abril 09, 2010

Conferencia de Perón al inaugurar la catedra de "Defensa Nacional", en la Universidad de la Plata

CONFERENCIA AL INAUGURAR LA CÁTEDRA DE DEFENSA NACIONAL, EN LA UNIVERSIDAD DE LA PLATA [1]
Juan Domingo Perón
[10 de Junio de 1944]

INTRODUCCIÓN
Agradezco profundamente la cordial invitación que el doctor Labou­gle ha tenido la amabilidad de formularme para inaugurar la Cátedra de Defensa Nacional, ocupando esta alta tribuna de la Universidad.
Mi investidura de Ministro de Guerra me obliga a aceptar tan insigne honor, anteponiéndome a otros camaradas de las fuerzas armadas, cuya versación sobre esta materia tendréis oportunidad de apreciar, en los que me sucederán en las exposiciones.
Los amables conceptos sobre mi persona vertidos por la gentileza del doctor Labougle, que aprecio y agradezco, fuerza es confesarlo, se fundan más que nada en su benevolencia proverbial.
Las Fuerzas Armadas y dentro de ellas los que nos hemos dedicado a analizar, penetrar y captar el complejo problema que constituye la guerra, no hemos podido menos que regocijarnos con la resolución del Consejo Superior de la Universidad de La Plata, del 9 de septiembre de 1943, que dispuso crear la Cátedra de Defensa Nacional y ponerla en funcionamiento en el corriente año.
Esta medida que, sin temor a equivocarme, califico de trascendental, hará que la pléyade de intelectuales que en esta casa se formen, conoz­can y se interesen por la solución de los variados y complejos aspectos que conforman el problema de la Defensa Nacional de la Patria, y más tarde, cuando por gravitación natural, los más calificados entre ellos sean llamados a servir sus destinos, si han seguido profundizando sus estudios, contemos con verdaderos estadistas que puedan asegurar la grandeza a que nuestra Nación tiene derecho.
Una vez más conviene aquí repetir el consejo sanmartiniano, de su proclama del 22 de julio de 1820 que, desde su cuartel general en Val­paraíso, dirige “a los habitantes de las Provincias del Río de la Plata”:
“En fin, a nombre de vuestros propios intereses, os ruego que apren­dáis a distinguir los que trabajan por vuestra salud, de los que meditan vuestra ruina: no os expongáis a que los hombres de bien os abandonen al consejo de los ambiciosos: la firmeza de las almas virtuosas no llega hasta el extremo de sufrir que los malvados sean puestos a nivel con ellas: y desgraciado el pueblo donde se forma impunemente tan escandaloso paralelo”.
Palabras eternas las del Gran Capitán. Hoy como entonces, nuestra amada Patria vive horas de transformación y de prueba; asiste además a una verdadera lucha de generaciones, de la que debe resultar un por­venir. Dios quiera, sea luminoso y feliz.
El mundo ha de estructurarse sobre nuevas formas, con nuevo con­tenido político, económico y social. Grave es la responsabilidad de los maestros del presente. Incierto el futuro de esta juventud que ha de hacerse cargo de ese porvenir, como conductora de un pueblo en mar­cha, que tiene riqueza, pujanza y tradición de gloria que defender.
He asistido en Europa a la crisis más extraordinaria que haya pre­senciado la humanidad, desde 1939 a 1941. En ella he podido apreciar, en los hechos, cuanto os diré seguidamente. Por eso, antes que a una exposición académica del tópico, he recurrido a una mención realista del problema de la Defensa Nacional moderna, en su amplio contenido, sus causas y sus consecuencias.
I. 
EL TEMA
El tema que me ha sido propuesto, “Significado de la Defensa Na­cional desde el punto de vista militar”, lo considero muy conveniente para esta disertación, porque me permitirá analizar el cuadro de conjun­to del problema de la Defensa Nacional, dejando para más tarde el estu­dio detallado de sus aspectos parciales.
Las dos palabras, “Defensa Nacional”, pueden hacer pensar a algunos espíritus que se trata de un problema cuyo planteo y resolución intere­sa e incumbe únicamente a las Fuerzas Armadas de una nación. La rea­lidad es bien distinta; en su solución entran en juego todos sus habitan­tes, todas sus energías, todas sus riquezas, todas sus industrias y produc­ciones más diversas, todos sus medios de transporte y vías de comunica­ción, etc., siendo las Fuerzas Armadas únicamente, como luego lo vere­mos en el curso de mi exposición, el instrumento de lucha de ese gran conjunto que constituye “la nación en armas”.
II. 
LA GUERRA, FENOMENO SOCIAL INEVITABLE
Han existido en el mundo pensadores, que sin temor califico de uto­pistas, que en todos los tiempos y países han expresado que la guerra podía ser evitada y siempre, a corto plazo, una nueva conflagración ha venido a imponer el mentís más rotundo a esta teoría.
El ejemplo más reciente y también más palpable de este fracaso lo constituye la fenecida Liga de las Naciones, en cuya acción tantas esperanzas de paz ininterrumpida se cifraron y que se reveló impoten­te para evitar que el Japón y China se encuentren luchando desde hace una década aproximadamente; que Italia conquistase a Etiopía; que' Paraguay y Bolivia se ensangrentaran en la selva chaqueña y, finalmente, que el mundo no se encendiera en la actual conflagración, que hasta nuestras puertas golpea.
Los estadistas que actualmente dirigen la guerra de los principales países en lucha, ya sea bajo el signo del “Nuevo Orden” o bajo la ban­dera de las “Naciones Unidas”, muestran a los ojos ansiosos de sus pue­blos una felicidad futura basada en una ininterrumpida paz y cordiali­dad entre las naciones y la promesa de una verdadera justicia social entre los Estados.
Este espejismo no puede ser más que una esperanza para pueblos que, agotados en una larga y cruenta lucha, buscan en una esperanza de futura felicidad, el aliciente necesario para realizar el último es­fuerzo, en procura de un triunfo que asegure la existencia de sus res­pectivas naciones.
En efecto, alguien tendría que demostrar inobjetablemente que Es­tados Unidos de Norteamérica, Inglaterra, Rusia y China, en el caso de que las Naciones Unidas ganen la guerra, y lo mismo que Alemania y Japón en el caso inverso, no tendrán jamás en el futuro intereses encon­trados que los lleven a iniciar un nuevo conflicto entre sí, y aún que los vencedores no pretenderán establecer en el mundo un imperialismo odioso, que obligue a la rebelión de los oprimidos, para recién creer que la palabra guerra queda definitivamente descartada de todos los léxicos.
