agosto 20, 2010

Memoria sobre Educación Común, presentada por Sarmiento al Consejo Universitario de Chile (1855)

MEMORIA SOBRE EDUCACION COMUN PRESENTADA AL CONSEJO UNIVERSITARIO DE CHILE
"Influencia de la instrucción primaria en la industria y en el desarrollo general de la prosperidad nacional" [1]
Domingo Faustino Sarmiento
[1855]

[Texto seleccionado]
Parte Primera
Sección Segunda
Entendemos por industria, en el caso presente, los diversos medios que los habitantes de un país ponen en ejercicio para proveer a su subsistencia, y crear capitales que a su vez suplan al trabajo individual y ayuden a emprender grandes y lucrativos trabajos. De las formas diversas que el trabajo asume, dos facciones principales presenta la industria en Chile, la minería y la agricultura.
Agricultura. Quédanos la industria agrícola, que absorbe los tres cuartos de la población, y tan poco favorable al desarrollo de la educación. La propiedad territorial, base de esa industria, está dividida en grandes masas. El catastro sólo da en todo el territorio de Chile 11.310 poseedores de fundos rústicos; y como la familia se compone en término medio de cuatro individuos, resulta que de millón y medio de habitantes que pueblan a Chile, sólo 11.000 familias de todas condiciones explotan sus ventajas en proporciones que puedan producir un pasar. La circunstancia de ser tan pocos los poseedores de tierra, hace que la agricultura pueda ser más favorable a la educación superior que a la primaria. Pero es menos favorable al desarrollo de la educación el sistema de labranza y los implementos que para ella se emplean.
Consisten éstos en un arado, compuesto de un palo buscado en los bosques con cierta forma particular, una reja informe de hierro, y algunas correas de cuero crudo, una azada, una pala, una podadera, una hichona, una hacha y algún otro instrumento más, de formas tan groseras y tan rudas, a veces tan contrarias por su forma a las leyes dinámicas, que los fabricantes ingleses que hoy proveen al comercio de estos artículos, han necesitado hacer llevar de Chile los padrones de estos bárbaros instrumentos, para imitarlos y hacer palas, podaderas, azadas, hichones para Chile, pues que los verdaderos instrumentos que llevan estos nombres no serían aceptados por el trabajador chileno. Concíbese lo poco que tiene que hacer la inteligencia en labores rudas, hechas en beneficio de grandes propiedades. La teoría de la labranza es igualmente una tradición informe y hostil a todo resultado de la observación inteligente, y de los progresos de las ciencias naturales.
Compare el agricultor chileno el inventario que acabamos de hacer de sus implementos de labranza, con el que hace una de las fábricas de los Estados Unidos de los que demanda la agricultura de aquel país. Se usan y consumen: 35 especies distintas de arados, caracterizados cada uno por alguna circunstancia particular, con rejas de hierro batido o colado, para uno o dos caballos enjaezados con arneses; con rueda y cuchillo, o cuchillo unido; con cuchillo simple; con dobles camas, etc.; 5 arados diferentes para laderas; 4 para terrenos inferiores; 9 para maíz, arroz o algodón con dos caballos; 7 para maíz con un caballo; arado para raspar; ídem para sembrar; ídem 3 de Steward, en todo, 67 formas distintas de arados para varios usos, con ventajas o desventajas para cada género de cultura que el labrador debe conocer.
¿Será favorable la necesidad de manejar estos instrumentos al desarrollo de la educación primaria en los países en que están en uso? Sería difícil imaginarlo cuando más comprenderlo, cómo un hombre podría tocar a estos instrumentos sin que su inteligencia estuviese desenvuelta por la educación. Esa multitud de invenciones, luchando en perfección las unas con las otras, han sido el fruto de la inteligente observación de los labradores mismos para sugerir las reformas, comparar los resultados prácticos, preferir los mejores y recompensar por la demanda el talento del inventor. Cada uno de esos instrumentos ha tenido divididos en partidos a los labradores, motivando discusiones sin fin: ha habido pruebas alegadas, testimonios dados, y verdades al fin aceptadas y reconocidas.
