abril 03, 2010

"La Dictadura Perpetua" Juan Montalvo (1874)

LA DICTADURA PERPETUA
(Error del “Star and Herald”)
Es un deber de todo americano señalar los traidores a la patria común; de todo republicano combatir el despotismo y la perpetuidad; de todo hombre de bien levantarse contra lo inicuo y poner la voz en lo alto de los cielos
Juan Montalvo [1]
[28 de Octubre de 1874]

A los señores redactores del “Star and Herald”
Señores redactores:
Entre los títulos con que en su estimable periódico se recomienda al pue­blo ecuatoriano la reelección de García Moreno, se les pasó por alto el rasgo que más ilustra el carácter de su héroe y los hechos que más simpático le vuelven a ojos americanos; digo las públicas y reiteradas tentativas por vender su patria a las monarquías europeas, sin contar con la guerra que fue a buscar al Perú y llevó al Ecuador en la memorable expedición del ge­neral Castilla, que en paz descanse. Esta hazaña no le recomienda, al fin y al cabo, sino a los ecuatorianos; mas lo que son sus nobles ofertas al empe­rador de los franceses; sus puras intenciones en sus tratos con Pinzón y Mazarredo, le vuelven acreedor al aprecio universal y digno de reinar perpetuamente, Si se tratara de Almonte, Lavastida y Santana, de seguro que ustedes hablarían como buenos hijos de América; pero en ese ente fatídico que se llama García Moreno, va la fortuna hasta el punto de convertir a un traidor en patriota benemérito, un azote en instrumento saludable, un Satanás en un dios. Si los milagros de esa santa prostituta son tan grandes ¿cómo no ha de tener quien los admire? La ciega, torpe y bestial fortuna tiene hijos, y los diviniza; tiene sectarios, y la adoran.
¿O es que ustedes, campeones de la independencia y la libertad, aplauden asimismo las obras de Almonte, Lavastida y Santana, y les tienen por necesarios para el orden y la bienandanza de Méjico y Santo Domingo? Los franceses bendicen a La­fayette y maldicen a Bazaine; los españoles bendicen a las víctimas del 2 de mayo y maldicen a Godoy; los cubanos bendicen a Céspedes y ahorcan en los árboles del campo de la libertad a los traidores a la patria. Los ecua­torianos no bendicen a García Moreno, sabedlo, escritores sabios, periodistas de conciencia que lleváis sobre los hombros la máquina de Gutenberg, y que ojala l1eváseis dentro del pecho el alma de Washington y Bolívar. Galalón y el conde don Julián, clavados a una picota inmortal, son los eternos repre­sentantes de la infamia y nosotros hemos de erigir estatuas a un García Moreno en este nuevo mundo que se gallardea en su gloriosa autonomía? Si ustedes intentaren traer a la duda las acciones de ese don Julián falsificado, llegaron tarde a la disputa; son cosas bien averiguadas, constan en públicos documentos nunca desmentidos. Si por el contrario piensan que nadie me­rece más de su patria que el que la vende una y mil veces, y que aun los periódicos de la libre y liberal Colombia deben conspirar a la perpetuidad de ese tiranuelo, nada tengo que decir: piense cada uno como quiera, y Dios nos ayude a todos.
Mas no puedo apartarme de este punto sin hacer una reflexión; Jefferson Davis fue disidente, no traidor: si Jefferson Davis hubiera corrido a Ingla­terra a ofrecer los Estados Unidos a lord Palmerron, Jefferson Davis estu­viera colgado del pescuezo a una horca más alta que las pirámides de Egipto, para que le contemple el universo, en vez de estar gozando tranquilamente del generoso perdón de sus compatriotas. Ustedes tienen creída la misma cosa; mas visto que una triste nación del sur no es los Estados Unidos, en­tréguesela de nuevo a su verdugo. “Verdad a este lado de los Pirineos, error al otro lado”. Como Pascal era un sublime tonto, bien podía decir tan sutiles necedades. Lo único que yo sé es que Jorge Washington pagó con una suma de oro y otra mayor de vilipendio al traidor que se le atravesó en su cami­no: “Toma -le dijo- y vete”. El traidor desechó el oro, y corrió a velarse la tapa de los sesos: tenía más vergüenza que García Moreno. A éste no le echamos la puerta afuera: antes le llamarnos al mando perpetuo. Con justicia, pues si el de Washington había hecho traición en favor de América, el otro las ha hecho en contra suya: éste merece la becerra. Quisiera yo ser tan tonto como Pascal para decirme aquí alguna cosa digna de la posteridad; pero como Dios no ha querido tanto, lo que hago es morirme de silencio…
“Los mayores enemigos de García Moreno, great enemies, dicen ustedes, se ven obligados a confesar que durante su gobierno la República ha gozado de paz, y que monta mucho el progreso material no menos que el moral”. Yo lo niego, y negarlo ha todo el que tenga conocimiento y guarde memoria de las cosas. Dos guerras exteriores y cien revoluciones no son documentos de la paz, amigos míos: los huesos que están blanqueando en las colinas de Cuaspud, no acreditan el espíritu pacífico de García Moreno, se invaden los campos inocentes, se arranca al labriego del arado: paz. Se amarra al artesa­no, se despueblan los talleres: paz. Se echan pelotones de gente innumera­ble por esos derrumbaderos, se los entrega casi indefensos al hierro destruc­tor: paz. Huye el caudillo, vuelan los jefes, mueren los soldados: ¡paz! ¡paz! Vidas sin cuento, riquezas, honra, todo ha quedado en el lugar de la igno­minia: paz. ¿Esta es la paz por cuyo motivo el tiranuelo debe ser dictador perpetuo? Esta, sí, esta y la de Tulcán en que Julio Arboleda le molió a palos, son las barraganías que le llaman a la dominación vitalicia a ese man­cebo generoso. Sus pretensiones no eran tan levan tildas cuando, prisionero, con lágrimas en los ojos, voz de vieja, abrazado de un Cristo en que no cree, repetía: “Mañana nos fusilan, compañeros”, y ensartaba letanía tras letanía: Virgo veneranda, Virgo predicanda.
