abril 09, 2010

Discurso de Perón al constituirse el Directorio del Instituto Nacional de Previsión Social


DISCURSO AL CONSTITUIRSE EL DIRECTORIO DEL INSTITUTO NACIONAL DE PREVISION SOCIAL
Juan Domingo Perón
[15 de Diciembre de 1944]


La revolución busca restablecer la pureza de las instituciones democráti­cas, removiendo todas las causas que habían originado su innegable decaden­cia. Este movimiento innovador, se esfuerza para lograr una total recuperación moral del pueblo en la República, que consiste en alcanzar una libertad política interna plena, la que para ser tal, exige la solución previa de los problemas sociales.
Esto no es restringir la libertad, sino justamente imponerla y asegurarla para todos. Contra sofismas y dictaduras de quienes, paradójicamente, se proclaman liberales, decimos la verdad. El peor mal es el liberalismo, que invocando una libertad, no deja ejercer las otras libertades. La sociedad para existir exige que la libertad de unos subsista con la libertad de todos. En nombre de una libertad no pueden anularse vidas, vocaciones o espíritus. La Nación Argentina no puede cancelar su destino ni malograr sus fines, para que cierta libertad liberticida sobreviva.
La libertad debe arrancar desde el punto en que haya sido afianza­da definitivamente la seguridad social, la familia y la defensa nacional. Una libertad sin seguridad de vida, de trabajo, de educación y vivienda digna, es una falsa libertad. Poseer la libertad para morirse de hambre es un sofisma que constituye materia de engaño, para quienes trafiquen, haciendo cortinas de humo para ocultar intenciones. Recién, después de obtener para los hombres de esta tierra la fe en los destinos individuales y colectivos, una porción efec­tiva de bienestar material y una parte real de justicia, se puede alcanzar la libertad. La revolución no ha venido a cercenar libertades populares, sino a ordenar valores, armonizando los derechos del individuo y los derechos de la Nación. No nos asustan palabras altisonantes ni argumentos retóricos que integran el temario de la política electoralista. No procedemos bajo el imperio del, miedo, ni nuestra acción es designio de complacer las masas. Servirnos al país porque nos inspiramos en las necesidades de nuestros conciudadanos, en el reclamo de la patria, cuya voz trasunta las legítimas aspiraciones del pueblo.
Esa es la razón por la cual el ejército salió de los cuarteles el 4 de Junio, atendiendo al llamado de sus hermanos civiles agobiados por la corruptela de una política antisocial.
Sentirnos la responsabilidad de trabajar para el futuro. Queremos asegurar la paz social, despertando en todos los ciudadanos la conciencia de sus deberes y derechos. Sabemos que construimos un mundo nuevo que sucederá al actual. Advertirnos que la patria no consiste en el tiempo limitado de nuestras vidas. Nos prolongamos en nuestros hijos como en nuestras obras. En consecuencia, aspiramos a proporcionar a las generaciones del mañana, una vida más plena. Más fuerte en el respeto de los derechos. Más feliz en el cumplimiento de los deberes. Por eso, no seguiremos el juego de los profesionales de la mentira, del soborno y de la venalidad, que pretenden una libertad abstracta y vacía, que es una libertad suicida. Esa es la razón, por la cual afrontamos decididos las tareas del gobierno. Por la convicción de que estamos cumpliendo una misión, y no buscamos la estéril gloria de la conquista precaria. Deseamos que los argentinos comprendan que la grandeza de la patria será una realidad cuando en cada pecho se aliente la convicción y la fe de que jugamos un destino de honradez y de justicia. Destino que debemos conquistar y defender, día por día, sin pausas ni tregua. La Revolución del 4 de Junio vino a decirnos que nada se alcanza sin esfuerzos. Que la vida no es un azar, sino un campo inmenso de trabajo y de previsión para nuevas luchas.
El gobierno de la revolución crea el Instituto Nacional de Previsión So­cial. Este acto formal destaca su trascendencia económica, política y social. No es un organismo más en el duro y complicado mecanismo administrativo de la Nación. Concreta y resuelve científicamente los hechos revelados por la experiencia. Tendrá la misión esencial de centralizar, coordinar y realizar la previsión social argentina, sirviendo a la vez de cuerpo asesor del gobierno, del que trascienda las normas sustanciales que fundamentarán la seguridad colectiva.
