agosto 20, 2010

Discurso de Sarmiento en Chivilcoy (1868)

DISCURSO PRONUNCIADO EN CHIVILCOY EN UNA FIESTA DEDICADA AL PRESIDENTE [1]
Chivilcoy es el Programa del Presidente
Domingo F. Sarmiento
[3 de Octubre de 1868]

Señores:
Debo a la solicitud de la Municipalidad de Chivilcoy, que deseo tenerme en su seno como simple ciudadano, el placer de visitar estos lugares de tan grato recuerdo para mí. Chivilcoy fue una utopia que seguí por largos años, y la veo ahora realidad práctica. Yo había descripto la Pampa sin haberla visto, en libro que ha vivido, por esta descripción grafica. Sucediome después que por las vicisitudes de la guerra civil, desde la cubierta de un vapor en San Lorenzo de Santa Fe, divise la Pampa con su vellosa frente; y descendiendo sobre ella sentía que esa era la Pampa misma que yo me imaginaba y aun me parecía que el olor refrigerante del pasto había antes afectado mis sentidos al describirla. Sucédome lo mismo ahora que vuelvo a Chivilcoy, este robusto niño que dejé diez años acá en su verde cuna. Así como lo veo me parecer haber visto, cuando mi amigo Gorostiaga me explicaba lo que eran y como se llamaban los raros y accidentales plantíos que yo le señalaba en el horizonte desde la laguna del Toro, cuando el grande ejército aliado avanzaba a Caseros en 1852. Al revés de lo que Volney podía decir por las presentes ruinas de Palmira, yo podía desde entonces preferir del futuro Chivilcoy: “Aquí florecerá bien pronto una opulenta ciudad. Estos lugares tan yermos ahora tendrán un recinto vivificado por una activa muchedumbre y circulara un numeroso gentío por esos hoy tan solitarios caminos”.
Porque esta es la diferencia entre el filosofo que contemplaba civilizaciones muertas en mundo antiguos, y la imaginación del estadista americano, que esta improvisando sobre esa tierra virgen mundos nuevos, sociedades viriles, ciudades opulentas, campiñas floridas. ¿Quién de los presentes no ha dotado a su país en horas de esperanza con prodigios de las artes, de la agricultura y de la civilización?
¿Quién no tiene sus rasgos de poeta y de sus predicciones de vate inspirado, hasta que viene la realidad prosaica de nuestra agitada vida y nos borra con ruda mano el bello cuadro que nos habíamos forjado?
Pero Chivilcoy está aquí, delante de mis ojos: sentía su presencia desde la ventanilla del vagón del tren; veíalo desde leguas tender su verde cortina de vegetación en el horizonte, hasta donde la vista podía alcanzar. Véolo ahora de cerca y puedo contar uno a uno sus agigantados pasos, y contemplar lo que han crecido los árboles, admirar lo que la industria ha aumentado, discernir las fisonomías nuevas de millares de sus nuevos habitantes; y aprovechar los medios de comunicación rápida que lo ligan a la capital y centenares de vehículos que discurren por sus anchurosas calles. Pero encuentro algo más que no entraba en mi programa, y es el espíritu republicano, el sentimiento del propio gobierno, la acción municipal de los habitantes. Háceme asegurar que esta Municipalidad solicita pagar con su tesoro sus propias escuelas, y que los vecinos de la ciudad cuando se llaman Legislatura, se obstinan en que han de aceptarles quieran o no, unos pobres salarios que pagan a los maestros. De estas singulares negativas, conozco yo en nuestro país muchos casos. Una vez me empeñé en regalarles a las escuelas del Paraná por tres mil pesos fuertes en bancos norteamericanos y libros; ¡y el ministro de Instrucción Pública se negó a recibirlos! Yo era senador, o no sé qué de Buenos Aires, y creyó ver un ataque a la Confederación Argentina en que los niños de su capital estuviesen bien sentados. Ofrecíalos al ministro de Gobierno de la República del Uruguay y no supo que hacerse con esta incumbencia; ofrecílos a la ciudad de Santa Fe y tuve vergüenza de que nadie quisiera recibirlos. Yo no me negado nunca a recibir nada, salvo unos libros en ruso y en finlandés que me quería dar para la biblioteca de San Juan. Uno que no sabía dónde meterlos en Nueva York. Aconsejo a la Municipalidad de Chivilcoy, que en sesión secreta imponga contribuciones para las escuelas y las cobre por medio de agentes misteriosos y nocturnos, a fin de dar educación a todos.
