abril 09, 2010

Discurso de Perón al dar a conocer el decreto de jubilación de los Empleados de Comercio

DISCURSO DANDO A CONOCER EL DECRETO DE JUBILACIÓN DE LOS EMPLEADOS DE COMERCIO
Juan Domingo Perón
[4 de Diciembre de 1944]


Señores: He aquí un hecho más de los que algunos políticos argentinos han dado en llamar “nuestra demagogia”.
La previsión social en decretos como el que nos ocupa, estructura y elabora el futuro del país, en la más noble y desinteresada concepción de la solidaridad humana y nacional. Por eso se inspira en la necesidad orgánica de protección estatal a la vejez o la invalidez; se afirma en el sentimiento de justa recom­pensa al esfuerzo y trabajo individual y se nutre en el espíritu de cooperación y hermandad nacional que propugnamos. Por eso esto también es justicia, previsión y es cristiano amor al prójimo.
El Estado no puede ser testigo silencioso e inoperante en la angustia que primero al hombre, luego a su hogar y, finalmente, destruya la comunidad. Debe intervenir rápida, eficaz y enérgicamente, si quiere ser decisivo. Debe compenetrarse del dolor humano y buscar remedios apropiados para los males de la sociedad, cuyo destino rige. Ha de realizar una política de seguridad social y encauzarla por vías que vayan directamente a las necesidades propias de la actividad que la previsión ampara.
Negarlo obligaría a aceptar el recrudecimiento de estériles luchas sociales que agotan esfuerzos valiosos y envenenan los espíritus más serenos, pertur­bando con sus consecuencias, la paz social. La incomprensión recíproca al re­tardar soluciones, atrasa el progreso moral y material de la Nación, Por eso buscamos la unidad de los argentinos por medio de la mutua comprensión de justas necesidades y legítimos intereses.
Promulgamos un nuevo instrumento de amparo que completa la legisla­ción jubilatoria y de retiro. Es un paso hacia la solución integral de los pro­blemas de la seguridad social que el país y la época reclaman, Para alcanzar adecuadamente dichas soluciones se acaba de estructurar el Instituto Nacional de Previsión Social.
Los derechos fundamentales de la persona: vida, cultura espiritual y pro­fesional, vivienda y salud, alimentación, educación física y vestido, deben ser alcanzados por todos los argentinos.
El Estado no puede permitir que la falta de recursos impida el logro pleno del destino humano. Por eso insistiremos en la necesidad de ponernos de acuerdo sobre lo esencial. Sobre lo que es inherente a nuestro destino histó­rico para proclamar que ha llegado la hora de establecer los puntos básicos que sean prenda de unión de todos los argentinos.
Es probable que quienes no tengan suficientemente encarnados estos sen­timientos, puedan disentir con las disposiciones presentadas pero, en las soluciones de conjunto, juegan más las necesidades de la comunidad que el egoísmo efímero de unos o la imprevisión circunstancial de los otros.
Algunos pensarán que la jubilación de los empleados de comercio puede incidir desfavorablemente en lo que se ha dado en llamar “nuestra inflación”, que yo califico como el cumplimiento de un deber de gobierno de poner al día sueldos y salarios que estaban en permanente retardo de acuerdo con las nece­sidades vitales de una gran masa de trabajadores del país.
El sueldo mínimo y el salario vital, deben ser determinados por lo que los ingleses llaman “línea de la vida”. Esta consiste en el equilibrio del sueldo o jornal con las necesidades mínimas de la subsistencia en condiciones dignas.
Los que se encuentran debajo de esa línea son los “sumergidos”, que de­ben compensar la falta de salario vital, con privaciones y penurias que, en último análisis, inciden sobre la salud física o espiritual.
Los que se encuentran sobre esa línea de la vida, son los “emergidos”, a quienes la fortuna ha favorecido y que, en muchos casos, dilapidan el exceso de su haber para satisfacer otros excesos.
La tarea de gobierno en la política social, debe tender a que nadie, o por lo menos el menor número de hombres de trabajo, se encuentren en la condi­ción de “sumergidos”.
