julio 15, 2010

Discurso de Betancourt en su retorno a Venenzuela, luego de una década de exilio político (1958)

DISCURSO AL REGRESO A VENEZUELA, LUEGO DE UNA DÉCADA DE EXILIO POLÍTICO
Rómulo A. Betancourt
[9 de Febrero de 1958]

Conciudadanos, Miembros de la Junta Patriótica, Compañeras y Compañeros de Partido:
Domino mi emoción para este reencuentro con mi pueblo. Regreso a incorporarme a las filas de mi Partido y al Pueblo de Venezuela y a trabajar con mi Partido y con el Pueblo para ayudar a establecer definitivamente en Venezuela el régimen democrático y representativo, para que ya no suframos otra vez la vergüenza y la humillación colectiva de los diez años del oprobio, esos que desaparecieron en la madrugada gloriosa del 23 de enero.
Fue esta lucha final la culminación de un proceso de resistencia a la opresión que se inició el propio 25 de noviembre de 1948. Hombres de todos los Partidos Políticos y sin militancia en Partidos, demostraron en las cárceles, en los campos de concentración de Guasina y Sacupana y en el exilio, que en este país estaba viva la pasión de la libertad, y que llegado el momento el pueblo venezolano se uniría, como se unió, desde el millonario hasta el limpiabotas, desde el hombre de La Charneca hasta el del Country Club, desde el sacerdote hasta el seglar, desde la monja hasta la lavandera, para realizar esa gloriosa epopeya de la reconquista de la libertad.
-interrupción momentánea-
Decía, que cuando se produjo la insurrección popular del 21 al 23 de enero, ya había sido precedida por la rebelión de Maracay el 10 de enero, y era perfectamente previsible que en el momento decisivo del gran choque entre la dictadura superarmada y el pueblo, los sectores institucionalistas de las Fuerzas Armadas, le darían la espalda al tirano para tenderle la mano al pueblo. No es ésta una apreciación a posteriori. Por el conocimiento directo que tuve de la oficialidad de las distintas Armas durante la época en que ejercí la Presidencia de la República, adquirí la convicción de que en mis compatriotas de uniforme había reservas de patriotismo, de verdadero espíritu institucional; y esta afirmación la hago porque el peor de los errores -crimen más que error- sería el de adoptar actitudes que contribuyeran a alimentar la prédica que durante diez años se hizo en los cuarteles, que de había un abismo insalvable abierto entre la Venezuela que viste uniforme y los seis millones de venezolanos que visten saco o blusa.
Estas cuestiones fueron objeto de discusión y análisis, como los otros de la problemática nacional, en los diálogos diarios realizados entre Rafael Caldera y Jóvito Villalba, esas grandes figuras de la democracia nacional, y yo, exilados los tres en la ciudad de Nueva York; y cuando llegó a esa ciudad el ex Presidente López Contreras, durante muchas horas discutimos con él, y también encontré en el ex Presidente un hombre fundamentalmente interesado en que en este país se afirme la democracia definitivamente.
Y no vacilo en decir que si una muerte prematura no lo hubiera arrebatado del mundo de los vivos, con el ex Presidente Medina Angarita hubiéramos podido discutir sobre los problemas de Venezuela, con ánimo sincero de buscarles soluciones razonables.
Es que nos hemos convencido todos de que el canibalismo político, la encendida pugnacidad en la lucha política, le barre el camino a la barbarie para que irrumpa y se apodere de la República.
Al expresarme así no estoy definiendo una actitud de carácter personal.
Estoy ratificando una línea de Partido, del Partido Acción Democrática, adelantada en su primer manifiesto a la Nación.
Dejamos en la lucha dura muchos cadáveres de compañeros inolvidables, caídos en las calles, en las cárceles, en el exilio, en las cámaras de torturas, en los campos de concentración. Permítanme, compatriotas, que no los recuerde por sus nombres, porque la voz se me quebrada definitivamente. Pero es en nombre de ésos, que cayeron en el frente de batalla de la Dignidad Nacional, y en nombre de nuestras propias responsabilidades, que afirmo enfáticamente que no regresamos a la vida pública con ansias de venganza, que no regresamos a la lucha política legal-que en ningún momento desapareció la terca y obstinada lucha clandestina de la resistencia- con impaciencias ni apetitos de Gobierno. Estamos interesados fundamentalmente en la tregua política, en que los parti¬dos ni siquiera saquen sus multitudes a las calles, sino que realicen dentro de sus locales cerrados sus tareas de organización, y que cuando los partidos puedan comenzar un debate público -no importa el tiempo necesario para ello, porque no tenemos impaciencias- que se eliminen definitivamente el odio, el insulto virulento, la procacidad en los torneos cívicos de este país. Discusión de altura, como hubiera dicho nuestro inolvidable Andrés Eloy.
Frente al régimen establecido en el país, nuestra posición ha sido definida dentro del vasto bloque de corrientes de opinión integradas en las filas de la Junta Patriótica recientemente ampliada. Aquí ratificamos que le estamos dando desde la calle un apoyo leal a la Junta de Gobierno. Y que le pedimos al pueblo de Venezuela que adopte una actitud de vigilante defensa de los valores esenciales de la vida democrática, pero también una actitud sin impaciencias. No olvidemos que el régimen derrocado, de cuyo titular no quiero acordarme y a quien no deseo nombrar aquí, que el régimen de los prófugos dejó a este país con hondas lesiones en su vida institucional, en su vida política y en su vida económica, en su moral pública; el país es como un convaleciente que acaba de atravesar una gran crisis, y es deber de todos los venezolanos, mucho más de los Partidos Políticos, deber particularmente acuciante en hombres como yo, que he tenido el honor y la responsabilidad de gobernar a este país, el de sumar todas nuestras fuerzas para ayudar a la Junta de Gobierno a que haga frente a los muchos problemas que dejó, como mala herencia, el régimen derrocado.
