abril 14, 2010

Martires de Chicago: "Yo no combato individualmente a los capitalistas; combato el sistema que da el privilegio" (Albert R. Parsons)

MARTIRES DE CHICAGO [1]
Palabras de Albert R. Parsons, ante el tribunal que lo condenó a muerte [2]
“Yo no combato individualmente a los capitalistas; combato el sistema que da el privilegio”
[8 y 9 de Octubre de 1886] [3]

-Este alegato fue el más extenso; duró ocho horas, dos el día 8 y seis el día 9 de octubre de 1886, y el tribunal le negó reiteradamente concederle descanso al orador-

Fragmentos
Me preguntáis -comenzó diciendo- por qué razones no debe serme aplicada la pena de muerte, o lo que es lo mismo, ¿qué fundamentos hay para concederme una nueva prueba de mi inocencia? Yo os contesto y os digo que vuestro veredicto es el veredicto de la pasión, engendrado por la pasión, alimentado por la pasión y realizado, en fin, por la pasión de la ciudad de Chicago. Por este motivo, yo reclamo la suspensión de la sentencia y una nueva prueba inmediata. Esta es tan sólo una de las muchas razones que para ello tengo. ¿Y qué es la pasión? Es la suspensión de la razón, de los elementos de discernimiento, de reflexión y de justicia necesarios para llegar al conocimiento de la verdad. No podéis negar que vuestra sentencia es el resultado del odio de la prensa burguesa, de los monopolizadores del capital, de los explotadores del trabajo...
En los veinte años pasados, mi vida ha estado completamente identificada con el movimiento obrero en América, en el que tomé siempre una participación activa. Conozco, por tanto, este movimiento perfectamente, y cuanto de él diga en relación con este proceso no será más que la verdad, toda la verdad de los hechos.
Hay en los Estados Unidos, según el censo de 1880, dieciseis millones doscientos mil jornaleros. Estos son los que por su industria crean toda la riqueza de este país...
El jornalero es aquel que vive de un salario y no tiene otros medios de subsistencia que la venta de su trabajo hora por hora, día por día, año por año. Su trabajo es toda su propiedad; no posee más que su fuerza y sus manos. De aquellos diez millones de jornaleros sólo nueve millones son hombres; los demás son mujeres y niños. Si calculamos ahora que cada familia se compone de cinco personas, aquellos nueve millones de obreros representan cuarenta y cinco millones de individuos de toda nuestra población. Pues bien; toda esta gente que es la que crea la riqueza, como ya he dicho, depende en absoluto de la clase adinerada, de los propietarios.
Ahora bien, señores; yo como trabajador he expuesto los que creía justos clamores de la clase obrera, he defendido su derecho a la libertad y a disponer del trabajo y de los frutos del trabajo como le acomode. Me preguntáis por qué no debo ser ejecutado, y entiendo que esta pregunta implica también que deseáis saber por qué existe en este país una clase de gente que apela a vosotros para que no nos concedáis una nueva prueba. Yo creo que los representantes de los millonarios de Chicago organizados, que los representantes de la llamada Asociación de los ciudadanos de Chicago os reclama nuestra inmediata extinción por medio de una muerte ignominiosa.
Ellos de una parte y nosotros de otra. Vosotros os levantáis en medio representando la justicia. ¿Y qué justicia es la vuestra que lleva a la horca a hombres que no se les ha probado ningún delito...?
Este proceso se ha iniciado y se ha seguido contra nosotros; inspirado por los capitalistas, por los que creen que el pueblo no tiene más que un derecho y un deber, el de la obediencia. Ellos han dirigido el proceso hasta este momento, y como ha dicho muy bien Fielden, se nos ha acusado ostensiblemente de asesinos y se acaba por condenarnos como anarquistas ...
...Pues bien: yo soy anarquista. ¿Qué es el socialismo o la anarquía? Brevemente definido, es el derecho de los productores al uso libre e igual de los instrumentos de trabajo y el derecho al producto de su labor. Tal es el socialismo. La historia de la humanidad es progresiva; es, al mismo tiempo, evolucionista y revolucionaria. La línea divisoria entre la evolución y la revolución jamás ha podido ser determinada. Evolución y revolución son sinónimos. La evolución es el periodo de incubación revolucionaria. El nacimiento es una revolución; su proceso de desarrollo, la evolución.
Primitivamente la tierra y los demás medios de vida pertenecian en común a todos los hombres. Luego se produjo un cambio por medio de la violencia, del robo y de la guerra. Más tarde la sociedad se dividió en dos clases: amos y esclavos. Después vino el sistema feudal y la servidumbre. Con el descubrimiento de América se transformó la vida comercial de Europa, y a la abolición de la servidumbre siguió el sistema del salario. El proletariado nació en la Revolución francesa de 1789 y 1793. Entonces fue cuando por primera vez se proclamó en Europa la libertad civil y política.
Con una simple hojeada a la historia se ve que el siglo XVI fue el siglo de la lucha por la libertad religiosa y de conciencia, esto es, la libertad del pensamiento; que los siglos XVII y XVIII fueron el prólogo de la gran Revolución francesa, que al proclamar la República instituyó el derecho a la libertad política; y hoy, siguiendo las leyes eternas del proceso y de la lógica, la lucha es puramente económica e industrial y tiende a la supresión del proletariado, de la miseria, del hambre y de la ignorancia. Nosotros somos aquí los representantes de esa clase próxima a emanciparse, y no porque nos ahorquéis dejará de verificarse el inevitable progreso de la humanidad.
¿Qué es la cuestión social? No es un asunto de sentimiento, no es una cuestión religiosa, no es un problema político; es un hecho económico externo, un hecho evidente e innegable. Tiene, sí, sus aspectos emocionales religiosos y políticos; pero la cuestión es, en su totalidad, una cuestión de pan, de lo que diariamente necesitamos para vivir. Tiene sus bases científicas, y yo voy a exponeros, según los mejores autores, los fundamentos del socialismo. El capital, capital artificial es el sobrante acumulado del trabajo, es el producto del trabajo. La función del capital se reduce actualmente a apropiarse y confiscar para su uso exclusivo y su beneficio el sobrante del trabajo de los que crean toda la riqueza. El capital es el privilegio de unos cuantos y no puede existir sin una mayoría cuyo modo de vida consiste en vender su trabajo a los capitalistas. El sistema capitalista está amparado por la ley, y de hecho la ley y el capital son una misma cosa. ¿Y qué es el trabajo? El trabajo es un ejercicio por el cual se paga un precio llamado salario. El que lo ejecuta, el obrero, lo vende, para vivir, a los poseedores del capital. El trabajo es la expresión de la energía y del poder productor. Esta energía y este poder han de venderse a otra persona, y en esa venta consiste el único medio de existencia para el obrero. Lo único que posee y que en realidad produce para sí es el jornal. Las sedas, los palacios, las joyas, son para otros. El sobrante de su trabajo no se le paga; pasa íntegro a los acaparadores del capital.