Heme aquí, pues, en Chivilcoy, la Pampa, como puede ser toda ella en diez años; he aquí el gaucho argentino de ayer, con casa en que vivir, con un pedazo de tierra para hacerle producir alimentos para su familia; he aquí el extranjero ya domiciliado, más dueño de territorio que el mismo habitante del país, porque si éste es pobre es porque anda vago de profesión, si es rico vive en la ciudad de Buenos Aires. Chivilcoy está aquí, como un libro con lindas láminas ilustrativas que habla a los ojos, a la razón, al corazón también; y sin embargo ni todos leen con provecho sus brillante páginas. Sucede así siempre en todas partes. Los pueblos con miopes y tardos de oído.
Hoy la maquina de coser hace resonar su dulce tric trac en cada aldea del mundo civilizado. Las damas de Chivilcoy no tuvieron tiempo de aprender a coser por el método antiguo, tan nueva es esta sociedad. Y bien: años y años se pasaron en los EE. UU mostrando el inventor su maravilla, cosiendo con ella en lugares públicos, en presencia de sastres y matronas, sin que nadie, no obstante admirar la rapidez y perfección de la obra, quisiese comprarla. El pobre obrero que la ha descubierto, estuvo a riesgo de morirse de hambre, porque la pobre humanidad es así; tiene ojos para no ver a primera vista. Chivilcoy es, a mi entender, la Pampa, habitada y cultivada, como lo será así que el pueblo descubra que este plantel norteamericano fue hecho anticipado para resolver graves cuestiones de inmigración, de cultura, de pastoreo y de civilización.
A los alrededores de Buenos Aires, se extiende una esfera agrícola, que hace recordar los alrededores de Paris o Nueva York. Llegando el tren a Mercedes, la Pampa desnuda reaparece enseguida, vuelve a animarse la naturaleza y en Chivilcoy parece que principian ya los bosques de Tucumán. ¿Por qué no sucede lo mismo en toda dirección y al menos, en todos los espacios intermediarios entre las líneas de ferrocarriles? Era antes objeción muy fundada la falta de caminos o al excesivo valor de los fletes, para hacer productiva la agricultura lejos de la costa. El ganado es simplemente una fruta que tiene patas para transportarse. El ferrocarril hace hoy superfluas las patas. Chivilcoy ha probado que se cría mas ganado, dada una igual extensión de tierra, donde mayor agricultura y mayor numero de habitantes hay reunidos. ¿Por qué no es Chivilcoy toda la Pampa ya? Nos consolamos con decir que todos los pueblos han principiado por ser pastores. Esto era cierto, cuando las tribus humanas principiaron a salir de los bosques y dejaron de dormir sobre los árboles, poniendo una tienda de cueros en el lugar donde pastaban los animales que habían domesticado. Pero este periodo de la existencia de los pueblos acabó ahora cuatro mil años; y si los árabes han continuado su vida errante, es que son pueblos antiquísimos y siempre semibarbaros. [2]
Son otras las causas que perpetúan la cría de ganado entre nosotros sin el auxilio de la agricultura y de la población del suelo por el hombre. En California y en Tejas los norteamericanos encontrarán estancias de una legua como en Buenos Aires, vaca a cada paso, caballos a millares y rancheros sobre ellos, como gauchos en Buenos Aires.
Diez años después, California cambiando el sistema proveerá de cereales a Chile, y no hace seis meses que cincuenta y seis buques estaban cargando en San Francisco trigo para Inglaterra. ¿Por qué no mandamos nosotros trigo, a mitad del camino como estamos? Faltan brazos, se dice.
Pero la montonera que ha tenido conmovido al país por cincuenta años, prueba que sobran brazos que no tienen empleo. Yo creo que lo que sobra es tierra, no para la montonera, sino para las vacas, que con menos espacio y mayor industria, darían más productos y más constantes riquezas. La lana por fina que sea, cuando no hay quien quiera comprarla, es como mis bancos y libros de la escuela, cuando nadie se ocupa de esas frioleras. En Buenos Aires hay una plaga, ¡quién lo creyera!, la abundancia de carne; a la tarde vale cinco centavos plata una pierna de cordero en el mercado, y en las estancias se matan por millares las ovejas para aprovechar la grasa.