La exposición doctrinaria de la seguridad social, ofrecía magníficas pers­pectivas, pero como otros problemas argentinos, sufrió deformaciones sistemáticas en su aplicación.
Su realización careció de criterio unitario, de rigor científico y de cono­cimiento preciso de las necesidades reales.
El sistema vigente padecía de tres grandes males: la anarquía, la imper­fección, la inestabilidad. El Instituto Nacional de Previsión, realiza la unidad, sirve cabalmente a los fines protectores del Estado al facilitar la extensión de la cobertura de los riesgos sociales y profesionales a todos los sectores de la sociedad, y organiza los medios para alcanzar la estabilidad económica y financiera de los regímenes existentes y de los que sucesivamente se le incorporen.
Esta creación relaciona el pensamiento, suprema dignidad del hombre, con la voluntad de hacer, como síntesis de la filosofía moderna.
El directorio del Instituto, la Cámara Gremial y el Consejo Técnico, tienen la dirección y orientación del organismo, Es una conjunción armoniosa de la autoridad superior que representa el poder del Estado; el interés gremial, que expresa la posibilidad y la necesidad social y el saber, que suministra la ciencia.
Estado, patronos y trabajadores, tendrán allí los medios y las formas para lograr íntegramente la justicia social, en uno de los aspectos que mucho inte­resan al pueblo: la protección biológica y económica de las mujeres, y de los hombres, frente a los riesgos de la vida, en función de una solidaridad or­ganizada.
El derecho del trabajo se encontraba en desacuerdo con el progreso ma­terial alcanzado, y atentaba contra el progreso moral a que aspiraba. Hubo abandono de los principios de solidaridad cristiana, pudiendo anotarse como causa directa de ello, a la súper capitalización insensible y deshumanizada que desplaza al individuo como a una cosa, cuidando más las herramientas que los seres humanos.
Corresponderá al Instituto Nacional de Previsión Social, estudiar y resol­ver conjuntamente con otros organismos del Estado, este problema grave para el país, porque no hay que olvidar que los pueblos prosperan y se fortalecen cuanto mayor es el número de personas capacitadas para trabajar, como un deber y como un derecho con resultado económico. Sólo en la actividad florece la vida. La inercia, por el contrario, es retroceso y desgracia.
La Revolución del 4 de junio sintetiza el anhelo sentido por el pueblo en su peregrinación en la búsqueda de la verdad social, para alcanzar el bienestar común. Sus hombres, surgidos del pueblo que lo constituyen hombres libres, no usan otro lenguaje que el de la verdad.
Los fines objetivos son los ideales que realiza o debe realizar la Nación a través de su proceso histórico. Para servir tales fines se ha constituido el gobierno de la revolución y no para ser útil a propósitos individuales de sus miembros o de sus opositores. Así como hay casos en que los gobernantes lucran con sus posiciones, así también existe el caso de los opositores que lucran con su oposición.
El falso político, se beneficia con todo porque se sirve de los cargos públicos. El político auténtico es el estadista que sólo se preocupa por los fines objetivos perseguidos por el Estado y toma la función civil de gobernar como, una carga pública.
La revolución no tiene por objeto reemplazar a un hombre de gobierno, por otro, sino la transformación de la vida ciudadana; vivificando y creando nuevas estructuras jurídicas sociales, que respondan a las necesidades de una convivencia digna.
Reiteramos la aspiración de hacer del 4 de junio una revolución social. Sin violencias ni rupturas; llamando a la sensatez a quienes por tener mucho pue­den perder algo en favor de aquéllos, que por no tener nada, necesitan mucho. Sensatez que se traduzca en el abandono de los egoísmos personales, en la compasión por el dolor ajeno y en la expresión auténtica de un afán de solidaridad.
La previsión social, al asegurar contra los riesgos de la vida al individuo; lo educa para la ciudadanía y lo conforma para la humanidad. La solidaridad que es el fundamento de la previsión, importa así la unión y ayuda mutua d todos los individuos de un grupo social primero, y de todos los grupos sociales después, confundiendo al individuo en la comunidad nacional y a las naciones con la comunidad de las naciones. Por eso, en materia de previsión social, los principios aprobados en conferencias internacionales de trabajo, donde el país concurriera y expresara su asentimiento, han sido adoptados.
