abril 12, 2010

Discurso de Perón en la clausura de la Semana de la Seguridad Social (1973)

DISCURSO EN LA CLAUSURA DE LA SEMANA DE LA SEGURIDAD SOCIAL ORGANIZADA POR EL MINISTERIO DE BIENESTAR SOCIAL
Juan Domingo Perón
[30 de noviembre de 1973]

Señores:
Es para mí un verdadero placer poder intervenir en esta forma, aunque sea indirecta, en un acto que presupone retomar pasos ya dados hace muchos años.
Dice Plutarco que un día pasaba un circo cerca de donde estaba Licurgo y lo invitaron a ver la función. Preguntó entonces Licurgo qué tenía de notable ese circo, y le respondieron: “Hay un hombre que imita maravillosamente al ruiseñor”.Sí, ya he oído al ruiseñor mismo”, expresó Licurgo, como única contestación.
Al tratarse de esto, señores, yo creo que puedo hacer también oír al ruiseñor, porque hace treinta años -ya cumplidos el pasado 27- fui designado secretario de Trabajo y Previsión. Esto sucedía, por primera vez, en un país donde había un Ministerio de Agricultura para cuidar a los animales y a los vegetales y no había uno de Salud Pública para cuidar a los hombres. Eso hacía cierto aquello de que teníamos toros gordos y peones flacos.
Vale decir que, en 1943, cuando comenzamos a trabajar en todos los aspectos de la previsión social, el país carecía totalmente de ella. Hace treinta años, por primera vez en la República, se habló de previsión social. Ya entonces había muchos que eran partidarios del seguro; pero el seguro, precisamente, es la consecuencia de la imprevisión social. La previsión social hace inútil el seguro, ya que ella es un seguro colectivo, que el país tiene la necesidad y la obligación de dar a la comunidad para satisfacer los riesgos que ningún seguro va a cubrir en forma completa.
Recuerdo que en aquella época los obreros, especialmente en la campaña, atravesaban una situación verdaderamente dolorosa. El salario mensual era, término medio, de treinta pesos por mes, y había una gran cantidad de peones del campo argentino que ganaban diez pesos por mes. O sea, peor que en la época de la esclavitud, porque por lo menos en esos tiempos el amo tenía la obligación de mantener y cuidar al esclavo cuando envejecía. En cambio, a los peones del campo, cuando se ponían viejos, los largaban como caballos, para que se murieran en el campo.
No exagero nada si digo que era tal la incuria en este aspecto, que no había sino dos o tres cajas que se sostenían mediante el esfuerzo de sus propios componentes: las de la Policía y de algunos sectores estatales. Los demás quedaban librados a la suerte o a la desgracia de su propio futuro. Nosotros comenzamos a estudiar estos problemas cuando todos nuestros viejos estaban abandonados. Fuimos, poco a poco, organizando las distintas cajas, que se fueron escalonando desde las de los industriales y los comerciantes, que también necesitan cajas, porque no todos ellos se hacen ricos, algunos se funden, y quedan más pobres que nadie. Se trataba de que existiera una cobertura de los riesgos de la vejez, de la invalidez y de las enfermedades, tanto para unos como para otros. Es decir que en la comunidad nadie debiera quedar abandonado a su propia suerte y que un sentido de solidaridad social permitiera que todos los hombres que trabajaban para la grandeza del país pudieran, en un momento de infortunio, hallarse a cubierto de la miseria, para poder seguir viviendo dentro de un margen de felicidad y tranquilidad, que es consustancial a la vida humana.
La tarea no fue fácil. Se trabajó durante diez años duramente para organizar todo esto. No quisimos hacer un sistema previsional estatal, porque yo sabía -lo he visto ya en muchas partes- que estos servicios no sue1en ser ni eficaces ni seguros. Preferimos institutos administrados y manejados por las propias fuerzas que habrían de utilizarlos, dejando al Estado libre de una obligación que siempre cumple mal. Esta es la experiencia que tengo en este sentido, porque estos sistemas los he visto en varias partes. De manera que organizamos cajas que se manejaban, se dirigían, se financiaban y se mantenían por sí mismas. Llegamos a crear el Instituto de Reaseguros para esas cajas, a fin de que mediante un fondo común se auxiliaran mutuamente. Jamás tuvimos el menor inconveniente. Las cajas se capitalizaron de una manera extraordinaria, y ningún jubilado tuvo jamás que quejarse porque le liquidaron mal, tarde o nunca, como sue1e suceder. Algunos riesgos que no se cubrían con la previsión social se cubrieron con la ayuda social, cuestión de la que se encargó la Fundación Eva Perón. Se concedieron todas las pensiones a la vejez, y muchas a la invalidez, para aquellos que, de acuerdo con la ley, no pudieran cumplir con los requisitos exigidos. Pero había que pensar que, cumpliéndose los requisitos o no, los pobres tenían necesidades que cubrir.