Quedamos en que dos guerras inicuas, promovidas sin razón patriótica, llevadas adelante con ineptitud, concluidas con vergüenza, cuyo efecto ha sido sino la deshonra, no tanto de ese pueblo cuanto su opresor, no son la paz de ningún modo. Pues si contemplamos en las revoluciones que el tira­nuelo ha ahogado en sangre; en las que ha desbaratado por obra de algún Judas; en la medrosa vigilancia con que pasa días y noches; en el despilfa­rro de la hacienda pública por acumular de vicio elementos de guerra, ven­dremos a concluir que ella es el estado normal de esa desventurada comar­ca. Guerra sin manos y muda, guerra muerta; guerra de los gusanos contra el cadáver. Veis allí un cuerpo exangüe tirado sobre el fango: García Moreno, sus esbirros y sus jesuitas, sus italianos y sus españoles, sus monjas y sus hermanas en muchedumbre infinita andan por dentro y por fuera comiéndole desesperados: la guerra de los gusanos contra el cadáver. ¡Feliz estado que los hombres filantrópicos y libres llaman paz!
¡Desdichado, por otra parte, el pueblo donde la revolución viniese a ser imposible! Esa sería la canonización de Dionisio Oenobardo, del Melga­rejo, de García Moreno. El derecho de conspirar contra la tiranía es de los más respetables para los hombres libres. ¡No! no es así: Quiroga, Salinas, Morales, mártires sagrados del Pichincha; Pamba, Caldas, Torres, víctimas del Funza, la tierra os come hace más de medio siglo, y ahora se os declara criminales. Y vosotras, sombras de Miranda y Madariaga, huid avergonzadas, que los hijos de la libertad os llaman de felones, porque la fundasteis a costa de la vida.
¿Cómo es esto? no pasa día sin que la prensa de todas las naciones harte de injurias a los ecuatorianos, con decir que no conspiran contra su tirano, que no le echan a los perros hecho trizas. Esclavos, cobardes, viles, todo, porque le sufren: vuelve uno la cabeza, y oye por ahí que uno de los timbres de García Moreno es haber vuelto imposible la revolución, y que sería una desgracia que dejase de reinar. Reinar: la lengua inglesa, lengua de la única monarquía donde reina la libertad; lengua de los Estados Unidos, no espe­raba que en una República libre e ilustrada se la emplease para abogar por un cruel tirano. Reinar: ¿no es verdad que García Moreno ha reinado, has reigned, y debe reinar para siempre en el Ecuador? ¡Después de quince años de un nefasto despotismo, de unas presidencias ganadas con puñal en mano, hay en Colombia quien litigue por él y crea necesaria la continuación de su reinado!
No ha mucho, un americano que promete ser de los más notables; que está ya recomendado a nuestras repúblicas por su acendrado patriotismo y su talento; el señor Adriano Páez, dijo en París que el día de hoy no había en la América hispana sino un pueblo que tenía no sólo el derecho, sino también el deber de conspirar; y que este pueblo era el Ecuador. En efecto, el Ecuador es el único que ahora tiene ese derecho, porque es el único esclavo: los pueblos libres y felices no lo tienen. Chile, el Perú, Colombia, Venezuela, Guatemala, Buenos Aires, están a su sabor, los menos al de la mayoría: sus gobiernos tienen oposición; la oposición tiene palabra, pluma, y esto habla por la minoría. Si sus gobiernos conspirasen contra las instituciones demo­cráticas; si las circunstancias fueran tales que sus presidentes se viesen en la necesidad de perpetuarse por el bien de la patria; si la tiranía con su séquito de espectros pavorosos saliese por las calles pompeando y halconeando, esos pueblos se revestirían del derecho de conspiración a su vez y si no conspirasen merecerían la censura de las otras naciones.
García Moreno ha hecho mal en volver imposible la revolución. Quíteles a los ecuatorianos el derecho de conspirar, manteniéndolos libres como lo habían sido, labrando su felicidad por medio de la ilustración, fomentando las virtudes públicas y privadas, y conspirar contra su gobierno habría sido acción ilícita. Pero si vuelve imposible la revolución matando a unos, ex­patriando a otros, envileciendo, entorpeciendo a los demás, ¿qué alabanza merece del filósofo, del patriota, del hombre bueno y generoso? Miles de proscritos en un puño de habitantes, ¡oh excelso, oh sumo gobernante! El publica en sus periódicos oficiales que todos esos son ladrones, bandidos, prófugos de las cárceles, incendiarios y otras cosas: no les persigue él sino la justicia; huyen de los tribunales, no de su gobierno. Yo digo, que pueblo donde mayor sea el número de criminales que el de hombres de bien, no ha conseguido una gran suma de progreso moral, a great amount of moral pro­gress. ¿Y ustedes qué dicen, señores redactores del Star and Herald?
Desengáñense ustedes, en el seno del fanatismo no se desenvuelve sino la ignorancia; en el de la hipocresía, el crimen. ¿Cómo ha de ser feliz el pueblo a donde acude en riadas pestilentes la hez de los conventos de Italia, España y otras partes; donde la instrucción pública es asunto de convento puramente; donde un obispo, un pobre fraile, un lego ignorante es el con­tralor celoso de la lectura en todos sus ramos? Los libros son artículo de comiso: de la aduana han de ir a la curia, a carga cerrada, y no pasan sino los que aprueba el familiar, el cocinero: ¿qué tiempo tiene el obispo para exa­minar libros? y obispos de García Moreno ¿qué luces, qué conciencia? La oscuridad matadora de los tiempos coloniales no era más ciega. ¡Y digan ustedes que el Ecuador, reinando García Moreno, ha alcanzado una gran suma de progreso moral! Sin libros, sin lectura ¿quién se civiliza, quién se instruye? ¡El soldado sobre el civil, el fraile sobre el soldado, el verdugo sobre el fraile, el tirano sobre el verdugo, el demonio sobre el tirano, todo nadando en un océano de sombras corrompidas! A great amount of moral progress.
García Moreno dividió el pueblo ecuatoriano en tres partes iguales; la una la dedicó a la muerte, la otra al destierro, la última a la servidumbre. Los muertos no pueden conspirar, los esclavos no se atreven, los desterrados han conspirado mil veces. Injusto era el granadino que se proponía ir desde la gran Cundinamarca a libertar a los ecuatorianos, para tener luego la satis­facción de abrir al mundo en Guayaquil “un mercado de un mill6n de eunucos”. No ha cumplido su palabra; pero siempre queda en su favor lo filantrópico de la intención y lo púdico del pensamiento.
