DISCURSOS POLÍTICOS CONTRA FILIPO II
LAS FILÍPICAS [1]
Demóstenes
[351 a.C y 340 a.C]
SEGUNDA FILÍPICA
Repetidamente me vengo dando cuenta, varones atenienses, de que cuando se pronuncian discursos acerca de lo que Filipo hace y deshace por la fuerza contraviniendo las cláusulas del tratado de paz, los pronunciados en favor nuestro aparecen beneficiosos y justos y de que todos vosotros juzgáis que los oradores que acusan a Filipo dicen lo que deben decir. Pero también me doy cuenta de que no se pone en práctica absolutamente nada de lo que sería necesario hacer; ni siquiera aquello que justificaría el estar escuchando a los oradores. Al revés, la situación general de la ciudad ha llegado a un punto tal que, cuando más y más claramente se comprueba que Filipo comete transgresiones contra la paz que concluyó con vosotros y maquina proyectos contra todos los helenos, tanto más difícil resulta aconsejaros lo que debe hacerse.
La causa de esto radica en que, necesitándose reprimir con hechos y no sólo con palabras a quienes buscan por encima de todo aumentar sus caudales, nosotros los oradores rehuimos proponeros y aconsejaros nada, temerosos de vuestra animosidad; en cambio, disertamos largamente sobre lo que está haciendo Filipo, insistiendo en que son cosas terribles y difíciles de tolerar. Los que me escucháis estáis mejor preparados que Filipo para lanzar discursos rebosantes de justicia y para comprender a otros cuando los pronuncian, pero no dais muestras de energía para marcarle el alto en las empresas en que se ha embarcado.
Con lo cual acontece lógicamente lo que no puede menos de acontecer: que prospera aquello en lo que cada cual pone su empeño y diligencia; los hechos para Filipo y para vosotros los discursos. De moco que si también en el día de hoy nos basta con exponer lo que conviene la cosa resulta fácil y no requiere esfuerzo alguno. Pero si se hace necesario examinar el modo de que la situación actual mejore y los males no vayan aún más lejos, sin apenas nosotros darnos cuenta, y la manera de que no se levante un poderío tan enorme que ya no podamos enfrentárnosle, entonces es menester que modifiquemos el método de deliberar, dejando a un lado el anterior; porque, ya se trate de nosotros, los oradores, o de vosotros, los oyentes, hay que preferir lo útil y conveniente a lo más fácil y agradable.
Ante todo, varones atenienses, me maravilla que alguien pueda sentirse tranquilo viendo cuán poderoso es ya Filipo y de cuántas regiones se ha apoderado, y juzgue que eso no implica un peligro para la ciudad, y que todo junto sean preparativos contra nosotros. Y a todos quiero suplicar indistintamente que escuchéis la exposición que en pocas palabras haré de las razones que me hacen prever todo lo contrario y considerar a Filipo como un enemigo, a fin de que, caso de que halléis mejores mis previsiones, hagáis caso de mí; pero si preferís a quienes se mantienen tranquilos y en él confían, a ellos sigáis.
Porque yo varones atenienses, discurro así: ¿De qué ha empezado Filipo a hacerse dueño, una vez concluida la paz? De las Termópilas y de la República de Fócida. ¿Por qué? ¿Qué uso ha hecho de ello? Ha elegido servir a los intereses de los tebanos y no a los de los atenienses. Pero, ¿por qué? Porque dirigiendo sus cálculos a su engrandecimiento y a subyugarlo todo y no hacia la paz, ni la tranquilidad, ni nada que sea justo, creo que ha visto muY bien que a nuestra ciudad y a un pueblo como el vuestro nada podía prometer ni hacer que le indujera a abandonar por vuestra ventaja personal ninguno de los demás países griegos, sino que, al contrario, teniendo en cuenta lo que es justo, huyendo de la infamia que representa una política semejante y previniendo todo lo que sea necesario, caso de que emprendiera algo parecido, os opondríais a él en forma tan enérgica como si con él estuvierais en guerra. En cambio pensaba -y así ha ocurrido- que los tebanos, a trueque de ciertas ventajas, le dejarían hacer cuanto quisiera en todo lo demás, y no sólo no intentarían nada en contra suya ni le detendrían, sino que harían la campaña junto a él si así se lo mandaba. Y actualmente favorece a los mesenios y a los argivos por las mismas razones. Lo cual es el elogio más grande para vosotros, varones atenienses.