Fue así posible llegar a un sistema previsional perfecto, del que nada escapó. Desaparecieron los niños y viejos que pedían limosna; las sociedades se fortalecieron y la asistencia social se montó sobre una buena cantidad de policlínicas, fueran sindicales, de la Fundación o del Estado, que proporcionaron la asistencia social indispensable a todos esos sectores. Creo no exagerar si digo que, como sistema previsional, ha sido lo más perfecto que yo he conocido en mi vida. No sé si existiría en alguna otra parte del mundo, pero lo cierto es que aquí era el mejor que he visto; y lo mejor que he visto porque para mí el sistema previsional más perfecto es aquel que cubre todos los riesgos. El que deja sectores sin cubrir no es un régimen previsional; donde haya una necesidad, tiene que haber un auxilio. Ese es un deber ineludible de la comunidad.
Bien, señores. ¿Qué pasó después? En 1956, el Estado, acuciado quizá por las necesidades, echó mano de los capitales acumulados por las cajas. Es decir, se apropió de ellos. Para mí, eso es simplemente un robo, porque el dinero no era del Estado, sino de la gente que había formado esas organizaciones. Claro que las descapitalizaron. He visto un decreto secreto en virtud del cual se les sacaron sesenta y cinco mil millones de pesos para auxiliar a quienes no tenían nada que ver con las cajas de jubilaciones y pensiones que habíamos creado. Es decir, se las asaltó; porque fue un asalto. Y naturalmente que, después de ese asalto, los pobres jubilados comenzaron a sufrir las consecuencias de una inflación que no podía paliar ningún salario ni ninguna jubilación.
Cuando nosotros dejamos el Gobierno, en 1955, el dólar en el mercado libre estaba a catorce con cincuenta; luego estos pobres debieron cobrar a razón de un dólar a mil cuatrocientos pesos. Entonces era lógico que, cualquiera hubiera sido el arreglo que hicieron esto no tenía arreglo. ¿Qué pasaba? Habían desfalcado las cajas; las habían asaltado. Y las cajas, que, como todas las organizaciones económicas y financieras tienen su límite -el límite está indicado por su capital-, una vez que le sacaron el capital, era inútil que se pretendiera buscarle soluciones de otra manera, y el Estado tuvo que hacerse cargo de todas las prestaciones. Indudable¬mente, el Estado fue también impotente para atender la enorme cantidad de prestaciones. Las sirvió mal, tarde y, en fin, con déficit en perjuicio de los pobres jubilados.
Bien señores: no vamos a resolver nada con lamentamos y pensar que esos pobres jubilados han sufrido las consecuencias de semejantes marranadas. No los vamos a resarcir, porque muchos de ellos se han muerto y otros han sufrido las consecuencias en su salud y en otros aspectos. Lo único que podemos hacer es tratar de remediar de la mejor manera posible estas deficiencias naturales de una falta de administración.
Afortunadamente, el Ministerio de Bienestar Social, que tomó a su cargo todas estas obligaciones, ha comenzado ya la tarea hace ciento ochenta días, que no es mucho tiempo. Todos los grandes problemas que se habían presentado han sido ya resueltos en la fundamental, y podremos pensar que nuestros jubilados comenzaran a percibir los que por derecho les corresponde, y que les había sido negado por la impotencia de un Estado impotente no solo por falta de medios, sino más que nada por falta de administración apropiada. La prueba está en que todos esos males ya han sido en gran parte remediados y se están dando ahora los últimos pasos para resolver definitivamente esos problemas.
Al firmar hoy este decreto, hemos dado fin a un programa de seguridad social que es un complemento necesario de los convenios firmados anteriormente sobre precios y salarios y luego sobre economía. Lógicamente, faltaba el aspecto social, que es el que le agregamos ahora a esos factores determinantes de la vida nacional.
A mí me llena de satisfacción el haber firmado en este acto el decreto por el cual se aprueba el programa de Seguridad Social, en que intervinieron, juntamente, las fuerzas del trabajo y las del sector empresarial. De esta manera, todos nos comprometemos a mancomunar esfuerzos en pro del engrandecimiento del país, promoviendo y desarrollando integralmente la seguridad social, a fin de que la misma llegue por igual a todos los habitantes, sea cual fuere el lugar donde se encuentren.
De esta manera, cerramos con profunda satisfacción la Semana de la Seguridad Social establecida por el Ministerio de Bienestar Social, que ha realizado una obra enjundiosa.
Muchos miles de jubilados, pensionados, inválidos y niños, han visto convertirse en realidad una esperanza que empalidecía con el tiempo.
Pero aún subsisten problemas e injusticias que deberemos reparar. Tenemos 711 mil hombres y mujeres que están percibiendo 61.500 pesos, y hay otros 101.800 jubilados que no pudieron recibir ni un solo peso de aumento, porque cobraban más de cien mil pesos. Es decir que esta clase pasiva volvió a tener que sacrificarse y esperar una nueva oportunidad para ampliar sus recursos, ya bastantes escasos e insuficientes para vivir dignamente.
En ciento ochenta días, como dije, el Gobierno, trabajando fuerte y con honradez, ha logrado normalizar las recaudaciones jubilatorias.
Es un mérito del Ministerio de Bienestar Social, que yo reconozco y aplaudo. Ha obtenido recursos genuinos que permiten encarar el futuro de los jubilados y pensionados con una mayor esperanza y seguridad.
