Palabras de advertencia al entrar en el mundo de la política
Un breviario para el joven Bernardo O’Higgins
Francisco de Miranda
[1799]
Londres, 1799
Mi joven amigo:
El ardiente interés que tomo en vuestra felicidad, me induce a ofreceros unas palabras de advertencia al entrar en ese gran mundo en cuyas olas yo he sido arrastrado por tantos años. Conocéis la historia de mi vida, y podéis juzgar si mis consejos merecen o no ser oídos.
Al manifestaros una confianza hasta aquí limitada, os he dado pruebas de que aprecio altamente vuestro honor y vuestra discreción, y al trasmitiros estas reflexiones os demuestro la convicción que abrigo de vuestro buen sentido, porque nada puede ser más insano, y más peligroso, que hacer advertencias a un necio.
Al dejar la Inglaterra, no olvidéis que por un solo instante que fuera de este país, no hay en la tierra si no otra nación en la que se pueda hablar de política, fuera del corazón probado de un amigo y que esa nación es la de los Estados Unidos.
Elegid, pues, un amigo, pero elegidle con el mayor cuidado, porque si os equivocáis sois perdido. Varias veces os he indicado los nombres de varios sudamericanos en quienes podrías reposar vuestra confianza, si llegarais a encontrarlos en vuestros caminos, lo que dudo porque habitáis una zona diferente.
No teniendo sino muy imperfectas ideas del país que habitáis, no puedo daros mi opinión sobre la educación, conocimientos y carácter de vuestros compatriotas, pero a juzgar por su mayor distancia del viejo mundo, lo creería los más ignorantes y los más preocupados.
En mi larga conexión con Sudamérica, sois el único chileno que he tratado y por consiguiente no conozco más de aquel país de lo que dice su historia, poco ha publicada, y que lo presenta bajo luces tan favorables.
Por los hechos referidos en esa historia, esperaría mucho de vuestros campesinos, particularmente del sur, donde si no me engaño, intentáis establecer vuestra residencia. Sus guerras con sus vecinos deben hacerlos aptos para las armas, mientras que la cercanía de un pueblo libre debe traer a su espíritu la idea de la libertad y de la independencia.
Volviendo al punto de vuestros futuros confidentes, desconfiad de todo hombre que haya pasado de edad de cuarenta años a menos que os conste el que sea amigo de la literatura y particularmente de aquellos libros que hayan sido prohibidos por la inquisición. En los otros, las preocupaciones están demasiado arraigadas para que pueda haber esperanza de que cambien y para que el remedio no sea peligroso.
La juventud es la edad de los ardientes y generosos sentimientos.
Entre los jóvenes de vuestra edad encontrareis fácilmente muchos, prontos a escuchar y fáciles de convencer. Pero, por otra parte, la juventud es la época de la indiscreción y de los actos temerarios: así es que debéis temer estos defectos en los jóvenes, tanto como la timidez y las preocupaciones en los viejos.
Es también un error creer que todo hombre porque tiene una corona en la cabeza o se sienta en la poltrona de un canónigo es un fanático intolerante y un enemigo decidido de los derechos del hombre.
Conozco por experiencia que en esta clase existen los hombres más ilustrados y liberales de Suramérica; pero la dificultad está en descubrirlos.
Ellos saben lo que es la Inquisición y que las menores palabras y hechos son pesados en su balanza, en la que, así como se concede fácilmente indulgencia por los pecados de una conducta irregular, nunca se otorga al liberalismo en las opiniones.
El orgullo y fanatismo de los españoles son invencibles. Ellos os despreciarán por haber nacido en América y os aborrecerán por ser educado en Inglaterra. Manteneos, pues, siempre a la larga distancia de ellos.
Los americanos, impacientes y comunicativos, os exigirán con avidez la relación de vuestros viajes y aventuras, y de la naturaleza de sus preguntas podréis formaros una regla a fin de descubrir el carácter de las personas que os interpelen. Concediendo la debida indulgencia a su profunda ignorancia, debéis valorizar su carácter, el grado de abstención que os presten y la mayor o menor inteligencia que manifiesten en comprenderos, concediéndoles o no vuestra confianza en consecuencia.
No permitáis que jamás se apodere de vuestros ánimos y el disgusto y la desesperación, pues si alguna vez dais entrada a estos sentimientos os pondréis en impotencia de servir a vuestra patria.
Al contrario, fortaleced vuestro espíritu con la convicción de que no pasará un solo día, desde que volváis a vuestro país sin que ocurran sucesos que os llenen de desconsolantes ideas sobre la dignidad y el juicio de los hombres, aumentándose el abatimiento con la dificultad aparente de poner remedio a aquellos males.
He tratado siempre de imbuiros principalmente este principio en nuestras conversaciones, y es uno de aquellos objetos que yo desearía recordaros, no sólo todos los días sino en cada una de sus horas.
¡Amáis a vuestra patria! Acariciad ese sentimiento constantemente, fortificadlo por todos los medios posibles, porque sólo a su duración y energía deberéis el hacer el bien.
Los obstáculos para servir a vuestro país son tan numerosos, tan formidables, tan visibles; llegaré a decir que sólo el más ardiente amor por vuestra patria podrá sosteneros en vuestros esfuerzos por su felicidad.
Respecto del probable destino de vuestro país, ya conocéis mis ideas, y aún en el caso de que las ignoraseis, no será este el lugar a propósito para discutirlo.
Leed este papel todos los días durante vuestra navegación. No olvidéis ni la Inquisición, ni sus espías, ni sus sotanas, ni sus suplicios.
FRANCISCO DE MIRANDA
[1] Sebastián Francisco de Miranda y Rodríguez: creador de la bandera de Venezuela. Es considerado el “Precursor” de la Independencia Hispanoamericana, “el criollo más culto de su tiempo”, “el primer criollo universal” gracias a su empresa emancipadora por lograr la independencia Hispanoamericana del yugo español. El Libertador Simón Bolívar, lo llamó “… el más ilustre colombiano…”. Su nombre está grabado en el Arco del Triunfo en París, su retrato forma parte de la galería de los Personajes en el Palacio de Versalles y su estatua se encuentra frente a la del general Kellerman en el campo de Valmy. Participó en los 3 acontecimientos magnos de su hora: la Independencia de los Estados Unidos, la Revolución Francesa y la lucha por la libertad de Hispanoamérica.
Fue el primero en propagar la Carta a los españoles americanos del jesuita peruano Juan Pablo Viscardo y Guzmán al darse cuenta de su valor y del efecto que produciría en el ánimo de sus compatriotas. Todos los historiadores coinciden en afirmar que Miranda es el traductor de la Carta.
Dominó 6 idiomas francés, inglés, alemán, ruso, conocía suficientemente el árabe y el italiano, además traducía del latín y griego.
Su obra escrita comprende un vasto archivo de documentos conocidos como la “Colombeia”; cartas, manifiestos, proclamas, ideas de gobierno, planes militares, expresan en cada una de sus palabras el inquebrantable proyecto de la libertad suramericana que encontró, en éste prócer, uno de sus representantes más comprometidos y perseverantes.
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