Pero, los humanos de barro fuimos amasados y siendo la célula constituyente de las naciones, no podremos hallar jamás la solución ideal de los complejos problemas de todo orden: sociales, económicos, financieros, políticos, etc., que asegure una ininterrumpida paz uni­versal.
En Europa, el continente superpoblado por excelencia, es donde es­tos problemas sufren sus más agudas crisis, constituyendo así un vol­cán con incontenible energía interna, que periódicamente entra en erupción sacudiendo al mundo entero.
El continente americano, sin experimentar la agudización de estos mismos problemas, ha encontrado muchas veces en el arbitraje, la solu­ción de las cuestiones territoriales derivadas de límites mal definidos; pero muchas veces también se ha encendido en luchas fratricidas, o se han visto sus naciones arrastradas a conflictos extracontinentales, cuya solución muchas veces no les interesaba mayormente.
Algún oyente prevenido podrá pensar que esta aseveración mía de que la guerra es un fenómeno social inevitable, es consecuencia de mi formación profesional, porque algunos piensan que los militares desea­mos la guerra, para tener en ella oportunidad de lucir nuestras habili­dades.
La realidad es bien distinta; los militares estudiamos tan a fondo el arte de la guerra, no sólo en lo que a la táctica, estrategia y. empleo de sus materiales se refiere, sino también como fenómeno social, y com­prendiendo el terrible flagelo que representa para una nación, sabemos que debe ser en lo posible evitada y sólo recurrir a ella en casos extre­mos.
Eso sí cumplimos con nuestra obligación primordial de estar pre­parados para realizarla y dispuestos a los mayores sacrificios en los campos de batalla, al frente de la juventud armada que la Patria nos confíe, para la defensa de su patrimonio, sus libertades, sus ideales o su honra.
III. 
SI SE QUIERE LA PAZ, EL MEJOR MEDIO DE CONSERVARLA ES PREPARARSE PARA LA GUERRA
El aforismo , se encuentra lo suficiente­mente demostrado por multitud de ejemplos históricos, para permi­tir siquiera ser puesto en discusión.
No tenemos más que volver los ojos a la iniciación de la actual con­tienda para verla a Francia, la vencedora de la guerra 1914-18 y la pri­mera potencia militar del mundo desde esa época hasta que Alemania inicia, en el año 1934 aproximadamente, sus intensos preparativos militares más o menos encubiertos, cómo en pocos días es deshecha y eliminada definitivamente de la contienda.
Es evidente que la profunda desorganización interna de Francia la llevó a descuidar su preparación para la guerra, a pesar de ver clara­mente el peligro que la amenazaba, lo cual fue hábilmente aprovecha­do por Alemania que caro le hace pagar su error.
Alguien podrá decir que Inglaterra tampoco se encontraba preparada para la guerra y que en los actuales momentos parece tener a su favor las mejores perspectivas de éxito. Quienes dicen esto, olvidan que en el Canal de la Mancha que, felizmente para ella la separa del continente, reinó siempre incontrastablemente su aguerrida flota, impidiendo el desembarque del ejército alemán; que la reducida preparación de su ejército le costó el desastre de Dunkerque y, finalmente, que su redu­cida aviación no pudo impedir las incursiones de la alemana, de las que las ruinas de Coventry son una muestra.
Las naciones del mundo pueden ser separadas en dos categorías; las satisfechas y las insatisfechas. Las primeras, todo lo poseen y nada necesitan y sus pueblos tienen su felicidad asegurada, en mayor o menor grado. A las segundas, algo les falta para satisfacer sus necesida­des: mercados donde colocar sus productos, materias primas que ela­borar, substancias alimenticias en cantidad suficiente, un papel po­lítico que desempeñar en relación con su potencialidad, etc.
Las naciones satisfechas son fundamentalmente pacifistas y no desean exponer a los azares de una guerra la felicidad que gozan.
Las insatisfechas, si la política no les procura lo que necesitan o am­bicionan, no temerán recurrir a la guerra para lograrlo.
Las primeras, aferradas a la idea de una paz inalterable, porque mucho la desean, generalmente descuidan su preparación para la gue­rra, y no gastan lo que es menester para conservar la felicidad de su pueblo.
Las segundas, sabiendo que una guerra es probable, por cuanto si no obtienen pacíficamente lo que desean, recurrirán a ella, ahorran miseria de la miseria y se preparan acabadamente para sostenerla, y en un momento determinado pueden superar a las naciones más ricas y poderosas.
Tenemos así, las naciones pacifistas y las naciones agresoras.
Nuestro país, es evidente, se encuentra entre las primeras. Nuestro pueblo puede gozar relativamente de una gran felicidad presente, pero por desgracia no podemos escudriñar el fondo del pensamiento de las demás naciones, para saber en momento oportuno si alguien pretende arrebatárnosla.
La preparación de la Defensa Nacional es obra de aliento y que re­quiere un constante esfuerzo realizado durante largos años; la guerra es un problema tan variado y complejo, que dejar todo librado a la im­provisación en el momento en que ella se presente, significaría seguir esa política suicida que tanto criticamos.
No olvidemos que, si nos vemos obligados a ir a una guerra, y lo que es más grave, la perdemos, necesariamente nos convertiremos en lo con­trario de nación pacifista, asumiendo el papel de país que busca reivin­dicaciones en pro de la recuperación del patrimonio de la nación o del honor mancillado.

IV.
CARACTERISTICAS FUNDAMENTALES DE LA GUERRA
La guerra, desde la antigüedad, ha evolucionado constantemente, pasando de la familia a la tribu, de ésta a los ejércitos de profesiona­les y mercenarios, a la leva en masa, que nos muestra la Revolución Francesa y Napoleón más tarde y, por último, a la lucha total de pue­blos contra pueblos que vimos en la contienda de 1914-18 Y que en la actual ha alcanzado su máxima expresión.
El concepto de la “nación en armas” o “guerra total” emitido por el mariscal van der Goltz en 1883, es en cierto modo la teoría más mo­derna de la Defensa Nacional, por el cual las naciones buscan encauzar en la paz y utilizar en la guerra, hasta la última fuerza viva del Estado, para conseguir su objetivo político.
Hoy los pueblos disponen de su destino. Ellos labran su propia for­tuna o su ruina. Es natural que ellos en conjunto defiendan lo que cada uno por igual ama y le interesa defender de la Patria y su patriotismo.
En la época de los ejércitos profesionales y mercenarios, los pueblos no participaban en las contiendas, sino a través de las fuertes con­tribuciones para solventarlas, o las devastaciones que dejaban tras de sí los ejércitos e~ lucha. Una gran masa de la población no la sufría y, a veces, hasta la ignoraba.