Por sólo la nomenclatura de los implementos de labranza, se colige que la educación primaria, es decir, la indispensable para desenvolver la razón del labrador, entra por mucho en la aceptación, generalización, manejo y buen éxito de esa multitud de instrumentos y aparatos mecánicos, que poniendo en lugar de la fuerza, la inteligencia, ahorran trabajo rudo y capital, aumentando los productos. Tanta influencia tiene la educación primaria en estos progresos, que nuestros propietarios la primera objeción que hacen para introducirlos en sus labores, es la que salta a primera vista, la incapacidad de nuestro gañán para manejarlos; y he aquí el más alto tributo que la indolencia y el egoísmo pueden pagar a la difusión de la educación primaria.
La división de la propiedad territorial en grandes lotes es adversa a la educación primaria, por cuanto disemina la población y estorba la acción de la escuela, que es el taller que la difunde, haciendo que la esfera a que sus beneficios pueda extenderse abrace reducido número de habitantes. Así pues el cultivo de la tierra no dando holgura a la mayoría de los que se consagran a ella en chacras y otras mezquinas labranzas por un lado, y siendo éstas meras rutinas, en que el sudor tiene la principal parte, por otro, la educación primaria queda fuera de las necesidades y de los medios de la agricultura; y cuando la tierra es poseída en grandes lotes, la educación primaria, innecesaria para el cultivo nada saca del propietario que reserva otra más alta para sus hijos.
La grande propiedad, empero, puede ejercer una saludable influencia en el desarrollo futuro de la educación de los labradores, y creemos ver ya alborear el día de un gran paso en este sentido con una gran reforma en la industria agrícola. Concíbese que la agricultura de pequeños lotes, como el papel moneda de a un peso, se sustrae a toda perturbación exterior, a toda influencia de la opinión como del interés del capital. El precio de los cereales, en la agricultura en pequeños lotes, sería regulado simplemente por la demanda que hubiese de los sobrantes de cada labrador después de haber reservado la parte necesaria a las necesidades de su familia. Este era el termómetro del mercado chileno hace doce años, cuando no había exportaciones, y el trigo valía cuatro reales en cosechas, alzando las manos al cielo los especuladores, cuando una plaga dejaba frustradas las esperanzas del labrador; pues que el capital entonces podía especular sobre el hambre.
La siembra de cereales ha tomado hoy, empero, el carácter de una gran industria nacional, consagrando los propietarios enormes sumas y extensiones inmensas de terreno, a producir cantidades grandes de trigo, para alimentar no ya la población de Chile, sino los mercados extranjeros. La agricultura chilena ha entrado por esta saludable revolución en las condiciones de toda industria, a saber, asociación de capital e inteligencia para producir mucho a poco costo.
Seis años que van corridos desde que se improvisó el mercado de California, no han hecho más que cebar el espíritu de empresa, pagando con ganancias exorbitantes la osadía y extensión de las labores agrícolas. A una palabra de la industria cayeron, de un extremo a otro de Chile, los molinos que habíamos heredado de los antiguos colonos, para levantarse en su lugar las más poderosas máquinas que haya inventado el ingenio de otros pueblos, aunque con las máquinas hubiese de venir el artífice extranjero encargado de ajustarlas, y el molinero mecánico que había de ponerlas en movimiento.
De repente las multiplicadas ruedas de los nuevos molinos se han paralizado en todo el territorio de Chile. ¿Falta grano que moler? Los granos al contrario, están henchidos. ¿Qué ha sucedido entonces? Falta un mercado para la exportación de las harinas chilenas. El de California, que desarrolló la industria agrícola, se ha convertido en un foco industrial a su vez, haciendo ruinosa la exportación de los trigos chilenos. La industria agrícola, pues, tiene a fuer de industria productora de grandes cantidades de producidos que regular sus valores, por los precios que les hagan en otros mercados las industrias análogas concurrentes. El propietario chileno necesita hoy saber cuál es el precio de los trigos en Melbourne, en Londres, en Río de Janeiro, en California, en Buenos Aires, y venderlos a los precios que los paguen; y como el precio en los grandes mercados lo hace la suma de los productos ofrecidos, resulta que para alcanzar ese precio medio, necesita producir tan barato, salvo en circunstancias anormales, como el que más barato produce de entre los concurrentes a un mercado.