¡Ese es vuestro sistema capitalista!

-Suspendida la sesión, tuvo Parsons que interrumpir su discurso. Lo reanudó a las diez de la mañana siguiente, haciendo un resumen de sus principales puntos de vista y examinando varios extremos del proceso-

En su propia defensa dijo, entre otras cosas, lo siguiente:

Yo no he violado ninguna ley de este país. Ni yo ni mis compañeros hemos abusado de los derechos de todo ciudadano de esta República. Nosotros hemos hecho uso del derecho constitucional a la propia defensa, nos hemos opuesto a que se arrebataran al pueblo americano aquellos derechos. Pero los que nos han procesado imaginan que nos han vencido porque se proponen ahorcar a siete hombres, siete hombres a quienes se quiere exterminar violando la ley, porque defienden sus inalienables derechos: porque apelan al derecho de la libre emisión del pensamiento y lo ejercitan, porque luchan en defensa propia. ¿Creéis, señores, que cuando nuestros cadáveres hayan sido arrojados al montón se habrá acabado todo? ¿Creéis que la guerra social se acabará estrangulándonos bárbaramente? ¡Ah no! Sobre vuestro veredicto quedará el del pueblo americano y el del mundo entero para demostraros vuestra injusticia y las injusticias sociales que nos llevan al cadalso; quedará el veredicto popular para decir que la guerra social no ha terminado por tan poca cosa.
La policía está armada con los fusiles modernos de Winchester y las organizaciones obreras carecen por completo de medios de defensa. Un fusil de aquellos cuesta 18 duros, y nosotros no podemos comprarlos a tal precio. ¿Qué deben hacer los trabajadores?
Una bomba de dinamita cuesta treinta céntimos y puede ser preparada por cualquiera. El fusil Winchester cuesta 18 duros. La diferencia es considerable. ¿Soy culpable por decir esto? ¿He de ser ahorcado por ello? ¿Qué es lo que yo he hecho? Buscad a los que han inventado esas cosas y ahorcadlos también. El General Sheridan ha dicho en el Congreso que la dinamita había sido un descubrimiento formidable que igualaba todas las fuerzas y que en las luchas que en lo futuro mantendrán las clases obreras podrán apelar a ella para hacer inútiles todos los ejércitos. Yo no he hecho más que citar sus palabras. ¿Y por esto se me acusa y se me condena?
Se me ha llamado aqui dinamitero. ¿Por qué?
El fusil ha sido un descubrimiento que ha democratizado al mundo, poniendo al pueblo en condiciones de luchar con los aristócratas y los poderosos. Hoy la dinamita realiza el mismo fenómeno porque implica la difusión del poder, porque hace a todos iguales. Los ejércitos y la policia no significan nada ante la dinamita. Nada pueden contra el pueblo. Así se disemina la fuerza y se establece el equilibrio. La fuerza es la ley del universo; la fuerza es la ley de la Naturaleza, y esta nueva fuerza descubierta hace a todos los hombres iguales, y por tanto libres...

