febrero 12, 2010

Primera Filípica (Demóstenes)

DISCURSOS POLÍTICOS CONTRA FILIPO II
LAS FILÍPICAS
[1]
Demóstenes
[351 a.C y 340 a.C]

PRIMERA FILÍPICA
Si se nos hubiera propuesto deliberar sobre algún asunto nuevo, yo hubiera esperado a que hubiesen expuesto su parecer la mayoría de los oradores. De haber estado de acuerdo con sus opiniones, habría guardado silencio; en caso contrario, habría procurado manifestar la mía. Mas como ahora vamos a considerar asuntos que ya han discutido en repetidas ocasiones los oradores, me atrevo a suponer que alcanzaré vuestra benevolencia aún siendo el primero en subir a la tribuna. Porque si esos oradores os hubieran aconsejado tiempo ha lo que convenía, no tendríais por qué entrar de nuevo en deliberaciones.
Lo primero es, pues, varones atenienses, que no debéis desalentaros por la presente situación, por desesperada que os parezca; precisamente lo que en ella ha sido hasta ahora lo peor, es lo que mejor pinta para el futuro. ¿Cómo es esto? Si van mal los negocios es porque vosotros no habéis cumplido con vuestro deber, que si hubierais cumplido y, a pesar de eso, fueran los negocios como van, no habría entonces ni esperanza de una posible mejoría.
Después, es menester que meditéis en lo que unos habéis oído contar y a otros os ha tocado presenciar personalmente, a saber, cómo, ostentando en épocas no muy lejanas tan formidable poder los lacedemonios, fuisteis capaces de manejar los asuntos tan honrosa, bella y convenientemente para la ciudad, que sostuvisteis contra ellos una guerra por defender la legalidad. ¿Que por qué saco a colación esto ahora? Para que sepáis, varones atenienses, y caigáis en la cuenta de que nada hay temible para vosotros si estáis prevenidos, mientras que nada tendréis de cuanto deseáis si no estáis sobre aviso. Que os sirvan de ejemplos, para confirmarlo, por una parte la victoria que alcanzasteis sobre el poderío lacedemonio con sólo estar atentos a lo vuestro, y por otra la insolencia de Filipo, que nos trae perturbados hasta el grado de no atender a lo que nos conviene.
Y si alguno de vosotros juzga que Filipo es invencible, porque contempla su enorme poderío y ve que nuestra ciudad no conserva ya aquellas fuertes posiciones, tome en consideración que antaño nosotros poseíamos Pidna, Potidea, Metona y toda la región circunvecina, y que muchos de los pueblos que ahora se han aliado con Filipo eran entonces libres y hasta preferían ser amigos nuestros. Si Filipo hubiera discurrido entonces como nosotros y hubiera juzgado que era difícil combatir a los atenienses, porque poseían tantas fortalezas en su propio territorio, en tanto él no contaba con aliados, no habría hecho nada de lo que ha hecho ni habría adquirido una fuerza tan grande. Pero él, atenienses, ha comprendido muy bien un cosa: que todas esas plazas son premios de guerra, indistintamente propuestos a todo el mundo, y que por ley de naturaleza los bienes de los ausentes corresponden a quienes van en su busca, y los de los negligentes a quienes se deciden a arrostrar penas y peligros.
Guiado por ese convencimiento lo destroza y lo domina todo, tanto los pueblos que ha subyugado con las armas como los que se ha ganado convirtiéndolos en amigos. Porque es un hecho que todos prefieren aliarse e ir a la par con aquellos a quienes ven preparados y decididos a hacer lo más conveniente. Pues bien, atenienses, si ahora queréis adoptar este principio ya que no lo habéis hecho antes, y cada uno de vosotros, en lo que atañe a su deber y en lo que podría ser útil a la ciudad, esta dispuesto a dejar todo subterfugio y actuar, contribuyendo quien tenga dinero, sirviendo en el ejército quien esté en edad de ello; en una palabra, si queréis depender de vosotros mismos y cada uno deja de esperar que él no tendrá que hacer nada y que el vecino lo hará todo por él, entonces, si el cielo lo permite, volveréis a tomar cuanto era vuestro, recobraréis lo que ha perdido vuestra negligencia y os vengaréis de Filipo.
