mayo 01, 2010

"Consideraciones sobre los inconvenientes de alterar la invocación hecha por la ciudad de Santafé" Antonio Nariño (1810)

CONSIDERACIONES SOBRE LOS INCONVENIENTES DE ALTERAR LA INVOCACION HECHA POR LA CIUDAD DE SANTAFÉ
Antonio Nariño [1]
[19 de setiembre de 1810]

No se trata de un punto subalterno y de poca entidad, se trata de un asunto de la más alta importancia y de las mayores consecuencias, propuesto por una junta de las primeras provincias, compuesta de hombres de ilustración y de crédito; de una junta que por el número y las luces de los que la componen debe influir poderosamente en el bien o mal que se proponga. Me parece, pues, que siendo los puntos en cuestión de una trascendencia tan grande como se dirá, todo ciudadano amante de su patria puede y debe manifestar su opinión y las razones en que la funda, con tanta franqueza como corresponde a la importancia de la materia. Esta persuasión es la que me obliga a tomar la pluma con la libertad correspondiente, contrayéndome a lo sumamente preciso, por la estrechez del tiempo.
Tres son los puntos que se han determinado: la sustitución de un congreso general y único a la de un congreso temporal que convocase el general; la elección de representantes por el número de población en lugar del diputado por la provincia; y la sustitución de una de las ciudades de Antioquia, en lugar de Santafé para la reunión del congreso. Discurriré sobre cada uno de estos puntos, y luego haré las reflexiones generales que crea conducentes.
En el estado repentino de revolución, se dice que el pueblo reasume la soberanía; pero en el hecho ¿cómo es que la ejerce? Se responde también que por sus representantes. ¿Y quién nombra estos representantes? El pueblo mismo. ¿Y quién convoca este pueblo?, ¿cuándo?, ¿en dónde?, ¿bajo qué fórmulas? Esto es lo que, rigurosa y estrictamente arreglado a principios, nadie me sabrá responder. Un movimiento simultáneo de todos los individuos de una provincia en un mismo tiempo, hacia un mismo punto, y con un mismo objeto, es una cosa puramente abstracta y en el fondo imposible. ¿Qué remedio en tales casos? El que hemos visto practicar ahora entre nosotros por la verdadera ley de la necesidad: apropiarse cierto número de hombres de luces y de crédito una parte de la soberanía para dar los primeros pasos, y después restituirla al pueblo. As! es que justa y necesariamente se la han apropiado los cabildos de este reino en la actual crisis. Han dado éstos después un paso más: se han erigido en juntas provinciales, y para darles alguna sanción popular, han pedido el voto o consentimiento de la parte más inmediata de población que siempre ha sido bien corta. En este estado nos hallamos actualmente.
Se trata ahora de una organización más amplia, y la cuestión debe rodar sobre si ha de nombrar por las juntas actuales un representante por cada cincuenta mil almas de población para el congreso general estable; o si sólo ha de nombrar un diputado por cada provincia para formar un congreso provisional. Que se oigan con imparcialidad las razones, y que solamente por ellas se decida.
Asentemos por punto inconcuso que la masa general del pueblo, conforme a los principios de todo contrato social, debe participar de la soberanía que innegablemente le compete. Pregunto yo ahora, si los cabildos y juntas decretan ya de antemano, sin competente autoridad, la forma de gobierno, el número de individuos que deben tener un voto, el sitio definitivo del congreso y lo que en él deben tratar ¿cuál es la parte de soberanía que me toca a mí, a mi zapatero o a. mi sastre, que no hemos desplegado los labios, ni se nos ha consultado para nada? ¿No será más propio, más natural, más sencillo, más conforme a justicia y a razón, que dando un paso más las juntas provinciales, nombre cada una su diputado para que éstos con una aproximación a la legítima soberanía prescriban las fórmulas, modo y sitio del congreso general? En el primero, jamás llega el caso de que el pueblo sea soberano o use de los derechos de tal; y en el segundo, aunque por los grados que prescribe la necesidad, llega al goce pleno de este derecho.