Porque, según se desprende de estos hechos, sois temidos por él como los únicos que entre todos sois incapaces de sacrificar los derechos comunes de Grecia para vuestro beneficio personal, ni cambiar por ningún favor ni interés vuestra lealtad hacia los griegos; y tiene razón al suponer esto de vosotros, cosa muy contraria a lo que supone de los argivos y de los tebanos: no sólo tiene en cuenta el presente, sino también el pasado. Y se da cuenta y oye decir que cuando a vuestros antepasados les era posible señorear sobre los demás griegos a condición de que aquéllos obedecieran al Rey, no sólo no aceptaron esta propuesta cuando Alejandro, el antepasado de Filipo, llegó en su calidad de heraldo a proponérselo, sino que prefirieron abandonar su país y afrontar toda clase de sufrimientos; y luego de esto realizaron tales hazañas que todo el mundo siente deseo de contarlas, pero nadie ha podido celebrarlas dignamente; y por esto también yo haré bien en dejar este asunto, porque las acciones de ellos son demasiado grandes para que nadie las iguale con palabras; en cambio, los antepasados de los tebanos y de los argivos combatieron unos al lado de los bárbaros y los otros no se resistieron a Filipo, como éste sabe muy bien. Por tanto no ignora que estos dos pueblos acogerían con gusto cuanto les fuera particularmente ventajoso, sin parar mientes en los intereses comunes a los demás griegos. Por ello suponía que si os tomaba a vosotros, obtendría unos amigos para las causas justas, en tanto que si se unía con ellos lograría unos auxiliares, para su ambición. He aquí por qué entonces y ahora los ha preferido a vosotros; y no porque los vea más provistos de galeras que vosotros, ni porque le haya impulsado a renunciar al mar y a los puertos comerciales, ni porque se acuerde de las palabras ni de las promesas mediante las cuales obtuvo la paz.
Mas, ¡por Zeus!, tal vez alguien dirá, con aires de saberlo todo, que no es por ambición ni por ninguno de los motivos que le imputo que Filipo haya obrado de esta forma, sino porque se da cuenta, de que los tebanos tienen más razón que vosotros. He aquí precisamente el único argumento que hoy no puede alegar Filipo; porque el hombre que ordena a los lacedemonios que renuncien a Mesenia, ¿cómo podría, luego de haber entregado a Orcomenes y Queronea a los tebanos, argumentar que lo ha efectuado porque lo consideraba justo?
Pero se ha visto forzado por Zeus, a ello, me dirán como defensa última y a disgusto suyo, cogido entre la caballería tesalia y la infantería tebana, ha tenido que hacer esas concesiones. Muy bien: por esto dicen que actualmente desconfía de los tebanos y hay personas que hacen correr que va a fortificar Elatea.
Yo opino que sí, que tiene esta intención y que la seguirá manteniendo; pero, en cambio, cuando se trata de unirse con los mesenios y los argivos contra los lacedemonios, no tiene ninguna intención de ello, pues les manda mercenarios y dinero, y parece que le esperan a él en persona con un gran ejército. ¿Destruye a los lacedemonios porque son enemigos de los tebanos y en cambio salva actualmente a los focenses que arruinó de buenas a primeras? ¿Y quién iba a creerse esto? No; a pesar de que Filipo hubiera efectuado eso antes a la fuerza y contra su voluntad y que actualmente se desentendiera de los tebanos, no sospecho que se mostrase en forma tan constante como adversario de los enemigos de éstos; al contrario, de lo que actualmente realiza se deduce que también hizo aquello otro porque quiso, y todo junto, si uno lo observa bien, demuestra que toda su política está ordenada contra nuestra ciudad.
Además, en cierta manera, se ve obligado a ello. Fijaos: quiere dominar, y ha comprendido que vosotros sois sus únicos antagonistas. Ya hace tiempo que os causa daños, y tiene plena conciencia de ello; porque las posiciones vuestras que actualmente ocupa son las que le aseguran sus otras conquistas. En efecto, si hubiera abandonado Anfípolis y Potidea; no podría considerarse seguro ni en su casa. Así pues, sabe estas dos cosas: que él hace planes contra vosotros y que tenéis noticias de ello. Y como os considera inteligentes, piensa que tenéis razones para odiarlo y por eso está irritado; porque prevé que será castigado si se os presenta ocasión caso de que él no se os adelante a hacerlo. Por eso vigila, está alerta y halaga a algunos tebanos contra nuestra ciudad, así como a los peloponenses que simpatizan con sus deseos. Piensa que su ambición hará que acepten las ventajas inmediatas y su estupidez no les dejará prever nada de lo que vendrá posteriormente. De todos modos, la gente que reflexione, aunque sea un poco, podrá contemplar bajo sus ojos los ejemplos que he tenido ocasión de citar á los mesenios y a los argivos. Pero tal vez valdría más que os lo explicara también a vosotros.