Cuando recibimos el Gobierno, el 25 de mayo de 1973, la Secretaría de Seguridad Social tenía una disponibilidad de dieciocho mil millones de pesos moneda nacional; pero, junto con ello, también había una deuda con el Instituto de Jubilados y Pensionados y con el Fondo Nacional de la Vivienda que llegaba a los cincuenta y seis mil millones de pesos. Además, se debía a los jubilados una retroactividad de sesenta mil millones de pesos. Al cumplirse los ciento ochenta días de nuestro Gobierno, tengo el placer de anunciar que no solamente se han otorgado mejoras del 28 y e1 33 por ciento inspiradas por el pacto social, sino que se han pagado todas las deudas mencionadas.
Se han cumplido los pagos de las retroactividades atrasadas, que se están liquidando en este último bimestre. También se han firmado convenios con modernos policlínicos para la atención médica de jubilados y pensionados.
Se han establecido convenios de corresponsabilidad con la CGT, para que los mismos obreros controlen oficialmente si los aportes se pagan en término o no.
Se están agregando días al calendario de pagos para que cada jubilado llegue a percibir su pago al mes vencido, y no a dos o más meses atrasados.
Se ha agilizado la forma de cobro, para evitar esas largas y angustiosas colas frente a un banco determinado. Ahora pueden hacerla en el que más les convenga y esté más cerca de su domicilio.
Se está trabajando arduamente para facilitar el Turismo Social de jubilados y pensionados, de manera que puedan gozar de un descanso reparador y merecido quienes trabajaron mucho a lo largo de toda su existencia. Se han mejorado las pensiones para los internados en asilos y dependencias de rehabilitación o atención médica, colocándolos en situación muy mejorada con respecto al pasado.
El Gobierno no desea que la Semana de Seguridad Social termine sin un verdadero broche de oro que lleve la alegría a todos los hogares -un millón y medio- de jubilados y pensionados del Sistema Nacional de Previsión Social. A partir del 10 de enero de 1974 tendrán un aumento del treinta por ciento sobre los haberes que cobran a131 de diciembre de 1973. Para que el público en general tenga una idea de la real situación de los jubilados, les diremos que, cuando recibimos el Gobierno, la jubilación mínima era de 46.200 pesos. Esta, a partir del 1º de enero de 1974, será de ochenta mil pesos, lo que equivale decir el ochenta por ciento del actual salario vital, mínimo y móvil.
Señores: Es para mí un deber agradecer y felicitar, en nombre del Gobierno, a los funcionarios que han hecho posible la realización de todas estas conquistas, dirigidas hacia un sector que todos tenemos la obligación de cuidar. Los viejos y los niños, como ocurre en toda familia, son los que merecen nuestro cuidado. La familia vive y se mantiene cuando tanto unos como otros están debidamente protegidos.
Nosotros constituimos una gran familia, a la que solo podremos mantener fuerte, unida y solidaria si somos capaces de cuidar a nuestros chicos y a nuestros viejos. Así debemos pensar.
La función de la previsión social, con su asistencia social y todos los demás menesteres, es parte de esa solidaridad que tenemos la obligación moral de mantener. Y debemos también destacar que en nuestro país ya es una conquista que no puede ceder a la acción destructora del tiempo ni desvanecerse bajo las sombras del olvido.
En 1949 sancionamos una Constitución Justicialista, donde se dio status constitucional a los deberes y derechos de la ciudadanía. Entre esos derechos estaban el del Trabajo, el de la Familia, el de la Ancianidad y el de la Niñez. Han pasado muchos años; en 1956, esa Constitución, que estableció inalienablemente esos derechos, fue derogada por un bando. Yo no sé cómo puede hablarse de derecho constitucional en un país donde, por un bando, puede dejarse sin efecto una Constitución.
Tenemos que volver a dar status constitucional a esos derechos, porque ningún sistema constitucional podrá afirmarse en derechos que no estén garantidos por una Constitución, que ha de ser inamovible para evolucionar solo a lo largo de los tiempos y no al antojo de algunos trasnochados que encuentran mal todo lo que ellos no han sido capaces de realizar.
Señores: aprovecho también la oportunidad para agradecer, en nombre del Gobierno, a toda la organización que, a través de la CGE y de la CGT, han hecho posible que nuestra economía y nuestras finanzas puedan ponerse en pie y avanzar con la seguridad que dan los procedimientos honestos y capaces. Por eso, al felicitar al Ministerio de Bienestar Social, quiero hacerla extensivo al Ministerio de Economía, a la vez que expreso mi reconocimiento a cada uno de los señores funcionarios por todo lo que se está haciendo en la República, dado que todo lo que se hace es producto de su preocupación, de su capacidad y de su entusiasmo.
JUAN DOMINGO PERÓN

1 comentario:

  1. Que Grande Mi Gral, me enorgullezco de ser Peronista Carajo .....!!!!!

    ResponderEliminar