El standard está representado casualmente por esa línea de la vida. Cuan­do se habla, en consecuencia, de “standard de vida”, no se trata en caso alguno, de hombres que están por debajo de un salario vital. Es elemental obligación del Estado moderno el propugnar por todos los medios la existencia de un standard de vida adecuado para todos los habitantes, el que estará en razón directa con la economía nacional, el trabajo individual y la organización adecuada del país que permita llegar a la más perfecta coordinación y equilibrio económico social.
Es incuestionablemente cierto que el mejoramiento de las masas trabaja­doras, necesita de toda una potente economía que lo respalde. De ello se infiere la necesidad de un permanente coordinamiento integral de las fuerzas económicas y la conveniencia de establecer en estrecha coordinación los planes necesarios para evitar el debilitamiento económico o el desequilibrio social.
Es también necesario aceptar como innegable que cuando los precios su­ben en el mercado interno, ello obedece a dos causas determinantes: a la in­flación natural (por aumento de los costos de producción, circulación o comer­cialización) o simplemente a la especulación.
Si el precio sube como consecuencia de la inflación natural, no queda otro remedio social que aumentar los sueldos y salarios para compensar, impidiendo que una gran masa quede en condición de “sumergidos”.
Si el precio sube como consecuencia de la especulación, es menester bajar el precio.
Cuando iniciamos la tarea de reivindicar socialmente a los trabajadores e instaurar una verdadera política social, destinada a dignificar el trabajo humanizar el capital y asegurar una más justa y equitativa retribución al trabajo, analizamos en primer término la situación económica.
Nos encontrarnos entonces con una inflación ya insinuada en casi todos los artículos de producción nacional y en muchos de los de primera necesidad. Influía, también, grandemente en ello, la exportación que durante el tiempo de guerra había aumentado considerablemente, influenciando los precios del mercado interno.
Era necesario: o aumentar los sueldos y salarios o disminuir drásticamente los precios a su nivel de preguerra, ya que no podía justificarse sino en una mínima parte un aumento por las consecuencias directas o indirectas del estado le guerra en Europa.
Es indudable que convenía meditar bien el asunto. Después de mucha re­flexión y profundo análisis general, sólo general, porque se carecía de estadís­tica exacta que permitiera cálculos de costo de producción, etcétera, nos deci­dimos, por un aumento general de sueldos y jornales, aceptando el riesgo de provocar cierta apariencia momentánea de inflación, por razones morales de la población y en compensación a la larga explotación sufrida por una gran parte de la masa laboriosa. Sin embargo, pensé que una vez aumentados los salarios y sueldos, podríamos bajar los precios a su nivel.
Para detener, esa inflación artificial de precios, ya en ese momento se fijaron por decreto los precios máximos a los artículos de primera necesidad de alimentación y vestuario. El corolario de esto debe ser una baja sistemática que hoy se ha iniciado.
La inflación de que se habla no es tal inflación porque los sueldos y los salarios eran extraordinariamente bajos en comparación con los beneficios patronales y sólo por excepción habíanse fijado de acuerdo a las condiciones mínimas de vida; porque la rebaja de precios hade producirse ya que no tienen justificación; porque la inflación general ha sido momentánea y poco a poco volverá al estado natural.
Existe una absoluta relación entre la economía interna y la política y la realidad internacional. De ello surge la necesidad de poner en coincidencia las necesidades y posibilidades de ambos campos. Es menester aprovechar al má­ximo el poder de los intereses económicos paralelos y tratar de neutralizar las corrientes de los intereses contrapuestos o negativos.
Por eso el problema es primero de coordinación de lo interno con lo externo y luego de organización de la riqueza.
Es indudable que terminada la guerra, nuestra industria y nuestro comercio, sufrirán una aguda crisis, como consecuencia de no poder mantener la actual exportación. Tal vez la producción agropecuaria también sufra las consecuencias de lo mismo.
Hoy el país produce casi el doble de lo que consume. La producción, la industria y el comercio, viven una prosperidad artificial como consecuencia de una exportación anormal. Terminada la guerra, deberán volver a su cauce natural, y de ello se infiere que un mayor o menor grado de paralización, con su consecuencia la desocupación, se producirá no sólo en la industria sino también en menor escala, en la producción y el comercio.
El aumento general de sueldos y jornales comenzará entonces a actuar con el aumento del consumo interno, como regulador de este desequilibrio.
