío de estos tiempos.
Para nosotros, los argentinos, su Perú es la milenaria nación de los Incas, primeros forjadores de la patria.
El Perú es la fraternidad de costa, sierra, montaña Y selva.
Es el Cuzco, capital de un imperio
Es Machu Pichu. "La casa de piedra, la mansión de silencios, allí donde el tiempo teje la sed de los equinoccios".
Para nosotros, los argentinos, el Perú es la patria de César Vallejo, de Haya de la Torre, de Ciro Alegría, de Manuel Scorza.
Para nosotros, el Perú es la patria andina unida a esta patria austral por un pasado glorioso de luchas. Es San Martín. Es la solidaridad por la recuperación de las Malvinas.
Pero sobre todas las cosas Perú es la nación junto a la cual enfrentaremos el desafío de una nueva América Latina: fuerte, independiente, próspera.
Señor presidente:
Permítame levantar mi copa a su salud, a la suya, señora, al triunfo de su pueblo. A toda la historia común que estamos volviendo a construir juntos, peruanos y argentinos.
RAÚL RICARDO ALFONSÍN

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