Pero hay más, y es un punto también esencial. El diputado por provincias acelera la reunión de un poder que nos sacará de la anarquía y de los peligros en que nos hallamos con la división, tanto por la diversidad de formas de gobierno que se comienzan a establecer, como porque con esta división se van obstruyendo los manantiales de la renta pública y caeremos en un estado de debilidad, que no sólo por fuera tendremos que temer, sino aun por dentro de los enemigos ocultos, o del primer ambicioso que tenga la fortuna de que una provincia mayor siga el ejemplo de Girón o Panamá.
Concluyamos con que la congregación de representantes nombrados por un número de ciudadanos decretado, por un cuerpo o cuerpos que no tienen jurisdicción ni derecho para ello, a más de los peligros de la retardación, es injusto e ilegal; y que por consiguiente no se debe adoptar, habiendo otro más pronto, más natural y más justo, como es el de formar un congreso provisional con los poderes de todas las provincias, que ya está propuesto y comenzado a poner en ejecución.
Convenidos en los puntos anteriores, es preciso convenir también en el tercero, porque la convocación está ya hecha para Santafé y comenzada a practicar, y el sólo proponer la duda sería proponer una retardación y un trastorno que nos acarrearía los males que quedan referidos, males infinitamente mayores que los que se dice que se quieren evitar. Nosotros tenemos más enemigos, y más peligros que los que comúnmente se cree. ¿Y será prudencia que, porque Santafé no se vaya a arrogar alguna pequeña porción de influjo, de autoridad o de lustre, nos expongamos a perder nuestra libertad, nuestra existencia política, y quizás nuestras cabezas? Yo no sé si se podrá sostener esta proposición sin temeridad.
Los temores de la influencia de Santafé no sólo son infundados, sino perjudiciales y contrarios a nuestro verdadero interés. Se dice que las luces y el inmediato influjo de éstas harán inclinar la balanza en favor de Santafé, y con perjuicio de las demás provincias. Convengo en ello si en el congreso se van a tratar los intereses particulares de cada provincia, y no el interés general de todas. Pero si el congreso, como parece razonable, sólo va a tratar de un gobierno uniforme en todas las provincias, sus continentes, de la percepción de impuestos provisionales, y de las fórmulas y modo de hacer las elecciones, entonces ningún influjo puede tener el lugar donde se junte; porque si decretan que las elecciones se hagan por tribus, por centurias, o por cincuenta milésimas partes de la población, que el gobierno sea también por pequeños congresos nombrados por los electores de los pueblos de cada provincia, y que las contribuciones sean en razón de las importaciones y exportaciones de los productos territoriales o de la población, estos decretos igualmente comprenderán a Cartagena que a Santafé, a Santa Marta que a Antioquia.
Ahora, huir de las luces porque las luces pueden perjudicar con su influjo, Cuando por todas partes tenemos tanta necesidad de ellas, es decir que tenemos los ojos enfermos. Nunca he oído decir que los franceses al tiempo de su revolución pensasen en exceptuar a París, ni que la dejaran de mirar como capital de la Francia después de destruido el gobierno monárquico; tampoco sé que después de la revolución de España se sospechara de Madrid para la reunión en ella de las cortes, ni si a los griegos y a los romanos les ocurrió nunca que sus tribus y sus comicios se juntasen fuera de Roma y de Atenas; pero todos saben que los americanos ingleses eligieron la ciudad de Filadelfia, una de las primeras y más cultas de aquel continente, sin que sepamos que hayan tenido que arrepentirse las otras provincias de esta elección. Los centros de las luces y del poder han estado siempre reunidos en toda la tierra, y nunca se ha creído que el influjo de las luces haya perjudicado ni a la forma de gobierno, ni al interés de las provincias. ¿Cuál será, pues, la razón para que sólo Santafé o la capital de este reino sea la excepción de esta regla general que tanto se amalgama con la razón? Yo la ignoro; pero permítaseme repetir que, aunque la hubiera, por ahora nada menos nos convenía que aplicarla. Santafé no mirará seguramente con indiferencia esta novedad inesperada, ni el bochorno de verse arrancar los diputados que ya han llegado y posesionándose allí; y las provincias del norte tienen que llegar hasta Santafé, y después de hacer el viaje por el camino de Honda, embarque por el Magdalena y el Nare, y después por un fragoso camino para internarse en la provincia de Antioquia, sin pan, sin ninguna comodidad, y sin más razón que una pura novedad, tampoco serán de esta opinión. Si el punto se ventila entre estas o las otras provincias, no hay tribunal que lo decida; y si no se ventila se dividirán, y aquí está el mal de los males.