La cuestión, pues, de los medios de producir cereales, con mucho capital y pocos brazos, empieza hoy a preocupar los ánimos de todos los propietarios chilenos, y la introducción y empleo de los implementos aratorios perfeccionados a hacer deseable que los labradores que habrán de manejarlos fuesen más aptos que lo que actualmente son.
La industria de los cereales con instrumentos mecánicos hace presentir la época en que se abran escuelas por todas partes, ya que la educación primaria entra por mucho en la producción de cereales que nos ha alejado de California de la noche a la mañana.
Oficios e industrias. Examinemos ahora cuál es la situación industrial de Chile, para ver si es necesario un sistema general de educación que la desenvuelva, mejore o introduzca.
Carecemos por desgracia de documentos públicos que nos guíen con certeza en investigación que tanta luz arrojaría sobre la cuestión que nos ocupa. Alguna facciones generales tan sólo se presentan a la vista que pueden servir de punto de partida. Desde luego, Chile carece de fábricas para artefactos, y ésta es una facción única entre los pueblos civilizados, si no se cuentan los de nuestra propia raza. La Exposición de Londres ha revelado este hecho curioso. En aquellas justas de la industria humana, sin excluir al Asia, la Rusia, Marruecos y la Turquía, todos los pueblos mostraron artefactos, todos menos los de la raza española, que ni se presentaron en la lista siquiera. Las colonias españolas son las que más desheredadas se muestran de aquel caudal de tradiciones o adquisiciones, que perpetuándose en las familias o desarrollándose en talleres, por
las aplicaciones de la ciencia a los usos de la vida, dan a los que no poseen tierra o capital, medios de proveer a sus necesidades, y de hacerse una fortuna.
Los artefactos que la industria produce y la vida civilizada demanda nos son suministrados por otros pueblos, en cambio de producciones que ellos necesitan, y nuestro suelo puede desarrollar.
Los países tropicales, como Nueva Granada, Perú, Bolivia, etc., tienen o pueden tener producciones singulares, los productos tropicales, el algodón, el tabaco, el añil, el cacao, el caucho, la caoba, la quina, el guano, la azúcar, la yerba, el café, que los colocan en situaciones especiales.
Chile tiene por su clima templado, que entrar para los excedentes de sus productos, en liza con la Europa y los Estados Unidos, ya en los productos agrícolas, ya en los fabriles, si las minas de metales preciosos no continúan siempre constituyéndole una especialidad industrial. Pero las minas de Copiapó, si bien acrecen la riqueza del Estado, no pueden dar ocupación al exceso de población que se acumula en las grandes ciudades, o la que se aumenta en las campañas y no puede poseer tierra, o no es absorbida por las faenas campestres.
¿Sería inútil la educación para los millares de personas de ambos sexos, que no poseyendo capital ni habiendo heredado tierras necesitan sin embargo, producir objetos que tengan un valor? No hemos heredado industrias, y casi estamos condenados a no verlas importadas por industriales extranjeros, ya que como lo ha demostrado el censo, tan poca población hemos adquirido: ¿cómo entonces se cuenta extender las artes y la industria y dar ocupación a aquella parte de la población que no quiera sujetarse a la condición de gañanes?