Porque no vayáis a imaginaros que los triunfos le siguen como si fuera un inmortal, no. También hay, atenienses, quien le odia, teme y envidia, incluso entre aquellos que actualmente parece que le son más fieles; y todo aquello que se encuentra entre los demás hombres, hay que pensar que también se halla entre los que le rodean. Es cierto que todo esto está de momento oculto, por no saber hacia dónde volverse a causa de vuestra lentitud y vuestra debilidad, la cual, os digo, ya es hora que os la quitéis de encima. Atenienses, fijaos en la situación. Ese hombre ha llegado hasta tal punto de insolencia que no os deja ni escoger entre actuar o manteneros en paz; os amenaza, pronuncia discursos -según dicen, llenos de jactancia- y no tiene bastante con conservar lo que ha subyugado, sino que extiende continuamente sus dominios y nos rodea de cerca por todas partes, mientras nosotros vacilamos y nada hacemos.
¿Cuándo, pues, varones atenienses, haréis lo que hay que hacer? ¿A qué esperáis? ¡Por Zeus!, cuando haya verdadera necesidad. Mas lo que pasa ahora, ¿qué debemos suponer que es? Yo considero que, para los hombres libres, la necesidad más grande es la vergüenza por lo que está sucediendo. O bien respondedme: ¿qué cosa más nueva podría existir que esto: que un macedonio ataque a los atenienses y dirija la política de los griegos? ¿Ha muerto Filipo? ¡Por Zeus!, no, pero está enfermo. ¿Qué diferencia hay en ello para vosotros? Porque si le sucede algo, rápidamente daréis origen a un nuevo Filipo, caso de que sigáis prestando igual atención a las cosas, ya que éste se ha hecho poderoso no tanto a causa de su propia fuerza como a causa de vuestros descuidos. Aún más: si le pasara algo y la fortuna, que siempre tiene más cuidado de nosotros que nosotros mismos, os hiciera también ese servicio, sabed que si os encontraseis allí y vigilaseis la confusión general arreglaríais las cosas como quisieseis. Pero, en la situación en que ahora estáis, ni aún en el caso de que las circunstancias os colocaran en las manos la ciudad de Anfípolis la podríais tomar, sin preparativos y sin orientaciones.
No insistiré más sobre la obligación de estar todos decididos a hacer con rapidez lo conveniente, porque os quiero suponer decididos y convencidos. En cuanto a la clase de preparativos que según mi opinión deben sacaros de la situación actual, la importancia del contingente, los medios de obtener dinero y las demás cosas para que os preparéis mejor y más rápidamente, también intentaré decíroslas; mas os pido una cosa: juzgar cuando lo hayáis escuchado todo, pero no os pronunciéis antes; ni si desde el principio alguien cree que os propongo un nuevo plan, que no me acuse de retrasar las cosas. Porque no son ciertamente los que dicen en seguida y hoy, quienes hablan más a propósito -ya que no podríais impedir lo ocurrido enviando ahora auxilios-, sino aquel que os indique la fuerza que es necesario aparejar, su importancia numérica y cómo podrá sostenerse hasta que nos hayamos puesto de acuerdo para acabar la guerra o hayamos dominado al enemigo, porque de esta manera no sufriríamos nunca más; ahora bien, creo podéroslo decir, no me opondré si otro presenta otra proposición. He aquí, pues, la importancia de lo que os prometo; los hechos pronto lo probarán y vosotros los juzgaréis.