Había en el nuevo mundo un pueblo donde el rey era el soberano, el pontífice, el juez, el padre de familia: ni contrato, ni empresa, ni cosa que se verificase sin su anuencia: domina en la nación, reina en el templo, resuelve en el tribunal, penetra en el hogar doméstico, y todo lo inquiere, todo lo sabe, todo lo fiscaliza. El rey no era tirano, y la nación había llegado a una suma de progreso material: a great amount of material progress. Entre va­rias obras portentosas, una carretera cual nuncia la vio Roma, une las dos capitales del imperio, otra maravilla del mundo, dicen los historiadores. Y con todo, el pueblo vivía en la tristeza, porque no era libre, ni cabe la feli­cidad en el seno del despotismo. ¿Cómo sucede que tan gran suma de pro­greso material no bastó para que nuestros padres dejasen de conquistarlo, por arrancarle de la barbarie? El pueblo no había alcanzado aún el progreso moral, y de aquí viene a suceder que era bárbaro en medio de sus grandezas materiales.
García Moreno ha emprendido, es cierto, en cuatro o cinco caminos: des­pués de gastos ingentes y miles de vidas perdidas en ellos, todos los ha abandonado. No tenía ni el aliento ni la capacidad intelectual necesarios para saber qué se debía hacer y hasta dónde se podía dar impulso al progreso material. El miserable trecho que recorre el viajero, obra de quince años, obra hecha para el enriquecimiento de cien hombres sin fe ni probidad, vale uno y cuesta diez. Ha construido asimismo dos Bastillas, una para sus pró­jimos, otra para su familia. Cuando visita esa casa del dolor, ese presidio horrible, les dice a sus amigos: Aquí he de morir yo. El sabe que lo merece, y espera la justicia del cielo.
El estreno de esa tumba de los vivos fue lastimoso: una mujer, una pobre niña descarriada: subió las funestas escaleras en medio de gendarmes, el lú­gubre edificio cayó sobre su corazón con toda su pesadumbre, corrió hacia una ventana inconclusa, y se arrojó al patio de cabeza. García Moreno, triun­fante, solemnizó esa fecha con un almuerzo singular: hizo freír los sesos de esa niña en la sangre de Maldonado, y se hartó hasta la borrachera. El piensa que lo tiene digerido, y no sabe que la indigestión se hará sentir el día de la cuenta: esos manjares no se descomponen sino al fuego del infier­no. Dios castiga el crimen no arrepentido ni expiado: con el pecado, con el vicio es indulgente, porque tienen remedio. ¿Qué fuera del género humano si toda mujer que sufre un desliz fuera encerrada para siempre? Las casas de reclusión no son casas de desesperación en ninguna parte del mundo; y ni rey ni presidente ejercen el triste cargo de andar por las calles aprehendiendo mujeres y despeñándolas. Despotismo, en todo despotismo y tiranía. El bien es moderado, la virtud mansa: las malas costumbres se corrigen, no se castigan como crímenes. Exhortación, dulzura, ejemplo valen más que la ferocidad. Si a Venus se le encierra en el mismo calabozo que a Nerón, se comete una insensatez: el parricidio y el descarrío son cosas muy diversas. El agua con que la Magdalena lavó los pies a Jesús, es el remedio de la deshonestidad.
García Moreno, cristiano, pruébalo en tu persona, pruébalo en tus frailes, y sobre mí si no mejoran hombres y mujeres.
No ha mucho pasó por este puente del mundo un extranjero que llevaba consigo una muestra de la piadosa civilización de este santo hombre, y como la cosa más curiosa del mundo la iba enseñando a todos. Era un papel del jefe de policía de Guayaquil, que rezaba: “Al que dé noticia del paradero de la prostituta tal, 50 pesos de gratificación”. Aquí tienen ustedes puesta a talla la cabeza de un ente miserable. ¿Es posible que sistema semejante rija en el corazón de la América civilizada? ¡Los altos magistrados pregonan­do a son de trompetas las culpas de una mujer, y fomentando con dinero la infame delación! García Moreno que sabe muchas cosas malas, no sabe ni una buena: si hubiera llegado a su noticia que “la ropa sucia se lava en casa”, no pusiera carteles en el Chimborazo, para que por medio de este embajador sublime aprehendan las naciones a “la prostituta” que se le había ido a las garras, y se la entreguen a buen recaudo. Últimamente ha enviado a Europa un ministro plenipotenciario a celebrar con Francia, la Gran Bre­taña y el Imperio Alemán un tratado de extradición de terceras en concor­dia y mozas del partido; cuyo tratado se propone cumplir con toda religiosi­dad enviándole algunas hasta de las suyas propias. No sabemos si la maldad que pasa a delirio, merece la cólera o la risa de los hombres. ¡Un presidente ocupado de día y de noche en coger niñas alegres y viejas tristes, persi­guiéndolas hasta más allá de la frontera! ¿Y creerán ustedes que él de su persona es un San Jerónimo? No señor; pone sus carteles, y mama la cabra. ¡Vaya un país donde la madre Celestina merece los honores de ser reclamada por medio de una legación de primera clase! Parece que, en este particular, el amigo don Gabriel no piensa como el galeote “corredor de oreja, y aun de todo el cuerpo”, que iba a galeras por haber querido que todo el mundo se huelgue y viva bien. A García Moreno le habremos de hacer pintar aho­gando bajo su planta poderosa a la madre Celestina; pues montas que en su estatua ecuestre ha de ir al anca el corredor de todo el cuerpo.
Estos son los progresos materiales y morales de García Moreno. Pero de­mos que perforase los Andes y pusiese en contacto los dos mares: ha conta­giado a sus esclavos con la lepra de su alma, y en tanto que esos chorros de pus apestan al Nuevo Mundo, no podemos decir que hay salud en ese pueblo.