Los productores, industriales y comerciantes que durante la guerra han logrado excepcionales beneficios, deberán comenzar a pensar que deben con­formarse con ganancias más normales y apropiadas. A ello se unirá que el aumento de consumo por las mejoras de sueldos y salarios, permitirá compen­sar en algo la falta de exportación.
Una mejor regulación, racionalización, y organización económica llevará al equilibrio sin peligrosos saltos en forma de mantener la tranquilidad y suavidad de las formas, actuando sobre la exportación y consumo en relación con la producción, industria y comercialización general.
Es menester que una acción planificada y altamente racional sea capaz de crear verdaderas medidas trascendentales, que sean capaces de actuar como “elásticos y amortiguadores” para evitar los fuertes “barquinazos” de la inflación y de la deflación. .
La industria puede resistir bien cualquier peligro cuando se trata de industrias naturalmente desarrolladas y cimentadas. Las protegidas por razo­nes justas, resistirán también con el apoyo del Estado. Las ocasionales o fic­ticias podrán morir o desaparecer sin grave riesgo de perturbar la economía general. Será necesario prever todo ello, para amortiguar los efectos.
El aumento de consumo, permitirá en gran parte defenderse a muchas industrias, si los industriales se conforman con ganancias normales aun pue­den resistir pequeñas pérdidas ocasionales hasta que el mercado se estabilice.
El comercio seguirá las fluctuaciones por reflejo. El externo está grave­mente amenazado en lo que se refiere a productos industriales; no así en lo que se refiere a los agropecuarios.
El comercio interno no ha de variar mayormente salvo el aumento que, pueda influenciar un mayor consumo y el abaratamiento por un aumento.' natural en la oferta, de lo que no pueda o no deba exportarse.
En cambio, a largo plazo, si no sobrevienen cuestiones internacionales extraordinarias, es de esperarse una tonificación comercial en lo externo y en lo interno.
La producción noble, como que representa la verdadera riqueza, será sin duda la que ha de cuidarse especialmente.
La ganadería, de gran prosperidad actual, tiene asegurada la colocación de sus saldos exportables. Con ello su situación no cambiará en forma decisiva en el quinquenio de posguerra.
La agricultura, en cambio, ha sufrido y seguirá sufriendo especialmente, si la industria plástica no comienza a insumir gran parte de la producción agrícola.
Es menester pensar en que el Estado ha de empeñarse a fondo para salvar el agro y estabilizar la vida y producción a más de medio millón de produc­tores y sus familias.
Ello entraña un problema de fondo, sin cuya solución no podrá seguirse sosteniendo el orgullo de ser el “granero del mundo”.
El problema de la tierra debe ser encarado en serio, pues la ley 12.636 es una irrisión y un escarnio más del pobre chacarero. El problema argentino esta en la tierra: “Dad al chacarero una roca en propiedad y él os devolverá un jardín; dad al chacarero un jardín en arrendamiento y él os devolverá una roca”.
La tierra no debe ser un bien de renta sino un instrumento de producción y de trabajo.
La tierra debe ser del que la trabaja y no del que vive consumiendo sin producir a expensas del que la labora.
Nuestras perspectivas no son tan negras como algunos quieren hacer creer.
Hoy la Argentina es el paraíso del mundo, y lo seguirá siendo si estamos unidos, nos despojamos del egoísmo y nos convencemos de una buena vez de que la felicidad no depende tanto de poseer gran riqueza, como de no ambicionar lo innecesario.
Dentro de nuestras posibilidades actuales, la ley de jubilación de los em­pleado de comercio no puede producir sino bien por ser la imposición justa y equitativa de un imperativo de justicia social.
Defiendan ustedes mismos esta conquista contra los que tratarán de impugnarla y el tiempo les dirá de la razón de éstas mis palabras.
El porvenir de la patria, dependerá de la seguridad social de sus habi­tantes. Para ello crearemos los medios protectores de la masa trabajadora argentina. Esta acción nuestra será combatida. Pero advierto que a esa resis­tencia opondremos la energía capaz de extinguirla.
Vosotros, los trabajadores manuales e intelectuales del comercio, activi­dades afines y civiles, tenéis ya vuestro régimen de previsión social. Se trata de un derecho conquistado con esfuerzo. Espero que lo defendáis con amor y tenacidad
JUAN DOMINGO PERÓN

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