DISCURSO DE CLAUSURA DE LA PRIMERA REUNION NACIONAL DE MUNICIPIOS CELEBRADA EN LA CÁMARA DE DIPUTADOS DE LA NACIÓN
Juan Domingo Perón
[23 de Marzo de 1945]
Poco me resta después de los densos debates sostenidos en el curso de las deliberaciones, y de los discursos de las sesiones inaugural y de la que estamos realizando. Poco podría decir, además, que no invadiera el campo reservado a los especialistas de las múltiples materias que han sido tratadas en esta Primera Reunión Nacional de Municipios.
Pero no debo llamarme a silencio cuando vibra mi corazón con vuestro propio entusiasmo y quiero sentirme, una vez más, como parte integrante de vuestro propio ser y compartir vuestras inquietudes. No podría tampoco dejar que os alejarais de Buenos Aires, donde habéis traído la presencia física de nuestros hermanos del interior, sin que os diera un abrazo de despedida que sea, a la vez, promesa de imperecedera amistad.
Mucho he reflexionado durante estas dos semanas de labor comunal sobre los problemas permanentes de nuestros municipios, y los transitorios que pueden presentarse en la posguerra. Muchas han de ser las medidas de carácter pasajero que puedan ser tomadas para superar los inconvenientes del pasaje de la guerra a la paz. Otras habrá que incorporar al acervo legislativo de las épocas normales. Lo que no podemos prever, ni siquiera imaginar, es si la evolución legislativa que en lo porvenir experimente el derecho municipal, llegará a dar forma jurídica completamente definida a todas las cuestiones que la excepcional situación del mundo nos ha señalado como de inaplazable estudio en los momentos actuales,
No sería prudente predecir esta trascendental transformación, ni podemos entrever si las funciones de los organismos municipales del futuro serán más amplias o más restringidas que las que el vigente derecho encomienda a los actuales. Pero, sin entrar en el análisis del mayor o menor alcance substancial del derecho de fondo que rija los organismos comunales, juzgo conveniente que los técnicos, eruditos y especialistas en asuntos municipales, estudien si ha llegado la oportunidad de emprender la codificación de nuestro derecho municipal. Este sería el primer escalón de una obra de mayor envergadura cuya necesidad es, sin duda alguna, tanto o más sentida: la codificación del derecho administrativo argentino. Así terminaríamos con la anarquía en que se debate el ciudadano frente a los problemas que le crean sus relaciones con las diversas jerarquías de la administración pública.
Concibo el municipio como una comunidad de vida con un gobierno propio, cuyos problemas han de enfocarse, plantearse y resolverse teniendo en cuenta la naturaleza de la propia comunidad, sus necesidades y sus fines, su situación y sus recursos. Debido a este respeto que siento por las comunidades locales, células más o menos desarrolladas -pero siempre expresión de una personalidad definida-, he considerado que debían ser llamadas a colaborar con el gobierno de la Nación en los momentos que, a través del Consejo de Posguerra, se están estructurando los planes y señalando las orientaciones que han de servir al país para reordenar su vida económico social.
No podían estar ausentes los municipios de esta tarea, porque debía llegarnos el aire purísimo del interior y con él nueva savia que robustezca nuestra mente y reavive el ritmo de nuestro corazón. No valdría lo primero si faltara lo segundo, porque no es la inteligencia sino el corazón el único manantial copioso de las grandes obras, ya que sólo en él reside el talismán que mueve y cautiva voluntades, que congrega a los hombres y los saca de su soledad para sumarles a las grandes empresas colectivas. La inteligencia establecerá los resortes para que las organizaciones se formen, consoliden y prosperen; pero el único motor capaz de mover las voluntades es el corazón por que en él reside la fuerza creadora e incontenible del amor. Apreciaréis si es o no es cierto lo que os digo, con sólo pensar en cuál es el sacrificio que no somos capaces de soportar por el amor a nuestra madre o por el amor a nuestra patria.
Se comprenderá, pues, que concibiendo, el municipio como una comunidad de vida, no participe de la concepción abstracta de unos municipios sujetos a un modelo único, al que deban ajustarse desde el principio rural de pocos vecinos hasta el de la gran metrópoli porteña. Las necesidades rudimentarias de una comunidad rural entrañan problemas notoriamente distintos de los que agitan la vida material y espiritual de una gran ciudad como Buenos Aires. Se comprenderá así mi personal satisfacción al no haber podido examinar por mis propios ojos las inquietudes y aspiraciones de todos los núcleos municipales, de mi patria, en circunstancias como las presentes en que se puede acudir a remediar una necesidad y, lo que es más interesante, se puede conjurar esta necesidad con otras análogas de otros municipios, sean vecinos o alejados entre si por miles de kilómetros.
