julio 12, 2010

"Discurso partidario de Betancourt en el Teatro Olimpia de Caracas" (1941)

DISCURSO EN EL MITIN DE ACCION DEMOCRATICA EN EL TEATRO OLIMPIA DE CARACAS
Rómulo A. Batancourt
[10 de Junio de 1941]

Conciudadanos, compañeros de partido:
Las aguas quietas de la política nacional han experimentado, en los últimos días, un brusco sacudimiento. Una serie de acontecimientos expectantes se han desarrollado ante nuestros ojos, si bien envueltos en esa atmósfera de misterio y magia que aún caracteriza la vida política venezolana.
El primero de los hechos políticos a que hago referencia tuvo sus ribetes de sainete. Inesperadamente saturó el ambiente los acordes de una música que ya habían olvidado los oídos venezolanos, algo así como los compases del ''Adiós a Ocumare" o del "Castro, siempre invicto", vals y polka que estuvieron muy de moda en los comienzos del siglo. En horas transidas de futuro, cuando los pueblos y sus conductores lúcidos se están preparando para ser los artífices de la profunda transformación democrática y revolucionaria que debe ser la obligada consecuencia de esta guerra, hubo en nuestro país quien pretendiera ensayar un ritmo político del pasado, que para la memoria de este pueblo tiene un inconfundible sabor de pesadilla.
Luego advino otro acto político. Podría encajar dentro de una de las escenas finales de Don Juan Tenorio, drama muy característico del teatro romántico español. En aquella en que el héroe del drama se sacude al fantasma del Comendador, y los de otros personajes del trasmundo que lo acosan con una frase res¬tallante e inapelable: "Espectros: regresad a vuestras tumbas".
La imaginación nacional, con razón o sin ella, ha establecido una estrecha conexión entre uno y otro acto político, entre el ya histórico banquete del 23 de mayo y el reajuste del Gabinete del 28 de mayo. Y ha interpretado la escogencia hecha por el Jefe del Estado de un equipo joven y responsable como una discreta, pero oportuna respuesta, a la pretensión de algunos de que continúen gobernando al país las manos valetudinarias y resabiadas de quienes vienen instalados en el puesto de mando desde los días del castrismo, cuando Venezuela heroica degeneró al extremo de convertirse en una Venezuela danzarina y valseadora.
Y es porque se aprecia inclinación a mirar hacia el futuro en la escogencia de sus nuevos ministros hecha por el Jefe de Estado -quien, dicho sea de paso, siguió en esta oportunidad el bíblico consejo de dejar a los muertos enterrar a sus muertos- que estamos congregados aquí esta noche. Hemos venido a decir, con palabra insospechable de untuosidad palaciega, con palabras de hombres libres y en representación de un partido integrado por ciudadanos libres, que no será por mezquindad nuestra que falte el estímulo para la buena obra, si en realizarla perseveran el Presidente Medina y el equipo de colaboradores suyos integrantes del nuevo Gabinete.
El Presidente de nuestro partido, Rómulo Gallegos, ha condensado verdad rotunda en una frase, que copié mientras se la escuchábamos, hace algunos momentos. Es esta: "Torceduras no se enderezan con leyes artimañas as, escamoteadoras de la libertad de los pueblos, ni con paños calientes de tímidas medidas administrativas".
Sin pretender imponer nuestros puntos de vista como mandatos de política y administración, con el sano y honrado propósito de lanzar ideas al debate público para que se utilicen las capaces de servir al mejoramiento nacional, repetiré aquí, utilizando como trampolín esa frase feliz del presidente de Acción Democrática, algunos criterios nuestros sobre problemas del país. Simplemente sintetizaré lo que en forma copiosa y con terco martilleo cotidiano, viene diciendo el Partido del Pueblo a través de sus órganos de prensa y de las voces responsables de sus oradores, sus conferencistas y sus parlamentarios.
