marzo 11, 2010

Discurso de Golda Meir en el Parlamento Israelí sobre la convivencia con los Estados Árabes: "La consecución de la paz"

DISCURSO EN EL PARLAMENTO ISRAELÍ SOBRE LA CONFLICTIVA CONVIVENCIA CON LOS ESTADOS ÁRABES; EN PARTICULAR CON EGIPTO
La consecución de la paz
Golda Meir

[26 de Mayo de 1970]

En esta apertura de nuestra sesión parlamentaria qui­siera examinar la coyuntura política y de seguridad (...). El principal rasgo de esta escalada y tensión se debe a una fase de participación soviética mayor y más peli­grosa en Egipto, al servicio de la agresión egipcia y de las transgresiones del alto el fuego. No hay preceden­tes de esta participación en la historia de la penetra­ción soviética en Oriente Medio, y está dando alas a Egipto en su plan de reanudar la guerra de desgaste y, portante, de ir más lejos en su principal ambición de derrotar a Israel.
Para comprender los antecedentes, debemos recor­dar la decisión que Nasser hizo pública en la primavera de 1969 de derogar el alto el fuego e ignorar las lí­neas del cese de hostilidades. Se trata de una caracte­rística de la política belicista egipcia. Refleja una doctri­na básica: que Israel es una excepción en la familia de naciones, que las reglas que los países civilizados acep­tan no rigen en el caso de Israel, que una obligación internacional hacia Israel tiene valor de compromiso sólo si no hay más opción, si no hay ninguna alterna­tiva posible. y se puede abjurar de ella a la primera oca­sión. Derrotados en el campo de batalla, dais vuestro consentimiento a las propuestas, disposiciones y pla­nes internacionales que os permiten salvar vuestro régimen. Pero si parece que vuestra fuerza militar se ha restablecido lo suficiente para atacar, puede que tratéis la promesa dada o la firma estampada en aque­llos documentos como si nunca hubiera existido.
Aquél fue el final que tuvo el compromiso de alto el fuego que Egipto había llegado a firmar el 9 de junio de 1967 a instancias del Consejo de Seguridad. Aquél fue también el final del anterior compromiso regional e internacional de Egipto en los temas rela­tivos a Egipto y a Israel. Es un comportamiento que esclarece cuáles son las intenciones y la credibilidad de El Cairo en todo lo que rige su actitud hacia la paz con Israel.

Egipto no se comportó de otro modo en lo que res­pecta a su firma del acuerdo de armisticio de 1949. A los ojos de quienes lo gobernaban, no era más que una estratagema provisional para evitar que Egipto se sumiera en una quiebra total después de la frus­trada agresión, y un modo de concederse un respiro que aprovecharía para preparar una nueva campa­ña. En el plazo de unos pocos años, Egipto-renegan­do como de costumbre de sus compromisos interna­cionales- desacató abiertamente al Consejo de Seguridad y derogó el principio de libre navegación. Cuando Nasser llegó al poder, los egipcios vaciaron el Acuerdo de Armisticio de todo su contenido, al enviar bandas de asesinos desde la Franja de Gaza hacia Israel.
Nasser empezó luego a socavar las bases de los regí­menes en aquellos Estados árabes que no aprobaban y que no iban a claudicar ante su autoridad. Abrió la región a la entrada de los soviéticos, lanzó un plan para formar un mando militar unificado para todos los Esta­dos árabes que tienen fronteras con Israel, y siguió ade­lante con los preparativos febriles de un nuevo ataque contra nosotros.
En 1956, la segunda amenaza armada contra nues­tra existencia fue desbaratada. Una vez más, mostró un interés en la mediación y el acuerdo internaciona­les, porque los necesitaba para lograr una retirada de las fuerzas israelíes del Sinaí y, después de aquello, de Sharm el-Sheiky de la Franja de Gaza. Con su conocimiento y sentimiento, se desplegó la fuerza de emer­gencia de las Naciones Unidas con objeto de garanti­zar la libre navegación en el golfo de Aqaba y de que la Franja [de Gaza] no fuera ya a servir de base para incursiones mortíferas en Israel.
Durante diez años, no se escuchó ninguna queja de El Cairo sobre la fuerza interpuesta ni sus funciones. Pero durante todo ese tiempo Nasser se dedicó -con la ayu­da soviética-a reforzar de nuevo su ejército y a una acti­vidad subversiva y audaz en toda la región, que culmi­nó en la guerra sangrienta que libró, sin éxito, contra el pueblo del Yemen a lo largo de cinco años enteros.
En 1967, convencido, al parecer, de que ya era lo bas­tante fuerte para superar a Israel en el campo de bata­lla, renegó de todos sus compromisos internacionales, expulsó a la fuerza de emergencia de las Naciones Uni­das y concentró la mayor parte de sus tropas en el este del Sinaí, estableció de nuevo el bloqueo en el estre­cho de Tirán y preparó una guerra de aniquilación con­tra Israel, una guerra que, en sus propias palabras, iba a hacer retroceder el reloj hasta antes de 1948.
El 5 de junio de 1967, hizo oídos sordos al llamamien­to internacional para que no sumiera a Oriento Medio en una tercera vorágine de sangre y sufrimiento. Cua­tro días más tarde, con el ejército deshecho, no se demo­ró en responder al llamamiento del Consejo de Seguri­dad a fin de establecer un alto el fuego y, así, de nuevo evitar una catástrofe para Egipto. La resolución de alto el fuego del Consejo no estaba limitada ni en el tiem­po ni en su condición. Tampoco Nasser vinculó su asen­timiento a ninguna limitación de tiempo o de otro tipo.