¡A los niños cristianos se les enseña a no arrojar el pan al suelo, porque el pan, les dicen las madres, es la cara de Dios!
La carne es la substancia de Dios, porque de ella vive el hombre; y mientras tanto en nuestro país, como no sucede en ningún otro en la redondez de la tierra, sirve de pábulo al fuego, cuando hay millones de hombres en la tierra que perecen de hambre y millares en nuestro país que no saben dónde reposar su cabeza.
En Chivilcoy al menos, hemos acomodado unos veinte mil inmigrantes y gauchos vagos antes, sin perjuicio de las vacas y ovejas, para quienes parece que se han dictado nuestras leyes y constituciones. Pero contra los siete vicios, hay siete virtudes capitales. Artigas el asolador de la campaña, era fruto de la cría del ganado sin agricultura. Rosas fue el gobernador del ganado. Los Llanos de la Rioja les han estado treinta años y están aún dando a los vecinos pueblos los resultados de la vida y costumbres que la dispersión del pueblo engendra.
No haya miedo de que de Chivilcoy salga ningún caudillo, y si la montonera queda ya borrada de entre las instituciones de Buenos Aires; si la ciudad no es de nuevo sitiada, como Bagdad, Alepo, Esmirna por los beduinos, tendrán que agradecerle a Chivilcoy, a Mercedes, Chascomús, Dolores, Luján y otros centros de población rural, que le sirven de vanguardia, y ponen con sus villas y sus cultivos, coto al libre vagar de los jinetes. Y ved lo que hace en la constitución íntima de los pueblos la influencia de las palabras.
Hoy está averiguado que Júpiter, el dios de los dioses antiguos, era simple adoración de una palabra: “Dios padre”. Los romanos detestaban a los reyes y obedecían ciegamente a los emperadores o generales, tiranos más absolutos que los reyes de Persia. La provincia de Buenos Aires se llama hoy la campaña, en relación a la ciudad única que había durante la colonización.
Entonces unos cien estancieros vivían en la ciudad y sus estancias no muy lejos ubicadas, formaban la campaña.
Era la antigua organización del municipio romano. Se votaba en Roma, donde residían los ciudadanos romanos; el resto de la Italia era campaña. El mundo romano pereció por las estancias.
He alcanzado el tiempo en que se introdujo el uso de la galleta por primera vez y de pan fresco más tarde en la comida del peón.
Pero hoy la campaña es tan poblada por gentes que no viven en Buenos Aires y comen pan sin embargo, que no conozco sino en Chile, país por lo que aquí veo, más densamente poblado.
La casa consistorial de Luján es sólo inferior al Cabildo de Buenos Aires y la escuela de Mercedes figura entre los más bellos monumentos de la provincia.
Las Iglesias de Chascomús y San Nicolás estarían muy bien en Mendoza y San Luis y en veinte partidos, en las villas, se han construido escuelas magníficas, iglesias, casas consistoriales, bibliotecas, clubes, cementerios y moradas suntuosas.
¿Por qué, pues, continúa siendo siempre “campaña” el país donde se cuentan por docenas las villas, donde hay ciudadanos como los de Chivilcoy y San Nicolás, que pudieran llenar igual extensión y poblar un condado en Illinois o en Minnesota, como cualquiera otra población americana? Las consecuencias de este continuar en uso una antigua denominación que ya no tiene significado, se traduce en leyes y en vicios orgánicos.
Hago estas observaciones sin otro título ni otro carácter que el de un simple observador de los hechos.
Las funciones a que seré bien pronto llamado, me prohibirán tomar parte en los intereses locales, que algo ganarían, si algo nuevo se introdujera para modificar el antiguo mecanismo de estas malas organizaciones coloniales. Chivilcoy es una muestra de lo que pueden las ideas. En toda la América del Sur las calles tienen doce varas, porque así lo ordenó ahora dos siglos una ley de Indias: Chivilcoy las trazó de treinta, porque así las reclaman las necesidades de la vida moderna.
En toda la América del Sur la tierra ha sido librada al favor, sin mensura, sin linderos, sin cercos, único símbolo y sello de la propiedad. Chivilcoy tuvo una ley especial que la distribuyó en proporciones y formas regulares. De manera que en el mapa topográfico, un norteamericano reconocería en él su patria, y si los resultados benéficos de tal ley han asegurado la felicidad de veinte mil seres humanos en sólo diez años, puede sacarse la cuenta de los millones de hombres que en igual tiempo, serían propietarios, de vagos proletarios que son hoy, con sólo extender sus beneficios a todas las tierras públicas de que la nación puede disponer, legislando con previsión.