Considero que debemos encarar una cuestión previa en este país: la de hacer un examen de conciencia sobre lo que en definitiva somos.
Una propaganda sistemática y nacida de la megalomanía del dictador pretendió presentarnos no sólo como el primer país de América Latina, sino como uno de los primeros del mundo en lo relativo a bienestar social, a prosperidad económica y a desarrollo de la producción. Eso es falso.
Nuestro país ha crecido en una forma distorsionada. Tenemos una hermosa ciudad capital, ciudad-vitrina comparable a un pumpá de siete reflejos para un hombre que tuviera los pies descalzos. Porque la Venezuela de los Andes, de Oriente, de los Llanos, es la misma Venezuela atrasada, la misma Venezuela deprimida y la misma Venezuela paupérrima que existía antes.
Hay dos Venezuelas: esta Venezuela de la danza del bolívar, la de Caracas y el Litoral y de algunas zonas del centro del país; la Caracas del "5 y 6" y los rascacielos de 35 pisos. Y la otra Venezuela en la que el hambre es una realidad patética. La otra Venezuela donde la mitad de la población escolar no puede concurrir a las escuelas, donde hay 700.000 niños condenados a engrosar esa enorme legión de los analfabetos, que son sesenta de cada cien de los venezola¬nos. Es la Venezuela que ocupa el séptimo lugar entre los países de América Latina como consumidora de carnes. La Venezuela que consume menos zapatos que Chile, nación agobiada de pobreza económica cuyo potencial de riqueza no admite comparación con el de los venezolanos. Es la Venezuela que hay que incorporar a la producción y al consumo, y esto puede y debe hacerse sin necesidad de violencias, porque el país dispone de riquezas que bien administradas y racionalmente invertidas permitirían abolir la vergüenza de la extrema pobreza.
A este respecto debo decir de la satisfacción con que he visto que las Cámaras de Comercio y Producción y el Movimiento Sindical Unificado han iniciado conversaciones de mesa redonda para posibilitar reajustes a las relaciones obrero-patronales por la vía pacífica del entendimiento entre las partes, evitándose así una innecesaria y aun contraproducente ola de huelgas. Habrá, por lo que se aprecia, tregua en el campo obrero como en el campo político.
Estos problemas de Venezuela se aprecian en dos zonas: los problemas de índole político-administrativa, y los problemas económicos y sociales. Los de índole político-administrativa se están afrontando en un sentido positivo: hay libertad de reunión, libertad de organización y ya sobre las gentes del país no gravita la pesadilla de los espías de Seguridad Nacional.
Se ha iniciado el proceso de rescate de la moral administrativa, y las medidas adoptadas ayer al iniciar el Gobierno actual la aplicación de la Ley de En¬riquecimiento Ilícito de Funcionarios Públicos nos hacen prever esperanzados que no quedará impune el literal saqueo de los bienes de la Nación, realizado por Alí Baba y los Cuarenta Ladrones.
Los problemas económicos y sociales son más de fondo, y si en algo puede servir mi modesta experiencia de hombre público, que ha pasado, entre otras pruebas, por la de presidir un gobierno colegiado, quisiera opinar que ha llegado el momento de que los problemas de Venezuela sean estudiados y analizados por un equipo de personas pertenecientes a todas las ideologías políticas, asesoradas por técnicos capaces, por economistas, por sociólogos, por ingenieros, etc.; y que esa comisión elabore un plan de muchos años escalonando las obras de acuerdo con la necesidad de las mismas, jerarquizándolas por su importancia; planificar a fin de forjar una Venezuela para siempre, y no una Venezuela transitoria, asentada sobre la movediza arena de una industria perecedera, explotadora de una sustancia que se agota: la industria del petróleo. Ahora, conciudadanos, miembros de la Junta Patriótica, compañeros de Partido, vaya trasladarme con mi esposa, la que ha sido compañera abnegada, valerosa, en mis años de lucha, vaya trasladarme con mi esposa al cementerio y allí, a la vera de la tumba de mis padres, a la vera de las tumbas de nuestros muertos inolvidables, elevaré mi espíritu para que nada tuerza mi decisión de ser dentro de Acción Democrática, y dentro de Venezuela, un hombre sin apetencias personales, sin ambiciones de Poder. Un hombre que en esos diez años de exilio luchó con más ardor que nunca, y no guiado por el odio hacia un hombre y un sistema, sino por la honda vergüenza venezolana de que a una Patria de Libertadores la humillaran, oprimieran y deshonraran.
Y les aseguro, compatriotas, con esa sinceridad que me conoce el pueblo, porque cuando he estado en Miraflores o en la calle he hablado con él un mismo lenguaje claro y franco, les aseguro que el 24 de enero, si no hubiera pensado en que tenía que cumplir in deber con mi país, el de servirle a mi país para ayudarlo a salir de su convalecencia, uno más entre los hombres de Venezuela empeñados en esa tarea, me habría ido a Chicago a disfrutar la euforia del abuelo con el nieto que le regaló la vida.
Concluyo, compatriotas: hay momentos estelares en la vida de los pueblos.
Grandes horas en el devenir de las naciones; instantes en que un país realiza una cita con su propio destino.
Uno de esos momentos cargados de posibilidades creadoras, similar al del año 1810, lo está viviendo la Venezuela de hoy.
Que gobernantes y gobernados, hombres y mujeres de todas las clases y todas las ideologías, cumplamos cabalmente con nuestro deber hacia la patria entrañablemente amada, para que esta magnífica oportunidad no se le frustre.
ROMULO A. BETANCOURT

No hay comentarios:

Publicar un comentario