mayo 10, 2010

"Carta-Alegato al Visitador Areche" Tupac Amaru (1781)

CARTA -ALEGATO AL VISITADOR ARECHE [1]
Jose Gabriel Tupac Amaru
[5 de Marzo de 1781]

Señor visitador.
Señor: con la buena llegada de vuestra señoría he recibido grande gusto de que al recibo de ésta disfrute la mejor y robusta salud, y que la mía ocupe en lo que fuese de su mayor agrado y obsequio, pues deseo complacerlo.
Tengo hechas varias remisiones a esa ciudad del Cuzco por mano de algunos eclesiásticos, deseando lo que conviene para el resorte de la paz y tranquilidad que tanto desea mi inclinación. Deben de ser mis justas peticiones no muy convenientes al sosiego de los fomentadores de esta sedición, porque les servirá, según presumo, de embarazo a sus intereses. Mas los subsidios particulares no deben ser obstáculo para el bien de la república, cuando lo contrario es disminución de la sociedad política y racional.
Causado el alboroto por la muerte de don Antonio de Arriaga, corregidor que fue de esta provincia de Tinta (de que después daré a vuestra señoría razón de ello), bajé a esa ciudad del Cuzco con ánimo de que todo lo mandado por Su Majestad, que Dios guarde, se llevará a debido efecto y, hechas las capitulaciones con los señores de ese ilustre cabildo y regimiento, se publicará la paz y tranquilidad para el bien de esta América. Mi ánimo fue no maltratar ni inquietar sus moradores por causa de algunos extraños, mas los interesados corregidores alborotaron la ciudad figurando de que ya iba a demolería a fuego y sangre, cuyo hecho era directamente contra la corona [tarjado: de España] del rey mi señor. Hiciéronme resistencia los moradores con grandes instrumentos bélicos, a cuyo hecho me vi coactado a corresponder [T.A. se refiere al sitio del Cusco, 2-10 de enero de 1781].
No soy de corazón tan cruel ni tirano como los extranjeros [tarjado: extraños] corregidores y sus aliados, sino cristiano muy católico; con aquella firme creencia que nuestra Sanea Madre la Iglesia y sus sagrados ministros nos predican y enseñan, columbré la ciudad y sus moradores, y al mismo tiempo que fogoso Marte, [ésta] me combaría; representáronme las ideas de mis potencias, la grande lástima que padecía [tarjado: la ciudad] para imitar a Tito, tirano, y [a] Vespasiano, que destruyeron a Jerusalén. Veneré con grande llanto las sagradas imágenes que en público se expusieron, vi las religiones de las esposas de Jesucristo mi Redentor, esos coros angélicos de religiosos claustrales. Y aunque me insistieron [T.A. se refiere sin duda a sus tenientes] con grande empeño a que siguiera la empresa por haber de mi parte multitud casi sin número, no quise imitar a Saúl ni seguirle las huellas a un Antioco soberbio, antes dí satisfacción a mis tropas de que había recibido recaudos de grande paz para volver en otra ocasión. De esto que tengo dicho podrían informar don Antonio Figueroa y otros muchos españoles que se entraron con él.
Y así determiné retirarme hasta hoy, día de la fecha, por ver si de esta manera conseguía la tranquilidad, que destierro de los corregidores de entonces a esta parte, por arrojarme a otros males, me han estado persiguiendo, y provocándome con varios desastres [tarjado: no he querido desasosegarme para mi defensa, antes con el mayor sosiego y afabilidad], quemando pueblos, matando mujeres y [ilegible] atrasando con esto los reales tributos y alborotando más provincias. Y por no levantar armas para mi defensa he estado tolerando hasta recibir respuesta de esta ciudad [tarjado: del Cusco] para mi gobierno. Y ahora, con la venida de vuestra señoría (lo que he celebrado en mi alma), no dudo desahogará este mi pecho que tanto desea la paz [tarjado: que es la vida] de la república, diciéndome lo que conviene para el bien y servicio de [tarjado: y anhelo de nuestro] monarca [tarjado: y señor].