¿Os imagináis, mesenios, les decía, con qué impaciencia los olintios hubieran escuchado a alguien que hubiese hablado contra Filipo en aquella época en que éste les abandonaba Antemunte, ciudad que hasta entonces todos los reyes de Macedonia habían reivindicado y les regalaba Potidea después de haber ahuyentado de ella a los colonos atenienses o arrostraba la enemistad de Atenas, a fin de darles a ellos el usufructo de aquel territorio? ¿Pensáis que esperaban ser objeto de un trato como el que han recibido, y que si alguien se lo hubiese dicho no le habrían hecho caso? Nada de esto.
Y, ¿qué decir de los tesalos? Creéis, les decía yo, cuando Filipo expulsaba a su tiranos, o todavía, cuando les entregaba Nicea y Magnesia, y esperaban ellos esta decarquía que actualmente ha instituido en su casa que quien les devuelve el puesto del Consejo Anfictiónico va a quedarse con sus propias riendas? Nada de esto. Y con todo, ahí ha ocurrido, y todo el mundo puede saberlo. Y vosotros -les aconsejaba contemplad los dones y las promesas de Filipo; pero si tenéis cordura, rogad a los dioses que no tengáis que ver sus engaños y sus trapacerías. Claro está. ¡Por Zeus!, les decía yo, que hay toda clase de inventos para proteger y asegurar las ciudades, como estacadas, murallas fosos y otras cosas parecidas. Todo esto tiene que efectuarse con las manos Y trae aparejado unos gastos; pero el instinto, en los hombres razonables, tiene en sí mismo una salvaguarda común, que es una protección excelente para todo el mundo, pero especialmente para las democracias frente a los tiranos. ¿Y qué es ello? La desconfianza. Guardadla y aferraos a ella: si la conserváis no tendréis que sufrir ningún daño. ¿Qué deseáis? -les predecía-. ¿La libertad? ¿Pues no veis que incluso los títulos de Filipo son lo más contrario de ella? Los reyes y los tiranos son por naturaleza enemigos de la libertad y adversarios de las leyes. ¿No queréis vigilar que buscando saliros de una guerra os encontréis con un tirano?
Pero ellos, luego de haber oído esto y de haberlo aprobado tumultuosamente como otros muchos discursos de los embajadores -primero ante mí y, según parece, también más tarde-, no se desprenderán de la amistad de Filipo ni de sus promesas. Y eso nada tiene de absurdo, o sea que unos mesenios y unos peloponenses tomen un partido diferente del que racionalmente se les hace comprender que es el mejor. Más vosotros, que comprendéis por vosotros mismos y que oís decir a los oradores que se están efectuando planes contra vosotros y que se os rodea de trampas, me temo que, por no hacer nada a tiempo, cuando menos lo penséis tendréis que hacer frente a todo. De tal forma el goce inmediato y la molicie tienen mucha mayor fuerza que los intereses futuros.
En cuanto a lo que os es necesario hacer, ya lo discutiremos más tarde entre vosotros si tenéis cordura; pero qué respuesta tenéis que dar ahora y qué cosa tenéis que decidir con vuestro voto, voy a decíroslo en seguida. (Interrupción mientras salen los embajadores)
Sería justo en estos momentos, ¡oh atenienses!, que llamaseis a quienes os han traído las promesas a base de las cuales os han persuadido a efectuar la paz. Porque ni yo hubiera consentido nunca en encargarme de la embajada, ni VOsotros, ya lo sé, habríais puesto fin a la guerra si hubieseis pensado que Filipo, una vez obtenida la paz, haría cuanto ha realizado. Pero lo que entonces se dijo era cosa muy diferente a lo que ha ocurrido. Y todavía sería necesario llamar a otros. ¿Quiénes? Aquellos que, cuando una vez efectuada la paz, al regresar yo de la segunda embajada que mandasteis para el intercambio de juramentos, dime cuenta de que engañaban a la ciudad y lo dije y lo atestigüé públicamente, oponiéndome al abandono de las Termópilas y de la Fócida, decían que ya era de esperar que un abstemio como yo fuera un cascarrabias y un mal genio; pero que Filipo; si pasaba adelante, haría todo lo que vosotros podíais desear y fortificaría Tespia y Platea, pondría fin a la insolencia de los tebanos, abriría a su costa un canal a través del Quersoneso y os devolvería Eubea y Oropos a cambio de Anfípolis. Porque todo esto fue dicho aquí mismo, en esta tribuna; ya sé que lo recordáis, aunque vosotros no sois muy buenos para recordar aquellas cosas que os causan daño. Y lo más ignominioso de todo es que, en vista de esas esperanzas, decretasteis que este pacto sería válido para vuestros descendientes. Tan completamente hechizados estabais.
