EN PLENA FRANCIA [1]
Domingo Faustino Sarmiento
[19 de Junio de 1856]
Estamos en plena Francia, y vamos recién por los tumultos de junio, los talleres nacionales, M. Falloux ministro, y los socialistas enemigos de Dios y de los hombres, como éramos nosotros allá por los años de gracia de 1840. Nos falta sólo dar el salto mortal, el golpe de Estado, que venga alguien y tome de una oreja al que probó que la propiedad no era el robo, ponga una mordaza a la prensa, y reine el orden en esta Babilonia.
¿Quieren dejarnos en paz con el imperio y los socialistas?
Vivamos en América como americanos, dejando a la Francia que viva, piense y se gobierne como pueda y sepa.
Se han empeñado en inocularnos las pasiones políticas de la Francia, y sus apodos de partido y sus luchas. Un día fuimos demagogos porque Thiers, el primer demagogo que mientras no fue ministro, llamó así a sus adversarios. Otro día, cata aquí que se nos presenta un diario que es católico. ¿De veras católico? Sí señor, católico, apostólico, romano, predicando en cristiano a estos pueblos, y el catolicismo en la iglesia católica de Buenos Aires. Ahora estamos en socialismo deshecho, y por necesidad y asociación de ideas discutiendo muy seriamente el imperio francés.
Estos extravíos de ideas van más allá de lo que el común cree. Con ellas vienen unidos los ejemplos, los hechos y las prácticas de una monarquía; sin proponérselo nos introducen doctrinas, principios y prácticas que nos han de conducir al gobierno personal.
Apartemos, pues, los espantajos exóticos y estudiemos nuestras propias cuestiones, que nuestro camino va en rumbo opuesto al que llevaron todos esos ensayos.
De la Francia no tenemos nada que adoptar hoy, sino sus modas y sus bellas artes. El imperio se funda en la negación de todas nuestras instituciones; y ni una sola de las que lo apoyan puede proponérsenos, si no queremos adoptarlo por resultado.
Sus escritores son letra muerta hoy.
Para citar a Thiers, a Guizot, a Montalembert, es preciso escribir al lado de sus palabras la época en que las dijeron, y preguntarles si hoy piensan lo mismo. Guizot murmura. Montalembert declaró en una carta que todos sus compañeros eran unos canallas.
¿Qué juicio hacer de tales pensadores?
DOMINGO F. SARMIENTO
[1] El Nacional, Buenos Aires, 19 de junio de 1856.
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