COLOMBIA
CIRCULAR CONVOCANDO A LAS PROVINCIAS DE NUEVA GRANADA A INTEGRARSE PARA CONSTITUIR UNA JUNTA DEFINITIVA [1]
“Trescientos años de fraternidad y de amistad,…son hoy otros tantos motivos para entonar juntos los himnos de la libertad”
Junta de Santafé de Bogotá
[29 de julio de 1810]
Dos años hacía que arrebatado del trono nuestro cautivo monarca por un pérfido enemigo, habían recobrado las provincias de España sus derechos primitivos. Cada una de ellas erigió entonces un gobierno supremo independiente de las demás. Este derecho sagrado que ninguno podrá disputar a unos pueblos libres, y que fue el primer baluarte que opuso la libertad española a la tiranía francesa, se revocó no obstante a duda para con los pueblos de América.
No es esto todo: en lugar de una accesión espontánea y libre a un gobierno legítimo y central de España, que hubiese reunido los votos de todas las provincias, la Junta de Sevilla se creyó con derecho para dar leyes a la América. Envió diputados a toda ella en tono de soberana y mandando un reconocimiento forzado que ninguna queda ni podía prestar; porque no siendo ningún cantón de España acreedor a nuestra sumisión y respeto, tampoco debía ningún pueblo de América prestarle tal obedecimiento perjudicial y ofensivo a la misma soberanía que residía en toda la nación. Ello es que se aparentó que toda ella la reconocía, o se disimuló la independencia con que se gobernaban las demás, que sólo abdicaron cuando se formó la Suprema Junta Central.
Este escarnio de los pueblos de América fue sostenido por los que los gobernaban que, confirmados nulamente en sus empleos con una autoridad ilegítima, hicieron sancionar o sancionaron ellos mismos nulamente esta propia autoridad. La sorpresa, el aparato militar, obraron este prodigio en la capital del nuevo reino de Granada, y lo mismo sería en las demás.
Instalose la Suprema Junta Central sin haber contado tampoco para ella con los pueblos de América, sino después como en recompensa de su sumisión y respeto a los pueblos de España, señalándoles un cortísimo número de diputados incapaz de figurar en ella.
Con todo, los pueblos de la América le prestaron su reconocimiento. Formose en el tumulto de la invasión de los franceses en la Andalucía y de la disolución de la Suprema Junta Central, un nuevo Consejo de Regencia; y todavía la América, a lo menos la capital de este nuevo reino de Granada, no se negó absolutamente a su obedecimiento.
Parecía que tantos hechos, tantas pruebas de amor, de deferencia, y aun de respeto de los pueblos de América a los pueblos de España, exigían de justicia alguna más confianza en ellos. Parecía que por lo menos en el último trance a que se ve reducida la península era razón que estos pueblos precaviesen y temiesen su orfandad: que se apercibiesen para no ser presa de un invasor, y que en el incendio universal velasen sobre su propia casa.
Todas éstas y más urgentes reflexiones habían hecho la opinión pública y el pueblo de esta capital al jefe y autoridades que la gobernaban, principalmente desde los últimos sucesos de Quito, y a proporción que se hacía más desesperada la suerte de España. Pero ensordecidas a sus clamores, a sus quejas, a sus justos recelos, sólo aumentaron con una fiera negativa su descontento. No es tiempo de manifestar hasta dónde ha llegado esta obstinación. Baste decir que el memorable día 23 de julio en que han ocurrido los sucesos que después diremos, pasó una diputación del muy ilustre Ayuntamiento al virrey, entonces don Antonio Amar, haciéndole presente la urgentísima necesidad de convocar una junta que se había pedido antes de todas las autoridades y cuerpos de la capital, para deliberar sobre las noticias que se acababan de recibir de los acontecimientos del Socorro y Pamplona, en que ya sus cabildos, deponiendo a sus corregidores y asociándose algunos diputados del pueblo, habían tomado el mando de sus provincias; circunstancias que atendiendo al estado de las cosas, la nueva planta del gobierno de Cartagena y lo que había sucedido en Caracas y otras partes, amenazaban una desmembración y la disolución política de este cuerpo social. ¿Quién no creyera que al oír este mensaje del cuerpo más digno que en la realidad existía en la capital, pues, era su Cabildo el representante del pueblo revestido en el día de todas las altas facultades que le dan sus derechos, pues se trataba de los intereses más sagrados del bien común, de la pública tranquilidad y del orden social amenazado en sus fundamentos; quién no creyera, decirnos, que un desengaño tan sensible y tan de bulto de las pasadas preocupaciones y errores, hubiera hecho volver en sí al jefe de este reino para prestarse a: la ansiosa solicitud del pueblo? Pero no fue así: una respuesta desagradable y fría por no decir insultante los volvió a sumergir en el dolor y en la triste expectativa de los males que ame¬nazaban a la patria. Sí, el Cabildo tenía noticias de indicación que había hecho alguna provincia confinante, no a este cuerpo sino al mismo jefe, de introducir tropas en el reino: terna noticia y preveía bien, que al dar el paso que se acababa de anunciar, las del Socorro y Pamplona ya tendrían meditado, y se prepararían a la defensa y aun al ataque antes de ser sorprendidas por un procedimiento hostil, como había sucedido en la ilustre provincia de Quito.