Las artes manuales son complemento indispensable en la economía interior de los pueblos. La tierra no desarrolla su superficie con los progresos de la población; por lo que las campañas y aún más las ciudades, suministran en cada generación un excedente de brazos que, no poseyendo tierra ni capital, necesitan adquirir un arte de producir objetos que cambiados por dinero den medios de vivir y de adquirir capital. Cuando estos medios artificiales producen sólo para vivir se llaman oficios, cuando producen capital se llaman industrias. Puede llegar una época en que ni aun estos medios sean bastantes para dar ocupación a la población que aumenta indefinidamente, y esto fue lo que indujo a Malthus a considerar como necesario en ciertos países muy avanzados poner trabas al progreso de la población. Teoría tan inhumana venía de un error de óptica, por circunscribir el observador el horizonte a los límites topográficos de un país.
El hombre tomado en su acepción general tiene la tierra por morada, y cuando su especie abunda en un punto emigra a otro, y afortunadamente el globo admite todavía el doble de la población que tiene actualmente, antes de alarmarse por falta de espacio para sus moradores. De aquí proviene que según las situaciones diversas, entre en la política de las naciones, ya favorecer o no impedir la emigración de su excedente de habitantes, ya atraer o no poner condiciones a la inmigración que su suelo admite, y requiere el desarrollo de la cultura de la tierra que poseen imperfectamente poblada.
Sucede otro tanto con la industria, y los medios de adquirir, que inventados en diversos países emigran lentamente a los otros buscando mejores provechos, y dando ocupación, según sus necesidades, al excedente de población que las labores de la tierra no pueden entretener. Así se nota en los Estados Unidos donde las artes no pueden tener el refinamiento que en Europa, que aun en los Estados más recientemente poblados las fábricas de artefactos de cierto género, corresponden en cierta proporción con las divisiones territoriales, con la población y con las familias.
Chile, pues, necesitaría por todas partes de su territorio desenvolver medios de adquirir conocimientos para facilitar la introducción y variada multiplicación de medios de industriar, pues que las dificultades para adquirir tierra de un lado, y la ignorancia en que se cría la población por otro, harían del país en poco tiempo la morada de unos centenares de patrones y el resto de gañanes, sujetos a salarios correspondientes a su capacidad y número excesivo, si la emigración a las ciudades y puertos primero, y la expatriación después, no diesen medios de sustraerse a situación tan terrible. Chile necesitaba más de desenvolver capacidad industrial en sus moradores, y esto no se consigue sino por la instrucción, cuanto que la experiencia de cuarenta años, y los resultados del censo actual le han probado que debe contar poco con la accesión de población extranjera, que introduzca las varias artes manuales que son tradicionales en los países de donde viene, y los necesarios adelantos en la que posee en estado de rutina, y que no pueden mantenerse a la par con los productos que nos envían las mismas artes, auxiliadas del capital en los países productores y llevadas a un grado de perfección admirable.
¿Tendríamos necesidad aún de mostrar cómo la difusión de la instrucción puede influir en el desarrollo de la prosperidad general? ¿Qué es la prosperidad del Estado sino la suma total de las prosperidades particulares? Sin embargo, creemos indispensable agregar algunas ligeras reflexiones que llenen la mente del programa, al distinguir cuidadosamente la industria particular de la prosperidad de la nación.
Muchos de los datos que, con los relativos al estado de la instrucción primaria hemos acumulado, como premisa de este estudio, tenían por objeto ilustrar esa parte de la cuestión. Por ellos puede barruntarse cuál es la situación y distribución de los medios de prosperar que ofrecen el cultivo de la tierra, la explotación de las minas, el comercio y las artes manuales. Por ellos se deja colegir quiénes y cuántos están en camino y en aptitud de adquirir y acumular riqueza, o en otros términos, dando por sumados los individuos que componen la nación y sus elementos de trabajo, cuáles son ceros, y cuántos suman las fuerzas productivas del Estado.
Pertenece a los hombres que dirigen los destinos públicos poner en la balanza todos éstos y otros gérmenes de riqueza, y estudiar las causas que embarazan el desarrollo de los unos, o aniquilan completamente a los otros. Nuestra tarea cesa donde dejan de hacerse sensibles los efectos de la instrucción primaria, en la cual comprendemos todo grado de educación exceptuando la que es puramente universitaria.