Primeramente afirmo, atenienses, que es necesario armar cincuenta galeras, y que vosotros estéis en disposición de embarcar y navegar en ellas si fuera necesario. Además, reclamo que tengáis a punto galeras especiales para la mitad de la caballería, y los buques de transporte que sean necesarios. Esto es lo que estimo conveniente contra las súbitas incursiones de Filipo desde su país a las Termópilas, al Quersoneso, a Olinto y a dondequiera que sea. Tenemos que hacerle comprender que quizá vosotros saldréis de esta negligencia excesiva, como lo habéis hecho con vuestra expedición a Eubea, y antes, dicen, marchando sobre Haliart y finalmente, no hace mucho, hacia las Termópilas. Y de ninguna manera, aunque no hicieseis lo que os he dicho, puede tomarse a la ligera esta consideración: así, o bien le entrará temor al sabernos prontos -ya que lo sabrá perfectamente, pues hay gente que le cuenta todo lo que hacemos e incluso más de lo conveniente- y se estará quieto; y si no lo hace lo cogeremos desprevenido, ya que nada nos impide atacar por mar su territorio si a ello nos da ocasión.
He aquí las resoluciones que debéis tomar y los preparativos que creo convenientes. Pero antes de eso afirmo, atenienses, la necesidad de tener a mano una fuerza que continuamente ataque y sujete. No me a habléis de 10,000 ni de 20,000 mercenarios, ni de esos ejércitos que sólo están en el papel; tiene que ser el de la República. Quiero un ejército que obedezca y siga a cualquiera, uno o muchos, este o aquel otro que elijáis como estratego. Y pido asimismo que se le dé lo necesario para subsistir.
Ahora bien, cómo va a ser este ejército y de qué importancia numérica, de qué se mantendrá y cómo se conformará a hacer lo que os he dicho, os lo diré y explicaré punto por punto. Hablemos de los mercenarios; y no hagáis lo que tan a menudo os ha perjudicado: creer que todo era menos de lo que hacía falta y decretar grandes cosas y a la hora de actuar no llevar a término ni las más pequeñas; al contrario, haced poco y gastad poco, y si resulta insuficiente, añadid. Pido que el contingente total sea de dos mil soldados, de los cuales pretendo que quinientos sean atenienses de la edad que os parezca bien y que sirvan un tiempo determinado, no largo, sino el que juzguéis más conveniente y sucesivamente. A más de estos, doscientos soldados a caballo, de los cuales cincuenta por lo menos deben ser atenienses como los de infantería y que sirvan en las mismas condiciones. Después transportes para los caballos. Bien y ¿qué más aún? Dos galeras rápidas, porque es necesario, teniendo él marina, que también nosotros poseamos galeras rápidas, a fin de asegurar el transporte de las fuerzas. Y ¿cómo las sostendremos? Os lo diré y explicaré cuando haya demostrado asimismo por qué considero suficientes esas fuerzas y por qué pido que sirvan los ciudadanos.
Las fuerzas deben tener ese número, atenienses, porque de momento no estamos en condiciones de constituir un ejército que pueda enfrentarse en batalla con él, sino que para empezar la guerra tenemos que hacer Saqueos Y valernos de ellos. Por lo tanto, nuestro ejército no debe ser demasiado grande, porque ni lo podríamos pagar ni mantener, ni tampoco por completo insignificante. En cuanto a los ciudadanos solicito que en el ejército haya cierto número de ellos, porque he oído decir que antes la ciudad mantenía mercenarios en Corinto bajo el mando de Polístrato, Ifícrates, Cabrias y otros, y que vosotros mismos hacíais campañas con ellos; y me han dicho que esos mercenarios, encuadrados a vuestro lado, vencieron a los lacedemonios igual como hicisteis vosotros junto con ellos. En cambio, desde que esas tropas extranjeras combaten sólo para vosotros, obtienen victorias sobre nuestros amigos y aliados mientras que nuestros enemigos han pasado a ser más poderosos de lo que sería conveniente; y se hurtan a las guerras de la República para hacerse a la mar contra Artabazes o a donde sea y el estratego les sigue. Es natural: quien no paga no puede mandar.