Pruebas de sus intenciones reales abundan tanto entre las declaraciones como en los actos posteriores. La doctrina de Jartum no ha cambiado en nada: ni paz, ni reconocimiento ni negociación. Israel debe retirarse hasta las fronteras del 4 de junio de 1967 y, a partir de entonces, entregar su soberanía al «pueblo palestino». Sólo con esa doble condición, Egipto iba a observar el alto el fuego. La lógica es sólida: si las condiciones se cumplen, se consigue la meta de Nasser y no habrá razón a partir de entonces para que continúe con la agresión.
Nasser no admitirá el concepto de paz en el sentido humano, literal y judío. En nuestra definición así como en la conciencia y la moralidad internacionales, paz sig­nifica buena vecindad y cooperación entre naciones. Según el pensamiento de Nasser, invitar a Egipto a hacer las paces con Israel es invitar a Egipto a aceptar la capi­tulación y la vejación. Ésa es la fuente del torbellino de sangre, destrucción y angustia en la que los pueblos de Oriente Medio se han ahogado, década a década (...).
Cierto es que, con gran dolor por nuestra parte, hemos sufrido bajas, muertos y heridos, pero nuestra vigorosa autodefensa ha desbaratado las maquinacio­nes de Egipto y frustrado sus intentos de desgastarnos y hacer flaquear nuestro frente meridional.
Insolvente, al régimen de El Cairo sólo le quedaba la opción o de aceptar el constante llamamiento de Israel para que se vuelva al cumplimiento recíproco del alto el fuego, como uno de los peldaños que llevan a la paz, o de inclinarse más aún hacia la Unión Soviéti­ca hasta el punto de pedirle que intervenga militar­mente, de modo que Egipto pueda seguir adelante con su guerra de desgaste, a pesar de las desagradables consecuencias que esa Intervención comportaría.
En muchos de sus discursos, Nasser reclama el méri­to de haber puesto fin al poder de los británicos y a la subyugación a la que tenía sometido a Egipto. Pero aquel mismo líder que prometía a su pueblo una inde­pendencia plena respecto de cualquier potencia extran­jera, ha preferido renovar su dependencia y sumisión en lugar de hacer las paces con Israel, en lugar de cum­plir el alto el fuego. En su situación, ha elegido ocultar a su pueblo la verdad de que, en lugar de los británi­cos, los soviéticos están invadiendo la zona. Éste es el angosto desfiladero al que la ceguera y el odio han conducido a la revolución egipcia.
La penetración soviética no empezó ayer o antea­yer. Su inicio podría situarse a mediados de la década de 1950, en un reforzamiento de su influencia median­te la provisión de ayuda económica y armas en los tér­minos y las condiciones más fáciles.
En mayo de 1969 la Unión Soviética difundió con afán provocativo rumores infundados acerca de la con­centración de fuerzas israelíes en la frontera con Siria. Aquél fue un eslabón de importancia en la cadena de sucesos que llevaron a la Guerra de los Seis Días. Cuan­do terminó la guerra, Moscú no mostró ninguna dis­posición a aconsejar a los árabes para que cerraran el capítulo de la violencia y abrieran uno nuevo de coo­peración regional, aunque, para proporcionarle una salida a Nasser, votara a favor de la resolución de esta­blecer un alto el fuego incondicional.
En su discurso del día 1 de mayo de 1970, Nasser reco­nocía que, sólo tres días después de que Egipto hubie­ra acatado aquella resolución, los soviéticos aceptaron rearmar sus fuerzas (...). Durante los últimos tres años, la Unión Soviética ha proporcionado a Egipto, Siria e Irak 2. 000 tanques y 800 aviones de combate, además de otro equipamien­to militar, por un valor total de más de 3. 500 millones de dólares; dos tercios de esta cantidad total corres­ponden sólo a Egipto. Este armamento era suministra­do a cambio de una retribución práctica no dineraria. Miles de especialistas soviéticos se dedican a formar las fuerzas egipcias. Los asesores soviéticos aconsejan y adiestran a las fuerzas egipcias dentro de las unida­des y las bases incluso durante los combates.
Resulta difícil creer que Nasser se hubiera atrevido a reanudar la agresión en marzo de 1969 a amplia es­cala sin la autorización rusa. Resulta aún más difícil creer que, en mayo-junio de 1969, hubiera abrogado y derogado el alto el fuego sin mediar el asentimiento de los rusos. La Unión Soviética no sólo no hizo uso de su poder para hacer que volviera a observar y cumplir el alto el fuego, sino que le alentó a dar otro paso más en su beligerancia. Un ejemplo manifiesto de esta fal­ta de inclinación para hacer su aportación al resta­blecimiento de la calma es el rechazo, a mediados de febrero de 1970, por parte de Moscú de la propuesta norteamericana para que las cuatro potencias hicieran un llamamiento conjunto a las partes en la región a fin de que respetaran el alto el fuego (...).