El espíritu de Samuel Morse no desciende sino sobre las naciones lumi­nosas: hoy que sus alambres encantados unen los dos polos, el oriente y el occidente, y envuelven la tierra, comunicándole al oído los secretos de las ciencias, los sucesos de la política, los vaivenes del comercio ¿cuál es el cacique ignorante que se atreve a decir que su tribu ha superado a todas las repúblicas suramericanas en adelantos físicos y morales, cuando no tiene un jeme de telégrafo eléctrico, ni sabe quién ha sido Sirus Field? El istmo de Panamá está viendo pasar desde tiempo inmemorial esas mangas de fantasmas tenebrosos que van a oscurecer el Ecuador, frailes de uno y otro sexo, je­suitas repelidos de todo el mundo, carlistas trashumantes, y aquí, aquí es donde se publica que el despotismo de García Moreno ha dotado al Ecuador con una gran suma de progreso físico y moral!
“Más vale un malo conocido que un bueno por conocer”. Este es el ruin adagio que ustedes han ido a mendigar a otra lengua, para ponerlo por fun­damento filosófico de una infame usurpación, de una perpetuidad que es ya, no solamente la ignominia del Ecuador, pero también la vergüenza de la América republicana. ¿A dónde van a parar los principios democráticos, a dónde las instituciones liberales, a dónde los derechos de los pueblos, a dónde la justicia, a dónde el pundonor, a dónde la dignidad humana, a dónde la libertad, a dónde la esperanza? “Más vale un malo conocido que un bueno por conocer”. ¡Ah, señores, si las sentencias de la trascasa han de salir ahora a echar por tierra las máximas de la filosofía, los fundamentos del gobierno, las bases de la república, llorad, llorad conmigo la calamidad de los tiempos, la negra desdicha del género humano. Senado de los Lores, Cámara de los Comunes; Cuerpo legislativo de la ilustre Francia; legisladores de los Es­tados Unidos: Gladstone, Beales, Thiers, Gambetta; y tú, Carlos Summer, el más sabio, el más filantrópico de los norteamericanos, salid, huid, el mundo no os necesita ni os aprecia: el galopín de montera blanca y delantal manchado de carbón es el que reina, el que legisla! “Más vale un malo cono­cido que un bueno por conocer”; ¡viva la dictadura perpetua del verdugo!
“Lo que García Moreno ha hecho por el progreso y adelanto de su país, es patente para todo”. Veamos lo que es patente para Colombia donde se publican estas cosas. Para Mosquera es patente que García Moreno le mo­lestó con enviarle nueve mil labriegos para que los degüelle a orillas del Carchi: para Arboleda es patente que García Moreno le frustró sus planes, le destruyó su partido, le causó la muerte, yendo en persona a hacerse apa­lear a orillas del Carchi. En tanto que ese fiero colombiano meneaba la ca­chiporra sobre la cabeza de sus correligionarios, el amigo don Tomás Cipria­no iba ganando terreno y apoderándose de todo, como quien no dice nada.
Lo que es patente para Colombia es el alzamiento de Nicolás Martínez contra los colombianos; ese horrendo somatén donde hombres, mujeres y ni­ños fueron destrozados o puestos en huida a media noche. Bien es verdad que este suceso debe ser pura fábula, ya que el asesino recibió un alto ascenso en las barbas del Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario que fue a pedir satisfacciones y entró a Quito como una tromba marina, oscuro, amenazante. La tempestad fue al punto convertida en calma chicha, el que había venido rugiendo como león, salió arrullando como paloma. Vengados fueron sus compatriotas, puesto a salvo el honor de la nación, ya que él, un asesino, subió a ministro de la Corte Suprema donde se pandea todavía, y el otro a gobernador del lugar del crimen. García Moreno, donde no vale la fuerza, echa mano por la magia: es Atlante en cuerpo en Polifemo. Tiene además un colegio de Circes que hacen raras transmutaciones. Poco fue que no le hizo confesar y comulgar a su hombre. C`est mon homme, dicen los franceses: García Moreno tiene sus hombres.
¡Qué es, mi Dios, ver un empleado público, un agente de la autoridad suprema, un gobernador alzar el pueblo, asaltar, a media noche a una colo­nia extranjera, romper, herir, destrozar a diestra y a siniestra! Estos son los sostenedores de García Moreno, a éstos asciende a ministros de la Corte Suprema, éstos piden su reelección, éstos escriben las manifestaciones que tanto han podido en el ánimo de ustedes, señores redactores del Star and Herald. Aquí tienen ustedes una cosa tan mala como el acontecimiento de Bolivia que se ha querido convertir en provecho del tiranuelo del Ecuador, sin más efecto que el daño de estos recuerdos. Sin ocasión, no conviene llevar la memoria a los casos horribles: mas la oportunidad, la necesidad... Si la página más brillante de García Moreno es no haber hecho lo que Iriondo, yo siento y pruebo que en el Ecuador han ocurrido crímenes pú­blicos mucho más trascendentales. Al fin los bolivianos se están pelando las barbas entre ellos; pero la hospitalidad, esa diosa de los bárbaros que ado­ran también los pueblos civilizados, no ha visto caer sus templos en Bolivia. García Moreno hace juzgar a los extranjeros por herejes, y a otros los echan a palos de sus pueblos. ¡Ese, ese hombre debe ser dictador vitalicio del país donde acontecen hechos semejantes!
Ya oigo la argumentación de García Moreno: los reos fueron juzgados, dice; absueltos los delincuentes, ¿qué culpa tengo? Fueron juzgados, no por orden suya; fueron absueltos, por su orden. El trató con el Ministro de Colombia, él premió a los asesinos. La revolución es el mayor de los críme­nes en siendo contra su tiranía: las que él hace contra hombres buenos, mansos, sencillos, inocentes, simples, beatos, infelices como Cardón, como Es­pinosa, son cosas grandes, cosas bellas, Espinosa los hada juzgar; García Moreno le bota, usurpa el mando, y hace ministros de la Corte Suprema y gobernadores a los asesinos: y el señor don Teodoro[2], muy satisfecho de sí mismo, piensa que se ha echado a la faltriquera a Talleyrand y Metternich.
¿Qué otra cosa es patente para Colombia? Cosa patente -los cinco co­lombianos azotados en Esmeraldas, uno de los cuales llevó su queja hasta las altas regiones del gobierno.