Pero supongamos que no se dividan, y que todas las juntas adopten ciegamente la propuesta de Cartagena, ¿será por esto menos ilegal la convocación? ¿Tienen acaso las juntas del día el poder suficiente para que ellas nos asignen un representante por cada diez, o cada cincuenta mil almas, según que a cada una se le antoje? Se dirá que el mismo tiene Santafé para proponer un representante por provincia; y yo contesto que la propuesta de Santafé no la adopto porque la propuso Santafé, sino porque es conforme con la razón, con los principios conocidos, y con nuestra situación actual; que si las propuestas hubieran sido a la inversa, yo diría a Santafé lo que hoy digo a Cartagena. Porque hay mucha diferencia entre una propuesta y otra; la de Santafé dice: unámonos y juntos determinemos; la de Cartagena propone reglas, da fórmulas, y asigna lugar y número de vocales. Santafé aproxima los pueblos a sus derechos; Cartagena los restringe.
Apuremos más el punto; supongamos la propuesta de Cartagena justa, razonable, y todo cuanto se quiera: el último resultado es que quiere que se trate con las demoras de una correspondencia tan dilatada y de junta a junta, lo mismo que en un congreso por medio de sus diputados se podría tratar con más prontitud y menos inconvenientes. Cartagena dice ahora: cincuenta mil almas por cada representante. Santafé, el Socorro o Tunja le contestarán que les parece mejor que quinientos vecinos nombren un elector, y cada diez electores un representante, lo que tampoco es dispara¬tado; y entre tanto la anarquía sigue, los recursos se agotan, y los riesgos se aumentan: porgue ésta no es obra de tres o cuatro meses en la extensión inmensa del reino, y con la escasez de padrones. El congreso acordara en ocho días lo que por este medio, aun cuando se acuerden, no se conseguiría en cuatro meses. ¿Y no es este un mal grave que se debe evitar?
Se dice también que en Santa Pe no hay la seguridad conveniente, por los movimientos del pueblo, y que no habrá libertad para las deliberaciones. En primer lugar, los movimientos del pueblo han sido sólo una consecuencia de las mutaciones que ha habido que hacer al principio, y los sucesos de Quito han hecho ver que si en alguna parte erró en el modo, en el fondo no estaba destituido de razón; y sabemos que con la más pequeña providencia, y sin que corriera sangre ni fuera necesario echar mano de la tropa, todo se sosegó en veinticuatro horas. Este no es pues un movimiento que pueda hacer temer por la libertad y seguridad del congreso. En segundo lugar ¿quién nos asegura del pueblo de Antioquia que aún no ha dado los primeros pasos? Ya del de Santafé se sabe poco más o menos hasta dónde se puede temer, y lo que se debe esperar; pero del de Antioquia ignoramos lo uno y lo otro. El de Santafé ha dejado salir con vida a unos tiranos que seguramente en ningún otro pueblo habrían escapado con vida en los primeros movimientos ¿y se podrá temer que atentarán a la de sus representantes? No, este temor me parece infundado; y aun cuando tuvieran alguna pretensión la harían ante el gobierno que el congreso forme; pues el congreso no debe ser un gobierno económico, ni ingerirse en la administración de justicia: es sólo un soberano, cuyas facultades están limitadas a ciertos puntos solamente, por no tener todos los poderes necesarios para ejercer de lleno de la soberanía, que nunca, por otra parte, debe estar ni en un cuerpo, ni en un individuo.