El fracaso de la guerra de desgaste, la insistencia de las peticiones de Nasser, han persuadido a los soviéti­cos a ampliar su participación. En el momento en que, en Nueva York y Washington, sus representantes se reunían con los representantes de las potencias occi­dentales para debatir una renovación de la misión Jarring y un tratado de paz, los barcos soviéticos po­nían proa hacia Egipto, cargados con misiles SAM-3 tierra-aire, y miles de expertos soviéticos llegaban para instalar y ocuparse del funcionamiento de las baterías lanzamisiles. En diciembre de 1969, en la zona del Canal y en otras se podían distinguir los signos de las bases construidas para el emplazamiento de los misiles tie­rra-aire. Estimamos que ya había una veintena de esas bases en el centro de Egipto (...).
El día 20 de mayo, Nasser reconoció por primera vez, en una entrevista concedida al periódico alemán Die Welt, que los pilotos de caza soviéticos volaban en avio­nes a reacción de la fuerza aérea de Egipto y que po­drían entrar en combate con nosotros.
Así, Oriente Medio se está sumiendo en una nueva sima de desazón y malestar. La Unión Soviética ha for­jado un vínculo explosivo en una cadena de actos que está arrastrando la región a una escalada de guerra letal que condena de antemano cualquier esperanza de paz.
Hemos informado a los gobiernos acerca de esta nueva fase de la participación soviética que no deja presagiar nada bueno. Hemos explicado que se ha de­sarrollado una situación que acabará por perturbar no sólo a Israel, sino a cualquier Estado del mundo libre. No se debe olvidar la lección de Checoslovaquia. Si el mundo libre, y, en especial Estados Unidos, su líder, pueden pasar al siguiente punto de su orden del día sin hacer ningún intento para disuadir a la Unión Sovié­tica (...). Entonces no sólo estará en peligro Israel, sino que ninguna nación pequeña, ninguna nación menor, va a poder vivir ya segura dentro de sus fronteras.
Tal y como el Gobierno de Israel lo ha expresado de forma clara, como parte de su política básica para defender el ser y la soberanía del Estado de lo que pue­da pasar, las fuerzas de defensa de Israel seguirán observando el alto el fuego en el frente meridional al igual que en los otros frentes, y no permitirán que aquél se socave ni se infrinja.
Con ese propósito es esencial detener el despliegue de las plataformas para el lanzamiento de misiles tie­rra-aire que los egipcios intentan emplazaren las inme­diaciones de la línea de alto el fuego; la protección de nuestras fuerzas allí atrincheradas para impedir la rup­tura del frente depende de ello. Nadie en su sano juicio supondría que Israel quiere provocar o esté interesada en provocar a los pilotos soviéticos integrados en el apa­rato egipcio de guerra, pero tampoco nadie en sus caba­les esperará de nosotros que dejemos al ejército egip­cio llevar a cabo sus planes agresivos sin que las fuerzas de defensa de Israel utilicen toda su capacidad y su habilidad para derrotarlas, aun en el caso de que fac­tores externos les estén ayudando a llevarlos a cabo.
Todo esto significa que nuestra búsqueda de armas indispensables para nuestra defensa ha pasado a ser más vital, más urgente ahora. Cuando pedimos que se nos autorizara a comprar más aviones a Estados Uni­dos nos basamos en la realidad de que el equilibrio de poder había sido alterado por los enormes arsenales que llegaban de la Unión Soviética a Egipto sin cargo algu­no. Desde que el presidente de Estados Unidos anunció el aplazamiento de su decisión en aquel momento crí­tico, tal como ya dije, se ha dado a conocer que las bate­rías de misiles SAM-3, operadas por personal soviético, han sido instaladas en Egipto y que pilotos soviéticos participan de forma activa en vuelos operativos (...).
Ante los gobiernos que aman la paz hemos hecho hincapié en la necesidad de que ejerzan su influencia y hagan oír sus protestas contra la participación sovié­tica que agrava tan peligrosamente la tensión en Orien­te Medio (...).
En los últimos tiempos se ha producido un aumen­to de la actividad agresiva también en los otros fren­tes. Nasser trata de intensificar la eficacia del frente oriental, y la política militar de Egipto ha afectado sin lugar a dudas la situación en los otros frentes. La con­secuencia destructiva se evidencia no sólo en las accio­nes terroristas que contra Israel se llevan a cabo desde Jordania, Siria y el Líbano, sino también en la estrate­gia de los gobiernos vecinos y en los levantamientos en Jordania y el Líbano.
La organización terrorista en Siria es una sección del ejército sirio, que actúa siguiendo las directrices del Go­bierno. En Jordania y en el Líbano, la dominación terro­rista se ha expandido tanto que ha llegado a amenazar la existencia y la autoridad de los Gobiernos. En los dos países, los Gobiernos han tratado en vano de reconciliar los opuestos: su propia autoridad y la presencia y la acti­vidad de las organizaciones terroristas (...).
En Jordania, al igual que en el Líbano, éstas han cobra­do importancia con Nasser. A través del apoyo que les brinda, directo o indirecto, han reforzado su posición (...), permitiéndoles no poca flexibilidad contra Israel. Se les ha conferido cierto estatus reconocido que les garantiza libertad de acción. El mundo entero tiene conocimiento del Acuerdo de El Cairo entre los terro­ristas y el gobierno libanés, alcanzado gracias a la media­ción y bajo los auspicios de Egipto. Este acuerdo les per­mite proseguir sus actividades abiertamente, en áreas que les han sido asignadas, de común acuerdo con las autoridades libanesas y el ejército así como en cual­quier parte de la frontera. Entre comienzos de enero y el 20 de mayo, se registraron 1. 100 operaciones enemi­gas a lo largo de la frontera jordana. Al Fatah y otras organizaciones se atrincheran a lo largo de la frontera israelí-libanesa. y se ha convertido en un foco de asesi­natos y sabotaje: los terroristas fueron los responsa­bles de 140 incursiones a lo largo de esa frontera.
