abril 09, 2010

Discurso de Perón en el almuerzo del Prado Español de San Andres de Giles

DISCURSO PRONUNCIADO EN EL ALMUERZO DEL PRADO ESPAÑOL DE SAN ANDRES DE GILES
Juan Domingo Perón
[30 de Noviembre de 1944]


Excelentísimo señor interventor de la provincia de Buenos Aires; se­ñoras, señores:
En, primer término deseo hacer llegar a ustedes un muy afectuoso saludo del excelentísimo señor presidente de la Nación, general Farrell, quien, al des­pedirme en la Capital Federal, me dijo: “Le ruego señor coronel, quiera pre­sentar al pueblo de San Andrés de Giles mi saludo afectuoso como adhesión firme y sincera de mi corazón de gobernante”.
En segundo término, agradezco, señores, las amables palabras del señor interventor de la provincia de Buenos Aires y viejo amigo, el señor general Sanguinetti, como así también a las amabilísimas palabras del señor comisionado municipal, quienes constituyendo el gobierno directo de ustedes no sólo hacen honor a los postulados de la revolución sino al gobierno de la Nación.
En presencia de las numerosas damas que me escuchan quiero rendir el homenaje que los hombres del gobierno deben a las mujeres de la patria, que han sido las forjadoras de los héroes de nuestra libertad, de nuestra indepen­dencia y de nuestra soberanía. Esta revolución ha encontrado en la mujer ar­gentina, un eco que muy pocos hechos de nuestra historia hallaron en ella. Este hecho es para nosotros auspicioso porque si el hombre es racionalista, la mujer posee por sobre el racionalismo masculino una intuición que es siempre superior en aciertos a todos los éxitos que los hombres podamos conseguir. Por tal motivo rindo este homenaje a las mujeres de mi patria, en quienes los hom­bres de la revolución hemos encontrado un eco que nos llena de satisfacción y de orgullo.
La revolución no ha sido ni es en modo alguno enemiga de la libertad de los argentinos. Se la ha presentado como un dique a ciertas libertades, a las que he calificado de licencias. Nadie en el territorio de la República ha gozado época alguna de mayor libertad de la que hoy disfruta.
Se ha dicho, también, que estamos contra el régimen republicano democrático que rige nuestras instituciones y de nuestra Constitución. Nada más inexacto.
Estamos realizando la verdadera demacrada sin mentiras y sin fraudes. En virtud de estas razones es que hemos podido dar a la revolución el contenido social de todo movimiento de masa, porque no estamos comprometidos ni aferrados a ningún sentimiento espurio, a ningún interés personal ni de secta. Servimos a la patria porque tenemos una sola ideología: la patria. No nos guía ningún otro móvil político que no sea el bien del país.
Entendemos que la justicia social ha de estar respaldada por una potente economía. Se nos acusa de hacer demagogia. Quien eso afirma miente a sa­biendas, porque estamos procurando desterrar de este país extraordinariamente rico la explotación del hombre por el hombre. No es posible que en esta ben­dita tierra argentina pueda la riqueza de alguno cimentarse sobre la desgracia y pobreza de los demás. Entendemos que debe establecerse una línea de la vida fijada por un salario básico. Actualmente por debajo de esa línea están los sumergidos que ganan menos de lo que necesitan para atender a las necesida­des de su vida y se ven entonces obligados a sacrificar su salud para compensar la falta de dinero que les permitiría vivir con dignidad. En cambio, por encima de esa línea existen los emergidos, los que viven con exceso, pero que por ser argentinos tienen la obligación de sacrificar un poco de su excesiva riqueza para dar a los que me he referido antes, que se ven obligados a minar sus energías para poder vivir.
Se nos ha dicho, también, que estamos provocando el inflacionismo. Yo les explicaré en pocas palabras cuál es nuestra inflación.
Cuando me hice cargo de la Secretaría de Trabajo y Previsión, los precios comenzaban a subir. Seguramente nuestras vacas empezaban a valer más por­que comían pasto alemán o inglés a causa de la guerra; nuestro trigo iba subiendo en precio porque las semillas habían sido plantadas en tierra de algún país beligerante. Estudiando el problema caí en la cuenta que los precios no aumentaban por la guerra sino por la especulación. Entonces yo dije: señores las leyes económicas fijan que cuando los precios suben y el aumento se justifica en el valor adquisitivo de los artículos, especialmente de primera necesidad es necesario aumentar los sueldos y salarios para que la gente pueda comprar lo indispensable para vivir. Así vinieron las primeras mejoras en los sueldos y salarios que hoy se han generalizado en todo el país. Si los precios no están justificados en su aumento por un mayor costo de producción; de circulación o de consumo, las leyes económicas establecen que por ley deben fijarse los precios. Por ello es que hemos iniciado una política de baja general de precios para colocarlos en su nivel normal porque no es aceptable ni se justifica el alza de los artículos de primera necesidad porque en Europa se esté des­arrollando una guerra.
Como se ve, hemos llegado a esta situación: aumento de sueldos y salarios y ahora rebaja de precios.
Se me dice que la inflación por el aumento de los sueldos y salarios va a producir un inconveniente. Nada más inexacto, interesado y especulativo.