Resta hablar del importante punto sobre si el congreso provisional debe tratar de la regencia y de la independencia del reino.
Estando las provincias divididas sobre la opinión del reconocimiento de la regencia, es innegable que debe tratar este punto y decidirlo por la pluralidad; porque de lo contrario sería dejar subsistir la anarquía en que nos hallamos. Y para este caso único en que puede tener influjo Santafé por haber ya manifestado su opinión, no sólo es conveniente que se junte allí el congreso, sino que sería perjudicial y expuesto el congregarlo en uno que estuviese por la afirmativa.
El de la independencia es consiguiente al anterior; si se reconoce la regencia, no hay caso; y si no se reconoce es inevitable promulgarla para poder proceder consiguientes en todas nuestras deliberaciones ulteriores, y no caer en los inconvenientes que traen las restricciones en una organización general; porque en este caso determinaremos ya como dueños absolutos de lo que sea conveniente a nuestros intereses y seguridad.
Resumamos las ventajas e inconvenientes de los puntos propuestos.
El congreso provisional trae las de la prontitud de su reunión; la de conducir los pueblos por un orden sencillo y regular al goce pleno de sus derechos; de evitar contestaciones y discordias; de atajar la anarquía; de asegurarnos una renta o fondo público que se va agotando; y de ponernos más pronto a cubierto de los peligros que exterior e interiormente nos amenazan.
El del congreso general nos acarreará los inconvenientes de la tardanza: los riesgos de la división con abrir la puerta a nuevas opiniones sobre el número de vocales de las provincias, y modo de elegir sus representantes; es ilegal en cuanto unos cuerpos sin los poderes suficientes dan el último paso, que sólo compete a la masa de la nación: aumenta nuestros peligros dando tiempo de que se agoten nuestros recursos pecuniarios y de que la discordancia de nuestros gobiernos provinciales nos vaya a sepultar en una guerra civil, o nos haga la presa del primer enemigo que nos asalte divididos.
El hacer el congreso en Santafé trae las ventajas de no demorar Con novedades nuestra pronta organización: de no agobiar a la ciudad, que ya ha comenzado a recibir a otros diputados, con hacerlos salir para otra parte: la de ser un lugar que proporciona todas las comodidades que se pueden apetecer en tales casos: clima agradable, alimentos abundantes y baratos, edificios espaciosos, libros excelentes en que consultar en los casos arduos y delicados; que es el centro adonde van a parar todos los caminos principales del reino, y todos los correos. De estos recursos y comodidades carece Antioquia.
Bien se que se dirá quizá que todo se puede conducir a la nueva ciudad destinada por Cartagena para residencia de los representantes del reino; pero ¿será prudencia destruir para edificar en el estado en que nos hallamos? Y cuando hubiera alguna poderosa razón que lo persuadiera así ¿no veníamos, al cabo de tiempo y de inmensos gastos y trastornos, a caer en los mismos inconvenientes que ahora se pretende evitar?
Espero que cada uno de los ilustres miembros de la suprema junta, penetrados del santo amor de la patria y de aquel espíritu de imparcialidad, de justicia y de virtud que a todos anima, depongan toda preocupación en este particular, en obsequio del bien común del reino entero; y que si yo me hubiese engañado en mis principios o en mis reflexiones, miren siempre este paso como un testimonio de mis deseos de concurrir al acierto de nuestras deliberaciones en el crítico estado en que nos hallamos, y de mi reconocimiento a una ciudad a quien debo mi libertad, y quizá también mi vida.
ANTONIO NARIÑO
[1] La Junta de Cartagena no aceptaba los términos de la circular de la Junta de Santafé; proponía, en cambio, organizar un gobierno sobre bases federales y rechazaba la convocatoria de la Junta de la capital. Antonio Nariño, que acababa de recuperar su libertad en Cartagena, cuestionó lo resuelto por la Junta local y defendió la tesis sobre la necesidad de que existiera de un gobierno central fuerte.

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