Esta noción de la solidaridad fue invocada en el decreto 29.176 por el que se crea el Instituto, porque el Estado argentino necesita crear sólida mancomunidad de ideas, voluntades y sentimientos para cumplir los fines de argentinidad que guían su acción de gobierno. El individuo para perfeccionarse necesita la cooperación de la comunidad nacional y la humanidad
Necesita la cooperación de todas las comunidades nacionales. Tanto la solidaridad como la cooperación, proporcionan los medios para desarrollar espiritualmente al hombre y a la humanidad.
El Instituto Nacional de Previsión, concebido bajo estos conceptos de ge­nerosa mancomunidad, ha de preocuparse en forma especial para que el hombre conserve su capacidad de trabajo económico durante el mayor tiempo posible, para lo cual se requiere poner en marcha el plan de la medicina preventiva y curativa, que evitará en lo posible la invalidez, y extenderá los límites de la vida activa.
La previsión resulta así parte integrante de una pedagogía nacional estre­chamente vinculada a un derecho nuevo y a una nueva economía. Por lo tanto, la legislación existente debe ser revisada, ordenada y modificada. Pero por encima de todo debe ser integrada de acuerdo a nuevas formas y a viejas experiencias. La creación de nuevas leyes sociales, necesita atender el reclamo perentorio de la necesidad y de la experiencia. Debe ser la expresión de la realidad Argentina y no la síntesis de nuevas ficciones o mera traducción de leyes foráneas.
La legislación sobre trabajo y previsión no era completa ni amplia, pero trataba de condicionar, aunque precariamente, para los trabajadores' argentinos, una vida mejor. Pero ocurría que la ley era recortada o desfigurada en su aplicación. La protección llegaba reducida e ineficaz. Su vigencia discutida con habilidad por juristas, sin sensibilidad social, era rechazada por los capitalistas. Por otra parte resultaba contraproducente en sus efectos, sobre masas trabajadoras sin unidad de acción para el reclamo y para defender o ejercer, sus legítimos derechos.
¿Quiénes desnaturalizaban las leyes sociales? La verdadera causa, para no referirla a hombres de sistemas, acaso se encuentre en la antinomia existente entre la legislación y la realidad social. Así como decimos que no existe verdad electoral si no hay libertad política, tampoco puede ésta realizarse sin contar con la verdad social. No es posible vivir formas democráticas de gobierno, si existe privilegio a favor de unos pocos y para la inmensa mayoría el dolor como el abandono o la incertidumbre. No se puede conjugar el verbo igualar, sin proporcionar posibilidades iguales a todos los argentinos.
La Revolución del 4 de Junio tiene la ardua tarea de crear y renovar la estructura jurídica, social y económica, Para ello ha ido creando órganos estatales y nuevos cuerpos legales, de tal modo, que las necesidades de la Nación sean atendidas con la rapidez e idoneidad necesarias. Un instrumento de fina receptibilidad y hondo calado es el Instituto Nacional de Previsión Social Tendrá influencia decisiva en la vida argentina, por la triple misión que le corresponde cumplir. Será órgano asesor, ejecutor y el difusor de los proble­mas, normas y nociones sobre seguridad social.
El gobierno de un pueblo es un problema social. Se tecnifica y la política se racionaliza a medida que la vida colectiva adquiere mayor complejidad. Por ello los organismos deben estar en manos de quienes hayan probado inne­gable vocación y capacidad para el estudio y solución de las cuestiones so­ciales, y de quienes representan intereses legítimos y aspiraciones justas. Quienes sientan la ciudadanía como una urgencia vocacional y no como activi­dad lucrativa, deben desempeñar la actividad política, porque así la cumplirán como una función pública de sacrificios que sólo tiene una aspiración: la unión sagrada de todos los argentinos. Quienes dividan a sus conciudadanos malogran los fines de las naciones. Los que han vivido alejados hasta hoy de toda actividad política, son los destinatarios naturales de estas reflexiones. Gobierno y oposición deben estar a cargo de quienes exhiban señaladas cualidades mo­rales e intelectuales. En ningún momento debemos olvidar que lo que se ha hecho de grande y de perdurable en el país, ha sido realizado por figuras representativas y respetables por sus valores morales e intelectuales.
