abril 09, 2010

Discurso de Perón en el 1º Aniversario de la Secretaría de Trabajo y Previsión

DISCURSO EN EL PRIMER ANIVERSARIO DE LA SECRETARIA DE TRABAJO Y PREVISION
Juan Domingo Perón
[24 de Noviembre de 1944]


Hace hoy justamente un año, se creaba la Secretaría de Trabajo y Previsión. Dijimos entonces: “Se inicia la era de la política social argentina”. A un año de existencia, venimos hoy, frente a esta inmensa masa de trabajadores agradecidos, a refirmar cuanto dijimos y seguir haciendo en vez de decir y seguir realizando en vez de prometer.
Algunos malos políticos que se creen honrados y valerosos, después de haber huido al extranjero porque se investigaba su conducta, han intentado defenderse acusándonos de demagogos. Si demagogia es defender sincera y lealmente a los que sufren y trabajan; si demagogia es impedir efectivamente la explotación del hombre por el hombre; si demagogia es evitar en los hechos la injusticia social y buscar la unión verdadera de todos los argentinos detrás de su bandera; si demagogia es impedir la lucha y el odio entre hermanos: yo soy demagogo.
Llegamos a la Secretaría de Trabajo y Previsión para cumplir el postulado básico de la Revolución del 4 de Junio: la justicia social.
Pero, ante todo, el Estado necesitaba la herramienta para lograr tan ambiciosa finalidad.
Existía el viejo Departamento Nacional del Trabajó instalado en 1907, apenas remozado en 1912 y privado constantemente, de facultades y medios de actuación.
Muchos legisladores, temerosos de perjudicar los intereses creados, que tenían la consigna de defender, regateaban avariciosamente las facultades al organismo que debía aplicar las leyes de trabajo.
Así, el Departamento quedaba relegado a la categoría de simple recaudador de multas y recopilador de los hechos sociales; sin poder desarrollar siquiera sus funciones conciliatorias, frecuentemente absorbidas por los “di­rectores oficiales” de la política en boga.
El resultado de tal situación, bien lo conocéis todos vosotros. Bastaba un tropel de agitadores para sabotear toda una industria. Pero también bastaba la intransigencia de un solo patrono para que los trabajadores no tuviesen otra alternativa que renunciar a sus legítimas aspiraciones o convertirse en huelguistas perseguidos por la policía.
Era necesario cambiar el rumbo de los hechos y canalizar las aspiraciones legítimas por cauces bien estructurados que, recogiendo lo justo y humano de cada aspiración, le diesen forma material, y contenido jurídico. Sólo así podrán ser perdurables las mejoras que alcanzarán los trabajadores. De esta necesi­dad nació el firme convencimiento de que debía acelerarse la creación de un organismo que fuese la auténtica casa de los trabajadores argentinos. Así nació la Secretaría de Trabajo y Previsión.
Pero desde el mismo instante que se decidió su creación, tuve la seguridad de que no había sino una alternativa: que tal organización poseyera el ímpetu suficiente para reavivar las mortecinas esperanzas de los hombres de trabajo, o que, al sucumbir por su inacción, su descrédito arrastrara en la caída a cuantos habíamos contraído el compromiso de crearla.
Era así, para todos nosotros, cuestión “de vida o muerte”.
No me corresponde hacer en este acto un análisis minucioso de la obra realizada. Las oficinas técnicas resumirán en su oportunidad el ingente volu­men de sus intervenciones. A mí me corresponde examinar si la obra realizada ha defraudado las esperanzas de quienes más acreedores se sentían al disfrute de los derechos que la legislación del trabajo declaraba pero las autoridades restringían. A mi me toca analizar si es preferible la acción tesonera del Es­tado encaminada a disciplinar la producción y a armonizar el sentir colectivo en un superior deseo de bien público, o bien dejar que patronos y obreros, ante la impasibilidad del Estado, consuman sus actividades ciudadanas en un continuo y estéril batallar.
Se muy bien que a pesar del ritmo vertiginoso impreso a las tareas de la Secretaría de Trabajo y Previsión, no ha sido posible desarraigar muchos de los malos hábitos que dificultan las relaciones entre patronos y trabajadores; se muy bien que muchas deficiencias de los resortes administrativos deben ser eliminadas; conozco los focos de resistencia que alimentan algunos agitadores desplazados y no se me oculta la campaña subterránea de ciertos capitalistas, que no desdeñan las más bochornosas alianzas, para impedir o retrasar el triunfo de la justicia social que anhela implantar la revolución.