No quiero enigmas en lo que pretendo, sino una pura verdad: que ésta, aunque adelgaza [tarjado: pero] no quiebra. Dos años hacen ya que el rey mi señor con su liberal y soberana mano expidió su real cédula para que a raíz se quitaran estos repartos, y [sean] borrados los nombres de los corregidores. Y lo que hasta hoy se ha estado haciendo es ir entrampando y continuando su inicua existencia con decir que conforme fueren acabando sus quinquenios, irán feneciendo. Y este modo de giro es capa de maldad contra la [tarjado: corona del rey mi señor y su] real mente, porque lo que pretendemos rodas los provincianos de todos estados, es que en el día, instante y momento se borren de nuestras imaginaciones esos malditos nombres, y en su lugar se nos constituyan alcaldes mayores en cada provincia, que es preciso que los haya para que nos administren justicia, y que tengan aquella jurisdicción necesaria y correspondiente a su carácter [tarjado: por lo que toca a los intereses reales de la tarifa ...]. Alegarán los corregidores de que están repartidos los intereses de Su Majestad y que por ser ramo tan privilegiado deben proseguir y ejercer la real cédula de merced; a lo que debo decir a vuestra señoría, por convenir al sosiego y seguridad de sus vidas, que paguen dichos señores lo correspondiente de todo lo que han percibido hasta el día de la cesación, y hecho el ajuste verá vuestra señoría que han cogido ya tres y cuatro veces de lo que el señalamiento de cada provincia ordena. Don Miguel Urbiola, corregidor de Carabaya, ya no tiene este afán porque con su nuevo reparto se eximió de cargos de conciencia. En alguna parte no hay corregidor que sujete a ello, por más ajustado que sea, si acaso hay corregidor ajustado, aunque sea de la cuna más ilustre.
Un humilde joven con el palo y la honda, un pastor rústico por providencia divina, libertaron el infeliz pueblo de Israel del poder de Goliat y del faraón. Fue la razón porque las lágrimas de esos pobres cautivos dieron tales voces de compasión pidiendo justicia al cielo, y en corros años salieron de su martirio y tormento para la tierra de promisión, mas [ay] que al fin lograron su deseo con tanto llanto y lágrimas. Mas nosotros infelices indios, con más lágrimas y suspiros que ellos, en tantos siglos no hemos conseguido [tarjado: algún alivio], y aunque la grandeza real y soberanía de nuestro monarca se ha dignado librarnos con su gran cédula, este alivio y favor se nos ha vuelto mayor desasosiego, ruina temporal y espiritual. Será la razón porque el faraón que nos persigue, maltrata y hostiliza, no es uno solo sino muchos, forasteros [tarjado: faraones] tan inicuos y de corazones tan depravados [tarjado: como] son los corregidores, sus tenientes, cobradores, corchetes y demás [tarjado: hombres] por cierto diabólicos y perversos, que presumo nacieron del lógobre caos infernal, y se sustentaron a los pechos de las arpías más ingratas, para ser tan impíos, crueles y tiranos; que dar principio a sus actas infernales seria santificar en grado muy supremo a los emperadores romanos más crueles como Titos, Vespasianos, [tarjado: Dioclesianos], Trajanos, Maximianos, Nerones y Atilas, de quienes la historia refiere sus iniquidades. Y de sólo oír se estremecen los cuerpos y lloran los corazones. En estos hay disculpa, porque al fin fueron infieles, pero los corregidores, siendo bautizados, desdicen del cristianismo con sus obras y más parecen ateístas, arrianos, calvinistas y luteranos, porque son enemigos de Dios y de los hombres, idólatras del oro y de la plata. No hallo más razón para tan inicuo proceder que ser los más de ellos pobres y extranjeros y de cunas muy bajas.
Público es y notorio lo que contra ellos han informado al real consejo los señores arzobispos, obispos, [tarjado: cabildos, prelados de religiones y otros señores, personas constituidas en dignidad y letras] doctor don Juan Manuel Campos [obispo de la Paz], doctor don Manuel Gerónimo Romani, doctor don Agustín Gorrichátegui [obispos del Cusco]; fuera de esto los cabildos seculares y eclesiásticos de Arequipa, Paz y Cuzco, también los prelados de las religiones, de los curas, doctor don Ignacio de Castro, doctor don Manuel Arroyo y otros señores constituidos en dignidad y letras (que viendo vuestra señoría tanta iniquidad no sólo se escandalizaría, sino que vertería lágrimas de compasión de oír tanto estrago y ruina de provincianos), pidiendo remedio a favor de este reino, con el fin de que no se pierda o haya algún motín por causa de ellos, como al presente ha sucedido. Y ha sido tan grande nuestro infortunio para que no sean atendidos en los reales consejos. Será la causa porque no han llegado a los reales oídos, que es imposible que tanto llanto, lágrimas y penalidad de sus pobres e infelices provincianos de todos estados dejen de enternecer ese corazón compasivo y noble pecho de rey, mi señor, para alargar su liberal mano y sacarnos de esta opresión sin treguas ni socapas, como al presente nos figuran y quieren hacernos creer con amenazas y destrozos: lo que es muy disconforme a la real mente.