¿Qué otra cosa es patente para Colombia? Cosa patente -los robos ofi­ciales que cada día se hacen a colombianos en el Ecuador, quitándoles hasta los céntimos del bolsillo. Los robados se desahogan con hartar de insultos a los ecuatorianos: ¡Dios de bondad! ¿Son ellos que les saltean? Es García Moreno el jesuita, hombre sin patria: no la tiene el que no la ama y la des­honra; no la tiene el que la escarnece y la embrutece; no la tiene el que la oprime y la mata. La hospitalidad, la benevolencia, el cariño que los colombianos han hallado siempre en el Ecuador ¿en dónde los hubieran hallado? Amor, riqueza, preponderancia, todo. Las mejores casas siempre abiertas para los vecinos; las mejores manos, a su alcance; las mejores haciendas, para ellos: en buena hora, si ha sabido merecerlas. Cuando García Moreno y su pandilla les roban, les persiguen, les ultrajan, él es el delincuente, él mere­ce el castigo; ¿por qué vengarse de sus víctimas? Por qué le sufren, excla­man en Bogotá; por qué no le derriban, añaden en Popayán; por qué no le matan, gritan en la brava Pasto. La prensa de Panamá ha tomado sobre sí el oponerse a esas ciudades; ella no quiere que le derriben ni le maten; antes proclama la dictadura perpetua del verdugo. ¡No, señores! no he dicho la prensa de Panamá; digo un periódico, periódico escrito en lengua extraña. El pueblo panameño que se levanta en globo a vitorear a Páez; que festeja en la alegría de la libertad y el patriotismo al último de nuestros libertado­res, no aplaude las obras de un oscuro tiranuelo, las supercherías de un traidor consuetudinario. La estatua de Herrera está ahí que le instruye y le amenaza: en faltando sus hermanos a los deberes del hombre libre y fiero, ella alza la voz y les contiene: la voz de la tumba, solemne en todo caso, terrible cuando se queja y se lamenta. Y vosotros, campeones de la ley, soldados de la inteligencia, propagadores de las luces, diarios del alta Bogotá, ¿no estáis desmintiendo cada día los asertos de este cofrade descarriado? “La Ilustración”, “La América”, el “Diario de Cundinamarca” y otros cientos, no piden la tercera, la cuarta, la quinta reelección de García Moreno, ni piensan que sea necesaria una mano de fierro para ese pueblo de corde­ros. ¿Cuál más suave, más blando, más fácil de gobernar, y aun de oprimir en todo tiempo? Pues necesita una mano de fierro. Potestas tenebrarum,
¿Qué otra cosa es patente para Colombia? Les sobra fundamento a ciertos colombianos y muy particularmente al Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario para pedir satisfacciones de la sangre derramada por Ni­colás Martínez; les sobra fundamento para llamar de “matachines” y de “viles” a los ecuatorianos, y venderlos al mundo por “eunucos”. Es cierto que en los dominios del Gran Señor de la Puerta Otomana los eunucos co­rren con el azotar; ¿a quiénes? A los de Esmeraldas: ¡gran Dios!
Ahora veamos lo que es patente para el Perú, otro de los vecinos. El Perú sabe y ha visto la persecución de García Moreno a los miembros del concejo municipal de Guayaquil que protestaron patriótica, noble, altamente con­tra la ocupación de las islas guaneras por los españoles. El Perú sabe que García Moreno es reo de sus tribunales, preso legítimo de sus cárceles; sabe que tiene allí causa criminal declarada con lugar a proceder; sabe que sus jueces le han juzgado por tentativa de homicidio. Sabe y ha visto que el pueblo de Lima le seguía por las calles cuando huía medroso, a las voces de: “¡No hay quien mate a ese traidor!” “¡ No hay quien mate a ese tirano!”.
¿Qué más sabe y ha visto el Perú? Sabe y ha visto que en Piura le fusi­laron en estatua por la espalda. El Perú y Bolivia y Colombia y Venezuela y Chile y Buenos Aires y todo el continente sabe que García Moreno pro­puso al señor Heriberto García de Quevedo entregar el Ecuador a España; sabe que escribió varias cartas al señor Trinité ofreciéndoselo a Francia, y ha leído esas cartas. ¿Qué más sabe y ha visto la América del Sur? García Moreno contesta, no para negar estos delitos, sino para decir que son cosas traqueadas, antiguas, y que los que se las recuerdan son ladrones, bribones, estafadores, pillos, bandidos, prófugos, infames calumniantes y otras santi­dades de las que acostumbra. Contesta, no que no ha cometido esas felonías, sino que son cosas traqueadas, antiguas. Con ser buen leguleyo no sabe que los crímenes no prescriben; y con ser no mal físico, no sabe que la infamia tiene aceite de patíbulo, no se seca jamás, y está oliendo sin fin, como el almizcle.
Traqueadas, antiguas... y cabalmente por esto debe ser dictador perpe­tuo. Quisiera yo saber si los franceses elegirán presidente de la República a Bazaine dentro de catorce años: su traición será entonces cosa traqueada, antigua, y tendrá derecho al primer puesto. Hay acciones que imprimen ca­rácter: los traidores son sacerdotes ordenados por Satanás, y con cerquillo y corona se van a los infiernos, aun cuando viva cien años. Cosas traquea­das, antiguas... ¿Y quién nos guarda de que no las renueve, refresque y pulimente en la primera ocasión? Como su poder viniera a riesgo de perder­se, verían ustedes que aquel presbítero hada lo posible por darle retoque a lo traqueado, novedad a lo antiguo. Res sacra reus, decían los romanos; el reo es cosa sagrada. Pero esto era cuando iba hacia el cadalso: cuando se contonea en la gloria mundana, el reo es cosa maldita.
García Moreno debe ser dictador perpetuo por estas razones positivas; ahora vienen las negativas. Debe hacerlo, porque él no ha hecho lo que el gobierno de Bolivia acaba de hacer con un distinguido boliviano, romper con su casa a cañonazos, invadirla, saquearla, llevarse presos a sus moradores. Y no debe serlo también porque no ha puesto fuego al templo de Delfos; porque no ha destruido la biblioteca alejandrina; porque no ha matado a su madre ni a su esposa; porque no ha entrado Roma a sangre y fuego; porque no ha asesinado a Enrique IV; porque no ha Fusilado a monseñor Darboy; porque no ha entregado la nación francesa a los alemanes; porque no ha des­orejado a los generales enemigos, como don Manuel Rosas. Sobran razones para elegir por tercera vez a García Moreno.