Más, ¿por qué refiero actualmente esto y por qué afirmo que es necesario llamar a aquellos hombres? ¡Por los dioses!, voy a deciros la verdad, con entera franqueza y sin ocultar nada. No para llegar a los insultos ni para dar ocasión de hablar en plan de igualdad ante vosotros, procurando a quienes han chocado conmigo desde el primer momento una excusa para volver a cobrar de Filipo; ni tampoco para poder hablar con entera libertad. No, pero pienso que algún día las acciones de Filipo os causarán más daño que hoy, porque contemplo los progresos que realiza su empresa y no quisiera acertarlo, mas temo que esto esté ya demasiado próximo. Y cuando no os quede posibilidad de desentenderos de los acontecimientos ni oigáis decir, a mí o a cualquier otro, que todo va contra vosotros, sino que lo veáis con vuestros propios ojos y os deis perfecta cuenta de ello, pienso que entonces no os irritaréis y que seréis rigurosos. Por eso tengo miedo de que frente al silencio de los embajadores, que mucho se han guardado de decir por qué razones saben ellos que los han sobornado, vuestra indignación caiga sobre quienes se esfuerzan en enderezar alguna de las cosas que por culpa de ellos se han torcido. Porque observo que a menudo ciertos hombres desatan su rabia, no contra los culpables, sino contra quienes tienen más a mano.
Por tanto, mientras aún se están fraguando los acontecimientos y nosotros nos escuchamos mutuamente, quiero recordar a cada uno de vosotros, a pesar de que todos lo sabéis muy bien, que es el hombre que os convenció para que abandonarais la Fócida y las Termópilas, abandono que hizo de Filipo el dueño de la una y de las otras, le ha hecho asimismo dueño de los caminos del Ática y del Peloponeso y os ha forzado a deliberar, no sobre vuestros derechos ni sobre la situación exterior, sino sobre la situación del país y la guerra contra el Ática, esta guerra que a todos hará sufrir cuando esté aquí, pero que nació aquel mismo día. Porque si entonces no hubieseis sido engañados, actualmente no existiría problema para la ciudad: No, Filipo no hubiera podido obtener ni una victoria naval que le permitiese venir hacia el Ática con un ejército ni atacarnos por tierra a través de las Termópilas y de la Fócida. Antes bien, o hubiera procedido con arreglo a derecho, manteniendo la paz y sin promover querellas, o bien inmediatamente se hubiese encontrado en una guerra parecida a la que entonces le hizo desear la paz.
Os he dicho lo suficiente para despertar vuestros recuerdos. Más, por los dioses, que estas cosas no lleguen a verificarse nunca con demasiada exactitud. Porque no querría yo que nadie, ni aún siendo digno de la muerte, sufriera su castigo con daño y detrimento de nuestra ciudad.
DEMÓSTENES
LAS FILÍPICAS [1]
Demóstenes
[351 a.C y 340 a.C]
SEGUNDA FILÍPICA
Repetidamente me vengo dando cuenta, varones atenienses, de que cuando se pronuncian discursos acerca de lo que Filipo hace y deshace por la fuerza contraviniendo las cláusulas del tratado de paz, los pronunciados en favor nuestro aparecen beneficiosos y justos y de que todos vosotros juzgáis que los oradores que acusan a Filipo dicen lo que deben decir. Pero también me doy cuenta de que no se pone en práctica absolutamente nada de lo que sería necesario hacer; ni siquiera aquello que justificaría el estar escuchando a los oradores. Al revés, la situación general de la ciudad ha llegado a un punto tal que, cuando más y más claramente se comprueba que Filipo comete transgresiones contra la paz que concluyó con vosotros y maquina proyectos contra todos los helenos, tanto más difícil resulta aconsejaros lo que debe hacerse.
La causa de esto radica en que, necesitándose reprimir con hechos y no sólo con palabras a quienes buscan por encima de todo aumentar sus caudales, nosotros los oradores rehuimos proponeros y aconsejaros nada, temerosos de vuestra animosidad; en cambio, disertamos largamente sobre lo que está haciendo Filipo, insistiendo en que son cosas terribles y difíciles de tolerar. Los que me escucháis estáis mejor preparados que Filipo para lanzar discursos rebosantes de justicia y para comprender a otros cuando los pronuncian, pero no dais muestras de energía para marcarle el alto en las empresas en que se ha embarcado.