Este maldito y viciado reparto nos ha puesto en este estado de motín, tan deplorable con su inmenso exceso. Allá a los principios, por carecer nuestras provincias de géneros de Castilla y de la tierra, por la escasez de beneficios conducentes, permitió Su Majestad a los corregidores una cierta cuantía con nombre de tarifa para cada capital, y que se aprovecharan sus respectivos naturales, tomándolos voluntarios y lo preciso a su aliño, en el precio del lugar. Y porque había diferencia en sus valuaciones, se asentó precio determinado para que no hubiera socapas en cuanto a las reales alcabalas. Esta valuación primera la han continuado hasta ahora, cuando de muchos tiempos a esta parte tenernos las cosas tan baratas. De suerte que los géneros de Castilla, que han cogido por montón y lo más ordinario, y están a dos o tres pesos, nos amontonan con violencia por diez o doce pesos la vara; el cuchillo de marca menor que vale un real, nos dan por un peso; la libra de fierro más ruin, también a peso [tarjado: la bayeta de la tierra de cualquier color que sea, no pasa de dos reales, y ellos] nos la dan a peso; fuera de esto nos botan alfileres, agujas de cambray, polvos azules, barajas, anteojos, espejitos, estampitas, trompas de muchachos, sortijas de latón y otras ridiculeces de esta especie, que no nos sirven. A los que tenernos alguna comodidad, nos botan fondos, terciopelos, piñuelas, sarguillas, calamacos, medias de seda, encajes del pui, hebillas de metal [tarjado: platillos, ruanes en lugar de Olanes y cambrayes], como si nosotros [tarjado: los indios] usáramos [tarjado: estas] modas españolas, y luego en unos precios tan exorbitantes que, cuando llegamos a vender, no volvemos a recoger la veintena parte de lo que hemos de pagar.
Al fin que nos diera tiempo y treguas para su cumplimiento, fuera soportable en alguna manera este trabajo; porque luego que nos acaban de repartir, aseguran nuestras personas, mujeres, hijos y ganados, privándonos de la libertad para el manejo. De este modo desamparamos nuestras casas y familias para vernos entre fieles. A causa de no experimentar más tiranías, nuestras mujeres o hijas, obligadas de su necesidad, se hacen prostitutas, de donde nacen los divorcios, amancebamientos públicos, destrucción de nuestras familias y pueblos, por andar nosotros deserrados, y luego se atrasen los reales tributos.
El finado don Antonio de Arriaga (que Dios haya), nos repartió la cantidad de [tarjado: cuatrocientos] trescientos y más mil pesos, con alguna diferencia, según consta de los libros borradores que se hallan en mi poder. la tarifa de esta provincia es de ciento doce mil y quinientos pesos por todo el quinquenio: separe ahora vuestra señoría el exceso. De este mismo proceder son todos los corregidores, fuera de [tarjado: tener] este caballero mala conducta con sus cobradores, de apalearlos y tratarlos tan mal, siendo sus cómplices en sus iniquidades [tarjado: no sólo a estos, sino aun a otros comprovincianos nuestros, así seculares como curas y sacerdotes, persona de todo respeto], por decir que dependía de los [tarjado: primeros] grandes de Castilla. Fuera de esto su mal genio, elación y soberbia dio mérito a toda la provincia para fabricarle su ruina. ¿De qué le sirvió ser hijo de Júpiter, cuando sus obras fueron viles? No menos hostilizadas estarían las demás provincias, que tal vez estarían con señales de juicio, como lo hizo el corregidor [tarjado: de Carabaya] Urbiola con los de su distrito. Y por este motivo se han indultado en destruir a sus corregidores, aun siendo de otros obispados, sin que yo los conozca ni hubiese puesto mis pies, ni menos algunos de los míos, que a no tratándonos sus mercedes [resto del párrafo ilegible e ininteligible].
Los corregidores nos apuran con sus repartos hasta dejarnos lamer la tierra. Parece que van de apuesta para aumentar sus caudales, en ser unos peores que otros. Diga el corregidor de Chumbivilcas, don Gerónimo Zugástegui y Soronda, que en término de dos años quiso sacar con más aumento lo que su antecesor en cinco. Son los corregidores químicos que en [tarjado: vez de] hacer del oro sangre que nos mantenga, hacen de nuestra sangre oro. Para sustento de su vanidad, nos oprimen en los obrajes, chorrillos, cañaverales, cocales, minas y cárceles. En nuestros pueblos, [tarjado: sin darnos libertad] en el mejor tiempo de nuestro trabajo, nos recogen como a brutos, y ensartados nos entregan a las haciendas para el laboreo, sin más socorro que nuestros propios bienes, y a veces sin nada.
Los hacendados, viéndonos peores que esclavos, nos tratan tan mal, haciéndonos trabajar desde las dos de la mañana hasta que al anochecer aparecen las estrellas, sin más sueldo que dos reales por día; fuera de apensionarnos los domingos con faenas, con pretexto de apuntar nuestro trabajo, cargándonos en nuestras cuentas aún las cosas que por omisión de ellos se pierden, y con echar vales parece que pagan. Yo que he sido cacique tantos años he perdido muchos [tarjado: miles] así porque me pagan tan mal, y otras veces nada, porque se alzan a mayores.
Para salir de vejámenes que padecernos todos los provincianos sin excepción de personas, aún eclesiásticos, ocurren muchas veces a nuestros privilegios, pre[e]minencias y excepciones para contenerlos, y luego atropellan las mercedes reales. Por mejor decir, menosprecian los superiores mandatos, arrebatados de sus intereses, de donde nace un proloquio vulgar: que las cédulas reales, ordenanzas y provisiones están muy bien guardadas en las gavetas y escritorios.