Después de una serie de atentados, entre ellos el lan­zamiento de Katyushas contra civiles indefensos en Kiryat Shmona y otros lugares, el terrorismo alcanzó su punto culminante el 22 de mayo con el asesinato pre­meditado en una emboscada de escolares, maestros y otros pasajeros que viajaban en un autocar escolar.
No hay ejemplo más vil de la despiadada y sangui­naria mentalidad de las organizaciones terroristas y de sus instructores en las capitales árabes que la evo­lución a lo largo del frente libanés. Hasta la Guerra de los Seis Días, aquélla fue la frontera más tranquila de todas. Aun después de la guerra, la tensión que caracterizaba a las líneas de alto el fuego y las fronte­ras de Egipto y Jordania era inexistente en la del Líba­no hasta que Al Fatah y sus partidarios se atrinchera­ron allí y decidieron que la frontera libanesa, también, debía estar en llamas.
Y hay aún otra meta común a El Cairo y Damasco des­de hace unos años (...): perjudicar la independencia del Líbano y alterar el delicado estado de equilibrio entre las dos comunidades que lo forman. Al aceptar el Acuerdo de El Cairo en noviembre de 1969 y al permitir el estable­cimiento de bases terroristas en su territorio, el Líbano ha puesto de forma paulatina en peligro su indepen­dencia, tal como Jordania hizo con anterioridad. Provo­cados constantemente por terroristas desde el Líbano, tomamos represalias en una serie de ocasiones contra las bases de Al Fatah. La cooperación cada vez más estre­cha entre Beirut y las organizaciones terroristas hace más y más evidente la responsabilidad del Gobierno li­banés. No es posible pasarla por alto. Debemos mantenernos firmes y exigir que Beirut utilice su poder para detener cualquier agresión desde su territorio y cumpla con su obligación de restablecer la calma.
Israel está interesado en la estabilidad de la demo­cracia en el Líbano, en su avance, integridad y paz. El 22 de mayo, Radio Beirut anunciaba que «el Líbano ha afirmado a menudo que no está preparado para actuar como un policía que cuida de Israel». Mientras el Líba­no eluda su responsabilidad y permita que los terro­ristas cometan actos de agresión y asesinatos, el Go­bierno de Israel cumplirá con su obligación ineludible y defenderá el bienestar de los ciudadanos de Israel, sus carreteras, ciudades y pueblos con todos los medios y medidas necesarios.
Debemos ver los sucesos recientes en el contexto de nuestra lucha, desde la Guerra de los Seis Días, para darnos cuenta de que la aspiración más alta de Israel es (...) la paz.
Para mayor desilusión nuestra, nos enteramos el día de la Guerra de los Seis Días de que las autoridades de los Estados árabes y la Unión Soviética no estaban dis­puestas a poner fin al conflicto. Pensemos en las diatri­bas de peso por parte de los Estados árabes, en las reso­luciones de Jartum, la identificación de la Unión Soviética con esa política, los intentos diligentes por renovar los ejércitos árabes sin escatimar en una ayuda de por sí generosa. Nos enteramos de que nuestra lucha por la paz iba a ser prolongada, llena de dolor y sacrificio. Deci­dimos - y la nación estaba con nosotros, como un solo hombre- defender con resolución las líneas de alto el fuego frente a toda agresión y seguir de forma simul­tánea con nuestros esfuerzos por alcanzar la paz.
Es nuestro modo de ser no glorificarnos a nosotros mismos sino presentar una explicación sobria y comedida de nuestra política, sin ocultar la dura verdad al pueblo, aunque sea dolorosa. El pueblo y el mundo saben que no hay una palabra de verdad en la inven­ción por Egipto de victorias rotundas. Los principales intentos del ejército egipcio han sido repelidos por las fuerzas de defensa de Israel. Todos los éxitos reivindi­cados de haber roto nuestras líneas son falsos. La mayo­ría de las misiones de combate llevadas a cabo por los aviones egipcios en nuestro espacio aéreo han sido desbaratadas, y los egipcios están pagando un alto precio cada vez que se aventuran a combatir con nues­tra fuerza aérea. Controlamos el área a lo largo de la línea de alto el fuego en el Canal con más firmeza y más fuerza que nunca.
La participación soviética no ha disuadido, ni disua­dirá a Israel de ejercer su derecho reconocido a defen­der las líneas de alto el fuego hasta que se acuerden fronteras seguras y quepa alcanzar la paz que tanto deseamos (...).
Tres años después de la Guerra de los Seis Días, pode­mos afirmar que dos principios fundamentales se han convertido ya en parte permanente de la conciencia internacional: el derecho de Israel a mantenerse firme en las líneas del alto el fuego, sin aflojar hasta la con­clusión de un tratado de paz que fije fronteras segu­ras y reconocidas; y su derecho a la autodefensa ya adquirir el equipamiento esencial para defenderse y disuadir (...). Sin embargo, no podemos permitir que ensombrezcan el reconocimiento de estos principios gemelos, al igual que no podemos pasar por alto la conspiración sistemática de nuestros enemigos para debilitar esa conciencia internacional y aislar a Israel.