Gracias a los pasmosos progresos de la vialidad del mundo, hace tiempo que no hay en la tierra Estados Robinsones Crusoes, viviendo para sí en su isla, solos en presencia de Dios, y sin vínculos que los liguen a la humanidad. Cada vapor que apaga sus fuegos en nuestras radas nos puede traer o quitar con una sola palabra millones de pesos, darnos o quitarnos felicidad. Desde que esto es así, nuestra existencia, nuestro bienestar dependen en gran manera de los cambios, progresos, necesidades, que experimentan pueblos que apenas de nombre conocíamos. La industria, esto es, los medios de prosperar, está subordinada a causas exteriores que no nos es dado acelerar o retardar, porque son rebeldes al dominio de nuestros deseos y de nuestra voluntad. Los sucesos ocurridos en el Pacífico en estos últimos seis años han enseñado prácticamente esta verdad a los que ni aun habrían entre nosotros tenido ocasión de sospechar su existencia; y como la situación geográfica de un Estado es parte de su propio ser, séanos permitido diseñar en breves rasgos nuestra geografía comercial e industrial, ya que la política sale de los términos de nuestro cuadro.
¿No será por ventura lucha de industrias, de poderes de desarrollo, y de fuerza de expansión la que se inicia?
Habíanse establecido nuestros padres en estas comarcas en tiempos pasados, como colonos del pueblo europeo de cuyo seno se desprendieron para poblar tierras vírgenes, desposeyendo a otros más destituidos de medios de prosperar. No traía consigo para fundar naciones, ni las tradiciones de las artes, ni los rudimentos de las ciencias naturales que aún no habían nacido, ni aplicándose a la industria en Europa. Para precaverlos del embate de las industrias extranjeras, como el jardinero protege de la inclemencia las plantas nacientes, creándolas una atmósfera ficticia, la madre patria sustrajo sus colonias al contacto del mundo. Eran ricas o pobres; ignorantes o civilizadas; los medios de prosperar eran abundantes o estaban obstruidos, pero todo tenía lugar en relación a sí mismas, o cuando más para con la madre patria que cosechaba los frutos de su propia obra.
Tres siglos duró este sistema de tutela, de conservatorio artificial. La revolución de la Independencia empero, rompió los vidrios, y dejó la planta expuesta a la acción de la atmósfera ambiente y en contacto ya con la naturaleza exterior, con al vida real de las naciones. Desde entonces los vientos y las tempestades nacidas en otras regiones empezaron a sacudirnos fuertemente, ya que los sistemas de exclusión, de protectorado, de tutela no estaban ahí para ponernos a cubierto, aunque creándonos un modo de ser que haría imposible que subsistiese de suyo al aire libre. Desde entonces hemos debido preguntarnos de qué vivimos, qué producimos, qué consumimos, y las demás cuestiones económicas de que necesita ocuparse quien entra a la edad viril y cuyo destino está confiado a su propio esfuerzo y diligencia.
Todavía desde 1810 hasta 1850 las naciones concurrentes en esta gran feria de permutas y cambios en que los pueblos se presentan como simples individuos, algunos puntos de nuestro ser no se frotaban todavía con los análogos de otra naciones. La Europa nos enviaba sus artefactos a precios ínfimos, sin que arruinase la producción nuestra de otros artefactos parecidos, porque no habíamos aprendido a hacerlos. Nadie tenía que lamentarse de ver descender las groseras angarípolas antiguas de doce reales la vara, a real y medio a que se vendían sus sustitutos, quimones y muselinas. El artesano extranjero que llegaba a nuestras playas era en cuanto a su industria el bienvenido, pues siempre sabría hacer algo mejor que nosotros.
Para nuestro lento desenvolvimiento quedábanos siempre un reducido horizonte comercial en torno nuestro, donde permutar el excedente de nuestros productos. El Perú y Guayaquil, más tarde Sidney y Sandwich y las costas e islas del Pacífico demandaban nuestros trigos, hasta que en 1848, término final de este orden de cosas, como la lámpara que al apagarse hace un esfuerzo supremo y brilla con desusado resplandor, California viene a extender la esfera de nuestra acción y darla una actividad inmensa.