Lo más gracioso y sensible es que concluido el quinquenio o bienio, quedan santificados en sus residencias [evaluación de su actividad] para ejercer otro corregimiento, haciendo representaciones falsas con perdimiento de respeto a la real corona. Y es la razón que los jueces de las residencias y sus escribanos o son sus criados o dependientes o están pagados o se componen; [tarjado: fuera de esto] los curas dan sus firmas a su favor, porque éstos les prometen hacer buenos oficios en la corte. Los caciques, por miedo o por ser pagados de sus salarios, o por ser sus compadres o por verse violentados, echan sus firmas. De éstos unos salen bien, porque [tarjado: al fin] llevan siquiera medio salario, por decirles que no son confirmados, y ellos ajustan al rey todo entero. Otros salen mal porque se va todo en esperanzas, y hecho el favor ni aprecio les hace, y se quedan sin paga. En este particular informaría a vuestra señoría tantas cosas que he visto [tarjado: como cacique antiguo y] experimentado en veinte y más años a esta parte. Y de este modo prevalece la injusticia contra la justicia, debiendo suceder lo contrario, para la extirpación de los vicios.
En las leyes, 1, 13, 16, libro 6, título 1 de la recopilación, ordena su magnánima grandeza que se conserven nuestras vidas y estados se¬gún pide nuestra naturaleza, sin que nos extraigan de un lugar a otro: menos de veinticinco leguas y no más. A las minas de Potosí y Huancavelica tenernos que caminar más de tres meses sin que seamos pagados por los mineros [dueños de las minas] del leguaje de ida y vuelta, cuando está mandado por ordenanza; fuera de que tampoco e! trabajo [tarjado: nos] pagan. Por verlos no muy peritos en el laboreo, muchas veces se ven precisados a ocurrir a los vecinos del lugar; los obligan a las mitas de los curas y otros ministerios de iglesia. Los obligan a hacer alferazgos, con bastante pensión de dinero [tarjado: y otras cosas que omitimos]; y por librarnos de estas pensiones tan perjudiciales, muchos de los naturales de estos pueblos pagan la cantidad de ciento cincuenta y más pesos y otros carruajes, y de este modo quedan imposibilitados para los reales tributos [tarjado: más la memoria de verse arrendados en las panaderías antes de ello]. Contraen accidentes de las minas y diferentes fundiciones de metales; los deja inhábiles aun para el manejo corporal, y si se restituyen a sus pueblos, al mes poco más o menos rinden la vida con vómito de sangre.
Por estos motivos tiene mandado e! rey en sus reales ordenanzas de que los indios sean amparados y desobligados de esta mita, y aunque los interesados han hecho varios recursos a los tribunales que corresponden, han sido vistos con desprecio [tarjado: por tan justa causa como es destruirse el reino y sus pueblos ...]
Esta mita de Potosí -o privilegio- se concedió en su descubrimiento, cuando no había poblaciones inmediatas que subrogasen su laboreo, mas hoy se hallan en Potosí y Huancavelica abundantes de gente, muy instruida para este ministerio, sin que haya necesidad de otros pueblos para este destino, con quienes no pude conseguir la desobligación de ellos. Hasta que me ví precisado [en 1777] a bajar a la ciudad de Los Reyes por ver si en la misma fuente conseguía este remedio. Que ya no pudiendo socorrer, aun valiéndome de extraños, a costa de mi plata hice allá varias representaciones, corrí muchas diligencias y no pude conseguir, aún con el parecer de vuestra señoría e informe que dio el contador de retasas r rentas] don Juan José de Leuro [debe decir: Lemos], cuyos autos se quedaron pendientes en ese gobierno. Después de haber gastado más de cuatro mil pesos, y por ver tanto embarazo que corría para no conseguir este fin, me restituí a mi destino, como vuestra señoría más bien lo sabeo
No tengo voces para explicar la real grandeza, que como es nues¬tro amparo, protección, refugio y escudo, es el paño de nuestras lágrimas, porque es nuestro padre y señor. No halló voces, vuelvo a decir, nuestro reconocimiento, amor y fidelidad para descifrar qué cosa es el rey mi señor, [que] publiquen su real grandeza, expliquen la fragua de su amor: las recopiladas de Indias, las ordenanzas y cédulas reales, las provisiones, ruegos y encargos y demás disposiciones dirigidas a los señores virreyes, presidentes, oidores, regimientos, audiencias, cancillerías, arzobispos, obispos, curas y demás jefes sujetos a su corona. Que juzgo en todo lo referido no hay punto, ápice ni coma que no sea a favor de sus pobres indios neófitos, pues impuesto de nuestra desdicha e indiscreción, aun la silla apostólica romana en lo espiritual nos exime de muchas pensiones y penas, sin distinción de personas. Es pues de sentir que siendo tan excesivo el favor y amor de nuestro soberano que nos amparan y protegen, ¿ha de ser mayor la fragua de nuestro tormento, cautiverio? [tarjado: Y no hay] razón [tarjado: ... para que] así sea, ni ley que así lo mande.