Las guerras de la Revolución Francesa, y más tarde Napoleón, afec­taron ya al pueblo francés, por la contribución en material humano que le impusieron.
Es recién la guerra mundial de 1914-18 la que muestra a las naciones participantes tendidas en el esfuerzo máximo para conseguir la victoria. La guerra se realiza en los campos de batalla, en los mares, en el aire, en el campo político, económico, financiero, industrial y se especula hasta con el hambre de las naciones enemigas.
Ya no bastan generales y almirantes geniales, con ejércitos y flotas eficientes para conquistar la victoria. A su lado, los representantes de todas las energías de la Nación desempeñan un papel importantísimo en la dirección de la guerra y muchas veces son ellos los que orientan la conducción de las operaciones de las Fuerzas Armadas, pero aún en los años 1914-18, detrás de los ejércitos en lucha, las poblaciones entre­gadas a un constante esfuerzo para mantener la potencia combativa de las Fuerzas Armadas, vivían en una relativa tranquilidad y bienestar.
La moral de la Nación se mantenía en base a los éxitos obtenidos en los campos de batalla, hábilmente explotados por una inteligente propa­ganda.
La actual contienda, con el considerable progreso técnico de la avia­ción, nos muestra la expresión más acabada del concepto de la “nación en armas”.
Los pueblos de las naciones en lucha no se encuentran ya a cubierto contra las actividades bélicas, dado que poderosas formaciones aéreas siembran la destrucción y la muerte en poblaciones más o menos inde­fensas, buscando minar su moral y destruir las fuentes del potencial de guerra de la nación enemiga. El panfleto toma un lugar importante al lado de las tremendas bombas incendiarias y explosivas, en la carga de los poderosos aviones de bombardeo.
Un país en lucha puede representarse por un arco con su correspon­diente flecha, tendido al límite máximo que permite la resistencia de su cuerda y la elasticidad de su madera y apuntando hacia un solo obje­tivo: ganar la guerra.
Sus fuerzas armadas están representadas por la piedra o el metal que constituye la punta de la flecha, pero el resto de ésta, la cuerda y el arco, son la nación toda, hasta la última expresión de su energía y poderío.
En consecuencia, no es suficiente que los integrantes de las Fuerzas Armadas nos esforcemos en preparar el instrumento de lucha; en estu­diar y comprender la guerra, deduciendo enseñanzas de las diferentes contiendas que han asolado al mundo. Es también necesario que todos los intelectos de la Nación, cada uno en el aspecto que interesa a sus actividades, se esfuerce también en conocerla, estudiarla y compren­derla, como única forma de llegar a esa solución integral del problema que puede presentársenos y tendremos que resolver, si un día Dios de­cide que la guerra haga sonar su clarín en las márgenes del Plata.
En consecuencia, la decisión del Consejo Superior de la Universidad de La Plata a que antes me he referido, constituye sin duda un valioso escalón hacia esa meta que debemos alcanzar.
V. DEFENSA NACIONALLa organización de la Defensa Nacional de un país es una vasta y completa tarea de años y años, por medio de la cual se han de ejecutar una serie de medidas preparatorias durante la paz, para crearle a sus Fuerzas Armadas las mejores condiciones para conquistar el éxito, en una contienda que pueda presentársele, se formularán una serie de pre­visiones para que la Nación pueda adquirir y mantener ese ritmo de producción y sacrificio que nos impone la guerra, al mismo tiempo que se preverá el mejor empleo a dar a sus Fuerzas Armadas; y finalmente, otra serie de previsiones para, una vez terminada la guerra, desmontar la maquinaria bélica en que el país se ha convertido y adquirir de nuevo su vida normal de paz, con el mínimo de inconvenientes, convulsiones y trastornos.
Dada la brevedad a que me obliga esta exposición, tendré que limi­tarme a analizar sucintamente sus aspectos principales, y para evitar la aridez de tratar este asunto en forma absolutamente teórica, me re­feriré a las enseñanzas que nos da la historia militar y su aplicación a los problemas particulares de nuestro país, en lo que me sea posible.
1. Objetivos políticos

Cualquier país del mundo, sea grande o pequeño, débil o poderoso, con un grado elevado o reducido de civilización, posee un objetivo po­lítico determinado.
El objetivo político es la necesidad o ambición de un bien, que un Estado tiende a mantener o conquistar, para su perfeccionamiento o engrandecimiento.
El objetivo político puede ser de cualquier orden: reivindicación o expansión territorial, hegemonía política o económica, adquisición de mercados u otras ventajas comerciales, imposiciones sociales o espi­rituales, etc.
Se ha dado en clasificamos como negativos o positivos, según se trate de mantener lo existente o conquistar algo nuevo; como continen­tales o mundiales, según las proyecciones de los mismos.
Los objetivos políticos de las naciones son una consecuencia direc­ta del sentir de sus pueblos y debemos recordar que éstos tienen ese instinto seguro, que en la consideración de los grandes problemas, los orientan siempre hacia lo que más les conviene.
Los estadistas o gobernantes únicamente los interpretan y los con­cretan en forma más o menos explícita y ajustada.
La verdadera sabiduría de los pueblos y el buen juicio de sus gober­nantes consiste precisamente en no fijarse un objetivo político desor­bitado, que no guarde relación con la potencialidad de la Nación, lo que, en caso contrario, la obligaría a enfrentarse con un enemigo tan poderoso, que no sólo tendría que renunciar a sus aspiraciones, sino a perder parte de su patrimonio.
También es verdad que a las naciones les llegan en su historia horas cruciales, en las que para defender su patrimonio o su honor, deben sostener una lucha sin esperanzas de triunfo, porque como nos lo ense­ñaron nuestros padres de la Independencia, más vale morir, que vivir esclavos.
Nuestro país, como pocos otros del mundo, puede ostentar objetivos políticos confesables y dignos.
Nunca nuestros gobernantes sostuvieron principios de reivindicación o conquista territorial; ni pretendemos ejercer una hegemonía política, económica o espiritual en nuestro continente.
Sólo aspiramos a nuestro natural engrandecimiento mediante la ex­plotación de nuestras riquezas y colocar el excedente de nuestra pro­ducción en los diversos mercados mundiales, para poder adquirir lo que necesitamos.
Deseamos vivir en paz con todas las naciones de buena voluntad del globo, y el progreso de nuestras hermanas de América sólo nos produce satisfacción y orgullo.
Queremos ser el pueblo más feliz de la tierra, ya que la naturaleza se ha mostrado tan pródiga con nosotros.