Con lo cual acontece lógicamente lo que no puede menos de acontecer: que prospera aquello en lo que cada cual pone su empeño y diligencia; los hechos para Filipo y para vosotros los discursos. De moco que si también en el día de hoy nos basta con exponer lo que conviene la cosa resulta fácil y no requiere esfuerzo alguno. Pero si se hace necesario examinar el modo de que la situación actual mejore y los males no vayan aún más lejos, sin apenas nosotros darnos cuenta, y la manera de que no se levante un poderío tan enorme que ya no podamos enfrentárnosle, entonces es menester que modifiquemos el método de deliberar, dejando a un lado el anterior; porque, ya se trate de nosotros, los oradores, o de vosotros, los oyentes, hay que preferir lo útil y conveniente a lo más fácil y agradable.
Ante todo, varones atenienses, me maravilla que alguien pueda sentirse tranquilo viendo cuán poderoso es ya Filipo y de cuántas regiones se ha apoderado, y juzgue que eso no implica un peligro para la ciudad, y que todo junto sean preparativos contra nosotros. Y a todos quiero suplicar indistintamente que escuchéis la exposición que en pocas palabras haré de las razones que me hacen prever todo lo contrario y considerar a Filipo como un enemigo, a fin de que, caso de que halléis mejores mis previsiones, hagáis caso de mí; pero si preferís a quienes se mantienen tranquilos y en él confían, a ellos sigáis.
Porque yo varones atenienses, discurro así: ¿De qué ha empezado Filipo a hacerse dueño, una vez concluida la paz? De las Termópilas y de la República de Fócida. ¿Por qué? ¿Qué uso ha hecho de ello? Ha elegido servir a los intereses de los tebanos y no a los de los atenienses. Pero, ¿por qué? Porque dirigiendo sus cálculos a su engrandecimiento y a subyugarlo todo y no hacia la paz, ni la tranquilidad, ni nada que sea justo, creo que ha visto muY bien que a nuestra ciudad y a un pueblo como el vuestro nada podía prometer ni hacer que le indujera a abandonar por vuestra ventaja personal ninguno de los demás países griegos, sino que, al contrario, teniendo en cuenta lo que es justo, huyendo de la infamia que representa una política semejante y previniendo todo lo que sea necesario, caso de que emprendiera algo parecido, os opondríais a él en forma tan enérgica como si con él estuvierais en guerra. En cambio pensaba -y así ha ocurrido- que los tebanos, a trueque de ciertas ventajas, le dejarían hacer cuanto quisiera en todo lo demás, y no sólo no intentarían nada en contra suya ni le detendrían, sino que harían la campaña junto a él si así se lo mandaba. Y actualmente favorece a los mesenios y a los argivos por las mismas razones. Lo cual es el elogio más grande para vosotros, varones atenienses.
Porque, según se desprende de estos hechos, sois temidos por él como los únicos que entre todos sois incapaces de sacrificar los derechos comunes de Grecia para vuestro beneficio personal, ni cambiar por ningún favor ni interés vuestra lealtad hacia los griegos; y tiene razón al suponer esto de vosotros, cosa muy contraria a lo que supone de los argivos y de los tebanos: no sólo tiene en cuenta el presente, sino también el pasado. Y se da cuenta y oye decir que cuando a vuestros antepasados les era posible señorear sobre los demás griegos a condición de que aquéllos obedecieran al Rey, no sólo no aceptaron esta propuesta cuando Alejandro, el antepasado de Filipo, llegó en su calidad de heraldo a proponérselo, sino que prefirieron abandonar su país y afrontar toda clase de sufrimientos; y luego de esto realizaron tales hazañas que todo el mundo siente deseo de contarlas, pero nadie ha podido celebrarlas dignamente; y por esto también yo haré bien en dejar este asunto, porque las acciones de ellos son demasiado grandes para que nadie las iguale con palabras; en cambio, los antepasados de los tebanos y de los argivos combatieron unos al lado de los bárbaros y los otros no se resistieron a Filipo, como éste sabe muy bien. Por tanto no ignora que estos dos pueblos acogerían con gusto cuanto les fuera particularmente ventajoso, sin parar mientes en los intereses comunes a los demás griegos. Por ello suponía que si os tomaba a vosotros, obtendría unos amigos para las causas justas, en tanto que si se unía con ellos lograría unos auxiliares, para su ambición. He aquí por qué entonces y ahora los ha preferido a vosotros; y no porque los vea más provistos de galeras que vosotros, ni porque le haya impulsado a renunciar al mar y a los puertos comerciales, ni porque se acuerde de las palabras ni de las promesas mediante las cuales obtuvo la paz.