La ley 1, capítulo 1, libro 6 de la recopilación ordena que nosotros los pobres indios seamos atendidos, favorecidos y amparados por las justicias eclesiásticas y seculares, con amor y paz, según pi¬den nuestras causas.
[Al margen: Y tengo un reparo hecho: que más adelante, por contemporizar con los corregidores y engañados de sus siniestros informes, aun los señores eclesiásticos, así seculares como regulares, por decir que vamos contra la ley y rey, han cogido armas ofensivas contra nosotros, sin tener presentes los buenos oficios que les hacemos, como son las limosnas para los conventos y los sínodos, a las dignidades y curas, que codo es producto o parte de los reales tributos que pagamos, a quienes -haciéndoles cargo para ante el tribunal de Dios- les escribo las que pasando de vista [parece faltar algo]; vuestra señoría, como mejor dispusiere, daráles destino].
Ahora pues, para lograr de este beneficio en el caso presente, no quiero se nos juzguen, protejan y amparen por las leyes de Castilla, Toro, Partida y otras, sino por las nuestras propias, como son las recopiladas, ordenanzas y cédulas reales dirigidas a estos reinos para nuestro bien.
Mandan las leyes 8, 9, 10, 11, 12, libro 3, título 4, según dictamen de nuestros monarcas, que en caso de haber rebelión o alborotos en los pueblos, aunque sean contra su real corona (que el presente no lo es sino contra sus inicuos corregidores), nos arraigan con suavidad, paz, sin guerra, robos ni muertes, y de darnos sea [¿ se ha?] con aquellas prevenciones que expresan las leyes, como son los requerimientos que antes se dan por una, dos y tres veces, y las demás que convengan; trata [¿para?] atraernos a la paz que tanto desea nuestro monarca, que se nos otorguen caso necesario algunas libertades o franquezas de toda especie de tributo. Y si hechas las prevenciones no bastaren, seamos castigados conforme ordenan nuestras leyes y no más.
Siempre la real mente, como tan noble y santa, aunque en caso de experimentar en nosotros grande contumacia, es favorecernos. Digo ahora: ¿Qué suavidad, qué paz, qué libertades o franquezas, qué requerimientos necesarios siquiera por una vez hemos merecido hasta hoy día de la fecha, aun habiendo hecho nuestras embajadas? ¿Qué personas de sagacidad y experiencia han venido a guerreamos, sino nuestros enemigos que son los corregidores? ¿Dónde estos tres meses de tregua que manda la ley? ¿Quiénes hasta hoy, con tanto encono, mantienen las tropas con capa de rey, si no los corregidores? No por amor a nuestro monarca y señor, sino por recobrar sus intereses con mayor fuerza. Se ha publicado en esa ciudad y en otra; partes la real cédula de que no haya más repartos, y según cartas que se han visto en este país, [tarjado: y] pide por retorno de este beneficio, el oprimirnos a fuego y sangre. ¿Qué señores obispos y curas u otras personas de dignidad han escapado de su voracidad y perdimiento de respeto? Mas la providencia divina nunca olvida a los suyos, porque El toma el desagravio por sus manos. Pues en la santa iglesia de Sangarará, estando colocado el Santísimo Sacramento, degollaron mujeres, de que les resultó al punto la ira de Dios: que como ellos no veneraron el Sagrado, tampoco el Sagrado les valió, y como agraviadores de sacerdotes perecieron sin auxilio de ellos. Que aunque les hice predicar con un par de mozos, por las calles, a que se dispusieran como cristianos (porque mi ánimo no fue matarlos sino recogerlos en una parte, darles mis razones y ponerlos en el camino de la salvación), pero el cielo por sus altos juicios les cerró el concurso, y por sus propias manos se entregaron a la Parca, dando ellos principio a su infeliz destino [T A. se refiere sin duda a su victoria de Sangarará, el 18 de noviembre de 1780].
El matarnos como a perros, sin los santos sacramentos necesarios, como si no fuéramos cristianos, botar nuestros cadáveres en los campos para que coman los buitres, emborracharlos y echar a las tropas enemigas para que los destrocen en pecado mortal, matar nuestras mujeres: ¿es el modo de atraernos a la paz y sujetarnos a la real corona? Destruir el real patrimonio que somos los indios tributarios, según varias cédulas reales: ¿es el modo de hacer un gran servicio a la corona de España? Echar edictos de perdón para los unos, y de castigo para los otros, como ha hecho ese ilustre cabildo del Cuzco: ¿es el modo de sosegar los pueblos? No es sino causar mayor encono y alboroto a sus moradores, porque como en los pueblos, unos y otros [tarjado e ilegible] unos y otros [sic] llegan a favorecer. Que nos acaben de matar si así lo merecernos, para que de una vez quede privado el reino y borrado el imperio de nuestro monarca.