Otro frente que va a poner a prueba nuestra capa­cidad de resistencia es el económico. El modo en que resistamos desde un punto vista militar o político, se halla supeditado a la medida en que logremos supe­rar los problemas económicos.
Nuestras victorias en las tres guerras, nuestra sóli­da postura militar durante los períodos intermedios que, en comparación, ha sido de tranquilidad, así como en estos días presentes de dificultades, nunca se hubie­ran alcanzado sin una economía de bases firmes, un soldado y un ciudadano civil con un alto nivel cultural, un trabajador con un alto nivel tecnológico en cada una de las ramas de actividad. Eso se lo debemos aun rápido desarrollo económico sin precedentes y a una expansión que ha hecho que el Producto Interior Bru­to del pequeño Israel sea casi igual al de Egipto, que tiene una población diez veces mayor que la nuestra o más. Debemos, por medio de todas las medidas que sean necesarias, mantener esa ventaja (...).
Debemos, por tanto, en aras del interés nacional, esforzarnos al máximo y estar dispuestos a hacer todos los sacrificios exigibles para solucionar el problema del déficit comercial. Lo que significa que debemos res­tringir también el crecimiento de las importaciones, sobre todo de aquéllas destinadas al consumo privado y público que no tengan que ver con la seguridad. El nivel de vida ha aumentado en los últimos 13 años en más del 25 %-. en este período de emergencia, nues­tros esfuerzos por economizar deben estar reflejados en congelar un nivel de vida que puede que haya subi­do de forma demasiado vertiginosa.
Una de las reducciones inevitables es recortar el pre­supuesto del Estado y gravar a la población con impues­tos, cargas y créditos obligatorios en una escala no pequeña. Esta medida se tomó tan sólo en las últimas semanas y confiamos en que surtirá el efecto deseado y suficiente. Si no es así, si resulta que las importa­ciones no se han frenado lo bastante o las exportacio­nes no han aumentado lo suficiente, si resulta que el consumo sigue aumentando y el déficit sigue hinchán­dose, no rehuiremos tomar otras medidas (...).
Nuestros objetivos económicos distan mucho de ser fáciles de alcanzar. El actual desarrollo de la econo­mía, la absorción de los recién llegados y el enorme gasto en defensa suponen un desafío mayor del que podríamos afrontar solos. Nos sentimos profundamen­te agradecidos, por tanto, por la incondicional coope­ración que hemos recibido del mundo judío y la ayu­da prestada por las naciones amigas. Creo que podemos seguir confiando en esa ayuda, pero, por razo­nes tanto prácticas como de índole moral, no pode­mos pedir a otros si antes nosotros no cumplimos con nuestra parte. Por tanto debemos ajustar nuestro esti­lo de vida a lo que dicta el objetivo nacional primor­dial; en todo aquello que tiene que ver con salarios, ingresos, consumo, ahorros, productividad, esfuerzo personal y desembolso, cada uno de nosotros debe desempeñar el papel que le corresponde.
La aspiración a la paz no sólo es el puntal de nues­tra plataforma, sino la piedra angular de nuestra nue­va vida y nuestro trabajo. Desde el renacer de la inde­pendencia, siempre hemos basado todas nuestras tareas de asentamiento y creatividad en el credo fun­damental de que no vinimos a desposeer a los árabes de la tierra sino a trabajar junto con ellos en paz y pros­peridad, para el bien de todos.
Vale la pena recordaren Israel y otras partes, que en la solemne proclamación del Estado, bajo ataques salvajes, invitamos a los árabes que vivían en Israel (...) a que mantuvieran la paz y desempeñaran su papel en la construcción del Estado sobre la bases de una ciudadanía plena y en pie de igualdad y la representa­ción debida en todas las instituciones, provisionales y permanentes.
Tendimos «la mano de la paz y de la buena vecin­dad a todos los Estados a nuestro alrededor y a sus pueblos», y apelamos a ellos para que «cooperaran en ayuda mutua con la nación judía independiente en su tierra y en un esfuerzo concertado orientado al avan­ce de todo Oriente Medio». El 23 de julio de 1952, cuan­do el rey Faruk fue derrocado y los jóvenes oficiales, liderados por el general Naguib, se hicieron con el poder en Egipto, en Israel brotó la esperanza de que se hubie­ra pasado página en las relaciones de vecindad entre Egipto y nosotros, que iniciáramos una época de paz y cooperación. El primer ministro, David Ben Gurión, dirigiéndose a la Knéset el 18 de agosto de 1952, dijo: «Al Estado de Israel le gustaría ver un Egipto libre, independiente y progresista, y no guardamos ningún rencor a Egipto por lo que les hizo a nuestros antepa­sados en la época del Faraón, ni tampoco por lo que nos hizo hace cuatro años. Nuestra buena voluntad hacia Egipto, pese al insensato comportamiento del Gobierno del rey Faruk hacia nosotros, se ha demostra­do durante todos los meses en que Egipto se ha hallado sumido en un difícil conflicto con una potencia mun­dial. Y nunca se nos ocurrió sacar partido de esas difi­cultades ni atacar a Egipto o vengarnos, como lo hizo Egipto con nosotros durante la fundación del Estado»
«Y mientras los que hoy gobiernan Egipto tratan de arrancar de raíz la corrupción y hacer que su país se ponga en marcha en la dirección del progreso cultu­ral y social, les expresamos nuestros deseos más sin­ceros de que alcancen el éxito en su empresa».
