mayo 17, 2010

"Causa de las causas" Bernardo de Monteagudo (1811)

CAUSA DE LAS CAUSAS [1]
Bernardo de Monteagudo
[20 de Diciembre de 1811]

Es más fácil conocer el genio y carácter de la especie humana, que calcular el de sus individuos: la diferencia entre estos es tan notable, que algunos filósofos han llegado a dudar la unidad de aquella. Así las más profundas observaciones sobre el espíritu humano burlan siempre la esperanza del pensador, que cree resolver problemas, cuando en realidad no hace sino proponer otros nuevos. Por todas partes veo al hombre empeñado en parecer virtuoso, y en merecer la consideración de sus semejantes: pero también le veo abusar luego de esta estimación, que usurpó su hipocresía. Y observando después su humildad antes de obtenerla, su altivez luego que la esperó, y su ingratitud apenas la obtuvo; desconozco al hombre en el hombre mismo, y veo que un solo individuo es tan diferente de sí propio según las circunstancias como lo es de los demás en razón de su varia organización. Infiero de todo esto, que en tan obscuro dédalo sólo la experiencia podrá fijar los elementos del criterio, y descubrir las pasiones dominantes, los vicios favoritos, y las virtudes geniales de cada hombre.
Ninguna época favorece más este descubrimiento, que aquella en que las naciones publican ya el prólogo de sus nuevos anales: entonces se presentan héroes que admiran, imbéciles que provocan, almas generosas, fríos egoístas, celosos patronos de la especie humana, hipócritas defensores de su causa, hombres en fin que hasta llenar la esperanza de sus pasiones, son incorruptibles y virtuosos. Ocupar a unos y otros indistintamente, es de necesidad en los principios: preferir el vicioso al recto de corazón, creyendo encontrar las virtudes de un Cincinnato en quien sólo tiene la ambición y maldades de un Apio, es consiguiente a las dificultades que he notado. Desenvolvamos estos principios, aplicándolos a nuestra revolución.
Instalada en la capital de los pueblos libres la primera Junta de gobierno, empezó nuestra revolución a hacer tan rápidos progresos, que el que se detenía a observar su estado a los 6 meses, padecía la agradable e involuntaria ilusión de dudar, que aquella fuese la obra de sus coetáneos. Reducida la capital al estrecho círculo de sí misma, emprende sin embargo dos expediciones al occidente y al norte sin más objeto que llevar por todas partes el estandarte de la libertad. Sus armas triunfan de la tiranía, los pueblos proclaman su adhesión y el eco del patriotismo resuena por todas partes. ¡Qué energía en el sistema, qué acierto en las deliberaciones, qué concepto entre nuestros mismos enemigos que empezaban a tributarnos el homenaje del temor! Pero ya se acercaba el tiempo en que las pasiones hablasen su lenguaje natural, y se descubriesen los hipócritas cooperadores de esta grande obra. D. Cornelio Saavedra a quien por condescendencia a las circunstancias se le nombró presidente del gobierno, no pudo ver con indiferencia la Gaceta del 6 de diciembre, que desde luego hacía un contraste a sus proyectos de ambición; y emprende para llevarlos adelante, la incorporación de los Diputados de las provincias a la Junta Gubernativa. El no dudaba que entre éstos encontraría facciosos capaces para prostituir su misión, y no se engañó en su cálculo.
Desde luego era de esperar que todo paso que diesen los diputados fuera del objeto de su convocación sería tan peligroso como ilegal: ningún pueblo les delegó más poderes, que los de legislar y fijar la constitución del estado: hasta el acto de la apertura del Congreso no podía tener ejercicio su delegación, ni darles derecho a tomar parte en el sistema provisional. Mas prescindamos de esta controversia, y contraigamos la atención a la realidad de los males que nos causó su incorporación.¡Ah! ¿Quién no ve que el 18 de diciembre fue como el crepúsculo funesto del 6 de abril? Sigamos el orden de los tiempos.
No era fácil subsistiese la concordia entre los nuevos gobernantes y los antiguos; y era muy natural que el que en los últimos había descubierto un contraste a su ambición, aspirase a buscar en los primeros el apoyo de sus miras. Inmediatamente se suscitó una rivalidad entre unos y otros, se formó una facción, el más ambicioso se hizo jefe de partido, y el más dispuesto a la cábala, se encargó de sostenerlo. Desde entonces se meditan medios para desembarazarse de los que por su celo serían siempre unos rígidos censores de la facción: lo consiguen con el secretario de gobierno, y preparan asechanzas a los demás para arrojarlos a su tiempo del gobierno y de sus domicilios por un nuevo y escandaloso ostracismo. Desde entonces el espíritu público se apaga, el sistema desfallece, progresa la discordia, y empiezan a decrecer nuestras glorias: ya no se habla sino de facciones, las magistraturas y los empleos públicos se distribuyen sólo a los parciales, y los pueblos observan con escándalo esta mudanza: los ejércitos que estaban en campaña sienten los efectos de la desorganización, se enerva su espíritu marcial, y vacila sobre la conformidad de los nuevos gobernantes con el plan de salvar la patria.