La República Argentina produce en estos momentos el doble de lo que consume, es decir, la mitad de lo que se produce sale al exterior. Yo me pre­gunto si cuando termine la guerra será posible seguir colocando nuestros pro­ductos en Sudáfrica, Canadá, Centro o Suramérica, en competición con Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Rusia, etcétera. Cuando ya no sea posible exportar, si consumimos sólo el cincuenta por ciento, ¿cuál será la situación de nuestra industria de nuestra producción? Habrá una paralización del cincuenta por ciento y veremos un millón de argentinos desocupados que no tendrán en qué trabajar y con qué vivir. No habrá otro remedio que aumentar el consumo. Y el consumo en una circunstancia tan extraordinaria como la que se nos va a presentar solamente podrá aumentarse elevando los sueldos y salarios para que cada uno pueda consumir mucho más de lo que consume actualmente y permitiendo que cada industrial, cada fabricante, cada comerciante pueda a su vez producir lo mismo que hoy sin verse obligado a parar las máquinas y a despedir a sus obreros. Los organismos del Estado se hallan abocados al estudio de estas posibilidades.
El estatuto del peón, que ha sido un poco resistido, es una medida de gobierno indispensable. La revolución no hubiera podido justificarse ante la historia sino hubiera impuesto que cesara la terrible situación del peón de campo. Hoy día, en Entre Ríos y Corrientes, hay peones que ganan doce pesos por mes. Yo me pregunto si con doce, veinte o treinta pesos puede vivir un hombre y mantener a su familia. Sostengo que tal situación es peor que la esclavitud misma, abolida por nuestra Constitución en el año 1813. Es peor, señores, porque un peón que gana treinta pesos por mes cuando llega a viejo es arrojado de la estancia para que se muera en el campo como un caballo; en cambio, antiguamente, a los esclavos el amo tenía la obligación de tenerlos hasta que se murieran, en su casa.
No hemos querido con el estatuto del peón forzar a nadie para que haga lo que no puede hacer. Aspiramos a que paulatinamente todo el que tenga un peón a su servicio le vaya mejorando las condiciones de vida hasta lograr la estabilización de un standard de vida que permita a ese hombre vivir, tener su casa y sostener, su familia, condiciones indispensables para cualquier ser humano. Me doy cuenta que este desiderátum obligará a mayores gastos, pero se convendrá conmigo que la situación angustiosa del peón debía tener solución.
Sabemos, también, que los hombres que trabajan la tierra reclaman mejoras y aspiramos a establecer definitivamente que en este país se considere inacep­table que la tierra sea un bien de renta, sino que debe pertenecer al que la fecunda con su esfuerzo. No podemos realizar este propósito de una sola vez, pero les prometo que encarado y resuelto el problema de la tierra no habrá un solo argentino que no tenga derecho a ser propietario en su propia patria.
Señores: la revolución no es un hecho intrascendente. La revolución ha de actuar en lo político, en lo económico y en lo social. En lo político hemos de llevar al país a una avanzada por la que llegarán al gobierno los hombres de talento, pero de talento calificado por la virtud. En lo económico hemos de equilibrar la economía de tal forma, que sin perjudicar a los que trabajan con su capital se beneficie a los que contribuyen con su esfuerzo y con su músculo. En lo social, pretendemos que no haya un solo argentino que sea un desheredado que se arrastre por los caminos, sino que tenga el derecho y el honor de ganarse la vida con el sudor de su frente, en esta tierra en la que debemos dar gracias a Dios por haberle dado tantos bienes a manos llenas.
Los que tenemos el honor de haber nacido en esta provincia sabemos Buenos Aires ha sido el motor que ha dado fuerza, que ha tomado la iniciativa en todos los tiempos de nuestra historia, Ella proclamó la libertad, fue la que hizo frente al enemigo exterior y la que al frente de las catorce provincias argentinas llevó el pabellón de la patria con honor en todas las guerras y en todos los hechos de la historia argentina.
El que ha nacido en esta provincia ostenta un insigne honor. Cuando al general Juan Lavalle, en la mesa de Bolívar, le preguntaron de dónde era contestó: “Soy de Buenos Aíres.” Bolívar le replicó: “Se conoce por el aire altanero con que ha contestado.” Lavalle agregó: “Ese es el aire de los hom­bres libres.”
Buenos Aires, cuna de nuestra libertad y de la mayor parte de nuestras glorias, tiene también la responsabilidad de la dirección del país. Ustedes, como nosotros, llevan la responsabilidad del gobierno y cada uno de los hijos de Buenos Aires ha de sentirse un engranaje indispensable para el futuro de la patria. Si algún día fuera necesario jugarse para salvar la libertad, para salvar nuestra patria, entonces Buenos Aires formará sus batallones como antaño y marchará a la cabeza de la Nación.
Agradezco el recibimiento que se me ha tributado y lamento extraordinariamente, que obligaciones ineludibles en Buenos Aires no me permitan seguir gozando de esta magnífica reunión de San Andrés de Giles, pero invo­co a Dios para que haga caer los manes de la abundancia y del honor.
JUAN DOMINGO PERÓN

No hay comentarios:

Publicar un comentario