No ignoro cuáles son sus perversas aspiraciones y los deleznables medios que usan para alcanzarlos. Pero, tampoco ignoro que los trabajadores argen­tinos saben perfectamente que ya no son posibles los salarios de hambre, ni las jornadas extenuadoras, ni la indefensión ante el accidente del trabajo, la enfermedad profesional o común, la vejez, la invalidez y la muerte. Saben también perfectamente que los derechos que les corresponden son reconocidos primero y defendidos después por un gobierno amante de la justicia. Saben, por último, que el gobierno de la revolución no entiende de “componendas”, porque basa sus decisiones en la rectitud castrense de su intención y en el insobornable espíritu de justicia que le anima.
Pese a los inconvenientes propios de todos los comienzos, en el curso del primer año de labor ha sido posible materializar paulatinamente los funda­mentos de la política social que desde el principio han inspirado nuestra actua­ción. Ha sido ardua la tarea, pero en todo momento me he sentido estimulado por el apoyo incondicional de millares de trabajadores y la comprensión inteligente de importantísimos núcleos patronales. Unos y otros, conscientes de las responsabilidades patrióticas que respectivamente les alcanzan, en esta graví­sima horade la historia de la humanidad, han depuesto particularidades y re­celos, para entregarse a la obra de hallar solución revolucionaria a los pro­blemas que el pueblo argentino tenía planteados antes del 4 de junio.
En mis horas de meditación y recogimiento, cuando más afinado y acorde encuentro mi corazón con los ideales y ambiciones del pueblo de mi patria; doy en pensar cuáles pudieran ser los inconvenientes que puede ofrecer al país o a cualquiera de sus habitantes, la política social que hace un año fue instaurada. Y he de confesar, e incito a cualquiera que sea a que me rectifique si estoy equivocado, que la política social desarrollada se adapta perfecta­mente a los preceptos constitucionales que nos rigen y está orientada hacia la aspiración común de conseguir el bienestar general.
Quizá aleguen los suspicaces y descontentos que falta todavía el ejercicio del libre juego político. Pero a ello me anticipo a contestar que en todas las coyunturas históricas de un país, el bienestar general no puede lograrse si no existe una autoridad capaz de imponerse a los que coaccionan o explotan otros, tanto si se coacciona en nombre de un sindicato obrero como si se explota en nombre de la prepotencia patronal.
Ni explotación por unos ni coacción por otros. Otorgación de derechos y exigencias de deberes, mantenidos, vigilados y protegidos por el Estado, que cuando es justo, constituye la encarnación, verdadera de todas las aspiraciones nacionales.
El progreso social ha llevado a todos los países cultos, a suavizar choque de intereses, y convertir en medidas permanentes de justicia las relaciones que antes quedaban libradas al azar de las circunstancias provocando conflictos entre el capital y el trabajo. ¿Puede censurarse el proceder de gobierno porque interviene en el arreglo de las desinteligencias entre partes o dicta reglamentaciones para evitar nuevas causas de desinteligencias? ¿No atiende con ello el deber constitucional de promover el bienestar general? ¿O es que se considera más constitucional dejar a las partes en libertad acción para que mientras una reduce la producción la otra reduzca los salarios y que de demasía en demasía se anarquicen los campos, fábricas, talleres, oficinas, arruinando al país y sumiéndolo en el caos?
Frente a estas interrogaciones, no puede haber duda alguna en el ánimo de nadie que de veras ame a su país. Entre el orden y la anarquía no cabe elección posible. Los trabajadores argentinos no quieren comprometer porvenir ni el de sus hijos embanderándose en las huestes de la rebeldía social; quieren tan sólo retribuciones dignas y asegurar su porvenir y el sus hijos, como simple compensación a su trabajo honrado.
Nuestro plan de acción para llegar a esta noble aspiración es claro y limpio, Nuestro programa es compartido por todos los hombres de buena voluntad. Nuestras intenciones pueden ser juzgadas por nuestros propios ac­tos. Nuestra política social, asentada sobre sólidos fundamentos, tiene ya delineadas con trazos firmes las nuevas realizaciones que paulatinamente se llevarán a cabo.
Tiende, ante todo, a cambiar la concepción materialista de la vida por una exaltación de los valores espirituales. Por esto aspira a elevar la cultura social. El Estado argentino no debe regatear esfuerzos ni sacrificios de ninguna clase para extender a todos los ámbitos de la Nación las enseñanzas adecuadas para elevar la cultura de sus habitantes. Todas las inteligencias han de poder orien­tarse hacia todas las direcciones del saber, a fin de que puedan ser aprovecha­dos los recursos naturales en la forma que reporte mayor utilidad económica, mayor bienestar individual y mayor prestigio colectivo.
