abril 15, 2010

Martires de Chicago: "Os desprecio;...¡Ahorcarme! (Louis Lingg)

MARTIRES DE CHICAGO [1]
Palabras de Louis Lingg, ante el tribunal que lo condenó a muerte [2]
“Os desprecio; desprecio vuestro orden, vuestras leyes, vuestra fuerza, vuestra autoridad. ¡Ahorcarme!”
[7, 8 y 9 de octubre de 1886] [3]

Me concedéis, después de condenarme a muerte la libertad de pronunciar un último discurso.
Acepto vuestra concesión, pero solamente para demostrar las injusticias, las calumnias y los atropellos de que se me ha hecho víctima.
Me acusáis de asesino; ¿y qué prueba tenéis de ello?
En primer lugar, traéis aquí a Seliger para que deponga en mi contra. Dice que me ha ayudado a fabricar bombas y yo he demostrado que las bombas que tenía las compré en la Avenida de Clybourne, Nº 58. Pero lo que no habéis probado aún con el testimonio de ese infame comprado por vosotros, es que esas bombas tuvieran alguna conexión con la de Haymarket.
Habéis traído aquí también a algunos especialistas químicos, y éstos han tenido que declarar que entre unas y otras bombas había diferencias tan esenciales como la de una pulgada larga en sus diámetros.
Esa es la clase de pruebas que contra mí tenéis.
No; no es por un crimen por lo que nos condenáis a muerte; es por lo que aquí se ha dicho en todos los tonos, es por la Anarquía; y puesto que es por nuestros principios por lo que nos condenáis, yo grito sin temor: ¡Soy anarquista!
Me acusáis de despreciar la ley y el orden. ¿Y que significan la ley y el orden? Sus representantes son los policías, y entre éstos hay muchos ladrones. Aquí se sienta el Capitán Schaack. El me ha confesado que mi sombrero y mis libros habían desaparecido de su oficina, sustraídos por los policías. ¡He ahí vuestros defensores del derecho de propiedad!
Mientras yo declaro francamente que soy partidario de los procedimientos de fuerza para conquistar una vida mejor para mis compañeros y para mí, mientras afirmo que enfrente de la violencia brutal de la policía es necesario emplear la fuerza bruta, vosotros tratáis de ahorcar a siete hombres apelando a la falsedad y al perjurio, comprando testigos y fabricando, en fin, un proceso inicuo desde el principio hasta el fin.
Grinnell ha tenido el valor, aqui donde no puedo defenderme, de llamarme cobarde. ¡Miserable! Un hombre que se ha aliado con un vil, con un bribón asalariado, para mandarme a la horca. ¡Este miserable, que por medio de las falsedades de otros miserabies como él trata de asesinar a siete hombres, es quien me llama cobarde!
Se me acusa del delito de conspiración. ¿Y cómo se prueba la acusación? Pues declarando sencillamente que la Asociación Internacional de Trabajadores tiene por objeto conspirar contra la ley y el orden. Yo pertenezco a esa Asociación, y de esto se me acusa probablemente. ¡Magnífico! ¡Nada hay difícil para el genio de un fiscal!
Yo repito que soy enemigo del orden actual, y repito también que lo combatiré con todas mis fuerzas mientras aliente. Declaro otra vez franca y abiertamente que soy partidario de los medios de fuerza. He dicho al Capitán Schaack, y lo sostengo, que si vosotros empleáis contra nosotros vuestros fusiles y vuestros cañones, nosotros emplearemos contra vosotros la dinamita. Os reís probablemente, porque estáis pensando: Ya no arrojarás más bombas. Pues permitidme que os asegure que muero feliz, porque estoy seguro de que los centenares de obreros a quienes he hablado recordarán mis palabras, y cuando hayamos sido ahorcados ellos harán estallar la bomba. En esta esperanza os digo: Os desprecio; desprecio vuestro orden, vuestras leyes, vuestra fuerza, vuestra autoridad. ¡Ahorcarme!
LOUIS LINGG
[1] El juicio constituyó una farsa. El Fiscal Grinnel, en su alegato, proclamó: “Señores del jurado: ¿declarad culpables a estos hombres, haced escarmiento con ellos, ahorcadles y salvaréis a nuestras instituciones, a nuestra sociedad!”. De este modo, el 28 de agosto de 1886, el jurado, especialmente elegido para aniquilar a los acusados, dictó su veredicto especificando que siete de los imputados -Parsons, Spies, Fielden, Schwab, Fischer, Lingg y Engel- debían ser ahorcados, y el octavo, Neebe, condenado a 15 años de prisión. Antes que fueran ejecutados, sobrevino el misterioso suicidio de uno de los condenados: Louis Lingg, quien con la colilla de un cigarrillo había prendido supuestamente la mecha de un cartucho de dinamita. Su muerte se cuenta que fue atroz. Los historiadores actuales afirman no obstante que se trató de representar ante la opinión públicca otra demostración de que los anarquistas morían en su propia ley, las “bombas”. Hoy se coincide en que Lingg fue asesinado. El escándalo fue tan grande que finalmente a Fielden y Schwab se les conmutó la pena de muerte por la de prisión perpetua. Spies, Fischer, Engel y Parsons subieron al patíbulo el 11 de noviembre, y fueron ahorcados ante el periodismo, las autoridades judiciales, la policía y el público allí reunido. La movilización del movimiento sindical de entonces y la actuación del gobernador, John Peter Atlgeld y otros políticos, hizo finalmente que el 26 de julio de 1893, el primero les otorgara el “perdón absoluto” a Samuel Fielden, Oscar Neebe y Michael Schwab. 40 años después, otro proceso fraudulente se repetiría la historia con la vida de: Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti.
[2] Louis Linng (alemán, 22 años, carpintero).
[3] Los famosos discursos de todos los enjuiciados fueron expresados en el tribunal durante la jornada de estos tres días. El primero fue el de Spies y el último de Parsons, que le insumió dos días.

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