2. Acción de la diplomacia y conducción de la política externa.

La diplomacia debe actuar en forma similar a la conducción de una guerra. Como ella, posee sus fuerzas, sus armas y debe librar las bata­llas que sean necesarias para conquistar los objetivos que la política le ha fijado.
Si la política logra que la diplomacia obtenga el objetivo trazado, su tarea se reduce a ello y termina allí en lo que a ese objetivo se refiere.
Si la diplomacia no puede lograr el objetivo político fijado, entonces es encargada de preparar las mejores condiciones para obtenerlo por la fuerza, siempre que la situación haga ver como necesario el empleo de este medio externo.
El período político que precedió a la actual contienda constituye un excelente ejemplo que nos aclarará estos conceptos.
Desde el advenimiento del partido nacional-socialista al poder, en el 1933, el gobierno alemán dio muestras de su intención de conseguir por todos Id. medios el resurgimiento del país a la situación de la Ale­mania imperial de 1914 y aún sobrepasarla, desestimando como fuera de lugar los puntos que aún subsistían como obligaciones del tratado de Versalles.
Fue su diplomacia la que, sin contar en su respaldo con una suficien­te potencia militar, le permitió en 1935 implantar el servicio militar obligatorio, ocupar militarmente la Renania y finalmente concertar con Inglaterra el pacto naval que le permitía montar un tonelaje para su marina de guerra equivalente al 35 % del inglés, con lo cual sobrepa­saba a la flota francesa. La reacción francesa, que en esa época podía ser decisiva, fue perfectamente neutralizada por la diplomacia alema­na.
Luego, ya respaldada sin duda por la fuerza considerable que el Tercer Reich había logrado montar, se produce en marzo de 1938 la anexión lisa y llana de Austria; a fines de septiembre de ese mismo año el tratado de Munich le entrega el territorio de los Sudetes pertene­cientes a Checoslovaquia, hasta terminar con la total desaparición de este país el 15 de marzo de 1939; y siete días más tarde, el 22 de marzo, el jefe del gabinete lituano, el ministro Urbsys, entrega las llaves de Memel en Berlín mismo.
Casi de inmediato, la diplomacia alemana empieza a agitar la cuestión de Polonia. La resistencia de ésta, apoyada por Francia e Ingla­terra, no puede ser vencida, y entonces le corresponde crear las mejo­res condiciones para el empleo de sus Fuerzas Armadas en el logro de su objetivo político.
Polonia parece estar también apoyada por Rusia y en Moscú se encuentran delegaciones de Francia e Inglaterra tratando sin duda el problema político europeo, cuando el mundo entero es sorprendido por el pacto de no agresión ruso alemán del 23 de agosto de 1939.
La conducción política y la diplomacia con habilidad y astucia han facilitado grandemente la tarea a la conducción militar. Una semana después, ésta entra a actuar en condiciones óptimas.
En los litigios entre naciones, sin tener un tribunal superior e impar­cial a quien recurrir y, sobre todo, provisto de la fuerza necesaria para hacer respetar sus decisiones, la acción de la diplomacia será tanto más segura y amplia, cuanto mayor sea el argumento de fuerza que en última instancia pueda esgrimir.
Así, nuestra diplomacia que tiene ante sí una constante tarea que realizar, estrechando cada vez más las relaciones políticas, económicas, comerciales, culturales y espirituales con los demás países del mundo, en particular con los continentales y dentro de éstos con nuestros ve­cinos, cuenta como argumento para esgrimir, además de la hidalguía y largueza ya tradicionales de nuestro espíritu y procedimientos, con el poder de sus fuerzas armadas que debe ser aumentado en concordancia con su importancia, para asegurarle el respeto y la consideración que merece, en el concierto mundial y continental de naciones.
Durante la guerra, las actividades de la política exterior y de la diplo­macia no decrecen; por el contrario, tal cual 10 vemos en la actual con­tienda, redoblan sus esfuerzos para continuar creando las mejores con­diciones de lucha a las fuerzas armadas.
No tenemos más que ver cómo se neutraliza a países neutrales dudo­sos; los esfuerzos que se realizan para enrolar en la contienda a los sim­patizantes o que observan una neutralidad benévola; la forma en que se desprestigia al adversario y se anula su propaganda en el exterior; las simpatías que es necesario despertar en los mercados productores de armamentos y materias primas; la utilización de la prensa y partidos políticos de países aliados y neutrales para hacer simpática la guerra del país; la explotación de las divisiones' y reyertas dentro del bloque de países enemigos, para provocar su desmembramiento, etc., y compren­deremos fácilmente que todo intelecto y capacidad política debe ser movilizado para servir a la defensa nacional.
Finalmente, una vez terminada la guerra, ya sea exitosamente o derrotada, la política debe continuar librando la parte más difícil de su batalla para obtener en la liquidación de la contienda, que los objetivos políticos porque se luchó sean ampliamente alcanzados, o reducir a un mínimo aceptable el precio de la derrota, respectivamente.
Este aspecto de la política cobra mayor importancia en la guerra de coaliciones, en la que tantos intereses chocan en la mesa de la paz o para evitar la intervención de neutrales poderosos, que sin haber inter­venido en la contienda, quieren también participar del despojo del vencido. )
Bastaría analizar la profundidad de cada uno de estos aspectos, para comprobar que los conocimientos y aptitudes especiales que su solución requiere, no pueden desarrollarse recién cuando la guerra llegue, sino que es necesario un estudio y preparación constantes de las mentalida­des políticas, desde el tiempo de paz.
3. Fuerzas Armadas

Las naciones tienen la obligación de preparar la máxima potencia­lidad militar que su población y riqueza les permitan, para poder presentarla en los campos de batalla si la guerra ha llamado a sus puer­tas.
Los pueblos que han descuidado la preparación de sus fuerzas arma­das, han pagado siempre caro su error desapareciendo de la historia, o cayendo en las más abyectas servidumbres. De ellos, la historia sólo se ocupa para recordar su excesivo mercantilismo o los arqueólogos para explorar sus ruinas, descubriendo bellas muestras de una grandiosa civi­lización pretérita, que no supo cultivar las virtudes guerreras de sus pue­blos.
La preparación de las fuerzas armadas para la guerra, no es tarea fácil ni que pueda improvisarse en los momentos de peligro.
La formación de reservas instruidas, sobre todo hoy en que los me­dios de lucha- han experimentado tantos progresos y complicaciones técnicas, requiere un trabajo largo y metódico, para que éstas adquieran la madurez y el temple que exige la guerra.