Sólo un consuelo me queda: de que tenga hecho mis despachos de las cosas presentes y lo que ciegamente y con encono va haciendo esa ciudad del Cuzco en favor de los corregidores, paliando de que es contra la corona. Y doy mis razones al excelentísimo señor virrey de Buenos Aires, la real audiencia de Chuquisaca y los cabildos de la ciudad de Arequipa y La Paz, remitiéndoles un tanto de este mi corto informe para que dichos señores den razón a Su Majestad cuando se ofrezca, y quizá siquiera nuestros hijos y descendientes verán la real defensa por las extorsiones tan injustas que se han procedido, sin saber ni examinar de antemano las cosas, pretextando de que somos apóstatas de la fe y traidores de la real corona, cuando lo contrario debo afirmar de los corregidores, como diré.
[Tarjado: ... han echado la voz los corregidores de que nosotros querernos, o somos apóstatas de la fe, negar la obediencia a nuestro monarca... por volver a la idolatría primera...].
Son apóstatas de la fe, porque del todo desechan los preceptos santos del decálogo. Saben que hay Dios y no creen que es remunerador y justiciero, y sus mismas obras los justifican. Ellos menosprecian los preceptos de la Iglesia, vilipendian las disciplinas y penas eclesiásticas, porque las aprenden como meras ceremonias o ficciones fantásticas. Ellos nunca se confiesan porque no hay sacerdote que los absuelva [tarjado: están con el robo en las manos, y no hallan sacerdote que los absuelva...]. Entran a las iglesias tan irreverentes que causan escándalo, y con su mal ejemplo inducen a otros a que los imiten. Ellos destierran de las iglesias a los fieles con sus cobradores y corchetes, y por miedo de que no los pongan en las cárceles u obrajes por sus deudas, se privan de este santo beneficio. Ellos violan las iglesias y maltratan sacerdotes con manos violentas hasta hacerles derramar sangre. Oyen misa los domingos, yeso apenas, y su audición es todo aspavientos y ceremonias. [Tarjado: ... a éstos los imitan sus cobradores y allegados, para cometer mayores atrocidades. Ellos menosprecian las sagradas imágenes, privan los cultos divinos pretextando que se empobrecen, y no es sino porque sus intereses... de donde aquí nace otra mayor desdicha, y es que los párrocos y sus tenientes olvidan la obligaci6n del ministerio y aspiran solo al logro del beneficio. Esto sucede en los más de los pueblos porque son más los corregidores inicuos: y de este modo un mal llama al otro].
Ellos se oponen al rey directamente porque defraudan en mucho sus reales tributos. Como en las revisitas que se hacen no se sujetan a los padrones que los caciques presentan, sino a las personas que se antojan por decir que se le agravará en más la gruesa, y de este modo no hay aumento sino disminuci6n en los reales haberes, como publican los malgesies [?] antiguos y modernos, y todo lo hacen para no atrasar sus intereses. Hay muchas haciendas con bastantes yanaconas; éstos para e! regimiento son traídos por padroncillos, y para la recaudación de los tributos nada de eso se observa. Ellos llenan los obrajes de tributarios, cobran sus intereses con la mayor vigilancia, y de los tributos, debiendo ser lo primero, se olvidan. Ocurren sus caciques, y no son atendidos, y por no atrasarlos, de una vez buscan indios acomodados y hacen recaudos hasta dos o tres tercios; ya no tienen con qué satisfacer y lo poco que les queda les acaba de rematar, y se quedan pordioseros. Estos acuden a sus indios sufragáneos, que con hacerles algunos servicios personales les contentan; y mejor se arguye en éstos la caridad, porque les perdona con el fin de conservarlos, y los corregidores los dejan morir vendidos a los obrajes, [tarjado: cañaverales y cocales, con sus intereses cobran lo que es suyo, con la mayor vigilancia, lo que realmente no deben, y los tributos, debiendo ser los primeros de! trabajo de los indios, son olvidados o quitados; ocurren sus caciques y no son atendidos, antes se ven privados de sus bienes con pretexto de que débense tributos, y cuando éstos se ven pordioseros, porque se ven imposibilitados; y sus indios sufragáneos, con hacerles algunos servicios personales les contentan, y mejor caridad se ve en estos pobres, porque al fin les perdonan aun estando así pobres, sólo con el fin de conservarlos, y los corregidores los dejan morir, vendidos en los obrajes].
Algunos caciques [tarjado: por facilitar sus tributos o porque éstos (los tributarios) no deserten a otros pueblos, suplican a los corregidores para que les espere algún tiempo para el cumplimiento de lo que les deben. Y el retorno es que al tiempo de llevarles los tributos, Dios sabe con qué posibilidades, (los corregidores) se cogen lo mejor, por decirles que eran fiadores de fulano, zutano y mengano, aun estando presentes los deudores; y de este modo ni los tributos ni sus caciques gozan de algún privilegio...].