Así pues, ¿qué solicito? Que se quiten al estratego y a los soldados los pretextos de que se valen: pagadlos y poned a su lado soldados de casa que vigilen las operaciones. Ya que en la actualidad es ridícula nuestra manera de tomarnos las cosas: si alguien os preguntara: ¿Estáis en paz, atenienses?, tendríais que responder: ¡Por Zeus!, no, estamos en guerra contra Filipo. En efecto, ¿no habéis elegido entre vuestros conciudadanos a diez taxiarcas, diez estrategos, diez filarcas y dos hiparcas? Pues, ¿qué hacen estos hombres? Aparte uno, que hacéis enviado a la guerra, los otros, junto con los hiropeos, presiden las procesiones. Porque, igual que los fabricantes de figurillas, elegís a los taxiarcas y filarcas para el mercado y no para la guerra. Veamos, ¿no sería conveniente, atenienses, que los taxiarcas fueran elegidos de entre vosotros, y también el hiparca, y que los jefes fuesen de aquí, a fin de que el ejército fuera realmente de la ciudad? Y en cambio, ¿os parece bien que el hiparca elegido entre nosotros navegue hacia Lemnos, en tanto que la caballería que combate por la República está bajo las órdenes de Menelao? Y no lo digo por injuriar al hombre, sino porque en aquel lugar debería estar alguien elegido por vosotros, fuera quien fuese.
Quizá, a pesar de considerar acertadas mis propuestas, tendréis impaciencia para que sobre todo os hable del dinero y de su cantidad y de la manera de obtenerlo. Pues ahora lo precisaré: primero está el alimento: sólo en trigo para esas fuerzas se necesitan noventa talentos y algo más. Luego, para las galeras rápidas, cuarenta talentos y veinte minas mensuales, por nave: otro tanto para los dos mil soldados, contando con que cada uno cobre diez dracmas mensuales para gastos de manutención; luego, para los doscientos soldados de a caballo, contando a treinta dracmas cada uno, doce talentos. Y quien me diga que estas sumas le parecen pequeñas para mantener el ejército en campaña no tiene razón, porque yo sé muy bien que si se concede esto, el mismo ejército se procurará en la guerra, sin necesidad de inferir daño a ningún griego ni a ningún aliado, lo que le falte para completar el sueldo. Estoy dispuesto a embarcarme como voluntario con ellos, y a sufrir lo que sea, si las cosas no van y como he dicho. Seguidamente os explicaré de dónde saldrán los recursos que es menester que afrontéis (Lectura del proyecto de entradas).
Esto es, atenienses, lo que reflexionando, hemos podido encontrar. Cuando hayáis aprobado estas bases económicas, votad lo que os guste y ponedlo en práctica, a fin de no hacer contra Filipo una guerra sólo a base de decretos y cartas, sino también con obras.
Me hace el efecto, atenienses, de que vuestras decisiones a propósito de la guerra y del conjunto de los preparativos serían mucho mejores si tuvierais en cuenta la situación del país contra el cual debéis combatir y os fijarais en que Filipo gana la mayoría de las veces porque se aprovecha de los vientos y de las estaciones del año y da sus golpes esperando los estesios del invierno, cuando nosotros no podríamos llegar hasta allí. Por lo tanto, teniendo en cuenta esto, es necesario que no hagamos la guerra a base de expediciones de socorro, con las cuales siempre llegamos tarde, sino a base de un armamento y de unas fuerzas permanentes. Como lugar para invernar tenemos Lemnos, Tasos, Escíatos y las islas cercanas, donde hay puertos, trigo y todo lo que unas tropas necesitan. Y durante la época del año en que es fácil mantenerse cerca de tierra firme y los vientos no son peligrosos, no habrá inconveniente en acercarse a Macedonia y a los puertos comerciales.
