agosto 20, 2010

Discurso de Sarmiento en su recepción en Buenos Aires ante una manifestación de las Escuelas a su llegada como presidente electo (1868)

DISCURSO DE RECEPCIÓN EN BUENOS AIRES ANTE UNA MANIFESTACION DE LAS ESCUELAS A SU LLEGADA COMO PRESIDENTE ELECTO [1]
Domingo Faustino Sarmiento
[Septiembre de 1868]

SEÑORAS PRECEPTORAS Y SEÑORES MAESTROS:
Aunque desde ayer tenía conocimiento de que esta manifestación debía efectuarse, no he podido en toda la noche pensar las palabras que había de dirigiros, porque estaba bajo la impresión de emociones demasiado fuertes. La palabra no puede seguir las palpitaciones del corazón. Sin embargo siempre podré decir a Uds. algo, porque estoy en mi terreno, me reconozco entre mis amigos, y puedo hablaros con la franqueza de un hombre de corazón que sólo dice lo que siente.
El pueblo de Buenos Aires me ha hecho ayer una manifestación que bastaría para enorgullecer a cualquier hombre de la tierra; sin embargo, esa manifestación puede hacerse a veinte personas más en Buenos Aires, en la República Argentina, en la América española, que la merecen más que yo. Pero la manifestación de los preceptores y los niños de las escuelas no es igual. Esta es puramente mía, ésta no la cedo a nadie; porque me pertenece exclusivamente, porque es el resultado de mi obra de treinta años.
Al principio de la lucha electoral que ha concluido un diario de esta ciudad, combatiéndome decía: "¿Qué nos traed Sarmiento de los Estados Uni¬dos si es electo Presidente?", y él mismo se contestaba: "¡Escuelas! ¡Nada más que escuelas!" Un joven decía en una cuestión de votos; "que los votantes de Buenos Aires no sabían escribir".
Estas son dos verdades, señores. Recuerdo estas palabras sin resentimiento.
Después de una experiencia de treinta años, en que he estado en la prensa, en el destierro, en el poder, se me han dicho tantas cosas, que tengo una cáscara de hierro sobre mi cuerpo. Ya no me hieren los ataques de mis adversarios. Yo también he sido escritor, y algunos escritos míos han abierto hondas heridas. En el fervor de la lucha de los partidos, en los momentos del combate. se esgrime como argumentos convincentes, todo lo que puede dañar; pero estos ataques no dañan al hombre honrado.
Como ejemplo, puedo citar a ustedes el presente. Yo he sido insultado y calumniado muchos años, aquí menos que en Chile, donde a los epítetos ordinarios, se agregaba el de extranjero; y sin embargo, los pueblos argentinos me han elegido su Presidente.
Cuando aquel diario decía que yo no traería de los Estados Unidos sino escuelas, decía la verdad, porque vengo de un país, señores, donde la educación es todo, donde la educación ha conseguido establecer la verdadera democracia, igualando las razas y clases.
Nosotros necesitamos escuelas, porque ellas son la base de todo gobierno republicano.
Cuando en los Estados Unidos los primeros estadistas me preguntaban algo sobre mi país, yo con dolor les contestaba que nuestra situación era igual a la de los Estados del Sur.
Allí como entre nosotros, la sociedad está dividida entre aristócratas, que son los ricos, los que tienen la tierra y ocupan el poder, y en poor whites como allí les llaman a los pobres blancos, que no tienen fortuna, ni quieren instruirse y que forman la clase que se llama la canalla.
Lo que sucede entre nosotros con la educación, me recuerda un cuento popular que he oído en los Estados Unidos y que voy a referir a ustedes.
Un día vinieron a decir a una señora que la vida de su marido se veía amenazada porque lo había acometido un oso, y ella, sin inmutarse, contestó: "Yo no me entrometo en los asuntos de mi marido, que él se las componga con el oso".
Eso es lo que pasa en la República Argentina con la educación. Se dice que es necesario educar a los pueblos; pero los gobiernos contestan: no me meto con el oso.
Se dice que es necesario hacer del pobre gaucho un hombre útil a la sociedad; educándolo; y todos contestan: yo no me meto con el oso. Pero es ne¬cesario ¡meternos con el oso! para que el pueblo argentino sea un verdadero pueblo democrático.
Ningún país del mundo está en peores condiciones, señores, que el nuestro para ser República; porque estamos divididos en aristócratas y plebeyos, y esa división es el fruto de la educación mala que se da.
Y éste no es un mal peculiar a la República Argentina, sino de todas partes en la América. He recorrido toda la América y observado que en todas partes, donde se habla nuestro idioma, el lenguaje de la prensa es el mismo, las revueltas y el desquicio universal.
México es el caos; Venezuela vuelve a los tiempos de Rosas; de los demás Estados, vosotros sabéis tanto como yo.
He oído la opinión del mundo sobre nosotros, pobre South América, y todos, todos desesperan de pueblos que después de medio siglo de convulsiones, hoy menos que nunca muestran elementos de organización.
Permitidme que traduzca del inglés lo que en corroboración de este hecho decía el Senador Summer.
"En el último mensaje enviado al Congreso por el Presidente de México, veo un informe del estado de la educación pública y privada en la capital, ciudad de más de doscientos mil habitantes, en el que se observa, el doloroso espectáculo de que menos de cuatro mil niños han asistido a las escuelas en todo el año".