No podría lograrse este cambio de rumbo, si no se buscara la forma de dignificar el trabajo, dando el valor y el lugar que en la vida social merecen ocupar los trabajadores, facilitándoles los medios económicos que les permitan gozar de las satisfacciones de que gozan otros grupos sociales hasta hoy más favorecidos. También es necesario humanizar el capital. El capital ha sido injusto porque ha provocado la esclavitud económica y ha obligado a los obreros ­a defenderse hasta la muerte para que sus hijos no muriesen de hambre.
No permitiremos que este capitalismo despótico triunfe en la Argentina. Desarraigaremos sus brotes hasta extirparlos definitivamente. Queremos un capital humanizado, que mantenga relaciones cordialmente humanas con sus obreros y con el Estado. Se seguirá, pues, una política que tienda a humanizar el capital en su triple aspecto: financiero, rural e industrial. No cabrán térmi­nos medios en esta labor. O el capital se humaniza o es declarado indeseable por el Estado y queda fuera del amparo de las leyes. La revolución nacional no admitirá jamás la explotación del hombre por el hombre. La revolución nacional está en pugna contra todo lo que sofoca o destruye la augusta dignidad de la persona humana.
Por esto, antes de las reivindicaciones materiales, se afirma la necesidad de elevar la cultura social, dignificar el trabajo y humanizar el capital. A la obtención de estos principios éticos, se dedicarán todos los afanes. Las demás realizaciones, deberán apuntar a esta superior finalidad de orden moral.
En el orden de las mejoras prácticas, emprenderemos en primer lugar la organización profesional. Conocer hasta en sus últimos detalles, la población que trabaja, y la que está en condiciones de trabajar, y las relaciones permanentes que entre sí tienen los patronos y los trabajadores de una misma actividad, mediante su afiliación a las respectivas asociaciones. Con esto será posible estructurar de acuerdo a las modalidades nacionales, las fuerzas patro­nales y obreras.
No podrían considerarse suficientemente organizadas y convenientemente protegidas las profesiones si no se atendieran otros aspectos de primordial importancia. Ante todo .su clasificación por oficio, profesión y categoría para que al fijar las retribuciones se eviten los frecuentes engaños y confusiones a que da lugar el desorden que generalmente se observa. La identificación profe­sional será también cuidada y se organizará la red nacional de oficinas de colocaciones para que la mano de obra tenga asegurado el empleo con las má­ximas garantías de persistencia en su labor. Resumiendo: puede decirse que se clasificará la mano de obra conforme a su valorización técnico profesional, cuidando de distribuirla según las necesidades de la producción, por todos los ámbitos del país.
Se han estructurado asimismo los planes a cumplir y los objetivos a al­canzar en todo lo que concierne a la organización del trabajo y del descanso. Otros planes de idéntica estructuración escalonan las conquistas que ambicio­namos en el orden de la previsión social que abarcan el aspecto integral de esta materia.
Largo sería enumerar en detalle los aspectos de estos planes, que han sido ya publicados in extenso por la secretaría. Pero, desea que todos los tra­bajadores y los amantes de la justicia social los conozcan, para colaborar en su realización para bien de todos y perfeccionamiento orgánico y funcional de las instituciones que nos rigen.
Estos son nuestros objetivos y finalidades. Tienen el alcance de una deci­sión de voluntad que interpreta el deseo de todos los hombres de trabajo del país. No faltarán quienes empiecen a buscar falaces interpretaciones a la claridad de nuestras palabras. No faltarán quienes atribuyan no sabemos que diabólico sentido a la franqueza de nuestras ideas. De esa falsa interpretación y mala voluntad en el juicio, quiero preveniros; y, al hacerlo, rogamos que paséis revista a cuanto se ha hecho en el curso del año transcurrido desde que fue creada la Secretaría de Trabajo y Previsión. Invito a que se diga claramente si se ha tomado una sola medida que pueda perjudicar a la clase obrera o a uno solo de sus componentes. Igual ha de ser, en adelante, mí norma de conducta. No hemos de olvidar que la perturbación de los espíritus y la ofus­cación de las inteligencias, alcanzan un elevado índice en nuestra convulsionada época. En todos los campos del conocimiento humano, así como en todas, las expresiones de los sentimientos, se extiende el espíritu iconoclasta que pro­clama la quiebra, de principios, leyes y doctrinas.