De qué modo y cuándo serán utilizadas esas fuerzas, lo decidirá según la ocasión el jefe que vosotros les hayáis designado. Aquello a lo que vosotros toca proveer ya está anotado en mi proyecto. Si recogéis, atenienses, todo el dinero en primer lugar y preparáis después lo restante, los soldados, las galeras, la caballería, en resumen, toda una fuerza bien organizada, y la obligáis por ley a permanecer en el escenario de la guerra, y si vosotros mismos sois los administradores del dinero y quienes lo recogéis y pedís cuentas de su actuación al estratego, acabará ese continuo discutir siempre los mismos problemas sin hacer nada más. Y, por otra parte, atenienses, quitaréis a Filipo la mayor parte de sus ingresos. ¿Cuál es? Hace pagar la guerra a vuestros aliados, ya que captura y roba a todos los que navegan por el mar. Y, ¿qué más? Se acabará el tener que sufrir, porque no hará como en tiempos anteriores, cuando lanzóse contra Lemnos o Imbros y se llevó cautivos a vuestros ciudadanos o capturó nuestros bastimentos cerca del Geresto y recogió un incalculable botín, o desembarcó finalmente en Maratón y se volvió llevándose del país la galera sagrada sin que vosotros lo pudieseis impedir ni enviar socorros en el momento en que os lo hubierais propuesto.
Veamos, atenienses: ¿por qué creéis que las fiestas de las panaceas y de las dionisíacas se celebran siempre en fecha fija, tanto si los que se encargan de ellas mediante sorteo entienden o no; estas fiestas para las cuales se gasta más dinero que para ninguna expedición, y que comportan un trabajo y unos preparativos que no creo haya otra cosa en el mundo que exija más; y en cambio, todas vuestras expediciones llegan tarde: la de Metone, la de Pagases, la de Potidea? Porque para los festivales está todo reglamentado por ley y cada uno de vosotros sabe con anticipación quién será corego o gimnasiarco de la tribu, la fecha, quién ha de pagar, lo que hay que recaudar y lo que se debe hacer y nada se ha dejado por examinar ni por precisar. En cambio, en materia de preparativos militares, todo es desorden, falta de inspección e imprecisión. Por esto, tan pronto nos llega una noticia, instituimos los trierarcas, juzgamos los cambios de bienes y decidimos luego que embarquen los metecos y los libertos; después nosotros, y luego los sustitutos otra vez. Entonces, mientras se vacila así, se pierde lo que constituía el objetivo de la expedición, ya que perdemos en preparativos el tiempo que debíamos consagrar a la actuación; y las oportunidades no esperan nuestros retrasos ni nuestras evasivas y, por otra parte, las fuerzas con que creíamos contar durante este tiempo, comprobamos que no valen gran cosa en el momento de necesitarlas. Aquel hombre ha llegado no obstante a un grado de insolencia tal que ha enviado a los eubeos cartas como ésta (Lectura de la carta).
La mayor parte de lo que os he leído, varones atenienses, es verdad, cosa que no convenía fuera así porque tal vez no os plazca escucharla. Pero si todo lo que uno suprimiera en los discursos a fin de no entristeceros, fuera suprimido también en la realidad, haría falta hablar sólo para complaceros; pero si la amabilidad de las palabras, cuando están fuera de lugar, de hecho trae consigo su propio castigo, es vergonzoso engañarse uno mismo y, aplazando todo lo que es desagradable, entrar en acción demasiado tarde siempre; y no poder comprender ni esto: que los que conducen bien una guerra no han de seguir a los acontecimientos, sino adelantarlos y que, de la misma manera que se exige del general que dirija a sus hombres, los que deliberan han de dirigir a los acontecimientos, a fin de que se realicen sus decisiones y no se vean reducidos a correr tras los hechos consumados. Pero vosotros, atenienses, que poseéis la fuerza más importante del mundo, galeras, hoplitas, caballería y medios económicos, no habéis sacado hasta la hora actual ningún provecho en momento oportuno, ya que no os falta mucho para que hagáis la guerra a Filipo de la misma manera que los bárbaros dan puñetazos. En efecto, los bárbaros, cuando han sido pegados, se cogen siempre la parte dolorida, y si les pegan en otro lado, allí van rápidamente sus manos; en cambio, no saben ni piensan parar los golpes y ponerse en guardia. Vosotros obráis igual: si sabéis que Filipo está en el Quersoneso, mandáis socorros allí; si en las Termópilas, allá vais, y si está en otro lado, andáis arriba y abajo; y os dejáis manejar por él sin tomar ninguna iniciativa propia, ninguna decisión que interese para el curso de la guerra ni prever nada antes de los acontecimientos, antes de saber que la cosa ya está ocurriendo o que ya ha pasado. Y bien, eso tal vez os era permitido hasta aquí; pero llegamos al momento culminante y ya no es posible.