"De un documento semejante del Gobernador de Buenos Aires, Estado de medio millón de habitantes, cerca de la mitad de los cuales son europeos, tomo los siguientes apuntes. En 1866 asistieron a las escuelas públicas y privadas de la capital, 13.449 niños y en 1867 sólo 12.389. Mil setenta niños menos que el año anterior".
"Finalmente, por un tercer documento análogo del gobierno de Chile, conozco el mismo hecho, a saber: que el número de los niños que asistieron a las escuelas ha disminuido durante el año".
El Ministro de Chile observa lo mismo en aquella República y el de Méjico contaba sólo 4.000, niños de ambos sexos en las escuelas en ciudad de doscientos mil habitantes. Vamos, pues, a la barbarie en toda la América.
¿Por qué salen de la Universidad doctores que nada saben de escuelas, de pueblo, de democracia?
Y no se ofendan, porque los trate así. Ahora tengo títulos: yo también soy doctor y mis títulos me los ha dado una de las primeras Universidades del mundo. ¡Anch'io!
La ley dice que se persiga a los vagos. Pero ¿cuáles son esos vagos? ¿Quién los ha hecho vagos, sino los gobiernos que no los educan?
Si tomamos como vagos a uno de los gauchos de nuestra campaña y buscamos su genealogía, ese gaucho será acaso un descendiente de los conquistadores, uno de los dueños de la tierra y que hoy no tiene un palmo de ella donde reposar su cabeza.
Y lo mismo que entre nosotros, sucede en toda la América española. Yo he escrito muchos libros de educación, y a esos libros les ha cabido la gloria de que nadie los haya leído.
Estando ahora en los Estados Unidos, estudiando los métodos de enseñanza que allí se siguen, escribí mi libro Las Escuelas. Como era natural, lo envié a todos los representantes de la América latina en Washington y cuando, después de tres meses, los fui a ver, no lo habían siquiera leído.
Abrieron las tapas, leyeron el título: Las Escuelas, y se dijeron: ¿quién pierde el tiempo en leer un libro sobre escuelas?
¡Y de ese modo se educan los pueblos! Chumbita, Elizondo, Varela y otros montoneros se levantan, queriendo cambiar el orden político de la República. ¿Y cómo no han de quererlo, si ése es el fondo de la educación que han recibido? ¿Saben hacer otra cosa? ¿No sería este mal, una de esas terribles compensaciones que tienen todos los malos sistemas, haciendo expiar a los pueblos sus faltas, su egoísmo, su injusticia? ¿Qué se ha hecho hasta ahora para ir hasta la fuente del mal y curar la enfermedad?
Aquel mismo diario echaba en can a sus oponentes que representaban una oligarquía. Tenía razón; pero vio la paja en el ojo ajeno, y no la viga en el suyo.
Ya se puede comprender lo que entiende de democracia el que decía que lo vendrían a fastidiar con escuelas. Las escuelas son la democracia. Para ellos que tienen la Universidad para que se eduquen gratis sus hijos, la tierra para solazarse y el Gobierno, la escuela es para el vulgo, y entonces dicen: que allá se las compongan con el oso, que es la ignorancia, la pobreza y el vicio.
Para tener paz en la República Argentina, para que los montoneros no se levanten, para que no haya vagos, es necesario educar al pueblo en la verdadera democracia, enseñarles a todos lo mismo, para que todos sean iguales.
El célebre Lord Brougham al morir acaba de dejar a la Inglaterra una frase que ha sido acogida como un testamento importante: La misión de los ejércitos ha concluido en el mundo; entra ahora a llenarse la del maestro de escuela."
A mí me cabe la gloria de haberla pronunciado en la República Argentina treinta años antes que Lord Brougham.
En 1839, siendo Teniente contra las chuzas de Quiroga, fundaba una escuela en San Juan.
Vamos, pues, a constituir la democracia pura: y para esto no cuento sólo con los maestros, sino con toda esa juventud que forma una generación entera, que me ayudará en la obra.
Para eso necesitamos hacer de toda la República una escuela. ¡Sí!, una escuela donde todos aprendan, donde todos se ilustren, y constituyan así un núcleo sólido que pueda sostener la verdadera democracia que hace la felicidad de las repúblicas.
SEÑORAS PRECEPTORAS:
Diré a Uds cuatro palabras.
Tengo el placer de recordaros que yo fui el fun¬dador en Buenos Aires de las escuelas de ambos sexos, regenteadas por señoras. Para conseguirlo tuve que luchar con grandes oposiciones, que felizmente vencí.
La experiencia ha justificado mis esperanzas. Vengo de un país donde hay noventa mil maestras, y diez mil maestros; porque allí la educación está confiada a la mujer como más competente, más capaz de dirigir el corazón de los niños. Los hombres sólo enseñan ciertas materias.
La misión de la mujer como educacionista le está señalada por la naturaleza, porque ella tiene más corazón, porque virgen o matrona, lleva en su seno el instinto maternal. Eso no lo puede hacer el hombre, porque su educación, por muy completa que sea, no le da los sentimientos que la naturaleza dio a la mujer.
Mi empeño, pues, se contrae siempre a fo¬mentar la educación infantil, poniéndola en manos de señoras.
El mismo diario a que antes me he referido, me ha atacado también por este punto. Sin embargo, no me reformará.
Espero en Dios que hemos de hacer lo que podamos para que al bajar del poder, no tenga que avergonzarme de entregar la República en peores condiciones de aquellas en que la recibo.
DOMINGO F. SARMIENTO