En lo político, consideramos urgente que al reajuste renovador realizado en el Gabinete se corresponda una revisión del equipo gobernante en los estados. Más de un mandatario regional profesa ideas políticas cerriles, y hemos visto recientemente como uno de ellos -el de Falcón- no sólo ha respondido con el atropello policial al reclamo de un pueblo con hambre, sino que también ha actualizado la música de organillo, que estábamos olvidando, de los "agitadores de oficio". En Apure, otro ciudadano gobierna en forma que no se corresponde con los lineamientos generales que a su política ha impreso el Presidente de la República. Y no aludo a los instalados en la inercia infecunda, en el solo trajín del papeleo burocrático, porque en la enumeración habría que incluir a muchos.
"Leyes artimañas as" son varias de las que aún rigen en el país. "Leyes inoperantes", como también podrían calificárseles, utilizando expresión textual del Presidente de la República. Leyes que no se compadecen con la hora nacional e internacional, ni con la mundial decisión de lucha para abatir al totalitarismo, que en todas sus variantes persigue una misma finalidad: humillar la dignidad de los pueblos y ahogar su libertad.
Anteayer nomás, hablando en el Cementerio Nacional de Arlington, frente a la tumba del Soldado Desconocido, dijo lo siguiente el Subsecretario de Estado del gobierno de Roosevelt, Sr. Sumner Welles: "En rigor de verdad, la actual es una guerra del pueblo. Es una guerra que no podrá considerarse ganada sino cuando estén asegurados en el mundo los derechos fundamentales de los pueblos". Y nosotros, los venezolanos, para comenzar desde ahora a ganar la guerra -o mejor, para comenzar a ganar la paz democrática, con libertad y justicia, de mañana- debemos tirar de una vez por la borda todas las legislaciones y prácticas restrictivas de los "derechos fundamentales" de nuestro pueblo. La Ley de Imprenta en proyecto no la necesita el país -valga este ejemplo- y ningún destino mejor cabe para él que el de regalárselo a trazas y polillas, para que se den un alegre banquete de papel en alguna olvidada gaveta. (Risas y aplausos). La llamada Ley de Orden Público -entrabadora de libertades ciudadanas esenciales- debe ser derogada. El régimen electoral vigente en la Repú¬blica debe revisarse con inaplazable urgencia a fin de que desaparezcan los tamices -o "trampas", para decirlo en criollo- que limitan el ejercicio del sufragio a la minoría alfabeta del país, y que le impiden al pueblo elegir mediante votación directa, universal y secreta al Presidente de la República, a los diputados y senadores. El servicio militar obligatorio debe ser una realidad, reclamándose a todos los venezolanos, sea cual fuere su situación económica o su extracción social, que sirvan a la patria en las filas del Ejército y se adiestren en el manejo de las armas modernas, sobre todo ahora que la gravitación de los acontecimientos mundiales y nuestra adhesión profunda a la causa democrática puede conducirnos a una posible actitud de guerra contra el Eje. El reglamento de radiodifusión debe democratizarse, porque ese servicio es hoy el principal vehículo de la difusión del pensamiento; y no es posible que en Venezuela continúe prohibiéndose que a través de las ondas hertzianas se radiodifunda por todos los ámbitos del país la prédica política democrática.
Nosotros planteamos la necesidad de este reajuste de ordenamientos legales que entraban o dificultan el ejercicio de libertades públicas de acuerdo con la tesis que en forma brillante acaba de desarrollar Andrés Eloy Blanco. Porque no puede dudarse en que habrá más entusiasmo y decisión en nuestro pueblo, dentro de la común responsabilidad americana, de cerrarle el paso a la infección totalitaria, en la medida en que sea más sincera y más amplia nuestra democracia interna. Y podría estar seguro el Presidente de la República de haberle prestado impar servicio al país -al fortalecer en el venezolano su fe en la virtualidad y eficacia de las formas democráticas de gobierno- si en el mensaje que presente al Congreso de 1946 pudiere afirmar que esas y otras verrugas legales o consuetudinarias, que deforman la fisonomía constitucional y jurídica del país, sufrieron la acción del termocauterio en el curso de su gestión como Primer Magistrado. Esto en el aspecto político.
En la cuestión administrativa el problema que conceptuamos fundamental es el de la actitud oficial frente a la crisis económica que ya se perfila con caracteres netos. No podré hacer sino un enfoque apurado, panorámico, de la cuestión.