Esta hora es la hora de la unidad de todos los argentinos, quienes son ­llamados a colaborar en la obra de bien común que fundamenta la acción de gobierno y condiciona su existencia. Necesitamos el apoyo o la crítica de los ciudadanos cuya vida pública y privada se ajusten a normas objetivas. Sabernos que el error es inherente a todo ser humano y aceptamos que algunos actos nuestros contengan errores.
Nos complace, sobretodo, la crítica del pueblo. Sana, porque no se mueve por cuestiones subalternas ni foráneas y porque si puede equivocarse, siempre es espontánea, sincera y honrada en su sencillez aldeana. El programa de un gobierno constituye su justificativo ante la historia de la patria.
La democracia como dogma exige la existencia de un espíritu cívico libre de las angustias económicas y de la inseguridad en la lucha por la vida. El electoralismo necesita hombres sin base de sustentación económica y sin segu­ridad social, porque ellos resultan así elementos apropiados para el desarrollo de la demagogia.
Sabernos que la muchedumbre sólo es una colectividad cuando tiene unidad de ideas, de voluntades y de sentimientos. Por eso confiarnos en la acción cultural que cumplirá el instituto Nacional de Previsión Social.
Las expresiones de fondo o de forma que merece la legislación social argentina existente, se deben por igual a una equivocada noción de quienes legislando, improvisaron; de quienes gobernando no cumplieron con su deber, o de quienes no reclamaron derechos que eran justos o los reclamaron inadecuadamente. Ahora bien, legisladores, gobernantes o pueblo, no siempre omitieron el cumplimiento de sus deberes por dolo; muchas fue por ignorancia o error.
En materia de seguridad social la educación de las masas tiene una influencia definitiva. Ninguna innovación legislativa se ha realizado sin producir, en la práctica, la oposición de los mismos beneficiados.
Hay que educar al trabajador en la previsión, pero esta educación resultará incompleta si no significa la superación del concepto materialista de la vida.
La legislación universal sobre previsión nació como consecuencia de lu­chas o como integración jurídica del concepto materialista de la historia. Por eso a primera vista, aparece la previsión social como una, creación de tal natu­raleza. Y no es así. No exalta la materia biológica o económica, sirio que la con­sidera, respeta y defiende, como posibilidad para que el espíritu humano cobre vuelo, libre de ataduras y contrapesos materiales.
No olvidamos como gobernantes, que al conducir a un pueblo, se conducen hombres: hombres de carne y hueso; hombres que nacen, sufren y, aunque no quieran morir, mueren; hombres que son fines en sí mismos, no sólo medios; hombres que han de ser lo que son y no otros; hombres, en fin, que buscan eso que llamamos felicidad. Nos bastaría, pues, que este organismo, que inauguramos con fe y optimismo, contribuya a evitar el abandono de la masa trabajadora argentina.
Por eso es auspicioso que una de las grandes creaciones con que se cierra el ciclo de este intenso año de labor, sea el Instituto Nacional de Previsión, que ha de ser la cúpula del gran edificio que estamos levantando a 'la justicia social. Que estamos levantando y que estamos decididos a terminarlo, pese a los incrédulos, a los descontentadizos y a los egoístas. A todos ellos les echará de lado el inextinguible impulso de nuestro entusiasmo, la rectitud de nuestras intenciones, el ejemplo de los beneficios que se obtienen y la fe de cuantos patronos y trabajadores nos comprenden, nos ayudan y nos estimulan.
La actual encrucijada de la historia de la humanidad, requiere un crédito de confianza mucho mayor que el que se precisaría en cualquier otro momento. Por eso me angustia la incomprensión, la reticencia y la tibieza de quienes se niegan obstinadamente a leer lo que llevamos escrito en nuestro corazón, y que durante catorce meses venimos propugnando por todos los rincones de la patria.
Nuestras palabras han sido claras; nuestras intenciones son compartidas por todos los sectores sociales.