A mi entender, atenienses, me parece que algún dios, avergonzado por lo que ocurre en Atenas, ha lanzado a Filipo a esa actividad. Porque si él, una vez en posesión de lo que ha conquistado, acercándose a nosotros, hubiera querido permanecer tranquilo y no hubiese intentado nada más, creo que algunos de vosotros se habrían contentado con una situación de resultas de la cual nuestro pueblo sería tildado de infamia, cobardía y las afrentas peores. En cambio, ahora que emprende como siempre alguna cosa y aspira a más, si no cedéis definitivamente, tal vez os provocará. Me admira ver cómo ninguno de vosotros, atenienses, reflexiona y se indigna de ver que esta guerra fue comenzada para castigar a Filipo y al final resulta que es para que Filipo no nos destruya. En efecto, es evidente que no se detendrá si alguien no le cierra el paso. ¿Lo iremos consintiendo? ¿Os parece que si enviáis galeras vacías irá bien con las esperanzas que os han dado? ¿No nos embarcaremos en persona? ¿No saldremos, ahora, nosotros mismos a campaña, o por lo menos un contingente de soldados nuestros, ya que antes no lo hemos hecho? ¿No iremos con las naves contra su país? Pero, ¿dónde atracaremos?, preguntará alguien. Atenienses, la misma guerra, si la emprendemos, nos descubrirá los puntos débiles del enemigo. En cambio, de quedamos en casa, escuchando cómo se insultan mutuamente los oradores acusándose unos a otros, jamás tendremos nada de lo que necesitamos. Porque me parece que el favor de los dioses y de la fortuna combaten con nosotros allí donde se manda una parte de la ciudad cuando no la ciudad entera: pero allí donde mandáis un estratego con un decreto vacío y las esperanzas de la tribuna, no se hace nada de lo necesario: los enemigos ríense entonces de esta clase de envíos y los aliados tiemblan de miedo. Ya que es imposible, sí, imposible que pueda un solo hombre hacer nunca todo cuanto vosotros deseáis. Prometer y afirmar, acusar a éste y al otro, es posible; mas todo se ha perdido a consecuencia de esto. Pues cuando el estratego manda a unos miserables mercenarios que no cobran y aquí hay gente que tranquilamente miente sobre lo que hace, y vosotros, tomando como base lo que os reportan, decretáis lo que se os ocurre buenamente, ¿qué es lo que nosotros podemos esperar? ¿Cómo se remediará todo esto? Cuando vosotros, atenienses, tengáis soldados que al mismo tiempo sean testigos de las operaciones y, una vez vueltos a casa, jueces de la rendición de cuentas, de manera que no os limitéis a escuchar lo que os expliquen sobre vuestros intereses, sino que estéis allí para comprobarlo. En estos momentos llega a ser tan vergonzosa la situación, que cada estratego sufre dos o tres acusaciones capitales ante vosotros; pero frente al enemigo no hay uno solo que se atreva siquiera una vez a exponerse a la muerte én la lucha; prefieren la muerte de los cazadores de esclavos, de los ladrones de mantos, a la que les honraría; porque un malhechor ha de morir sentenciado, pero un estratego ha de hacerlo en combate con el enemigo. Entre nosotros, unos van diciendo que Filipo, con la ayuda de los lacedemonios, prepara la ruina de Tebas y la disolución de la Beocia; otros, que ha mandado embajadores al Rey; otros, que fortifica las ciudades de Iliria, y todos vamos de la aquí para allá dando pie cada uno a sus noticias. Pienso, atenienses, que Filipo se siente embriagado por la magnitud de sus éxitos y que en su imaginación sueña proyectos semejantes a éstos porque observa que no hay nadie que le pueda cerrar el paso y siéntese exaltado por lo que realizó hasta ahora; pero, ¡por Zeus!, no creo que haya decidido actuar en forma que la gente más insensata de nuestro pueblo sepa lo que se propone realizar. Ya que precisamente los más insensatos son quienes inventan las noticias.