Un anciano agobiado con el peso de los años y los males se halla en el ca­labozo de un cuartel: cuno, enfermo, triste, no dice nada ni se mueve. Lle­gan los verdugos, le toman, le arrastran al patio, le templan, le azotan. ¿Oyen ustedes? ¡le azotan! ¿Han oído? ¡le azotan! Y ese hombre es militar, gene­ral, veterano de la independencia. Después de azotado, le echan fuera. A pocos días, como iba por la calle despacio, taciturno, cayó muerto. El corolario del azote debía ser el veneno: el tiranuelo temió la venganza del sol­dado. Justo es que en Colombia, en Panamá se proclame la dictadura perpe­tua de García Moreno: el general Ayarza fue hijo de Panamá, colombiano. ¿A dónde sois idos, justicia y honor de las naciones?
¡Al honor y la justicia de Colombia no seré yo quien toque, por Dios vivo!
Las virtudes de un gran pueblo son cosas muy elevadas, para que vengan a tierra por desvíos solitarios que él no disimula. Pero me llena de asombro el ver cómo de la cuna del general Fernando Ayarza salga la única voz qui­zás que en Colombia canonice al traidor y azotador García Moreno. Cinco años de destierro son para cualquiera cinco muertes: cinco años vividos en un desierto hermoso donde la mano de Dios está extendida sobre la Natu­raleza y los pocos hombres que le habitan, me enseñaron a quererla a esta Colombia, heroica por sus hechos, libre por su querer, clara por sus luces, cuando al pie del Chiles y el Cumbal pasaba yo mis días tristes en esa felici­dad misteriosa de que sólo son capaces ciertos corazones.
Cuando el crimen de haber azotado a un general, un veterano de la inde­pendencia fue a resonar en las naciones vecinas, don Pedro Pablo García Moreno, hermano del delincuente, desmintió en Lima con laudable prontitud el desafuero que se atribuía a su hermano, y dijo en “El Comercio”, que de ser verdadera semejante atrocidad se seguiría que ese hombre muriese abru­mado bajo el peso de la execración del mundo. El hecho era positivo, au­téntica la noticia. Los hermanos de aquel bárbaro protestan junto con todos los suramericanos contra sus insensatas tropelías; y habrá un escritor, un periodista, un encargado de los intereses generales, un guardián de la moral pública, un vigilante de la libertad, un oficial de la democracia que alce la voz y llame a la dominación vitalicia al ser infausto que está condenado a muerte por el tribunal del Nuevo Mundo, a las penas eternas por la justicia del Todopoderoso!
¡Qué doctrinas! La republicana desecha la de los hombres necesarios, y la de los providenciales es impiedad entre nosotros, cuando no fue sino san­dez en Napoleón nI. La elección de Grant para un tercer período no sería admisible en los Estados Unidos, porque olería a cesarismo; la de García Mo­reno es necesaria en el Ecuador, porque “difieren las circunstancias”. ¿Qué circunstancias? ¡ah, señores! este vago, hueco, fantástico vocablo no entraña muchos veces sino la nada; pero una nada malévola, nociva; vientecillo ape­nas sensible que causa la muerte, como esos aires disimulados que en ciertos países soplan a modo de céfiro y matan a modo de Simún. Las circunstan­cias no quieren que Grant se perpetúe en los Estados Unidos, Sarmiento en la República Argentina, Murillo en Colombia, y exigen que García Moreno sea eterno en el Ecuador. Estos suben par elección libre, gobiernan con rec­titud, concluyen con honor, descienden con modestia, y no incurren en fa­tuidad y vanistorio afirmando que sólo ellos son capaces de regir sus naciones respectivas. Que García Moreno piense y aun diga que en la suya no hay sino él, aun no tan malo; que mande a sus Eutropíos pensar y decir lo mismo, es natural: ya otro de su calaña mandó que se le tenga por Cibeles, madre de los dioses; y el que tal no creía y confesaba, incurría en delito de lesa majestad. Pero que hijos de otros padres, escritores de luces, periodis­tas acreditados hagan a un pueblo todo el sumo agravio de no concederle sino un hombre, es cosa que no sufre el corazón. ¿Conocen ellos a ese pueblo? ¿Conocen a esos hombres? Piensen, confiesen y sostengan que García Moreno es Cibeles, madre de los dioses; pero no cierren a palos con los que no Jo confiesan porque no lo creen. Pueblo donde no hubiese más que un hombre, estaría condenado a la conquista o a la barbarie. Bien es que los dioses no mueren; y si el viejo Saturno se los iba comiendo conforme le iban naciendo, la madre Cibeles le parió tal hijo que se llamó Júpiter. Pero si no mueren se van, amigos míos; ¿no saben ustedes que los dioses se van? Se fueron de la Francia, se fueron de la España, se fueron de Roma, se fue­ron de Nápoles: emperadores, reyes, papas, ¡a la edad media ¡Vade retro!.
Del Paraguay, se fueron; de Buenos Aires, se fueron; de Bolivia, se fue­ron; de Guatemala, se fueron; del Salvador, se fueron; el doctor Francia, Melgarejo, Carrera, Dueñas, dioses de menor cuantía, títeres del Olimpo, ¡se fueron! y no así como quiera sino marcados en la frente con el hierro con que los pueblos señalan a los tiranos para que sean reconocidos en las regiones infernales.
García Moreno no se va todavía, el esfinge no se mueve: su castigo está madurando en el seno de la Providencia; mas yo pienso que se ha de ir cuando menos acordemos, y sin ruido: ha de dar dos piruetas en el aire, y se ha de desvanecer, dejando un fuerte olor de azufre en torno suyo. Los jesuitas le han cortado el rabo para cuando lo hayan menester: ¿les valdrá la reliquia? Los dioses se van, amigos míos: se van también los diablos: Je­sús es el que viene: Jesús nos trae la redención, la libertad, la democracia.