Pero felizmente en medio de estos temores y sobresaltos, una chispa eléctrica acaba de encender el fuego del patriotismo. No es ésta una revolución premeditada, no es un tumulto popular en que el desorden precede a los estragos y a la carnicería: es un movimiento simultáneo pero pacífico de todos los ciudadanos, que se agolpan a la plaza, y delante de las casas consistoriales. Allí piden un cabildo. Se invoca la autoridad del jefe, le concede, envía quien presida a su nombre porque se halla indispuesto; lo hace el oidor don Juan Jurado, y la sesión se eleva sucesivamente de cabildo extraordinario y privado a cabildo general y público. En él se oyen las peticiones solemnes del pueblo, se repiten con frecuencia las diputaciones y los mensajes al jefe; en fin queda instalada una Suprema Junta provincial compuesta por ahora de los individuos del ilustre Ayuntamiento y de veinticuatro diputados del pueblo. En el acto es reconocida por los cuerpos, autoridades y jefes militares que se hallaban presentes, y al siguiente día lo es por el mismo jefe del reino que le presta su obedecimiento.
Nuestros votos, nuestro juramento son "la defensa y la conservación de nuestra santa religión católica: la obediencia a nuestro legítimo soberano el señor don Fernando VII, y el sostenimiento de nuestros derechos hasta derramar la última gota de nuestra sangre por tan sagrados objetos".
Tan justos principios no dejarán de reunirnos las ilustres provincias del reino. Ellas no tienen otros sentimientos, según lo han manifestado, ni conviene a la común utilidad que militemos bajo de otras banderas, o sea otra nuestra divisa que "religión, patria y rey". Pues unámonos todos que así será más firme este enlace que va a estrechar los vínculos de nuestro amor; la división sería nuestra ruina, y el enemigo que supiese inducirla en las provincias sería el que mejor había logrado invadirlas y subyugarlas. Nuestros hábitos, nuestras relaciones, nuestros usos, nuestras costumbres, todo es común y todo sufriría el mayor trastorno si no lo sancionase nuestra unión. Trescientos años de fraternidad y de amistad, de enlaces recíprocos de sangre, de comercio, y de intereses y hasta de cadenas y opresión iguales en el peso con que han abrumado nuestras cabezas, son hoy otros tantos motivos para entonar juntos los himnos de la libertad.
Que ninguna provincia, pues, de este reino se separe, que todas vengan a darse el ósculo fraternal, y que si la desgracia o la providencia hubiese determinado en sus adorables decretos que la madre patria su¬cumba en la fiera lucha que hoy sostiene con los enemigos, este reino unido conserve su existencia intacta para su legitimo soberano, si pudiere venir a domiciliarse en él, y si no que al menos sea el asilo de nuestros hermanos europeos que encuentren aquí la patria que han perdido allá, que este suelo inmaculado y fértil les haga olvidar la sangre con que queda manchado e! de su país, y que aquí recojan con nosotros sus frutos de bendición.
La capital no intenta prescribir reglas a las provincias, ni se ha erigido en superior de ellas: toma sólo la iniciativa que le dan las circunstancias. Su gobierno es provisional, y se apresura a llamar vuestros representantes para depositarlo en ellos. Toca a las ilustres provincias el modo con que deben elegir sus diputados; pero si cree conveniente hacer presente esta Suprema Junta que no deben pasar del número de uno por cada provincia; pues constando de veintidós el reino, la duplicación sola de ellos produciría un número excesivo, gastos muy considerables y mayor retardación.
Por ahora su gobierno será también interinado, mientras que este mismo cuerpo de representantes convoca una asamblea general de todos los cabildos, o las cortes de todo el reino, prescribiendo el reglamento conveniente para la elección de diputados. Pero no por eso entiende la Suprema Junta que deben quedar excluidos absolutamente los cabildos subalternos de influjo en la elección que ahora se debe hacer en las capitales respectivas, de los ya dichos representantes; bien sea captando antes su beneplácito, bien pidiendo después su aprobación, bien dando ellos mismos sus poderes, bien enviando diputados a las cabezas de provincia, lo que sin duda ofrecería más dilación principalmente en los cabildos distantes. Pero la Suprema Junta espera que consideradas todas las circunstancias, los ilustres ayuntamientos de las capitales concilien la importancia de la breve reunión en esta de Santafé, con la participación que deben tener todos los pueblos del reino en la obra grande que vamos a emprender.
Al predicho fin, y para que los expresados ayuntamientos de las capitales respectivas puedan entenderse con los cabildos subalternos comu¬nicándoles el modo con que entiendan o deban concurrir a la elección de representantes de la provincia, acompañamos un número competente de ejemplares de esta convocatoria, y el oficio respectivo para que se les dé la dirección debida, y por el mismo conducto se reciban cualesquiera comunicaciones que se hagan a esta Suprema Junta sobre el particular.
El Socorro, Pamplona y Cartagena se han entendido ya oficialmente con esta capital, y acaba de presentarse en ella un diputado de Tunja, aún antes de saberse sus últimos sucesos, a invitarla a la formación de una Suprema Junta, con motivo de lo ocurrido en aquella ciudad, análogo a lo que se ha dicho de las otras dos primeras. La necesidad imperiosa nos obliga a esta medida: nada hay que la pueda resistir: la va: general se ha levantado en todas o casi todas las provincias. La capita se anticipa a precaver su desunión y la guerra civil. Pero si alguna de ellas intentare substraerse de esta liga general, si no quisiere adherir a nuestras miras, tranquilos en la santidad de nuestros principios, firmes en nuestra resolución, la abandonaremos a su suerte, y las consecuencias de la desunión sólo serán imputables a quien la promovió.
JUNTA DE SANTAFÉ
[1] Ni bien se instaló la Junta de Santa Fe, con Francisco José de Caldas y Camilo Torres, está dirigió la presente circular a las provincias de Nueva Granada, informando de los motivos que llevaron a su constitución e invitándolas a enviar diputados para integrarse y constituir la Junta definitiva.
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