Los hombres pensadores vieron desde entonces en la pasajera prosperidad, el anuncio triste de una próxima decadencia; pero el vulgo estaba demasiado ocupado de aprovechar de la bonanza para prestar oídos a importunos y fatídicos anuncios, hasta que un día un vapor llegó a Valparaíso diciendo basta, ya no se necesitan cereales, y el labrador que aún tenía la hoz en la mano dejó caer a tierra el manojo de espigas que acababa de cortar.
¿Qué había sucedido? ¿Qué es lo que sucede ahora?
Sucede que el resumen de la civilización de todos los tiempos y de todos los países; que todos los medios inteligentes de producción, que todas las artes de locomoción, que todas las máquinas de ahorrar trabajo, tiempo y brazos, y todas las energías combinadas del hombre llegado al mayor grado de desenvolvimiento, han venido a sentarse a nuestro lado, y a establecer sus talleres para producir no sólo lo que no fabricábamos, en lo que no había gran mal, sino todo aquello que confeccionábamos mal. Sus sementeras de trigo están al lado de las nuestras, para aprovisionar los mercados que nosotros frecuentábamos, lanzando sus clippers en todas direcciones para competir en fletes baratos, en rapidez de travesía con nuestras naves de alquiler; sus máquinas poderosas vienen a competir con nuestros rudos brazos prodigados en hacer con ciento, lo mismo que haría uno inteligente; sus instituciones de cosmopolitismo para acrecer rápidamente su número como nación con el excedente que desperdician las otras, y nuestro sistema de querer separar la cizaña del buen grano, contra la prohibición expresa del Evangelio; su sistema de invasión pacífica por la acción individual, con nuestros sistemas guerreros de reconcentración armada a la europea; y lo que es el resumen de todas estas oposiciones, su sistema de educación común universal, que hace de cada hombre un foco de producción, un taller de elaborar medios de prosperidad opuesto a nuestro sistema de ignorancia universal, que hace de la gran mayoría de nuestras naciones, cifras neutras para la riqueza, ceros y ceros y ceros, agregados a la izquierda de los pocos que producen, y además peligros para la tranquilidad, rémoras para el progreso, y lo que es peor todavía, un capital negativo dejado a los tiempos futuros, esto es, a la nación, para embarazarle los medios de prosperar.
No; ¡nunca la historia presentó espectáculo igual! Los tiempos antiguos vieron luchas de cartagineses y de romanos, la Europa culta de esclavos y de hombres libres, vio caer sobre ellos bárbaros del norte que por la sangre y el fuego, arrasaron toda una civilización, y se dividieron a los amos y a los esclavos infeudados con la tierra de que hicieron su condados, principados y reinos.
Háblase hoy de guerra entre Oriente y Occidente, entre un mundo semi bárbaro y otro que hasta hoy era tenido por muy civilizado. Nada de esto es lo que va a ocurrir luego en el Pacífico. Es ésta la guerra santa del sistema de escuelas públicas, de esa instrucción primaria de cuya influencia en la industria y la prosperidad nos andamos inquiriendo todavía por estos mundos, preguntando con curiosidad si un hacha afilada cortará más que otra embotada y mohosa, o si mil inteligencias desenvueltas, armadas de todos los medios de producir, serán tan eficaces como la de diez palurdos ignorantes, embrutecidos, ebrios, desnudos y sin instrumentos para sobreponerse a la materia, domeñarla, someterla, sea en forma de tierra, de mares, de vientos, de tempestades, de piedras, de metales, de madera, imprimirle formas, expedirla rápidamente por medios de locomoción que disputan a los astros la velocidad y la rectitud de sus trayectos.