Volvamos a la política. Las circunstancias suenan a motivo transitorio, que no data de quince años, ni se extiende por el porvenir durante la vida de un hombre: reina ya quince años ese tiranuelo, ¿y todavía alega las cir­cunstancias para no apearse? Pues si es de condición que en tanto tiempo no ha podido ordenar las cosas de manera que entregue honradamente el mando, y sin temor, a otro ciudadano, de presumir es, seguro es que las circunstancias durarán tanto cuanto esa alma de diablo mueva ese cuerpo de bruto. Tiene en su persona todos los caracteres de la longevivencia: bien repartido, pecho espacioso, osamenta, gruesa, sólida: el temperamento, íg­neo; las extremidades, enormes; cabeza, pies y manos de gigante. Cuando algún geólogo averiguador, rebuscando en provecho de las ciencias las rui­nas de Quito después de algunos siglos, halle sus restos fósiles, ha de com­poner con ellos un mastodonte. Frisa con los sesenta años nuestro hidalgo el día de hoy; por la parte que menos, se vive sus treinta más; y hemos de esperar a que se muera? ¡Justicia del cielo! ¿Quién no legitimaría la usur­pación, el régimen tiránico, si todo fuera alegar las circunstancias? Fundad­nos la política en la filosofía, las razones en la razón, si queréis reducirnos a vuestros pensamientos: en tanto que las circunstancias vuelan con el humo, no hay que palpar ni que apreciar en ellas. La gran circunstancia de los pueblos es la libertad; la de los hombres, el honor: oscurantismo, tiranía, servidumbre son malas circunstancias, amigos y señores.
Si va a la hacienda, ¿quién no sabe la mina vergonzosa del Ecuador, bien así en lo tocante a la riqueza pública como a la particular? La moneda es desconocida, el ruin papel es el símbolo de los valores; y el pueblo, el pueblo que trabaja, el pueblo que suda, el pueblo que da de comer, no come: el pueblo tiene hambre, tiene hambre el pueblo, ¡cosa horrible, cosa inaudi­ta en Suramérica! Los diez mil italianos de capilla, los veinte mil jesuitas, las cien mil jenízaros que con nombres variados y pintorescos han importado del viejo mundo, se comen lo poco que alcanza a producir un pueblo ahe­rrojado: sabido es que el trabajo libre es el productivo. Los frailes son los únicos que tienen dinero. “Cuando lo he menester -acaba de decirme un notable comerciante-, no voy a tal ni a cual casa mercantil; voy a una cel­da; los padres me sacan de cualquier apuro, por mi dinero”. La usura ha nacido y vivido en el convento; ojala muriese en el patíbulo. Cada fraile extranjero es una ventosa pegada a las carnes de ese pueblo desdichado: todos tienen rentas cuantiosas, todos tienen industrias, todos hacen milagros, desde el enviado del Papa, y a la sombra del tiranuelo: las iglesias están saqueadas, las custodias falsificadas, las imágenes desnudas. Un tal Tavani, internuncio, hizo tanto en Quito, que de vuelta a Roma, Antonelli le suscitó tres causas criminales, y una de ellas la de simonía. Pero como había llevado medio millón de pesos, él tuvo la justicia de su parte, y hoy vive a lo carde­nal en un palacio. Esos quinientos mil duros, ¿para cuántas necesidades no hubieran servido en el Ecuador? El Star and Herald acaba de anunciar que el reverendo Padre Potter, de la Compañía de Jesús, ha sido nombrado ministro de Instrucción Pública en el Ecuador. “Este parece ser -añade el respetable periódico- el paraíso de los jesuitas; y está muy bien que los humildes secuaces de Jesús a quienes la civilización de nuestro siglo insiste en perseguir, hallen un lugar de descanso, aun cuando sea en las costas del Pacífico”. La ironía no puede ser más en favor nuestro: los hombres a quie­nes la civilización repele, hallan su paraíso en el Ecuador, que naturalmente será más civilizado que Europa y que toda América. Aquí tienen ustedes, señores del Star and Hereld, confesada y pregonada por ustedes la barba­rie de García Moreno. En su conciencia, ustedes están de acuerdo con nos­otros; ¿pues cómo sostienen lo contrario? Cuando aún no acaba de reírse el Nuevo Mundo de ver a ese ingenioso Cayo dedicar por un acto solemne la República al Sagrado Corazón de Jesús, ¿cómo se ha de maravillar de que los jesuitas compongan su Ministerio? Hombre jocoso: ha repartido su ejér­cito en cuatro divisiones: “División del Niño Dios”, “División del Buen Pastor”, “División de las Cinco Llagas”, “División de La Purísima”. Y don. de los regimientos se llaman en otras partes “Húsares de Apure”, “Drago­nes de a caballo”, “Granaderos de la guardia”, “Lanceros de la muerte”, en el ejército de García Moreno se llaman “Hermanos Católicos”, “Hijos de Su Santidad”, “Guardianes de la Virgen”, “Ejercitantes voluntarios”. Pues han de saber ustedes que el ejército de García Moreno entra a ejercicios, confiesan y comulgan desde los generales. Si no estuviera tan manoseada, tan vulgarizada, tan opacada esta palabra de Cicerón, risum teneatis, aquí me la decía yo, porque aquí encaja.
Parece que la clerigalla extranjera ha recogido ya el último centavo: para salir de apuros, García Moreno ha recurrido al empréstito, ese yugo tan pesado bajo el cual gimen los gobiernos poco advertidos, bajo del cual medran los de escasa probidad. ¿Cuándo llegará el día de que el mal del empréstito no sea necesario porque lo rehuyamos con el trabajo y la economía? El empréstito, molestia del presente, azote del porvenir, espectro que aterra a los gobiernos probos. García Moreno ha recurrido al empréstito: ha de ofrecer cinco por uno, y lo ha de conseguir: ¿qué le importa? él sabe que no será él quien pague. El empréstito, cucaña para los prestamistas, ganga para los negociadores, boda, jolgorio para los jesuitas. Pronto, pronto esos millones: el Padre Alfarache los exige, la madre Labrusca los reclama.