El arte militar sufre tantas variaciones, que los cuadros permanentes del ejército deben entregarse a un constante trabajo y estudio, que cuando la guerra se avecina no hay tiempo de asimilar. El militar, junto a su ciencia, debe reunir condiciones de espíritu y de carácter de con­ductor, para llevar a su tropa a los mayores sacrificios, yeso no se im­provisa, sino que se logra con el ejercicio constante del arte de mandar.
Las armas, municiones y otros medios de lucha, no se pueden ad­quirir ni fabricar en el momento en que el peligro nos apremia, ya que no se encuentran disponibilidades en los mercados productores, sino que es necesario encarar fabricaciones que exigen largo tiempo. En los arsenales y depósitos es necesario disponer de todo lo que exigirán las primeras operaciones y prever su aumento y reposición.
Las previsiones para el empleo de las fuerzas armadas de la Nación, son una larga y constante tarea que requiere de cierto número de jefes y oficiales, estudios especializados, que se inician en las Escuelas Supe­riores de Guerra y continúan después ininterrumpidamente en una vida de constan k perfeccionamiento profesional.
El conjunto de estas previsiones contenidas en el plan militar, que coordina los planes de operaciones del Ejército, la Marina y la Avia­ción, se realiza sobre estudios básicos que exigen conocimientos pro­fesionales y generales muy profundos.
En dicho plan se resuelve la movilización total del país; la forma en que serán protegidas las fronteras; la concentración de las fuerzas en las probables zonas de operaciones; el probable desarrollo de las operaciones iniciales; el desarrollo del abastecimiento de las fuerzas armadas de toda suerte de elementos; el desenvolvimiento general de los medios de transporte y de comunicación del país; la defensa terrestre y antiaérea del interior; etc.
Como podéis apreciar, esta obra, realizada en forma completa y detallada, absorbe la labor constante de los organismos directivos de las fuerzas armadas de las naciones y de la exactitud de las mismas, depende en gran parte que la lucha pueda iniciarse y continuar luego en las mejores condiciones posibles.
Si la guerra llega, será la habilidad y el carácter del comandante en jefe y las virtudes guerreras de sus fuerzas, las que tratarán de incli­nar el azar de la guerra a su favor, y no me refiero a la ayuda de Dios porque ambos contendientes la implorarán con sin igual fervor.
Las fuerzas armadas de nuestra Patria realizan en este sentido una la­bor silenciosa y constante, que se inicia en los cuarteles de las unidades de tropa, buques de la armada y bases aéreas, preparando dentro de sus posibilidades el mejor instrumento de lucha, y se continúa luego en sus institutos de estudios superiores para terminar en la labor directiva de sus estados mayores.
No creo equivocarme si expreso que durante mucho tiempo sólo na) sido las instituciones armadas las que han experimentado las in. quietudes que se derivan de la defensa nacional de nuestra patria y han tratado de solucionarlas, creando el mejor instrumento de lucha que han podido; pero es indispensable, si no queremos vernos abocados a un posible desastre, que todo el resto de la Nación, sin excepción de ninguna especie, se prepare y desempeñe la función que en este sen­tido a cada uno le corresponde.
4. Acción política interna

La política interna tiene gran importancia en la preparación del país para la guerra.
Su misión es clara y sencilla, pero difícil de lograr. Debe procurar a las fuerzas armadas el máximo posible de hombres sanos y fuertes, de elevada moral y con un gran espíritu de patria. Con esta levadura, las fuerzas armadas podrán refirmar estas virtudes y desarrollar fácil­mente un elevado espíritu guerrero y de sacrificio.
Además, es necesario que las calidades antes citadas sean desarrolla­das en toda la población sin excepción, dado que es en el interior del país donde las fuerzas armadas encuentran su fuerza moral y voluntad de vencer y la reposición del personal, material y elementos desgastados o perdidos.
Los países actualmente en lucha nos muestran todos los esfuerzos que se realizan para mantener en el pueblo aún en los momentos de mayores sacrificios y penurias, la voluntad inquebrantable de vencer, al mismo tiempo que se desarrollan todas las actividades imaginables para minar la moral del adversario, naciendo así un nuevo medio de lucha: “la guerra de nervios”.
Si en cuestiones de forma de gobierno, problemas económicos, socia­les, financieros, industriales, de producción y de trabajo, etc., caben toda suerte de opiniones e intereses dentro de un Estado, en el objetivo político derivado del sentir de la nacionalidad de ese pueblo, por ser única e indivisible, no caben opiniones divergentes. Por el contrario, esa mística común sirve como un aglutinante más, para cimentar la unidad nacional de un pueblo determinado.
Ante el peligro de la guerra es necesario establecer una perfecta tregua en todos los problemas y luchas interiores, sean políticos, eco­nómicos, sociales-o de cualquier otro orden, para perseguir únicamente el objetivo que encierra la salvación de la patria: ganar la guerra.
Todos hemos visto cómo los pueblos que se han exacerbado en sus luchas intestinas, llevando su ceguedad hasta el extremo de declarar enemigos a sus hermanos de sangre y llamar en su auxilio a los regíme­nes o ideologías extranjeros, se han deshecho en luchas encarnizadas o han caído en el más abyecto vasallaje.
Cuando el peligro de la guerra se hace presente y durante el desarro­llo de la misma, la acción de la política interna de los Estados debe aumentar notablemente sus actividades, porque son muy importantes las tareas que le toca realizar; es necesario dar popularidad a la con­tienda que se avecina, venciendo las últimas resistencias y prejuicios de los espíritus prevenidos; se debe establecer una verdadera solidaridad social, política y económica; la moral y el espíritu de lucha de la na­ción toda, deben ser llevados a un grado tal, que ningún desastre ni sacrificio la pueda abatir; desarrollar en la población un severo sentido de disciplina y responsabilidad individual, para contribuir en cualquier forma a ganar la guerra; es necesario organizar una fuerte máquina capaz de desarrollar un adecuado plan de propaganda, contrapropagan­da y censura, que ponga a cubierto al frente interior, contra los ataques que el enemigo le llevará constantemente; debe aprestarse a la pobla­ción civil para que establezca por sí misma la defensa antiaérea pasiva en todo el territorio de la Nación, como único medio de limitar los daños y destrucciones de los bombardeos enemigos, etc.
Terminada la guerra todavía tiene la política interna una ímproba tarea que realizar, especialmente si la misma ha sido perdida.