Considera nuestro partido que la economía venezolana está en una encrucijada; o va al desastre y la anarquía, sumiendo al país en los tormentos de la desesperación y del hambre; o se vertebra conforme a un plan. Y es el Estado, por su determinante peso específico en la vida nacional, el que debe tomar la iniciativa de planificar en todos sus aspectos la producción, distribución y el consumo realizando una enérgica política económica de guerra. Porque, y aún cuando haya todavía ingenuo que pretenda ignorarlo, nosotros estamos viviendo en trance de guerra no declarada contra las potencias totalitarias.
Al sustentar la tesis de que la economía nacional debe planificarse, ello no significa que nosotros defendamos una suerte de capitalismo de Estado, dentro del cual quede por completo subordinada la iniciativa privada a la voluntad oficial. Sino la elaboración de un armónico plan de conjunto en que se acuerde el Ejecutivo con todos los factores que intervienen en el proceso de producción y distribución de riqueza, a fin de que el país aproveche esta hora de incertidumbre para vitalizar su agricultura y su cría y para darle impulso audaz a su propia industria. La creación del Consejo de Economía Nacional, previsto en la Constitución, es así de perentoria urgencia, y claro está que ese organismo debe ser algo diferente de la Junta de Defensa Económica, surgida hace algunos días de apresurada reunión en el Ministerio de Fomento y con prevalencia en ella de banqueros de mentalidad manchesteriana y retrógrada. El Consejo de Economía Nacional una vez constituido, debería convocar a una conferencia de mesa redonda, donde los diversos factores nacionales y extranjeras que intervienen decisivamente en la vida económica del país, discutan los lineamientos de un plan elaborado previamente por los organismos técnicos de que se asesore el Consejo de Economía.
Un plan para asegurar el abastecimiento interno de Venezuela; y el transporte de lo producido a los centros de consumo. Un plan donde la audacia creadora y transformadora haya desplazado al "paño caliente administrativo". Porque no podrá aspirarse a que la tierra produzca mientras no se dote de tierra suya al campesino sin ella y mientras no se decrete una salvadora moratoria de la deuda hipotecaria, agrícola y ganadera. Porque no se podrá asegurar el abastecimiento de las ciudades muy pobladas como Caracas mientras no se obligue a los dueños de haciendas que rodean la ciudad a sembrar en sus "tablones", en vez de caña de azúcar para producir aguardiente, legumbres, hortalizas y granos. Porque no se podrá abordar de frente el problema del transporte interno mientras no se llegue a la conclusión de que los diez mil cauchos almacenados por los comerciantes, y los cuarenta mil que al año, problemáticamente, pueda producir la fábrica nacional, son insuficientes para asegurar el transporte de un país que se desplaza sobre neumático y que, en consecuencia se proceda, junto con la adopción de otras medidas del mismo enérgico signo, a decretar la nacionalización de los ferrocarriles existentes en el país, poniéndolos la administración estatal en pie de máxima eficacia, y argumentándose a favor de esta medida, en casos concretos como el del Ferrocarril Alemán, no sólo con razonamientos de carácter económico. También con este otro, vinculado a la defensa militar del país; que por más tiempo no puede continuar una vía estratégica fundamental en manos de gente sospechosa de actividad quintacolumnista.
Y el problema del transporte marítimo, otro que es básico para el país. Setenta mil toneladas de mercancía con destino a Venezuela esperan barco en los muelles de Nueva York. Entre la mercadería ahí varada se encuentran ochocientas unidades Ford -camiones y automóviles- los últimos producidos por esa fábrica de vehículos baratos de transporte con destino a nuestro país. Sugería el actual Ministro de Fomento, cuando no ocupaba su alta posición administrativa, que se utilizaran los buques-tanques que regresan en lastre de Estados Unidos, como transportadores de mercancías. Y junto con lograr eso, que se reglamenten las importaciones para impedir que se repita el hecho de que cajas que contienen cuadros de pintores clásicos, refrigeradoras y radios usurpen en las bodegas de los escasos barcos que llegan a nuestros puertos el sitio que le correspondía a la harina de trigo y al producto medicinal.