Tal es la lucha en que vamos a ser actores, y corremos riesgo de ser víctimas. ¿Lucha de razas? ¡Miopes! No hay razas que tengan el don exclusivo de dar educación general a sus miembros. Los niños de los Estados Unidos nacen, creédnoslo, tan destituidos de toda instrucción, como nacen aquí los de nuestros paletos. Los caracteres de aquella pretendida raza empiezan a desenvolverse desde la edad de cinco años, y el expediente no es ya un secreto que no pueda comunicarse, porque no lo ocultan, como los emperadores de Oriente ocultaban la manera de preparar el fuego griego, o Venecia el secreto de sus famosas fábricas de vidrio. Oíd este secreto divulgado de fundar naciones, de hacerlas crecer en medio siglo, como no habían crecido las otras en miles de años, de templar hombres como el acero de Shesfield, para convertirlo en instrumentos contundentes, cortantes, punzantes, perforantes.
Desde luego han cuidado por leyes previsoras de hacer que la tierra inculta se conserve ilesa de todo abuso y accaparement, para que los medios de producción estuvieran a disposición del mayor número posible; en seguida previniendo que de los pueblos viejos y mal constituidos se desprenderían los hombres que dispersan por el mundo el deseo de establecerse en mejores condiciones, les han reservado un hogar caliente y sin trabas para que lo ocupen como ciudadanos. Han montado la máquina política de manera que no haya gastos de preservación y reparación de averías diarias, y sobre esta base tan sólida han descendido a detalles más minuciosos. Como la base de la prosperidad del Estado es la facultad de prosperar que posee el mayor número de habitantes, han arrebatado a la madre el párvulo a la edad de cinco años, y sin distinción de sexo, clase, fortuna, porque en esto está el secreto, lo han sometido en tan tierna edad a la blanda y social disciplina de un departamento primario, de donde pasa este algodón apenas cardado, a la escuela primaria.
Desde allí el fabricante de hombre productores, cuando está ya en estado de recibir formas, pasa a aquella materia bruta aunque animada, a la escuela secundaria, donde empiezan a incrustarle rudimentos de ciencias de aplicación; la geografía, a fin de que conozca la extensión del mundo que tiene por delante para explotar. Es curioso observar en los tratados de geografía de las escuelas norteamericanas, que a la descripción de la Europa sólo consagran dos páginas, mientras que sobre el resto del mundo no economizan detalles. Las matemáticas aplicadas a la mensura de la futura propiedad; la astronomía para que sepa dirigirse en los mares que va a recorrer; la física para que conozca las propiedades de la materia y las leyes de la mecánica; la teneduría de libros, para que conduzca con acierto sus negocios, y para iniciarlo en todo, la Biblioteca del Distrito que le hace conocer los viajes célebres, las aventuras de mar, las descripciones de todos los países, los inexplotados recursos que encierran, el sistema de gobierno y cuantos conocimientos son necesarios para formar parte de los pueblos civilizados. Con estos elementos limitados, si fuera ésta toda la educación dada a algunos en un país, pero vastísima desde que viene a formar el patrimonio de todos sin excepción, queda formada la raza nueva de hombres, que empiezan hoy a perturbar la secular quietud y el silencio del Pacífico, el último de los mares sometidos al domino de la civilización.
Se nos ha preguntado cómo influye la instrucción primaria en el desarrollo de la prosperidad general, y sólo hemos necesitado señalar con el dedo hacia el Norte; y decir como dirían sus favorecidos sectarios: Behold! mirad. Cuando vuestros cereales se pudran en los graneros, por no encontrar mercado adonde exportarlos al precio que otros los venden, el propietario dirá: he ahí la influencia de la instrucción primaria dada a todo un pueblo; aquel labrador inteligente produce trigos mejores y más baratos que yo.
Cuando venga a establecerse una línea y después dos y ciento de vapores en nuestras costas, y ganar con nosotros mismos lo que hubiéramos ganado, si hubiésemos sabido construir naves, máquinas y dirigirlas, el armador que vende su buquecillo de cabotaje por serle ya improductivo, dirá: he ahí la influencia de la instrucción primaria dada a ese empresario, a ese maquinista y a ese capitán que salieron todos de la misma escuela.