En este momento parece como si las naciones íntegras, que han vivido varios años con sus nervios sometidos a una constante ten­sión, desataran de pronto todos sus instintos y bajas pasiones, creando problemas y situaciones que amenazan hasta la constitución misma de los Estados. Rusia y Alemania, a la terminación de la guerra 1914-18, constituyen la suficiente demostración de esta afirmación.
Esta obra política interna debe ser realizada desde la paz en todos los ámbitos. Para lograrla, la inician los padres en los hogares, la siguen los maestros y profesores en las aulas, las fuerzas armadas en buques y cuarteles, los gobernantes y legisladores mediante su obra de gobier­no, los intelectuales y pensadores en sus publicaciones, el cine, el tea­tro y la radio en su obra educadora y publicitaria y, finalmente, cada individuo de una nación en la formación de su autoeducación.
Referido este problema a nuestro caso particular, llegaremos fácil­mente a la comprobación de que requiere un estudio y dedicación muy especiales.
En nuestra lucha por la independencia y en las guerras exteriores que hemos sostenido, sin asumir el carácter de nación en armas que hemos definido, podemos observar grietas lamentables en el frente in­terno, que nos obligan a ser precavidos y previsores.
Posteriormente, hemos ofrecido al mundo un litoral abierto a todos los individuos, razas, ideologías, culturas, idiomas y religiones. Indu­dablemente, la Nación se ha engrandecido, pero existe el problema del cosmopolitismo con el agravante de que se mantienen dentro de la Nación, núcleos poco o nada asimilados.
Todos los años un elevado porcentaje de ciudadanos, al presentarse a cumplir con su obligación de aprender a defender a su patria, deben ser rechazados por no reunir las condiciones físicas indispensables, la mayoría de los casos originados en una niñez falta de abrigo y alimenta­ción suficiente. Y en los textos de geografía del mundo entero se lee que somos el país de la carne y del trigo, de la lana y el cuero.
Es indudable que una gran obra social debe ser realizada en el país; tenemos una excelente materia prima, pero para bien moldearla es indis­pensable el esfuerzo común de todos los argentinos, desde los que ocu­pan las más altas magistraturas del país hasta el del más modesto ciudadano.
La defensa nacional es así un argumento más, que debe incitarnos para asegurar la felicidad de nuestro pueblo.
5. Acción industrial.
Ya la guerra 1914-18 nos mostró y en un mayor grado aún la actual, la importancia fundamental que para el desarrollo de la guerra asume la movilización y el máximo aprovechamiento de las industrias del país.
Conocido es el papel que asumió Estados Unidos de Norte América en la anterior contienda y en la actual, en que mediante la contribución de su poderío industrial se convierte en el arsenal de las naciones alia­das, en el máximo esfuerzo por inclinar a su favor la suerte de la guerra.
Todas las naciones en contienda movilizan la totalidad de sus indus­trias y las tienden con máximo rendimiento hacia un esfuerzo común para abastecer a las fuerzas armadas.
Es evidente que esta transformación debe ser cuidadosamente prepa­rada desde el tiempo de paz, solucionando problemas tales como el reemplazo de la mano de obra, la obtención de la materia prima, la transformación de las usinas y fábricas, el traslado y la diseminación de las industrias como consecuencia del peligro aéreo, el reemplazo y reposición de lo destruido, etc.
Durante la guerra es necesario poner en marcha este grandioso meca­nismo; regular su producción de acuerdo con las demandas específicas de las fuerzas armadas; asegurar los abastecimientos necesarios a la po­blación civil; adquirir la producción de materias primas y productos industriales necesarios en los países extranjeros, anticipándose y neutra­lizando las adquisiciones de los enemigos; orientar la acción de destruc­ción de las industrias enemigas, señalando objetivos a la aviación y al sabotaje, etcétera.
Al terminar la contienda, las autoridades encargadas de dirigir la pro­ducción industrial, tienen ante sí un problema más arduo aún, cual es la desmovilización general de las industrias con los problemas político­ sociales derivados; asegurar la colocación de los saldos aún en curso de fabricación; transformar en el más breve plazo posible las industrias de guerra en productos de paz, para llegar cuanto antes a la reconquista de los mercados en los cuales se reinaba antes de empezar la contienda, etc., todo lo cual exige una dirección enérgica y genial y la contribución de buena voluntad y esfuerzos comunes de industriales y masas obreras.
Referido el problema industrial al caso particular de nuestro país, podemos expresar que él constituye el punto crítico de nuestra defensa nacional. La causa de esta crisis hay que buscarla de lejos, para poder solucionarla.
Durante mucho tiempo, nuestra producción y riqueza han sido de carácter casi exclusivamente agropecuario. A ello se debe en gran parte que nuestro crecimiento inmigratorio no haya sido todo lo considerable que era de esperar, dado el elevado rendimiento de esta clase de produc­ción con relación a la mano de obra necesaria. Saturados los mercados mundiales, se limitó automáticamente la producción y, por ende, la entrada al país de la mano de obra que ella necesitaba.
El capital argentino, invertido así en forma segura pero poco brillan­te, se mostraba reacio a buscar colocación en las actividades industria­les, consideradas durante mucho tiempo como una aventura descabella­da y, aunque parezca risible, no propia de buen señorío.
El capital extranjero se dedicó especialmente a las actividades comer­ciales, donde todo lucro, por rápido y descomedido que fuese, era siempre permitido y lícito; o buscó también seguridad en el estableci­miento de servicios públicos o industrias madres, muchas veces con una ganancia mínima respaldada por el Estado.
La economía del país reposaba casi exclusivamente en los produc­tos de la tierra, pero en su estado más innoble de elaboración, que luego, transformados en el extranjero con evidentes beneficios para sus economías, adquiríamos de nuevo ya manufacturados.
El capital extranjero demostró poco interés en establecerse en el país para elaborar nuestras riquezas naturales, lo que significaría beneficiar nuestra economía y desarrollo, en perjuicio de los suyos y entrar en competencia con los productos que-se seguirían allí elaborando.
Esta acción recuperadora debió ser emprendida evidentemente por los capitales argentinos, o por lo menos que el Estado los incitase, pre­cediéndolos y mostrándoles el camino a seguir.
Felizmente, la guerra mundial de 1914-18, con la carencia de pro­ductos manufacturados extranjeros, impulsó a los capitales más osados a lanzarse a la aventura y se establecieron una gran diversidad de indus­trias, demostrando nuestras reales posibilidades.
Terminada la contienda, muchas de estas industrias desaparecieron por artificiales unas, y por falta de ayuda oficial otras, que debieron mantenerse; pero muchas sufrieron airosamente la prueba de fuego de la competencia extranjera dentro y fuera del país.