[1] El que iba a recibirse de la Presidencia fue felicitado a su llegada a Buenos Aires, por las Maestras y Maestros de las Escuelas públicas y privadas, y de presumir era que fuese la educación el tema del discurso. Habíale precedido un libro titulado "Las Escuelas en los Estados Unidos", que contenía los resultados de la aplicación de las doctrinas a cuyo difusión había consagrado su vida. Esta obra es poco conocida por haberse perdido la edición entera en el incendio de una ala de la casa de Gobierno, cuando aun no se había distribuido, Hay, además, la Educación Popular como resultado de la misión que le confió el Gobierno de Chile a Europa y Estados Unidos con el objeto de estudiarla; además, La Memoria, presentada a la Universidad de Chile, que contiene estudios de mucho alcance sobre las costumbres y organización colonial de estos países. Todos éstos y otros antecedentes señalaban su elección en el extranjero como la de un presidente maestro de escuela.
La exaltación al mando supremo de un Maestro de Escuelas, era un hecho tan nuevo en esta parte de América, que M. Laboulaye lo hacía notar en el Journal des Débats en Francia; y como el candidato acababa de visitar la Europa, y estado largos años en contacto con el cuerpo diplomático, en Chile, Perú y Estados Unidos, habiendo tenido parte en el Congreso Americano, consecuencia natural era que llamase la atención la encarecida circunstancia, encarecida por lo nueva, de un Presidente que profesaba la función de Maestro, y nunca la había abandonado, como lo muestra la parte activísima que tomaba en el movimiento de educación en los Estados Unidos, siendo Miembro de los Congresos de Educación que se reunían sucesivamente en diversos Estados.

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