noviembre 01, 2009

Discurso de Alfonsín en la Reunión Ministerial de consulta sobre Politícas y Estrategias Alimentarias en América Latina y el Caribe

DISCURSO EN EL ACTO DE INAUGURACIÓN DE LA REUNIÓN MINISTERIAL DE CONSULTA SOBRE POLÍTICAS Y ESTRATEGIAS ALIMENTARIAS EN AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE
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La mayor contribución es revalorizar al sector agropecuario, proveedor de alimentos y generador en gran parte de las divisas que disponemos"

Raúl Alfonsín
[12 de Abril de 1986]

Señor presidente, señoras, señores:
En nombre del pueblo argentino tengo el honor de expresarles la más cálida bienvenida unida al sincero agradecimiento por haber otorgado a nuestro país el privilegio de ser sede de una reunión regional de tan nobles propósitos.
Espero que esta tierra de paz, donde pueblo y gobierno luchan mancomunadamente por el establecimiento de una sociedad participativa, moderna y solidaria, constituya un marco apropiado para que fructifique esta Conferencia sobre Políticas y Estrategias Alimentarias en América Latina y el Caribe.
Sería presuntuoso de mi parte tratar de describir, ante este distinguido grupo de expertos, el sombrío panorama que se cierne sobre gran parte del mundo en desarrollo, incluyendo vastos sectores de la población latinoamericana y el Caribe, como consecuencia del flagelo del hambre y la malnutrición.
Pero aun así es ciertamente un deber de conciencia recordar aquí que la desnutrición afecta a uno de cada cuatro niños del Tercer Mundo, minando silenciosamente sus energías y limitando irreversiblemente el potencial de desarrollo de nuestros pueblos.
Los argentinos estamos empeñados en construir una sociedad fundada en una ética de la equidad y la solidaridad, lo cual supone sustentar nuestra democracia en condiciones objetivas que aseguren la mayor justicia social posible.
Es en el marco de esa concepción ética y política que otorgamos la mayor prioridad a la lucha por la plena vigencia del más esencial de los derechos humanos: el derecho que tiene un hombre a alimentarse y asegurar el alimento de sus hijos.
En este sentido nos solidarizamos con la noble tarea del Consejo Mundial de la Alimentación y juntos postulamos que la lucha contra el hambre constituye un objetivo superior y universal ya que se trata de un problema que afecta la supervivencia de la raza humana y su capacidad de determinación, porque quien no puede comer tampoco puede mantener su libertad ni su dignidad.
Es por esta razón que no existe forma de dependencia más degradante para hombres y países, que aquella que se! establece entre quienes poseen y quienes carecen de alimentos. Al reclamo ético sumamos nuestro más profundo rechazo a toda forma de utilización de los alimentos como arma política, pretendiendo ejercer así cualquier forma de control o de condicionamiento sobre las naciones deficitarias.
Señores: tenemos planteado ante nosotros un gran desafío que hace a la esencia misma de esta Conferencia: cómo combatir el hambre y la desnutrición.
Hoy están aquí reunidos los técnicos más destacados de nuestra región para discutir una estrategia alimentaria que haga realidad el anhelo de nuestros pueblos de ver satisfecha la más elemental de sus necesidades. Permítaseme acercar sólo algunos conceptos al debate que ustedes desarrollan.
Creemos que la lucha contra el hambre no es un problema únicamente técnico.
En rigor, disponemos de los recursos y la tecnología necesarias para encarar con grandes posibilidades de éxito la erradicación de este persistente flagelo, tal como lo expresó hace 10 años la Conferencia Mundial sobre la Alimentación en Roma. Requerimos entonces de la voluntad política para asegurar que esos recursos y esa tecnología generen en el mediano plazo los niveles de producción necesarios.
Pero nos equivocaríamos también si pensáramos que la erradicación del hambre y la desnutrición en el mundo es únicamente un problema de oferta de alimentos, o sea de lograr determinados niveles de producción y de productividad.
El hambre de más de 500 millones de personas que viven en el Tercer Mundo contrasta con los enormes excedentes de productos alimenticios acopiados en los silos y cámaras frigoríficas de los países desarrollados.
La imposibilidad de que esos cuantiosos excedentes lleguen a los hogares y países deficitarios está estrechamente vinculada a la inequidad distributiva que caracteriza el actual orden económico internacional, causada por estructuras productivas y de mercados profundamente distorsionadas en beneficio de los más poderosos y en desmedro de los desposeídos.