La República Argentina tiene novecientas mil millas cuadradas y un millón y medio de habitantes. ¡Tiene media milla de tierra para cada habitante! En Chivilcoy sólo están en relación los habitantes con el sueldo que ocupan. ¿Por qué no es Chivilcoy toda la República? Chivilcoy es, como decía antes, un libro abierto cuyas páginas nuestros legisladores pueden consultar con provecho.
La ley misma de Chivilcoy ha regido ochenta años en el otro extremo de América y producido la primera nación de los pasados y los presentes tiempos. La antigua práctica nuestra ha estado obrando su desquicio sobre toda la América del Sur tres siglos, y producido la barbarie de los campos y la guerra civil que empobrece y destruye las ciudades. La ley y los progresos de Chivilcoy son conocidos y queridos en Estados Unidos, porque se reconocen hijos de un mismo padre.
Por el vapor del 28 recibí una carta que me dice lo siguiente: “Espero que pronto irá a Chivilcoy y que me escribirá una carta de lo que vea. Dígale a Mr. Halbach que cuento con que él me escriba sobre las mil cosas que usted no me contará. Dígame sobre todo las fiestas que tendrán lugar –las fiestas son por lo común meras exterioridades–, pero en este caso, ellas tienen un significado. Calculo que no ha de estar usted sobre un lecho de rosas, pero muy feliz será si puede principiar su administración bajo los auspicios de la paz”.
Esta fiesta estaba, pues, prevista por el ingenio norteamericano. ¡Cuánta va a ser la satisfacción de este amigo, cuya alma inteligente está en Chivilcoy, aunque su persona quede a tres mil leguas de distancia! Habiendo leído la carta que el presidente de la municipalidad me escribió dos años ha, en que a nombre del pueblo aquí reunido, me daba exagerada parte en sus progresos y bienestar, está previendo que a la hora de ésta, estoy en medio de vosotros, recibiendo la bienvenida de millares de amigos, gozando, antes de sentarme en la dura silla en que tantos dolores aguardan a los que gobiernan, de la única recompensa de la vida pública, la estimación de algunos, con la esperanza de que un día se extienda y abrace a la opinión de los pueblos. ¡Feliz aquel cuyo nombre sobrevive a la tumba con la aureola de los servicios prestados al pueblo!
Sí señores: Soy feliz en este momento. Las felicitaciones de los habitantes de Chivilcoy, que ustedes mismos creerán humildes, son para mí un alto timbre de gloria. Aquí no hay partidos, ni correligionarios políticos que se glorifiquen con su triunfo. Entre los aplausos que se me prodigan, ni la envidia oculta sus dardos, ni la ambición se promete recompensas. Lo que aquí me rodea es el pueblo, el sencillo y humilde pueblo, contento con el fruto de su trabajo, orgulloso de mostrarme su propio adelanto. Si Elizondo, Cáceres y demás haraganes de su especie, me vieran hoy rodeado de vosotros, aplaudido y festejado por vosotros, dejarían caer avergonzados, de sus propias manos, las fratricidas armas; y vendrían a preguntarme cuál es el secreto de atraerse a sí el aplauso del pueblo.
Toda la prensa del mundo ha repetido el sorprendente hecho, de un Presidente sin partido, ausente siete años, nombrado por la mayoría de votos de catorce provincias. Vosotros estáis probando que el mundo no se ha equivocado, porque, permitidme enorgullecerme en decirlo: el mundo civilizado ha seguido con interés las peripecias de la lucha electoral, y ha honrado con sus simpatías al pueblo y a su candidato.
¡No es lástima, que la ceguedad de los unos, la obstinación de los otros, las malas pasiones de muchos, vayan luego a mostrarle al mundo que había cedido a una ilusión pasajera; y que esta República de que tanto esperaba por aquellos signos, era al fin lo que ellos entienden por South America! Ved, pues, si esto significa algo. Otros escribirán por mí a los Estados Unidos lo que ello significa, sobre lo espontáneo y cordial que había en ello. Yo haré otro uso de esta fiesta; y ya que he de entrar luego a desempeñar tan arduas como altas funciones, satisfaré una demanda de la curiosidad, publicando desde aquí mi programa político.