Ninguno de ellos, ni patronos ni trabajadores, pueden llamarse a engaño acerca de la norma de conducta que guía nuestra obra, y que puede sintetizarse diciendo: “Ni odios ni egoísmos”. Pero los cataclismos sociales y los derrumbes económicos que la historia enseña, y cuya repetición apunta ya en la lejanía de otros continentes, sólo pueden evitarse si los obligados a cumplir la ley social, la aceptan con espíritu de leal colaboración, y, por lo tanto, desprovistos de aquellos egoísmos.
En mi contacto constante con las realidades de nuestro pueblo, he podido percibir una leve sensación de intranquilidad por parte de ciertas clases de holgada situación económica.
¡Temen los avances sociales que estamos realizando!
Yo quiero contestar en este acto a cuantos se vean embargados por esos temores.
Al hacerme cargo de la Secretaría de Trabajo y Previsión, afirmé que la política social argentina, se encauzaría por los caminos de la colaboración, de la cooperación, por el entendimiento entre patronos, trabajadores y Estado.
Esta acción había de operar como causa para producir el efecto de robus­tecer los vínculos de solidaridad humana, incrementar el progreso de la economía nacional, fomentar el acceso a la propiedad privada, acrecer la producción en todas sus manifestaciones, defender al trabajador, mejorando sus condiciones de vida y de trabajo.
¿Es que hay alguien que, en conciencia, pueda oponerse a la implantación fomento de estos objetivos? ¿Es que nos hemos apartado un ápice de estas previsiones? ¿O será que cada cual medirá la justicia con su rasero, volcando la generosidad para si y regateando la parte que corresponde a los demás?
Yo deseo que todos los hombres de trabajo, patronos, empleados y obreros, establezcan una tregua en las disensiones que pudieran tener y, acepten los principios de justicia social que la Secretaría de Trabajo y Previsión establece en aquellos casos en que hay que remediar urgentemente las más groseras in­justicias. Y ruego, también, que no se den oídos a los que habiendo resistido durante años los impulsos de su generosidad, se rebelen ante la evidencia de que les ha llegado la hora de la justicia.
Revisad la acción de esos catorce meses. ¿Cuáles son las medidas que revelan una injusticia notoria? ¿A quién se ha perjudicado por el mero afán de perjudicar? ¿No se encaminan todas las medidas hacia la superior finalidad de que todos los argentinos vayan consiguiendo, de acuerdo a las posibili­dades de orden general, un mayor grado de bienestar? ¿No constituye esto el medio más eficaz para alejar o barrer definitivamente la revolución roja que asoma donde encuentra fermentos en que arraigar y multiplicarse?
He dicho que el Estado no debe alterar los principios de libertad eco­nómica; que debe estimular la producción; que considero pernicioso el capital que pretende erigirse en instrumento de dominación económica, pero que es útil y beneficioso, cuando comparte su poderío con el esfuerzo físico e intelectual de los trabajadores, para acrecentar la riqueza del país. También he dicho que respeto los intereses obreros en la misma medida que respeto los capitales.
Y añado que tan insensato sería pretender negar los primeros como desdeñar los segundos.
Esta política de acercamiento entre patronos y trabajadores, a base de reconocimiento de mutuos derechos y deberes, ha sido incrementada desde que el Poder Ejecutivo de la Nación me otorgó amplias facultades para implantar un ordenamiento económico social con vistas a las repercusiones de posguerra.
Y consideré conveniente acercar a la acción de los órganos oficiales, a nutridos contingentes patronales que han de informarme verazmente de sus problemas, con lo que al aportar sus conocimientos, participan de las responsa­bilidades de la decisión. Yo apelo al testimonio de esos hombres que han com­partido ya largas vigilias con nuestras propias preocupaciones, a que manifiesten públicamente si, junto a mis anhelos irrenunciables de hacer la mayor suma posible de bien a los trabajadores argentinos, sostengo la defensa más encar­nizada de su libertad económica, reservando para el Estado la orientación de las grandes líneas del ordenamiento económico social, sin que por ello intervenga para nada en la acción individual que corresponde al industrial, al comerciante y al consumidor.
Una vez más exhorto a la concordia entre patronos y trabajadores, porque deseo para mi patria que la lucha de clases sea substituida por la armonía entre
JUAN DOMINGO PERÓN

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