Consecuentemente, una estrategia orientada a proporcionar seguridad alimentaria a un país o a una región no deberá centrarse únicamente en aumentar los niveles de producción de alimentos sino que tendrá que asegurar su equitativa distribución y, por lo tanto, no podrá soslayar la necesidad de incrementar el ingreso y. en consecuencia, la capacidad de compra de quienes necesitan de esos alimentos, y esto sólo se logra mediante el desarrollo económico y la justa distribución de sus frutos.
Desde otro punto de vista, decimos que una fuente alimentaria confiable y creciente es e! primer prerrequisito para 'el progreso humano. Sin ella la civilización no se puede desarrollar, sobrevivir y continuar evolucionando.
Creo sinceramente que el estilo de desarrollo que ha recorrido América Latina durante las últimas décadas ha olvidado o prestado poca atención a ese principio fundamental.
A partir de una asociación equivocada entre desarrollo y urbanización, entre bienestar y consumo suntuario se ha postergado al sector rural, haciéndolo cumplir un rol subsidiario en el respaldo de un crecimiento cuyos frutos no necesariamente retornan al campo.
Las consecuencias de esta postergación son obvias hoy en América Latina. El constante retroceso del sector rural se refleja en un persistente decrecimiento en la tasa de producción de alimentos: que pasó, del 4% anual en la década del 60, a menos del 2% en los primeros años de la de los 80.
Creemos que esta tendencia debe ser definitivamente invertida en nuestra región.
Es urgente despojar de todo sesgo urbano excluyente nuestros proyectos de modernización y desarrollo. Para ello es fundamental que quienes hacen la política y la ejecutan, comprendan la importancia de una provisión de alimentos estable para la tranquilidad social, económica y política de los pueblos.
Desafortunadamente este hecho obvio es a menudo pasado por alto e ignorado por la gran mayoría de la gente que vive en las grandes ciudades. Se disfrutan los beneficios de una provisión barata de alimentos sin tomar en consideración la magnitud de las complejidades de producir y distribuir el alimento requerido para centros urbanos que albergan poblaciones en algunos casos superiores a los 10 millones de habitantes.
Consideramos entonces que las estrategias alimentarias en América Latina y el Caribe requieren de nuevas pautas de desarrollo que revaloricen el rol del sector rural, transformándolo en firme basamento de un crecimiento articulado y sostenido. Estas nuevas pautas deberán implicar correctivos macroeconómicos específicos que eliminen la discriminación del sector agropecuario y el respaldo subsidiario del sector urbano-industrial.
Sabemos que este propósito de modernización y desarrollo, encarado con la ética de la equidad, donde ningún sector ni ningún grupo social se nutra injustamente con el esfuerzo honesto y productivo de otro, no es una meta de corto plazo. Por lo tanto, en lo inmediato, otorgamos alta prioridad y todo nuestro apoyo a las medidas orientadas a paliar emergencias alimentarias que en casos extremos hacen peligrar la vida de millones de seres humanos.
En tal sentido, hemos firmado con el presidente de la República Oriental del Uruguay una declaración en la que nos comprometemos mutuamente a promover la voluntad política de la región para suscribir un tratado de Asistencia Regional para Emergencias Alimentarias.
El objetivo del mencionado tratado será movilizar la cooperación regional en sus diversas modalidades, para aliviar el desabastecimiento alimentario de cualquier país de América. Invito a los países aquí presentes a sumarse a esta iniciativa para que juntos imaginemos un instrumento simple, que enmarcado en el espíritu de integración que caracteriza a nuestra región, pueda concretar eficientemente la solidaridad regional ante una circunstancia de emergencia alimentaria.
Señores: creemos que nuestra mayor contribución como país al logro de la seguridad alimentaria en el mundo y en la región es la decisión adoptada por nuestro gobierno y compartida por la sociedad argentina de revalorizar al sector agropecuario, proveedor de alimentos y generador en gran parte de las divisas que disponemos como nación.
Nuestro proyecto de modernización concibe la agricultura contemporánea como una actividad industrial, de fuerte impacto multiplicador sobre el resto de la estructura económica nacional.
En este sentido hemos diseñado y estamos ejecutando programas orientados a profundizar el cambio tecnológico, a través del abaratamiento del costo de los insumos estratégicos y de la aplicación de políticas tributarias y de financiamiento orientadas a inducir la incorporación de tecnología moderna.