Cuando venga el empresario de diligencias a examinar nuestras vías de comunicación y establezca postas y movimiento regular, los cien birlocheros sin otro arte que imponer precios a su antojo según la necesidad de moverse, al abandonar su vehículo inútil ya, dirán: he ahí la influencia de la instrucción primaria que ha enseñado a otros a reunir en grandes vehículos a bajo precio, el costo de muchos con administración separada.
El molinero que desmonta sus piedras ante las máquinas que producen 600 quintales de harina flor al día, dirá: he aquí la influencia de la instrucción primaria dada a otros y que viene a arrebatarme el pan de la boca.
Cuando el rico hacendado vea decrecer sus rentas, las deudas aumentar en proporción, por haberse hecho duros los tiempos, escasos los brazos, e improductiva la cultura, comparados sus costos con el valor de los productos, y venda su onerosa tierra a quien mejor se la pague, y éste explotándola con máquinas, subdividiéndola convenientemente, produzca mucho y barato dirá: he aquí el fruto de la instrucción primaria que viene a desposeernos de instrumentos de trabajo que no supimos fecundar.
Cuando el senador, el diputado y el ministro vean aparecer el déficit de las rentas por faltar la base que es la producción de millares y millares de productores, y la tempestad mugir en el horizonte, torva y destructora porque la agitan todas las ignorancias, todos los egoísmos, todas las preocupaciones, y todas las ineptitudes que la falta de instrucción primaria y la destitución, que es su consecuencia, desenvuelven, dirán, ¡pero tarde! para poner remedio: he aquí la falta, capital y réditos capitalizados, de haber rechazado desde 1849, en nuestro orgullo de alumnos del instituto, en nuestro egoísmo de acaudalados, la ley que pedía los medios de organizar un sistema completo de instrucción primaria, para fundar el orden sobre la única base económica, el interés de todos en conservarlo.
El ejército cuesta un millón y medio, que pagan los contribuyentes, y es el ejército el instrumento de todo desorden, cuando la hora llega. El dinero que cuesta restablecer el orden, bastaría para educar en institutos nacionales a todos los habitantes del país.
Pero contra ese enemigo de los pueblos ignorantes y atrasados, la industria y la mejor aptitud para el trabajo, contra ese enemigo solapado que se presenta bajo las formas de un Weelhrigth a quien levantamos estatuas, de un Green, de un Avilán que nos dotan de molinos, de un Campbell, que delinea los ferrocarriles, aquellos que vendrán más tarde, a ponerse en lugar nuestro, a pedirnos el favor de dejarnos en la calle, haciendo al país el inmenso servicio de dotarlo de medios de prosperar, pero explotándolos ellos, pues ellos saben ponerlos en ejercicio y nosotros no; contra enemigo tan útil, tan inofensivo, los ejércitos nada pueden, ni las prohibiciones ni la rabia de la nulidad y de la impotencia.
Si hubiera guerra ellos nos manipularían la pólvora y nos venderían fusiles de patente para que los combatiésemos; porque vendiéndonoslos ganan ellos y acumulan riqueza, y comprándolos nosotros disminuimos la poquísima que tenemos, y nunca somos más débiles que después de haber ganado una batalla inútil. Si armamos las preocupaciones estúpidas para nuestra defensa, nunca estaremos más cerca del abismo, pues no hemos hecho más que retardar la época en que podría hacerse algo por el buen camino.
Es más sencillo el medio de promover la prosperidad nacional que nosotros proponemos, y es formar el productor, tomando niños, o todos nuestros actuales seres ineptos para ella, y destructores de los productos y capitales ya creados, para convertirlos en artífices de la prosperidad general.
Así es como la instrucción primaria influye en el desarrollo de la prosperidad general.
DOMINGO F. SARMIENTO

[1] El presente corresponde a uno de los temas que Sarmiento desarrolla en esta obra.

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