(Muchas ilusiones se hacían entonces los propagandistas acerca del valor de este medio de lucha. No es sorprendente, porque las mismas gentes de orden, véase el General Sheridan, se lo daba también. La realidad echa por tierra tales ilusiones, y por si no fuera ello bastante, hace muy poco ha podido verse cómo los Estados, la fuerza organizada, apela a la melinita contra cualquier rebeldía que se le resista. No es necesario que saquemos la consecuencia.)

Ya he probado cómo fui al mitin de Haymarket sin plan previo y solicitado a última hora por mis amigos.
Ya sabéis que me acompañaron mi esposa, Miss Holmes, otras dos señoritas más y mis dos niños. Y ahora pregunto: ¿es posible que en tales circunstancias y en tales condiciones acudiese a un lugar donde se hubiese de desarrollar la trama de un complot para arrojar bombas de dinamita? Esto es increíble; está fuera de la naturaleza humana creer en la posibilidad de un hecho tan monstruoso...
Parsons termina su discurso con la relación del noble rasgo que le llevó a compartir las penas impuestas a sus camaradas:
Cuando vi que se había fijado el día de la vista de este proceso, juzgándome inocente y sintiendo asimismo que mi deber era estar al lado de mis compañeros y subir con ellos, si era preciso, al cadalso; que mi deber era también defender los derechos de los trabajadores y la causa de la libertad y combatír la opresión, regresé sin vacilar a esta ciudad. ¿Cómo volví? Esto es interesante, pero me falta tiempo para explicarlo. Fui desde Wankesha a Milwaukee, tomé el tren de Saint-Paúl en la estación de este último punto, por la mañana, y llegué a Chicago a eso de las ocho y media. Me diriji a casa de mi amiga Miss Ames, en la calle de Morgan. Hice venir a mí esposa y conversé con ella algún tiempo. Mandé aviso al Capitán Blanck que estaba aquí pronto a presentarme y constituirme preso. Me contestó que estaba dispuesto a recibirme. Vine y le encontré a la puerta de este edificio, subimos juntos y comparecí ante este tribunal.
Sólo tengo que añadir: aun en este momento no tengo por qué arrepentirme.
Si Parsons fue noble al presentarse espontáneamente a las autoridades de Chicago, nada hay comparable a sus últimas palabras:
Aun en este momento, no tengo por qué arrepentirme.
ALBERT R. PARSONS
[1] El juicio constituyó una farsa. El Fiscal Grinnel, en su alegato, proclamó: “Señores del jurado: ¿declarad culpables a estos hombres, haced escarmiento con ellos, ahorcadles y salvaréis a nuestras instituciones, a nuestra sociedad!”. De este modo, el 28 de agosto de 1886, el jurado, especialmente elegido para aniquilar a los acusados, dictó su veredicto especificando que siete de los imputados -Parsons, Spies, Fielden, Schwab, Fischer, Lingg y Engel- debían ser ahorcados, y el octavo, Neebe, condenado a 15 años de prisión. Antes que fueran ejecutados, sobrevino el misterioso suicidio de uno de los condenados: Louis Lingg, quien con la colilla de un cigarrillo había prendido supuestamente la mecha de un cartucho de dinamita. Su muerte se cuenta que fue atroz. Los historiadores actuales afirman no obstante que se trató de representar ante la opinión públicca otra demostración de que los anarquistas morían en su propia ley, las “bombas”. Hoy se coincide en que Lingg fue asesinado. El escándalo fue tan grande que finalmente a Fielden y Schwab se les conmutó la pena de muerte por la de prisión perpetua. Spies, Fischer, Engel y Parsons subieron al patíbulo el 11 de noviembre, y fueron ahorcados ante el periodismo, las autoridades judiciales, la policía y el público allí reunido. La movilización del movimiento sindical de entonces y la actuación del gobernador, John Peter Atlgeld y otros políticos, hizo finalmente que el 26 de julio de 1893, el primero les otorgara el “perdón absoluto” a Samuel Fielden, Oscar Neebe y Michael Schwab. 40 años después, otro proceso fraudulente se repetiría la historia con la vida de: Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzett.
[2] Albert R. Parsons (estadounidense, 39 años, periodista).
[3] Los famosos discursos de todos los enjuiciados fueron expresados en el tribunal durante la jornada de estos tres días. El primero fue el de Spies y el último de Parsons, que le insumió dos días.

No hay comentarios:

Publicar un comentario