Como resultado hemos logrado importantes incrementos de la producción y la productividad agropecuarias. En la última campaña hemos obtenido una producción de granos cercana a los 43 millones de toneladas. Ello significa un récord absoluto y duplica los niveles alcanzados hace 10 años.
Paralelamente a este esfuerzo tendiente a lograr ambiciosas metas de producción hemos iniciado programas orientados a enfrentar, en el cortísimo plazo, la emergencia alimentaria que padece un importante sector de la población argentina, consecuencia del deterioro económico de los años recientes.
En el marco de la restauración de nuestra democracia y de nuestra propia civilidad, estamos ejecutando el Programa Alimentario Nacional. El PAN, concebido como un plan de emergencia, entrega mensualmente a un millón de familias cajas de complementación nutricional que contienen alrededor de quince kilogramos de alimentos.
Sin embargo, nuestro esfuerzo productivo y distributivo está cada vez más amenazado por un contexto internacional creciente mente desfavorable.
Quiero denunciar enfáticamente las peligrosas consecuencias de las políticas proteccionistas ejercidas por muchos países industrializados, que no sólo han llevado a sustituir importaciones provenientes de nuestros países sino que han distorsionado el mercado internacional de productos agrícolas con excedentes cuya colocación se impone, sobre la base de prácticas comerciales desleales, que violando los más elementales principios librecambistas, deprimen artificialmente los precios de los productos que exportan la Argentina y muchos países del mundo en desarrollo
El proteccionismo agrícola y el subsidio directo a las exportaciones agrícolas, no sólo tienen un costo altamente discutible para los países consumidores y los contribuyentes de los propios países industrializados. También provocan serios perjuicios económicos para otros países exportadores, que: por un menor desarrollo relativo, no son capaces de enfrentar el costo que significa intervenir en una peligrosa confrontación comercial, destinada a deprimir el precio de productos relativamente secundarios para el comercio exterior de los países industrializados, pero absolutamente vitales para la recuperación de nuestras economías.
Sabemos que el comercio es una de las claves fundamentales para la recuperación económica de los países en desarrollo No es coherente acentuar las exigencias en torno al servicio de nuestras deudas y al mismo tiempo agudizar las trabas a la comercialización de materias primas cuya exportación genera las mismas divisas que se nos reclaman. Por un lado se instrumentan políticas que erosionan en forma permanente las ya escasas reservas internacionales de nuestros pueblos. Por otro, se implementan políticas que impiden su recuperación.
El desarrollo de esta contradicción está generando cuantiosas transferencias de recursos del mundo en desarrollo al mundo industrializado. Como acaba de informar el Banco Interamericano de Desarrollo en su último informe anual, la transferencia neta de recursos de Latinoamérica al exterior, durante 1985 alcanzó la cifra de 30 mil millones de dólares. Si a este volumen sumamos las transferencias correspondientes a 1983 y 1984, el drenaje total alcanza la increíble suma de 100 mil millones de dólares.
Lucharemos unidos, agudizando el genio en torno a mecanismos regionales cada día más eficaces para desarticular esta incongruencia que tanto nos perjudica.
Sin embargo, mientras los precios de nuestras materias primas permanezcan artificialmente deprimidos, nuestro esfuerzo productivo continuará y no dejaremos de visualizar al sector agropecuario como uno de los motores fundamentales del desarrollo económico y social de la Argentina.
Por el contrario, seguiremos incrementando nuestros niveles de producción y productividad, a pesar de los escasos márgenes de rentabilidad que se nos otorgan.
Por último, quiero referirme a la importancia del comercio regional de alimentos para respaldar la seguridad alimentaria regional.
En este sentido hemos impulsado convenios bilaterales de nación a nación con países en vías de desarrollo. Igualmente quiero destacar la importancia y el apoyo que brinda mi gobierno al Comité de Acción para la seguridad Alimentaria Regional del SELA -CASAR-, del cual la Argentina tiene el honor de ser su sede.
América Latina debe tender a ser autosuficiente en alimentos y, en consecuencia, a incrementar su independencia política y económica.
Señores: estoy seguro y confiado que de esta reunión surgirán nuevas e importantes ideas que contribuirán a fortalecer la seguridad alimentaria regional, concibiéndola como una acción de largo plazo, enmarcada en el trípode de la participación, la modernización y la ética de la equidad. Muchas gracias.
RAÚL RICARDO ALFONSÍN

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