La confusión de las ideas es campo propicio para substituir los principios morales, sociales, políticos y económicos por las más descabelladas teorías o simples fórmulas acomodaticias inspiradas por groseros estímulos del egoís­mo individual o colectivo.
Y por una de esas extrañas paradojas que se presentan en la vida de los pueblos, los principios morales, sociales, políticos y económicos en que se basa su estructura, aparecen, en un momento dado, como contrarios al propio ser y sentir de la nacionalidad.
Basta que se comenten desfigurados los hechos o se interpreten capciosamente los actos de gobierno, para que los demás celosos guardianes de las, instituciones o los más reverentes cumplidores de la ley sean tachados de ene­migas de las unas y conculcadores de las otras.
No debemos caer ni dejarnos arrastrar por esta actitud rebelde y suicida, Debemos centrar bien el objetivo de nuestros anhelos y comparar la finalidad de nuestras aspiraciones individuales y colectivas con el cuadro de posibilidades de nuestros principios fundamentales. Y si los objetivos y finalidades que perseguimos caben dentro del marco de nuestras instituciones, podemos proseguir tranquilos nuestra labor cotidiana con el convencimiento de que habrá de conducirnos a la consecución de nuestros ideales que sustenta la comunidad nacional.
Luchamos contra la opresión del oro y contra la opresión de la sangre, porque todas se traducen para el pueblo en sufrimientos y lagrimas. Nosotros querernos que las futuras generaciones argentinas sepan sonreír desde la infan­cia. Para llegar a esto, unos deben desposeerse de su odio y otros deben des­poseerse de su egoísmo. Y si así no lo hacen, cuanto más se resistan, mas apretada deberá ser para dominarlas, la camisa de fuerza.
He querido exponer en este primer aniversario de la creación de la Se­cretaría de Trabajo y Previsión, la trayectoria que deberá seguirse para alcan­zar las finalidades que la revolución nacional se impuso de luchar por la solu­ción de los problemas del pueblo argentino.
Como podéis apreciar, la tarea a realizar es vastísima, pero, con todo, sólo constituye un aspecto de la magna obra que hay que hacer en nuestra patria.
No creáis que es una exageración el afirmar que nuestro quehacer alcanza todos los ángulos de la legislación, de la cultura, de la economía y de la edu­cación popular.
La revolución nacional no se ha hecho para dictar unos cuantos decretos y satisfacer unas pocas vanidades.
Para esto no hubiera valido la pena dar un solo paso. Recordemos las indignidades y los fraudes cometidos y tolerados; recordemos la desorganización y la venalidad administrativa; recordemos el escepticismo y el descreimiento de todo un pueblo que había perdido la fe en sus hombres dirigentes y la esperanza en una posible resurrección de los valores permanentes de la patria. Recordemos que manos indignas habían paseado por las calles de nuestras ciudades enseñas e insignias exóticas en substitución de la bandera de la patria, que es y ha de ser el único símbolo de nuestra nacionalidad.
Ved, pues, si es ardua la labor pe recuperación que resta por hacer. Tenemos que encontrarnos a nosotros mismos con el mismo fervor unánime del alumbramiento de la patria. Retomando a la fe inicial de nuestro destino histórico debemos recobrar esta misma unidad de destino de todos los argentinos. Esta es la clave de nuestra potencia como nación libre y soberana. La historia nos muestra cómo las naciones que olvidan esta unidad de destino, que es la unión de todos los argentinos al servicio de la patria, dejan de ser viriles y viven constantemente al borde de la catástrofe.
Por esto he querido puntualizar los objetivos político sociales con claridad absoluta, de igual manera que seguiré defendiendo los de carácter económico de acuerdo a las facultades que el Poder Ejecutivo de la Nación me ha confiado para estudiar el ordenamiento económico social del país en la posguerra. Al igual deberán concretarse las demás realizaciones de gobierno. Debe ser así, y no de otra manera, porque los últimos años vividos en la ficción y el disimulo han creado un estado de espíritu propicio a todas las deformaciones del pensamiento y a todas las adulteraciones de los sentimientos.
Para ser más argentinos debemos crear una realidad nueva; que substituya la ficción en que se nos hizo vivir por tanto tiempo, a beneficio exclusivo de los que medraban, a costa de las riquezas y del prestigio del país.
JUAN DOMINGO PERÓN

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