Pero esta transformación industrial se realizó por sí sola, por la ini­ciativa privada de algunos “pioneros” que debieron vencer innumerables. dificultades. El Estado no supo poseer esa videncia que debió guiarlos y tutelarlos, orientando la utilización racional de la energía; facilitando la formación de la mano de obra y del personal directivo; armonizando la búsqueda y extracción de la materia prima con las necesidades y po­sibilidades de su elaboración; orientando y protegiendo su colocación en los mercados nacionales y extranjeros, con lo cual la economía na­cional se hubiera beneficiado considerablemente.
Para corroborarlo no me referiré más que a un aspecto. Hemos gas­tado en el extranjero grandes sumas de dinero en la adquisición de ma­terial de guerra. Lo hemos pagado a siete veces su valor, porque siete es el coeficiente de seguridad de la industria bélica y todo ese dinero ha salido del país sin beneficio para su economía, sus industrias o la masa obrera que pudo alimentar.
Una política inteligente nos hubiera permitido montar las fábricas para hacerlos en el país, las que tendríamos en el presente, lo mismo que una considerable experiencia industrial y las sumas invertidas ha­brían pasado de unas manos a otras, argentinas todas.
Lo que digo del material de guerra se puede hacer extensivo a las maquinarias agrícolas, al material de transporte, terrestre, fluvial y marítimo y a cualquier otro orden de actividad.
Los técnicos argentinos se han demostrado tan capaces como los extranjeros, y si alguien cree que no lo son, traigamos a éstos, que pron­to asimilaremos todo lo que puedan enseñarnos.
El obrero argentino, cuando se le ha dado oportunidad para apren­der, se ha revelado tanto o más capaz que el extranjero.
Maquinarias, si no las poseemos en cantidad ni calidad suficientes, pueden fabricarse o adquirirse tantas como sean necesarias.
A las materias primas nos las ofrecen las entrañas de nuestra tierra, que sólo esperan que las extraigamos.
Si no lo tenemos todo, lo adquiriremos allí donde se encuentre, ha­ciendo lo mismo que los países europeos que tampoco lo tienen todo.
La actual contienda, al hacer desaparecer casi en absoluto de nues­tros mercados los productos manufacturados extranjeros, ha vuelto a hacer florecer nuestras industrias, en forma que causa admiración hasta en los países industriales por excelencia.
La teoría que mucho tiempo sostuvimos de que si algún día un pe­ligro amenazaba a nuestra patria, encontraríamos en los mercados ex­tranjeros el material de guerra que necesitásemos para completar la dotación inicial de nuestro Ejército y asegurar su reposición, ha quedado demostrada como una utopía.
La defensa nacional exige una poderosa industria propia y no cual­quiera, sino una industria pesada.
Para ello es indudablemente necesaria una acción oficial del Estado, que solucione los problemas que ya he citado y que proteja a nuestras industrias si es necesario. No a las artificiales que, con propósitos ex­clusivamente utilitarios, ya habrán recuperado 'varias veces el capital invertido, sino a las que dedican sus actividades a esa obra estable, que contribuirá a beneficiar la economía y asegurará la defensa nacio­nal.
En este sentido, el primer paso ya ha sido dado con la creación de la Dirección General de Fabricaciones Militares, que contempla la solución de los problemas neurálgicos que afectan a nuestras indus­trias.
Al mismo tiempo, es necesario orientar la formación profesional de la juventud argentina. Que los faltos de medios o de capacidad comprendan que, más que medrando en una oficina pública, se pro­gresa en las fábricas y talleres y se gana en dignidad muchas veces.
Que los que siguen carreras universitarias, sepan que las profesiones industriales les ofrecen horizontes tan amplios como el derecho, la medicina o la ingeniería de construcciones.
Las escuelas industriales, de oficios y Facultades de química, in­dustrias, electrotécnicas, etc., deben multiplicarse. La Defensa Nacio­nal de nuestra patria tiene necesidad de todos ellos.
6. Acción comercial

El comercio, tanto exterior como interior de cualquier país, tiene una gran importancia desde el punto de vista de la defensa nacional.
Las naciones en lucha buscan anular el comercio del adversario, no sólo para impedir la llegada de abastecimientos necesarios a las fuerzas armadas, sino a la vida de la población civil y a su economía. El bloqueo inglés y la campaña submarina alemana, son una demostración en este sentido.
Es necesario, entonces, estudiar cuidadosamente desde tiempo de paz, las condiciones particulares en que el comercio podrá desenvolver­se en tiempo de guerra, para desarrollar una política comercial adecua­da.
En primer lugar, es necesario orientar desde la paz las corrientes co­merciales con aquellos países que más difícilmente podrán convertir­se en contendientes en una situación bélica determinada, ya que siendo el comercio una de las principales fuentes de la economía y finanzas de la Nación, conviene mantenerlo a su mayor nivel compatible con la situación de guerra.
Luego deben estudiarse los puertos por donde saldrán nuestros pro­ductos e ingresarán los del extranjero. Se debe determinar cuáles son los susceptibles de sufrir ataques aéreos o navales, los que pueden ser bloqueados con mayor facilidad, etc., para saber cuáles son los utiliza­bles y las ampliaciones necesarias en sus instalaciones, para admitir la absorción de los movimientos comerciales de los otros.
A continuación habrá que considerar la forma en que dichos pro­ductos atravesarán el mar, para asegurarlos contra el ataque naval del adversario. Surge como condición óptima, la necesidad de disponer de una numerosa flota mercante propia y una poderosa marina que la defienda.
Se deberá estudiar también la posibilidad de desviar el tráfico de productos a través de países neutrales o aliados, con los cuales los unan vías de comunicación terrestre, como forma de burlar el bloqueo.
Análogo estudio deberá efectuarse de los puntos críticos sobre los que reposa el comercio enemigo, para atacarlo y poder así paralizarlo o destruirlo, sea mediante el ataque directo o por la competencia de productos similares en los mercados adquisitivos, haciendo actuar todos los resortes que la política comercial posee. Las “listas negras” consti­tuyen un ejemplo significativo.
Lo manifestado para el comercio marítimo debe, naturalmente, ser extendido a las comunicaciones terrestres y fluviales con los países continentales.
Es necesario luego extender las previsiones al desarrollo del comer­cio interno, asegurando una distribución adecuada de los productos des­tinados a satisfacer el abastecimiento de las fuerzas armadas y de la po­blación civil, evitando la especulación y el alza desmedida de precios.