Del modo posible llevan sus tributos para el entierro, y por haberles suplicado [los caciques] a él o a sus cobradores, con pretexto de que eran fiadores [los corregidores] se cogen los tributos aun estando presentes los deudores. Ellos tienen tratos y contratos, que con pretextar que son productos de la provincia no pagan las reales alcabalas.
De las razones dichas infiera vuestra señoría si nosotros o ellos somos apóstatas de la fe y traidores a la corona, luego mal se compadece lo que ellos vociferan e infeccionan a los moradores de esa ciudad. La recopilación manda en la ley 7, título 4, libro 3, que sean extrañados de las provincias los que las inquietan y perturban; y siendo los corregidores los perturbadores e inquietadores, por ley deben ser desterrados, y como traidores a la real corona y apóstatas de la fe, deben ser en el punto destruidos. Y si el matar al delincuente de lesa majestad es hacer un gran servicio a la corona, matando nosotros a los corregidores y sus secuaces hacernos grande servicio a Su Majestad y somos dignos de premio y correspondencia. Mas como ellos con sus cavilaciones y empeños figuran las cosas a su paladar, siempre nos hacen dignos de castigo. Es de adivinar que los dichos corregidores estén hechos un Marte contra nosotros, y es porque no conocen el beneficio que se les ha hecho en librarlos de las puertas de! infierno, que es la ocasión próxima en que estaban, y ponerlos en carrera de salvación, con privarlos de los cargos de conciencia que hubieran tenido en su ejercicio, pues nada de este mundo les aprovecharía cuando lo mejor perdían, que es la salvación de sus almas. Y todos los días también doy gracias a Dios de que infinitas personas han salido de su mal estado, de que estaban llenas las ciudades. El Todopoderoso será adorado y de sus fieles conocido.
No puedo dejar de informar a vuestra señoría, de paso, otro mal de que adolece el reino, y es que la disipación de los templos en su aliño, menoscabo en sus rentas, nace de! total descuido de los señores curas. De suerte que ver un ministro de la iglesia en e! altar causa grima por estar tan desgreñadas las vestiduras sagradas. Para esto que es obvenciones [utilidad que se agrega al sueldo], el cogerse las rentas de las iglesias, hacer comercio de ellas: tiene particular gracia porque cede todo para el fausto, pompa y vanidad mundana. Sus casas parroquiales, aderezos de mulas y pertrechos de su servicio y otros servicios, están cubiertos con las mejores tapicerías, espejos, repisas y marquería a todo costo, y en los templos divinos, trapos y andrajos. Yo dijera que mejor fuera la casa de! cura la iglesia y la iglesia la casa del cura, que quizá por ver aquel desaliño y asqueo, tuviera algún cuidado en repararla. También veo que muchos omiten los cargos de su obligación, pareciéndoles que satisfacen por terceras personas, cuando es evidente que el pastor propio cuida más bien de sus ovejas que los extraños. Muchos de estos señores no saben la lengua de la tierra porque no se aplican para aprenderla, pero no sé como cumplen con su obligación, pues la experiencia nos demuestra que muchos adultos y adultas, de veinte y más años, no saben ni el persignarse. Y como se criaron sin los rudimentos de la fe, en este estado se envejecen, y por no saber lo preciso para salvarse se condenan. Yo atribuyera, tal vez temerariamente, a la poca suficiencia de sus mercedes, mas creo que todo es permisión divina, que así les convendrá.
Muchos indios no tienen con qué casarse, y por decir que son solteros no pagan el tributo entero, y muchas veces nada, y con este pretexto viven a la ley de su agrado, poniendo en riesgo su salvación eterna. No hallo más razón que la destitución de sus padres, cansados de las mitas de Potosí y Huancavelica, o porque quedan sumamente destruidos de los corregidores, o porque sus padres se ven atrasados con las obligaciones de sus pueblos y otros motivos, y los curas, por no perder sus obvenciones, ricuchicos u otros abusos, se descuidan. Dios con su alta piedad tenga piedad de nosotros y disponga lo que mejor fuere de su agrado.
Imposible parece que los corregidores dejen de pensionar en grandes cantidades los reales haberes de Su Majestad a causa de las circunstancias presentes, aplicándonos como a culpados para agravarnos ante la real presencia. Mas vistos y revistos los alegatos y razones que rengo dadas, en todo el cuerpo de esta mi carta, la culpa no es nuestra sino causa de la precipitación de ellos y de los ministros, que no trayendo a colación las prevenciones reales, han hecho de las suyas, sin reflexión, sólo a fin de que los corregidores con mayor fuerza y encono regresen a recobrar sus intereses y con sus atropellamientos volver a alborotar de nuevo las provincias. Aseguro a vuestra señoría que al haber los señores del cabildo u otros ministros ejecutado según ordenanza, nada de esto hubiera habido, y solo repara que en varios pueblos circumvecinos también ha habido fracasos y desastres de esta naturaleza, con los corregidores y precedidas circunstancias. Han quedado sosegados con la mayor tranquilidad, y solos nosotros alborotados y maltratados. ¡Digo ahora que habrá motivos de perdón para unos y para otros de castigo! Cúmplase en todo la voluntad divina, pues no atribuyo a otra cosa sino a sus altos e incomprensibles juicios.