La respuesta llegó enseguida. Al ser preguntado por el llamamiento que Ben Gurión había hecho a favor de la paz, el primer ministro de Egipto eludió la pre­gunta, afirmado que no sabía nada más que lo que había leído en la prensa. Azzam, el secretario general de la Liga Árabe, dijo. «Ben Gurión dejó volar libremen­te su imaginación que le hizo ver lo invisible» (...).
Nunca nos hemos cansado de ofrecer a nuestros vecinos el final del conflicto sangriento y el comienzo de un capítulo de paz y cooperación. Todos nuestros llamamientos han sido desoídos. Nuestras propues­tas han sido rechazadas entre burlas y odio. La políti­ca de combatir contra nosotros ha persistido, con bre­ves pausas, y por tres veces en una misma generación han forzado el estallido de hostilidades. El 1 de marzo de 1957, en nombre del Gobierno de Israel, anuncié en las Naciones Unidas la retirada de nuestras fuerzas de los territorios que ocupamos durante !a campaña en el Sinaí. Entonces terminé con estas palabras: «¿Podemos a partir de ahora -todos nosotros-pasar página y en lugar de luchar entre nosotros, pode­mos todos, unidos, luchar contra la pobreza, la enfer­medad y el analfabetismo? ¿Es posible que pongamos todos nuestros esfuerzos y toda nuestra energía en un solo propósito, en un solo objetivo, la mejora y el progreso y el desarrollo de todas nuestras tierras y nuestras poblaciones? Puedo prometer aquí que el Gobierno y el pueblo de Israel cumplirán su parte en este esfuerzo común. No hay límites a lo que estamos dispuestos a aportar para que todos nosotros, juntos, podamos vivir para ver un día la felicidad de nuestras gentes y ver de nuevo una mayor participación de nuestra región en la paz y en la felicidad de toda la humanidad».
Pasaron diez años de actividad de los fedayin, y de nuevo nos vimos enfrentados al peligro de un ataque sorpresa por parte de Egipto, que había reunido pode­rosas divisiones en la parte oriental del Sinaí. Se libró la Guerra de los Seis Días pero, cuando aquellas batallas terminaron, no nos comportamos como hombres ebrios de victoria, no exigimos venganza, no requerimos la humillación del vencido. Sabíamos que nuestra celebra­ción real tendría lugar el día en que llegara la paz. Al ins­tante, nos volvimos hacia nuestros vecinos diciéndoles:
«Nuestra región está ahora en una encrucijada: sen­témonos juntos, no como vencedores y vencidos, sino como iguales y negociemos, determinemos fronteras seguras hasta ponernos de acuerdo, escribamos una nue­va página de paz, de buena vecindad y de cooperación en beneficio de todas las naciones de Oriente Medio».
El llamamiento resonó una y otra vez en los comu­nicados oficiales del Gobierno, en las declaraciones del primer ministro, del viceprimer ministro, del ministro de Exteriores, del ministro de Defensa y de otros minis­trasen el Knésety en las Naciones Unidas, a través de todos los medios de comunicación. El llamamiento fue transmitido por emisarios, estadistas, autores, perio­distas, educadores y por todos los medios, públicos o encubiertos, que parecían tener visos de hacerlo lle­gar a oídos de nuestros vecinos (...).
De cualquier modo, el Gobierno de Israel no desper­diciará ninguna ocasión de desarrollar y fomentar con­tactos que puedan ser de valor para marcar una senda, siempre cuidando con escrupulosidad el secreto de los contactos, si nuestros interlocutores así lo prefieren.
Pero ¿cuáles han sido las reacciones de los líderes árabes, hasta ahora, a nuestras propuestas públicas de paz? Aquí hay algunos ejemplos extraordinarios.
El 26 de julio de 1967, Hussein declaraba: «La bata­lla que empezó el 5 de junio es sólo una batalla de lo que será una larga guerra».
El 1 de noviembre de 1967, el primer ministro de Israel, el anciano Levi Eshkol, enumeró cinco principios de paz, y la réplica de Nasser el 23 de noviembre fue: «Los árabes seguimos incondicionalmente la decisión de Jartum: ni paz, ni reconocimiento ni negociación con Israel».
Desde noviembre de 1967 hasta julio de 1968, Israel envió una y otra vez sus llamamientos de paz, y el 16 de julio el ministro de Exteriores egipcio dijo: «En rela­ción a la política árabe, siempre he insistido en que nos pusimos de acuerdo en Jartum, que no estamos dis­puestos a reconocer a Israel, ni negociar con ella ni fir­mar la paz».
El 17 de mayo de 1969, el día en que asumí el cargo actual, hice de nuevo hincapié en los principios de la paz, diciendo: «Estamos dispuestos a hablar de paz con nuestros vecinos en cualquier momento y sobre todos los aspectos». La réplica de Nasser llegó al cabo de tres días: «No hay voz que supere los sonidos de la guerra, y no debe haber una voz así, ni tampoco hay un llamamiento más sagrado que el llamamiento a la guerra».
En el Knéset. el 5 de mayo de 1969, el 8 de mayo y el 30 de junio, volví a enunciar nuestra disposición a «ini­ciar de inmediato negociaciones, sin condiciones pre­vias, con cada uno de nuestros vecinos, para alcanzar un acuerdo de paz».