Plan, por último, que está condicionado al éxito o fracaso de la gestión que realizan en Estados Unidos los Ministros de Relaciones Exteriores y de Agricultura. Porque, en forma muy determinante, la producción y el transporte nacionales así como el desarrollo de nuestra industria está supeditado a lo que obtengamos en Estados Unidos. Al par que el indispensable material bélico para la defensa nacional, necesita Venezuela tractores para su agricultura, maquinaria y materia prima para su industria y posibilidades de transporte marítimo; necesita de todo eso un país -como lo acaba de afirmar Inocente Palacios- que con el aporte de su petróleo está prestándole un servicio extraordinario a las democracias en guerra. Y esperamos que la "buena vecindad" se exprese también con respecto a nosotros con signo positivo, y como ya lo ha hecho con Brasil y otros países de América, a través del éxito que alcancen en su gestión ante Washington los dos Ministros en gira.
En materia presupuestaria nuestra tesis es bien conocida. No somos partidarios de un presupuesto inflado como el que se discute en el Congreso. Mejor dicho: más que el montante mismo del presupuesto, objetamos la forma como aparece distribuido en los distintos capítulos de gastos. Ese presupuesto es de trescientos veinte millones de bolívares, y para ser balanceado se requeriría tomar ocho millones de bolívares de las reservas del Tesoro. Y la contratación de un empréstito por veinticuatro millones de bolívares. No obstante su carácter deficitario, en él se mantienen los altos sueldos para las capas privilegiadas de la burocracia y capítulos tan sospechosos como repudiables -tal el famoso Capítulo VII- se conservan inamovibles. Y ello en momentos en que los ingresos aduaneros y mineros disminuyen tan vertiginosamente que nos ha llegado la versión de que el doceavo mensual de rentas, que es aproximadamente de veinticinco millones de bolívares, ha descendido últimamente a quince millones.
Somos partidarios, en consecuencia, de un reajuste presupuestario. Menos obvenciones, sueldos más modestos para la alta burocracia, poda implacable de organismos estatales que no rindan servicio útil a la colectividad, lucha contra el peculado e inversión de cuando así se ahorre en créditos liberales para la agricultura, la cría y la industria y en la ejecución de una política generosa de asistencia social y de cultura popular que tienda a garantizarle pan, techo, curación, abrigo y escuela al pueblo de Venezuela.
Las mermas de los ingresos fiscales, derivadas de la situación económica del país y de las dificultades de carácter internacional, creemos que deben cubrirse mediante la aplicación a las compañías mineras del Artículo 21 de la Ley de Arancel de Aduanas y la promulgación del Impuesto sobre la Renta, proyecto avancista en política económica del gobierno actual, que tiene desde ya nuestro resuelto y fervoroso apoyo por considerar que con esa legislación se iniciaría la justicia fiscal en nuestro país.
Por último, insistiré en nuestro desacuerdo con esa política de harpagón avaro -o de pulpero centavero, para decirlo más gráficamente- que consiste en guardar dinero como reserva fiscal. Buena parte de los cincuenta millones de bolívares que tiene actualmente en sus arcas el Gobierno Nacional valdría mejor que se emplearan de una vez en adquirir materiales de construcción, artículos de consumo y materias primas fundamentales o auxiliares para la industria na¬cional. Vivimos en una hora en que "las cosas", cuando son útiles o consumibles, valen más, mucho más, que el reluciente oro.
Y finalizo. Lo hago con ese ritornelo con que concluyen siempre nuestras concentraciones: llamando a militar en las filas del partido a quien sienta fe profunda en Venezuela. Aquí, en las tiendas del Partido del Pueblo, tienen un sitio para trabajar por ella, integrados a una milicia patriótica que, como los cruzados del Romancero, "encuentra su descanso en el pelear". En el pelear sin treguas por una Venezuela Libre y Nuestra.
Los llamamos a militar en un partido que está dando el más hermoso ejemplo de devoción venezolanista, al trabajar día a día y sin reservas mentales, por la compactación nacional. Orgullosos nos sentiremos de haber contribuido como los que más a que Venezuela democrática esté internamente unida cuando suene para la Nación la suprema hora de las máximas responsabilidad, en esta lucha decisiva que están librando las dos Américas contra la agresión nazi-facista…
ROMULO ANTONIO BETENCOURT

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