Para mayor prueba de nuestra fidelidad que debemos prestar a nuestro monarca y señor, ponernos nuestras vidas y corazones a sus reales plantas. Y haga lo que fuese de su real agrado, que somos sus pobres indios que hemos vivido y vivimos debajo de su real soberanía, no tenernos a donde volver sino sacrificar ante esas soberanas aras nuestras vidas, para que con e! rojo tizne de nuestra sangre quede satisfecho ese real pecho.
Y si mi poca reflexión me [tarjado: hizo errar], me precipitó en haber enviado embajadores con papeles disonantes a la real regalía, castígueme a mí solo como a culpado, y no paguen tantos inocentes de todos estados por mi causa, pues como hasta hoy no había habido quien reparase los reales haberes y defendiese la parte del rey mi señor, a que se guarden y practiquen a la letra sus reales órdenes, me he expuesto a defenderlo como descendiente de los reyes incas, señores que fueron de estos reinos, en demostración de la grande fidelidad, amor y sentimiento que debo prestar y presto a la real corona de España, en cuyas reales sienes brilla luciente la corona de este reino, para gloria y honra de nuestra nación. Y si esta acción tan heroica que he hecho en dolerme de sus reales haberes, en desterrar a los traidores de la real corona, en buscar el alivio del Perú, consiguiendo de este modo el sosiego de este reino con el fin de aumentar el real erario, y en caso necesario aun con la ayuda de sus españoles, a que están prontos, con el fin de que nos quiten tantos pechos de repartos, aduanas, etc. Y si soy digno de castigo, pronto estoy a sacrificar mi vida, y se cumpla en mí el morir para que otros vivan.
La retirada de Paucartambo me ha sido muy sensible por los estragos que están sucediendo, donde como lobos carniceros van destruyendo sus naturales, aun criaturas de pecho, y ganados de las haciendas, sin reflexionar que roda cede en atraso de los reales tributos. Que acabándose esta recaudación cesarán rodas las rentas de los señores eclesiásticos y cabildos de todos estados, porque Su Majestad no tiene otro ramo con que sustentarles el beneficio; y acabado el reino será inútil roda este territorio a su señor natural.
Tengo que hacer a vuestra señoría varias representaciones conducentes al servicio de Su Majestad, mas la precisión del tiempo y los reparos que tengo que hacer para contener las tropas enemigas no me dan lugar para decir todo lo que siento. Y como este giro de mi destino ha de llegar a los reales oídos por las vías y manos de los señores a quienes tengo ocurridos, espero de la benignidad de vuestra señoría me despache uno o dos letrados peritos, timoratos y desapasionados, quienes, haciendo juramento de fidelidad a la real corona y a esa ciudad, vengan como nuestros protectores a dirigir y gobernar nuestros asuntos, para que, pasados por vista de vuestra señoría y de todo el congreso de esa ciudad, dé mis descargos a Su Majestad. Porque como no hay sujeto de instrucción en estos lugares, pudiéramos pedir cosas tan diminutas o excesivas que repugnen el real agrado,
También suplico a vuestra señoría me despache la bula de la Santa Cruzada para estas provincias (que a más de ser la medicina de nuestras almas también es tamo real a que debo estar al reparo como su leal vasallo), y sacerdotes de pública virtud, fama y letras, para que dirijan mis asuntos en lo espiritual y den a entender al populacho que los corregidores no son dioses para ser temidos y adorados, y que sólo el Todopoderoso y Creador de cielo y tierra es el verdadero Dios y Señor de nuestras almas, en quien espero y a quien ruego continúe la importante salud de vuestra señoría por dilatados y felices años, para el bien y reparo de estas provincias.
Tinta y marzo 5 de 1781.
[1] El 2 de enero de 1781, 245 años después de Manco Inca, Tupac Amaru pone el cerco al Cusco. Su retirada, el 10 de enero, significa el comienzo del retroceso o descenso del movimiento en la "región capital". El 17 de febrero, las tropas de los caciques rebeldes sufren una derrota importante en Manachilli. Cuando Tupac Amaru escribe su larga carta a Are¬che, la insurrección se halla a la defensiva. Este texto constitu¬ye, sin duda, su último esfuerzo para alcanzar mediante la argumentación política, algunas de las metas del movimiento y anticipando su desenlace, ofrece su vida a cambio de la indulgencia para con los "pobres indios".

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