Digo, pues, a los pueblos todos de la República, que Chivilcoy es el programa del presidente don Domingo Faustino Sarmiento, doctor en leyes de la Universidad de Michigan, como se me ha llamado, por burla.
A los gauchos, a los montoneros, a Elizondo y a todos los que hacen el triste papel de bandidos, porque confunden la violencia con el patriotismo, decidles que me den el tiempo necesario para persuadir a mis amigos, que no se han engañado al elegirme presidente, y les prometo hacer cien Chivilcoy en los seis años de mi gobierno y con tierra para cada padre de familia, con escuelas para sus hijos. El pueblo extraviado, engañado, seducido, busca remedio a sus males, siguiendo la inspiración de ignorantes y sanguinarios caudillos. El hombre de bien, el ciudadano de un país libre tiene en las leyes remedio seguro para sus dolencias, en el jefe del Estado su protector y amigo.
De hoy más, el Congreso será el curador de los intereses del pueblo: el Presidente, el caudillo de los gauchos transformados en pacíficos vecinos. Chivilcoy es ya una muestra del futuro gaucho argentino. Estos niños que me habéis mostrado al pie del grupo sublime del “sinite párvulos venire ad me”, es la montonera de ayer, la patria de mañana, la República toda como Chivilcoy. He aquí mi programa.
Todo esto lo haré en los límites y en la esfera del poder nacional con el concurso del Congreso, guiado por jurisconsultos y economistas, que por fortuna el país posee revestidos de autoridad. Pero si el éxito corona mis esfuerzos, Chivilcoy tendrá una inmensa parte en ello, por haber sido el pioneer que ensayó con el mejor espíritu la nueva ley de tierras y ha estado demostrando por diez años que la Pampa no está, como se pretende, condenada a dar exclusivamente pasto a los animales, sino que en pocos años, aquí como en todo territorio argentino, ha de ser luego asiento de pueblos libres, trabajadores y felices.
Doy, pues, gracias, a los vecinos de Chivilcoy por haber escuchado mi voz; y porque no han tenido a menos, ni han creído superfluo darme este público testimonio de su aprecio, invitándome a visitarlos. Por la carta que me dirigió la Municipalidad a los Estados Unidos, tengo la certeza de que esta fiesta habría sido más cordial, más al gusto de todos si sólo el amigo de Chivilcoy y no el presidente fuera de ello objeto [3].
DOMINGO F. SARMIENTO

[1] Discurso pronunciado un día antes de asumir la presidencia. Al llegar de EE. UU. El electo Presidente fue invitado por la Municipalidad a la ciudad que había dejado trazada en 1848. La erección de Chivilcoy en partido agrícola, había sido en virtud de una ley especial bajo el sistema de las leyes de tierras de los EE. UU., bajo el sistema de previa mensura, y limitación de la superficie concedida al colonizador. En la Memoria al Instituto Histórico de Francia, esta desenvuelta la doctrina, apoyándose en la leyes de Indias, que disponían, aunque imperfectamente, lo mismo que las norteamericanas, para evitar el despilfarro de la tierra publica. Una reacción contraria había traído en la época el sistema opuesto, enajenándose por decenas y centenares de hectáreas y dejando a las generaciones futuras y a los inmigrantes, a rescatar a precio de oro el suelo, de que ya era dueños unos pocos.
[2] El original impreso trae en lugar de árabes, por error de imprenta manifiesto, árboles, de donde resulta un disparate: “los árboles han continuado su vida errante”, que el contexto de la oración corrige, pues se viene hablando de las tribus humanas de pueblos de ahora cuatro mil años. Puede formarse idea hoy de la moralidad de los que tomaron este error de impresores, como un cargo para el autor, que esos mismos anunciaron en esos días haber visto salir borracho de una orgía al futuro Presidente, al venir el día. El hecho era que le veían volver del centenario a esa hora, de visitar el sepulcro donde yacía su único hijo, el capitán Sarmiento, muerto en Curupaytí.
[3] La nota que la Municipalidad de Chivilcoy resolvió en sesión del 10 de Noviembre de 1866, dirigir al Ministro argentino en EE. UU., lleva la firma de don Eduardo Benítez, presidente, y de don Luis Salvadores, secretario, y es conservada entre los diplomas honoríficos del autor.

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