Mas si, dejando a un lado esas noticias, nos fijamos en que un hombre enemigo nos va despojando de lo que nos pertenece y nos ha ultrajado por espacio de mucho tiempo, y que continuamente -cuando hemos supuesto que alguien actuaría por nuestra cuenta- ha terminado todo contra nosotros, que el porvenir depende de nosotros mismos y que, si actualmente no queremos combatir a este hombre allí, tal vez después nos veremos obligados a realizarlo aquí, si tenemos presente todo esto, tal vez nos decidamos a hacer cuanto convenga y nos dejaremos de inútiles discursos. Porque no se trata de indagar lo que ocurrirá, sino de saber qué es lo que va a sernos funesto caso de que no tomemos en cuenta la actual situación y no os esforcéis en hacer lo que es vuestro deber.
Yo nunca, en ninguna ocasión, hubiese deseado hacerme agradable diciéndoos nada de lo que no estuviera convencido que era conforme con vuestros intereses; de momento os he dicho con toda franqueza lo que pienso, sin disimular nada. Y de la misma manera que es conforme a vuestro interés escuchar los mejores consejos, también quisiera saber qué cosa gana con ellos quien los da, ya que me sentiría mucho más contento. En este momento, aún cuando desconozco qué resultados tendrá para mí mismo mi propuesta, convencido de todos modos de que serviré a vuestros intereses en cuanto la adoptéis, me he decidido a hacérosla. Pero, triunfe en todo lo que os parezca de mayor provecho para el Estado.
DEMÓSTENES
[1] Demóstenes (griego Δημοσθένης, Dêmosthénês), político, es considerado desde su época como uno de los mas importantes oradores de la historia. Nacido en Atenas, en el 384 a. C. y fallecido en Calauria, el 322 a. C.
Las filípicas son discursos políticos de Demóstenes contra Filipo II de Macedonia. Se trata de cuatro documentos escritos entre 351 a. C. y 340 a. C., dirigidos contra el creciente poder del macedonio, a quien ve como una amenaza, no sólo para Atenas, sino para todas las ciudades estado griegas. En ellos trata de persuadir a sus conciudadanos del peligro que representa el avance de Filipo de Macedonia, por cuanto que supone una amenaza para las instituciones y la mentalidad de la democracia sostenida en las "poleis".
El ateniense pone así los recursos de la retórica al servicio de esta defensa de unos valores que peligran ante un enemigo poderoso, que pretende crear un gran imperio.
Por último, cabe recordar que la pertinencia de este trabajo reside en que, aunque mucho se ha estudiado la figura de Demóstenes y sus discursos desde el punto de vista formal y en cuanto a su contenido político, sería interesante retomar algunas de las ideas expresadas en estos estudios -algunos de una gran categoría, como el de Jaeger "Demóstenes: la agonía de Grecia"-, a la luz del moderno concepto de globalización.
De este modo, queda patente, una vez más, la vigencia y actualidad de las ideas de los clásicos, no sólo en lo filosófico o lo literario, sino también en lo político.

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