Mas, ¡por Zeus!, tal vez alguien dirá, con aires de saberlo todo, que no es por ambición ni por ninguno de los motivos que le imputo que Filipo haya obrado de esta forma, sino porque se da cuenta, de que los tebanos tienen más razón que vosotros. He aquí precisamente el único argumento que hoy no puede alegar Filipo; porque el hombre que ordena a los lacedemonios que renuncien a Mesenia, ¿cómo podría, luego de haber entregado a Orcomenes y Queronea a los tebanos, argumentar que lo ha efectuado porque lo consideraba justo?
Pero se ha visto forzado por Zeus, a ello, me dirán como defensa última y a disgusto suyo, cogido entre la caballería tesalia y la infantería tebana, ha tenido que hacer esas concesiones. Muy bien: por esto dicen que actualmente desconfía de los tebanos y hay personas que hacen correr que va a fortificar Elatea.
Yo opino que sí, que tiene esta intención y que la seguirá manteniendo; pero, en cambio, cuando se trata de unirse con los mesenios y los argivos contra los lacedemonios, no tiene ninguna intención de ello, pues les manda mercenarios y dinero, y parece que le esperan a él en persona con un gran ejército. ¿Destruye a los lacedemonios porque son enemigos de los tebanos y en cambio salva actualmente a los focenses que arruinó de buenas a primeras? ¿Y quién iba a creerse esto? No; a pesar de que Filipo hubiera efectuado eso antes a la fuerza y contra su voluntad y que actualmente se desentendiera de los tebanos, no sospecho que se mostrase en forma tan constante como adversario de los enemigos de éstos; al contrario, de lo que actualmente realiza se deduce que también hizo aquello otro porque quiso, y todo junto, si uno lo observa bien, demuestra que toda su política está ordenada contra nuestra ciudad.
Además, en cierta manera, se ve obligado a ello. Fijaos: quiere dominar, y ha comprendido que vosotros sois sus únicos antagonistas. Ya hace tiempo que os causa daños, y tiene plena conciencia de ello; porque las posiciones vuestras que actualmente ocupa son las que le aseguran sus otras conquistas. En efecto, si hubiera abandonado Anfípolis y Potidea; no podría considerarse seguro ni en su casa. Así pues, sabe estas dos cosas: que él hace planes contra vosotros y que tenéis noticias de ello. Y como os considera inteligentes, piensa que tenéis razones para odiarlo y por eso está irritado; porque prevé que será castigado si se os presenta ocasión caso de que él no se os adelante a hacerlo. Por eso vigila, está alerta y halaga a algunos tebanos contra nuestra ciudad, así como a los peloponenses que simpatizan con sus deseos. Piensa que su ambición hará que acepten las ventajas inmediatas y su estupidez no les dejará prever nada de lo que vendrá posteriormente. De todos modos, la gente que reflexione, aunque sea un poco, podrá contemplar bajo sus ojos los ejemplos que he tenido ocasión de citar á los mesenios y a los argivos. Pero tal vez valdría más que os lo explicara también a vosotros.
¿Os imagináis, mesenios, les decía, con qué impaciencia los olintios hubieran escuchado a alguien que hubiese hablado contra Filipo en aquella época en que éste les abandonaba Antemunte, ciudad que hasta entonces todos los reyes de Macedonia habían reivindicado y les regalaba Potidea después de haber ahuyentado de ella a los colonos atenienses o arrostraba la enemistad de Atenas, a fin de darles a ellos el usufructo de aquel territorio? ¿Pensáis que esperaban ser objeto de un trato como el que han recibido, y que si alguien se lo hubiese dicho no le habrían hecho caso? Nada de esto.