En el gigantesco ordenamiento económico social que proyectamos han de tener cabida todas, vuestras inquietudes y todas vuestras aspiraciones. Si no fuera así, habríamos desperdiciado un tiempo valiosísimo, de cuya pérdida me consideraría responsable ante el país. Sin embargo, me anima la esperanza de que esta Reunión Nacional de Municipios ha escrito en los anales de nuestra historia elocuentes páginas que inspirarán el renacimiento de nuestras virtudes cívicas. Afirmación que no será exagerada si consideramos que el espíritu de cooperación social desborda en cada línea que habéis escrito. Este sentimiento de hermandad que fluye de toda la obra realizada; esta aproximación real y efectiva entre hombres de todas las latitudes de nuestro vasto territorio; esta compenetración de las angustias y problemas recíprocos; esta alegría por las mejoras logradas y apetecidas por los demás, fundada en el gran amor a la patria común, constituye para nosotros y para el porvenir, una simiente que arraigará con raíces profundas y se desarrollará con tallos vigorosos que no será fácil arrancar en el futuro. A todos, nosotros toca cuidar que no se malogre, y traspuesto el período crítico de la posguerra, podremos esperar con tranquilidad las buenas cosechas que se sucederán hasta la lejanía de los tiempos.
No exagero cuando afirmo que nos encontramos ante un verdadero renacimiento nacional. Todo debe germinar, florecer y fructificar. Necesitamos un renacimiento total de nuestro modo de ser, y al tiempo que aprovechemos todo lo bueno que constituye la nervatura del carácter de nuestro pueblo y de nuestra raza, debemos hacer un acto de fe en nosotros mismos y un acto de confianza en el futuro esplendor de nuestra patria.
Fomentar las artes, las industrias, las bellas letras; impulsar los estudios filosóficos, jurídicos las más variadas ramas del saber; modernizar –estilizándola, perfilándola, despojándola de lo superfluo-, toda nuestra legislación; incrementar por todos los medios las fuentes del saber humano, los institutos de investigación y de enseñanza.
Debemos honrar los talentos, el trabajo y los artistas y reverenciar la magistratura y las autoridades que se destacen por su saber, por su virtud, por su patriotismo; debemos elevar a los cargos públicos a los hombres de mérito, salidos del pueblo; debemos ensenar a los magnates cuáles son sus deberes de solidaridad social porque la cuna dorada ha dejado de ser un título de monopolio para los honores, las influencias y la participación del poder. Debemos ser un ejemplo constante de amor propio.
Pero que en nuestro patriotismo flote purísimo y encendido como un hálito de bendición; patriotismo congénito, inadvertido, indefectible; que actúe sobre nosotros y sobre nuestros ciudadanos y sobre todos los hombres del mundo, con la comunicación emotiva que sólo puede engendrar la sinceridad.
Llevad a vuestras ciudades, a vuestros pueblos, a vuestros lugares; llevad a las grandes asambleas, a la plaza pública o a la intimidad de vuestros amigos y de vuestro hogar, el deseo fervoroso de que nuestra patria viva días luminosos de su historia, forjados con el esfuerzo paciente y abnegado de todos sus hijos; llevad el deseo fervoroso de que ni ricos ni pobres pierdan la fe en el insobornable afán de justicia distributiva que nos anima y que permite, sin lesionar derechos legítimos, barrer para siempre la miseria y la desigualdad irritante; llevad el anhelo de que ni un solo habitante de este próvido país deje de prestar su concurso a la obra de renacimiento moral y material de la Nación, en la seguridad de que su esfuerzo será recibido y estimado en igual medida que la lealtad con que lo presente.
Vosotros debéis ser la avanzadilla que llegue a todos los confines argentinos, plante el mástil enarbole la bandera y proclame que somos un país de hombres y mujeres esforzados que tenemos como finalidad esencial de nuestra vida servir a la patria para engrandecerla y respetarla.
JUAN DOMINGO PERÓN
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