Las vías de comunicaciones terrestres (ferrocarriles y viales) y las flu­viales, deben ser cuidadosamente orientadas por una sabia política que contemple no sólo las necesidades de tiempo de paz, sino también las de guerra, en forma similar a las consideradas para el comercio maríti­mo. Además, habrá que considerar las necesidades de las fuerzas arma­das, no sólo para su abastecimiento, sino también para la movilización, concentración y realización de determinadas maniobras.
Terminada la guerra es necesario proceder a una desmovilización del comercio del país, orientándolo hacia su cauce normal de tiempo de paz, intentando la conquista de nuevos mercados, etc., ajustando todo a los resultados obtenidos en la contienda.
De lo acertado de estas previsiones dependerá en alto grado la desa­parición, lo antes posible, de las crisis y depresiones que normalmente se presentan en los períodos de posguerra.
El solo enunciado de los problemas comerciales a que me he referi­do, basta para dar una idea de la envergadura e importancia de los mis­mos y de la necesidad de disponer de verdaderas capacidades para resol­verlos.
7. Acción económica

La economía de la Nación es de importancia fundamental para el desarrollo de la guerra. Las riquezas de la Nación son llamadas a su máxima contribución para asegurar el éxito de la misma y de la calidad y cantidad de producciones existentes, dependerá también en alto grado la financiación de la guerra.
Las posibilidades del comercio exterior, las condiciones particulares de la economía de cada país y el manejo de sus finanzas, requieren la más hábil conducción, para evitar la ruina del mismo, a pesar de haber ganado la guerra.
Los consumos de productos en un país en guerra asumen cifras fan­tásticas, y es necesario estimular al máximo la producción de riquezas, a pesar de que la mano de obra, las maquinarias y el utilaje, las fuentes de energía y los medios de transporte, se encuentran ya exigidos al má­ximo.
Es necesario, además de estudiar la utilización de las propias fuentes de riqueza, coordinarlas con las de los países aliados y con las de las regiones que se prevea conquistar o perder durante la contienda.
Indudablemente, la movilización y transformación de la economía del país, con todos los intereses que habrá que vencer, formas de explo­tación muchas veces antieconómicas que será necesario establecer, la distribución adecuada de recursos, la determinación de las importacio­nes indispensables y el orden de prioridad a establecer en las mismas, la organización del trabajo y la utilización del personal, adaptándolos a determinadas actividades, la utilización de los medios de transporte y de comunicación, etc., son tareas muy complicadas.
Al igual que en las cuestiones analizadas anteriormente, los países desde el tiempo de paz tratan de someter las economías de los países probables adversarios a ciertos vasallajes y situaciones críticas, prepa­rando verdaderas minas de tiempo que harán explosión en el momen­to deseado.
Finalmente, terminada la guerra es necesario, como en los demás aspectos, transformar esa economía de guerra tan especializada, en eco­nomía de paz.
La transformación que necesariamente debe producirse en las indus­trias, en la vida agropecuaria y en todos los órdenes de la producción, son de tal naturaleza que, si no se han adoptado con tiempo medidas previsoras, muy graves perturbaciones pondrán en peligro la existencia misma de los Estados.
La desocupación y el derrumbe industrial y comercial han asolado a las naciones beligerantes después de la guerra 1914-18, cundiendo una desmoralización general peligrosa y contagiosa.
8. Acción financiera

Conocido es el aforismo atribuido a Napoleón: “El dinero hace la guerra”; y el de von der Goltz: “Para hacer la guerra se necesita dinero, dinero y más dinero”.
La actual contienda nos permite ver cómo las cifras de los presupues­tos que en Inglaterra y Estados Unidos de Norte América se someten a la aprobación de sus cámaras legislativas, ascienden a cifras verdadera­mente fabulosas.
Es indudable que finanzas sanas desde la paz, facilitan notablemente la conducción financiera de la guerra. La existencia de reservas metálicas, de divisas y un crédito exterior e interior sano, son otros tantos fac­tores de éxito a considerar.
La financiación de la guerra sólo puede hacerse en base a cuidadosas previsiones, formuladas desde la paz, ajustadas a las más variadas cir­cunstancias que puedan presentarse.
Será necesario efectuar una apreciación sobre el probable costo de la guerra, sobre el cual es muy fácil que nos quedemos siempre cortos.
En el establecimiento de las inversiones habrá que realizar la adminis­tración más severa y estricta.
Para hacerse de recursos habrá que extremar todas las medidas exis­tentes, aún las coercitivas: movilización de las reservas metálicas y divi­sas existentes, aportes voluntarios o forzosos del crédito interno y ex­terno, de los bienes estatales, del sistema impositivo, de la emisión del papel moneda, etc., sin consideración alguna a los intereses particulares o privados.
Será también necesario realizar una guerra implacable a las finanzas de las naciones adversarias, especialmente atacando su crédito, su mo­neda y su sistema impositivo.
Será también necesario estudiar la contribución económica y finan­ciera que se impondrá a la nación adversaria en caso de victoria y la forma de pagar la deuda de guerra en caso de una derrota.
Finalmente, habrá que prever la forma de pasar del sistema financie. ro de guerra al de paz y la financiación de la deuda contraída, que gra­vará aún por largos años las finanzas del Estado.

VI.
CONCLUSIONES
Señores:
Esto es lo que los militares entendemos por defensa nacional.
He pretendido expresar en el curso de mi exposición y espero ha­berlo conseguido las siguientes cuestiones:
1º.- Que la guerra es un fenómeno social inevitable.
2º.- Que las naciones llamadas pacifistas, como lo es eminentemen­te la nuestra, si quieren la paz deben prepararse para la guerra.
3º.- Que la defensa nacional de la Patria es un problema integral que abarca totalmente sus diferentes actividades; que no puede ser im­provisada en el momento en que la guerra viene a llamar a sus puer­tas, sino que es obra de largos años de constante y concienzuda tarea; que no puede ser encarada en forma unilateral, como es su solo enfoque por las fuerzas armadas, sino que debe ser establecida mediante el tra­bajo armónico y entrelazado de los diversos organismos del Gobierno, instituciones particulares y de todos los argentinos, cualquiera sea su es­fera de acción; que los problemas que abarca son tan diversificados y requieren conocimientos profesionales tan acabados, que ninguna ca­pacidad ni intelecto pueden ser ahorrados; y, finalmente, que sus exigencias sólo contribuyen al engrandecimiento de la Patria y a la felicidad de sus hijos.
JUAN DOMINGO PERÓN


[1] Esta conferencia produjo una reacción dispar: favorable en la Argentina, aún entre los mas enconados enemigos de Perón y desfavorable en el Sr. Cordell Hull y el gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica que aislaron completamente a nuestro país.

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