Y, ¿qué decir de los tesalos? Creéis, les decía yo, cuando Filipo expulsaba a su tiranos, o todavía, cuando les entregaba Nicea y Magnesia, y esperaban ellos esta decarquía que actualmente ha instituido en su casa que quien les devuelve el puesto del Consejo Anfictiónico va a quedarse con sus propias riendas? Nada de esto. Y con todo, ahí ha ocurrido, y todo el mundo puede saberlo. Y vosotros -les aconsejaba contemplad los dones y las promesas de Filipo; pero si tenéis cordura, rogad a los dioses que no tengáis que ver sus engaños y sus trapacerías. Claro está. ¡Por Zeus!, les decía yo, que hay toda clase de inventos para proteger y asegurar las ciudades, como estacadas, murallas fosos y otras cosas parecidas. Todo esto tiene que efectuarse con las manos Y trae aparejado unos gastos; pero el instinto, en los hombres razonables, tiene en sí mismo una salvaguarda común, que es una protección excelente para todo el mundo, pero especialmente para las democracias frente a los tiranos. ¿Y qué es ello? La desconfianza. Guardadla y aferraos a ella: si la conserváis no tendréis que sufrir ningún daño. ¿Qué deseáis? -les predecía-. ¿La libertad? ¿Pues no veis que incluso los títulos de Filipo son lo más contrario de ella? Los reyes y los tiranos son por naturaleza enemigos de la libertad y adversarios de las leyes. ¿No queréis vigilar que buscando saliros de una guerra os encontréis con un tirano?
Pero ellos, luego de haber oído esto y de haberlo aprobado tumultuosamente como otros muchos discursos de los embajadores -primero ante mí y, según parece, también más tarde-, no se desprenderán de la amistad de Filipo ni de sus promesas. Y eso nada tiene de absurdo, o sea que unos mesenios y unos peloponenses tomen un partido diferente del que racionalmente se les hace comprender que es el mejor. Más vosotros, que comprendéis por vosotros mismos y que oís decir a los oradores que se están efectuando planes contra vosotros y que se os rodea de trampas, me temo que, por no hacer nada a tiempo, cuando menos lo penséis tendréis que hacer frente a todo. De tal forma el goce inmediato y la molicie tienen mucha mayor fuerza que los intereses futuros.
En cuanto a lo que os es necesario hacer, ya lo discutiremos más tarde entre vosotros si tenéis cordura; pero qué respuesta tenéis que dar ahora y qué cosa tenéis que decidir con vuestro voto, voy a decíroslo en seguida. (Interrupción mientras salen los embajadores)
Sería justo en estos momentos, ¡oh atenienses!, que llamaseis a quienes os han traído las promesas a base de las cuales os han persuadido a efectuar la paz. Porque ni yo hubiera consentido nunca en encargarme de la embajada, ni VOsotros, ya lo sé, habríais puesto fin a la guerra si hubieseis pensado que Filipo, una vez obtenida la paz, haría cuanto ha realizado. Pero lo que entonces se dijo era cosa muy diferente a lo que ha ocurrido. Y todavía sería necesario llamar a otros. ¿Quiénes? Aquellos que, cuando una vez efectuada la paz, al regresar yo de la segunda embajada que mandasteis para el intercambio de juramentos, dime cuenta de que engañaban a la ciudad y lo dije y lo atestigüé públicamente, oponiéndome al abandono de las Termópilas y de la Fócida, decían que ya era de esperar que un abstemio como yo fuera un cascarrabias y un mal genio; pero que Filipo; si pasaba adelante, haría todo lo que vosotros podíais desear y fortificaría Tespia y Platea, pondría fin a la insolencia de los tebanos, abriría a su costa un canal a través del Quersoneso y os devolvería Eubea y Oropos a cambio de Anfípolis. Porque todo esto fue dicho aquí mismo, en esta tribuna; ya sé que lo recordáis, aunque vosotros no sois muy buenos para recordar aquellas cosas que os causan daño. Y lo más ignominioso de todo es que, en vista de esas esperanzas, decretasteis que este pacto sería válido para vuestros descendientes. Tan completamente hechizados estabais.
Más, ¿por qué refiero actualmente esto y por qué afirmo que es necesario llamar a aquellos hombres? ¡Por los dioses!, voy a deciros la verdad, con entera franqueza y sin ocultar nada. No para llegar a los insultos ni para dar ocasión de hablar en plan de igualdad ante vosotros, procurando a quienes han chocado conmigo desde el primer momento una excusa para volver a cobrar de Filipo; ni tampoco para poder hablar con entera libertad. No, pero pienso que algún día las acciones de Filipo os causarán más daño que hoy, porque contemplo los progresos que realiza su empresa y no quisiera acertarlo, mas temo que esto esté ya demasiado próximo. Y cuando no os quede posibilidad de desentenderos de los acontecimientos ni oigáis decir, a mí o a cualquier otro, que todo va contra vosotros, sino que lo veáis con vuestros propios ojos y os deis perfecta cuenta de ello, pienso que entonces no os irritaréis y que seréis rigurosos. Por eso tengo miedo de que frente al silencio de los embajadores, que mucho se han guardado de decir por qué razones saben ellos que los han sobornado, vuestra indignación caiga sobre quienes se esfuerzan en enderezar alguna de las cosas que por culpa de ellos se han torcido. Porque observo que a menudo ciertos hombres desatan su rabia, no contra los culpables, sino contra quienes tienen más a mano.