No concluiré sin suplicar a mis lectores no tomen a la letra un principio consignado en este escrito y ligeramente desenvuelto; hablo del derecho de insurrección, que sería sobrado atrevido si no se le encerrase en los límites que piden la razón y “un derecho superior”, cual es el que tiene la República de existir; “principio que domina todo el edificio social y político”, según acaba de sentar el hombre más consumado en materias políticas y sociales de los Estados Unidos. Este es el honorable Reverdy Johnson, quien acaba de decidir que Mc Enery no tenía derecho para derribar el gobierno del usurpador Kellogg, y que la revolución de la Luisiana ha sido un acto ilícito, aún cuando el electo legítimo hubiese sido el dicho Mc Enery; y que todo lo que le cumplía al pueblo luisianés era esperar con paciencia. Reverdy Johnson ha juzgado en un sólo punto de vista; ni había otros en los cuales se presentase la materia: Kellogg entrampó las elecciones y se declaró gober­nador de la Luisiana: Mc Enery reunió la mayoría de sufragios, y fue bur­lado por su competidor: ¿tuvo derecho para tomar por la fuerza lo que sus conciudadanos le habían concedido de su buena gracia? Un juez competente, anciano en quien concurren la experiencia, la sabiduría y la probidad, ha decidido que no, porque del principio contrario se seguiría la anarquía. Pero si a la usurpación hubiera añadido el dicho Kellogg el crimen de atentar contra las instituciones democráticas, de imponer su pura voluntad con vilipendio de las leyes, de erigir el cadalso como el altar de la patria, de ahogar a los hijos de ella bajo un sinnúmero de frailes ávidos de su sangre, de plan­tear e! fanatismo como principio filosófico, de declarar el Syllabus la ley de la república, después de haberla vendido varias veces a las naciones europeas; y si sobre esto se añadiese la resolución de perpetuarse y aun nombrar su sucesor después de sus días: el sabio, el justo, el patriota Reverdy Johnson hubiera decidido que el pueblo de Luisiana no había tenido derecho para derribar al usurpador? ¡No! Y si tal lo decidiera, hubiéramos dudado de su sabiduría.
Con harto fundamento esperamos, señores redactores del Star and He­rald, que ustedes rectifiquen los conceptos de! artículo que ha motivado e! presente opusculillo; y mucho más si hacen memoria de los tan contrarios que más de una vez han consignado en su periódico, obedeciendo a la ley de b justicia. Para la popularidad y el buen nombre de que gozan el Star and Herald sobran razones: un periódico no cobra tanto crédito sino por al ele­vación con que trata las cosas y la rectitud con las que deslinda: ¿de dónde ha podido suceder que hoy salga a cuestas con la apología de un tiranuelo cuya extravagancia raya en locura, tiranuelo unánimemente aborrecido en las naciones suramericanas? El escritor se atiene a los hechos públicos, y no a las adulaciones con que un hombre de escaso pudor se recomienda él mismo.
¿Qué son los papeles que él manda escribir, los informes de sus agentes, para con las traiciones a América, los azotes a generales de la independencia y otros crímenes grandes y espantosos que puestos sobre el Pichincha están gritando al mundo: juzgadle, juzgadle? Obra será del autor de su vida sacar a luz los negros secretos de esa tiranía: un transeúnte le ha salido al paso la ocasión, y tomándola en globo, no tiene tiempo ni humor de entrar en esas particularidades que disgustan como una muchedumbre de sabandijas. Pero es un deber de todo americano señalar los traidores a la patria común; de todo republicano combatir el despotismo y la perpetuidad; de todo hombre de bien levantarse contra lo inicuo y poner la voz en lo alto de los cielos. No es tiempo perdido el que se emplea en favor de nuestros semejantes, ni el camino es malo porque se gaste una jornada en volver por los derechos de los pueblos. No desmayar en ningún tiempo ante la muerte ni ante la calumnia, este es el secreto por cuyo medio hemos alcanzado la venganza de la tiranía, título glorioso al respeto de los hombres libres.
Panamá, 28 de octubre de 1874.
JUAN MOTALVO
[1] Juan María Montalvo Fiallos (1833-1889), pensador, político liberal, periodista, ensayista y novelista ecuatoriano muy reconocido en su país y fuera de las fronteras; cada 13 de abril se celebra el Día del Maestro ecuatoriano en honor a su natalicio. Es conocido como el “Cervantes de América”, pero también por ser un combativo polemista de las tiranías de su tiempo, ingresa a la historia de la literatura ecuatoriana bajo el exótico apelativo de “gran insultador”. En sus escritos no obstante demuestra el amor a la libertad, la defensa a la democracia y la divulgación de los conocimientos científicos, en procura de un mejoramiento de la ética social. Vivió apasionadamente la política de partidos de su país, y su pensamiento liberal estuvo fuertemente marcado por el anticlericalismo y la oposición a los dictadores Gabriel García Moreno e Ignacio de Veintemilla. Luego de la publicación de la revista El Cosmopolita, por medio de la cual criticaba a la dictadura de García Moreno, Montalvo viajó a Colombia, donde escribió gran parte del resto de su obra. Uno de sus libros más conocidos es Las Catilinarias, publicado en 1880. Entre sus ensayos destacan Siete Tratados (1882) y Geometría Moral (póstumo, 1902). También escribió una secuela de Don Quijote, llamada Capítulos que se le olvidaron a Cervantes. El presente, escrito en Panamá, es un panfleto en réplica a un artículo periodístico que promovía la tercera reelección de García Moreno en Ecuador. Su texto, constituye un canto a la Libertad y a la lucha contra la tiranía,que en su tiempo fue leído clandestinamente en su país y contribuyó - según los historiadores- al trágico final de la dictadura de García Moreno el 5 de agosto de 1875, con el asesinato del tirano.
[2] Teodoro Valenzuela, el mismo de Colombia en Quito.

1 comentario:

  1. Noé Sarango Obacomayo 23, 2012

    La dictadura perpetua seguimos viviendo ahora con esos gobiernos que se la dan de "revolucionarios" y que en el fondo son dictadorzuelos, y se reeligen ellos mismos, señalando al Pueblo de esa infamia. Pobre, pobre Pueblo hasta cuándo tendremos que soportar a estos tiranos bellacos. El pueblo, el pueblo, el pueblo.... nos eligió, mentira, son sus leyes mal hechas, hechas a la trampa, patrañas que los cobija en sus corrupciones, entonces no es el pueblo, son ellos mismos, sus leyes de pacotilla, sus marimañas las que los mantienen en el poder.
    Dios Nuestro resucita a Juan Montalvo, por el gran amor que tienes a tu Pueblo Noble, tan sufrido, tan burlado y tan engañado por estos politiqueros de ahora!!!!!!!!!!...............
    Noé Sarango Obaco

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