La réplica de los Estados árabes fue veloz. Los comen­taristas de Damasco, Ammán y El Cairo estigmatiza­ron la paz como «rendición» e hicieron acopio de mues­tras de desprecio hacia las propuestas de Israel (...).
Y aquél fue el momento que Nasser aprovechó para anunciar la derogación de los acuerdos de alto el fuego y el no reconocimiento de las líneas de cese de hostilidades.
El 19 de septiembre de 1969, el ministro de Asuntos Exteriores de Israel apeló a las Naciones Unidas para que los Estados árabes (...) declararan su intención de establecer una paz duradera, poner fin a los 21 años de conflicto, mantener negociaciones con vistas a alcanzar un acuerdo detallado sobre todos los proble­mas a los que nos enfrentamos (...). Hacía referencia a la afirmación de Israel al embajador Jarring el 2 de abril: «Israel acepta la resolución número 242 del Consejo de Seguridad que hace un llamamiento a favor de un acuerdo para el establecimiento de un paz justa y duradera, alcanzada a través de negociación y acuerdo entre los Gobiernos interesados. La puesta en prácti­ca del acuerdo comenzará una vez se haya alcanzado conformidad en todas sus disposiciones».
El 2 de septiembre de 1969, durante la visita que rea­licé a Estados Unidos, me alegré al saber que se había hecho público un comunicado en nombre del minis­tro de Exteriores egipcio, por entonces en Nueva York, en el que Egipto decía estar dispuesto a participar en un tipo de conversaciones de paz con Israel como las mantenidas en Rodas. Respondí de inmediato que Israel también lo estaba y, tal como ya existía constancia, que estaba dispuesta a hablar de una paz verdadera con Egipto en cualquier momento y sin condiciones previas.
En el plazo de horas, llegó un desmentido oficial de El Cairo en el que se negaba la existencia de disposi­ción alguna por parte egipcia a participar en negocia­ciones como las de Rodas. El portavoz del Gobierno egipcio calificó a tal efecto aquella declaración de «mentira imperialista» (...)
Éstas son sólo algunas de nuestras recurrentes soli­citudes de paz. No nos hemos cansado de reiterar todos los días nuestra disposición a la paz: no hemos aban­donado las esperanzas de encontrar un camino que la lleve al corazón de nuestros vecinos, aunque rehúsen nuestros llamamientos con abierta animosidad.
Hoy, de nuevo, mientras las armas retumban, me dirijo a nuestros vecinos: detened la matanza, poned fin a los incendios y el derramamiento de sangre que sólo traen tribulación y tormento a todos los pueblos de la región. ¡Poned fin al rechazo del alto el fuego, poned fin a los bombardeos y las incursiones, poned fin al terror y el sabotaje!
Ni siquiera los pilotos rusos se las ingeniarán para destruir las líneas de alto el fuego y, sin duda, no trae­rán la paz. El único modo de alcanzar una paz perma­nente y el establecimiento de fronteras seguras y reco­nocidas es a través de negociaciones entre los Estados árabes y nosotros, como todos los Estados soberanos se tratan unos a otros, del modo en que los Estados se reconocen unos a otros el derecho a existir y la igual­dad, del modo en que los pueblos libres, no los protec­torados esclavizados a potencias extranjeras o some­tidos a los lóbregos instintos de la guerra, la destrucción y la ruina.
Para alcanzar la paz, estoy dispuesta a acudirá cual­quier lugar, en cualquier momento del día y de la noche, para satisfacer a un líder autorizado de cualquier Esta­do árabe, para llevar las negociaciones en pie de res­peto mutuo, en paridad y sin condiciones previas y con un claro reconocimiento de que los problemas que subyacen a la controversia pueden encontrar una solución, porque aquí hay espacio para satisfacer las aspi­raciones nacionales de todos los Estados árabes y de Israel. También en Oriente Medio (...) el progreso, el desarrollo y la cooperación se pueden acelerar entre todas sus naciones en lugar de un estéril derrama­miento de sangre y la guerra sin fin.
Si la paz aún no reina, no es por falta de voluntad por nuestra parte: es el inevitable resultado del recha­zo por parte de los líderes árabes a acordar la paz con nosotros. Esa negativa sigue siendo la proyección de una reticencia a reconciliarse con la presencia viva de Israel dentro de fronteras seguras y reconocidas, un produc­to aún de la esperanza que titila en sus corazones de lograren un futuro destruirlo. Y ése ha sido el estado de cosas desde 1948, mucho antes de que la cuestión de los territorios surgiera a raíz de la Guerra de los Seis Días. Además, si aún hoy no reina la paz, no es en espe­cial porque falte flexibilidad por nuestra parte o por la tan manida rigidez de nuestra posición. Esa posición es: alto el fuego, acuerdos y paz. Los gobiernos árabes no predican ni practican ningún alto el fuego. ¿Cuál de las dos posiciones es más empecinada e inflexible? ¿La nuestra o la de los gobiernos árabes?
Hay quienes, entre ellos los árabes, que afirman que no hemos aceptado la resolución de las Naciones Uni­das del 22 de diciembre de 1967^ que, en cambio, los árabes sí. Es preciso reconocer que los árabes sólo la aceptaron en una interpretación distorsionada y muti­lada por ellos mismos, que significaba una retirada inme­diata y absoluta de todas nuestras fuerzas sin compro­miso alguno de paz. Estaban dispuestos a aceptar una retirada absoluta israelí, pero la resolución no estipula nada de eso. Según la letra y la exégesis de sus reco­piladores, la resolución no se implementa por sí sola.