Por tanto, mientras aún se están fraguando los acontecimientos y nosotros nos escuchamos mutuamente, quiero recordar a cada uno de vosotros, a pesar de que todos lo sabéis muy bien, que es el hombre que os convenció para que abandonarais la Fócida y las Termópilas, abandono que hizo de Filipo el dueño de la una y de las otras, le ha hecho asimismo dueño de los caminos del Ática y del Peloponeso y os ha forzado a deliberar, no sobre vuestros derechos ni sobre la situación exterior, sino sobre la situación del país y la guerra contra el Ática, esta guerra que a todos hará sufrir cuando esté aquí, pero que nació aquel mismo día. Porque si entonces no hubieseis sido engañados, actualmente no existiría problema para la ciudad: No, Filipo no hubiera podido obtener ni una victoria naval que le permitiese venir hacia el Ática con un ejército ni atacarnos por tierra a través de las Termópilas y de la Fócida. Antes bien, o hubiera procedido con arreglo a derecho, manteniendo la paz y sin promover querellas, o bien inmediatamente se hubiese encontrado en una guerra parecida a la que entonces le hizo desear la paz.
Os he dicho lo suficiente para despertar vuestros recuerdos. Más, por los dioses, que estas cosas no lleguen a verificarse nunca con demasiada exactitud. Porque no querría yo que nadie, ni aún siendo digno de la muerte, sufriera su castigo con daño y detrimento de nuestra ciudad.
DEMÓSTENES
[1] Demóstenes (griego Δημοσθένης, Dêmosthénês), político, es considerado desde su época como uno de los mas importantes oradores de la historia. Nacido en Atenas, en el 384 a. C. y fallecido en Calauria, el 322 a. C.
Las filípicas son discursos políticos de Demóstenes contra Filipo II de Macedonia. Se trata de cuatro documentos escritos entre 351 a. C. y 340 a. C., dirigidos contra el creciente poder del macedonio, a quien ve como una amenaza, no sólo para Atenas, sino para todas las ciudades estado griegas. En ellos trata de persuadir a sus conciudadanos del peligro que representa el avance de Filipo de Macedonia, por cuanto que supone una amenaza para las instituciones y la mentalidad de la democracia sostenida en las "poleis".
El ateniense pone así los recursos de la retórica al servicio de esta defensa de unos valores que peligran ante un enemigo poderoso, que pretende crear un gran imperio.
Por último, cabe recordar que la pertinencia de este trabajo reside en que, aunque mucho se ha estudiado la figura de Demóstenes y sus discursos desde el punto de vista formal y en cuanto a su contenido político, sería interesante retomar algunas de las ideas expresadas en estos estudios -algunos de una gran categoría, como el de Jaeger "Demóstenes: la agonía de Grecia"-, a la luz del moderno concepto de globalización.De este modo, queda patente, una vez más, la vigencia y actualidad de las ideas de los clásicos, no sólo en lo filosófico o lo literario, sino también en lo político.
Las filípicas son discursos políticos de Demóstenes contra Filipo II de Macedonia. Se trata de cuatro documentos escritos entre 351 a. C. y 340 a. C., dirigidos contra el creciente poder del macedonio, a quien ve como una amenaza, no sólo para Atenas, sino para todas las ciudades estado griegas. En ellos trata de persuadir a sus conciudadanos del peligro que representa el avance de Filipo de Macedonia, por cuanto que supone una amenaza para las instituciones y la mentalidad de la democracia sostenida en las "poleis".
El ateniense pone así los recursos de la retórica al servicio de esta defensa de unos valores que peligran ante un enemigo poderoso, que pretende crear un gran imperio.
Por último, cabe recordar que la pertinencia de este trabajo reside en que, aunque mucho se ha estudiado la figura de Demóstenes y sus discursos desde el punto de vista formal y en cuanto a su contenido político, sería interesante retomar algunas de las ideas expresadas en estos estudios -algunos de una gran categoría, como el de Jaeger "Demóstenes: la agonía de Grecia"-, a la luz del moderno concepto de globalización.De este modo, queda patente, una vez más, la vigencia y actualidad de las ideas de los clásicos, no sólo en lo filosófico o lo literario, sino también en lo político.
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