Todas las pasiones tienen una gravitación moral hacia su objeto, que precipita necesariamente a los que están poseídos de ellas, su influencia llega a tal grado, que se confunde el disimulo con el escándalo, y esta es ya la época de su explosión: así sucedió el 6 de abril, día en que el crimen triunfante se burló de la virtud proscrita. Los funcionarios más celosos, los ciudadanos más irreprensibles son desterrados, conducidos a prisiones y declarados reos contra la patria. Corrompida y seducida la hez del pueblo se presenta amotinada, y condena ciegamente sin saber a quien, semejante ateniense que firmaba el destierro de Arístides sin conocerle. Al fin la maldad consumó sus designios: mas era preciso que para alucinar al vulgo, interesare a la Deidad misma disponiendo una solemne acción de gracias por el triunfo que acababa de obtener sobre los enemigos irreconciliables del crimen, y los más fieles amigos de la patria. Así lo realizaron, y celebrada esta sacrílega demostración con todos los aparatos de una hipocresía fanática publican después un manifiesto que en el imparcial de las naciones, se mirará siempre como el proceso de sus autores; y fiados en su precaria magistratura, el ambicioso consiente en ser un déspota, su intrigante Mecenas espera ser árbitro de la constitución, y los demás satélites creen que de su mano sola pende ya el destino de los hombres: ¡insensatos! ellos podrán hacer gemir por algún tiempo a todos los hombres de bien, ellos podrás desorganizar el sistema, viciar la administración pública y causar escándalos funestos en el ejército del Perú, donde he visto por mis propios ojos cuanto perdió la energía de nuestras tropas en ventaja del enemigo[2]; pero su plan es frágil, sus recursos insuficientes y ya los defensores de la LIBERTAD meditan poner límites a la arbitrariedad por medio de la creación de un poder ejecutivo que cambiará el aspecto general de nuestros negocios.
Nada digo que no esté probado por los hechos: los mismos pueblos que lloraban poco ha la corrupción del gobierno antiguo, ven hoy con asombro la imparcialidad y el espíritu de vida que anima las deliberaciones del actual: habrán tenido sin duda el dolor de ver prostituidos a algunos de sus delegados[3], mas también han recibido una saludable lección para proceder con más escrúpulo a confiar el depósito sagrado de su presentación, y no aventurar su suerte seducidos de un celoso hipócrita, de un sofista razonador, o de un simulado patriota. La introducción de esta clase de hombres al gobierno nos ha causado todos aquellos males, y hemos estado expuestos a verlos reproducidos el 7 del presente. Este era el conato de los parricidas de la patria, esta su intención: ellos hubieran querido destruir a los hombres de bien, y cobrar con una usura lo que habían perdido sus pasiones: ellos quisieron a costa de la sangre del incauto soldado, subvertir el orden y triunfar de los que aman la justicia; pero se engañaron, y ahora conocerá el mundo a los que son el oprobio de nuestra raza, y la causa de nuestros pasos retrógrados, y de todas nuestras anteriores desgracias. ¡Pueblos! ya habéis visto cuán fácil es confundir el egoísmo con la generosidad, y preferir al vicioso creyendo encontrar en él un héroe: vuestros errores son nuevas lecciones para el acierto: ya habéis tenido tiempo para conocer a los hombres, y discernir el lugar que ocupa en su corazón el amor a la patria: no os asusten los males pasados, ellos eran obra de la necesidad y del poco conocimiento de los hombres: ningún pueblo fue feliz, sin que aprendiese antes a serlo en la escuela del sufrimiento y la desgracia: renovad vuestros esfuerzos, reiterad vuestros juramentos, y abreviad la obra cuya perfección esperan con impaciente interés la naturaleza y la razón.
BERNARDO DE MONTEAGUDO
[1] Gaceta de Buenos Aires Diciembre 20 de 1811.
[2] Goyeneche celebró con fastuoso aparato las noticias del 6 de abril, éste es un hecho; y también lo es, que el diputado de Córdoba escribió a don Domingo Tristán interesándole en sumo grado sostuviese y apoyase la conducta que observó el gobierno en aquel día de proscripción.
[3] Todos conocen a los que se han distinguido por su celo, y los pueblos que los disputaron deben creerse felices por la elección que hicieron.

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