La cláusula operativa exige la designación de un envia­do que actúe en nombre del secretario general, cuya fun­ción sería «establecer y mantener el contacto con los Estados implicados a fin de fomentar el acuerdo y ayu­dar en los esfuerzos encaminados a obtener un acuer­do pacífico y aceptado siguiendo las disposiciones y prin­cipios de esta resolución» (...). Los árabes y aquellos otros que afirman que estamos obstaculizando el progreso hacia la paz en los términos de la resolución no tienen base factual en la que sustentar tal afirmación. Tratan sólo de arrojar polvo a los ojos del mundo, encubrir su culpa y engañar al mundo haciéndole creer que somos nosotros quienes estamos retrasando la paz (...).
No hay ningún precedente de conflicto entre nacio­nes que haya finalizado sin que hubieran negociacio­nes directas. En el conflicto entre los Estados árabes e Israel, la cuestión de las negociaciones directas toca de pleno el quid de la cuestión, porque el objetivo es alcanzar la paz y la coexistencia y ¿cómo van a poder vivir nuestros vecinos en paz con nosotros si se niegan a hablarnos? (...).
Estoy convencida de que es irreal y utópico pensar que el mero uso de la palabra «retirada» allanará el camino a la paz. Sin duda, aquéllos entre nosotros que sí creen en que la magia de esa palabra puede que nos acerque más a la paz sólo entienden «retirada después de alcanzada la paz» y entonces sólo a fin de asegurar y acordar las fronteras demarcadas en el marco de un tratado de paz. Por otro lado, cuando los dirigentes ára­bes y soviéticos hablan de «retirada», quieren decir reti­rada completa y absoluta de todos los territorios administrados y de Jerusalén, sin que se haya alcanzado antes una paz auténtica y sin ningún acuerdo sobre nuevas fronteras permanentes, aunque no dudan en añadir la addenda de exigir la aceptación por parte de Israel del regreso de todos los refugiados (...).
Nadie que ame la verdad podría malinterpretar nuestra política: cuando hablamos de fronteras segu­ras y aceptadas, no entendemos que, después de que llegue la paz, las fuerzas de defensa de Israel deban emplearse fuera de esas fronteras que hemos acorda­do en las negociaciones con nuestros vecinos. Que nadie se llame a engaño: Israel desea tener fronteras seguras y reconocidas con sus vecinos.
Las fuerzas de defensa de Israel nunca han cruzado sus fronteras en búsqueda de conquistas territoriales, sólo lo han hecho cuando la salvaguardia de la exis­tencia y los límites de nuestro Estado así lo exigían. La afirmación de Nasser de que Israel quiere mantener el alto el fuego sólo para congelar las líneas de cese de hostilidades es absurda. El alto el fuego es necesario no para perpetuarlas líneas de frente, sino para evitar la muerte y la destrucción, para hacer que el progreso hacia la paz sea más sencillo al descansar sobre fron­teras seguras y reconocidas. Es necesario un paso más hacia arriba en la escalera que lleva a la paz. El dispa­ro incesante de las armas es un paso más hacia abajo en la escala que lleva a la guerra.
La cuestión es más que clara, y no hay motivo para empañarla con la semántica o tratar de huir de la rea­lidad. No hay ni un sólo artículo en la política de Israel que obstaculice que se alcance la paz. Nada falta para que se alcance la paz salvo la persistencia de los árabes en negar el derecho mismo de Israel a existir. La negativa árabe a consentir nuestra existencia en Oriente Medio, junto a los Estados árabes, permane­ce. El único medio para alcanzar la paz es a través de un cambio en esa obstinación (...).
Aquéllos en el mundo que busquen la paz, harían bien en tener en cuenta este hecho básico y en ayudar a operar un cambio en el obstinado enfoque árabe. Cual­quier muestra de «comprensión» y perdón, por involun­taria que sea, está destinada a fortalecer a los árabes en su obstinación y a alentarlos en su negación del dere­cho de Israel a existir, y, además, será explotada por los árabes para justificar ideológicamente la continuidad de la guerra contra Israel.
Nada une más a nuestro pueblo que el deseo de paz. No hay impulso más fuerte en Israel, y lo expresa tan­to en las ocasiones alegres como en las horas de dolor y luto. Nada puede arrancar a nuestros corazones o a nuestra política este deseo de paz, esta esperanza de paz-ni siquiera nuestra indignación por las matanzas de nuestros seres queridos, ni siquiera la enemistad de los que gobiernan el mundo árabe.
Las victorias conseguidas nunca nos han embria­gado, o llenado de tanta complacencia como para renunciar al deseo y al llamamiento por la paz, una paz que significa relaciones de buena vecindad, coopera­ción y punto final a las matanzas. La coexistencia con los árabes fue y es todavía una parte fundamental del renacer judío. Generaciones del movimiento sionista crecieron con ellos. El deseo de paz ha marcado la polí­tica de los gobiernos israelíes, sean del color que sean. Ningún Gobierno de Israel en el poder, con indepen­dencia de cómo esté constituido, ha bloqueado jamás el camino a la paz.
Estoy convencida, de todo corazón, de que en Israel en el futuro al igual que en el pasado, nunca habrá un Gobierno que no haga suya la fundamental e inque­brantable aspiración del pueblo de lograr una paz auténtica y duradera.
GOLDA MEIR

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